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"Al lector" - Charles Baudelaire, Apuntes de Literatura Universal

Título. Tema. Estructura externa. Análisis.

Tipo: Apuntes

2020/2021
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Subido el 23/01/2021

AnaClaudia31
AnaClaudia31 🇺🇾

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¡Descarga "Al lector" - Charles Baudelaire y más Apuntes en PDF de Literatura Universal solo en Docsity! AL LECTOR CHARLES BAUDELAIRE Ubicación: El poema “Al lector” abre el libro “Las Flores del Mal”, funcionando como prefacio. Baudelaire declaró que su libro “tiene un principio y un fin”, no es una simple colección de poemas, sino que cada uno está ubicado en su lugar específico por una razón, más allá de que cada poema tenga valor en sí mismo, el libro tiene un orden, y debe ser leído siguiéndolo. El hecho de que tenga un prefacio dedicado al lector es una de las manifestaciones de esto, indica que el libro está pensado como una unidad. Título: Está dedicado al lector como su título lo indica, pero no a cualquier lector, sino al lector de su época, lector hipócrita que lo critica por no entenderlo. Esto permite suponer que Baudelaire lo escribió después del escándalo que suscitó la publicación de su obra. Va dedicado al hipócrita intelectual, aquel que cree que, por saber, puede enjuiciar a todo el mundo. Tema: Estructura externa: Está formado por diez cuartetos de versos alejandrinos donde predomina la rima consonante. Primera estrofa: El primer verso nos enumera cuatro elementos. Estos tienen en común el ser acciones humanas negativas, pero no nos resultan específicos, sobre todo “pecado” y “error” nos resultan muy amplios y abarcativos de todas las acciones humanas que pueden ser malas: “La estupidez, el error, el pecado, la angurria,…” (asíndeton). El origen de los errores, de los pecados, es la estupidez humana; es estúpido, es necio, aquel que no quiere ver el pecado. El pecado es un error de acuerdo a un sistema moral basado en la tradición cristina. La angurria se define como la necesidad de tener; es angurriento aquel que es ambicioso. La ambición material o social (poder, por ejemplo), es uno de los errores básicos que lleva a otros. Estos pecados son abstracciones, pero en el poema aparecen materializados (personificación). El pecado afecta por igual el alma y el cuerpo, pues define nuestras acciones: “…ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,…”. Plantea la característica dual del hombre: alma (que parece estar dominada) y cuerpo (el vicio se refleja en el cuerpo del hombre, lo destruye, lo degrada). El verbo “trabajan” sugiere un proceso lento, inexorable y progresivo; estos pecados ejercen dominio sobre el individuo. El poema está escrito en primera persona del plural: abarca y universaliza a todos. Básicamente, el hombre es error. Para el yo lírico, el hombre nace con una predisposición al mal, siente determinado placer en el pecado. En el tercer y cuarto verso encontramos una comparación que tiene como fundamento impactar al lector para hacerlo reaccionar; se nos habla de “blandos remordimientos” (hipérbaton), el sentimiento de arrepentimiento que en la tradición cristiana es tan poderoso que es capaz de limpiar un alma del pecado, aquí es calificado de blando, pues no sirve de nada: “…y alimentamos nuestros blandos remordimientos (personificación), / como los pordioseros nutren a sus gusanos.”. El remordimiento es un sentimiento de culpa, la conciencia de cometer un error que está mal y que no debía haberse hecho. Nuestros remordimientos son insuficientes, son escasos, no traducen realmente un sentimiento de culpa. El pordiosero vive en la suciedad, rodeado de gusanos. Genera él mismo un medio de suciedad por lo que él mismo introduce en ese medio; esto se resalta mediante el posesivo: “sus gusanos”. Trae más mugre a su suciedad y así no saldrá más de ella. La imagen del mal está vista como gusanos. Nosotros actuamos como los pordioseros, que alimentan a sus gusanos, de esa manera nosotros alimentamos nuestros remordimientos. Nos arrepentimos, pero seguimos pecando, como un círculo vicioso, siempre estamos cayendo en lo mismo. El yo lírico afirma que el hombre posee cierta ambigüedad moral porque experimenta placer en el vicio y por eso, pese a que sabe que lo que hace está mal, vuelve a cometerlo. El hombre cae en el mal y surgen los remordimientos, que son blandos (están materializados), son parte de ese proceso consciente que hace el hombre para salir del pecado pero que, a pesar de eso, continúa en el error. Los remordimientos son producto de la toma de conciencia del pecado, pero no son los suficientemente fuertes para evitar que el hombre vuelva a caer en él, no son duraderos, son hipócritas (idea de lo cíclico: pecado-arrepentimiento-pecado, igual que la comparación con el pordiosero). El hombre cada vez cae más en el error, se ensucia más y se alimenta del vicio. Durante todo el poema el yo lírico trabaja con imágenes fuertes para evidenciar su gusto en el arte. A través de estas imágenes, pretende que el hombre sienta asco de sí mismo para que inicie un proceso en el cual se defina y valore. Segunda estrofa: En la segunda estrofa se profundiza en este concepto: los pecados son nuestra esencia, nos atraen con mucha fuerza, nos tientan constantemente. Se da una personificación tanto de pecados como del arrepentir: “Nuestros pecados, tercos; nuestro arrepentir, débil;…”. Con la palabra “nuestros” generaliza y se incluye él mismo. Hay una antítesis, los dos hemistiquios se oponen entre sí. Los pecados son tercos porque vuelven, son insistentes, retornan por más que haya remordimiento. Y el arrepentimiento es débil porque no es tan fuerte como para expulsar al pecado. Para el yo lírico, el arrepentimiento no es honesto porque una vez que nos confesamos, arrepentimos y lloramos, volvemos a caer en el vicio. El yo lírico utiliza la ironía para mostrar que la esencia del arrepentimiento no es verdadera. La aflicción que el hombre siente no es suficiente frente a la dimensión del pecado. Si nuestro arrepentimiento es débil y los pecados vuelven, entonces el hombre tiene una tendencia natural hacia el mal. Debía ser a la inversa, deberíamos arrepentirnos más, nuestros arrepentimientos deberían ser más fuertes, más intensos, y nuestros pecados deberían ir cada vez más debilitándose, cada vez ser menos; pero no sucede eso, sucede a la inversa, nuestros pecados son tercos, insistimos en pecar, y nuestro arrepentir cada vez más débil. El hombre se arrepiente y se confiesa, pero luego multiplica la tendencia hacia el mal: “…con creces nos hacemos pagar las confesiones,…”. Hay una especie de complacencia del hombre al caer en el mal, es como un placer. Es a lo que Baudelaire llama “alegría de descender”: “Hay en todo hombre, a toda hora, dos postulaciones simultáneas: una hacia Dios, otra hacia Satán. La invocación a Dios o espiritualidad, es un deseo de subir de grado; la de Satán, animalidad, es una alegría de descender” (“Mi corazón puesto al desnudo”). No solo el pecar es nuestra naturaleza, sino que además nos genera placer el cometerlo y el reincidir: “…y volvemos alegres al camino fangoso,…” (tópico de la vida como camino). Al hombre le gusta el mal; en definitiva, le gusta el pecado. El hombre se complace en el pecado. El “camino fangoso” es la metáfora del mal. La imagen del hombre que se hunde en el barro se asocia con el individuo que se hunde en el mundo del pecado. Tanto el fango como el pecado tienen la cualidad de ensuciar, pero mientras uno lo hace en forma visible, el otro ensucia moralmente. Creemos que lavamos el mal con llantos falsos: “…creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.”. El arrepentimiento nos engaña en un principio, pero no sirve de nada realmente. Las “manchas” son la metáfora del pecado y los “lloros” son el arrepentimiento. Son “viles”, bajos, despreciables (hipérbaton y personificación), por lo absurdo, son llantos inútiles, no tienen ningún valor, no sirven para nada porque son hipócritas, falsos. El yo lírico maneja nuevamente la ironía con la intención de criticar al hombre. Según él, en el ser humano hay una tendencia muy marcada hacia el mal que no puede controlar. El hombre es el único ser que juzga las acciones como “buenas” o “malas”, este poema nos puede invitar a pensar por qué el hombre decide que son malas las acciones que más cerebros, lo cual es evidentemente una metáfora, los demonios representarían los malos pensamientos: “Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos, / un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,…”. El cerebro es la sede de nuestra voluntad y hay gusanos en él. Se asocia la piel del gusano con la masa encefálica. Se da una imagen de gran cantidad (hipérbole), no son uno o dos los malos pensamientos que pasan por nuestras mentes, son tantos que están “apretados”, “hormigueando”, se nos da la sensación que son tantos y que están en movimiento; no nos dejan en paz, dominan nuestros cerebros por completo. Tenemos el cerebro lleno del mal, no hay lugar para el bien. Los demonios se hartan en nuestro cerebro porque están a gusto, están satisfechos. Se hartan, se complacen, se llenan del mal. El mal está dentro del hombre. Mientras nos dejamos dominar por el mal, vivimos inmersos en la muerte espiritual: “… y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones / baja (encabalgamiento), invisible río, con apagadas quejas (hipérbaton).”. El hombre respira lo desagradable. La Muerte está personificada, porque dice que “baja”. Se encuentra aquí una paradoja. La contradicción radica en la afirmación de que cada vez que respiramos, más nos acercamos a la muerte, siendo que la respiración nos da vida y, en todo caso, no respirar sería algo que nos llevaría rápidamente a la muerte. La imagen nos muestra que no tenemos escapatoria de la muerte, hasta en el acto más asociado a la vida nos acercamos a ella, con cada respiro, con cada momento, estamos un poco más cerca de ella. El “invisible río” es la metáfora de la muerte (mitología griega: el río del olvido). La muerte es asociada con un río invisible porque llega sin darnos cuenta. Las “quejas” se asocian con la muerte del espíritu, lo desagradable de morir con el mal. En esa respiración en que introducimos a la muerte, hay cierto dolor, pues somos conscientes de la cercanía de la muerte y la certeza de nuestra propia destrucción. Esta estrofa nos plantea una realidad: todos vamos a morir, la muerte es parte de la vida, y es algo natural, toda vida implica una eventual muerte. Séptima estrofa: Enumera elementos que sugieren la muerte con violencia: “Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,… ” (asíndeton). El estupro simboliza la lujuria, el veneno se asocia con la traición, el puñal con la violencia y el incendio con la ira. Los elementos aparecen personificados porque se les da la capacidad humana de bordar: “…no bordaron aún con graciosos dibujos (hipérbaton)…”. Si esos pecados aún no se han manifestado, no quiere decir que no estén, sino que están reprimidos y están en nosotros. Hay una metáfora, al referirse a nuestro destino como “cañamazo”: “…el banal cañamazo de nuestro ruin destino (hipérbaton),…”. Esta imagen nos remite a la mitología greco-romana, en que los personajes de las Moiras o Parcas regulan la vida desde el nacimiento a la muerte, con un hilo que una de ellas hilaba, otra medía y la última cortaba. Cloto hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Láquesis medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Átropos era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus tijeras cuando llegaba la hora. Al igual que en la mitología, el poema contradice la visión cristiana de la libertad, afirmando que no somos dueños de nuestras vidas y que el destino ya está escrito. El destino del ser humano aparece como miserable y ruin, además de vulgar y común (“banal cañamazo”). Los vicios aparecen como adornos, como los bordados de la tela. Para que el ser humano cometa los pecados necesita maldad y osadía; no comete más pecados por cobardía y no porque esté convencido de que está mal: “…¡ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.”. Si el individuo no está aún lleno de todos los pecados es porque no ha sido lo suficientemente osado para caer en ellos. El hombre no es bueno por naturaleza; cuando actúa bien es porque es cobarde no se atreve a actuar mal. Si el hombre no borda en su tela (vida) esos agradables dibujos (vicios) no es por no ser malo, sino porque no se atrevió. La idea principal de esta estrofa es que si estos elementos negativos no han definido una vida es porque el alma no es bastante atrevida. Sin embargo, la presencia de la palabra “aún” implica que tarde o temprano la tela de nuestro destino será manchada. Octava estrofa: En esta estrofa se enumeran una serie de animales y seres siguiendo una gradación; primero se mencionan los animales, y luego se pasa a monstruos, ascendiendo en el grado de peligro y miedo que generan: “Pero entre los chacales, las panteras, las perras, / los buitres, las serpientes, los monos y escorpiones, / los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,…”. Se da una intertextualidad aquí con “La Divina Comedia” de Dante, en cuyo primer canto los pecados del personaje son presentados como fieras: el León, la Pantera y la Loba. Están las siete bestias que representan los siete pecados capitales. Todos los animales y seres mencionados en esta estrofa representarían distintos vicios del hombre; corporiza los pecados. Los chacales y los buitres son mensajeros de la muerte; son animales carroñeros. Las panteras y las perras representan el pecado de la lujuria. Las panteras son los únicos animales que matan por matar y no por hambre, se pueden asociar también a la traición. Las perras se asocian con la prostitución, la vida fácil, el libertinaje; el significado de estos animales es ancestral. Las serpientes (pecado original) y los escorpiones representan la traición. Y los monos representan una especie de fuerza inferior que predomina en el hombre, quien, en muchos casos, se deja llevar por esa fuerza inferior (animal) que no lo deja pensar. Son bestias horribles; están en un circo que es nuestra propia alma: “…en el infame circo de nuestros propios vicios,…”. Los animales están formando una especie de danza macabra en nuestra propia alma. La naturaleza aparece bestializada, es una evidencia del mal. Esta estrofa junto con las siguientes dos conforman una unidad de sentido, entre las tres se transmite una de las ideas principales del poema. Novena estrofa: Pero el yo lírico dice que “…¡hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!...” (encabalgamiento entre estrofas y gradación). Es un monstruo capaz de destruir todo: “Aunque no gesticule y ni gritos profiera, / haría con placer de la tierra una ruina / y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;…”. Se sostiene que, si fuera por este monstruo, la tierra sería una ruina. Y es peor que todos los otros vicios también por su naturaleza silenciosa, es el más peligroso y también el más engañoso, pues es la no manifestación, y por eso pasa desapercibido. Es un monstruo: no tiene forma de animal definido, no grita ni gesticula, es sutil en su ataque. Es grande, ya que “en medio de un bostezo se tragaría al mundo” (personificación e hipérbole). Es grande porque es demasiado común. La imagen del bostezo se asocia con el vicio que representa el monstruo. Décima estrofa: Primero caracteriza al vicio y luego lo nombra: “¡Es el TEDIO!”. Es más que el hastío. El tedio es la negación, la tendencia a la nada, la total evaporización del yo. Es una total indiferencia, una forma de egoísmo que lleva a la destrucción. Es una tendencia a dejar que todo pase sin preocuparnos demasiado, es una especie de conformismo existencial. Le da relevancia el hecho de que esté con mayúscula y entre signos de exclamación. Es un vicio más grande que cualquiera, un monstruo que podría destruir la tierra completa porque posee una capacidad de destrucción impensable. Si todos en el mundo fueran dominados por el tedio, el mundo sería destrucción. La idea transmitida es que el tedio es el peor de los vicios, el tedio es la tendencia a la nada, la ausencia de actividad, la falta de sentido de la vida. Es peligroso porque el hombre no es consciente de que existe. Luego se refiere al individuo que está sometido al monstruo. Llora involuntariamente porque no hay motivación para ello, por la dominación tediosa: “—Los ojos cargados de un llanto involuntario,…” (hipérbole). Sueña con el mal, pero ni siquiera lo comete: “…él sueña con patíbulos mientras fuma su pipa.”. No es capaz de actuar para cambiar su estado. La mención a los patíbulos alude a que el no sentido de la vida es lo mismo que la muerte. La pipa representa la droga que el hombre utiliza para salir del tedio, pero, en realidad, se hunde más en el pecado; representa el estado de semi-inconsciencia en que se encuentra el individuo. Está como pasivo. Muestra al individuo sumido en el tedio como aquel ser que no controla sus emociones, que espera inconscientemente la muerte porque no hace nada por la vida. Finalmente, en los últimos dos versos se vuelve al título, se menciona por fin al lector, el “tú lírico” a quien está dedicado el poema: “¡Tú conoces, lector, al monstruo delicado, …” (oxímoron). El destinatario evidentemente no es solo la persona que está leyendo el poema en el momento, sino todo ser humano; se acusa al hombre de pecar de tedio, ese pecado “delicado” pues parece inofensivo, entra en el individuo sin que este se dé cuenta. Se lo acusa también de hipocresía, lo que viene mencionando durante todo el poema, el hombre por un lado acusa los pecados de malos y, sin embargo, los comete: “…— hipócrita lector, —mi prójimo, —mi hermano!”. Pero el yo lírico se equipara al lector, diciéndole prójimo y hermano. Confiesa ser igualmente pecador e hipócrita, como todos los demás hombres, la única diferencia es que él lo reconoce. Es consciente del mal que acecha y que también está en él. De la visión moral del hombre que se desprende de este poema, se destaca: la presencia del mal es la que se complace y tortura el individuo; el papel fundamental que se le atribuye al demonio como jefe del mal; la vida interior vista como un descenso al infierno, al vicio; la presencia ineludible e invasora de la muerte; la constitución esencialmente pecadora del hombre; su instintiva y natural tendencia al caos; la animalidad como manifestación natural de lo demoníaco; el aburrimiento, la negación, la no participación, como pecado fundamental del espíritu. PECADOS CAPITALES: LUJURIA SOBERBIA IRA ENVIDIA AVARICIA PEREZA GULA
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