Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Apuntes Ensayo Literario español: teoría y práctica, Apuntes de Literatura

Apuntes de la asignatura optativa.

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 17/02/2021

Paz7
Paz7 🇪🇸

4.5

(19)

15 documentos

1 / 49

Toggle sidebar

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Apuntes Ensayo Literario español: teoría y práctica y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! El Ensayo Literario español: Teoría y Práctica. Grupo A. Examen: 05/02/2021 - 11:30 José Miguel Gonzalez Soriano. ​josemigo@ucm.es 1. Introducción: el ensayo como género. Antecedentes del ensayo literario español hasta el siglo XVIII. Empezaremos por intentar definir qué es el ensayo. El ensayo es una disertación científica sin prueba explícita (José ortega y gasset). Resulta ya un tópico citar, para ilustrar qué es un ensayo, la definición que de este género hizo Ortega y Gasset. Entendiendo, en primer lugar, que con el adjetivo disertación /científica/, no se refiere al tema -como opuesto a humanística- sino al propósito de reflexionar metódicamente sobre la realidad, atina Ortega con tres de las claves que permiten diferenciar este género del estudio especializado: el carácter personal y libre de reflexión (disertación), la renuncia al rigor profundo y a la exhaustividad (sin prueba explícita), y el propósito de hacer reflexionar al lector y sugerir nuevas ideas (sí suele haber /pruebas implícitas/) La voz ensayo viene de la expresión bajo-latina ex agium​, que significa ‘comprobación o ponderación’ y que ha dado en español dos palabras parecidas: ensayo, que vale por ‘verificación de moneda o de metales’ y ensayo, ‘tentativa’ y también ‘prueba o aquilatamiento de cualquier cosa’. Como género literario, el DRAE no incluye esta acepción hasta 1869 y hasta 1925 no figura registrada la voz ensayista. Actualmente, el diccionario lo define como ‘escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales’. Dentro de la literatura, el nombre proviene de la obra Essais de Michel de Montaigne, cumbre del pensamiento humanista francés, a la que seguirán los Essays del inglés Francis Bacon, padre del empirismo filosófico y científico. Ambos son los libros fundadores del género ensayístico, si bien no carecían de antecedentes o precursores en la tradición occidental. En España, en los siglos xviii y xix, la voz ensayo se asoció al acopio bibliográfico o noticioso. Los ilustrados no denominarán ensayos a sus obras ensayísticas; la obra de Montaigne se tradujo como ‘Experiencias y discursos’ (el ensayo introduce frecuentemente expr personales del autor). Otros términos utilizados serían lecciones o artículos. El primer uso moderno del término ensayo se produce en España en la obra de Clarín, cuando en 1882 titula Ensayos y revistas una compilación de trabajos literarios. Antes había escrito a su editor Manuel Fernández Lasanta, explicando cómo “podríamos dar en un tomo los artículos que publicaré en ​la españa moderna más algunos otros de ​la ilustración ibérica, el imparcial y la correspondencia de españ​/ (algunos de estos tendría que terminarlos) y llamar al libro ensayos, nombre muy usado en el extranjero para libros de esta clase”. El ensayo abarca muchos saberes sin un afán totalizador. Se trata de textos de carácter lógico y que abrigan, por lo general, una intención didáctica. El ensayo constituye un enfrentamiento personal ante un tema: el autor expresa su opinión y sus pensamientos acerca de lo que está tratando, por lo que su carácter es subjetivo. Pretende convencer, no demostrar. Posee afán divulgador y no de especialización científica. Su temática puede ser de lo más variada, y su contenido se diferencia de otros textos de tipo académico o especializado en que, siendo una obra de extensión generalmente breve, carece del propósito de exhaustividad propio de aquellos y suelen presentar cierto desorden o aire informal que lo distingue de tratados y manuales, los cuales tienen una estructura muy rígida. La mayor o menor calidad con que se emplea la lengua establecerá la frontera entre el ensayo literario y el no literario. Dado su carácter personal y abierto, resulta difícil fijar unos límites claros para el ensayo. Con todo, pueden establecerse algunas características fundamentales, siempre que no se entiendan de forma absoluta, sino como tendencias que pueden cumplirse en mayor o menor grado: - Variedad de temática, de tono y de actitud. Característica definitoria del ensayo. Es variable su extensión (desde una columna de periódico hasta un voluminoso libro, aunque en su origen tendría a la brevedad), en sus formas de publicación (libro, artículo en prensa, colección de ensayos breves del mismo autor, o de varios autores sobre un asunto…), en el tema (literario, filosófico, histórico, de costumbres, científico, político, etc.), en el tono (crítico, humorístico, satírico, poético…), en su forma externa (cartas, artículos, diálogos, memorias, dietarios, etc.). El enfoque y la actitud también pueden ser muy diversos. - Visión personal: subjetividad. Es un escrito que presenta una visión personal del autor sobre alguna cuestión, por lo que prima la subjetividad. Lo que verdaderamente interesa en el texto no es tanto el tema por sí mismo, sino el peculiar enfoque desde el que lo contempla el autor, el cual se convierte en protagonista: vuelca sus ideas sobre el asunto, sus impresiones propias, a veces sus recuerdos… Por eso son mucho más habituales que en los tratados y artículos especializados las referencias en 1 persona, y también la presencia de una adjetivación valorativa, que refleja la personalidad e ideología del ensayista. - Abierto a la polémica. Es también, dada esa subjetividad, un género abierto a la polémica: las impresiones y las opiniones del autor son discutibles, precisamente por ser personales; en ocasiones, es el propio ensayista quien busca el debate oponiéndose a los puntos de vista de otros autores y rebatiendo sus ideas y argumentos. - Intención de sugerir. En el ensayo, el autor no pretende llegar a conclusiones definitivas, universalmente válidas; se queda con la sugerencia: mostrar nuevas perspectivas y suscitar la reflexión del lector. El ensayista defiende con argumentos sus ideas, pero estos argumentos pocas veces son pruebas explícitas que se pretendan irrevocables; prefiere la expresividad, los argumentos que son capaces de sugerir al lector determinadas impresiones. De ahí la frecuente inclusión de anécdotas propias o ajenas, recuerdos personales, comparaciones, referencias a lectores, etc. la cultura tradicional, avanzar de una sociedad teocrática hacia otra laicista y basada en el individualismo. El manifiesto inaugural de este movimiento fue la ​Carta filosófico-médico-química de Juan de Cabriada (1687). En ella se queja del atraso con que llegan a España «las luces» y afirma que el único método fiable para la ciencia y la medicina es la experimentación, haciéndose eco del pensamiento empírico inglés. También en 1687 se publica un libro escrito siete años antes, ​El hombre práctico, ​de Francisco Gutiérrez de los Ríos, donde se plantean muchas cuestiones del mismo modo en que lo harían los ilustrados. Ya en el siglo XVIII, otro destacado «novador», Melchor de Macanaz, en su ​Regalías de los Señores de Aragón​, ensayo que no fue publicado póstumamente hasta el año 1789, defenderá los derechos del rey en lo referente a los intereses económicos e impuestos que el Estado debía gravar a la Iglesia, como poseedora de grandes propiedades. Característica esencial de todos estos novatores solía ser que, aun poseyendo algún título universitario o una amplia cultura, escriben acerca de todas las materias concernientes al buen gobierno, siendo generalmente autodidactas en las disciplinas ajenas a su especialidad. Por ello, el género del ensayo, que no exige el rigor y la extensión de un tratado específico sobre una materia, se ajustaba muy bien a su índole intelectual «diletante». Aunque no cristalizasen en una obra equivalente a los ​Essais de Montaigne, en la literatura castellana de los Siglos de Oro existen, por tanto, formas que todavía en ciernes, podrían considerarse como «ensayos» o como orígenes del ensayo antes de que en España se generalice la acepción literaria del término. 2. El ensayo moderno en la Ilustración. Desde finales del siglo XVII se inicia la llamada crisis de la conciencia europea, en la que todos los aspectos de la vida, creencias y convicciones religiosas, políticas, científicas o pseudocientíficas, etc., existentes hasta entonces, se discuten y someten a la razón. Se fomenta el espíritu crítico, se rechaza el principio de autoridad y avanza el escepticismo religioso; se postula la separación de la Iglesia y el Estado y, en muchas almas, el cristianismo es sustituido por el deísmo, o el agnosticismo. Los orígenes del movimiento ilustrado hay que buscarlos en la revolución científica del XVII. Los iniciadores de la Ilustración fueron ingleses: Francis Bacon y John Locke, filósofos empiristas para quienes la experiencia es la base del saber humano; e Isaac Newton, que renunció a toda teoría apriorística, partiendo de los fenómenos para llegar a los principios. En el siglo XVIII, se llega a la conclusión de que el hombre puede comprender los fenómenos de evolución social. Es un siglo de culto a la razón; y la búsqueda de utilidad impregna de afán didáctico toda la literatura de este siglo. El estilo de las obras se supedita a la sencillez y claridad para hacerlas asequibles a todo tipo de lector. Así, emergen y se desarrollan géneros como el ensayo. Muchas de las obras del siglo XVIII tienen un carácter doctrinal y pretenden difundir las ideas ilustradas o contribuir a reformar la sociedad del momento. La mayoría de estos textos están escritos en prosa. El ensayo dieciochesco se ocupa de temas seculares, pero elevándose a cuestiones filosóficas relativas al Derecho natural. Y son frecuentes los libros referidos a múltiples disciplinas, muchas de ellas típicas de la nueva cultura ilustrada: la historiografía, las ciencias jurídicas, los escritos artísticos, los textos científicos, la teoría e historia literarias, etc. En esta centuria aparecen también los primeros periódicos y otras publicaciones como las revistas especializadas, sentando las bases de la prensa en nuestro país como instrumento para comunicar ideas, e incluso como hecho cultural. Igualmente se editan con éxito las misceláneas de curiosidades, los almanaques, calendarios y pronósticos, la literatura por entregas… Todo ello muestra el crecimiento del consumo literario y la ampliación del público lector. La prosa de ficción es, sin embargo, muy escasa en esta época. El género literario en prosa preferido por los escritores de la Ilustración fue el del ensayo, como disertación escrita de intención didáctica, muy variable en cuanto a temas y estilo según cada autor. Con sus ensayos, los autores del XVIII pretendían defender las nuevas ideas y actitudes propias del siglo de las luces. Los ensayistas dieciochescos más destacados fueron Feijoo, Gregorio Mayans, Antonio Ponz, José Cadalso y Jovellanos. Igualmente, las llamadas oraciones (de «orador») tuvieron gran predicamento en el siglo XVIII como material ensayístico, destacando la ​Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (1727) de Gregorio Mayans, donde se reivindica el arte de la retórica como base sólida e imprescindible para tratar asuntos históricos y jurídicos; y la ​Oración apologética por la España y su mérito literario (1786) de Juan Pablo Forner, un gran -y temido- polemista antiilustrado, quien, con afirmaciones tajantes, apela a que se actúe de forma decidida contra las influencias literarias extranjeras y sus adeptos. En la oración, «el tratamiento de los asuntos, aunque se haga mediante referencias a autores, no implica un diálogo con las fuentes, sino que estos entran en la alocución como fiadores de la propia opinión o aliados en una lucha común [...] el escritor español dieciochesco, a medida que avanza el siglo, parece como si se situara ante un público -una dimensión nueva en la historia literaria- como ante un tribunal». También, las censuras y aprobaciones a la impresión de obras -en el XVIII no se podía editar un libro sin un informe previo, encargado a personas de reconocido prestigio académico, garantizando que su contenido no atenta contra los derechos establecidos del rey o contra las buenas costumbres; lo que determinaba su aprobación oficial o su censura- contenían abundante material ensayístico: al editarse modernamente las ​Obras complejas de Gregorio Mayans en 1984, las censuras que este redactó fueron incluidas en un tomo denominado ​Ensayos​. La censura o ++++++++++++++++ José Cadalso nació en Cádiz y vivió en París, Madrid, Zaragoza y Salamanca, ciudad donde entabló relación con el fértil grupo ilustrado de la ciudad. Militar de profesión, murió durante un asalto a la peña de Gibraltar. Cadalso pertenece a la generación de medio siglo que empieza a impregnarse de la Ilustración pero sin vivir los últimos años del siglo, que son los de máximo apogeo ilustrado. Poeta de estilo rococó (un barroco menos recargado, algo frívolo y superficial) bajo el seudónimo de «Dalmiro», y autor de alguna pieza teatral de género trágico, es en la prosa donde Cadalso alcanza sus mayores logros, con tres importantes obras: ​Los eruditos a la violeta​, ​Noches lúgubres y ​Cartas marruecas​. Las ​Cartas Marruecas fueron publicadas en 1789, siete años después de la muerte de Cadalso. El libro se fue gestando a lo largo de su vida; en 1774 se decidió a editarlas y por ello las presentó al Consejo de Castilla para su aprobación. Hasta 1778, sin embargo, no retiró el autor el manuscrito: ¿por qué no lo dio entonces a la imprenta? En 1782 fallece y, tras una tentativa de Menéndez Valdéz por publicarlo, el libro salió al fin por entregas en el periódico ​Correo de los ciegos de Madrid​, con la emisión de las cartas IV y LXXXIII y de la «Protesta literaria». En 1793, el editor Antonio Sancha publicó la obra completa en forma de libro. El protagonista es el marroquí Gazel, quien, durante su viaje por España, escribe a su preceptor Ben Beley y a un amigo español, Nuño Núñez. En estas cartas se repasan y critican las costumbres, ideas y organización social españolas; diversos males que han ocasionado la decadencia del país, a la vez que apunta remedios para salir del estado en que se encuentra. Gazel es el que más escribe: 69 cartas frente a 11 de Beley y 10 de Nuño. Sin embargo, muchas veces Gazel introduce las opiniones de Nuño, siendo este quien lleva la voz cantante. En las ​Cartas Marruecas​, Cadalso sigue el planteamiento de las ​Cartas persas (1721) de Montesquieu: un extranjero viaja por un país extraño y, desde su perspectiva de forastero, escribe unas cartas en las que conecta todo lo que ve, es decir, las tradiciones, la cultura,... Se trata de un molde literario o subgénero que combina la condición epistolar con la tradición de los libros de viajes del XVIII. En la obra de Cadalso, lo más original reside en la presencia de tres interlocutores; tres narradores, tres historias personales para un único punto de vista, sin embargo, de la realidad. La triple perspectiva es un recurso para insistir en unas ideas; nunca hay enfrentamiento dialéctico entre ellos. La carta y sus corresponsales posibilitan una gran variedad discursiva en cuanto a su redacción. El marco ficcional de la obra, sin embargo, no se desarrolla más: las misivas carecen de fechas, de encabezamientos, cuando aparecen personajes en realidad son «tipos» y no siguen ningún orden temático ni cronológico al no ir datadas, en contraposición con la estructura organizada de las ​Cartas persas​. Lo cierto es que no sabemos cuál podría haber sido el orden que dispusiera Cadalso en la edición definitiva: fueron publicadas en un periódico y quizá su orden obedeciera a razones de actualidad, etc. El ideal de imparcialidad, de «justo medio» constituye un valor prototípico del hombre del XVIII. Pero, dentro de la visión crítica de la realidad española de su tiempo, Cadalso no consigue ser enteramente fiel al ideal de imparcialidad propugnado. Se advierte así en ​Cartas marruecas cierta actitud vital desazonada, que nos ponen en contacto con un escritor desengañado que no corresponde con el prototipo ilustrado de intelectual nacional y brillante. En cuanto al estilo de las ​Cartas marruecas cabe decir que, si en su poesía Cadalso consolidaba ciertos procedimientos expresivos característicos de la lírica neoclásica, en la prosa es el ideal estilístico de sobriedad y contención el que guía su pluma. Pretende con ello alejarse de la retórica barroca y afirma la utilización de una lengua más llana y sencilla, con un léxico culto, pero no afectado y unos recursos literarios bastante simples. Algunas cartas tienen mucho de escena o cuadro de costumbres, con anécdotas y diálogos parafraseados en este estilo indirecto. A veces, cuando se ridiculizan algunas costumbres con ironía amarga, se ve un anticipo de Larra, aunque la crítica de «Fígaro» será mucho más explosiva y corrosiva. Gaspar Melchor de Jovellanos es el más importante ensayista español del siglo XVIII y el personaje que mejor encarna la Ilustración española. Nació de familia hidalga en Gijón. Sus estudios iban encaminados al sacerdocio, pero se desvió hacia magistratura. Estudió así en diversas universidades, especializándose en Derecho civil y canónico. En 1767 fue nombrado regidor de Sevilla; allí permaneció diez años y junto a Pablo de Olavide fundaron una famosa tertulia política. A continuación fue nombrado alcalde de Madrid; ingresa en la Sociedad Matritense de Amigos del País y seguidamente le abrirá las puertas la Academia de la Historia, la Real Academia de la Lengua y la de Bellas Artes de San Fernando. En 1790, sin embargo, caerá en desgracia tras la muerte de Carlos III y la subida al poder de Floridablanca, valido de Carlos IV. Antonio Ponz, erudito ilustrado, alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, vivió en Italia entre 1751 y 1765 y a su regreso se le encargó inventariar los bienes en Andalucía de la recién expulsada Compañía de Jesús. Tal hecho fue el punto de partida de su obra fundamental, el ​Viaje de España donde, con un propósito enciclopédico, recorrerá las ciudades, villas y aldeas españolas en busca de noticias literarias y artísticas, estudiando sus paisajes, monumentos y obras de arte con la preparación y entendimiento de un buen perito, contando seguidamente sus impresiones tal y como las recibía. Ponz dio a conocer su proyecto de recorrer España entre sus amigos, y estos le apremiaron a que lo llevase a cabo; entre ellos, Jovellanos y Campomanes. El tomo I de su ​Viaje de España​, dedicado a Toledo, fue publicado en 1772, ocultando su nombre bajo el seudónimo de «Pedro Antonio de la Puente». El éxito alcanzado por los primeros tomos hizo inútil ocultar su nombre; y ya a partir del tercero aparecieron los siguientes con el nombre de Antonio Ponz como autor. Todos los dieciocho tomos, que se publicaron entre 1772 y 1794, se editaron en la famosa imprenta de Joaquín Ibarra, impresor de Cámara de S. M. Después de la muerte de Ponz en 1792, se publicó póstumo el último volumen de su ​Viaje de España​, que terminó de ordenar su sobrino José Ponz. Su fallecimiento le impidió completar el relato sobre las regiones orientales de Andalucía, Murcia, Galicia y la cornisa cantábrica. En época moderna, ​Viaje de España ha sido reeditado, compilado en cuatro volúmenes, por la editorial Aguilar, con introducción e índices de Casto María del Rivero. El ​Viaje de Antonio Ponz está redactado en forma de cartas dirigidas a un corresponsal anónimo, residente en la Corte —quizá el mismo Campomanes—. Por razones de verosimilitud, no obstante, Ponz prescindirá de este recurso formal en la parte relativa a Madrid. En otros momentos de su obra, incluye documentos que le remiten amigos o especialistas, como el propio Jovellanos. Domina en Ponz el interés científico por documentar el patrimonio artístico del país, pero el autor aprovecha la ocasión para corregir errores históricos y lamentar la ignorancia, el abandono o la injusticia social que existen en muchas regiones de España. Su obra refleja sus preocupaciones como reformador ilustrado, progresista a la manera del enciclopedismo español del XVIII, que luego encarnará Jovellanos y que se interrumpe después, con la lucha por la independencia y las continuas guerras civiles. José Cadalso nació en Cádiz y vivió en París, Madrid, Zaragoza y Salamanca, ciudad donde entabló relación con el fértil grupo ilustrado de la ciudad. Militar de profesión, murió durante un asalto a la peña de Gibraltar. Cadalso pertenece a la generación de medio siglo que empieza a impregnarse de la Ilustración pero sin vivir los últimos años del siglo, que son los de máximo apogeo ilustrado. Poeta de estilo rococó bajo el seudónimo de «Dalmiro», y autor de alguna pieza teatral de género trágico, es en la prosa donde Cadalso alcanza sus mayores logros, con tres importantes obras: ​Los eruditos a la violeta, Noches lúgubres ​y ​Cartas marruecas. Las ​Cartas Marruecas fueron publicadas en 1789, siete años después de la muerte de Cadalso. El libro se fue gestando a lo largo de su vida; en 1774 se dedicó a editarlas y por ello las presentó al Consejo de Castilla para su aprobación. Hasta 1778, sin embargo, no retiró el autor el manuscrito: ¿por qué no lo dio entonces a la imprenta? En 1782 fallece y, tras una tentativa de Meléndez Valdés por publicarlo, el libro salió al fin por entregas en el periódico ​Correo de los ciegos de Madrid fundado por Mariano Nipho, del 14 de febrero al 25 de julio de 1789, con la omisión de las cartas LV y LXXXIII y de la «Protesta literaria». En 1793, el editor Antonio Sancha publicó la obra completa en forma de libro. El protagonista es el marroquí Gazel, quien, durante su viaje por España, escribe a su preceptor Ben Beley y a un amigo español, Nuño Núñez. En estas cartas se repasan y critican las costumbres, ideas y organización social españolas; diversos males que han ocasionado la decadencia del país, a la vez que apunta remedios para salir del estado en que se encuentra. Gazel es el que más escribe: 69 cartas frente a 11 de Ben Beley y 10 de Nuño. Sin embargo, muchas veces Gazel introduce las opiniones de Nuño, siendo este quien lleva la voz cantante. En las ​Cartas Marruecas​, Cadalso sigue el planteamiento de las ​Cartas persas ​de Montesquieu: un extranjero viaja por un país extraño y , desde su perspectiva de forastero, escribe unas cartas en las que comenta todo lo que ve, es decir, las tradiciones, la cultura… Se trata de un molde literario o subgénero que combina la condición epistolar con la tradición de los libros de viajes del XVIII. En la obra de Cadalso, lo más original reside en la presencia de tres interlocutores; tres narradores, tres historias personales para un único punto de vista, sin embargo, de la realidad. La triple perspectiva es un recurso para insistir en unas ideas; nunca hay enfrentamiento dialéctico entre ellos. La carta y sus corresponsales posibilitan una gran variedad discursiva en cuanto a su redacción. El marco ficcional de la obra, sin embargo, no se desarrolla más; las misivas carecen de fechas, de encabezamientos, cuando aparecen personajes en realidad son «tipos» y no siguen ningún orden temático ni cronológico al no ir datadas, en contraposición con la estructura organizada de las ​Cartas persas​. Lo cierto es que no sabemos cuál podría haber sido el orden que dispusiera Cadalso en la edición definitiva: fueron publicadas en un periódico y quizá su orden obedeciese a razones de actualidad, etc. El ideal de imparcialidad, de «justo medio» constituye un valor prototípico del hombre del siglo XVIII. Pero, dentro de la visión crítica de la realidad española de su tiempo, Cadalso no consigue ser enteramente fiel al ideal de imparcialidad propugnado. «Muchas veces su lealtad intelectual a su siglo y su más apremiante lealtad emocional al ​quid Hispanicum​, a la tradición nacional, entran en confrontación». Se advierte así en ​Cartas Marruecas cierta actitud vital desazonada, que nos ponen en contacto con un escritor desengañado que no se corresponde con el prototipo ilustrado de intelectual racional y brillante: «El hombre es mísero desde la cuna al sepulcro». Hay un pesimismo en la obra que no puede camuflar el ​leitmotiv de la imparcialidad y el justo medio. «Cadalso tiene menos confianza en el método científico y la indagación de los hechos que otros hombres de su siglo. Mientras que Feijoo, Jovellanos y Leandro Fernández de Moratín creen que todos los problemas que plantean son capaces de solución. Cadalso es más escéptico y sus personajes reflejan sus dudas acerca de la posibilidad de saber cualquier cosa a ciencia cierta y su poca confianza en el progreso». En cuanto al estilo de las ​Cartas marruecas, ​cabe decir que, si en su poesía Cadalso consolidaba ciertos procedimientos expresivos característicos de la lírica neoclásica, en la prosa es el ideal estilístico de sobriedad y contención el que guía su pluma. Pretende con ello alejarse de la retórica barroca y afirmar la utilización de una lengua más llana y sencilla, con un léxico culto pero no afectado y unos recursos literarios bastante simples. Algunas cartas tienen mucho de escena o cuadro de costumbres, con anécdotas y diálogos parafraseados en estilo indirecto. A veces, cuando se ridiculizan algunas costumbres con ironía amarga, se ve un anticipo de Larra, aunque la crítica de «Fígaro» será mucho más explosiva y corrosiva. Gaspar Melchor de Jovellanos es el más importante ensayista español del siglo XVIII y el personaje que mejor encarna la Ilustración española. Nació de familia hidalga en Gijón. Sus estudios iban encaminados al sacerdocio, pero se desvió hacia magistratura. Estudio así en diversas Universidades, especializándose en Derecho civil y canónico. En 1767 fue nombrado regidor de Sevilla; allí permaneció diez años y junto a Pablo de Olavide fundará una famosa tertulia política. A continuación fue nombrado alcalde de Madrid; ingresa en 1778 en la Sociedad Matritense de Amigos del País y seguidamente le abrirán sus puertas la Academia de la Historia, la Real Academia de la Lengua y la de Bellas Artes de San Fernando. En 1790, sin embargo, caerá en desgracia tras la muerte de Carlos III y la subida al poder de Floridablanca, valido de Carlos IV. Jovellanos es desterrado entonces a Gijón, donde funda el Instituto Asturiano, pero bajo el mandato de Godoy vuelve de nuevo al poder y será nombrado ministro de Justicia. Su rehabilitación durará poco, cayendo nuevamente en desgracia ante la oposición de los sectores más tradicionalistas: se le confina otra vez en Asturias y entre 1801 y 1808 sufrirá prisión, primero en la Cartuja de Valldemosa y después en el castillo de Bellver en Mallorca. Recuperará la libertad al sobrevenir la invasión francesa: José I, el nuevo monarca, quiso incorporarlo al gobierno, pero Jovellanos abrazó la causa de la Independencia española. Su última actividad política fue representar a Asturias en la Junta Central, gobierno provisional que dirigía la lucha contra los franceses. Enfermo de pulmonía, fallecería en Puerto de Vega en 1811. La producción escrita de Jovellanos es bastante amplia, si bien la estrictamente literaria es escasa: algunos poemas sueltos y dos piezas teatrales: ​El Pelayo o ​La muerte de Munuza​; tragedia escrita en romance endecasílabo y dividida en cinco actos, cuyo protagonista es el célebre rey asturiano y Munuza, godo de la facción del conde D. Julián y enamorado de Homesinda, hermana de Pelayo, a quien secuestra al igual que a su hermano posteriormente; pero el pueblo se subleva y los liberará. ​El delincuente honrado​, por su parte, escrita en prosa, se desenvuelve en contra de una ley que, en los desafíos, consideraba igualmente culpables al ofensor y al ofendido. El ensayista asturiano mantiene que este no tiene culpa alguna, y que no es sino un «delincuente honrado». Ajustado a la regla de las tres unidades, el drama es folletinesco y hoy día resulta insufrible; pero tiene valor histórico como muestra de lo que en Francia se llamó «comedia lacrimosa». En la exaltación de los sentimientos apunta ya en la obra un inminente prerromanticismo; el tema es ilustrado, pero su exposición no. Sus escritos más importantes, en prosa, son ensayísticos, sobre temas muy variados, en los que aborda los problemas más importantes del país, formula críticas y propone reformas para elevar la dignidad espiritual y material de España. A pesar de la seriedad y de la importancia de los temas que trata, Jovellanos recrea su pensamiento y sus ideas con una prosa elegante, sobria y fluida, a veces solemne, y no exenta de valores literarios. Tal elegancia, como ocurría con Feijoo, reside en la clara expresión y en el empleo de los recursos más simples de la retórica. Entre estas obras ensayísticas en prosa destacan tres títulos: - Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas ​(1790). En ella efectúa una reflexión sobre las formas de entretenimiento que ofrece la sociedad, propugnando que estén incluidas en los planes ilustrados de reforma. Jovellanos juzga que son pocas, y algunas criticables, como el espectáculo de las corridas de toros, que considera bárbaro: defiende por el contrario la libertad en los bailes y fiestas populares, criticando la fuerte vigilancia policial; y postula un tipo de teatro que se ajuste a las reglas neoclásicas, defendiendo su valor educativo a la vez que ataca el teatro barroco, siendo partidario de su prohibición. - Informe sobre el expediente de la Ley agraria (1794). Analiza las causas del atraso de la agricultura española y propone reformas como establecer regadíos, el acceso de los campesinos a la cultura y una valiente reforma de desamortización de la propiedad agrícola para modernizarla; es decir, la supresión de las leyes que impedían vender las propiedades de los ayuntamientos, de la Iglesia y de la nobleza, propuesta que le supuso ser incluido en el índice de Libros Prohibidos; fue traducido, sin embargo, al francés, inglés y alemán. Su defensa de la diversión «muestra que la antropología ilustrada concedía una gran importancia al aspecto lúdico de la existencia». Sin embargo, al lado de estos sentimientos «liberales» está también el ilustrado reformador, que alaba igualmente la utilidad para la gobernación del país de tal permisividad, de que el pueblo llano siga con sus diversiones. Las clases acomodadas, en cambio, no pueden prescindir de los espectáculos, especialmente en las ciudades. Conviene que los tengan, entre otras cosas, para evitar su tendencia a establecerse en Madrid, con el consiguiente absentismo y despoblación tan funesto para la agricultura y la economía toda. Jovellanos se centra principalmente en el espectáculo teatral, y entre las medidas señaladas para la reforma de los teatros, se desglosan la prohibición de las obras de los Siglos d Oro y sus secuelas dieciochescas; la instauración de premios para obras de buen gusto gestionados por la Real Academia; la creación de escuelas para la formación de actores; la reforma de los coliseos suprimiendo los patios de espectadores de pie y su sustitución por asientos; y la elevación del precio de las entradas, que equivaldría a privar al pueblo, al «montón de chusma» del acceso a los coliseos… El teatro, a mediados del siglo XVIII, había llegado a una extrema postración. El fenómeno teatral se había reducido prácticamente a Madrid; y en época de Carlos III, no había en la capital más allá de cuatro teatros, con una capacidad para dos mil personas. Los nobles se sentaban en los palcos, pero las clases menos agraciadas tenían que estar de pie. Los actores estaban considerados poco menos que la escoria de la sociedad. En las tres salas principales de Madrid, las de la Cruz, el Príncipe y los Caños del Peral, sus clientes respectivos, llamados ​polacos, chorizos y panduros​, rivalizaban en barbarie: lo destrozaban todo e iban a silbar al teatro «enemigo», sistemáticamente… En la 1ª mitad del XVIII pervive la comedia barroca; sobre todo se sigue la línea de Calderón. Otros géneros teatrales barrocos muy populares en el XVIII son las comedias de santos y de bandidos, y las de tipo heroico-popular. Se trataba de un teatro muy espectacular, efectista, de calidad más que dudosa, que sin embargo gustaba mucho al público. También siguen cultivándose los autos sacramentales, pero convertidos en un espectáculo sacro-profano chocarrero y de mal gusto. Los ilustrados se enfrentan a este panorama, y quieren destruirlo. El teatro neoclásico tenía que tener los siguientes requisitos: a) Buen gusto, sensatez, nada de pasiones; b) No mezclar lo trágico con lo cómico; c) Cumplir la regla de las tres unidades: acción, lugar y tiempo; d) Excluir todo lo imaginario, fantástico y misterioso. El nuevo teatro debía ser didáctico, sensato, puritano y mucho más austero que el teatro barroco. La reforma que Jovellanos preconizaba tenía un destinatario muy concreto y específico: «la nobleza y rica juventud», ya que el teatro debía ser una «escuela de educación para la gente rica y acomodada». Las clases superiores irían así «formando su corazón y cultivando su espíritu» en un teatro concebido para instruir deleitando: un teatro que infundiera respeto y amor a Dios, al rey, a la patria, a la ley y a sus ministros; virtud en el ámbito privado y beneficencia y humanidad en el público. Estas clases no debían ser destituidas de su misión rectora, sino estimuladas a hacerse dignas de cumplirla. Si ello se lograra, el teatro habrá logrado también educar indirectamente al pueblo: aunque no asista a los coliseos, en los que poco podría aprender, se perfeccionará, sin pretenderlo y sin ser consciente de ello, mirándose en el espejo de los poderosos, acreedores de su admiración y su imitación tan pronto se hayan vuelto irreprochables y modélicos. 3. El nacimiento de la prensa. La prensa literaria española del siglo XVIII: los creadores del ensayo periodístico. Algunos historiadores ponen como ejemplo del «primer periodista» al soldado griego que corrió 42 kilómetros desde Marathón hasta Atenas para llevar la noticia de la primera noticia contra los persas, en el año 490 A. C. «¡Hemos vencido!», gritó, y falleció por el cansancio. En su homenaje se instituyó una carrera olímpica… Otros estudiosos llaman precursores del periodismo a los escribas egipcios, al historiador Herodoto, al emperador Julio César, al apóstol San Pablo o a los juglares… En realidad, no es sino una metáfora literaria, pues con rigor científico no podemos hablar de periodismo antes del desarrollo de la imprenta a finales del siglo XV. Las primeras formas primitivas de periodismo impreso se asientan en el siglo XVII, en forma de ​Cartas, Relaciones, Avisos y Gacetas​, meras difusoras, por lo general, de sucesos y noticias. Su periodicidad no era regular; no se imprimían cada semana o cada mes, sino cuando llegaban noticias; es decir, una periodicidad irregular. Si bien no es sencillo establecer la diferencia entre ​Carta, Relación y Aviso​, en principio la carta impresa transcribe una misiva manuscrita; la relación narra unos hechos presenciados por un testigo; y los avisos son la suma anónima de noticias y comentarios personales sobre alguna cuestión. Un aviso podía incluir una relación o el traslado de una carta. El más célebre autor de avisos de esta centuria fue Jerónimo de Barrionuevo, quien dirigía su correspondencia una o dos veces por semana al deán de Zaragoza, entre 1654 y 1664. El término «avisador» sí se repite en el título de varios periódicos dieciochescos posteriores, así como en el Diario de Avisos​ del siglo XIX. Jerónimo de Barrionuevo puede ser considerado como un auténtico periodista y cronista de cuanto ocurría en la corte madrileña durante el Siglo de Oro de las letras hispanas. Es conocido sobre todo por las cartas o avisos que envió al Dean de Zaragoza para mantenerlo informado de todo cuanto ocurría en la Corte. Las primeras «Gacetas», por su parte, surgen de los avisos manuscritos de finales del XVI. Georges Weill, historiador de periodismo, comenta: «Eran gacetas seriamente preparadas, aunque a veces se deslizaban en ellas algunos errores: la hija de Felipe II, que se las leía a su padre, se divirtió mucho al saber por ellas su matrimonio con el gran duque de Toscana». La periodicidad continuada, la ampliación y diversificación de los temas y un claro propósito divulgador de las noticias son características propias de las ​gacetas​ y las diferencian de las relaciones. Del italiano ​gazza, gazzetta​, las primeras gacetas no tenían periodicidad fija. Se manuscribían o imprimían cuando llegaban noticias. El término triunfará con la famosa ​Gazette de France ​de Renaudot, desde 1631. En España, las gacetas iniciales se traducían del italiano o el francés; pero, desde 1661, el gacetero Francisco Fabro Bremundan posee el privilegio de publicar la Gazeta Nueva​, más tarde llamada ​Gaceta de Madrid​, que supondrá la culminación del género y la principal aportación periodística española del siglo XVII. Editada bajo el auspicio del infante don Juan de Austria —de quien Fabro era secretario— la Gazeta será el primer periódico que aparece ya con cierta regularidad, título más o menos fijo y páginas numeradas y seriadas. Fabro Bremudan fue redactor único de esta ​Gazeta y publicó además otras relaciones sobre la campaña portuguesa de Juan de Austria, siempre al servicio de los fines políticos personales del hermanastro del rey Felipe II. El preámbulo aparecido en el primer número «es expresivo de la sagacidad periodística de su autor, cuya declaración de intenciones le sitúa como el primer periodista político de nuestra historia». Esta primera publicación de propósito mensual imprime su número inicial en enero de 1661 y ofrece las noticias clasificadas por secciones: daba noticia de guerras, temas políticos, religiosos y de interés femenino. Fabro cumplirá su propósito y con noticias de enero publica en nº 2, titulado ​Gazeta de los sucesos políticos y militares​. Poco después, cambia su nombre por el de ​Gazeta de Madrid hasta enero de 1663, en que imprime el último ejemplar. Vuelto a la capital el bastardo D. Juan de Austria y su secretario y biógrafo Fabro, en julio de 1677 se reanuda la ​Gazeta hasta 1680. Francisco Fabro será el primero en comprar el privilegio para imprimir gacetas, con título oficial de gacetero; pero sufrió dificultades económicas para sacar adelante su empresa. Sintiéndose enfermo en 1689, dejará la dirección de la ​Gazeta de Madrid en manos de Juan de Hebas, capellán de honor de S. M., quien tuvo menor éxito popular que Fabro. A partir de estas primitivas ​Cartas, Relaciones, Avisos y Gacetas de los Siglos de Oro, ya en el siglo XVIII se habrán de sentar las bases de la prensa en nuestro país como instrumento para comunicar ideas e incluso como hecho cultural. Desde 1702 se imprimía la ​Gaceta de Barcelona​, que en 1792 dará origen al ​Diario de Barcelona​; renombrado en varias épocas como ​Diari de Barcelona​, este periódico siguió editándose, con algunas interrupciones, durante los dos siglos hasta 2009. Conocido popularmente como «El Brusi», llegó a ser el periódico decano de la prensa europea. En 1706 se editaron otras gacetas en Zaragoza, Murcia, Granada, Burgos y Alcalá de Henares; en 1707 Sevilla, Valencia; en 1725 Salamanca...proliferando por muchas ciudades. Tras los precedentes iniciales periodísticos y tras el surgimiento de las primeras ​Gacetas en el siglo XVII, la irrupción de publicaciones periódicas en el XVIII supondría una auténtica novedad en las letras. El incipiente ensayo periodístico contribuye decisivamente a implantar en la comunicación escrita un estilo antirretórico, donde el escritor cultiva de forma voluntaria el prosaísmo y se inclina por la expresión fácil y asequible para la mayoría, sin excesos de ornamentación; de hecho, el «periodismo del siglo XVIII crea la prosa moderna, menos alambicada y ceremoniosa que en tiempos anteriores y más apta para ser aplicada lo mismo a la narración de noticias que a la exposición científica o al tratamiento de asuntos morales, políticos y económicos». En el siglo XVIII, el periódico se suele presentar como creación individual, remitiendo el título a un personaje que habla en primera persona. La autopresentación, más o menos ficticia, del autor/editor, puesta al inicio de la serie, constituye una presencia personal y una visión subjetiva sobre alguna cuestión, características del género ensayístico: Mariano Nipho, José Clavijo o Beatriz Cienfuegos son claramente ilustrativos en esta personalización. A lo largo del siglo XIX, la figura del colaborador literario, externo, irá ganando en importancia, como en el caso de Larra. En la primera mitad del XVIII, la prensa periódica no es numerosa aún, y por eso su verdadera regulación legislativa se producirá varias décadas después, coincidiendo con su creciente desarrollo. Se habilitarán entonces mecanismos para su control; la prensa oficial depende de la Secretaría del Estado y la que corresponde a iniciativa privada deberá someterse al Consejo de Castilla o al Juzgado de Imprentas. La Inquisición solamente puede actuar a ​posteriori y previa denuncia. El carácter abierto a la polémica de los autores periodísticos del XVIII, su postura crítica o de desconfianza frente a un estado determinado de cosas, solía establecer una primera complicidad y consenso tácito con los lectores. Cuando el autor cuenta con un lector avisado y algo incrédulo, las censuras demasiado explícitas se hacen superfluas. Los discursos de Feijoo, las reseñas que aparecen en el ​Diario de los Literatos de España​, se dirigen ya en muchos casos a personas Fajardo, se imprimiría en Madrid, en la imprenta de Joaquín Ibarra, con una periodicidad semanal al principio y bisemanal al final, con un paréntesis entre 1764 y 1766 en que dejó de publicarse. Su primer número apareció bajo el nombre de Joseph Álvarez y Valladares y aparecieron un total de 86 números o «pensamientos», como los llamaba su autor. Los contenidos de ​El Pensador abarcaban diversos bloques: satíricos y de costumbres, morales, políticos, filológicos, «instructivos», etc., destacando los de teatro y crítica literaria. En ellos mantuvo un ideario crítico teatral en consonancia con la estética neoclásica de riguroso respeto a los géneros, la regla de las tres unidades, la verosimilitud, etc. Exaltará la tragedia por su capacidad didáctica y moralizadora. Bajo la protección personal de sus amigos, los ministros del conde de Aranda y Grimaldi, se aplicará en la difusión de estas ideas en compañía de otros ilustrados españoles como Nicolás Fernández de Moratín y en confrontación con los defensores del teatro barroco y la comedia nacional. El estilo literario de ​El Pensador constituye una de las claves para su éxito. «La descripción de personajes y situaciones, la reconstrucción de hechos imaginarios, el arte de recrear la realidad, tienen en Clavijo y Fajardo uno de sus más cualificados representantes». Sus «pensamientos» constituyen un precedente importante del periodismo costumbrista del XIX. En sus páginas se desarrolla una crítica irónica con un estilo apasionado y patriótico, cuya finalidad se repite machaconamente: «Luchar contra la vanidad y los prejuicios y criticar los errores». Su obra se enmarcaba en la línea del famoso periódico inglés ​The Spectator​, fundado en 1711 por Addison y Steele, que primaba los contenidos sociales, morales, literarios y artísticos, por encima de las cuestiones políticas o económicas. Clavijo consigue captar el interés de su público y provocar la polémica sobre vicios, virtudes y costumbres de su épica. Fue un personaje profundamente controvertido en su tiempo por sus artículos en los que atacaba el fanatismo religioso y por sus sátiras contra la educación de las damas, las esposas dominantes, la moda y sus caprichos, los cortejos, la inconveniencia de ciertos bailes y galanteos, los petimetres, los cortesanos, etc. Unos le acusan y otros le defienden, pero todos le leen. Entre sus detractores contó con Nipho. El propio autor es consciente de la reacción de condena que van a provocar sus escritos: «Es forzoso —escribe— tener enemigos, y creo que no hay remedio. Los gustos y los interes son varios. Los autores de malas comedias están contentos cuando hablo de cortejos, y los cortejos, quando hablo de piezas dramáticas. Las damas se complacen en la crítica de los hombres y estos en la de las damas; pero tocándole a cada uno donde le duele, se acaba la complacencia». En respuesta a los excesos laicos de ​El Pensador​, así como sus afirmaciones antifeministas, surge en Cádiz en 1763 ​La Pensadora Gaditana​, de periodicidad semanal con veinticuatro páginas, reimpreso en la capital al poco de su aparición y más tarde, una vez desaparecida su circulación en julio de 1764, reeditado en tres tomos; lo que fue semanario termina convirtiéndose en libro, como sucederá igualmente con otras publicaciones. Su artífice fue Beatriz Cienfuegos, pionera del periodismo español. Se describía a sí misma como una mujer «que piensa con reflexión, corrige con prudencia, amonesta con madurez y critica con chiste». Su presentación constituye un canto a la educación literaria de la mujer: «Yo, señores, gozo la suerte de ser hija de Cádiz [...] mis padres, desde pequeña, me inclinaron a monja, pero yo siempre dilaté la ejecución. Ellos [...] me enseñaron el manejo de los libros y tomaron en mí el buen gusto de las letras». Más adelante añade: «Mi edad es, entre merced y señoría, lo que basta para dar consejos acertados sin que sea preciso escucharlos con disgusto; mi inclinación es la libertad de una vida sin la sujeción penosa del matrimonio, ni la esclavitud vitalicia de un encierro». No constan otros datos biográficos de la utora, por lo cual algunos piensan quese trataba de una mujer que firmaba con un seudónimo o un clérigo con firma femenina. Paul Guinard asevera: «Si Beatriz Cienfuegos no era, como sus contemporáneos pensaban, un respetable eclesiástico, es preciso confesar que ella era muy digna de haberlo sido». Durante un año, esta periodista, impregnada del espíritu de la Ilustración, difundió 52 números de su periódico a los que, al igual que Clavijo, denominó «pensamientos». Contrincante femenina de este, su obra se enmarcaba asimismo en la línea del famoso periódico inglés ​The Spectator​, con artículos cargados de crítica social en los que ridiculizaba muchas costumbres de su época, y mostraba una actitud reivindicativa acerca de su mudo cotidiano y del papel que en él debían cumplir tanto hombres como mujeres. Así, en su primer «pensamiento», la periodista gaditana explicaba qué le había motivado a emprender este proyecto: responder con una mirada crítica a las ideas negativas, y cargadas de tono despectivo, que sobre las mujeres divulgaba ​El Pensador de Clavijo y Fajardo, denunciando asimismo los desmanes de los varones: «Exaltado todo el humor colérico de mi natural con las desatenciones, groserías y atrevimientos del señor Pensador de Madrid en orden a lo que trata de nuestro sexo, he resuelto tomar la pluma [...] Mi intento no es contradecir al Pensador de Madrid; antes bien, alabo su idea, celebro su intención, y envidio sus ocurrencias; solo pretendo desquitarme, hablando iguales defectos de corregir en los hombres, sin que por eso olvide los de las mujeres, pues a todos se dirige mi crítica». Por las páginas de ​La Pensadora pasan todas las cuestiones referentes a la moral y costumbres de la sociedad de su época: los vicios comunes, los petimetres y las mujeres frívolas, los matrimonios desiguales, las cuestiones sentimentales, la admiración indiscriminada por lo extranjero y la inclinación de la gente de alta clase social por lo plebeyo… Y recordar «antes que nada» las máximas de la religión, aunque en sus artículos trate otros muchos problemas de la sociedad de su época. En opinión de Paul Guinard, la verdadera originalidad de ​La Pensadora no está en el tratamiento de temas propios de los diaristas, sino en el talante con que acomete la crítica: «Su autora maneja con habilidad la metáfora, la exclamación y el apóstrofe; busca y la belleza compatible con la eficacia, es una estilista que está más cerca de los escritores del Siglo de Oro que del pintoresquismo de Clavijo». En enero de 1781 surge ​El Censor​, semanario también cuya solicitud de impresión se firma en 1779, pero no se autoriza hasta dos años después; será suspendido temporalmente en 1782 y 1784 y definitivamente en 1787. Su aspiración era la «propagación del buen gusto y la corrección de costumbres» y su objetivo principal, la regeneración de la sociedad española. Sus autores eran los abogados madrileños Luis Cañuelo y Luis Marcelino Pereira. Modernamente ha sido reeditado en volumen por la Universidad de Oviedo de 1989. El Censor tuvo como modelo formal al periódico inglés ​The Spectator​, si bien su espíritu era afrancesado. Habla de los vicios de la legislación española, los abusos con pretexto de la religión y los errores políticos. Frente al humor de ​El Pensador​, este empleaba un tono severo en su propósito educador, aun a sabiendas de la inefectividad de sus reprimendas. Juan Pablo Forner, el autor antiilustrado de la ​Oración apologética por la España y su mérito literario​, a quien ​El Censor dedicó su sarcástico «discurso» ​Oración por el África y su mérito literario​, fue su principal contradictor, con sus altisonantes apologías de la nación; y tachando de «atentado contra la tradición» cualquier exigencia ilustrada, como en su opúsculo ​Preservativo contra el ateísmo (1795). También fue su opositor Manuel Rubín de Celis, con su periódico significativamente titulado ​El Corresponsal del Censor​. Por el contrario, en ​El Censor​ colaboró y publicó sus ​Noches Lúgubres​ José Cadalso. El Censor fue el primer periódico político del reinado de Carlos III. Tras la muerte del monarca y después de sufrir un atentado personal Floridablanca, valido del nuevo rey Carlos IV, aquel aría orden de cierre en Madrid, mediante disposición del 24 de febrero de 1791, a todos los periódicos no oficiales, que no fuesen de noticias y avisos, para evitar que se tratasen temas políticos. De este modo solamente quedaron la ​Gaceta de Madrid, Mercurio Histórico y Político y el Diario de Madrid​. Sin duda, la Revolución Francesa, que trajo el derrumbe de la monarquía absolutista del país vecino, influyó en la medida, ante el miedo del contagio revolucionario por parte de los gobernantes españoles. Los editores de periódico se rebelaron; se redactaron manifiestos y muchos periodistas se marcharon de España. La intransigencia de Floridablanca, no obstante, precipitó su caída poco después, sustituido por Godoy. Junto con ​El Censor​, el periódico más audaz de finales del XVIII en España sería ​El Observador​, redactado por el «abate» José Marchena, joven estudiante de Salamanca, en cuyas páginas efectuará una dura crítica de cuestiones relacionadas con la política, la religión y la administración de la justicia. De periodicidad semanal, aspiraba a ocupar el espacio dejado por ​El Censor tras su desaparición en 1787. La censura al escolasticismo, a la teología tradicional y a los métodos de enseñanza universitaria, acusados por Marchena de oscurantismo frente a los progresos de las ciencias experimentales, hicieron que ​El Observador fuese denunciado a la Inquisición a comienzos de 1788; examinados los seis números publicados hasta entonces por el tribunal, este no solamente denegó el permiso para seguir editándose, sino que realizó una condena en bloque del periódico. En 1791 Marchena huyó a Francia, donde llevaría a cabo diversas actividades revolucionarias. La Inquisición seguía ejerciendo un poder represor muy grande en la Ilustración: basta comprobar la pervivencia de ciertos autos de fe, celebrados aún durante el siglo XVIII. El arma más poderosa de la Inquisición era la censura: el ​Índice de Libros Prohibidos​. Entre 1747 y 1807 se prohíben hasta quinientos títulos en francés: Montesquieu, Voltaire, Rousseau, todos los autores germen de la Revolución Francesa. Además, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, ordenada por Carlos III, la Inquisición recuperó mucha influencia. El proceso inquisitorial abierto al jurista sevillano Pablo de Olavide, amigo de Jovellanos con quien fundó una tertulia política en la capital hispalense, en el tiempo en que el polígrafo asturiano residió allí, siendo acusado de haber sostenido más de un centenar de proposiciones heréticas, fue muy sonado: en 1776 entró en la cárcel y dos años después fue condenado por hereje. Debía cumplir ocho años de reclusión en un convento, pero logró escapar a Francia. 4. El ensayo español del siglo XIX. El manifiesto romántico. Exiliados y conservadores. La prensa literaria romántica y costumbrista. La figura de Larra. Las consecuencias de la Revolución Francesa se dejarán sentir durante la primera mitad del XIX. El que pudieran cambiarse las viejas estructuras sociales y políticas por las que Europa se había regido durante siglos despertó grandes esperanzas en otros países; pero este hecho puso sobre aviso a los estamentos privilegiados que, atemorizados por lo sucedido, adoptaron una actitud defensiva ante cualquier ataque a su posición dominante. Esta situación marca los avatares de las primeras décadas del nuevo siglo, en las que se suceden los enfrentamientos entre los partidarios del Antiguo Régimen, que se resiste a desaparecer, y los defensores de un liberalismo que aspira a crear una nueva sociedad, pero que pronto se verá sobrepasado por los incipientes movimientos obreros. alcanzará su momento culminante entre 1818 y 1819, a raíz de varios artículos en pro y en contra del teatro barroco español. En sus artículos, Bölh de Faber subrayaba cómo determinados críticos nacionales censuraban el teatro español que los extranjeros, en cambio, tenían en gran estima y que de esta opinión eran ingleses y franceses. Las opiniones de Bölh tenían un claro trasfondo ideológico; era enemigo de las ideas de la Revolución Francesa por lo que representaba de incredulidad religiosa y desorden y de la ​Aufklärung​ alemana al considerarla causa del «hundimiento» de Prusia. Dentro del movimiento romántico, se distinguen dos tendencias entre un romanticismo conservador y un romanticismo liberal. El primero estaría más atento a la restauración del pasado y de los valores tradicionales, la evocación nostálgica de la Edad Media y la exaltación del cristianismo, el trono y la patria como valores supremos. Esta orientación estaría representada por los hermanos Schlegel en Alemania, Chateaubriand en Francia, Walter Scott en Inglaterra y también en España por Bölh de Faber, el duque de Rivas, José Zorrilla, etc. Frente a él, el romanticismo liberal pretende instaurar una nueva estética y tiene entre sus referentes principales las ideas de la ​Enciclopedia​. Al liberalismo le caracteriza su individualismo, la afirmación de los derechos humanos y la fe en el progreso técnico. A esta rama pueden adscribirse Víctor Hugo en Francia, Lord Byron en Inglaterra, Leopardi en Italia y, en España, Espronceda o Larra. En los primeros años del XIX, habrá una tensión visceral muy fuerte en los debates entre liberales y conservadores en la prensa española. El transcurso de la centuria decimonónica, llena de acontecimientos políticos e ideológicos, aún con sus convulsiones supondrá una evolución en la prensa de tal calibre que la convertirá en un verdadero medio de masas, al beneficiarse de los avances técnicos y adquirir una creciente conciencia de su misión como instrumento de cultura. Tanto la Guerra de la Independencia como el Trienio Liberal dieron lugar a multitud de periódicos, tan efímeros como unidos a la coyuntura y la anécdota política. Los diez años que se extienden entre la muerte de Fernando VII y la entronización de Isabel II presenciarán los primeros pasos de la prensa en su sentido contemporáneo; florecen las publicaciones satíricas y la inserción de publicidad y de grabados y folletines literarios. Ya durante el reinado isabelino, el periódico tiende a elevar su número de páginas, las tiradas aumentan considerablemente gracias a la mayor distribución en provincias y los periódicos de más éxito imprimen varias ediciones al día; y aparecerá la prensa socialista y obrerista. Durante la Guerra de la Independencia, habrá entre los componentes de la resistencia española una completa libertad de imprenta, que sería garantizada por las Cortes de Cádiz. Uno de los periódicos más famosos en este tiempo fue el ​Semanario Patriótico​, serio y doctrinal, de contenido político y literario, que alcanzó los 3.000 suscriptores. Fue fundado en Madrid por Manuel José Quintana, y publicó inicialmente trece números hasta la ocupación francesa de la capital. Reaparecerá en Sevilla el 14 de mayo de 1809, dirigido en esta segunda etapa por Isidro Antillón y José María Blanco, quien más tarde, durante su definitivo exilio londinense, doblaría su apellido en Blanco White. Aunque portavoz en un principio de la Junta Central, el periódico cesaría nuevamente su publicación al no querer Blanco, con el asentimiento de Quintana, someterse a ninguna imposición o mediatización por parte de dicha Junta. Aún reaparecería una tercera vez en Cádiz, en defensa de las ideas expuestas en las Cortes por los diputados liberales. Una vez promulgada la nueva Constitución en marzo de 1812, cesaría definitivamente al considerar concluida su «misión». El hueco dejado por el ​Semanario Patriótico tras desaparecer en Sevilla —entonces capital de la España patriota por residir en ella el Gobierno— fue llenado por ​El Espectador Sevillano​, del poeta Alberto Lista, diario que empezó a publicarse el 2 de octubre de 1809 a instancias de la Junta Central y que se prolongó hasta últimos de enero de 1810, interrumpiendo su publicación por la entrada de los franceses en la ciudad hispalense. Lista se afrancesó entonces y comenzó a publicar, al servicio del gobierno intruso, la ​Gaceta de Sevilla​. Entre la prensa «servil» antirreformista, inferior en número y calidad a la liberal, destacó ​El Procurador General de la Nación y del Rey​, a cargo del marqués de Villapanés. Tras el regreso de Fernando VII cambia el panorama. El 15 de marzo de 1815, un R. D. prohíbe todos los periódicos, a excepción de ​La Gaceta y el ​Diario de Madrid​, controlados por el poder. A consecuencia de la política despótica del monarca, muchos románticos españoles se refugiaron en Inglaterra: en su obra ​Liberales y románticos​, Vicente Llorens ha constatado cómo quedó paralizada la vida intelectual en España a causa del reinado absolutista, contabilizándose en unas mil familias, quienes marcharon a Londres, ciudad que se constituirá en un centro intelectual español. La contribución de los exiliados a la consolidación del romanticismo se concretará en la edición de diversos periódicos así como en la labor de traducción y en las relaciones entre hispanoamericanos y españoles, propiciadas por Blanco White en sus columnas en ​El Español y luego desde ​Variedades​, donde fomenta la autonomía americana y difunde las ideas románticas y liberales. José María Blanco White es una de las personalidades más originales y controvertidas de una época convulsa. Espíritu crítico y atormentado, a quien el clima de opresión e intolerancia intelectual, y la hipocresía a que le forzaba una condición eclesiástica equivocadamente elegida en su juventud, se le hicieron insoportables. Fue uno de los mejores escritores de su tiempo, pese a lo cual ha sido olvidado, silenciado o injustamente tratado durante muchos años, en base —sobre todo— a ciertas inexactitudes con que lo presentaría Menéndez Pelayo en su ​Historia de los heterodoxos españoles ​(1880). Vicente Llorens, Juan Goytisolo y Antonio Garnica se han ocupado de su reivindicación. Nacido en Sevilla bajo el nombre real de José María Blanco y Crespo, su familia paterna era de origen irlandés. Su abuelo había castellanizado su apellido (White) en España, dedicándose al comercio. Hijo primogénito, a los ocho años comenzó a trabajar como contable en el negocio familiar, pero su vocación artística —fue un gran violinista— y literaria le conducirán hacia el sacerdocio como una manera de poder dedicarse enteramente a los estudios y a la práctica de las letras. «Como la cultura y la Iglesia eran entonces para mí dos ideas inseparables, no vacilé en confesarle a mi madre que no quería ser otra cosa que sacerdote» (Carta III). No faltó un componente de fe en esta decisión, pues Blanco fue siempre un hombre sinceramente religioso, a pesar de sus crisis; la sinceridad de su religiosidad sería la causa de su enfrentamiento interior con la Iglesia, que él veía muy dominada por la superstición y el fanatismo. Tras la lectura de las obras de Fray Benito Feijoo «me encontré de repente en posesión de la facultad de pensar [...] había aprendido a razonar, a argüir, a dudar». (Carta III). Tras un curso preparatorio en el Colegio Dominico de Santo Tomás, Blanco ingresa en 1791 en la Universidad de Sevilla, como estudiante de Teología. Aunque «aprendió muy poco en las aulas universitarias» (A. Garnica), allí encontró a sus mejores amigos literarios, Manuel María del Mármol, Manuel María de Arjona, Féliz José Reinoso y Alberto Lista, quienes fundarán una Academia Particular de Letras Humanas en la cual se dedicarán al cultivo de la poesía. A los dieciocho años, en el verano de 1793, se enamoró por primera vez de una joven de Sanlúcar de Barrameda, lo que causaría sus primeras dudas sobre la vocación sacerdotal. La consternación de su madre se impuso en su ánimo para continuar su carrera eclesiástica. En 1797 ingresa en el Colegio seminario de Santa María de Jesús y de su ordenación como sacerdote, el 21 de diciembre de 1799, dejará escrita una impresionante página en la Carta III. En 1801 gana por oposición el puesto de capellán magistral de la Real Capilla de San Fernando, en la Catedral de Sevilla, coincidiendo con su primera gran crisis religiosa, que se prolonga durante los años siguientes. En 1806 se traslada a Madrid para disfrutar de la libertad de la que carecía en su ciudad natal. Allí se une a la tertulia política y literaria de Manuel José Quintana, con quien entabla una estrecha amistad. La ocupación francesa de la capital, con los sucesos trágicos del Dos de Mayo, le hacen volver a Sevilla, no sin antes haber dejado embarazada a una mujer, Magdalena Esquaya, que dará a luz un hijo suyo, Fernando, el 7 de enero de 1809, de quien no tendrá noticias hasta tres años después. Ya en la capital hispalense, Quintana le encargará la dirección política del ​Semanario Patriótico​, órgano portavoz de la Junta Central del Gobierno. A la Junta Central no le gustaron los artículos de Blanco en los que abogaba por un nuevo régimen de libertades políticas aprovechando la excepcional situación de España. Ante semejante oposición, pondrá fin al periódico y, al ocupar Sevilla las tropas francesas, considerará llegada la hora de expatriarse: parte a Inglaterra a finales de enero de 1810, y no regresará nunca más. Inmediatamente funda una nueva cabecera, ​El Español (1810-1814), de periodicidad mensual defendiendo la causa de España y su alianza con inglaterra frente a Napoleón, a la vez que critica la política de los gobiernos de la resistencia española y la labor legislativa de las Cortes, lo que nuevamente le concitará la general animadversión, incluidos muchos de sus antiguos amigos. Ya en su primer artículo en ​El Español​, Blanco White destruye el típico, tan querido para los liberales, de que el pueblo se había alzado en armas en defensa no solo de su independencia, sino de su libertad, luchando contra toda tiranía para reasumir su soberanía. Los hechos le darían la razón cuando, en 1814, ese pueblo pidiese «alucinado», como entonces se decía, sus «caenas» y, como Blanco diría en el último número de su periódico, «el edificio que con tan estéril afán había elevado [las Cortes] sobre arena, se vino completamente a tierra». A «la Pepa», Blanco la consideraría bienintencionada en sus principios y buena en abstracto, pero poco acomodada a las circunstancias reales de la nación. Desde su jacobinismo inicial, el autor sevillano fue moderando sus posturas políticas en contacto con el liberalismo inglés, como la mayoría de los emigrados a Inglaterra en 1823. Blanco razonaría su cambio en un interesantísimo artículo, «Variaciones políticas del español», en el nº de enero de 1813, en el que, de defender a ultranza el principio de soberanía nacional, pasaba a asegurar cómo «es un delirio decirle al pueblo que es soberano y dueño de sí mismo, porque el pueblo no puede sacar bien alguno de este ni de otros principios abstractos que jamás son aplicables en la práctica», lo que venía a cercar su posición a la de Jovellanos, a quien homenajea en dicho artículo después de haber tenido serias diferencias con él. Cuando Fernando VII regresó, Blanco abrigó por un momento la esperanza de que hiciese una política de conciliación entre los dos bandos en que España se había dividido. El decreto fernandino del 4 de mayo puso fin a esta esperanza, y considerando que debía ponerlo también a su Español​, lo concluyó con la inserción de aquel decreto reproducido de la ​Gaceta​, en su último número de mayo-junio de 1814. Se ordena entonces clérigo anglicano y trabaja como tutor para varias familias de la alta sociedad de Inglaterra, como los Holland y los Christie, pero vuelven a asaltarle grandes dudas sobre la fe. Comienza la redacción de una biografía religiosa, ​Examination of Blanco by White​, cuando a principios del 1821 el poeta escocés Thomas Campbell se dirige a él para que escriba sobre España en el ​The New Monthly Magazine​, tema de actualidad en el Reino Unido tras la restauración constitucional, saludada, entre otros cantores de la libertad, por el propio Campbell. La redacción de las ​Letters from Spain​, en inglés, lo tendrá ocupado todo el año 1821 de manera que para la Navidad ya están terminadas las diez cartas que constituían la colección y que son las publicadas inicialmente en la revista. El autor sevillano se muestra en la carta como un verdadero entendido en la materia, cuyas prevenciones no van tanto contra la tauromaquia en sí como contra el posible populismo indiscriminado que se manifiesta en la misma. No falta la nota irónica al hablar de la superstición religiosa de los toreros, personificada en la figura de Pepe-Hillo, o de lo que supone la Fiesta de día perdido para el trabajo; o el detalle personal cuando, para dar idea de lo que el espectáculo representa para el buen aficionado, se vale del caballero sevillano que, después de haber perdido la vista, seguía yendo a las corridas y, con un guía al lado que le iba explicando lo que sucedía en el ruedo, se entusiasmaba de tal manera en los momentos culminantes que batía palmas como los demás espectadores. En la composición de las ​Cartas de España​, la variedad se logra mediante el contraste, alternando sucesivamente aspectos diversos de la sociedad española. A la descripción del vivir diario en Cádiz y Sevilla, con sus paseos callejeros al aire libre, sigue la autobiografía religiosa de Blanco, con sus inquietudes y luchas íntimas en una atmósfera opresiva. De ahí pasamos, en el capítulo siguiente, al movimiento y regocijo del día de toros y al entretenido y pintoresco viaje por la serranía de Ronda (Carta V). Luego vienen las páginas dolorosas de la ciudad sevillana acometida por la fiebre amarilla de 1800 (Carta VI), y a continuación la oscura vida conventual (Cartas VII y VIII), tanto de hombres como de mujeres; con estas dos cartas se termina la serie publicada en ​The New Monthly Magazine​, y las que siguen fueron las añadidas cuando las cartas se convirtieron en libro. La Carta IX describe las procesiones de Semana Santa y hace recuento de la extraordinaria variedad de festividades religiosas populares, siendo la más costumbrista de todas las cartas. La última parte de la obra no ofrece un contraste menor entre la frívola vida de la Corte madrileña, con sus intrigas y su ostentación (Carta X), con sus pretendientes, jóvenes que al terminar sus estudios tenían que ir a Madrid en busca de una recomendación de la Corte (Carta XI) y la agitación producida por la actitud de las tropas francesas, que había de provocar la guerra, con sucesos tan relevantes como el motín de Aranjuez o el Dos de Mayo (Carta XII). La última carta es la narración de su regreso a Sevilla, del Madrid ocupado por los franceses y las peripecias del camino (Carta XIII). Son páginas estas últimas de historia vivida en primera persona por el autor, que pueden señalarse como ejemplo de su arte narrativo. Se ha observado con acierto que la eficacia de los cuadros trazados por Blanco depende, más que nada, de la utilización del detalle significativo, de la adjetivación precisa y enormemente expresiva; igualmente habría que añadir «el detalle individual humano». Su agitada personalidad y su agudo sentido crítico contra la Iglesia y la España de su tiempo facilitan su relación con la rebeldía romántica, y han hecho de su figura objeto de polémica. Tras el éxito obtenido con sus ​Cartas, Blanco fundará la revista ​Variedades o Mensajero de Londres /1823-1825), donde fomenta la autonomía americana por Hispanoamérica y en la que colaboraron escritores como Leandro Fdez. de Moratín. En ella el propio Blanco White publicará importantes artículos difundiendo las ideas románticas y liberales, y también sobre literatura española. En 1826, es nombrado Máster of Arts por la Universidad de Oxford y allí se trasladó, llevando una vida de predicador. En 1829 sacaría a la luz los dos únicos números de ​The London Review​. Ya en 1832 se fue a vivir a Dublín, donde permanecerá hasta principios de 1835. Era la primera vez que estaba en la patria de sus antepasados, y allí fue testigo de la intolerancia que sufrían los católicos ingleses por parte de los anglicanos, lo que le distanció de estos. Así, en un manuscrito titulado ​El regreso del desterrado cuenta, bajo la forma de un diario imaginario, su segunda crisis religiosa que lo convirtió en «un cristiano sin Iglesia». Dos años después, las pocas páginas de los llamados Apuntes de un español sobre España inician una especie de guía para el mejor entendimiento de las Cartas de España​. En 1835 Blanco dejará Dublín para empezar a los 60 años una nueva vida en Liverpool, donde los unitarios dominaban el espacio religioso. El escritor sevillano abandona entonces el anglicanismo y se adscribió al unitarismo. Sus primeros años allí fueron muy activos, a pesar de su ya deteriorada salud: escribe en revistas como la unitaria ​The Christian Teacher y, sobre todo, volvió a escribir poesía en español, además de algunas novelas con seudónimo. Y en Liverpool morirá, en casa de su amigo William Rathbone, el 20 de mayo de 1841. Mientras Blanco White triunfa en Inglaterra con sus ​Letters from Spain y funda Variedades, y los emigrados españoles llevan a cabo su labor cultural en Londres, en España, en los primeros años de la llamada Década Ominosa (1823-1833) se vuelve a un escenario de pobreza general en cuanto a prensa se refiere. Solo dos diarios aparecen en la Corte: ​La Gaceta​, que <<cumplió maravillosamente su cometido de mantener al público perfectamente falto de información>> y el Diario de Avisos​, donde <<publicaban sus ridículas y serviles composiciones los lamentables poetastros dueños nuevamente del parnaso nacional>> (María Cruz Seoane). ​El Diario literario y mercantil​, de 1825, que abría una ventana a la poesía y al teatro francés del momento, será rápidamente suprimido. En 1828, sin embargo, la cuarta boda del monarca con María Cristina de Borbón, de talante liberal, relajará en parte la persecución absolutista. Se producirá entonces la división en el seno realista entre <<moderados>>, partidarios de una política más conciliadora y de ciertas reformas sin afectar al poder absolutista, y los <<ultrarrealistas>>, intransigentes a cualquier cambio. Entre los primeros, José María Carnerero, periodista y dramaturgo, fundará sucesivamente ​El Correo Literario y Mercantil (1828), que dará noticias del extranjero; ​Cartas españolas (1831), en la que colaboran tanto Larra como Mesonero Romanos y Estébanez Calderón; y ​Revista Española (1832) con noticias literarias de París y España, donde también publicará Larra. Se ha calificado de <<manifiesto del romanticismo>> el escrito de Agustín Durán contenido en el ​Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del teatro antiguo español ​(1828). Durán, tomando como base de la defensa realizada por Bölh de Faber del teatro barroco, liquidaba antiguas polémicas y establecía la relación de sus principios estéticos con la doctrina de los románticos, adjetivo que aplicaba ya al arte de Lope y Calderón. Junto a Agustín Durán, otro hito en este naciente romanticismo español lo constituye el prólogo, al que también puede asignársele el carácter de <<manifiesto romántico>>, de la novela histórica ​Los bandos de Castilla (1830) de Ramón López Soler, donde este antiguo redactor de ​El Europeo​, revista difusora del romanticismo inglés durante el Trienio liberal, justifica su voluntad de dar a a conocer el estilo de Walter Scott y pone de relieve las posibilidades de novela histórica aplicada a nuestra historia. Fundador posteriormente de la revista ​El Vapor (1833-1835), su romanticismo será esencialmente conservador. Entre sus aseveraciones destacan las siguientes: <<Libre, impetuosa, salvaje, por decirlo así, tan admirable en el osado vuelo de sus inspiraciones, como sorprendente en sus sublimes descarríos, puedes afirmar que la literatura romántica es el intérprete de aquellas pasiones vagas e indefinibles que, dando al hombre un sombrío carácter, le impelen hacia la soledad, donde busca, en el bramido del mar y en el silbido de los vientos, las imágenes de sus recónditos pesares>>. No obstante, los verdaderos comienzos del Romanticismo español cabe situarlos en el año 1834, con el regreso de los emigrados españoles a España tras la muerte de Fernando VII y los estrenos de los primeros dramas románticos. Un R.D. de ese año recupera la libertad de imprenta y se crean gran número de publicaciones, como la revista ​El Siglo (1834), con un texto atribuido a Espronceda en el que se declara abiertamente la oposición a las <<heladas doctrinas del siglo XVIII>> y se afirma que <<los sentimientos del hombre son superiores a sus intereses, sus deseos a sus necesidades, su marginación a su realidad>>. En la década de los treinta destacan los periódicos satíricos y de humor, que constaban con algún precedente dentro del XVIII como ​El Duende Crítico de Madrid (1735-1736), de Manuel San José. Ya en 1828, tras el relajamiento del gobierno absolutista, había aparecido ​El Duende satírico del Día​, redactado por un joven Larra y cuyo título encerraba un homenaje a la cabecera dieciochesca. Después sobresaldrán ​El Pobrecito Hablador (1832) del mismo Larra y ​Fray Gerundio (1837) del Modesto Lafuente. Ambos utilizarían diversos seudónimos a la hora de firmar sus artículos. Posteriormente surgen otros semanarios burlescos como ​La Guindilla (1842), ​El Dómine Lucas​ (1843), ​La Carcajada​ (1843), etc. En la prensa y revistas de la época gozaron de gran favor, entre 1820 y 1870, los llamados artículos o cuadros de costumbres: descripciones en tono gracioso de los modos de vivir en ambientes populares y de tipos populares representativos, inspirados en la observación directa de la realidad cotidiana. Aunque surgido en Inglaterra en pleno siglo XVIII y desarrollado a continuación en Francia, el género contaba con claros precedentes en nuestra literatura clásica, desde el Arcipreste de Hita a muchas páginas de Cervantes como ​Rinconete ​y ​Cortadillo​, pasando por la novela picaresca: el Lazarillo o ​El Diablo Cojuelo de Luis de Vélez de Guevara (1641), de gran difusión en Europa, que ofrecía un modelo en su personaje Asmodeo y su capacidad de observar y contar todo lo que ve en las gentes. También, un autor como Juan de Zabaleta, con obras como ​El día de fiesta por la mañana (1654) y ​El día de fiesta por la tarde (1660), perfecta crónica costumbrista de su momento histórico. No obstante, en opinión de José-Carlos Mainer, el krausismo español encontró su plasmación ensayística más atrayente en dos semi ficciones autobiográficas que «expusieron lo que tenía de conflicto íntimo» mucho mejor que las largas y densas páginas del ​Ideal de la Humanidad para la vida de Julián Sanz del Río: la ​Memoria testamentaria de Fernando de Castro (1874) y la Minuta de un testamento ​de Gurmersindo de Azcárate (1876). Fernando de Castro habría de ser la otra gran figura constitutiva del krausismo; personaje controvertido, sacerdote aunque acabaría colgando los hábitos, entre los años 1860 y 1870 ejercería su influjo doctrinal sobre los jóvenes que pasaron por la Universidad Central de Madrid, de la que llegaría a ser rector. Capellán de honor de la Reina, los viajes al extranjero y su contacto con la filosofía krausista provocaron en él una crisis de conciencia entre su condición sacerdotal y unas convicciones cada vez más distanciadas del catolicismo romano. La dimensión filantrópica y humanitaria de su magisterio le llevó a organizar escuelas gratuitas para niños y adultos, clases nocturnas para obreros y las famosas Conferencias Dominicales para la educación de la mujer, germen de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer; y también creará el Ateneo de Señoras y la Escuela de institutrices. En enero de 1874, Fernando de Castro comenzará a redactar su ​Memoria testamentaria​, concluyéndola el día 1 de mayo del mismo año, cinco días antes de su muerte. Será editada póstumamente por Manuel Sales y Ferré, que había sido su colaborador en la cátedra de la Universidad Central. La ​Memoria testamentaria marca las bases del cristianismo racional; su fundamento es la moral cristiana pero compatibilizándola con la libertad y la razón. Castro daba cuenta en ella de la evolución de su pensamiento y de sus difíciles relaciones con la Iglesia católica; muchos de sus llamados «Paliques»; y en la primera década del XX, Ramiro de Maeztu fue su corresponsal en Londres y Julio Camba en Estambul. Ángel Fernández de los Ríos promovió algunas de las más famosas cabeceras del siglo XIX español, entre las que se encuentra ​La Ilustración​, considerado por muchos el primer semanario español de actualidad que incorporó de manera habitual las ilustraciones. Tras él, surgiría ​El Museo Universal​, nacido en 1857, donde descolló Bécquer —además de en ​El Contemporáneo​, periódico conservador al servicio de los moderados, donde era redactor — con sus artículos literarios y la publicación de varias de sus «Rimas», así como su hermano Valeriano en los grabados artísticos. Su publicación alcanzaría hasta 1869, año en que se transformó en ​La Ilustración Española y Americana​, la más importante revista gráfica del XIX, dirigida por Abelardo de Carlos y cuya trayectoria, en diferentes etapas, se prolongó hasta 1921. Su contenido combinaba la información de actualidad con la divulgación de temas culturales. En ella fue habitual, entre otras, la firma de Castelar y, ya en el siglo XX, de Unamuno y Fernández Flórez. Desde el Romanticismo, explica Ángela Ena, «la literatura costumbrista y el desarrollo de la prensa experimentado a lo largo del siglo XIX y primer tercio del XX contribuirán a que, en esta época, el relato de viajes conozca su edad de oro, ya sea como cuadro de costumbres, como crónica de un corresponsal —figura nueva en cuya firma podemos hallar los nombres de los escritores más ilustres—, ya sea como medio de reafirmar la búsqueda de unas raíces esenciales. La sociedad desea viajar y, cuando no pueda hacerlo, siempre encontrará la mirada y la palabra de un escritor a través de una crónica, un reportaje o un libro de viajes». Hallaremos así, por ejemplo, en grandes autores del Realismo como Alarcón o Núñez de Arce, el testimonio de sendos corresponsales de guerra que saben enriquecer la información bélica con notas de viaje de tipo costumbrista, y aun novelístico, en la llamada «guerra de África» entre España y Marruecos (1860). Una mujer, Emilia Serrano, baronesa de Wilson, dedicaría más de un tercio de su vida a recorrer el continente americano de norte a sur, publicando una veintena de libros de viaje e infinidad de artículos en prensa. A mediados del XIX, predominan ya en los medios artísticos los principios estéticos del Realismo, movimiento influido por el positivismo filosófico que nace de la depuración de los elementos más idealistas del Romanticismo, que ya no agradaba a la sociedad burguesa de su tiempo. Los términos realismo y realista surgieron así en francia para designar —con tono peyorativo al principio— a ciertos pintores o escritores que se proponían dar fieles testimonios de la sociedad de la época, en contraposición con las ensoñaciones románticas. Los principios positivistas, que rechazaban la especulación pura y solo admitían como verdaderos los hechos perceptibles, los formuló de forma sistemática el filósofo francés Auguste Comte. Gran importancia tuvieron también, como bases teóricas del realismo, el método experimental del fisiólogo francés Claude Bernard, el evolucionismo propuesto por el naturalista británico Charles Darwin, y la interpretación dialéctica de la historia como lucha de clases del filósofo alemán Karl Marx. Aunque el realismo llegó con retraso a España, por circunstancias histórico-sociales, nuestra literatura contaba con claros precedentes realistas en ​La Celestina, el ​Lazarillo de Tormes​, el ​Quijote​, las ​Cartas marruecas de Cadalso, los artículos de Larra o el costumbrismo de la primera mitad del XIX, que abren el camino al realismo y, con mayor o menor fuerza, influyen en los escritores. Para el desarrollo de la prosa realista, junto a las traducciones de autores extranjeros, que lograron un amplio público tiene una gran importancia el auge del periodismo. La mayor parte de prosistas del XIX ejercitan su pluma en los periódicos. La prensa, por pura necesidad de proximidad al lector, contribuye a forjar una prosa directa, flexible y liberada de la grandilocuencia romántica, lo que se traslada a la novela realista y al ensayo. La obra ​La gaviota ​de Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, marca la frontera con el romanticismo; no obstante, el triunfo definitivo de la narrativa realista se produce con la publicación de ​La Fontana de Oro​ (1870) de Pérez Galdós. Mariano José de Larra y Sánchez de Castro nació en Madrid hijo de un médico afrancesado partidario de Napoleón que, al concluir la Guerra de la Independencia, siguió en su exilio al ejército francés. La familia regresa en 1818 a España y Mariano José, tras estudiar Leyes en Valladolid, se asentará de nuevo en la capital de España a partir de 1825. En 1828 publicará por su cuenta cinco entregas de ​El Duende Satírico del Día​, donde aparecen versos satíricos y artículos costumbristas sobre temas variados. Allí publica ya «El café» o «Corridas de toros». Pronto se consagrará como escritor por el valor y la sinceridad de su crítica, la agresividad irónica de su estilo y la extraordinaria lucidez de sus observaciones y análisis. Larra ocupa un lugar preminente en nuestra literatura por sus cuadros de costumbres, fuertemente satíricos, y por sus artículos periodísticos: escribió más de doscientos. Postergada su figura durante la 2ª mitad del XIX, Larra fue rehabilitado y reconocido por los escritores del «98», que le homenajearon en su tumba en 1901. En sus escritos describe magistralmente aspectos de la vida española, bien aderezados con una ironía rayana en el sarcasmo; y con tal profundidad y conocimiento, que hoy día la práctica totalidad de sus escritos son de palpitante actualidad. En los últimos que escribió es donde se le puede considerar realmente un romántico: educado en las ideas ilustradas, su romanticismo va ​in crescendo y en sus artículos postreros, en plena crisis personal, es donde más acentuado está su carácter romántico. En sus artículos, Larra es clásico al conformar su estructura, basada en un prólogo introductorio, una exposición y la última conclusión. En la exposición, Larra relata una historia, una anécdota o un hecho cotidiano, para lo cual utiliza habitualmente dos modelos: el del viaje o desplazamiento, como salir a la calle, observar y volver a casa para reflexionar sobre lo observado; y el de la estructura de la degradación, progresiva o repetitiva: coger un ​leitmotiv y desmontarlo. Ambos modelos se pueden combinar: por ejemplo, en «Vuelva usted mañana». En la disposición de los materiales que emplea para sus artículos, Larra utiliza varios esquemas: en algunos de ellos se moviliza para encontrar un centro o escenario determinado donde hacer un inventario de personajes, como en «El café» o «La diligencia»; en otros, desarrolla diversas generalizaciones de la realidad más que de tipos concretos, como en «Modos de vivir que no dan de vivir. Oficios menudos», o bien toma un determinado tipo y lo analiza mediante una clasificación, como en «Los calaveras». Otras veces acude a recursos alegóricos como en la segunda parte de «El mundo todo es máscaras. Todo el rato es carnaval». Los temas abordados por Larra son muy variados y aproximadamente corresponden a los tres tipos de artículos en que se suele clasificar su obra periodística: los cuadros de costumbres, los artículos políticos y los artículos de crítica literaria. En los cuadros de costumbres, más que describir el tipismo de costumbres populares y pintorescas con una visión nostálgica del pasado —como en el caso de Mesonero o de Estébanez Calderón—, busca ofrecer una mirada crítica y preocupada de la sociedad española, decadente y sumisa en el atraso y en mil vicios. En los artículos políticos, Larra muestra su ideología avanzada y liberal, pero también su desengaño y desilusión por la situación de España y la ineficacia de sus gobiernos. En los artículos de crítica literaria muestra un interés muy especial por el teatro y por lo que debe sr la representación, aparte de analizar el aspecto literario de las obras. También hará crítica sobre novedades literarias, conciertos y espectáculos diversos. En literatura, su posición oscila entre las ideas neoclásicas y enciclopedistas, por un lado, y la paulatina asimilación del espíritu romántico por otro. Su agudo sentido crítico se pone de evidencia al valorar la auténtica obra de arte y atacar ácidamente la mediocre. La prosa de Larra viene determinada por el vehículo de transmisión de sus textos: el periódico. Su estilo es, por tanto, sencillo, rápido y funcional, al buscar preferentemente convencer y gustar al lector de la prensa. En sus artículos encontramos, con frecuencia, denuncias del mal uso que se hace del castellano, por el abuso de galicismos y de la mala pronunciación, como en el artículo «Yo quiero ser cómico». Larra se vale de los más variados recursos expresivos, pero siempre con un lenguaje claro y directo, como conviene a ese tipo de destinatario: interrogaciones y exclamaciones retóricas, diálogos fingidos, enumeraciones caóticas, uso de ejemplos y comparaciones, abundante utilización de la caricatura, parodia de lugares comunes y, sobre todo, empleo constante de la ironía y el sarcasmo, para desvelar las apariencias y dejar al desnudo las situaciones que satiriza. Los años 30 y 40 son los de máximo apogeo romántico en España. Pero este fue corto: pronto fue imponiéndose un espíritu moderado y ecléctico y, hacia 1845, ya estaba presionando una nueva moda literaria francesa: el Realismo. Si en los países más avanzados de Europa la nueva sociedad industrial genera unas contradicciones que el artista romántico expresaría con angustia en sus obras, la vida española, atrasada y mayoritariamente rural, no propiciaba el desarrollo de este movimiento. Un exaltado romántico de la primera época, Ventura de la Vega, confesará arrepentido ya en 1845: «El torrente romántico que, precipitándose del Pirineo, inundó nuestro país, produjo con sus miasmas mefíticas la peste general». Pero esa ​peste no pasó, aún con todo, en vano: sus consecuencias en la literatura posterior han sido y son importantísimas. TEMA 5. Krausismo, Realismo, prensa y ensayo finiseculares. Tras la regencia de María Cristina de Borbón, marcada por la guerra carlista y los problemas políticos, y la del general progresista Espartero, derrocado a los tres años tras un pronunciamiento militar para evitar nuevas regencias se decreta la mayoría de edad de Isabel II, nacida en 1830, quien inicia así su reinado. Proclamada la monarquía isabelina, van a regir el país, durante diez años, los llamados «moderados», cuyo líder más importante era el general Narváez. La nueva Constitución de 1845 establecerá la confesionalidad católica del Estado y la soberanía conjunta del rey y las Cortes, con lo que de hecho se rechazaba la soberanía nacional. Las restricciones del derecho al voto fueron muy severas, reduciéndose el número de electores a solo 1 por 100 de la población. El ideario político del país estará en función de las clases sociales: el partido moderado es el partido de los oligarcas; su filosofía política se basa en el estricto respeto al derecho de propiedad, la restricción del derecho a voto, la defensa del orden público y la aproximación a la Iglesia. Los progresistas, por su parte, tienen como base social al artesanado y a las clases medias; el progresismo es partidario de la soberanía nacional, del derecho a un sufragio amplio y de las libertades individuales concebidas generosamente. Más a la izquierda se sitúan los demócratas y los republicanos, partidarios del sufragio universal y, los últimos, de la supresión de la monarquía, residuo del Antiguo Régimen. Entre la prosa doctrinal o ensayística de aquel momento, el máximo representante del pensamiento conservador y tradicionalista será Juan Donoso Cortés, político y escritor, hombre de confianza de la reina viuda María Cristina, durante la regencia y en su exilio parisino. Romántico y en 1879, no sería hasta la sagastina Ley de Imprenta de 1883 cuando se hizo efectiva la libertad de prensa en nuestro país, sustrayendo el control, en última instancia, del Ejército sobre los periódicos, para traspasarlo al poder judicial. Su larga vigencia que se prolongaría hasta 1936, fue causa principal del gran desarrollo que en los últimos años del siglo XIX experimentó la prensa española, en especial el denunciado periodismo de empresa. Gracias a este nuevo escenario, es la época de la aparición y consolidación de grandes rotativos como ​El Imparcial​, El Liberal, Heraldo de Madrid, La Voz de Galicia, La Vanguardia, El País,... Si un naturalista era quien estudiaba científicamente la Naturaleza, en literatura se aplicó dicho término a una corriente desarrollada en Francia durante el último tercio del siglo XIX, que llevaba hasta sus últimas consecuencias algunos de los postulados realistas, apoyándose en tres pilares filosóficos: el materialismo, negador de la parte espiritual del hombre; el determinismo, para el que el comportamiento del hombre se encuentra condicionado por su herencia genérica y el medio ambiente en el que se mueve; y el método experimental, pues a semejanza del científico, el novelista ha de experimentar con sus personajes, para comprobar cómo se modifican sus reacciones según cambian sus circunstancias y su condición biológica heredada. El ambiente en la literatura naturalista suele ser miserable y sus protagonistas seres alcoholizados o endurecidos que obedecen sin saberlo a sus impulsos primarios, si bien sus reacciones difieren accidentalmente según la clase social a la que pertenezcan; lo cual permite concluir la influencia determinante tanto de la biología como del medio social. El escritor es ahora juez que dictamina sobre los problemas de la sociedad, donde el hombre es pura materia sin libertad. La doctrina de tal escuela quedaría fijada por el novelista francés Zola, para quien la literatura debe analizar científicamente el comportamiento humano mediante la observación y la experimentación. Así, en las veinte novelas de la serie ​Les Rougnon-Macquart​, Zola estudia varias generaciones de miembros de esta familia, cuyas diferencias se deben a los cruces de rasgos hereditarios o a la índole del medio social en que viven. Dará origen a la llamada novela río, ciclo novelístico cuya unidad se sostiene mediante la permanencia o retorno de los personajes o por la sucesión de generaciones de una misma familia. El naturalismo no alcanzaría en España altas cotas de popularidad, tal vez por el peso del catolicismo que resultaría incompatible con el materialismo y el determinismo naturalistas. Las aportaciones naturalistas de nuestra literatura se deben a Pardo Bazán, Clarín, el joven Alejandro Sawa y Vicente Blasco Ibánez, llamado «el Zola español», con sus novelas iniciales de ambiente valenciano. Emilia Pardo Bazán fue autora de cuentos y novelas, periodista, ensayista e intelectual; aristócrata gallega de hondas raíces cristianas, fue una de las máximas defensoras del Naturalismo de Zola, polémica literaria que avivó en su estudio ​La cuestión palpitante​, cuyas doctrinas, a la vez que divulga, no dejará de refutar en algunos aspectos desde su particular óptica religiosa. Fue persona cultivada y buena conocedora de las corrientes europeas literarias de su tiempo; fruto de esas diversas influencias, su obra narrativa es multiforme: con unos conocimientos románticos, y tras sus primeros escarceos naturalistas, será seguidora del espiritualismo ruso e, incluso, al final de su producción, de la estética modernista en boga, como en ​La sirena negra​ o ​Dulce sueño​. Ecléctica, Pardo Bazán defiende todo lo novedoso, mas en el fondo su obra tiene un hilo conductor unitario que le proporciona coherencia: su ideología cristiana y conservadora. Su naturalismo no es determinista; es más una técnica narrativa que una visión del mundo. Le gustaban especialmente los temas médicos: su naturalismo tiene mucho léxico médico, introduce muchos datos de carácter fisiológico. En su edición de ​La cuestión palpitante​, Laura Silvestri subraya la importancia especial que para Dª Emilia tuvo el género ensayístico, pues, en el ámbito de la poesía o la narrativa, «las mujeres bien podían ser protagonistas en cuanto dotadas por naturaleza de imaginación, sensibilidad y capacidad fabulatoria. En realidad, las escritoras ya no eran raras y para ella por tanto, ser seriamente una poeta o una novelista significaba quedar relegada a los papeles consagrados. Por eso, entrando en el campo del pensamiento, que los hombres tenían en exclusivo, querrá demostrar que posee también inteligencia e ideas. Por tanto, reivindica el derecho a pensar sin por ello deber borrar las características peculiares de su sexo». Dentro de la Restauración, resulta clara la distinción de dos etapas delimitadas cronológicamente por el desastre del 98 y que se podrían definir, respectivamente, como de elaboración del sistema y de ineficacia y rechazo del mismo hasta su extinción en 1923. España conservaba, a finales del siglo XIX, un imperio colonial nada despreciable: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras islas menores. En 1895, en Cuba, y en 1896, en Filipinas, estallan revueltas contra el gobierno español. En la isla cubana, la intervención de Estados Unidos a favor de los sublevados en 1898 inclinará definitivamente la guerra contra las armas españolas; así, por la Paz de París de ese año, nuestro país reconocía la independencia de Cuba y, cedía a los EEUU el archipiélago filipino, Puerto Rico y la isla de Guam en el Pacífico. Antes del desastre del 98, en la última década del XIX, comenzaron a surgir voces críticas en contra del sistema político de la Restauración, el caciquismo y el régimen de los partidos turnantes. Una de las más tempranas será la del ingeniero Lucas Mallada, quien en 1890 publica el ensayo ​Los males de la patria y la futura revolución española​, cuyo título hizo fortuna y se convirtió en el ​leitmotiv justificativo del pensamiento regeneracionista. Tras describir un panorama desolador de la pobreza de España, la inmoralidad pública y la corrupción de los partidos políticos, acabará advirtiendo que, si no se regeneraba el país con reformas, la juventud terminaría por levantarse al grito de «¡Paso a la revolución española!» Igualmente, la obra ​Idearium español de Ángel Ganivet, ensayista y precursor analítico del llamado «problema de España» —que remitía a un conflicto esencialmente moral y «espiritual», de pérdida de los valores propios de una sociedad religiosa y tradicional, que añoraba—, constituyó un referente esencial para los afanes regeneracionistas a comienzos del XIX. Tras el desastre, un profundo sentimiento de pesimismo se apoderó del país, dando lugar a la aparición de toda una serie de corrientes renovadoras que deseaban la modernización y europeización de España, encabezadas por el aragonés Joaquín Costa, una de las personalidades más fuertes de la cultura y el pensamiento españoles de su tiempo; o de pesimismo lletario ante la situación, como los autores llamados del 98. Se denomina regeneracionismo a la heterogénea corriente ideológica que, a caballo entre los siglos XIX y XX, reflexiona sobre la nación española e intentaba poner remedio a la decadencia del país mediante la reforma de las estructuras sociales, políticas y económicas, especialmente tras el enorme impacto de la pérdida colonial. Así, a lo largo de 1899, se publicaron, entre otros títulos, ​Del desastre nacional y sus causas​, de Damían Isern; ​Las desdichas de la patria​, de Vital Fiche; ​Hacia otra España​,... El género del ensayo alcanza así en la literatura de esos años un importante lugar, que se prolongará en las siguientes décadas del XX. La prosa ensayística sirve de cauce a las inquietudes existenciales y sociales de estos nuevos escritores de marcada preocupación política, tanto los intelectuales, que se identifican con el regeneracionismo como aquellos otros de incipiente orientación socialista y anarquista. Es constante en los textos regeneracionistas la utilización de metáforas biológicas que insisten en la idea de España como un cuerpo enfermo o cadáver que es preciso regenerar, resucitar o remediar. Para ello, hacen falta medicinas e incluso puede hacerse necesaria la intervención de un cirujano de hierro, en expresión de Joaquín Costa: un dictador que a la fuerza cura las enfermedades del país. Discípulo de Giner de los Ríos, profesor él mismo en la Institución Libre de Enseñanza, Costa fue autor de numerosos ensayos, entre ellos ​Colectivismo agrario en España​, cuyo tema son las reformas del campo; ​Oligarquía y caciquismo como la forma actual del gobierno en España​, fruto de una encuesta en el Ateneo de Madrid a grandes figuras de la cultura y la sociedad y donde postula su programa de regeneración, sintetizado en su famoso lema «escuela y despensa». TEMA 6. EL GRUPO DEL «98»: El ensayo literario y los periódicos. En la primera década del XX, parte de la crítica agruparía a ciertos autores contemporáneos bajo la denominación «generación del Desastre»: se le llamó así porque su actividad había coincidido con la pérdida de las últimas colonias españolas. Pero fue Azorín, integrante del grupo, quien en 1913, desde el diario ​ABC​, consagró el término «generación del 98» que ha tenido fortuna pese a todas sus posibles matizaciones. Al margen de la oportunidad del marbete? de noventayochismo, aquellos escritores aprovecharon la situación histórica para señalar la urgencia de una reforma nacional de la que hicieron su propia seña de identidad. Tres grandes cuestiones los aglutinaron por encima de sus divergencias ideológicas: la preocupación política, la cuestión religiosa y sus ideales literarios y artísticos. El desastre se produjo el día 3 de julio de 1898. Durante el siglo XIX, presenciamos actos de revolución en todas las colonias hispanoamericanas. Aquellas que eran más boyantes reclamaban un mejor estatus social y económico en su relación con la metrópoli. Esto fue el caso de Cuba, que por ser colonia no tenía una Constitución propia y es lo que se reclamaba. En el 95 cuando empieza la guerra de la independencia, EEUU presiona en su apoyo. (lo que contó Josemi ayer) El primer motivo cultural verdaderamente fuerte del desastre es que los militares se vieron abandonados por el Gobierno. Todo el ejército se sintió identificado con la derrota y la pérdida de las colonias frente a EEUU. Llega la firma del Tratado de París en 1898. Básicamente, así le vende España a EEUU Cuba, P. Rico y Filipinas por una cantidad ínfima. Se dice que se produjo una fuerte crisis económica por la pérdida. No fue por eso, fueron los gastos de la guerra que solo pagó España lo que produjo una inflación tremenda. (Libro: 3 de julio de 1989 - Tomás Pérez Vejo.) ¿Por qué perder unas colonias que en principio en la época no tenía mucha relevancia tuvo tanto peso en los círculos intelectuales? Cosas que preocuparon a los noventayochistas: - Cuba gana la guerra. Independentistas catalanes y vascos que ven una oportunidad, nada reprochable, en la situación. Se funda el PNV. Era el momento de tomar políticas y que el Estado rindiese cuentas. - Motivo para la exacerbación del nacionalismo español. Con la pérdida de las colonias, se funda un nuevo militarismo que no tiene que ver con la participación de los militares en la vida pública, sino que surge la idea de que la política atenta contra los valores de España; Carmen Martín Gaite. Nacida en Salamanca, publicó sus primeros relatos en revistas de los años cuarenta y cincuenta, como ​Revista Española​; y en 1957 obtuvo el Premio Nadal por ​Entre visillos​, relato crítico de la vida sin horizontes de unas jóvenes en un ambiente burgués y provinciano, cuya única perspectiva es el matrimonio o la soltería. Perteneciente Martín Gaite a la llamada generación del medio siglo, casada de Rafael Sánchez Ferlosio, su fina sensibilidad se confirmaría en novelas posteriores como ​Ritmo lento​, donde insiste en motivos vitales como la soledad de la mujer, la incomunicación y los problemas de la pareja; pero alcanzará cotas mucho más altas años después, desbordando el realismo social de su generación en una novela espléndida. ​Retahilas​, a la que seguirían ​Fragmentos de interior y ​El cuarto de atrás​, además de ​Nubosidad variable o ​La reina de las nieves​, ya posteriores. Entre otros galardones, en 1988 recogió el premio Príncipe de Asturias de las Letras. Aún cuando su nombre vaya asociado por lo general a la novela, Gaite es autora también de importantes ensayos y estudios históricos y literarios, desde su excelente ​El proceso de Macanaz hasta dos conocidos títulos en donde hurga en la memoria sentimental de un pasado colectivo, ​Usos amorosos del siglo XVIII​, con un criterio más historiográfico, y ​Usos amorosos de la postguerra española​, en el que la materia propiamente ensayística se combina hábilmente con la reflexión autobiográfica y un cierto aire de dietario personal. Igual de brillante resulta asimismo El cuento de nunca acabar​, deliciosa reflexión sobre la narrativa, de larga elaboración e infrecuente densidad emocional, uno de los más originales libros de ensayo de la década de los ochenta. También su obra narrativa ha sido esmaltada a menudo de secuencias ensayísticas con una relativa autonomía, como se aprecia en trabajos como los reunidos en ​La búsqueda del interlocutor y otras búsquedas. En otro ensayo literario, ​Desde la ventana​, reflexiona acerca del enfoque femenino en la literatura española a través de cuatro conferencias impartidas en la Fundación Juan MArch. Una recopilación de diferentes textos ensayísticos procedentes muchos de ellos de su habitual colaboración periodística en ​Diario 16​, y es ​Agua pasada​; y de un año después es ​Esperando el porvenir. Homenaje a Ignacio Aldecoa​, hábil y feliz reconstrucción del origen amistoso de un grupo de jóvenes escritores próximos a la ​Revista Española​, editada en los años cincuenta. Por último, ​Pido la palabra es una edición póstuma de conferencias con pólogo de José Luis Borau. Según María del Mar Mañas, los temas recurrentes de los ensayos de la autora samantina, aun entendiendo que se mezclan y entremezclan a lo largo de los libros, se podrían agrupar en: 1. El siglo XVIII. 2. La postguerra española. La generación de escritores de los 50 y muy especialmente la figura de Ignacio Aldecoa. 3. El escritor. Reflexión acerca de su obra propia o ajena. La búsqueda del interlocutor. 4. La condición social de la mujer española, especialmente en el siglo XVIII y en el XX. 5. La condición literaria de la mujer. El punto de vista femenino en la escritura. En ​Usos amorosos de la postguerra española​, Carmen Martín Gaite maneja textos variados a modo de ​collage​, desde la prensa femenina de la época, con consultorios y demás secciones, el emblemático semanario de humor ​La Codorniz, hasta discursos y encíclicas papales, como había hecho en el caso de ​Usos amorosos del XVIII. La novela rosa aparece como una influencia sentimental muy poderosa y un modelo femenino perjudicial para la mujer de entonces, del mismo modo que en su novela ​El Cuarto de atrás​. Por su parte, los consultorios sentimentales de muchas revistas servían de plataforma idónea para la propagación de ideas acerca de que la única y natural salida de la mujer era la del matrimonio, la sumisión al marido y la multiplicación de la especie. Martín Gaite trae a coalición continuas citas de tales consultorios, que resultan reveladoras del sistema de valores predicados por el franquismo. El siguiente ejemplo, incluido en el cap. II, procede de la sección «Consúltame» del 13 de agosto de 1944 de la revista ​Medina. Resalta María del Mar Mañas, dentro de ​Usos amorosos de la postguerra española​, la importancia de la reflexión lingüística; tanta, que podría decirse que el trabajo surge precisamente de ella, como se lee de nuevo en la «Introducción»: «Las palabras de restricción y racionamiento sufrieron un desplazamiento semántico, pasando a abonar otros campos, como el de la relación entre hombres y mujeres, donde también constituía una amenaza terrible dar alas al derroche. Restringir y racionar siguieron siendo vocablos clave, admoniciones agazapadas en la trastienda de todas las conductas [...] Despilfarrar aquellas energías juveniles, a cuya naturaleza no se podía aludir tampoco más que mediante eufemismos, se consideraba el gasto más pernicioso de todos, el más condenado». Así, por ejemplo, repara Martín Gaite con disgusto en el significado de la palabra «entenderse», restringida exclusivamente a la relación sexual ilítita: y analiza el «carácter bélico» del lenguaje propio de la conquista amorosoa o la importancia de la palabra «significarse» con el sentido de revelar las ideas políticas o de declararse amorosamente. «Me llamó la atención —apunta la profesora Mañas— la pervivencia de este lenguaje trasnochado y me hizo reparar en que si la lectura de este libro de Martín Gaite es recomendable de por sí, en estos tiempos en los que ciertas brisas de conservadurismo parecen aconsejarnos prescindir de la memoria histórica, supone un saludable ejercicio de higiene mental». En los primeros capítulos, Martín Gaite mantiene la comparación entre la mujer de la postguerra, cuya obligación es encontrar marido a cualquier precio, en lo que la autora denomina «el complejo de Marta y María», y la anterior de la República, dispuesta a desarrollar sus inquietudes intelectuales. En la primera posguerra, los modelos de comportamiento ofrecidos a la mujer por la propaganda oficial, auspiciada por la Sección Femenina de la Falange, la restituían a «sus labores» frente a los modelos republicanos. A Martín Gaite, no obstante, tampoco le interesan las chicas topolino, precedente de las niñas pijas, con sus poses modernas a imitación de las heroínas de Hollywood, que se quedan simplemente en poses; siendo las chicas raras, entre las que ella misma se encuentra, las únicas que intentan recoger el legado femenino republicano. El interés social por las mujeres menos favorecidas, las queridas o las chicas de servicio que procedían del extrarradio y se veían abocadas a la prostitución, desprovisto en Martín Gaite de toda moralina y caridad cristiana mal entendida, la aproxima asimismo al tono de los ilustrados como Feijoo preocupados por el bien común. En el prólogo a los ​Cuadernos de todo​, Rafael Chirbes señala tres raíces diferentes en la escritura de Carmen Martín Gaite; de la primera de ellas, el mundo trovadoresco del cual se deriva que «el amor es solo un código narrativo, una variable forma de contarse historias: cada tiempo las cuenta de una manera determinada. La seducción que es la única verdad del amor, no es más que esa historia de tiempo bien contada» surgirián sus ensayos sobre ​Usos amorosos, El cuento de nunca acabar, Retahílas ​o​ El cuarto de atrás. En la conferencia, incluida dentro de ​Desde la ventana​, Gaite señala a este prototipo de hombre, interlocutor soñado para ella, como a años luz de aquel hombre difícil de película «de complejos» a imagen y semejanza de Lawrence Oliver en ​Rebeca​, según se menciona en el capítulo VII de ​Usos amorosos de la postguerra española. Estos, de nuevo, son analizados por Gaite desde el punto de vista de los condicionamientos, rituales y modos de comportamiento impuestos por el régimen dictatorial salido de la Guerra Civil. Todo ensayo que intente revisar un aspecto concreto de un período histórico debe contar al menos con una teoría y una aportación inédita; Martín Gaite cumple la norma y establece que los años cuarenta se encontraban marcados por el signo del miedo al exceso. El temor a gastar demasiado, propiciado por las consignas de racionamiento lanzadas por el régimen. Para la escritora, tales modelos de comportamiento estaban condicionados por el entorno familiar, los sermones religiosos de los púlpitos o por la literatura, el cine o las canciones más en boga. José Ortega y Gasset. Apoya la República, pero tardará poco en mostrar su desencanto ante los primeros compases del nuevo sistema de gobierno. Ortega siempre defendió
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved