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Analisis de la obra, hijo del hombre, Resúmenes de Literatura

Hijo del hombre análisis completo de la obra

Tipo: Resúmenes

2023/2024

Subido el 09/05/2024

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¡Descarga Analisis de la obra, hijo del hombre y más Resúmenes en PDF de Literatura solo en Docsity! Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS INSTITUTO DE FORMACIÓN DOCENTE Profesionalización en lengua y literatura Castellano – Guaraní METODOLIGA DE LA INVESTIGACIÓN LINGÜÍSTICA Y LITERATURA II RESPONSABLE: Lic. Griselda Salcedo ESTUDIANTE – DOCENTE: María Isabel Riquelme AÑO: 2018 Villa Hayes – Paraguay Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre MONOGRAFIA DE LA OBRA LITERARIA La Babosa Autor: Gabriel Cassacia Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre SECUENCIA NARRATIVA Quebrada Mostrar la rebelión del hombre en la sociedad contra toso que aplasta y degrada. La dolorosa situación social que viven los habitantes de la región Itapé, en el Departamento del Guairá, en la República del Paraguay, en el contexto histórico de la Guerra de la Triple Alianza y la Guerra del Chaco. El tema del bilingüismo y la iglesia, despeja ante el lector las vivencias de una serie de personajes, que sufría amor anhelos la libertad y se muestran solidario durante la difícil y violento periodo de la historia paraguaya que se inicia con la independencia del país y que tiene su parte final en la Guerra del Chaco conflicto en el que Argentina, Paraguay y Brasil participaron entre 1933 y 1935 y a causas del cual toda la expresión de violencia Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre INTRODUCCIÓN Hijo de hombre con sus personajes, sus espacios y su relato nos presenta una agónica imagen de la historia y la sociedad del Paraguay de principios del siglo XX. Nos muestra un país destruido por las guerras con sus vecinos, acosado por el avance de la modernidad que promete grandes adelantos para algunos y más dolor, miseria y olvido para la mayoría. De alguna manera, la obra de Roa Bastos expone una imagen clara de la sociedad paraguaya: los pueblos que luchan por tener un lugar en la carrera del “progreso”; los intereses extranjeros que generan guerras donde mueren miles de inocentes; la explotación de los trabajadores en los yerbatales; las revueltas campesinas; los ideales y la lucha por la libertad; el contacto entre mestizos y aborígenes, entre el español y el guaraní. Este contacto entre las lenguas identifica a Paraguay, y lo diferencia del resto de Latinoamérica. El bilingüismo genera una forma distinta de sentir, de expresarse y, como ya afirmó alguna vez el mismo Roa Bastos, de escribir. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Género y corriente: Novela realista moderna. Estructura: Está dividida en nueve capítulos nominados Sinopsis: En Itapé, un pueblo de Paraguay, vive el viejo Macarlo consumido por los años y quien, sin embargo de su edad, posee una memoria prodigiosa y el don de contar historias. Datos del Autor: Nació en Asunción en 1917. Narrador y poeta, sin duda el escritor paraguayo más importante del siglo XX y uno de los grandes novelistas de la literatura hispanoamericana. Pasó su niñez en el pueblo de Iturbe, lugar que le sirvió de inspiración para muchas de sus creaciones. En 1932 se escapó de su casa para alistarse en el ejército durante la guerra del Chaco. Esos años, durante los que permaneció en la retaguardia, fueron cruciales al proporcionarle anécdotas y vivencias que alimentarían su literatura. En 1936 trabajó en Asunción como periodista para El País, del que fue luego director. Por entonces, con J. Pla, H. Campos Cervera y otros pocos, inició la que sería la renovación poética paraguaya de la década de 1940. En 1944 viajó a Gran Bretaña, con una invitación del Consejo Británico, y trabajó allí como corresponsal para su periódico y también en la BBC de Londres, donde fue el primer locutor paraguayo. Poco después de regresar al país, fue forzado al exilio tras la Revolución de 1947, cuando se ordenó su arresto, hecho que lo obligaría a vivir en el exterior por más de cuarenta años, de los cuales los primeros treinta transcurrieron en Buenos Aires. Durante este largo período trabajó entre otras cosas como guionista cinematográfico, una profesión que calificaría como "de supervivencia" pero que sin embargo influyó en su "estilo descriptivo", tras haber estructurado los argumentos de una docena de películas. En 1953 publicó su colección de cuentos El trueno entre las hojas, libro al que le siguió, en 1960, la novela Hijo de hombre, por la que recibió el unánime reconocimiento de la crítica. De modo fragmentario, esta obra abarca cien años de historia paraguaya, y en ella hay que destacar el rigor técnico con que el autor traza su complejo relato y la fuerza expresiva de una prosa mestiza (mezcla de español y guaraní) que transcribe el habla regional. Tema de la obra: “Una novela de milagros verbales donde la imaginación conquista la belleza de lo prodigioso y de lo terrible” Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Los pueblos de la ficción: Itapé, Sapukai, Tacurú Pucú, son pueblos oprimidos por el yugo de una dictadura casi permanente y la historia bíblica es una historia de la liberación del hombre que puede ser abordada desde diferentes enfoques; pero también en las creencias indígenas existen rituales que buscan, en un plano netamente espiritual, la refundación del mundo y el renacimiento del hombre como formas de liberación de las opresiones terrenales en el acercamiento a lo divino. Algo de esta historia debe haber intentado capturar el autor, pero cabe preguntarse si fueron tomadas del Antiguo o del Nuevo Testamento, y, además, qué ritos paganos fueron tomados o pueden colegirse, ya que esto tiene importancia en la construcción de un significado mítico-simbólico. Dado que los cuestionamientos frente al texto son infinitos, y que desarrollarlos en toda su extensión excedería los límites propuestos por el trabajo, el objetivo fundamental de este capítulo será, a partir del análisis de las intertextualidades reiteradamente mencionadas, demostrar que el estigma de la cruz está presente en el texto, también desde esta dimensión hermenéutica. Puesto que hablábamos de confusión e incertidumbre, y teniendo en cuenta que todo aparente desorden esconde un orden, intentaré determinar analogías y correspondencias que ayuden a recuperar la armonía oculta tras la mezcla, para, una vez reconstruida establecer la función que dicha intertextualidad cumple en la construcción de un sentido simbólico en la novela, desde lo mítico Valores y Antivalores Valores Antivalores Perseverancia Solidaridad Amor Esperanza Unidad Rencor Angustia Rebeldía Tristeza Traición Codicia Irresperto Violencia Difamación Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Esquemas de contenido Capítulo 1. - Hijo de Hombre. En este capítulo el autor describe detalladamente la antigua villa de Itapé y el actual pueblo, en el momento en que se sitúa la novela. Describe su paisaje, tanto de la campiña como el de sus casas de una manera tan real. Nos cuenta cómo sus habitantes empezaron a despertar con la construcción de la nueva estación y el tendido de las vías del ferrocarril y cómo murieron en dicho tendido. Dice de los pobladores que eran personas miedosas, harapientas y de rostros cobrizos y ajetreados por el sol. Ubica la estación nueva y su entorno y nos comenta de la nueva iglesia que fue construida sobre los escombros de la antigua y de cómo se sacó el campanario para dar lugar a un palco y tarimas para las funciones patronales en homenaje al día de Santa Clara, su patrona. Es notable la descripción tan precisa que hace con respecto del rancho de Cristo que está ubicado a media legua del pueblo en la cima del cerro de Itapé y cómo influyó en cada uno de sus habitantes la celebración del Viernes Santo, que tenía su propia liturgia que no era muy antigua, pero que había nacido de ciertos hechos que conformaban su propia leyenda. El Cristo estaba siempre clavado en la cruz negra en la cima del cerro, bajo un círculo de espartillo terrado semejante a un toldo de indios, para resguardarlo del mal tiempo. La ceremonia del Viernes Santo era muy particular: no representaban las estaciones de la crucifixión, luego del Sermón de las Siete Palabras, venía el Descendimiento. Lo desprendían al Cristo de la cruz casi a estirones, con las manos crispadas y trémulas, con una especie de rencorosa impaciencia. El gentío descendía del cerro con el Cristo a cuestas entonando roncamente cánticos y plegarias. Llegaban hasta la iglesia pero el Cristo no entraba nunca en ella, solamente llegaba hasta el atrio, quedaba un momento mientras el gentío entonaba cantos que al rato se convertían en gritos hostiles y desafiantes. Luego se retiraban y lo llevaban de vuelta al Cristo al cerro en medio de antorchas y faroles encendidos con velas de cebo, dando un aspecto patético a la procesión. Era un rito áspero, rebelde, primitivo, fermentado en un reniego de insurgencia masiva, como si el ánimo del gentío se encrespara al olor de la sangre del sacrificio y estallara en un clamor que no se sabía a ciencia cierta si era de angustia o de esperanza o de resentimiento. Esto les valió a los itapeños el tilde de fanáticos y herejes. La gente de ese tiempo seguía yendo al cerro año tras año a desclavar al Cristo para pasearlo por el pueblo como a una víctima a quien debían vengar y no como a un Dios que había muerto por Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre los hombres. Creían que si era Dios no podía morir y que si era hombre se había desangrado inútilmente sobre sus cabezas sin redimirlos, porque las cosas sólo cambiaron para peor. El origen del Cristo del cerro había despertado en ellos una extraña creencia: él era harapiento como ellos y también era burlado, escarnecido y muerto como ellos desde que el mundo era mundo. Ellos tenían una fe insurrecta e invertida. Posiblemente a quien querían desagraviar o justificar era a una persona enferma de lepra que se internó en el monte para nunca más regresar al pueblo, llamado Gaspar Mora, cuya verdadera historia la conocía Macario, un pobre viejo esquelético y bajito, hijo de uno de los esclavos del Dr. Francia, de quien los chicos del pueblo se burlaban viéndolo pasar y llamándolo pitogüé, bicho feo karaí tuyá colí y cosas por el estilo, pero este pobre hombre no se inmutaba. No todos los chicos se burlaban de él, otros lo seguían para escuchar sus relatos y sucesos. Sus relatos eran maravillosos y vivenciales. Lo tenían como la memoria viviente del pueblo, conste que decían que no había nacido allí y que era hijo de afuera del mismísimo Dr. Francia, registrado en el libro del Crisma con ese mismo apellido. Macario había nacido algunos años después de establecerse la Dictadura Perpetua. El papá de Macario se llamaba Pilar Francia, un esclavo liberado por el Dictador, y que hacía de ayudante de cámara del mismo. Macario siempre hablaba en guaraní y decía que el hombre era como un río, que tenía barrancos y costas, que nacía y desembocaba en otro río y además que el río malo era aquel que desembocaba en un pantano. Macario contaba que su taitá probaba la comida del Karaí Guazú o el Supremo, refiriéndose al Dr. Francia, para ver si estaba envenenada. Este le apreciaba muchísimo a Pilar pero aún así lo trataba con mucha dureza. El día en que Karaí Guazú enfermó, él mismo acompañó a su padre hasta Itapúa y Candelaria para traer remedios de un médico francés prisionero en Santa Ana. Cuando el Karaí Guazú se curó el taita se puso muy alegre, pero su alegría duró poco, pues esa tarde al llegar Macario terminó para él su alegría. Contaba sobre lo sucedido esa tarde con tristeza y amargura. Cuando el Karaí Guazú se repuso de su enfermedad y acabando de salir a dar su primer paseo, Macario no pudo contener el impulso de tomar la moneda que estaba sobre la mesa. Al agarrarla sintió un fuerte calor y olor a carne quemada, tiró la moneda y se escondió. Cuando volvió el Supremo le pidió que le mostrara la palma de la mano. Cuando la miró le mandó a su padre que le diera cincuenta palos y él lo hizo con mucho dolor. Al terminar, por la rabia, pateó al perro predilecto. Cuando el Supremo lo vio mandó que le dieran cien palos con la misma vara con que había pegado a Macario. El viejo quedó como loco y un buen día insultó a un guardia y el Karaí lo mando Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre hospedó en una pieza en la casa de Ña Solé Chamorro. No hablaba con nadie, ni siquiera con la vieja gorda chismosa. Todo el tiempo se pasaba encerrado y salía solamente para ir al almacén de don Matías, a tomar caña, pero siempre en silencio. Cuando se le terminó la plata dejó de ir al almacén, dormía bajo los árboles o en el corredor de la iglesia cuyo párroco, el paí Benítez, lo protegió ahí gracias a que compuso una marcha, "la del reloj cangrejo", en contra de las damas de la comisión parroquial. Cada vez enflaquecía más, sus ropas se volvieron harapos y las botas las cambió por alpargatas, le crecieron la barba y el rubio pelo. Algo se supo del forastero. Entre comentarios de Ña Solé, don Matías, Anastasio Galván, Altamirano y el jefe político, sacaron en limpio que era un inmigrante ruso cuyo nombre era Alexis Dubrosky. Empezaron a citar los ajusticiamientos de los últimos zares en Rusia y a recordar aquel nefasto día del primero de marzo de 1912, plena revolución de los leales contra las ligas agrarias, de cómo el comando de Paraguarí mandó una locomotora cargada de dinamita al encuentro del tren rebelde. La masacre y persecución de los sobrevivientes insurrectos y sus parientes. El forastero desapareció por un tiempo, luego llegó la noticia de que estaba construyendo su rancho en el monte entre Costa Dulce y la olería. Un día sucedió algo que haría que la gente de Sapucai lo viera al ruso con otros ojos. Mientras el gringo pasaba frente al cementerio, vio que María Regalada se torcía de dolor entre las cruces, corrió, la cargó y la depositó sobre la mesa en la casa del sepulturero Taní Cáceres, calentó agua, afiló un cuchillo y le abrió el vientre a la muchacha ente la mirada atónita del hombre. Salvó a la chica y el sepulturero se dedicó a propalar la noticia por todo el pueblo. Muy pronto el doctor empezó a sanar a los pueblerinos. Fue así que un paciente, un tropero, le regaló al perro como pago a su cura. Desde las compañías más distantes venían a que el doctor les cure y hasta las damas de la comisión parroquial se hacían atender por él, dejando atrás sus anteriores comentarios. Después de que curara a María Regalada, ésta siempre le llevaba una olla de locro para él y su perro. Cuando el sepulturero murió, el doctor no le pudo salvar del vómito negro, María Regalada ocupó el lugar del padre. Una tarde, al pasar frente al rancho del doctor, María Regalada oyó un ruido como el de un cuerpo que cae, fue a espiar y vio al doctor arrodillado, recogiendo monedas de oro del piso, a sus pies estaba la imagen de San Ignacio. Nadie supo de esto, pero desde entonces el doctor no abrió más su puerta a los pueblerinos. Luego empezó a atender a la gente en un pequeño cuarto Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre del fondo. No aceptaba las monedas por paga de sus pacientes, pero sí les exigía que le pagaran con tallas, las más antiguas que tuviesen en la familia. Todos en el pueblo pensaban que el doctor se había vuelto místico, hasta parecido con San Roque le encontraban. Comenzó a ir de nuevo al boliche, bebía hasta salir del mismo dando tumbos. Empezó a atender sólo a quien le llevaba una imagen y se decepcionaba si la talla no tenía el peso suficiente. Anduvo así borracho por unos meses y luego desapareció. Un día María Regalada llegó al rancho, entró y encontró a todos los santos degollados, menos al San Ignacio. No quiso tocarlos y tampoco entendía qué pasó con ellos y quizás nunca lo sepa. Siempre se pasaba limpiando el rancho, acariciando al perro y atendiendo su cementerio. Capítulo 3. - Estaciones. Toda la mañana quise meter mis ásperos pies en mi primer par de zapatos. Me lavé tres veces, me puse cenizas y no había caso. Luego vino Rufina, me llenó los pies de almidón y ellos entraron suavemente en el reluciente par de zapatos. Después de mediodía fuimos mis hermanos, mis padres y hasta Rufina, llevando el canasto de comidas, hasta la estación. Yo debía ir a estudiar a la capital. Mi madre se preocupaba por mi decisión de seguir la carrera militar y mi padre la calmaba diciéndole que ser militar era el futuro. Me atraía enormemente el uniforme azul y oro reluciente. Debía ir a la capital, desconocida por mí, a terminar la escuela para poder seguir la carrera. En el andén nos esperaba Damiana Dávalos con su hijo. Las chipera paseaban por los andenes esperando el tren para ofrecer su mercadería. Entre ellas estaba la ida María Rosa con su hija a cuestas y un gran canasto vacío. Los mellizos Goiburú miraban mis zapatos disimuladamente y burlándose como siempre de mí. Yo me hacía el desentendido pero a la vez sentía tener que ir del pueblo a buscar nuevos horizontes, prefería quedarme con ellos a compartir, me sentía un desertor. En eso veo a la Lágrima González del brazo de Esperancita Goiburú, hermana de los mellizos. Calmo mi tristeza, me doy vuelta y en mente recuerdo las hermosas facciones de Lágrima. En eso llega el tren a la estación. Corrimos hacia los coches de segunda clase y mi madre le recomienda a Damiana que me cuide. Mi padre me sube al tren y yo me despido de mis hermanas Edelmira y Coca y a la vez busco con la mirada a Lágrima y Esperancita. Las muy mal educadas se reían. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre El tren arranca y vamos dejando cada vez más lejos a la estación y la gente, hasta desaparecer. Miro pasar por mi ventana postes de telégrafo, las casas, las últimas calles del pueblo. Cuando me levanté veo de cerca el cerro y al Cristo leproso mirándonos pasar. Lo último que vi fue la cruz de Macario Francia a los pies del cerro. "El hombre, mis hijos, tiene dos nacimientos … uno al nacer y el otro al morir". Al desaparecer el pueblo, el cerro, me fijé en el pasajero de enfrente, era rubio, delgado, con ropas y botas gastadas, me pareció que al pasar frente al Cristo se santiguó. Al costado otros hombres narraban la historia del Cristo pero la contaban de forma distinta como si no la supieran y siguieron haciendo comentarios sobre la pasada revolución, sobre el daño que les ocasionó y de cómo se zafaron de ella algunos, para no tomar partido. Llegamos a Borja, los cuatro hombres merendaron y a mí se me hacía agua la boca. Damiana olvidó nuestra canasta de avío. No quise molestarla pues quería que sepa que era yo el que la cuidaría a ella y no ella a mí. El gringo dormía y a veces se despertaba y nos miraba con una mirada que yo no entendía. El hijo enfermo de Damiana chilló y ella lo amamantó. Entonces una vieja sentada a su lado le preguntó si qué tenía su niño, a lo que ella dijo que no sabía y que lo llevaba a un médico en Asunción. La vieja le recomendó que hiciera y le diera al niño tales o cuales cosas y yuyos a lo que Damiana contestó que ya lo había hecho y le comentó a la vieja que no sólo por el chico va a Asunción sino que para visitar a su marido que fue preso por los cívicos. Pasaban una estación tras otra, todas iguales. En una de ellas subió una pareja muy joven. Parecían muy enamorados, como recién casados. Con el sueño, el calor y el polvo nos apretábamos en nuestros asientos. El gringo extendía la mano y acariciaba al niño de Damiana y éste dejó de chillar e incomodarse. Estábamos llegando a Sapucai. Allí están los restos de la revolución gritó uno de ellos y eso me hizo despertar y en eso sentí los alaridos de Damiana: "alguien me quiso robar mi niño". Llega el gringo con el niño en sus brazos, los hombres se abalanzan sobre él y lo tiran del tren y luego le arrojan sus pertenencias y allí el gringo de rodillas y ensangrentado sobre el andén. Me gustaba la idea de quedarnos a pernoctar en Sapucai. Hacía calor y los de segunda nos acurrucamos sobre unos bultos para dormir. Sin darme cuenta me encontré mamando del seno de Damiana. Ella no me sentía y chupé hasta terminar. Me acordé de la Lágrima González y luego me quedé dormido. Nos despertó la pitada del tren, yo perdí un lado del zapato, pero lo mismo subí al tren. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Todo se torna un caos, salen los capangas a buscarlos en distintas direcciones acompañados de flacos perros. Mientras los fugitivos pasan las de caín tratando de huir de allí, con miedo que a veces los hacía quedar paralizados. Después de dos días y una noche de caminar, bajo penurias, llegan a orillas del Monday. Al amanecer encuentran a un carretero que los lleva a Itacurubí, según entendió Nati. Luego de cuatro días de andar llegaron al valle de Sapucai. Capítulo 5. - Hogar. Luego de tanto traqueteo en el camino de tierra llegamos cerca del leprosario. Allí lo saludaban "adiós Kiritó", pero Cristóbal Jara sólo levantaba la mano en señal de saludo. Le pregunto quiénes son y él no me responde. Al pasar el cementerio ve a María Regalada, a quien saluda. Al fin el camión para ante un rancho en medio de una limpiada de cocoteros. El hombre hablaba poco, traté de sacarle alguna cosa ya que yo sabía muy poco de él. No se pudo avanzar más pues lo impedía el caañabé. Seguimos caminando con el guía y ya me sentía desorientado. Yo conocía un poco de la historia del famoso vagón de los rebeldes. Llegamos a la picada. Yo me detuve un momento tratando de orientarme. Pregunté al guía dónde estaba la estación vieja y me lo indicó. En ese momento recordé el episodio con la Damiana Dávalos. Nadie olvidó lo que pasó el 12, cuando el levantamiento de las ligas agrarias trajo consigo la destrucción de Sapucai. A los dos años de volver de los yerbales Casiano y Nati tomaron ese vagón como casa y allí siguió Cristóbal Jara. Divisé el nombre de Casiano Amoité, 1ª Compañía, Batalla de Asunción, escrita sobre la madera con la punta de un cuchillo. Este fue un combatiente que murió pensando en una gran batalla que jamás se libraría. De pronto Cristóbal me dice que "ellos" me esperan. Era una cincuentena de hombres que esperaban en semicírculo entre los yuyos. Se presenta como Silvestre Aquino y me presenta a sus compañeros. Le pidieron a Cristóbal que me llevara hasta ahí para que yo los ayude. Sabían todo sobre mí, que era militar, que me sublevé y que me destinaron a Sapucai. Querían que yo sea la cabeza de ese grupo de hombres. Yo les contesté que estaba vigilado por la policía, pero me dijeron que yo podía ir por allí de tanto en tanto y que Cristóbal me llevaría. Eso no levantaría sospechas. Les dije que lo pensaría y sabía que tarde o temprano lo aceptaría. Me volví a la pensión con Cristóbal. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Capítulo 6 - Fiesta. El pequeño abría el pesado portón del cementerio. Desde su rancho, su madre le hace una seña y el chico simulando trabajar se dirige a un lugar bien apartado del campo santo y le ofrece comida a un hombre que se hallaba tirado entre las cruces, era Kiritó. Éste le increpa al niño por llevarle comida pues le podían seguir hasta allí y comprometerla más a la madre. Averiguó sobre algunos prisioneros rebeldes del pueblo. El chico le cuenta que quemaron su casa, el vagón, que no lo buscan más por el pueblo pero sí en el monte. Le comenta también que la Municipalidad organizaba un baile. Kiritó le pide al chico que su madre le mande ropa para ir al baile de los soldados y éste se asusta. En la comisaría lo tienen al Teniente Vera prisionero, preguntándole sobre el levantamiento, éste dice no saber nada al respecto. Ellos se enteraron de la montonera una noche en que el Teniente Vera estaba borracho y contó. La persecución seguía. Tres días atrás habían capturado al último grupo de rebeldes. En ese entonces no habían ni colorados ni liberales, sólo los paquetes y los descalzos. Metieron a los prisioneros en el vagón todos apretujados y seguían buscando a Kiritó. María Regalada buscó en el rancho del doctor ropas que le pudieran servir a Kiritó para ir a la fiesta. La fiesta había empezado y todos estaban muy contentos, menos el Capitán Mareco, el homenajeado El patrón de Kiritó, dueño de la olería descubre a éste y a la sepulturera bailando en el patio y corre a contarle al Capitán Mareco. Era después de la medianoche. Cuando el Capitán se entera va rápidamente al patio y ve a los leprosos bailando ridículamente una polca. La gente se dispersa pues no quiere contacto con ellos. Luego el grupo se retira del baile lentamente y en medio de ellos lo hacen Cristóbal y María Regalada. Capítulo 7. - Destinados. Corre el año 1932, para ser precisos, el 1º de enero. Plano año nuevo en la prisión militar de Peña Hermosa. El mes anterior llegó Facundo Medina, dirigente universitario a quien lo llaman el Zurdo por sus ideas comunistas. Los presos civiles eran seis. Yo, sentado en un rincón observo todo, dejé la caña después de lo ocurrido en Sapucai. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre 6 de enero. Encuentro en mis alpargatas un extraño regalo de reyes: una culebra muerta. También revisaron mi paquete de libros que había recibido un mas atrás y que aún no abrí. Hacen esto para humillarme. El Zurdo me había dicho el día anterior que no sea un milico encallado, siempre hay en uno mismo algo viejo que muere y algo nuevo que nace. Le dicen al Zurdo que en vano se acerca a mí, puesto que yo no iba a colaborar con su revolución. 10 de enero. Día domingo. Hoy desempaqué los libros que me había mandado mi familia, algunos diarios atrasados de Asunción haciendo alusión al ametrallamiento de unos estudiantes. Hablaban de que unos estudiantes pretendieron asesinar al presidente y sus ministros y que la guardia del Palacio se vio forzada a disparar. Puse el diario sobre el catre del Zurdo. 17 de enero. Llovió toda la tarde y no pudimos salir de la cuadra. Tirado en mi catre intento leer las cínicas y desgarradoras confesiones de Fidel Maíz, hombre sometido a la voluntad del Mariscal López. López y Maíz son tal para cual, uno llevó a su pueblo al suicidio colectivo con el consentimiento mudo de Maíz. Me parece escuchar su voz allá en Sapucai, cuando no permitió entrar al tempo a Gaspar Mora. 18 de enero. Un día como cualquiera. Dos hombres, Miño y Noguera, se tomaron a trompadas durante el desayuno y fueron al calabozo por diez días. 21 de enero. La figura de Fidel Maíz se me presenta a cada rato. 22 de enero. No me sale de la cabeza la imagen de Fidel Maíz. Trato de recordar una frase de San Agustín que mi padre siempre repetía pero no me acuerdo. Un fiscal expone los fundamentos de la justicia humana. Decía que alguien debería escribir la historia de gente como Fidel Maíz, porque llegaría un día en que otros fiscales se arrogarían el derecho de juzgar y condenar a este pueblo como si estuviera compuesto enteramente por cretinos y bastardos. 3 de febrero. Llegó la lancha de correo, yo no escribo ni recibo cartas. Le compré una liña de pescar y un anzuelo al lanchero y escuché que comentaba de nuevos disturbios en Asunción. 5 de febrero. Pesqué un carimbatá. Algunos comieron el pescado asado. De vez en cuando me ataca mi viejo paludismo. 7 de febrero. Alguien llevó y usó en el baño la hoja de un diario recién llegado. Puede leerse alguna parte sobre la aparición de una mujer que dice llamarse la Profetisa de Cerro Verde, en Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre 10 de setiembre. El comando nos ordena rodear al enemigo. El enemigo recibe hielo lanzado en paracaídas. El ejército boliviano cuida a los suyos. Uno de estos hielos cayó cerca de nosotros y nos dimos un festín. 11 de setiembre. Hace un calor sofocante. La sed (la muerte blanca) trajina entre nosotros. Al anochecer Pesebre se apareció en la línea, nos anduvo buscando hasta que nos encontró. 12 de setiembre. Las deserciones y el cuatreraje de agua disminuyeron, nuestras líneas se han estabilizado. La disciplina se restablece poco a poco. Los desertores, cuatreros y auto heridos son fusilados sumariamente. 13 de setiembre. En el patrullaje de reconocimiento la vía de acceso más importante al reducto, Yujra, ha sido interceptada pero los bolivianos cuidaban muy bien la parte de atrás de Boquerón. 14 de setiembre. El comandante del batallón muere junto a mí y yo ocupo su lugar. 15 de setiembre. Los aviones bolivianos lanzan medicamentos y víveres a sus soldados, pero caen en nuestras líneas. 16 de setiembre. El comando ordena atacar por la espalda. A mi batallón le toca atacar por la izquierda. 17 de setiembre. La batalla de Boquerón ni siguiera parece que fuera a terminar. 18 de setiembre. Al amanecer interceptamos un destacamento enemigo. Tuvimos cinco bajas, el enemigo se retiró y esto nos dio tiempo para reorganizarnos. 19 de setiembre. No regresaron las patrullas. Nueva reunión de oficiales. Después de la reunión organizamos la defensa del cañadón en dos frentes, en los extremos hemos armado exclusas para atrapar prisioneros. 20 de setiembre. Me han construido un refugio al pie de un samuhú. Desde allí disfruto de una visión de conjunto del polvoriento anfiteatro. Siguen los bombardeos hacia el norte. 21 de setiembre. El enemigo ha vuelto a atacar, dejándonos unos pocos muertos y un buen puñado de prisioneros. 22 de setiembre. El sol nos mata, no hay sombra ni agua, algunos mastican la tuna para sorber su jugo. Nos acecha el hambre. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre 23 de setiembre. Se olvidaron de nosotros hasta los mismos enemigos. Ya no habrá otra patrulla, hemos perdido toda esperanza de que llegue un camión aguador. 25 de setiembre. Nuestras armas y cosas se hallan esparcidas en todas partes. Me zumban los oídos, se me hincha la lengua. Me comienzan las alucinaciones. 26 de setiembre. Ya debe haber poca diferencia entre vivos y muertos. Al principio enterramos los cadáveres, ahora se encuentran todos esparcidos por ahí. Hoy amanecieron tres más. Las moscas aparecen a montones. 27 de setiembre. Soy aún el jefe del destacamento, debo velar hasta el fin por la suerte de mis hombres. Cada vez me resulta más pesado escribir. 28 de setiembre. Esta muerte blanca es una ramera blanca insaciable. No hay castidad que valga contra ella. Tuve que matar a Pesebre por pedido suyo para no sufrir, estaba agonizando. 29 de setiembre. ¡Qué difícil es morir! Esta es la agonía del infierno, no aguanto más. De repente escucho el ruido de un camión cada vez más próximo. El camión apareció en la boca de la picada. La muerte está tentándome una vez más. Capítulo 8. - Misión. En el pequeño despacho del jefe había un ruido infernal. ¿Por qué no vino pronto? preguntó el jefe al caminero Aquino que acababa de llegar. El jefe le explica que necesita un solo camión de agua con urgencia y un chofer experimentado para mandar al frente. El hombre le recomienda a Cristóbal jara, compueblano suyo, que no le iba a decepcionar. Los camiones estaban alineados cargando agua en sus tanques, eran como diez al borde de la laguna. Al final de la hilera había un Ford pequeño y maltrecho. En la patente se leía Sapucai - 1931. Un hombre delgado estaba cargando. Se acercó el sargento y le dijo: Cabo Jara, preséntese al comandante. El hombre bajó y se fue a la comandancia. El jefe marcaba con un lápiz rojo la zona del cañadón, indicándole al Cabo Jara a dónde debería ir. ¿Se anima a ir? le preguntó el jefe a Jara y éste respondió que sí. La enfermera Salu'í se ofrecía a acompañar a Jara y él la rechazó. Se llamaba María Encarnación. Antes de ir a la guerra era muy frecuentada en su humilde choza de pueblo por los hombres, ellos la bautizaron Salu'í. El se iba y la dejaba sola. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre El convoy de aguateros se puso en marcha, Silvestre Aquino iba a la cabeza, costeando la laguna, buscando la boca de entrada del Camino Viejo. La picada se cerró sobre ellos y la marcha se hizo más lenta y fatigosa. Acompañaban a Jara Gamarra, Rivas y Argüello, todos compueblanos suyos. A medida que avanzaban la tierra se tornaba más seca. Al entrar en un cañadón liso y ancho como un lago Aquino paró el camión. Hacia él avanzaba una figura pequeña con los brazos en alto, era Salu'í. Pidió permiso a Aquino para subir y continuaron la marcha. A la media mañana los camiones llegaron a otro cañadón, faltaba el camión de Jara. En eso aparecieron los aviones enemigos que dispararon. Un camión cayó y el de enfermería quedó estancado en la arena con una bomba sin estalla abajo. Salu'í salió corriendo, recogió todo lo que podía y trajo al camión de Aquino el hospital. Éste la increpó duramente. Cada tanto los aviones venían y volaban bajo, de manera que los camiones aguateros no podían avanzar. Al atardecer los camiones esperaban la orden de partida. Jara va llegando en el momento en que querían sacar la bomba de abajo del camión sanitario pero este explotó. Ahí quedaron dos de su valle: Aquino y Argüello. Salu'í subió con Jara y emprendieron el viaje. Por el camino se toparon con un camión lleno de heridos y tuvieron que recular para darles paso. Otazú y Rivas deciden desertar. Cristóbal y los demás llegaron a Isla Samuhú Los combatientes atropellaban para tomar agua, entonces Jara explica al jefe que no era agua para las líneas sino para una misión especial. Dio un poco de agua a los hombres y siguieron la marcha, acompañados por el soldado Mongelós que les mostraba la ruta. Por el camino fueron atacados por una veintena de soldados sedientos y hambrientos. El pequeño camión quedó con las cubiertas destrozadas después del ataque. Rellenaron las cubiertas con espartillos y metieron el camión en el monte pues había caído la noche. Cristóbal y Salu'í hablaron mucho esa noche. Al día siguiente emprendieron viaje muy lentamente. Mongelós reconocía el terreno. El camión tuvo que parar porque el espartillo se quemaba. Todo era silencio por allí. Pensaban que cayó Boquerón. En eso pasó un avión en vuelo rasante y no se percata de la presencia del camión. Jara lo pone en marcha y continúan. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Un día escapé a ver a doña Brígida pero ella no estaba, me comentaron que ella partió sola al Cerrito. Salí a buscarla y no vi a nadie en el camino, llegué al Cristo sin mirarlo y divisé el rosario de plata de doña Brígida, lo alcé y besé y allí sentí el gusto a sangre. Al alzar la vista al Cristo crucificado vi que Melitón Isasi ocupaba su lugar, atado a la cruz con su uniforme militar y sus botas y a medio degollar. El Cristo leproso estaba tirado a sus pies, consumiéndose en las llamas y ahí yo me desmayé. Capítulo 10. - Ex combatientes. Llegó el sargento Crisanto Villalba, nadie lo vio pero yo sí, se quedó parado mirando alejarse el tren y contempló las casas del pueblo. Alguien gritó su nombre pero él no hizo caso y se alejó, pero otros ex combatientes le rodearon y empezaron a llamarlo Jocó. Me hicieron llamar y acudí saludándole a Crisanto. Le preguntaron si se acordaba del Teniente Vera y dijo que no, en realidad Crisanto me conocía poco, pues había salido de Itapé siendo un muchachito. Ahora soy alcalde de ella. Empezaron a contarle uno a uno sus llegadas hasta la de los hermanos Goiburú, que pronto tuvieron que volver a Asunción, presos por matar a Melitón Isasi. Le presentaron a su hijo Cuchuí y él le vio como si lo viera por primera vez. Empezaron las hurras y fuimos a la taberna, yo invitaba la vuelta. Lo llevamos al boliche para ayudarlo a olvidar por anticipado lo que acaso ignoraba todavía. Las mujeres del pueblo empezaron a cuchichear todas juntas sobre si Crisanto sabía o no lo de Juana Rosa. Al regreso del Chaco los mellizos Goiburú ajusticiaron a Melitón Isasi para vengar a su hermana y saldar la vieja deuda de descreimiento y encono que tenían con el Cristo. El cura vino a lavar y bendecir el lugar del crimen y mandó arreglar y colgar de nuevo al Cristo leproso. El mismo pidió voluntarios para establecer una guardia permanente en el Calvario. La única que se animó a estar allí fue María Rosa. Melitón estaba muerto y Felicita Goiburú también y nadie sabía el lugar de su sepultura. Sus hermanos pasaron de ser héroes de la guerra a estar presos en Asunción. Villalba mostraba sus cruces de condecoración a sus amigos, impuestas a él por el mismo ministro. Les confesó que no quería volver. Se despidió de sus amigos a quienes agradeció el Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre gesto y se marchó para su rancho seguido de Cuchuí. Cuando llegó cerca de su casa tiró a Cuchuí al piso, extrajo una granada de su bolso y la tiró contra su casa gritando “Compañía Villalba . salto adelante, carrera maaar”. El rancho voló en mil pedazos. Una a una fue lanzando las doce granadas de mano que había traído a un enemigo imaginario. Cuchuí no entendía lo que su padre hacía. Cuando llegué al galope ya Crisanto estaba más tranquilo, Cuchuí lo miraba callado. Quise que Crisanto vuelva al pueblo conmigo pero no quiso. Lo dejé allá solo con su locura. Le escribí a la doctora Monzón comentándole el caso. Me contestó que mi deber era mandarlo a Asunción para tratarlo, ella me promete encargarse de todo, ya que las instituciones oficiales no se ocupan de los ex combatientes. Yo le creo. Con Crisanto no tendré problemas pues le diré que debe ir a Asunción pues otra hermosa guerra había empezado. A Cuchuí lo llevaré a vivir conmigo. No pienso en ellos solamente sino en otros como ellos que viven degradados hasta el límite de su condición. Alguna salida debe haber en este monstruoso contrasentido del hombre crucificado por el hombre. Porque sino podríamos pensar que la raza humana está condenada para siempre y que no hay salvación para ella (de una carta de Rosa Monzón). “Así concluye el manuscrito de Miguel Vera, un montón de hojas arrugadas y desiguales, con el membrete de la Alcaldía, escritas al reverso y acumuladas en una bolsa de cuero. Las escribió antes de recibir un balazo en la espina dorsal que lo dejara postrado en la cama. Dicen que se le disparó el revólver al limpiarlo, otros que fue Cuchuí, accidentalmente. No se sabe. Fui a buscar al herido y lo encontré ya inmóvil y agonizante. Transcribí sus manuscritos sin cambiar palabra, sin alterar una coma. Sólo omití unos fragmentos dirigidos a mí, que no interesan a nadie. Después de los años decidí publicar sus escritos, ahora que estamos ante una nueva guerra civil entre opresores y oprimidos. ¡Ojalá sirva a alguien! Argumento El autor describe detalladamente la antigua villa de Itapé y el actual pueblo, en el momento en que se sitúa la novela. Describe su paisaje, tanto de la campiña como el de sus casas de una manera tan real. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre Nos cuenta cómo sus habitantes empezaron a despertar con la construcción de la nueva estación y el tendido de las vías del ferrocarril y cómo murieron en dicho tendido. Dice de los pobladores que eran personas miedosas, harapientas Ubica la estación nueva y su entorno y nos comenta de la nueva iglesia que fue construida sobre los escombros de la antigua y de cómo se sacó el campanario para dar lugar a un palco y tarimas para las funciones patronales en homenaje al día de Santa Clara, su patrona. Es notable la descripción tan precisa que hace con respecto del rancho de Cristo que está ubicado a media legua del pueblo en la cima del cerro de Itapé y cómo influyó en cada uno de sus habitantes la celebración del Viernes Santo, que tenía su propia liturgia que no era muy antigua, pero que había nacido de ciertos hechos que conformaban su propia leyenda. El Cristo estaba siempre clavado en la cruz negra en la cima del cerro, bajo un círculo de espartillo terrado semejante a un toldo de indios, para resguardarlo del mal tiempo. La ceremonia del Viernes Santo era muy particular: no representaban las estaciones de la crucifixión, luego del Sermón de las Siete Palabras, venía el Descendimiento. Lo desprendían al Cristo de la cruz casi a estirones, con las manos crispadas y trémulas, con una especie de rencorosa impaciencia. El gentío descendía del cerro con el Cristo a cuestas entonando roncamente cánticos y plegarias. Llegaban hasta la iglesia pero el Cristo no entraba nunca en ella, solamente llegaba hasta el atrio, quedaba un momento mientras el gentío entonaba cantos que al rato se convertían en gritos hostiles y desafiantes. Luego se retiraban y lo llevaban de vuelta al Cristo al cerro en medio de antorchas y faroles encendidos con velas de cebo, dando un aspecto patético a la procesión. Era un rito áspero, rebelde, primitivo, fermentado en un reniego de insurgencia masiva, como si el ánimo del gentío se encrespara al olor de la sangre del sacrificio y estallara en un clamor que no se sabía a ciencia cierta si era de angustia o de esperanza o de resentimiento. Esto les valió a los itapeños el nombre de fanáticos y herejes. La gente de ese tiempo seguía yendo al cerro año tras año a desclavar al Cristo para pasearlo por el pueblo como a una víctima a quien debían vengar y no como a un Dios que había muerto por los hombres. Creían que si era Dios no podía morir y que si era hombre se había desangrado inútilmente sobre sus cabezas sin redimirlos, porque las cosas sólo cambiaron para peor. El origen del Cristo del cerro había despertado en ellos una extraña creencia: él era harapiento como ellos y también era burlado, escarnecido y muerto como ellos desde que el mundo era mundo. Ellos tenían una fe insurrecta e invertida. Posiblemente a quien querían desagraviar o justificar era a una persona enferma de lepra que se internó en el monte para nunca más regresar al pueblo, llamado Gaspar Mora, cuya verdadera historia la conocía Macario, un pobre viejo esquelético y jorobado, hijo de uno de los esclavos del Dr. Francia, de quien los chicos del pueblo se burlaban viéndolo pasar y llamándolo “pitogüé”, “bicho feo”, “karaí tuyá colí” y cosas por el estilo, pero este pobre hombre no se ofendía. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre CONCLUSIÓN En definitiva, Hijo de hombre es una obra extremadamente interesante a la vez que compleja a través de la cual el lector podrá entender el peso de la Historia en un país como Paraguay. Incluso el lector, al final del relato, se sentirá también desdoblado. Si bien el "doble idioma" ocupa la mayor parte de la obra, tal y como el mismo autor lo recuerda en una nota publicada en ocasión de la segunda edición de la obra (1993), otros temas son también puntales. Roa Bastos recuerda que lo que él pretende es "mostrar la rebelión del hombre en sociedad contra todo lo que aplasta y degrada". Hijo de Hombre es una de las cumbres de la narrativa paraguaya, obra de un autor que con justicia fue galardonado con el Premio Cervantes en 1989. La novela se configura como una unidad inestable en la que se integran relatos migratorios; la compleja relación entre el todo y las partes da lugar a una visión múltiple de temporalidades y espacios que desarrollan una rica interpretación de la realidad referida. Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre BIBLIOGRAFIA  ROA BASTOS, AUGUSTO (1985), Hijo de hombre, Barcelona, Seix Barral. (1º Edición: Buenos Aires, Losada, 1960) Autor: Augusto Roa Bastos Obra: Hijo de Hombre INFORMACIÓN ADICIONAL El teatro al parecer fue el más atraído por los textos del célebre premio Cervantes del Paraguay. Sin embargo, hay creaciones en varios ámbitos inspiradas en los escritos parafraseadores de Roa, como una campaña de concientización ambientalista, documentales y una Ópera en proceso y en este material citamos algunos de estos trabajos en honor a los cien años de su nacimiento (1917-2005). Fue una película documental dirigida por Hugo Gamarra Etcheverry, narrada y protagonizada por el mismo Augusto Roa Bastos. La cinta fue grabada en 1994 y en el 2010 en el marco del festejo Bicentenario de Independencia del Paraguay (2011) se reeditó y lanzó en DVD con subtítulos, comentarios y escenas que no se incluyeron en el audiovisual inicial.
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