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Apuntes sobre la Filosofía Moderna Parte1, Apuntes de Filosofía

Apuntes de Filosofia sobre la Filosofía Moderna, Descartes, Vida y obras, Método cartesiano, Duda metódica, "cogito" cartesiano, Existencia de dios, Mundo, Mecanicismo cartesiano, Sustancia, Atributos y Modos.

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 29/01/2014

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¡Descarga Apuntes sobre la Filosofía Moderna Parte1 y más Apuntes en PDF de Filosofía solo en Docsity! LA FILOSOFÍA MODERNA Aunque los límites cronológicos de la llamada Filosofía Moderna no son precisos, ésta puede situarse en la época que abarca desde 1637, fecha de la publicación del Discurso del Método de Descartes, hasta Kant. El primer período de la filosofía moderna es original está dominado por dos grandes corrientes de pensamiento: el Racionalismo y el Empirismo, cuyas áreas geográficas son Europa Continental (Francia,Holanda y Alemania) y las Islas Británicas, respectivamente. A esta primera época de la Filosofía Moderna, sigue un segundo momento de asimilación y difusión: la Ilustración, que coincide con del decurso del siglo XVIII, y que se desarrolla fundamentalmente en Francia, Alemania e Inglaterra. Todo este período culmina con la obra de Kant, un sistema original, donde se combinan Racionalismo y Empirismo. Es caracteristico de la Filosofía Moderna una preocupación fundamental por el tema del conocimiento (origen, límites, validez, posibilidad o imposibilidad del conocimiento metafísico −de Dios y el alma, por ejemplo−. Con esto no queremos decir que sea el tema del conocimiento la única inquietud de todos éstos autores; la ética y la política constituyen también una parte importante de las tesis de casi todos los autores de esta época. Por otro lado, los filósofos de la época moderna están muy influenciados por el desarrollo triunfal de la ciencia moderna: Galileo, Bacon, Newton, constituyen auténticos paradigmas. DESCARTES VIDA Y OBRAS René Descartes, padre de la Filosofía Moderna, tenía 41 años cuando apareció el "Discurso del Método", que era su primera publicación, pero no su primer escrito. Había nacido el 31 de marzo del año 1596 en La Haya, aldea de la Turena francesa, hijo tercero de una familia acomodada. Poco se sabe de su infancia, y de lo que se sabe, quizá nada de lo acontecido antes de su ingreso en el colegio de La Fléche tenga importancia para la comprensión de sus ideas. En este colegio se familiariza con las doctrinas de Aristóteles y Santo Tomás, a quienes combatirá. Descartés ingresa en este colegio en 1606 y permanece en él hasta el año 1614. Poco tiempo después de salir de La Fléche aprueba Descartes su licenciatura en derecho (1616) y, sin preocupaciones de orden económico, se decide, como el mismo nos cuenta en el Discurso del Método, a emplear el resto de su juventud "en viajar, en ver cortes y ejércitos". Desde 1616 a 1628, Descartes se dedica a viajar. De 1623 a 1625 estuvo en Italia, y en 1626 volvió a París, donde permaneció hasta 1628, dedicado al estudio. Se cree que fue entonces cuando compuso las "Reglas para la dirección del espíritu". A finales de 1628 se retira a Holanda en busca de tranquilidad para sus meditaciones. Con excepción de cortos viajes, Descartes permanece en Holanda durante veinte años, si bien cambia de casa más de veinte veces a fin de no renunciar a la tranquilidad. El primer trabajo de consideración que escribió en Holanda fue una cosmología que tituló El Mundo o Tratado sobre la Luz. Se disponía a publicarlo cuando el Santo Oficio condenó a Galileo (1633) por haber sostenido la tesis del movimiento de la tierra. Temeroso de un conflicto con la iglesia, Descartes decidió suspender la publicación. El tratado quedó entre los papeles de Descartes y se publicó, después de su muerte, en 1644. No abandona por eso Descartes la idea de dar a conocer sus trabajos de física, y en 1637 aparecen, en forma 1 anónima, tres ensayos titulados La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría. Los tres ensayos iban precedidos del Discurso de Método. Dedicó los años siguientes a poner término a sus Meditaciones Metafísicas, que había comenzado mucho antes y que escribió en latín; el Discurso, en cambio, lo escribió originalmente en francés. Poco después de la publicación del Discurso se inició una fuerte corriente de simpatía por las nuevas ideas; y una reacción, que creció en violencia con el tiempo. La publicación de las Meditaciones Metafísicas agravó la situación. A la obra antes citada le suceden los Principios de la Filosofía, publicados en 1644. Mientras Descartes se entregaba por entero a sus estudios, aumentaba la pasión en la defensa y el ataque de sus ideas. En tales circunstancias le llegó una oferta seductora. La reina Cristina de Suecia, deseosa de tener en su corte al más grande hombre de su época, logró que Descartes aceptara su invitación. Marchó a Estocolmo en los comienzos de octubre de 1649. No pudo soportar los rigores del clima nórdico, enfermando de pulmonía, a causa de la cual falleció en 1650, cuando aún no contaba los 54 años de edad. No es arbitrario escoger al Discurso como la obra que marca una nueva actitud en el pensamiento europeo: con ella se inicia en rigor, la filosofía moderna. Es cierto que todas los demás escritos de Descartes dieron al Discurso una mayor significación, pero, en verdad, todas las obras publicadas con posterioridad desarrollaron ideas que estaban contenidas, a veces esquemáticamente, en el Discurso. Puede tomarse el Discurso como la expresión de la totalidad del pensamiento cartesiano. ¿Dónde radica la novedad del Discurso? ¿cual es su nuevo mensaje? El aporte del Discurso del Método puede reducirse a dos elementos principales: −afirmación de la razón como criterio fundamental de verdad y fuente principal de conocimiento y −descubrimiento de la conciencia como realidad primera y punto de partida obligado del filosofar EL MÉTODO CARTESIANO El Renacimiento es una época de crisis, es decir, época en que las convicciones vitales de los siglos anteriores se resquebrajan, cesan de regir, dejan de ser creidas. El Renacimiento se presenta pues, primero como un acto de negación; es la ruptura con el pasado, es la crítica implacable de las creencias sobre las que las humanidad venía viviendo. El realismo aristotélico, que servía de base a ese conjunto de convicciones, perece también con ellas. Recibe día tras día durísimos golpes. El hombre del Renacimiento se queda entonces sin filosofía. Así el Renacimiento es, por una parte, la negación de todo el pasado filosófico. Más, por otra parte es también el angustioso afán de encontrar un nuevo punto de apoyo capaz de salvar al hombre de ese naufragio. La filosofía de Descartes se origina en la crisis del realismo aristotélico. Depende, pues, de la filosofía precedente en el sentido de que el fracaso del aristotelismo le obliga a plantear de nuevo en su origen el problema del ser; y también en el sentido de que, condicionada por el pasado, ha de iniciar ahora un pensamiento cauteloso, prudente, desconfiado y resuelto a una actitud metódica (utilizar un nuevo método para evitar caer en el error; para dar a la filosofía una base segura y firme). Descartes, ante esta situación, se encuentra en una profunda inseguridad. Todo el pasado filosófico se contradice; las opiniones más opuestas han sido sostenidas. Si se pretendef, y ésta es la intención de Descartes, crear una filosofía de validez universal, es preciso hacer tabla rasa de todos los sistemas filosóficos anteriores. Cierto es que en ellos puede haber algo de aprovechable, pero, al tratarse de verdades muy particulares, su adopción no haría sino perturbar la coherencia, exactitud y elegancia del sistema que Descartes quiere construir. Por ésto nos dice en la segunda parte del Discurso del Método: 2 Si bien podemos dudar de los datos de los sentidos, parece que no podemos dudar de que estamos aquí, en esta habitación, con un papel entre las manos y rodeados de un conjunto de objetos. Pero, se pregunta Descartes, ¿No me ha sucedido acaso haber soñado de noche que estaba en este mismo sitio, vestido y haciendo lo que ahora me parece que hago, cuando en realidad estaba desnudo y metido en la cama? Bien podría ser que ahora esté también soñando, pues "no hay indicios ciertos para distinguir la vigilia del sueño". Pero aun en el caso de que estuviera soñando y de que las cosas que creo ver y hacer no sean más que ilusiones, habrá, sin embargo, algunas otras cosas que son verdaderas y universales. Por ejemplo, la aritmética y la geometría contienen algo de cierto e indudable, pues duerma o esté despierto, siempre dos y tres sumarán cinco y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados. Pero tampoco estos principios se sustraen a la duda, porque también su certeza, su veracidad, puede ser ilusoria. Dios, que es omnipotente, puede hacer con nosotros lo que le plazca e ignoramos si El no desea que nos engañemos siempre, incluso en aquellas cosas que nos parecen evidentísimas. Y si pareciese contradictorio que Dios,"que es la bondad suma y la fuente suprema de la verdad", nos pudiera engañar, podemos suponer que un cierto genio o espíritu maligno (malin génie), sea quien nos engaña. El recurso del genio maligno permite a Descartes dudar de todas las cosas, por más ciertas y evidentes que parezcan. En tal momento nada logra resistir la duda. Basta hacer esta hipótesis para que aun los conocimientos más ciertos resulten dudosos y capaces de engañarnos. Así la duda se extiende a todo y se convierte en absolutamente universal. EL "COGITO" CARTESIANO El recurso del genio maligno permite, como hemos dicho, dudar de todas las cosas, por más ciertas y evidentes que parezcan. En tal momento nada logra resistir la duda. La duda de Descartes es absoluta. Pero ella le va a llevar a una verdad absolutamente cierta: En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Es el famoso "Pienso, luego existo" (cogito ergo sum), que da a Descartes no sólo una verdad indudable, sino también el punto de arranque de toda su filosofía (recordemos los axiomas del método matemático). Pero, ¿es tal proposición realmente verdadera y absolutamente indudable?. Evidentemente lo es. Cuando quiero dudar de la verdad de semejante proposición lo único que consigo es confirmar su verdad, pues si dudo, pienso, y no puedo pensar sin ser. Aun la hipótesis del genio maligno, por más poderoso que fuera, no podría engañarme en este punto, ya que para engañarme tengo que existir. El podrá engañarme y hacerme creer que es real lo que veo, cuando en verdad se trata de una mera ilusión; o hacerme creer que son ilusorios los principios matemáticos. Pero engañado o en la verdad sobre estas cuestiones, lo indudable es que yo existo como ser pensante, y su poder, por más grande que sea, se estrella contra esta verdad. O, para decirlo con términos más rigurosos, la duda puede alcanzar el contenido del pensamiento −lo que estoy pensando−, pero no al pensamiento mismo. El hecho de pensar es indudable, aunque podamos dudar, por el momento, de lo que estamos pensando. Puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar que lo estoy pensando y que, para pensarlo, tengo que existir. Según todo lo anterior, no puedo eliminar el pensar sin contradecirme: Imaginemos que aplicásemos la duda a la afirmación "Pienso, luego existo". Efectivamente, podríamos dudar de ella, pero al dudar de ella tengo la certeza de que estoy dudando, y si dudo pienso, y no podría pensar sin existir. Como vemos, al intentar dudar de ese principio, lo único que hacemos es volver a evidenciar el hecho de que es algo indudable. (ver SAN AGUSTIN, libro de texto pág. 114 y 115: 2.La búsqueda interior) 5 Hay que señalar, sin embargo, que hemos llegado a la evidencia de nuestra existencia, pero en cuanto ser pensante; no que existo como un ser físico, corporal (extenso). Sobre la existencia del cuerpo subsiste la duda ya señalada y, como veremos, para llegar a la demostración de la existencia del cuerpo −del nuestro, y de los existentes en la llamada realidad exterior− tendrá Descartes que probar primero la existencia de Dios. Tenemos ya una proposición absolutamente verdader por ser indudable −veo claramente que para pensar es preciso ser−. Puedo imaginar que no tengo cuerpo, pero hay algo que no puedo separar de mí, a saber, el pensamiento. Soy, pues, una cosa verdaderamente existente, mas ¿qué cosa? una cosa que piensa (res cogitans). Pero, ¿qué es una cosa que piensa? Descartes responde: "Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere y, también, imagina y siente" (Meditaciones Metafísicas. II). Como se ve, el término pensamiento no tiene en Descartes el sentido restringido que tiene en la actualidad, sino que su amplitud es tan grande que comprende también la vida emocional, sentimental y volitiva. Sobre esta certeza originaria −pienso, luego existo−, debe fundarse cualquier otro tipo de conocimiento: "Pero advertí en seguida que aun queriendo pensar, de este modo, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al advertir que esta verdad −pienso, luego soy− era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba" (Discurso del Método. IV parte) LA EXISTENCIA DE DIOS El próximo problema que acometerá Descartes se refiere a la existencia de Dios. Tiene que partir de la única verdad que posee, esto es, la certeza de la propia existencia como cosa pensante, la existencia del yo como sujeto pensante, como razón, entendimiento (res cogitans). Esta existencia indudable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. Veamos el siguiente ejemplo: "Yo pienso que el mundo exterior existe". Tal vez el mundo no exista decíamos (según Descartes podemos y debemos, por el momento, dudar de su existencia). Lo único absolutamente cierto es que yo pienso que el mundo existe. Esto nos muestra que contamos con dos elementos: el pensamiento como actividad y las ideas (contenidos) que piensa el yo. Si volvemos al ejemplo anterior −Yo pienso que el mundo existe− se ponen de manifiesto tres factores: El yo que piensa, cuya existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática; y las ideas de "mundo" y "existencia" que indudablemente poseo, ya que, caso que no las tuviera no podría pensar que "el mundo existe". De todo esto hay que concluir que, según Descartes, el pensamiento piensa siempre ideas. Hay que partir pues de las ideas. Y Descartes distingue tres tipos de ideas: 1º.− Ideas adventicias, es decir, aquellas que parecen provenir de nuestra experiencia externa (árbol, hombre, colores, sonidos,...) Hemos dicho parecen proceder porque aún no tenemos certeza de la existencia de una realidad exterior −distinta del pensamiento−. 2º.− Ideas facticias, es decir, aquellas ideas que construye la mente a partir de otras ideas (por ejemplo,la idea de un caballo con alas). 3º.− Ideas innatas. Existen, sin embargo, algunas ideas que no son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si 6 no pueden provenir de la experiencia externa (si la hubiera) ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿Cuál es su origen?, ¿de dónde proceden? La única respuesta posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son innatas. Ideas innatas son, por ejemplo, las ideas de "pensamiento" y la de "existencia", que ni son construidas por mí ni parecen proceder de experiencia externa alguna, sino que me las encuentro en la percepción misma del "pienso, luego existo". No se trata de ideas que ya estén presentes en la mente del niño nada más nacer, sino más bien de ideas que están potencialmente en la mente y surgen con ocasión de determinadas experiencias. Aquí, como en algunos otros aspectos, Descartes parece inspirarse en San Agustín. Entre las ideas innatas descubre Descartes la idea de "Infinito", que se apresura a identificar con la idea de Dios. Mas, ¿cómo puedo yo, que soy un ser finito, haber producido la idea de un ser infinito, si lo más no puede derivarse de lo menos?. Es necesario concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de "Infinito" −o "Ser Infinito"− que encuentro en mi pensamiento. Esta prueba por lo tanto dice los siguiente: Tengo la idea de un ser infinito. Pero yo no puede ser la causa de tal idea, puesto que yo soy un ser finito; por consiguiente el Infinito mismo −Dios− tiene que ser la causa de la idea de Infinito que yo tengo. Podríamos haber utilizado el concepto de o idea de Perfección con idénticos resultados. En la quinta Meditación ofrece Descartes una prueba de la existencia de Dios más sencilla que la anterior. Es el llamado "argumento ontológico" (Ver SAN ANSELMO libro texto S.M. pág. 150)que puede enunciarse como sigue: Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Su existencia es inseparable en él de su esencia. En efecto, si su esencia es la de ser sumamente perfecto, no le puede faltar ninguna perfección; por lo tanto, no le puede faltar la existencia, que es una de esas perfecciones. En los argumentos expuestos, Descartes intenta probar la existencia de Dios partiendo de la propia existencia como ser pensante, mientras que la tradición escolástica hacía descansar una de las pruebas más importantes en la existencia del mundo sensible y en la necesidad de que el mundo, y el orden que en él advertimos, tengan una causa primera. Descartes, en cambio, encerrado en su propia conciencia, tendrá que apoyarse en Dios para probar la existencia del mundo exterior, invirtiendo por completo el orden tradicional. EL MUNDO Ya hemos podido comprobar la certeza de nuestro conocimiento sobre el yo y sobre Dios. Ahora bien, ¿qué podemos conocer de las cosas materiales exteriores? A través de la imaginación sabemos que es muy probable que existan esos cuerpos que están presentes ante el conocimiento sensible. Hay una serie de datos que recibo del exterior a través de la experiencia sensible que han entrado en mi imaginación por vía de los sentidos y de la memoria. Pero, por el momento, a partir de todos estos datos, sólo podemos concluir la probabilidad de que existan esos cuerpos, y no la necesidad de que existan realmente. Para solucionar el problema de la existencia de las cosas corpóreas, Descartes procede, una vez más, a la consideración de las ideas, en este caso, de las ideas de las cosas sensibles, y la pregunta es ¿cuál es la causa que produce dichas ideas y de la cual proceden? Yo no puedo ser la causa que produzca esas ideas, pues yo no soy más que una cosa que piensa y, en último término, se presentan en mí aun en contra de mi voluntad. Esa causa y origen de las ideas debe ser, por la tanto, distinta de mi pensamiento.Dicho de otro modo, la sustancia pensante no puede ser origen de dichas ideas; debe existir otra sustancia que provoque en mi pensamiento dichas representaciones(ideas). Y esa sustancia no puede ser más que un cuerpo, es decir, una naturaleza o sustancia corporal en la cual esté contenido realmente lo que en las ideas está contenido representativamente, o bien Dios mismo (Sustancia Infinita). Pero es evidente que Dios, como no me engaña, no me envía esta ideas inmediatamente, ni siquiera por medio de alguna criatura que no las contega realmente. El me ha dado 7
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