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Orientación Universidad
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Análisis Niebla, de Unamuno, Apuntes de Filología hispánica

Asignatura: Literatura española siglo xx, Profesor: , Carrera: Filología hispánica, Universidad: US

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 09/01/2017

yandrack
yandrack 🇪🇸

3.9

(49)

5 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Análisis Niebla, de Unamuno y más Apuntes en PDF de Filología hispánica solo en Docsity! NIEBLA DE MIGUEL DE UNAMUNO, UNA NOVELA EJEMPLAR Bénédicte Vauthier UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA Pues es cosa fatigosa y penosa leer un libro para hablar de él, tener que leerlo. Y es lo que hace tan meritoria y a la vez tan ingrata la profesión de crítico. ¿Tener que leer un libro «para» hablar de él? ¡Horror! Muchos prefieren hablar de él sin haberlo apenas leído -a lo más ojeado- y por referencias o por la idea previa, y casi siempre perjudicial y legendaria, que tienen del autor. Y así ocurre que hay escritores muy discutidos y, sin embargo, muy poco leí- dos. Sobre todo si han sido clasificados y etiquetados y motejados con cualquier mote. Y si se les lee como se va a buscar en ellos lo que se presuponía que hay, se escapa lo demás y hasta lo que se cree ver allí es puramente de prejuicio. Miguel de Unamuno. Si los libros de caballerías volvieron loco a don Quijote, el Quijote ha vuelto locos a los cervantistas. No existe obra maestra en la literatura universal que haya suscitado tal cúmulo de dislates y de interpretaciones contradictorias. Parece que el motivo de esta situación conflictiva de la crítica ha de buscarse en el Quijote mismo. Vicente Gaos. Dos citas, algo irreverentes, lo admito, a guisa de epígrafe. Pero permiten reunir provisionalmente bajo un común denominador a Cervantes y Unamuno, sujetos en torno a los cuales se articula el presente trabajo, y tienen la ventaja de revelar de entrada el peligro que pueden correr obras maestras en mano de los lectores y críticos. Si en el caso de Cervantes, nos podemos alegrar con Gaos de que la acogida mitigada del Quijote ya no tiene defensores, parece ser que en el caso de Una- muno el asunto no se puede dar aún por zanjado. De hecho, pese a la prudente y matizada revaloración que conoce su obra na- rrativa, sigue siendo tópico muy cotizado afirmar que las novelas de Unamuno son obras «trágicas», espejos de las «angustias personales» de un hombre se- diento de inmortalidad. Quizá tales afirmaciones hayan sido posibles mientras se valoró la obra narrativa de Unamuno a la luz, bien del conocimiento de su vida personal, bien de sus ensayos Del sentimiento trágico de la vida y Vida de don Quijote y San- cho, de los cuales se sacaba que Unamuno era un autor trágico, carente de hu- 454 NIEBLA DE MIGUEL DE UNAMUNO 455 morismo e incapaz, por tanto, de entender las burlas de Cervantes. O incluso, en el caso que nos va a detener, mientras se sobreestimó la supuesta historia trágica del protagonista, al perder de vista que el enunciado no era susceptible de refle- jar por sí solo el sentido global del texto. Sobre todo en la obra de quien no se cansó de reiterar que «el argumento no es lo que cuenta en una novela». Resultan difícilmente sostenibles, por lo contrario, si aceptamos leer la obra narrativa del rector salmantino sin acudir a lo que muy adecuadamente él mismo denunció: «las referencias», «la idea previa» que tenemos del autor y considera- mos que las claves de comprensión del texto están inscritas en él. En este sentido, considero que la inscripción en Niebla no solo de las proe- zas técnicas, sino también del espíritu humorístico e irónico que fundamentaron el proyecto cervantino son pruebas fehacientes e insoslayables que demuestran, mejor que cualquier juicio personal de Unamuno sobre Cervantes o de los críti- cos unamunianos o cervantinos sobre aquel, el vínculo literario que Unamuno deseaba establecer con las obras de su predecesor. En esta línea de ideas, hago mío el juicio de King, quien consideró Niebla como un «intento deliberado [...] de copiar o volver a escribir el Quijote en términos adecuados al siglo XX». Es «una recreación, en términos modernos, de la más grande joya de la literatura española».1 Fórmulas que ampliaré para dar acogida a las dos últimas Novelas ejemplares: El casamiento engañoso y El coloquio de los perros. Dicho esto, quisiera, pues, poner de relieve algunos de los elementos (forma- les y estilísticos) de este legado cervantino. Centrándome en la valoración del mar- co introductorio y conclusivo constituido por los prólogos y epílogo, veremos cómo se orquesta su despliegue desde la portada hasta el ¿cierre? del libro. Por ello, hace falta primero que tengamos muy clara la importancia que cum- ple el paratexto -o más preciso, el peritexto-2 en la recepción de la obra. Es Gé- rard Genette, el narratólogo francés, quien muy atinadamente ha llamado la atención sobre el hecho de que «lorsqu'on adopte le texte de la derniére édition revue par l'auteur, il va á peu prés de soi que l'on adopte sa disposition».3 Objeto de controversia, es muy interesante observar cómo, en sus respectivas ediciones y comentarios de textos, editores y críticos solían y suelen presentar y reproducir los prólogos y el conjunto de informaciones que se encontraba en las portadas de las ediciones originales de Niebla. La portada del texto original (tanto el de la primera edición, 1914, de Rena- cimiento, como el de la tercera, 1935, de Espasa Calpe, únicas dos publicadas en vida del autor con su consentimiento) llevaba el título «Niebla», con la men- ción -¿genérica?- «nivola» entre paréntesis, seguido de la mención «Prólogo de Víctor Goti». En cuanto al peritexto se veían los rótulos y las informaciones si- guientes: «Prólogo» (firmado al final por) Víctor Goti, «Post-prólogo» (firmado 1 Willard F. King, «Unamuno, Cervantes y Niebla», Revista de Occidente, (1963), pág. 230. 2 Gérard Genette, Seuils, París: Seuil, 1987, pág. 10. 3 Ibid., pág. 165. 458 BÉNÉDICTEVAUTHIER hecho, ¿qué era y es un prólogo, quién solía y suele firmarlo, cómo había y ha de leerse, cómo se solía y se suele recibir? Tales son los interrogantes que te- nemos que resolver ahora. Según Porqueras Mayo, «el prólogo es lo más íntimo del libro y como una vida prolongada en una anticipación de él. Técnicamente es un preliminar, lite- rariamente es ya la zona del libro que se adelanta, nos tiende la mano y nos «introduce» realmente en su misma vida».5 Esta peculiaridad se puede resumir hablando de la «permeabilidad» que existe entre el libro y el prólogo. La «doble participación del prólogo en el libro» es la que motiva que aquel puede pertene- cer tanto al Narrautor, como a los personajes, quienes en «un arranque de vitali- dad creadora, penetrafn] hasta el mismo prólogo simulando ser su autor».6 En Niebla, Víctor Goti ejemplifica la «permeabilidad» del prólogo respecto al libro: sale del ámbito ficticio y se instala en el «entredós» paratextual para firmar el primer prólogo a la novela. Si el cañamazo tenía brillantes anteceden- tes en la obra de Cervantes, hay que realzar que en Niebla Unamuno consiguió engañar a sus lectores de tal modo que algunos de ellos dieron vida real -remito a varios críticos que denuncian con ironía el éxito del engaño-7 a un personaje que no podía, por definición, gozar de tal suerte. Indudablemente, esta proeza se debe a la inscripción inicial del nombre de Goti en la misma portada del libro. Presencia que se ha hecho mucho más dis- creta hoy en día, ya que, lo recuerdo, a excepción de la edición (Clásicos Cas- talia) de Zubizarreta la mención del prologuista ha desaparecido de las portadi- llas de las ediciones críticas disponibles. Con todo, parece que subsiste arraigado el temor a que algunos lectores cai- gan en la trampa. Interpreto en este sentido las precisiones que algunos editores actuales (M. A. García López, G. Gullón, M. J. Valdés), dan al lector cuando en las notas al pie llaman la atención sobre la no-existencia o existencia ficticia de Víctor Goti. Precisión superflua, ya que, en el seno del mismo prólogo, el efecto creado es contrarrestado por numerosos indicios textuales que impiden que demos otra naturaleza que meramente ficticia a Víctor Goti. Por falta de espacio, solo pro- fundizaré aquí en la referencia prospectiva hecha al testigo erudito y de buena fe que podría autentificar el abolengo del prologuista: don Antolín S. Paparrigópu- 5 Alberto Porqueras Mayo, El prólogo como género literario. Su estudio en el Siglo de Oro espa- ñol, Madrid: CSIC, 1971, pág.106. 6/M¿,págs.l01-03. 7 Vid. Ribbans {Niebla y Soledad. Aspectos de Machado y Unamuno, Madrid: Gredos, 1971, pág. 109), A.-M. Fernández {Teoría de la novela en Unamuno, Ortega y Cortázar, Madrid: Pliegos, 1991, pág. 18) y Overaas (Nivola contra Novela, Salamanca: Ediciones universitarias, 1993, pág. 17), quienes mencionan la existencia de Víctor Goti en los ficheros de la biblioteca del British Museum. Más sorprendentes, las alusiones a una biblioteca madrileña, y sobre todo a una salmantina hechas por Galbis («De técnicas narrativas e influencias cervantinas en Niebla de Unamuno», Cuadernos Americanos, CCXXI, 1978, pág. 204). NIEBLA DE MIGUEL DE UNAMUNO 459 los, personaje de papel y tinta de la misma ficción novelesca y no autor vivo, como hacen pensar las alusiones del prologuista. Ante la información de que el apellido de Víctor Goti «es el de uno de [los] antepasados [de don Miguel de Unamuno], según doctísimas investigaciones ge- nealógicas de [su] amigo Antolín S. Paparrigópulos, tan conocido en el mundo de la erudición», una crítica de índole paraliteraria estaba abocada a subrayar el parentesco Goti-Unamuno. Lo que si permitía aludir al prologuista como a un doble, un alterego, no permitía, en cambio, ensartar la información en la unidad superior del discurso. La importancia de la información genealógica es irónica, ya que quien la da no solo no existe, sino que será objeto de inédito discrédito en la obra (capítulo XXIII que encierra el único encuentro entre Augusto Pérez y don Antolín S. Paparrigópulos). En cambio, la presencia fugaz de don Antolín S. Paparrigópulos en el prólo- go, quien, encima, vuelve a aparecer en el prólogo a la tercera edición de Niebla a fin de sugerir a Unamuno, narrautor explícito, que escriba un prólogo, o mejor dicho, un «metálogo o prólogo autocrítico», nos proporciona una clave de la importancia que este personaje está llamado a desempeñar en la novela.8 Antes de comentar el fragmento y profundizar en el sentido que pueda cum- plir este curioso personaje, recordaré que el prólogo a la tercera edición, igual que las informaciones presentes en la portada, sigue siendo el elemento que ha sufrido el mayor «desgaste» en mano de los críticos. La progresiva divulgación del Epistolario inédito de Unamuno permite com- probar que este era muy conciente del posible malentendido que podría originar la presencia de los prólogos en sus novelas. Tan temprano como en marzo de 1902, mientras espera con ansiedad la aparición de su novela Amor y Pedago- gía, Unamuno menciona ya el posible «escándalo que pueda producir, sobre to- do su prólogo y epílogo».9 Líneas harto premonitorias si sabemos que no hubo que esperar las últimas generaciones de críticos para que el valor o la utilidad de aquellos se vieran puestos entredicho. En Crítica efímera Julio Casares motejó los prólogos de Unamuno -y cita Amor y Pedagogía y Niebla- de «una manera de alibi, una preparación de coartada contra posibles objeciones»10 acerca del posible fracaso de sus novelas. Que yo sepa, salvo Fernández Turienzo, nadie ha hecho hincapié en la presencia fugaz de este personaje ya en el marco inaugural. No creo que sea posible tachar esta «reincidencia» una- muniana de casual. Por cierto, Zubizarreta menciona en nota al pie de su edición crítica que es personaje de Niebla. Empero, esta alusión no impide que se desprenda del susodicho prólogo de 1935, para ofrecerlo, luego, a final de libro, en «la sección de artículos relacionados con la obra». 9 Miguel de Unamuno, «Carta a Bernardo G. de Candamo» (1902, III, 5), Epistolario inédito, ed. L. Robles, Madrid: Espasa Calpe, 1991, pág. 113. 1(1 Julio Casares, «Tres novelas ejemplares y un prólogo por Miguel de Unamuno», Crítica efímera, Madrid: Espasa Calpe, 1962, pág. 62. 460 BÉNÉDICTE VAUTHIER Con todo, si partimos de la observación inicial de Genette, hace falta aceptar que -les guste o no a los críticos- «Historia de Niebla» forma parte del texto. De hecho, la edición de 1935 publicada en vida del autor lleva efectivamente este tercer prólogo insertado detrás de los prólogo y post-prólogo originales. En fin. Prólogo en absoluto superfluo, ya que brinda, no solo informaciones de índole genética o de valoración de la trayectoria novelística, sino, como he mencionado más arriba, un elemento que facilita datos clave para enlazar los prólogos con el capítulo XXIII de Niebla, asimismo relacionarlo con el proyecto cervantino. Veamos primero el fragmento: Sospecho que lo más de este prólogo -metálogo-, al que alguien le llamaría autocrítico, me lo haya sugerido, cuajando de su niebla, aquel don -merece ya el don- Antolín Sánchez Paparrigópulos, de quien se da cuenta en el capítulo XXIII, aunque yo no haya acertado en él a aplicar la rigurosa técnica del inolvi- dable y profundo investigador. Se desprende de estas líneas que, por segunda vez, se convoca a Antolín Paparrigópulos para respaldar las informaciones irónicas que nos proporciona el Narrautor en el prólogo. He aludido más arriba al hecho de que, curiosamente, salvo Fernández Turienzo, los críticos no parecían haberse percatado de estas dos irrupciones, ya que circunscriben la presencia del personaje al capítulo XXIII y se contentan con subrayar que es una caricatura de Menendez y Pelayo. Hecho este que, por ser cierto, no permite aclarar su presencia en Niebla. De tal manera, se puede decir que el descubrimiento del artículo «Joaquín Janssen Rodríguez» hecho por Fernández Turienzo -no muy reciente, aunque poco difundido- y la consiguiente propuesta interpretativa del crítico marcaron un claro avance en la recepción de la figura. Mientras el crítico confirmó la índole caricatural del personaje, superó su mero reconocimiento biográfico al proponer, por primera vez, una interpretación relacionada con el contexto histó- rico. Según el crítico, la presencia del personaje en Niebla es un eco crítico a los polémicos libros Ciencia española e Historia de los heterodoxos españoles del erudito santanderino. Pese a ser la propuesta no solo novedosa, sino también ineludible, no creo, empero, que el crítico haya resuelto con ella la relación que existe entre el capí- tulo XXIII y los prólogos cuando dice: «Siendo este prólogo tardío un recuento de títulos de las obras literarias de Unamuno [...] es lícito pensar en la ya mano- seada 'polémica de la ciencia española'»." Para mí, no había que salir del prólogo sino profundizar en él para aclarar la burla. De hecho, quien quiera defender la marca cervantina del prólogo unamu- niano debe, de modo prioritario, identificar en él los rasgos que permitieron de- " Femando Fernández Turienzo, «Unamuno, Menendez y Pelayo y la verdadera realidad», Volu- men homenaje Cincuentenario Miguel de Unamuno, Salamanca: Casa-Museo Unamuno, (1986), pág. 578. Vid. también su ed. crítica de Niebla (Madrid: Alhambra, 1986).
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