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Orientación Universidad
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Animación Sociocultural., Resúmenes de Sociología

Apuntes para poder realizar la PAC 2.

Tipo: Resúmenes

2022/2023

Subido el 11/04/2023

carla-urgelles
carla-urgelles 🇪🇸

4.2

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¡Descarga Animación Sociocultural. y más Resúmenes en PDF de Sociología solo en Docsity! La cultura son muchas cosas. Está en todas partes, y configura una compleja red de creencias, saberes, símbolos, cos- tumbres, representaciones, hábitos, capa- cidades, valores, prácticas, instituciones, aprendizajes, conductas, lenguajes, obras artísticas, tecnologías… a la que se ha ido acomodando una amplia gama de conno- taciones y usos. Entre ellos están, tal y como nos recuerda Williams (1983), los que han permitido pasar de su sentido metafórico inicial –de acuerdo con el cual la cultura se remitía a una característica definitoria de los seres humanos y de las realidades sociales que se encarnaba en personas, comunidades o países «cultiva- dos»–, a otros que lo han ido dotando de mayor abstracción y que atañen tanto en lo que se refiere a su inserción en proce- sos particulares de desarrollo de los indi- viduos y de los grupos, como a los asun- tos o dinámicas generales que afectan al conjunto de la sociedad. 73 RESUMEN. El artículo presenta la cultura como un medio para analizar el lugar que cada uno ocupa en la sociedad y resalta el sentimiento de pertenencia a una comu- nidad de referencia dentro de un marco democrático y dialogal. Desde la Animación Sociocultural y el Desarrollo comunitario, y en el marco que constituye la Educación Social, se intenta atender a las necesidades de la comunidad para así transformar la realidad. La animación se concibe como un medio de potenciar el desarrollo de las comunidades y apuesta por la democracia cultural. Desde los dife- rentes organismos nacionales e internacionales, se aboga por repensar las políticas culturales. ABSTRACT. This article proposes culture as a way of analysing the place each of us occupies in society, as well as highlighting our sense of belonging to a particular community within a democratic and dialogal framework. From within the frame- work of Social Education, Sociocultural Animation and Community Development attempt to address the needs of the community in order to transform the reality. Animation is understood to be a way of empowering the development of commu- nities and it champions cultural democracy. The rethinking of cultural policies is advocated by various national and international bodies. LA ANIMACIÓN SOCIOCULTURAL Y EL DESARROLLO COMUNITARIO COMO EDUCACIÓN SOCIAL JOSÉ ANTONIO CARIDE GÓMEZ* (*) Universidad de Santiago de Compostela. Revista de Educación, núm. 336 (2005), pp. 73-88. Fecha de entrada: 15-10-2004 Fecha de aceptación: 05-01-2005 El hecho mismo de considerar la cul- tura y las culturas como sistemas comple- tos sometidos a intereses estratégicos y políticos de distinto signo ha incidido sobremanera en este cambio de percep- ción, en el que las clásicas contraposicio- nes entre tradición y modernidad, identi- dad y diversidad, popular y elitista, rural y urbana, local y universal, etc. han dado paso a otras lecturas acerca de sus come- tidos y finalidades. En líneas generales, se ven favorecidas por la consolidación de los derechos culturales como parte inte- grante de los Derechos Humanos, lo que hace imposible desligar la cultura de las políticas de desarrollo, ya que ésta es con- siderada el «cuarto pilar» del desarrollo (Hawkes, 2001), y pasa a constituir, junto al desarrollo social, económica y ambien- tal sostenible, uno más de los objetivos que se pretenden lograr. La reciente Conferencia de Aalborg + 10 –celebrada del 9 al 11 de junio de 2004, y que reme- moraba la aprobación de la Carta de las Ciudades Europeas hacia la Sostenibili- dad el 27 de mayo de 1994–, refrendó esta postura, e hizo mención expresa a la necesidad de comprometerse con una articulación transversal e integrada de la cultura en las políticas públicas y en los planes de acción local. En esta transición histórica, no puede obviarse que –tal y como ha subrayado Hall (1997)– la cultura ha ido ganando relevancia directa en nuestras prácticas sociales más cotidianas, y constituye uno de los principales medios de creación, producción, divulgación y actuación humana. Sea cual sea el papel que nos corresponda desempeñar, a ellas se aso- cian unos determinados significados e impactos cuya naturaleza implícita o explícita es preciso interpretar a la luz del conocimiento y de la experiencia de los sujetos (Geertz, 1996), en estrecha inter- dependencia con la estructura social de la que formamos parte y que, de un modo u otro, contribuimos a tejer. Al respecto, cabe señalar que la cultura permite a cada individuo, grupo o comunidad tomar conciencia de su posición en el escenario socio-histórico, ya que algunas modalida- des inhiben o activan las desigualdades sociales. En consecuencia, la cultura es apreciada como un importante Indicador de las diferencias y similitu- des de gusto y estatus dentro de los grupos sociales (Miller y Yúdice, 2004, p. 11). La discutida analogía entre los proce- sos culturales y los procesos de civiliza- ción, cuyo origen intelectual alentó deci- sivamente la obra del antropólogo evolu- cionista Edward B. Taylor cuando, a mediados del siglo XIX, equiparó cultura y civilización, ilustra hasta qué punto las culturas no pueden situarse al margen de las realidades sociales en las que se inscri- ben y con las que interactúan en mayor o menor grado, restringiendo o acrecentan- do la proyección espacial y temporal de sus registros lingüísticos, axiológicos, éti- cos, estéticos, religiosos, etc. En este contexto, lo que hoy conoce- mos como «diversidad cultural», se asien- ta en una profunda revisión crítica de los posicionamientos etnocéntricos y «esen- cialistas» de las prácticas culturales, y nos retrotrae a lo que ya Herder, que insistía en la necesidad de hablar de culturas en plural, cuestionaba de la imagen unilineal y eurocéntrica que comenzó a adoptar la cultura en las últimas décadas del siglo XVIII. Al hacerlo, además de contrarrestar el afán hegemónico y ortodoxo de la civi- lización occidental –muy influenciada por la creciente maquinización e industrializa- ción de los estilos de vida–, pretendía vigorizar la pluralidad cultural inherente a las tradiciones cultivadas por todos los pueblos y naciones del mundo, que se 74 posibilidades que ofrece la democracia cultural ante La necesidad de estimular un com- portamiento cultural productor-acti- vo, en lugar de consumista y pasivo (Depaigne, 1980, p. 83). La democratización cultural concibe a los ciudadanos como consumidores de una cultura masificada, mientras que la democracia cultural los considera creadores-productores de una cultura sin- gularizada, e incide más en los procesos que en el producto en sí. La apuesta de la Animación Sociocultural por la democra- cia cultural –que la vincula desde sus orí- genes a la amplia trayectoria de la educa- ción popular (Besnard, 1988)– subraya su decidida intención de situar la cultura entre los fenómenos más cotidianos de la vida social, en la confianza de que la emancipación colectiva se alcanzará mediante la restauración del poder de las personas y de los grupos sociales (Labourie, 1978). La polarización que han sufrido ambos modelos de acción cultural desde los años sesenta se ve sometida en la actualidad a nuevas interpretaciones e interpelada por la complejidad de la situación. Se ha producido una verdadera eclosión de propuestas culturales renova- doras cuya preocupación por la gestión o por los efectos que tienen en las ciudades emergentes abre nuevos caminos para avanzar hacia una ciudadanía cultural. En este sentido, es preciso tomar en conside- ración que El interés renovado por la ampliación de los modos de democracia cívica encuentra también hoy su espacio de afirmación en el co-diseño activo en las comunidades de sus políticas y líneas de acción cultural (Bouzada, 2004, p. 30). La Animación Sociocultural funda- menta sus principios y actuaciones en planteamientos que responden a una inequívoca vocación pedagógica y políti- ca: por un lado, socializa a las personas y a los colectivos sociales en una cultura que se estima valiosa para su desarrollo integral y, por otro, asocia sus estrategias a la desaparición del «foso cultural» que reproducen, e incluso agrandan, los de- sequilibrios y las desigualdades sociales. En ambos casos, hay que tener muy pre- sente que la Animación Sociocultural es fruto de una reacción colectiva frente Al carácter inaceptable de una cultura que reserva su producción y transmi- sión a una minoría privilegiada inte- lectualmente y/o económicamente, y a un proyecto tendente a que los ciu- dadanos intervengan directamente en una cultura que viven cada día, parti- cipen en su creación y la integren en su desarrollo general (Quintana, 1986, p. 27). Con esta perspectiva, diferentes auto- res han coincidido en valorar la Animación Sociocultural como una prác- tica sociocultural y educativa relevante para el desarrollo individual y social, que actúa como mediadora entre la tradición y el cambio, y a través de la cual deberá lograrse que un amplio conjunto de acto- res sociales –movimientos asociativos, instituciones educativas y culturales, administraciones públicas, empresas, organizaciones no gubernamentales, etc.– se sientan corresponsables del quehacer cultural más cotidiano, y fomenten actitu- des y comportamientos que incentiven la comunicación y la participación cívica, la creatividad y la capacidad expresiva, la autorrealización individual y la transfor- mación social. Por lo tanto, la Animación Sociocultural se distingue menos por sus actividades específicas que por la manera 77 de practicarlas, más por la manera de obrar que por el contenido de la acción: Cuando los expertos afirman que la animación sociocultural implica la aceptación de la democracia cultural, advierten de manera absolutamente clara a los responsables políticos que sus acciones sólo tienen sentido den- tro de la perspectiva de hacer de cada uno no solamente beneficiario de la cultura adquirida, sino, sobre todo, dueño de la definición de esta cultura considerada como movimiento (Gros- jean e Ingberg, 1980, p. 81). La cuestión reside, por tanto, en con- seguir que las personas se impliquen, tomen parte activa en las acciones que se pretenden desarrollar y se conviertan en los verdaderos y los principales agentes de las mismas (Sarrate, 2002). La demo- cracia cultural es un eje transversal con- sustancial a la praxis sociocultural que promueve. Para que esta imagen de la Animación Sociocultural pueda proyectarse y con- cretarse plenamente en las realidades sociales más cotidianas –en los pueblos, barrios, movimientos asociativos, institu- ciones socioculturales, etc.– es preciso insistir en que ha de ser considerada una práctica socio-cultural y educativa relacio- nal, necesariamente contextualizada en un territorio y en una comunidad local, mediante la cual se promueve el desarro- llo integral de los individuos y los grupos sociales. Por eso, su acción-intervención socioeducativa Se produce en una comunidad delimi- tada territorialmente, que tiene por objeto convertir a sus miembros, indi- vidual y socialmente considerados, en sujetos activos de su propia transfor- mación y la de su entorno con el fin de conseguir una mejora sustantiva en su calidad de vida (Úcar, 1995, p. 33). En este sentido, su identidad y enti- dad como una práctica social transforma- dora, admite, al menos, cinco lecturas principales, cuyos argumentos toman como referencia: • Las cuestiones terminológicas y conceptuales que delimitan sus espacios de conocimiento y las imá- genes mentales que se asocian a algunas de sus palabras clave (cul- tura, acción cultural, políticas cul- turales, democracia cultural, parti- cipación social, etc.), otorgándoles significados que gozan de un amplio recorrido semántico en la Acción Social y Cultural que se viene llevando a cabo en las últimas décadas en el Trabajo Social, el De- sarrollo Comunitario, la Investi- gación-Acción, la Educación Popu- lar, la Pedagogía Social, la Educa- ción del Ocio, la Educación Perma- nente, etc. En general, coinciden en Fomentar en los individuos y en la comunidad una actitud abierta y decidida para involucrarse en las dinámicas y los procesos sociales y culturales que les afec- ten, y también para responsabili- zarse en la medida en que les corresponda (Trilla, 1997, p. 23). • La reflexión epistemológica y los discursos teóricos, con sus corres- pondientes niveles de consenso- disenso paradigmático, en con- fluencia con las preocupaciones que se vienen suscitando al respec- to en las ciencias sociales y huma- nas. Para Besnard (1988), la sis- tematización de estos modelos teóricos puede resumirse en tres co-rrientes fundamentales: la pri- mera pretende conservar la socie- dad tal como es y concibe la anima- ción como un sistema naturalmen- 78 te estructurado, jerarquizado y organizado; la segunda destaca sobre todo el papel de las relacio- nes personales y las comunicacio- nes inter-individuales dentro de los grupos y las instituciones sociales; y la tercera centra su atención en la transformación de las estructuras económicas y sociales a través de la toma de conciencia y de la respon- sabilidad colectiva. • Los temas y los problemas a partir de los cuales se definen contextos sociales, colectivos y ámbitos de la acción-intervención sociocultural, fundamentalmente por lo que res- pecta al Desarrollo Comunitario Local y las Políticas Culturales. El primero presupone colocar las comunidades locales en el centro de los procesos de desarrollo, al objeto de valorizar los recursos humanos y materiales de un terri- torio-comunidad determinado me- diante la implicación efectiva de la población en las decisiones y pro- cesos que puedan incidir en la mejora de su calidad de vida; las segundas, pese a lo vago y muchas veces confuso de la expresión (Fernández Prado, 1991, p. 18), aluden a un Conjunto estructurado de inter- venciones conscientes de uno o varios organismos públicos en la vida cultural, a menudo encarna- das en guías para la acción siste- máticas y regulatorias que adop- tan las instituciones para alcanzar sus metas (Miller y Yúdice, 2004, p. 11). • En todo caso, son políticas que constituyen –en opinión de Cae- tano (2003)– una variable decisiva del desarrollo en cualquier socie- dad. • Los procedimientos y modos de conocer-actuar socialmente, que requieren que el diseño, la imple- mentación y la evaluación de pla- nes, programas o proyectos so- cioculturales participen explícita- mente de los criterios que, en los últimos años, definen la planifica- ción-acción estratégica. Al contem- plar la cultura como una dimen- sión transversal de la vida cotidiana de los ciudadanos, la formulación de planes estratégicos tiene un fun- damento múltiple (Zallo, 2003): reforzar y modernizar la cultura de un territorio; estimular y orientar las energías creativas y productivas del ámbito cultural; promover y fo- mentar determinados sectores cul- turales con diversas intenciones (producir, distribuir, consumir, etc.); definir y/o concertar las me- tas de un conjunto de instituciones a corto, medio y largo; y establecer pautas de comportamiento para los distintos agentes sociales, públicos y privados. • Los componentes éticos e ideológi- cos, ya que la Animación Sociocul- tural es un proceso que empren- den personas y se materializa en valores y prácticas que difícilmente pueden proclamar su neutralidad (Sáez, 2002). Comparten esta apre- ciación numerosos autores, que insisten en que la animación socio- cultural no sólo no es políticamen- te neutra porque no puede serlo, sino también porque no quiere serlo, ya que Por definición, en su propia esen- cia… ha de tener un componente ideológico, ético, político, que se traduzca en términos de belige- rancia social (siendo bueno que) persista un nivel de discusión 79 como un «Estado de Cultura» (Vaquer, 1998). Para ello, ha de tener en cuenta las diferentes perspectivas y actuaciones que avivan las aspiraciones culturales, las valo- rizan y amplían sus opciones de tal modo que sea posible concretar el derecho público en la legislación, la atribución de competencias, la asignación de recursos e infraestructuras, la habilitación de servi- cios y profesionales, la planificación y ges- tión cultural, la conservación del patrimo- nio natural y arquitectónico, la coopera- ción cultural, etc. Además, como expresara tiempo atrás el Consejo de Europa (1979), todo esto ha de ser observado en el marco de una sociedad que transfiere a los poderes públicos la iniciativa cultural, ya que estos se encargan, por una parte, de proporcio- nar y formar personal cualificado (educa- dores, animadores, gestores, etc.) y, por otra, de crear equipamientos socio-cultu- rales (espacios libres, terrenos de depor- tes, bibliotecas, teatros, centros culturales y artísticos, etc.). En este sentido, aunque el concepto de «Política Cultural» que se maneja pone de manifiesto su carácter vago y ambiguo, ya que no existe un refe- rente único al que pueda remitirse, pode- mos convenir en definirla como Un conjunto de prácticas sociales conscientes y deliberadas, de inter- venciones que tienen como objetivo satisfacer ciertas necesidades cultura- les mediante el empleo óptimo de todos los recursos materiales y huma- nos de que dispone una sociedad en ese momento (Fernández Prado, 1991, p. 19). Por otra parte, si coincidimos en seña- lar que la cultura es una posibilidad pues- ta al alcance de los ciudadanos para de- sarrollar la democracia, y que toda cultu- ra es, por naturaleza, política (Sousa Santos, 1997), cabe pensar que las alter- nativas que se suscriban desde las «políti- cas» que toman a la cultura como su ámbi- to prioritario de actuación –que son, en ocasiones, una forma de personalizar su dimensión «sectorial», y otras veces una manera de explicitar su presencia en las políticas integrales– han de asumir como tarea propia tanto el abordar cuestiones que afectan directamente a la socializa- ción cultural y la redistribución del poder, como el fomentar una mayor participa- ción de las personas en la vida social y cultural. Una cuestión que no puede entenderse al margen del surgimiento de Una nueva cultura de la relación entre lo público estatal y lo público «no estatal» (el tercer sector). Por un lado, las organizaciones sociales deben replantearse sus relaciones con las Administraciones Públicas haciendo valer su importante significación social y reivindicando su carácter mediador y su participación en el diseño, desarrollo y control social de las políticas institucionales, de los proyectos, actividades, equipamien- tos y espacios. Mientras que las Administraciones Públicas deben des- arrollar las medidas pertinentes para que las iniciativas sociales puedan consolidarse y extenderse (Alguacil, 2000, pp. 171-172). En este sentido, debe recordarse que, hace años, la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (1996), vinculada a la UNESCO, insistía en la necesidad de «repensar las políticas culturales» al objeto de vincular estrechamente sus pro- puestas a los procesos de desarrollo, mediante la identificación de los factores de cohesión que mantienen unidas a las sociedades multiétnicas, la promoción de la creatividad en el terreno de la política y en el ejercicio del gobierno, y la diversifi- cación de las opciones del quehacer cul- tural hacia la tecnología, la industria y el 82 comercio, la educación, el desarrollo comunitario, el patrimonio cultural, etc. También en esta dirección, la Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Cul- turales para el Desarrollo, reunida en Estocolmo del 30 de marzo al 2 de abril de 1998, recomendó a los Estados la adopción de una serie de objetivos priori- tarios en materia de política cultural: • Hacer de esta política un compo- nente central de las políticas de desarrollo; y promover la creativi- dad y la participación en la vida cul- tural. • Reestructurar las políticas y las prácticas a fin de conservar y acen- tuar la importancia del patrimonio tangible e intangible, mueble e inmueble, y promover las indus- trias culturales. • Promover la diversidad cultural y lingüística dentro de y para la sociedad de la información. • Finalmente, poner más recursos humanos y financieros a disposi- ción del desarrollo cultural. A estas propuestas de alcance interna- cional se añadió la puesta en marcha, en la Unión Europea, del Programa Cultura 2000 –vigente hasta el 31 de diciembre de 2004–, en el que se pone especial énfasis en la importancia de tener en cuenta el papel que desempeña la cultura como factor de integración social y de ciudada- nía, al tiempo que se destaca su papel en el desarrollo socioeconómico de los pue- blos. ANIMACIÓN SOCIOCULTURAL Y DESARROLLO COMUNITARIO Las políticas culturales y, más en concre- to, la Animación Sociocultural no pueden situarse al margen de la filosofía y las ini- ciativas que promueven el desarrollo humano, y, más específicamente, de todas aquellas propuestas que suscriben una acepción integral y reconceptuada del «desarrollo comunitario y local», que Emerge en la forma de un compromi- so inteligente susceptible de vertebrar a los actores sociales en la resolución de la tensión siempre creativa, exis- tente entre tradición y modernización (Bouzada, 1999, p. 18). En lo que concierne al quehacer cul- tural, se trata de un desarrollo que: • transfiere la dinámica cultural a las colectividades locales y a su propia capacidad de tomar la iniciativa, aunque desde un pensamiento glo- bal y una visión planetaria; • se inscribe en un territorio al que se observa como tema, objeto y sujeto de la cultura; • alienta la participación de las per- sonas, de los grupos y de las insti- tuciones en proyectos integrados de innovación y cambio social. Un desarrollo, por tanto, en el que se observa el territorio como un espacio de socialización e identificación que trascien- de la geografía o el paisaje, y en el que las comunidades son un referente cardinal y sustancial para la auto-organización y la participación social. Como se sabe, estos aspectos han sido destacados en la mayoría de las defi- niciones de la Animación Sociocultural y del Desarrollo Comunitario que se han formulado. Se insiste en el hecho de que ambas prácticas dan idea de iniciativas y procesos tendentes a ofrecer a cada indi- viduo la posibilidad de convertirse en agente activo de su propio proyecto de vida y del desarrollo cualitativo de la comunidad de la que forma parte. Úcar 83 (1992) estima que, en este proyecto com- partido, la Animación Sociocultural enfa- tiza la metodología del proceso, mientras que el Desarrollo Comunitario concede mayor importancia a la finalidad... siem- pre con la convicción de que la Anima- ción Sociocultural responde a la demanda del público y de que la transformación social, la participación cultural y las expe- riencias que conlleva su desarrollo sean iniciadas y dinamizadas por los actores locales. En opinión de Escarbajal (1992), el papel de la Animación Sociocultural como instrumento para el desarrollo de las comunidades no debe –al menos desde una perspectiva de cambio que rompa con la pasividad que caracteriza a las consumistas sociedades industriales– ofrecer dudas, es una oportunidad para: recuperar la ilusión por la propia identi- dad cultural (en su sentido más amplio), buscar nuevos elementos culturales comunitarios, ayudar a la gestión política del entorno, despertar la conciencia críti- ca de los individuos, tratar de encontrar alternativas estables (y no soluciones coyunturales), emancipar a los colectivos, formar personas autónomas en todos los sentidos... y, en definitiva, fomentar la comunicación. La descentralización subraya las iden- tidades y diferencias –y también la «distri- bución del poder»– en la dinámica del territorio y de las diversas administracio- nes públicas que en él concurren, y será un elemento clave a la hora de juzgar la credibilidad y legitimidad socio-política de estas prácticas comunitarias, singular- mente en una etapa histórica que se deba- te entre la reconquista del estado-nación y la reivindicación de las comunidades- pueblos. Esta descentralización es una operación esencial en cualquier política de animación sociocultural, en la medida en que implica un replanteamiento global de las estructuras y de las instituciones. El redefinir los procesos culturales con objetivos y estrategias de amplio alcance, además de ser congruente con la filosofía de la Animación Sociocultural y los procesos de Desarrollo Comunitario, exige una reflexión actualizada sobre la planificación o programación cultural, y sus diversas posibilidades y limitaciones. Esta es una cuestión que, necesariamente, ha relacionarse con la preocupación por delimitar –total o parcialmente, en los ini- cios o durante el proceso, etc.– desde ins- tancias externas a las comunidades las fronteras de la decisión y gestión cultural, ya sea con criterio político, administrativo o técnico. En este sentido, aún cuando se atienda fundamentalmente a los supues- tos metodológicos –y se recurra, por ejemplo, a una planificación estratégica asentada en los principios de ciertos modelos científicos– resultará inevitable que surjan controversias sobre las orien- taciones, los enfoques y las actuaciones que se promuevan, ya que dichas contro- versias serán expresión de la tensión dia- léctica que existe entre ideas y hechos que están en constante interacción. En un primer momento y debido a su clara vinculación con la política, la plani- ficación se orientó hacia las problemáticas económicas del desarrollo cultural, pero esta tendencia se modificó a partir de la década de los sesenta. En este sentido, resultaron de especial interés las aporta- ciones ya realizadas por Mannheim (1953) y las que más tarde efectuaron otros autores –entre ellos, Lippit, Watson y Westlely (1979)–, que relacionaron estrechamente la planificación con el des- arrollo y el cambio social, sobre todo en lo que se refiere a personas concretas, pequeños grupos, organizaciones y co- munidades. Actualmente, se coincide en contem- plar la planificación –descargada ya de sus connotaciones peyorativas– como un ins- trumento ágil y efectivo en la dinámica 84 sociedad y ciudadanía intercultural», en Revista de Educación, número extraordinario (2003), pp. 33-56. BESNARD, P.: «Problemática de la anima- ción sociocultural», en DEBESSE, M.; MIA-LARET, G. 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