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La Esparta Ilustrada: Influencia y percepción en la filosofía política del siglo XVIII, Guías, Proyectos, Investigaciones de Historia antigua

Filosofía PolíticaPensamiento IlustradoHistoria antigua

Este documento explora la percepción y la influencia de la antigua Esparta en la filosofía política del siglo XVIII, destacando las opiniones de pensadores como Mably, Rousseau, Jaucourt y Montesquieu. La visión de Esparta como un modelo de justicia, buen gobierno y socialización se analiza en contraste con la realidad esclavista y militar de la ciudad-estado.

Qué aprenderás

  • ¿Cómo influyó Esparta en la filosofía política del siglo XVIII?
  • ¿En qué medida la visión de Esparta como modelo de justicia y buen gobierno era aplicable a la sociedad moderna?
  • ¿Cómo se conciliaba la percepción idealizada de Esparta con su realidad esclavista y militar?
  • ¿Qué opiniones tenían los filósofos ilustrados sobre el gobierno y la sociedad espartanos?

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2021/2022

Subido el 30/03/2022

sandra-asensio-martinez
sandra-asensio-martinez 🇪🇸

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¡Descarga La Esparta Ilustrada: Influencia y percepción en la filosofía política del siglo XVIII y más Guías, Proyectos, Investigaciones en PDF de Historia antigua solo en Docsity! Mientras el liberalismo decimonónico no “descubrió” para el mundo occidental las bondades de la democracia ateniense y depuró en gran medida este régimen de las connotaciones de desorden y de volubilidad de las masas que llevaba aparejadas, Esparta fue quien mejor encarnó las virtudes de la civilización griega. La tradición an- tigua, perpetuada de manera constante y pertinaz hasta el presente, atribuyó todo el kósmos espartano, ese universo idílico cimentado en un sistema de normas y valores, a un legislador – y sabio – instalado en la acronía y de dudosa historicidad, Licurgo, auténtica piedra an- gular sobre la que se construye la idea y la imagen de Esparta, o las ideas e imágenes, porque hablamos de una Esparta poliédrica, dúctil LA ESPARTA ILUSTRADA * El presente artículo forma parte del proyecto de investigación HAR2010- 15756, del Ministerio de Ciencia e Innovación. y maleable según quién, cuándo y por qué haga uso de ella. La Ilus- tración primero y la Revolución Francesa después significarán el apogeo del paradigma espartano, pero al mismo tiempo también del mirage, como François Ollier1 atinadamente bautizara a ese fenó- meno continuado de distorsión e incluso invención del pasado que ha convertido la historia de Esparta en un tortuoso sendero plagado de tópicos y falacias. Del papel de Esparta en los proyectos forjados – o simplemente soñados – al calor de la Revolución, particular- mente por unos jacobinos imbuidos de fervor espartiata, nos hemos ocupado ya en otro lugar2. En estas páginas pretendemos desvelar la huella dejada por esa Esparta legendaria y en gran medida utópica sobre el pensamiento ilustrado, y también en general sobre la litera- tura del siglo XVIII, razón por la cual hablamos de una Esparta ilus- trada, título deliberadamente ambiguo que quiere polemizar con la falsa idea, nacida de hostiles autores clásicos atenienses y aún bien arraigada en nuestros días pese a los denodados esfuerzos de Car- tledge y Boring3, de la escasa cultura literaria – rozando el analfabe- tismo – de los espartiatas. No deja de ser una paradoja que una Es- parta “inculta” se erigiera en referente en el llamado siglo de las Luces. La entrada del siglo XVIII supuso en Francia el inicio de un in- cesante diálogo entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos4, esto es, entre la libertad política y la libertad civil, entre la autoridad y soberanía del Estado y la independencia del individuo. FORNIS34 1 OLLIER 1933-1943. 2 FORNIS e.p. 3 CARTLEDGE 1978 y BORING 1979 han demostrado que esta imagen estereo- tipada es refutada por la evidencia literaria y epigráfica. 4 Éste habría de ser precisamente el título de un célebre discurso de Benja- min Constant en el Ateneo real parisino, De la liberté des Anciens comparée à celle des Modernes (1819), en el que se ensañaba contra los doctrinarios «que re- presentan el sistema que, conforme a las máximas de la libertad antigua, quiere que los ciudadanos se sometan por completo para que la nación sea soberana, y que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre». bienestar, no es suficiente gancho para la multitud»10. Dos décadas antes, en 1714, un médico de origen holandés llamado Bernard Man- deville publicaba en Londres su Fable of the Bees: or, Private Vices, Public Benefits, en la que, desde un enfoque individualista burgués, se condena explícitamente el modelo espartano por no procurar el bienestar y las comodidades que necesita un ciudadano inglés de su tiempo: «su disciplina era tan rígida y su modo de vivir tan austero y privado de todo confort que el hombre con más temple entre nos- otros rehusaría someterse a la dureza de leyes tan ásperas»11. Clara- mente la gloria y los valores heroicos que proverbialmente encar- nabna los espartanos parecen haber cedido terreno ante el deseo de bienestar y de felicidad individual; el comercio es el camino para for- talecer el Estado, no para corromperlo, y el lujo no se plantea como un principio, sino como una necesidad. Frente a ellos se erige la figura del laconófilo Gabriel Bonnot de Mably12, el abate Mably, cuyos trabajos ejercerían notable influencia sobre los revolucionarios franceses, para los que fue un “padre de la nación”. Por entonces su retrato poblaba todos los clubes jacobinos y sus obras completas se popularizaron gracias a su asequible precio. Los montagnards vieron una veta revolucionaria y regeneradora en muchas de sus ideas y postulados, vertidos en frases como ésta: «Li- curgo opuso su genio al de los espartiatas y osó forjar el proyecto de hacer un pueblo nuevo. Él no creyó imposible involucrarles a todos, por esperanza o por miedo, en la revolución que meditaba»13. Una 10 GUERCI 1979: 19; VIDA-NAQUET 1992: 136-137; GRELL 1995: 457-458. 11 CAMBIANO 1974: 136-138. 12 La posición de Mably ante la Antigüedad y su legado son analizados con detalle por SCHLEICH 1986 y WRIGHT 1997; se centra en la sublimación de Es- parta DOCKÈS-LALLEMENT 1996a; cf. asimismo RAWSON 1969: 245-251; GRELL 1995: 460-468; GINZO FERNÁNDEZ 2002: esp. 165-169; MASON 2012: 78-80. 13 De la obra Observations sur l´histoire de la Grèce (cf. MOREL 1996: 299). Sobre el conspicuo papel de Esparta en la Revolución Francesa, particularmente en la política jacobina, véase ahora FORNIS e.p., con la bibliografía anterior, entre la que podemos destacar los trabajos monográficos de PARKER (1937) y MOSSÉ (1989). 37LA ESPARTA ILUSTRADA vez pasada la conmoción, en 1833, el legado revolucionario del hijo del vizconde de Mably sería reprobado de la siguiente manera por Jean-Louis Lerminier: «Si durante la Convención encontramos hom- bres que desearon resucitar Esparta, que creían que la libertad era incompatible con la riqueza, el lujo y el comercio, éstos fueron los pupilos de Mably, y no los de Jean-Jacques [Rousseau]. Mably con- fundió tiempos y civilizaciones, y turbó un gran número de men- tes»14. Aun siendo esencialmente un moralista, Mably sentía predilec- ción por el estudio de la Historia, la cual, además de «hacernos más sabios», enseña lecciones morales y políticas. En el caso de Esparta, como ha sintetizado Dockès-Lallement, Mably apreciaba cuatro cua- lidades definitorias del excelso carácter de sus ciudadanos: la tem- planza, la moderación, el coraje y el patriotismo15. En Observations sur les Grecs (1749), reelaboradas más tarde como Observations sur l´histoire de la Grèce ou des causes de la prospérité et des malheurs des Grecs (1764), este hombre de las Luces escribió que los espartanos constituían el mejor ejemplo para «civilizar a los pueblos mediante buenas leyes y la práctica de las virtudes, y no mediante un montón de superficialidades que el lujo estima y que la razón reprueba». En- salzaba, en la tradición de los moralistas clásicos, «el amor a la liber- tad y a la patria de los espartanos» y su ascético desprecio por las ri- quezas, de tal modo que era preferible une juste médiocrité; así se lo enseña al duque de Parma, del que era preceptor su hermano Con- dillac, y así lo pone él mismo en práctica: L´Année Littéraire de 1776 le describe como «un austero espartiata perdido en las calles de París»16. En la austeridad cimentaron los espartanos una autoridad y un prestigio incontestables entre los griegos: «Con qué maravillosos resultados los espartiatas supieron hacer gloria de su pobreza». Los atenienses, en cambio, seducidos por el lujo, resultaban «vanos, im- 14 WRIGHT 1992: 411-412. 15 DOCKÈS-LALLEMENT 1996a: passim. 16 MASON 2012: 78 con n. 12 (en p. 98). FORNIS38 petuosos, desconsiderados, tan extremos en sus vicios como en sus virtudes»17. El abate propugna, de esta forma, un retorno al estado natural y a formas de vida elementales, rústicas, modestas, «en la que el trabajo aporta a cada hombre una subsistencia honesta»18. En Es- parta esto quedaba garantizado por unas leyes agrarias y suntuarias que regulaban y preservaban un entramado socioeconómico sencillo y perfecto a la vez. Según Mably, «para hacer a los ciudadanos dig- nos de ser verdaderamente libres, Licurgo estableció una perfecta igualdad en su fortuna». En su representación sublimada de los es- partanos, los imagina combatiendo la ociosidad, el peor de los vicios, y ajenos a cualquier clase de pasión perniciosa: «Es un espectáculo admirable el que presentaba la antigua Lacedemonia. Hombres siempre ocupados en ejercicios de caza, de disco, de carrera, de pu- gilato, de lucha, etc., placeres con los que se preparaban para con- vertirse en intrépidos defensores de la patria. Descansaban de sus trabajos en sus escuelas, donde se les enseñaba menos a discurrir, como nosotros, sobre las virtudes, que a practicarlas. Cada edad, cada sexo, cada hora tenía sus ocupaciones particulares. El tiemplo fluía rápidamente para los espartiatas; y, en medio de esta vida siem- pre agitada, ¿cómo las pasiones, a pesar de su diligencia y habilidad, habrían hallado un momento para equivocar, seducir y corromper a un lacedemonio?»19. La única fisura – que el ilustrado relega a una nota a pie, todo hay que decirlo – en este remanso de libertad e igualdad es el maltrato de los hilotas, que no es empero una práctica idiosincrática de los espartiatas, de ahí que los absuelva: «el someti- miento de los ciudadanos de Helos y su descendencia han de verse como momentos de distracción que el largo ejercicio de la virtud había reparado». 17 MOSSÉ 2007: 280. 18 SCHLEICH 1986: 179, 186. 19 A su Esparta pura y perfecta, Mably opone una Atenas perfectamente an- titética: sometida a los caprichos y veleidades del populacho, corrompida por la riqueza, de costumbres disolutas, etc., fruto de la acción de un legislador débil como Solón y de políticos ambiciosos y corrompidos como Pericles. 39LA ESPARTA ILUSTRADA mismos magistrados todopoderosos [los éforos], por ese mismo equilibro de poderes, «cuando la ley marchaba ante ellos, se encon- traban bajo la mano imperiosa del pueblo si se desviaban de las nor- mas». Y el Senado [la Gerousía], «que debía a la vigilancia de los éforos su moderación y su sabiduría en el ejercicio del poder ejecu- tor, devolvía a su vez a la multitud la capacidad de discutir y de co- nocer sus verdaderos intereses, de fijar principios y de conservar el mismo espíritu». Finalmente, «los reyes no tenían ningún poder al margen del Senado, dando sin embargo a los ejércitos esta acción rá- pida y diligente que es el alma de las operaciones y las victorias mili- tares, pero casi siempre desconocida en los pueblos libres». En resu- midas cuentas, Mably dibuja un sistema político de Esparta perfecto, un bien engrasado mecanismo constitucional de poderes y contrapo- deres que de una parte garantiza el orden e impide que se desborde el poder prístino del pueblo, que degenere en una “anarquía” como la que campa en Atenas, mientras por otra pone coto y “enfría” el exceso de ambición de los miembros de las dinastías reales y de los oîkoi más poderosos y pudientes23. Capítulo aparte, por discutible, es el de si M. l´Abbé de Mably abogó con fuerza por una propiedad comunal de la tierra como la que él creía propia de la sociedad espartana24. Primero, en su diálogo Des droits et des devoirs du citoyen (1758), el inglés Stanhope tilda la propiedad privada como «la principal fuente de todos los infortunios de la afligida humanidad» y recomienda «no aspirar a esa feliz co- munidad de bienes tan elogiada y añorada por nuestros poetas, la es- tablecida por Licurgo en Lacedemonia», pero más adelante el perso- naje parece considerar todo esto un disparate, una ensoñación. En liberales del siglo XIX regeneraran, y a la vez redefinieran, este régimen político en su carrera hacia el éxito totalizador de nuestros días, mientras a Mably o Rousseau se les colgaba la etiqueta de “protosocialistas” o “protocomunistas”. 23 GRELL 1995: 488. 24 La historiografía moderna tiende hoy día a rechazar esto, a considerarlo un rasgo más del mirage. FORNIS42 sus Observaciones sobre la Historia de Grecia (1764) nos encontramos con lo que parece ser una defensa categórica de la propiedad pri- vada: «la propiedad de la tierra está establecida y ha de verse en ella la garantía del orden, de la paz y de la seguridad pública». Catorce años más tarde, en Doutes proposées aux philosophes économistes sur l´ordre naturel et essentiel des sociétés (1768), Mably en cambio la considera arbitraria y prescindible, para lo cual reivindica el usu- fructo fundiario existente en Esparta: «fuera del orden natural y esencial de las sociedades (...) Esparta ha hecho cosas más grandes que los estados que juzgáis más sabios que ella y ha disfrutado de fe- licidad durante seiscientos años»; precisamente en los Entretiens de Phocion (1763) la introducción del uso privado de la tierra por el éforo Epitadeo había sido señalada como una de las principales cau- sas que ahondaron en el declive espartano durante el siglo IV. Estos mismos argumentos se repiten en De la législation, ou principes des lois (1776), donde la propiedad privada es la raíz del mal social. Quizá la respuesta, como han avanzado Wright y Hodkinson, pueda estar en que una defensa sin fisuras de la propiedad comunal de la tierra le apartaba de los teóricos de la ley natural, para quienes la propiedad privada era la piedra angular de la sociedad civil25, pero no es menos posible que sea un rasgo de incongruencia dentro de un pensamiento que si algunos tachan de conservador, otros lo ven un ejemplo de utopismo radical26. Aunque Mably parece consciente de que estas ideas y fundamen- tos no pueden trascender el plano teórico para ser llevados a la prác- tica (la organización y estructuras de un pequeño estado como Es- parta son imposibles en las potencias europeas del siglo XVIII) y, en consecuencia, debe optar por el sistema representativo, los modelos políticos espartano y romano no dejan de tener influencia sobre de- terminados aspectos, como por ejemplo en los requisitos exigidos a 25 WRIGHT 1997: 96-97; HODKINSON 2007: 421-422. 26 RAWSON 1969: 248, seguida por MASON 2012: 80, le ve como un «comu- nista nostálgico». 43LA ESPARTA ILUSTRADA esos representantes (edad mínima de treinta años, posesión de tierra, patrimonio saneado, cierto nivel de instrucción, brevedad en el ejer- cicio de la función), en una conveniente restricción tanto de la polí- tica comercial como de las artes y técnicas, en una educación pública con rasgos paramilitares27. Tal subordinación de la libertad indivi- dual a la libertad colectiva habría de resultar insoportable para Ben- jamin Constant: «[Mably] detestaba la libertad individual como se detesta a un enemigo personal, y en cuanto encontraba en la historia una nación completamente privada de ella, que no tuviera libertad política, no podía evitar admirarla»28. Pero probablemente sea en el ámbito educativo donde Esparta sí se yergue claramente en modelo para Mably. Como hombre de razón, el abate concedía gran importancia a la educación desde una edad temprana («en su nacimiento, los niños se parecen ... las pri- meras ideas que se imprimen en su espíritu dejan en él trazas pro- fundas»), una educación que debía ser pública y nacional, como en Esparta, para evitar la indulgencia a la que con frecuencia se ven in- clinados los padres. Así, el Estado se encarga no sólo del desarrollo físico y moral de los jóvenes (con pruebas de endurecimiento y una severa disciplina), sino también de reprimir la tendencia a los place- res: «hay que comenzar por acostumbrarse al malestar para ser feli- ces toda su vida». Pero Mably va más allá de los objetivos y mimetiza las prácticas educativas espartanas: grupos de edad jerarquizados, labor de supervisión ejercida por los más mayores sobre los más pe- queños, uniformización social y supresión de los signos de distinción (la única distinción la marca el valor personal), etc. El resultado serán «excelentes ciudadanos animados por un mismo espíritu y pre- parados para la práctica de las virtudes necesarias tanto para su feli- cidad como para la grandeza del Estado»29. 27 Véase en especial SCHLEICH 1986: 183-185. 28 GRELL 1995: 475 n. 61. 29 DOCKÈS-LALLEMENT 1996a: 256-257. FORNIS44 Macedonia; el argumento antiimperialista del Foción de Mably en- laza así con el Foción real, que se mostró partidario de negociar la “protección” de los macedonios antes que luchar sin esperanza por la independencia de Atenas, amparados uno y otro por el “paci- fismo” del mandato licurgueo de renuncia a la ampliación de fronte- ras. En fin, condensaba de manera tan sugestiva en esta obra las vir- tudes propias del carácter espartano que, tres décadas más tarde, en medio de las turbulencias de la Revolución, Rabaut de Saint-Étienne declarará que «es allí, en las austeras maneras y en la moral de los es- partanos donde se encontrará cómo se constituye una república». Por último, Esparta, como ya dijimos a propósito de la propiedad de la tierra, también tuvo su hueco en Sobre la legislación o los prin- cipios de las leyes (1776), influyente obra política en la que el abate de Grenoble escudriña el mundo que le rodea. «¿Van a ofrecer un premio para la reinvención del caldo negro? Con su pesado mone- daje en cobre recuerdan a los venerables espartiatas», se mofa un in- glés fisiócrata de un sueco clasicista que defiende la dieta, la pobreza y las leyes suntuarias que tienen sus conciudadanos. Pero a la hora de hablar de un tema tan importante como la educación, esencial para inculcar el amor por las leyes, se vuelve adusto y no duda en aconsejar el modelo espartano y platónico34. En el elogio fúnebre de Mably, en 1787, Lévesque ratificará que Esparta había sido «esa ilu- sión que necesitaba su corazón»35. El mito espartano se manifiesta igualmente en dosis elevadas en François Henri Turpin, en cuya Histoire du gouvernement des an- ciennes républiques (1769) Licurgo, más firme y más sabio que cual- quier filósofo, aparece como un demiurgo creador de una nueva na- turaleza, de un nuevo hombre: «Licurgo emprendió una obra más difícil que todos los trabajos fabulosos de Hércules. Refundó, por así decir, el carácter de sus conciudadanos, elevándolo por encima de la humanidad, librándolos de las debilidades y enfermedades de la na- 34 GRELL 1995: 249-250. 35 Citado por HARTOG 1991: 120 y 1993: 31. 47LA ESPARTA ILUSTRADA turaleza, sustituyendo las pasiones dominantes por el desdén y el desprecio de todo aquello que puede suavizar y corromper las cos- tumbres». Naturalmente Turpin cultiva también, entre los habituales estereotipos, el de la igualdad exacerbada, que impide distinguir al ciudadano más noble del más corriente, el de la negación del indivi- duo frente a la autoridad, cohesión y bienestar de la comunidad, el del desbordante amor a la patria, el de la postergación de las letras, las ciencias y las artes («el legislador había preferido siempre lo útil a lo brillante»), etc., componiendo la estampa de una Esparta deseada para la contemporaneidad, en la que «se puede saborear la felicidad inalterable y pura, siempre ignorada por los hombres adormecidos en el insípido disfrute de la molicie y la voluptuosidad»36. Turpin había frecuentado en su primera etapa a Claude Helvé- tius, al que preocupaba en particular la moralidad de leyes e indivi- duos y que, a pesar de no dedicar ningún trabajo al mundo antiguo, suele figurar también entre los llamados espartófilos, sinceros admi- radores de Esparta37. Es cierto que, en sus referencias ocasionales, en De l´esprit (1758) y en la póstuma De l´homme (1772) por ejemplo, Helvétius deja constancia de su admiración tanto por unos esparta- nos cuyas acciones tendían al bienestar común como por un Licurgo «que hizo de Esparta una república de héroes». Pero demostrando por qué es precursor del utilitarismo, Helvétius hace que su Licurgo no suprima las pasiones, sino que, bien al contrario, las estimula y las aprovecha, pues el anhelo de satisfacerlas es «el motor único y uni- versal de los hombres» (el entusiasmo en concreto es imprescindible en los pueblos conquistadores, de los que se muestra fervoroso par- tidario); Licurgo «sentía que las pasiones son parecidas a los volca- nes, cuya erupción repentina cambia completamente el curso de un 36 GRELL 1995: 481-483. 37 No se trata de un grupo organizado en el que la espartofilia actúe como ce- mento, mucho menos de un «lobby proespartano», expresión bajo nuestro punto de vista inadecuada que es empleada por ciertos estudiosos modernos. FORNIS48 río (...) Es así como triunfó en el proyecto quizás más audaz que nunca haya sido concebido». Lejos de marginar el saber y el conoci- miento, este Licurgo sui generis lo favorece: «La ignorancia produce la imperfección de las leyes y su imperfección los vicios de los pue- blos. La sabiduría produce el efecto contrario. Tampoco se ha con- tado nunca entre los corruptores de las costumbres este Licurgo, este sabio que recorrió tantos lugares para extraer de las conversaciones con filósofos los conocimientos que exigen la feliz reforma de las leyes de su país. Pero se dirá que fue precisamente en la adquisición de estos conocimientos de donde él sacó el menosprecio por ellos. ¿Quién creerá nunca que un legislador que se preocupó tanto por reunir las obras de Homero y que hizo erigir la estatua de la Risa en la plaza pública haya despreciado las ciencias? Los espartiatas y los atenienses fueron los pueblos más brillantes e ilustres de Grecia. ¿Qué papel jugaron en ella los ignorantes tebanos hasta el momento en que Epaminondas les hubo arrancado su estupidez?». En este punto Helvétius elenca la lista de poetas que nacieron o trabajaron en Esparta. Su Licurgo también acierta en reparar en la “utilidad” de las mu- jeres, que «si por todas partes parecen, como flores de un bello jar- dín, no estar hechas más que para el ornamento de la tierra y el pla- cer de los ojos, podían ser empleadas para un uso más noble: que este sexo, envilecido y degradado en casi todos los pueblos del mundo, podía entrar en comunidad de gloria con los hombres, par- ticipar con ellos de los laureles que iban a obtener y convertirse en uno de los más poderosos pilares de la legislación». ¿Y cuál sería su contribución a la gloria (militar naturalmente)? Pues, por decirlo lla- namente, recompensar sexualmente al guerrero por su esfuerzo y es- polearlo para que consiga más logros: «la fuerza de la virtud es siem- pre proporcional al grado de placer que se le asigna por recom- pensa». Aquí Helvétius se distancia una vez más de los laconófilos, que condenaban la impudicia de la mujer espartana. Coincide sin embargo con ellos en destacar el vigor, la masculini- dad y el patriotismo de los varones, cuya felicidad Helvétius encuen- 49LA ESPARTA ILUSTRADA Y en ese mundo antiguo, por derecho propio, resplandece una Esparta alzada en su propia virtud y libre del «contagio de vanos co- nocimientos». A su lado, como «felices paréntesis en la historia», se yergue la Roma de los buenos tiempos de la República, de los Cato- nes y los Brutos, tan antitética de la corrompida Roma imperial como Esparta de Atenas. Si Roma fue siempre en su pensamiento la ciudad de las costumbres, Esparta fue la ciudad de las leyes. En Parallèle entre les deux républiques de Sparte et de Rome, probablemente de 1752, Rousseau acata la autoridad de los autores clásicos y proclama que Esparta y la Roma arcaica «llevan la gloria humana a lo más alto que se pueda alcanzar; las dos brillaron a la vez en virtudes y en valor»; compartieron también la excelencia normativa, esa miktè po- liteía que «fundía en una sola las tres formas simples de gobierno, sirviéndose la una a la otra de remedio y de contrapeso», lo que ex- plicaba que «ninguna república haya conservado tanto tiempo sus leyes, sus costumbres y su libertad tanto como Esparta». Para un mi- sógino como él, los espartanos encarnan, además de la virtud, la viri- lidad; ambas se presentan asociadas estrechamente, de manera que los afeminados hombres de la Francia de Luis XV no pueden ser sino corruptos, esclavos de las pasiones, de la molicie y de la galan- tería. Así, en la novena Rêverie du promeneur solitaire escribe que, al pasar delante de los «buenos ancianos» de los Inválidos, de esos «an- tiguos defensores de la patria» a los que nunca ha dejado de ver con veneración y respeto, oía cantos llegados de la antigua Esparta: «Una vez fuimos jóvenes, valientes e intrépidos», entonaba el coro de or- gullosos ancianos lacedemonios durante las Gimnopedias44. Rousseau apenas concretó un esbozo introductorio, unas pocas páginas, de una Histoire de Lacédémone comenzada en 1752 y en la 44 Ibid.; TOUCHEFFEU 1999: 408, 624. La escena se basa, una vez más, en un pasaje plutarqueo (Lyk. 21.3), en el que los ancianos son respondidos primero por un coro de hombres en la plenitud física, «Nosotros lo somos; haced la prueba si queréis», y luego por otro de niños, «Nosotros seremos un día mucho mejores». FORNIS52 que prometía, inútilmente cabe sospechar, supeditar su pasión por Esparta a la verdad histórica. La emprende porque entiende que ha sido un tema descuidado en el pasado, ya desde los espartanos mis- mos, que en su modestia no hicieron nada por inmortalizar sus méri- tos, y también para «instruir a la humanidad acerca de lo que los hombres pueden llegar a ser mostrando lo que han sido», pero no deja de ser significativo que se interrumpa precisamente en un in- tento, fútil de nuevo, de justificar el hilotismo45. A falta de esa historia abandonada, en el Discours sur les sciences et les arts (1750), cuya tesis, en la línea de Montaigne y Mably, es que las ciencias y las artes corrompen las costumbres, nublan el conoci- miento y disfrazan la sinceridad, Esparta es elocuentemente cantada como «oprobio eterno de una vana doctrina», fuente de virtud – frente a la fuente de corrupción que es Atenas, y por extensión, las contemporáneas París y Ginebra –, «feliz en su ignorancia» – recor- demos que el rétor Alcidamas (apud Arist. Rh. 1398b14) presentaba a los espartanos como escasamente dotados para el discurso intelec- tual –, como «una república de semidioses superiores al resto de la humanidad», una expresión por cierto muy similar a la empleada por otro maestro de retórica, Isócrates, cuando en su Panatenaico (§ 41) se queja del elogio desmesurado que recibe Esparta por parte de al- gunos laconófilos. Si Voltaire escribió en el artículo “luxe” del Dic- tionnaire philosophique (1764) que el lujo de Atenas produjo el es- plendor del arte, la filosofía y la cultura, mientras Esparta tan sólo unos cuantos capitanes, Rousseau se pregunta si vale menos el legado de esta última que los mármoles que Atenas nos ha dejado y acon- seja, homenajeando a Montaigne, emular no al gran pueblo que sabía comme bien dire, sino a su rival, que sabía comme bien faire. Sobre la misma base, en la Dernière réponse en defensa de este discurso (1752), frente a quienes subrayan la aportación filosófica 45 En otra aserción indicadora del carácter moral más que histórico de la obra abortada, Rousseau decía que «haría sentir lo que pueden sobre el hombre las leyes y las costumbres y lo que puede el hombre mismo cuando busca la virtud sinceramente» (cf. MOREL 1996: 300). 53LA ESPARTA ILUSTRADA ateniense, Esparta es celebrada como paradigma de virtud moral y de libertad. Y vuelve a interrogarse «¿Qué importa más a los impe- rios, ser brillantes y momentáneos o virtuosos y longevos?». La cuestión de la virtud reaparecerá en el Discours sur l´origine de l´inégalité (1755), donde una Esparta libre de vicios en sus costum- bres y con la educación puesta al cargo del Estado hace innecesarias las leyes. Para Rousseau la virtud es, siempre, uno de los fundamen- tos de una sociedad legítima: «La patria no puede subsistir sin la li- bertad, ni la libertad sin la virtud, ni la virtud sin los ciudadanos: ten- dréis todo si formáis ciudadanos; sin esto no tendréis más que mal- vados esclavos, comenzando por los jefes del Estado. Pero formar ciudadanos no es asunto de un día; y para tenerlos hombres, es ne- cesarios instruir a los niños». Ética y política están inextricablemente unidas en su formulación política. Como parte de esa instrucción, Rousseau justifica la brutalidad que la ley espartiata permite ejercer sobre los niños, que «hace fuertes y robustos a los bien constituidos y hace perecer a todos los demás». Pero el tema educacional será abordado extensamente en Émile ou De l´éducation (1762), que significativamente se abre con una his- toria que toma prestada de las Máximas de las mujeres lacedemonias de Plutarco (241B-C): «Una mujer espartana tenía cinco hijos en el ejército y esperaba noticias de la batalla. Llega un hilota y ella le pre- gunta temblando. Sus cinco hijos han muerto. Vil esclavo, ¿te he pre- guntado yo eso? Hemos obtenido la victoria. La madre corre al tem- plo y da gracias a los dioses. He aquí la ciudadanía». El deber civil por encima de cualquier sentimiento afectivo. No cabe extrañarse, por tanto, de que la pedagogía del preceptor de Emilio tenga mu- chos puntos en común con la espartiata, con la que comparte asi- mismo el objetivo de endurecer el cuerpo del niño a la par que agu- dizar su inteligencia, «algo que se cree incompatible y que casi todos los grandes hombres han reunido: la fuerza del cuerpo y la del alma, la razón de un sabio y el vigor de un atleta (...) así era la educación de los espartiatas: en lugar de pegarlos a los libros, [los niños] co- menzaban por aprender a robar para la cena». Igual que Emilio ha- FORNIS54 Esta argumentación será recuperada en Du contrat social (1762), donde Rousseau formula que «el impulso del apetito es solo esclavi- tud y la obediencia a la ley prescrita es libertad». El compromiso entre la libertad individual y la voluntad general, tema del Contrato, requiere de la virtud y la piedad de los ciudadanos, como en Esparta; y remite de nuevo a ésta al enunciar la voluntad general: «Importa, pues, para alcanzar bien la declaración de la voluntad general que no haya sociedad parcial en el Estado y que cada ciudadano no obre más que por sí mismo. Tal fue la única y sublime institución del gran Licurgo». Acerca del legislador, debe ser «un hombre extraordina- rio», conocedor de las pasiones humanas e impenetrable a ellas, como un Licurgo altruista que fue capaz de abdicar de la monarquía antes de entregar sus leyes a los espartanos. En la consideración de la moralidad y de la necesidad de una censura que la proteja, Rousseau recuerda que «cuando Esparta ha hablado sobre lo que es o no es honesto, Grecia no apela sus juicios». Y cuando en esta obra refle- xiona sobre la esclavitud, excusa que haya individuos privados de li- bertad si con ello hacen perfectamente libres a otros, como en Es- parta, donde afirma que «los dos excesos se tocan», argumento que recuerda el de Critias, convertido ya en aforismo en Plutarco (Lyk. 28.5), de que «en Lacedemonia encontramos los más libres de los hombres y también los más esclavos». En 1764, a petición del conde de Buttafoco, Rousseau trabaja en un Projet de Constitution pour la Corse, que finalmente no llevará a término. Ya décadas antes de la Revolución Francesa, Esparta fue modelo revolucionario para la naciente república de Córcega, inde- pendizada de Génova, dado que los revolucionarios corsos tomaron como referente las instituciones, el coraje, el patriotismo y las virtu- des cívicas de los antiguos espartanos (y de los antiguos romanos). Sirva de ejemplo que Pasquale Paoli fuera comparado con Licurgo por su condición de salvador y “padre de la nación corsa” (entre otros por un joven Napoleón, para quienes sus paisanos corsos eran «espartiatas que habían encontrado en Paoli su Licurgo») y también por sus proyectos de redistribución de tierra (aunque finalmente op- 57LA ESPARTA ILUSTRADA tara por una moderación más propia de Solón al no arruinar a las clases pudientes), o que la constitución corsa de 1755, con su sepa- ración de poderes (es considerada la primera Constitución mo- derna), lo fuera con la constitución mixta espartana. Precisamente para perfeccionar esta Constitución para lo que se requirió la cola- boración del laconizante filósofo ilustrado, aunque finalmente Paoli entendió que, a diferencia de lo que éste pensaba, el futuro de la isla estaba en el comercio y la prosperidad económica, con lo que se apartó del modelo representado por los estados antiguos. En cual- quier caso, Francia pondría fin a la independencia corsa pocos años después51. De esta forma, como ha sintetizado Carlo Borghero, Esparta será siempre vista por Rousseau «como un modelo de verdadera sociali- zación, de democracia directa, de participación del ciudadano en la vida pública, de virtudes patrióticas y de legislación sabia: de todo lo que, en suma, falta en los pueblos modernos»52. Porque para el pen- sador político, con frecuencia tachado de ingenuo, la soberanía no admite representación y la voluntad del pueblo debe ejercerse de manera directa. Merece la pena recordarse su mordaz crítica del par- lamentarismo inglés incluida en el capítulo XV del tercer libro del Contrato social: «El pueblo inglés cree que es libre; se equivoca tre- mendamente; sólo lo es durante las elecciones de los miembros del Parlamento; en cuanto éstos son elegidos, inmediatamente cae en la esclavitud, no es nada. El uso que el pueblo hace de la libertad en los breves momentos en que la posee le hace merecedor de perderla»53. Es importante tener presente que su Ginebra natal era una ciudad estado con menos de veinte mil habitantes – de los cuales apenas 1600 eran ciudadanos, si bien el poder efectivo estaba en manos del FORNIS58 51 Sobre la influencia espartana y, en general, de la Antigüedad en los revolu- cionarios corsos, véase LECA 1996. 52 BORGHERO 1973: 64. 53 Citado por CANFORA 2004: 81. más reducido Pequeño Consejo –, por tanto más pequeña que Ate- nas, Esparta o la Roma de la república primitiva54. El paso del tiempo parece haber desencantado a un Rousseau que ve agrietarse sin cesar su proyecto de identificación entre Es- parta y Ginebra construido años atrás. En 1764, en sus Lettres écrites de la montagne, leemos: «los pueblos antiguos no son ya un modelo para los modernos: les resultan demasiado extraños en todos los as- pectos. Vosotros sobre todo ginebrinos, no sois ni romanos, ni es- partiatas, ni siquiera atenienses. Dejad los grandes nombres que no os van en absoluto. Vosotros sois mercaderes, artesanos, burgueses, siempre ocupados en vuestros intereses privados, en vuestro trabajo, en vuestro comercio, en vuestra ganancia; gentes para las que la li- bertad misma no es más que un medio de adquirir sin obstáculo y de poseer con seguridad». Y sin embargo, en su último texto político de importancia, de 1772, Les considérations sur le gouvernement de Pologne, Rousseau insiste en acomodar el modelo constitucional antiguo al presente, y en este sentido aconseja a los polacos «que mediten sobre el ejemplo de Licurgo, sobre las instituciones que propuso en Esparta, en las que encontrarán para su propio país ejemplos que los modernos son incapaces de suministrar»55. Los polacos deberían, por ejemplo, ins- tituir un sistema educativo regulado por el Estado en el que los niños convivieran en igualdad de condiciones, rodeándolos de todo aque- llo que despierte el amor por las leyes y por la patria, enardeciéndo- los con relatos y fiestas en los que se recuerden las gestas heroicas del pasado, estimulando su espíritu competitivo con juegos y gimnasia, siempre bajo el inquisitivo examen de hombres públicos y no de pe- dantes, en definitiva, un régimen educativo calcado de la agogé es- partiata transmitida por Plutarco, con la diferencia, ciertamente im- portante, de que Rousseau no pretende una aplicación universal, no 59LA ESPARTA ILUSTRADA 54 LEIGH 1979: 161. 55 FERRARI 1991: 103. estar implícita la idea de resurrección, de inmortalidad). Y al igual que la de Mably, la Esparta del caballero de Jaucourt carece de todo afán imperialista: «Después de todas las victorias que tuvo esta república en sus días felices, no quiso nunca extender sus fronteras; su único fin fue la libertad y la única ventaja de su libertad fue la gloria». Pero esa ve- hemencia se torna delirio cuando se incurre en crasos errores, como la afirmación de que Esparta estaba muy poblada – y, lo que es peor, que la población se incrementaba – o que desarrolló una intensa actividad colonizadora – desde Bizancio a Portugal, pasando por Italia, España y África – que es totalmente legendaria, ya que como es sabido Esparta únicamente fundó la colonia de Taras, actual Tarento, y fue para dar salida a un problema interno creado por los bastardos nacidos durante la primera guerra mesenia. Como colofón, el enciclopedista hugonote declara «sentirse lacedemonio en todos los sentidos, satisfecho en todo con Licurgo, sin necesitar ni a Solón ni a Atenas». Esparta es modelo de rectitud moral: «Leyendo su historia, nuestra alma se eleva y parece trascender los límites estrechos en los cuales la corrupción de nuestro siglo retiene nuestros débiles espíritus». Algunos han mostrado incredulidad en el hecho que «el más cos- mopolita de los cosmopolitas enciclopedistas» pudiera realmente sentir admiración por la xenelasía, la expulsión de extranjeros prac- ticada por los espartiatas, y sugieren que es aguda ironía58; ahora bien, ¿por qué no emplear esa ironía también a propósito del hilo- tismo, que es condenado en la entrada Esclavitud? Lo cierto es que, frente a esta predilección por Esparta, Atenas recibe en la Enciclope- dia una atención más bien ocasional y su democracia infunde recelos (no se considera la forma de gobierno más conveniente y estable); en la comparación, Esparta es «esta república bien superior a la de Ate- nas», donde «se aprendía a hablar bien, mientras que en Esparta se aprendía a actuar bien (...) si la moral y la filosofía se explicaban en Atenas, ellas se practicaban en Lacedemonia». De esta forma, ese símbolo de la Ilustración que compendiaba los conocimientos de su 58 RAWSON 1969: 251-252. FORNIS62 época, la Encyclopédie, consolidó y, sobre todo, propagó de manera extraordinaria el mito espartano, con todos sus tópicos y falacias. Tampoco Montesquieu puede soportar este sistema de explota- ción esclavista, contrario a natura, y reconoce que en Atenas los es- clavos recibían un trato más humano y benévolo que en la cruel Es- parta, donde el trabajo servil era condicio sine qua non del carácter militar del Estado: «Licurgo conjugó la esclavitud más dura con la li- bertad extrema, los sentimientos más atroces con la moderación más grande». Porque el barón dividía las repúblicas griegas en militares y comerciales: las primeras debían tener un número limitado de ciuda- danos soldados (para que pudiera ser mantenidos por los esclavos campesinos) que tuvieran prohibidas las actividades que generasen dinero (con el comercio a la cabeza) y se entregasen por entero a la gimnasia y a la guerra, una descripción ésta que se corresponde avant la lettre con la sociedad espartiata; las segundas eran ciudades co- merciales, como Atenas, que entraban en decadencia en cuanto el comercio excedía los límites de la subsistencia para caer en el lujo ocioso y reprobable que quebraba los principios de virtud y frugali- dad, y como consecuencia también la igualdad (por eso la Atenas que admira es la Atenas arcaica, soloniana, aún no corrompida, en la que los asuntos públicos están en manos de la clase acomodada). En una obra cuajada de referencias a Esparta – sólo superadas por las de Roma – como es L´Esprit des lois (1748), Licurgo encarna para Mon- tesquieu, junto a otro legislador mítico, el cretense Minos, la exce- lencia normativa, cimentada en costumbres más que en leyes, que procura la anhelada estabilidad, «el camino para alcanzar la grandeza y la gloria»; Licurgo no sólo lleva a cabo una división de la tierra y una legislación suntuaria – que afecta a dotes, donaciones, herencias y contratos – para garantizar la igualdad, sino que además los lotes son pequeños, lo justo para la subsistencia, de modo que fomenta, a la fuerza, la frugalidad: «Si se produce más, unos lo gastan, otros lo acumulan, y se establecerá la desigualdad»59. Si no hay desigualdad, 59 CAMBIANO 1974: esp. 119-120, 129-131. 63LA ESPARTA ILUSTRADA no existirá tampoco el lujo, como entre los espartanos y los primeros romanos, y el Estado será más perfecto60. Además de procurar el bienestar de toda la comunidad por encima del personal, Licurgo es, a sus ojos, un maestro que enseña el autocontrol, el dominio de las pasiones. Con todo, reconoce que «sus instituciones eran duras y no tenían por objeto la civilización, sino dar a su pueblo un espíritu be- licoso»61. En otro opúsculo anterior, el Dialogue de Xantippe et Xé- nocrate (1727), Jantipo, un comandante mercenario al servicio de Cartago que logra evitar la invasión romana durante la primera gue- rra púnica, define al ciudadano espartano como «hijo de Licurgo, es decir, enemigo de la tiranía», que ha nacido «protector de la libertad común» y que obedece a la ley porque entraña honor62. Su credibili- dad en la Esparta mítica es tal que en los Pensées, los cuadernos que acompañan la redacción de sus obras, afirma que la República de Platón no es irrealizable, pues también lo habría sido la Esparta de Licurgo63. Pero resulta un mundo tan idílico que lo relaciona con el de los Sevarambos, protagonistas de una conocida novela utópica es- crita por Denis Varaisse d´Alais en 1677, la Histoire des Sévarambes. En definitiva, incluso si Montesquieu es realista en cuanto a que este modelo de virtud política encarnado por Esparta es válido solo para una clase de república y para unas circunstancias históricas concre- tas, con lo que no puede servir de paradigma para el Estado mo- derno, y menos aún para reformas legislativas64, su reflexión contri- buyó en no escasa medida a alimentar el mito espartano en la Ilus- tración65. Al igual que sucederá poco después con los revolucionarios fran- ceses, Licurgo simboliza para todos estos hombres, en el elegante lenguaje de François Hartog, «la figura paterna del legislador (sabio, 60 MASON 2012: 75. 61 BORGHERO 1973: 27. 62 RAWSON 1969: 225-226. 63 CAMBIANO 1974: 143 n. 197. 64 BORGHERO 1973: 30-33. FORNIS64 En el plano personal Rollin profesó una profunda admiración por la educación moral, cívica y colectiva fomentada por el Estado es- partano, hasta el punto de contribuir a desarrollar un mirage educa- tivo espartiata73. Así, en el citado Tratado de estudios decía que «Li- curgo vio la educación de los niños como el tema más importante de un legislador. Su gran principio era que ellos pertenecían más al Es- tado que a sus padres y por ello no dejó a éstos dueños de educarlos a su antojo, sino que quiso que el pueblo fuera el maestro de su edu- cación, con el fin de formarlos en los principios constantes y unifor- mes que les inspirase en buena hora el amor a la patria y a la virtud (...) La larga duración de las leyes establecidas por Licurgo es cierta- mente algo maravilloso; pero el medio que empleó para lograrlo, no es menos digno de elogio. Este medio fue el cuidado extraordinario que puso en hacer educar a los niños lacedemonios en una precisa y severa disciplina (...) El gran principio de Licurgo, y Aristóteles lo re- pite en términos formales, era que, como los niños son del Estado, es necesario que sean educados por el Estado, según los criterios del Estado. Por ello quiso que fuesen educados en los público y en lo común, no abandonados al capricho de los padres»74. Este eulogio de Esparta, junto de su jansenismo, impregnó sus planes educativos, que concedían gran importancia a la formación de los jóvenes en la virtud y la austeridad (espartiata y cristiana) y que fueron precurso- res de la educación pública o educación nacional. Pero, lejos de ser un caso aislado, Esparta y Licurgo estaban en boca de todos aquellos que propugnaban las reformas del sistema educativo francés (La Chalotais, Guyton de Moveau, el abate Coyer, Duclos), no buscando igualitarismo, sino una mayor responsabilidad del Estado y una con- dena de la situación presente, aunque sin llegar a convertirlos en mo- delos75. 73 LEGAGNEUX 1972. 74 TOUCHEFEU 1999: 251-252, que cita también un pasaje de igual admiración hacia la educación espartiata del Traité de l´opinion (1733), de Gilbert-Charles Legendre, marqués de Saint-Aubin, leído y comentado por Rousseau y Mably. 75 GRELL 1995: 57-63. 67LA ESPARTA ILUSTRADA La Esparta imaginada y exaltada por Mably, Rousseau y otros es- partófilos no encontró sino hostilidad entre los fisiócratas, porque, aunque a diferencia de los mercantilistas favorecían una economía basada en la agricultura y no en el comercio, también buscaban ma- ximizar la riqueza76. Uno de los más significados fue Michel Bordes, miembro de la Academia de Ciencias y Buenas Letras de Lyon, que mantuvo con Rousseau un interesante enfrentamiento dialéctico y li- terario. Las opiniones vertidas por el ginebrino en el Discurso sobre las ciencias y las artes, mencionadas más arriba, provocaron los re- proches de Bordes en un Discours sur les avantages des sciences et des arts (1751), en el que la ignorancia, lejos de ser una virtud, es sinó- nimo de barbarie, corrupción y prejuicios, de todo aquello que im- pide el progreso del conocimiento; Atenas, por el contrario, «sin ser menos guerrera que Esparta, fue más sabia, ingeniosa y magnífica, alumbró todas las artes y talentos». Si todos los griegos hubieran sido como los espartanos, no habrían escrito su historia y hoy no los re- cordaríamos, sentencia Bordes. Tras la correspondiente Réponse rousseaniana, Bordes daría a su vez inmediata réplica en un Second discours (1753) en el que recurría al sarcasmo: «los espartanos al- canzaban la virtud de la voluptuosidad a través de la suciedad, la virtud del lujo por la miseria y la virtud de la intemperancia por la vía de una austeridad feroz»; frente a la indiferencia, incluso com- prensión, de Rousseau respecto de la situación de los hilotas, el aca- démico lionés los describe «degradados en su ser, entregados a todos los caprichos de inhumanidad de aquellos que la naturaleza había hecho sus iguales, pero la ley les hacía dueños de su vida». Para Bordes todo aquel partidario de Esparta lo es también de la es- clavitud, a la cual cabe oponer la libertad de los modernos como sustento de una sociedad, la burguesa, que incluso en su desigual- dad – una desigualdad civil que a su vez responde a la desigualdad natural – sabe reconocer el talento y la valía y, consecuentemente, permite la promoción social. 76 Para la postura fisiocrática, véase el análisis de GRELL 1995: 501-513. FORNIS68 Los mismos argumentos de la meritocracia y de repulsión por «el espectáculo horrible de la esclavitud y la tiranía» pueden encontrarse en Doutes éclaircis, ou Réponde à M. l´abbé de Mably que La Vaugu- yon publica en las Ephémérides du citoyen (1768), revista puesta al servicio de la causa fisiocrática, donde acusa a Mably de tener como virtud capital la pasión desenfrenada de conquista, sin darse cuenta de que sus héroes romanos han puesto grilletes a las naciones y de que sus espartiatas retienen a los hilotas en la esclavitud más ultra- jante: «usted clama contra las pasiones y al mismo tiempo exalta el triunfo de las pasiones perversas». La denuncia de la esclavitud y de un orden social y constitucional opresivo que mutila todos los derechos del hombre es el eje verte- brador del Examen historique et politique du governement de Sparte (1769), de Jean-François Vauvilliers, profesor de griego en el Collège de France: «En este odioso gobierno de la Laconia, todos aquellos que ejercen trabajos útiles, los labradores, los comerciantes, los arte- sanos de toda clase, cien mil infelices que ni siquiera tenían asegu- rada su vida y que eran inmolados como viles rebaños en cuanto se multiplicaban un poco respecto a sus tiranos, estaban sometidos al despotismo arbitrario de diez mil soldados feroces reducidos ellos mismos al caldo negro, a los que les faltaba de todo y que por efecto de su Constitución opresora de la agricultura, destructora del co- mercio, violadora de todos los derechos del hombre, debían necesa- riamente carecer de todo». A Vauvilliers le horroriza el infanticidio y la brutal educación, la flagelación ritual de los efebos espartiatas ante el altar de Artemisa Ortia, el fanatismo bélico, la supresión de los placeres físicos... Y a diferencia de los admiradores de Esparta, este helenista sí repara en que la igualdad perfecta en la propiedad de la tierra es una falacia, pues siempre habrá lotes más próximos a la ciu- dad y otros distantes, unos estarán en el fértil valle y otros en la mon- taña, unos serán más productivos y otros menos77. 77 Sobre Vauvilliers, DOCKÈS-LALLEMENT 1996b. 69LA ESPARTA ILUSTRADA ria helénica, es natural que Anacarsis se sienta más inclinado por la “salvaje” Esparta que por la “refinada” Atenas, aunque al final opte por regresar a su país79. El éxito de esta literatura “a la antigua” tiene algunos precedentes. En 1727 el Chevalier Ramsay había escrito, con notable acogida, Les voyages de Cyrus, presentados como «una nueva Ciropedia», un viaje de iniciación a la filosofía, a la moral y a la reli- gión – semejante en buena medida a Las aventuras de Telémaco de su admirado Fénelon – en el que el rey persa, como parte del proceso formativo que hará de él un gran gobernante, recorre distintos esce- narios del mundo antiguo (Persia, Grecia, Egipto, Palestina, etc.) para mantener encuentros y conversaciones imaginadas con sabios de varias culturas; en la Grecia del siglo VI a.C. tendrá la oportuni- dad de aprender de Periandro, de Solón, de Anaximandro, de Pitá- goras y del éforo espartano Quilón, quien le detallará la legislación de Licurgo80. En poesía, Ponce-Denis Écouchard-Lebrun, conocido como Le- brun Píndaro, se transmuta en Tirteo al comienzo de su oda Aux Français (publicada póstumamente en 1811), con la que intenta en- ardecer a los derrotados soldados franceses de Luis XV, tiempo antes de poner sus patrióticos versos al servicio de la Revolución: ¡Oh Mesenia! tiembla, Esparta no está aún domada; le queda mi lira, que inflama los corazones. Tú lo decías: tu lira ¡oh sublime Tirteo! alumbra vencedores. (...) Volved ¡oh mis hijos, con o sin vuestras armas! Así la Esparta guerrera enseñó a sus hijos, contenta de verlos, al término de las zozobras, o muertos o triunfantes. 79 Sobre el erudito Barthélemy y su celebérrima obra puede consultarse en especial BADOLLE 1926 y DÍEZ ABAD 2004. 80 GRELL 1995: 342-350. FORNIS72 En cuanto al teatro, en el siglo de las Luces se seguirán culti- vando las obras de temática y ambientes espartanos ya frecuentes en el XVII, cuando la imagen que se proyecta de Esparta, con mayor o menor apego a una realidad histórica que es fundamentalmente la proporcionada por Plutarco, no es tanto la de la ciudad de guerreros valientes y virtuosos como la de un mero decorado para intrigas de corte y conflictos amorosos y políticos81. Así, la tragedia Aristomène (1749), de Jean-François Marmontel, pone en escena las intrigas de la corte mesenia del héroe Aristomenes, con el imperialismo espar- tano como telón de fondo. En 1782 se representa el Agis de Jean- François Laignelet, que seguía la biografía plutarquea para mostrar la inútil lucha del joven rey Agis IV por vencer la resistencia del aris- tocrático y pudiente Senado, agrupado bajo la jefatura del otro diarca, Leónidas II, a acometer profundas reformas en la Esparta, ya en declive, de mediados del siglo III a.C.; el tema tenía, una vez más, una lectura política actualizada, reciente como estaba la pugna entre el depuesto canciller Maupéou y los Parlamentos. En el género cómico se explota la proverbial frivolidad de la mujer lacedemonia y así M. Maihol recrea en Les Lacédémoniennes, ou Lycurgue (1754) las tretas de Licurgo – que tiene como sirviente a Ar- lequín – para conseguir imponer sus duras leyes mientras él abandona Esparta con una joven viuda. Convertido en lugar común, el compor- tamiento licencioso de la mujer espartana había servido, allá por 1731, para que Anne-Gabriel Meusnier de Querlon escribiera Les dortoirs de Lacédémone, una novela sobre la voluptuosidad. En otra comedia, Al- cidonis, ou la journée Lacédémonienne (1772), Louvay de la Saussaye desarrolla la historia de un joven filósofo ateniense que, tras los pasos de su amada, llega a una Esparta objeto en general de admiración por su virtud y simplicidad (aunque no deja de condenarse la severidad con los esclavos y las prácticas eugenéticas)82. 81 Las piezas teatrales del siglo XVII de tema espartano son expuestas y co- mentadas por JACQUEMIN 2002. 82 RAWSON 1969: 265-266. 73LA ESPARTA ILUSTRADA Nos encontramos en vísperas del estallido de la Revolución Fran- cesa, y aquellos que acabarían con el Ancien Régime ya soñaban con el pasado clásico como fuente de regeneración moral para el pre- sente. Si Manon Phlipon, conocida después como Madame Roland, lamentaba en su juventud no haber nacido espartana o romana, lo que le habría permitido disfrutar de la libertad y de las instituciones republicanas, Servan escribía: «la encantadora Atenas embelesa mis sentidos, pero la virtuosa Esparta toca mi alma», mientras Brissot, es- tudioso del código penal, soñaba rescatar para Francia la censura, las severas penas contra el adulterio y la leyes suntuarias de la Antigüe- dad. Todos ellos veían en espartanos y romanos a ardientes amantes de la libertad, la patria y la igualdad, virtudes políticas que decaye- ron al tiempo que lo hacían sus repúblicas; de poder contemplar Atenas y Roma en sus días de gloria, continúa Servan en el mismo pasaje, antes que el Zeus de Fidias o el Capitolio visitaría las casas de Aristides y de Catón, verdaderos templos de virtud83. Pero el triunfo de la revolución americana en 1776 convencería a algunos como Condorcet y Brissot de que las reformas anheladas podían tener un referente mucho más cercano en el tiempo y de que las instituciones de Pennsylvania eran más factibles de aplicar a Francia que cual- quiera de las grecorromanas. Cruzando el Canal de la Mancha, Esparta también tiene un papel moralizador en el universo literario e ilustrado de la Inglaterra del XVIII. En la primera mitad del siglo los opositores al primer minis- tro Robert Walpole, con el príncipe de Gales entre sus filas, invoca- ban la austeridad espartana como forma de acabar con el lujo y la co- rrupción. En este ambiente se inscribe A Letter to Cleomenes, King of Sparta (1731), en la que Eustace Budgell elogiaba su falta de ava- ricia y su reconocimiento del talento por encima del nepotismo en la ocupación de los cargos públicos. Mediada la centuria, el poeta y dramaturgo escocés John Home escribe la tragedia Agis, basada como la de Laignelet en el texto de Plutarco, si bien con licencias de 83 PARKER 1937: 39, 62-63, 65. FORNIS74 demonios. En la misma línea, William Robertson, autor de una His- tory of Ancient Greece publicada en Edimburgo en 1768, reprobaba la dureza de la educación de los niños y jóvenes, la permisividad moral con las mujeres y, por supuesto, la salvaje conducta con los hi- lotas. En medio del debate contemporáneo sobre la esclavitud, el tér- mino helot, hilota, comienza a aplicarse en inglés a ciertos tipos de población oprimida: un ejemplo evidente son las Letters of an Irish Helot, escritas en 1784 por William Drennan bajo el seudónimo de Orellana para obtener una representación más igualitaria de los con- dados del norte en el parlamento irlandés. Las durísimas condiciones de vida y los atroces castigos infligidos a los campesinos irlandeses sustentan las analogías con los hilotas en los escritos de denuncia de Thomas Campbell o Dennis Taaffe; en 1792 William Todd Jones lo extiende a la población católica irlandesa cuando desafía a que «se enumere algún poder que la república espartana ejerciera sobre los hilotas que el colono inglés no haya asumido en su feudo irlandés. Los lacedemonios se divertían con las vidas de sus hilotas. En 1601 Roger Williams fue multado con cinco marcos por Wogan, Lord de la Justicia de Irlanda, por matar a un tal O’Driscol, un “mero irlan- dés”, frase legal por la que se entiende aquél que no tiene nada de sangre inglesa. No insinúo que el protestante de hoy no esté dis- puesto a gobernar sus hilotas con un poco más de paciencia y huma- nidad, sino que por más que administre suavemente sus poderes des- póticos, el estatus servil del católico no es inferior al de un despo- tismo». En idéntico contexto sociopolítico, pero con muy distinto sesgo, se inscribe el poema The Helots. A Tragedy (1793), del vicario norir- landés Henry Boyd, también conocido como Dante Boyd por su tra- ducción de Infierno, la primera parte de La Divina Comedia. Con Tu- cídides como fuente histórica y los peores momentos para Esparta de la guerra del Peloponeso como escenario – cuando los atenienses te- nían el control de Naupacto y Pilos como enclaves desde los que aus- piciar la insurrección hilótica –, los cuatrocientos versos en cinco actos tienen como tema la sublevación de los hilotas contra sus due- 77LA ESPARTA ILUSTRADA ños espartanos por el trato inhumano que recibían de ellos. Pero para Boyd los hilotas compartían su penosa situación no con los campesinos irlandeses, sino con «nuestros negros de las Indias Occi- dentales, los hilotas modernos», según explica en el prefacio. La obra, como otras de la llamada British antirevolucionary literature de la última década del siglo XVIII (incluida en el movimiento román- tico), se escribe al calor de las convulsiones creadas por la Revolu- ción Francesa, que causaron honda preocupación en los estratos más acomodados de la vieja Europa. Boyd, que era un protegido de Tho- mas Percy, obispo de Dromore, y que dedica su obra a la condesa de Moira, dice en el prefacio que las «terribles innovaciones» sucedidas en Francia se han debido a la inexistencia de una clase media pode- rosa, como la que sí existiría en Inglaterra: «Mientras ésta preserve su influencia (...) puede desafiar las infundadas teorías y las maqui- naciones política del sofisma democrático». Por el contrario, en Es- parta (y en Francia) «todos son imperiosos amos o abyectos esclavos, sin un orden medio que hubiera mantenido el equilibrio entre las dos partes y evitado que, cuando el orden inferior adquiere fuerza, persiga a sus antiguos dueños con una inveterada animosidad»; según Boyd, «nuestros compatriotas han dado el ejemplo de una po- lítica más generosa. A los católicos, que han sido agraviados, se les ha dado emancipación, privilegio y poder. Se ha de esperar que esto sea el comienzo de una nueva escuela de filosofía política (...) como el mejor método de asegurar todas las bendiciones de la sociedad»86. El tema del hilotismo se aplica asimismo a las colonias inglesas de América, para cuyos súbditos se reclamaban mayores derechos, como hace en 1769 el parlamentario whig Gervase Bushe: «Desafío a cualquier persona a que mencione un solo poder que la república es- partana asumiera sobre los hilotas y que Inglaterra no haya asumido sobre sus colonias». En la vecina Escocia Alexander Kincaid piensa 86 Todas las citas corresponden al prefacio de la obra. Debo a la amabilidad de Stephen Hodkinson el haber podido manejar una reproducción de la edición de 1793 de Poems, chiefly dramatic and lyric, de Henry Boyd, en los que se recoge The Helots. FORNIS78 igualmente en hilotas maltratados en su propia tierra a la hora de describir, en The History of Edinburgh (1787), la explotación que los ciudadanos de Edimburgo hacían de la vecina aldea de Leith en el siglo XV. Incluso si, como dicen Hodkinson y Hall, «estas analogías son fundamentalmente una etiqueta, poderosa en resonancia, pero carente de profundidad», esta peculiar acepción de hilota acabará por ser recogida en el Oxford English Dictionary desde 1835. De hecho, esa demanda de mayor sustancia en las referencias al hilo- tismo, sobre todo en virtud del objetivo que las promueve, se percibe entre 1791 y 1796, en el contexto de los debates abolicionistas en el parlamento británico: partidarios y detractores de la esclavitud de- ploran por igual el trato brutal de los espartanos hacia los hilotas, aunque a los primeros ello no les crea conflicto con su tolerancia del pingüe comercio de esclavos africanos y caribeños, que consideran “más humano”. La llegada de la Revolución Industrial a Inglaterra hará de los obreros de las fábricas los sustitutos idóneos de los cam- pesinos en ser carne de metáfora para el “hilotismo británico” del XIX87. 87 Para este “hilotismo británico”, RAWSON 1969: 349-351 y sobre todo HOD- KINSON, HALL e. p. 79LA ESPARTA ILUSTRADA
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