Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Apuntes de actos humanos, Apuntes de Ética

Apuntes sobre textos de Rodríguez Duplá L. (2001). Ética.

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 15/05/2020

an-dres
an-dres 🇦🇷

1 documento

1 / 11

Toggle sidebar

Documentos relacionados


Vista previa parcial del texto

¡Descarga Apuntes de actos humanos y más Apuntes en PDF de Ética solo en Docsity! Rodríguez Duplá L. (2001). Ética. SAPIENTA RERUM Serie de Manuales de Filosofía. Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos. CAPITULO III LA ACCIÓN BIBLIOGRAFÍA BLONDEL, M., La acción (1893), o.c.; HILDEBRAND, D. VON, Die Idee dersittlichenHandlung, o.c.; PFÄNDER, A., Fenomenología de la voluntad, o.c.; SCHELER, M., Ética, o.c.; SEIFERT, J., WasistundwasmotivierteinesittlicheHandlung? (AntonPustet, Salzburgo 1976). 1. LA ACCIÓN COMO «ACTO HUMANO». SUS FASES La ética, saber normativo, tiene encomendada la tarea de identificar el criterio de la conducta correcta. A lo largo de la segunda parte de esta obra tendremos ocasión de familiarizarnos con distintas posiciones teóricas que se ocupan de esta cuestión decisiva. Pero antes de examinar esas doctrinas de la conducta correcta conviene haber aclarado 1) qué se entiende por corrección y 2) qué tipo de conducta humana puede exhibir dicha propiedad. La primera de estas dos preguntas ya se ha tratado en el capítulo precedente; apoyándonos en lo allí expuesto, podemos ahora contestar sin dificultad también a la segunda. En efecto, si la conducta humana que puede ser juzgada correcta (o incorrecta) es la misma que nos puede ser ordenada (o prohibida) por una norma que enuncie un deber; y si por otra parte sólo tiene sentido ordenar (o prohibir) lo que libremente podemos llevar a cabo; se sigue que sólo las acciones pueden ser correctas (o incorrectas), pues sólo ellas, entre todas las formas de conducta, son libres. Al afirmar que sólo las acciones pueden ser correctas no se quiere decir que ellas sean las únicas vivencias susceptibles de calificación moral. Como hemos señalado con anterioridad, hay sentimientos (como la gratitud o la envidia) y deseos (como el del mal ajeno o el amor) merecedores de aprobación o condena moral, a pesar de que no constituyan, por sí mismos, acciones algunas. Pero sería inapropiado calificar esas vivencias de correctas o incorrectas en el sentido preciso que venimos dando a ese término, ya que los deseos y los sentimientos se presentan sin ser convocados por nuestra voluntad, de suerte que no puede ser deber de nadie experimentarlos o no experimentarlos1. Lo que se acaba de decir pone de manifiesto la necesidad de distinguir las acciones de otras vivencias morales no regidas por la voluntad. Mas con mayor razón aún habremos de distinguir las acciones de cuantas actividades se suceden en el hombre por efecto de la necesidad natural, pues éstas no sólo no son libres (como ocurre con los deseos y sentimientos), sino que ni siquiera son moralmente calificables. La digestión, la circulación de la sangre, la respiración automática, los tics nerviosos o los movimientos reflejos son actividades o procesos que se registran en los seres humanos y, en esa medida, les son atribuibles; pero sería francamente absurdo hacer de esa atribución una imputación moral por la que pedir cuentas o, en su caso, alabar. La tradición denomina a tales actividades actos del hombre y las contrapone a los actos humanos, que se caracterizan por ser racionales y libres2. Nosotros emplearemos siempre el término «acción» como sinónimo de «acto humano», en el sentido indicado. Conviene advertir, por otra parte, que daremos a la palabra «acción» una amplitud que comprenda tanto las acciones propiamente dichas cuanto las omisiones. Que acción y omisión son especies de un mismo género, se echa de ver cuando se repara en que responden a una 1 Lo cual no impide que haya un genuino deber de combatir los deseos y sentimientos malos, para así favorecer su desaparición; pero ese combate consta de acciones libres —como la de dirigir la atención a otros objetos que los que suscitan la envidia, por ejemplo—, no de nuevos deseos o sentimientos. 2 En realidad, basta mencionar la libertad como diferencia específica de los actos humanos, pues el otro rasgo distintivo, la racionalidad. está implicado por la libertad, como tendremos ocasión de ver. Cf. J. DE FINANCE, Éthiquegénérale, o.c.. 33: «Desde el punto de vista de la ética, hay identidad entre actolibre y acto humano». 1 misma caracterización esencial: en ambos casos depende de la libertad del sujeto el curso que tomen los acontecimientos. Tanto si se decide a intervenir como si se abstiene, el sujeto es responsable de su decisión, por lo que su omisión, no menos que su acción, puede ser juzgada desde el punto de vista de la corrección. Como una burla consideraríamos la respuesta de quien, queriendo disculparse por no haber auxiliado a las víctimas de un accidente que él ha contemplado, alegara que él no ha hecho nada. Precisamente el no haber hecho nada constituye en este caso la acción que se le imputa3. Pasemos ahora a la descripción fenomenológica de la acción. Ésta se presenta a su sujeto como una vivencia considerablemente compleja. La tarea de distinguir los distintos elementos que la integran se ve dificultada por su acusada continuidad fenoménica; unas fases del proceso se funden con otras y crean ante la mirada ingenua una impresión de unidad compacta en la que cuesta trazar límites precisos. (Si a la persona que en estos momentos se encamina hacia la puerta le pregunto qué hace, me dará una respuesta muy simple: «irme», y creerá de buena fe que está haciendo una sola cosa; mas el análisis descubrirá una considerable complejidad incluso en acción tan sencilla: esto de tomar el portante es más complicado de lo que parece.) Por descontado, la descripción ha de respetar la continuidad de la experiencia ingenua, evitando fragmentar la unidad vivida de la acción en partes discretas; por ello, lo que a continuación se ofrece ha de considerarse más un análisis estructural que una disección temporal. En el caso típico de acción que tomaremos como guía de nuestras descripciones cabe distinguir los siguientes elementos o fases principales: deliberación, volición, impulsos volitivos, realización y resultados. A continuación ensayaremos una descripción esencial de estos elementos e intentaremos sopesar el influjo que cada uno ejerce en la calidad moral de la acción de la que forma parte. 2. LA DELIBERACIÓN La deliberación cumple la doble función de valorar los fines posibles de la voluntad e identificar los medios que permiten alcanzarlos. Sin deliberación, la acción se vería reducida al nivel de las actividades a las que antes hemos denominado «actos del hombre». La razón de esto es que un acto no deliberado, un acto cuyo sujeto no sabe lo que hace, no puede considerarse libre, y ya sabemos que sólo los actos libres son «actos humanos». Quedan excluidas, por tanto, del capítulo de las acciones conductas tales como los movimientos reflejos, o los actos habituales que, llevados de la fuerza de la costumbre, realizamos sin concentración, de manera mecánica. Pero afirmar que la deliberación no puede faltar no equivale a sostener que en toda acción se registren necesariamente las dos funciones que arriba se le asignaron (valoración del fin e identificación de medios). De estas dos operaciones, la primera no puede faltar, pues nadie podría resolverse a perseguir un fin cuya bondad le es del todo desconocida. En cuanto a la segunda, lo más frecuente es que también ella se dé, pues la realización de la mayor parte de los fines pasa por el empleo de medios que la deliberación ha identificado previamente. Con todo, en algunos casos no son menester medios de ningún tipo para alcanzar el fin propuesto, lo que excluye que se delibere sobre ellos. Así, cuando realizo en condiciones normales las acciones de gritar o de recordar mi número de teléfono no soy consciente de haberme valido de ningún medio. (Además, si todo querer implicara querer medios, también ocurriría esto con el querer referido al medio más inmediato, lo que llevaría a una serie infinita de medios.) En muchas ocasiones, la deliberación precede a la activación de la voluntad, a la que, por decirlo así, señala el camino. Esta precedencia cronológica —sugerida también por el término jurídico «premeditación»— puede llevar a pensar que, en realidad, la deliberación no es parte integrante de la acción, toda vez que ésta sólo se inicia cuando la deliberación ya ha concluido. 3 En este mismo sentido distingue el Código Penal entre delitos por comisión y delitos por omisión. C. 3. La acción en el cansancio o la pereza). En ambos casos, el impulso volitivo se vive como esfuerzo. 3) Mencionemos, por último, los casos en que los impulsos volitivos brillan por su ausencia, circunstancia que impide confundirlos con la volición del fin. Así ocurre en todos los ejemplos de omisión: cuando, tras mucho pensarlo, me resuelvo a no salir de casa, es característico de esta volición negativa el no prolongarse en nuevas voliciones encaminadas a realizar el fin propuesto, pues es típico de la omisión el que en ella lo querido, por el solo hecho de ser querido, sea real. Digamos también una palabra sobre la relevancia moral de los impulsos volitivos. En la medida en que son una simple prolongación natural del querer previo, referido al fin, los impulsos volitivos se limitan a confirmar ese querer, y no parecen poseer un valor moral independiente. Podría objetarse a esto que, dado que los impulsos volitivos tienen entidad propia, según ha mostrado la descripción precedente, lo lógico sería reconocer que son valiosos por cuenta propia. Pero esta objeción ha de rechazarse en vista de que nos lleva a la conclusión inaceptable de que las acciones son más valiosas (o, en su caso, disvaliosas) que las omisiones, por cuanto las primeras comportan impulsos volitivos que aumentarían el valor (o disvalor) de la conducta. 5. LA REALIZACIÓN O EJECUCIÓN La siguiente fase es la realización o ejecución consciente de los movimientos ordenados por el impulso volitivo. Puede ocurrir que esos movimientos sean, a la vez, el fin perseguido por la acción en su conjunto, como cuando lo que me propongo es ejecutar un paso de baile; pero lo más frecuente es que el movimiento cuya ejecución es vivida en la realización (apretar el gatillo) y el fin de la acción (abatir la pieza) sean distintos. Al igual que ocurriera al describir otros elementos de la acción, la principal dificultad para captar la novedad de la realización estriba en su acusada continuidad con respecto a los impulsos volitivos, que en algunos casos puede llevar a dudar que exista diferencia entre esforzarse por ejecutar un movimiento y ejecutarlo. Pero esta diferencia salta a la vista con especial claridad en los casos en que, a pesar de registrarse el impulso volitivo, la ejecución no llega a producirse. Tal ocurre cuando la anestesia local impide que el miembro afectado obedezca a nuestras órdenes; o cuando el peso que nos proponíamos levantar resulta, contra nuestras previsiones, excesivo para nuestras fuerzas. Estos ejemplos de impulso volitivo sin ejecución subsiguiente aseguran la diferencia de ambos momentos. Erróneo sería, en cambio, querer alcanzar la misma conclusión proponiendo el caso inverso: el de la ejecución no precedida de activación alguna de la voluntad. Cierto que tales casos parecen darse: ¿no aseguramos a la persona a la que acabamos de pisar inadvertidamente que «ha sido sin querer»? Sin embargo, casos como éste no nos permiten reconocer la peculiaridad de la ejecución, por la sencilla razón de que en ellos no llega a producirse ejecución alguna, al menos si tomamos este término en el sentido en que hemos venido empleándolo. En efecto, por ejecución se entiende la vivencia de realización consciente de un movimiento previamente ordenado por la voluntad. Y como en el caso del pisotón accidental queda excluida por hipótesis toda intervención de la voluntad, queda excluido asimismo que hablemos de ejecución en sentido estricto. El accidente se parece a un acto imperado sin serlo7. Añadamos, por último, que la ejecución como tal no modifica el valor moral de la acción de la que forma parte. Si al ir a poner por obra mi designio descubriera que mis miembros no me obedecen, el mérito o la culpa serían los mismos que si realizara sin dificultad los movimientos previstos. 7Adviértase que no hemos zanjado la cuestión apelando a una arbitraria definición nominal de la ejecución, sino a los datos que se brindan a la intuición. 5 6. LOS RESULTADOS De la ejecución de los movimientos ordenados por la voluntad hay que distinguir los resultados efectivos de la acción, entre ellos el logro del fin que la especifica. De la clasificación de estos resultados nos ocuparemos en un apartado posterior de este mismo capítulo. Baste por ahora señalar lo más obvio: que entre disparar la flecha y alcanzar el blanco, entre poner el agua a hervir y que ésta hierva, media una distancia conceptual y temporal —salvada por leyes naturales sin cuyo conocimiento no podríamos operar en el mundo externo— que impide confundir la ejecución con sus resultados. Tan marcada es esta diferencia, que se ha llegado a afirmar que los resultados alcanzados no son en absoluto parte integrante de la acción 8. ¿O hemos de suponer absurdamente que el impacto de la flecha; el aumento de la temperatura del agua y aun los efectos secundarios derivados de esos procesos (la mayor parte de los cuales me son desconocidos) son vividos conscientemente como parte de mi conducta en el mismo sentido en que lo son mi deliberación o mi querer? Con todo, la tesis según la cual los resultados efectivos no forman parte de la acción debe aceptarse con reservas, al menos por lo que hace al fin, resultado perseguido por la acción globalmente considerada. 1) En primer lugar, no debe olvidarse el caso, antes mencionado, de la acción cuyo fin es el movimiento mismo que la pone por obra. El ejemplo obvio es la danza. Puesto que en ella no existe diferencia entre la ejecución de los movimientos imperados por la voluntad y el fin perseguido, y puesto que la ejecución es parte integral de la acción, debernos considerar que también lo es, en este caso al menos, el fin mismo. 2) Pero incluso si nos limitamos a los casos, mucho más frecuentes, en los que la ejecución y el fin son realmente distintos, comprobaremos que la noticia de esa diferencia es en ocasiones, no un dato fenoménico, inmediatamente vivido, sino el resultado de una inferencia. Pensemos sobre todo en los casos de manejo diestro de un ingenio mecánico, por ejemplo un piano o un automóvil. Por más que entre la pulsación de las teclas y la música oída exista una diferencia objetiva mediada por un complejo mecanismo, el virtuoso concentrado en su trabajo no advierte solución de continuidad entre sus movimientos y la música: la siente brotar de sus manos. Se dirá que sufre una ilusión; que por más que a él le parezca lo contrario, la música que llena el aire no es más que un efecto mediato de sus movimientos. Sin embargo, desde el punto de vista fenomenológico lo decisivo es, precisamente, lo que a él le parezca; y sí hasta ahora hemos aceptado la inmediata impresión de continuidad entre las fases fenoménicas de la acción como índice de su pertenencia solidaria a una misma experiencia unitaria, no podemos ahora abandonar ese criterio y sustituirlo por inferencias causales. Pertenezcan o no los resultados efectivos a la unidad fenoménica de la acción, no cabe duda de que no modifican el valor moral de ésta. La culpa en que incurre quien aprieta el gatillo con intención de matar no se ve afectada porque el arma se encasquille o el tirador tenga mala puntería; ni se ve empañado el mérito de quien, a pesar de proceder con su mejor voluntad, fracasa en su intento. (Obsérvese que la tesis de la irrelevancia de las consecuencias para el valor moral de la acción se ve revalidada también en los casos en que no hay solución de continuidad fenoménica entre la ejecución y el fin, pues esa continuidad es el mejor indicio de que no se añade nada «nuevo».) 7. MÁS SOBRE LA DELIBERACIÓN 8 Cf. M. SCHELER, El formalismo en ética y la ética material de los valores, traducido al español con el título de Ética (Revista de Occidente. Buenos Aires 1948). A pesar de la discrepancia con Scheler que a continuación se enuncia, el presente capítulo está en deuda con la fenomenología de la acción desarrollada en la sección tercera de la obra citada. C. 3. La acción Dijimos que las acciones (o actos humanos) se caracterizan por su racionalidad y por su libertad. De la libertad nos ocuparemos en el tema siguiente. Ahora es preciso que estudiemos, siquiera brevemente, la racionalidad característica de las acciones. Cuando afirmarnos de una conducta que es racional, queremos decir que es lúcida, consciente, reflexiva. Los actos del hombre no implican la mediación de la conciencia, según se vio. Los actos humanos, en cambio, son premeditados. Su sujeto obra a sabiendas, y la acción que lleva a cabo le es imputable precisamente por ello. ¿En qué consiste esta premeditación o deliberación que guía a la volición propiamente dicha? Distinguiremos en ella dos aspectos principales: el técnico y el estimativo. 1) En la mayoría de los casos, no basta querer una cosa para que esa cosa sea ya real, sino que se hace imprescindible «poner los medios». El aspecto técnico de la deliberación consiste precisamente en arbitrar los medios que nos permitan alcanzar el fin de que se trate. Pongamos un ejemplo sencillo. Sea el fin que me propongo adquirir un coche; me digo a mí mismo que he de hacerme con dinero suficiente para comprarlo; se me ocurre que puedo conseguir ese dinero trabajando; para encontrar un trabajo, puedo ofrecer mis servicios a través de las páginas de anuncios clasificados de un periódico; para ello debo acercarme a la redacción del periódico; como está algo lejos, tomaré un autobús. El proceso de deliberación me ha puesto sobre la pista de una serie de medios de los que espero me permitan alcanzar el fin propuesto. Pero nótese que la deliberación práctica procede normalmente en sentido inverso a la conducta efectiva: comenzamos proponiéndonos un fin, y a partir de él vamos retrocediendo de medio en medio hasta alcanzar nuestra situación presente. Sólo entonces ponemos manos a la obra: tomamos el autobús, ponemos el anuncio... Esta peculiaridad de la razón práctica se expresa en el apotegma clásico primum in intentione. ultimum in exsecutione. ¿Cómo caracterizar la relación entre los medios y el fin? En ocasiones se trata de una relación de causa a efecto, como cuando el medicamento (medio) devuelve la salud (fin). Pero, volviendo a nuestro ejemplo, sería inadecuado decir que el disponer de dinero sea causa de la adquisición de un automóvil. De ahí que debamos caracterizar genéricamente al medio como condición del fin. Obsérvese que no tiene por qué tratarse de una condición necesaria, pues muchas veces existen medios alternativos para alcanzar ese mismo fin (podría pedir prestado el dinero en vez de trabajar, por ejemplo). Tampoco se tratará en todos los casos de una condición suficiente, pues a menudo es necesario que se cumplan otras condiciones más (en el caso propuesto, tomar un autobús no es suficiente para comprar el coche deseado, sino que habrá que conseguir el empleo, trabajar, etcétera). En cambio, la suma de los medios, la serie entera de los pasos que se han de dar, sí se presenta al sujeto como condición suficiente de la realidad del fin. De hecho, la deliberación no puede darse por concluida en tanto la serie completa de los pasos que se han de dar para alcanzar el fin no se presente como suficiente9. 2) Hasta ahora hemos atendido al aspecto técnico de la deliberación. Volvamos ahora la mirada al aspecto estimativo. Ya se dijo que el fin querido ha de parecerle valioso al sujeto que lo quiere. Precisamente por poseer valor intrínseco, el fin es querido por sí mismo. Los medios, en cambio, no tienen por qué poseer valor intrínseco, más aún, pueden ser intrínsecamente disvaliosos; si los queremos, es por mor de los fines. Así, no nos parece deseable, si lo consideramos en abstracto, una ocupación tan penosa como cavar zanjas. Pero si ésa es la única manera de conseguir el dinero para comprar el coche que tanto ansío, quizá me decida a aceptar ese trabajo desagradable. Me diré entonces que la bondad del fin compensa lo desagradable del medio. En la medida en que ese medio me parece deseable en las circunstancias descritas, se presentará revestido de un valor positivo del que él no es titular, sino que más bien es contagiado por el valor del fin. En otros casos, el medio me parecerá tan disvalioso que abandonaré el proyecto de alcanzar el fin a menos que sea capaz de discurrir otro medio. 9Bien es verdad que la deliberación nunca es completa, pues norepara en los medios que. de puro comunes y habituales, no exigen parar mientes en ellos. 7 determinado a mí mismo a mirar en esa dirección 10. Mientras el desear presenta el carácter de una reacción automática, el querer constituye una «respuesta» (Hildebrand) al hecho querido. Este contraste entre actividad y pasividad trae de la mano nuevas diferencias entre el deseo y la volición. La actividad espiritual a que llamamos querer consiste, según se vio, en que el sujeto se determina a intervenir para hacer real un hecho que él se ha representado. Por su parte, también el deseo comporta la representación de un hecho. Pero el hecho de que no incluya la determinación de obrar hace que la representación de lo deseado no esté sujeta a algunas de las condiciones propias de la representación de lo querido. Mientras lo que quiero ha de parecerme posible, pues de lo contrario no podré proponérmelo seriamente, puedo desear algo que juzgo imposible (por ejemplo, que vuelva a la vida un ser querido que acaba de fallecer). Por lo mismo que lo deseado no tiene por qué presentarse como posible, tampoco está atado a la condición de estar situado en el futuro (así, quien exclama «ojalá no lo hubiera hecho» expresa el deseo de no haber realizado cierta acción pretérita); ni tiene por qué ser algo en lo que yo pueda intervenir (deseo que el caballo por el que he apostado gane la carrera, pero como espectador que soy, nada puedo hacer para que esto ocurra). 10De ahí que Pfänder (o.c.) describa el deseo como una vivencia esencialmente centrípeta. El querer presentaría una estructura más compleja: centrífugo por cuanto constituye una toma de posición hacia el hecho querido, reflexivo porque representa un acto de propia determinación del sujeto. 11
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved