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Recuerdos de Verónica: Un Profesor y sus Alumnos, Apuntes de Poesía

Este texto refleja la relación entre un profesor y una de sus antiguas alumnas, Verónica. A lo largo de los años, el profesor recuerda diferentes etapas de la relación con Verónica, desde cuando era una estudiante tímida y aprendizajosa hasta cuando se graduó y abandonó el centro. El texto también refleja la evolución de Verónica en su aprendizaje y su crecimiento personal. Además, se abordan temas relacionados con la enseñanza, la lectura y el crecimiento personal.

Tipo: Apuntes

2021/2022

Subido el 10/10/2022

eltoroloco88
eltoroloco88 🇪🇸

4.2

(29)

39 documentos

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¡Descarga Recuerdos de Verónica: Un Profesor y sus Alumnos y más Apuntes en PDF de Poesía solo en Docsity! DONDE HABITE EL OLVIDO 1 Días alegres, días rápidos. Conocía a Verónica hace, diez, quince, veinte años; puedo que incluso más. Verónica era mi alumna, y llevaba camisas de cuadros, y era tímida en clase, y la veía, a veces, por los pasillos del centro, gritando, riendo, pero era tímida en clase. Era tímida en clase y llevaba camisas de cuadros. A clase, Verónica llegaba tarde (adverbio, invariable en cuanto al número, ¿o es que tú dices «llego tardes»?). O puede que no, puede que no llegara tarde. No sabría decir si Verónica llegaba tarde. A decir verdad, no lo recuerdo. Sí recuerdo que llevaba camisas de cuadros, y que sonreía, de cuando en cuando, tímidamente, cuando la miraba. Recuerdo también que se le daba mal la sintaxis, y que siempre decía que «aquel» era un adjetivo demostrativo posesivo. Luego me miraba como perdida, y yo volvía a explicarle los accidentes del verbo (recuérdalos, le decía, por este orden: persona, número, tiempo, modo…), la transformación a pasiva y qué tenía que preguntarle al verbo para que contestara «manzanas». Sí, lo he entendido, decía, pero el lunes los «aquel» seguían siendo adjetivos posesivos, y las manzanas estaban a poco de comerse al pobre Juan. Eso fue el primer año que conocí a Verónica, que Verónica fue mi alumna: un año de días alegres, un año de días rápidos. El año siguiente no supe nada de ella. Sí recuerdo que la veía, a veces, por el pasillo, gritando, con su camisa de cuadros, con su mochila al hombro. ¡Qué pequeña era Verónica! ¡Doce años, señor, doce años! Alguna vez me saludó, recuerdo, con una sonrisa tímida cuando la miraba. El año siguiente volvería a mi aula, y ya los «aquel» eran demostrativos, y cualquier experiencia de Juan podía ser objeto de un análisis sintáctico. Volvió Verónica a mi aula, catorce años, con catorce años. Días algo menos alegres, días algo menos rápidos. Volvió sabiendo en qué año se publicó el Quijote, cuáles eran las lenguas cooficiales del estado, los accidentes del verbo (…voz, aspecto); DONDE HABITE EL OLVIDO 2 volvió sin camisas de cuadros, prendas de una infancia tardía. En aquel año yo les leía poemas (Góngora, Lope, Quevedo, Garcilaso) y ella, sin tapujos, fruncía el ceño con la poesía metafísica, y miraba, embelesada, cuando era amatoria, a un compañero. Para ella aquellos fueron días alegres, días rápidos, de superación, de lectura, de progreso. Días tristes, días lentos. Cuarto año en que conocía a Verónica. ¡Diecisiete años, diecisiete! No sé si le di clase; sí que me buscaba por los pasillos y me preguntaba acerca de Bécquer, y del Modernismo. Quién lo hubiera dicho. Cuando la conocí, con trece años, no sabía distinguir los adjetivos de los adverbios, ni analizar «Juan come manzanas». Había crecido tanto… Era tan distinta… Ya ni hablar de las camisas de cuadros. Se dirigía, recta, hacia un futuro lleno de posibles, de días rápidos, de días felices. Me preguntaba por cuestiones de métrica, o por el uso del «se». Durante un tiempo quise pensar que lo hacía para hablar conmigo, pero, aparte de eso, cosa que desconozco, estaba realmente interesada en todos aquellos temas: las vanguardias y los predicativos, las subordinadas y las tragedias. Aún le quedaba algún tiempo en aquellos pasillos donde la vi gritando, donde me sonrió, a veces, tímida, a modo de saludo. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que la conocí? Ella nombraba, de cuando en cuando, un poema, un poema que la marcó años antes. Parece que se lo leí yo, quizá la primera vez que le di clase, cuando tenía doce años. Un poema, me lo decía como esperando que lo reconociera, y sí, a veces lo reconocía. Hoy no recuerdo el nombre. ¡Diecisiete años, diecisiete! Llegó el momento en que Verónica abandonó el centro. Recuerdo haber hablado con ella el día de su graduación, aquella noche en que llevaba aquel vestido negro, un vestido que, confesó, no sé si a mí o a cualquier otro, aunque cómo lo sabría si no hubiera sido a mí, le había dejado su madre. Estaba guapa, estaba muy guapa. Verónica abandonaba el instituto, y yo pensaba en ella aún tímida y sonriente, camisa de cuadros.
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