Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Modernismo en España: Autores y Movimientos Literarios, Apuntes de Lengua y Literatura

El documento ofrece una reseña histórica del modernismo en España, desde sus inicios en Hispanoamérica hasta la poesía pura y el teatro vanguardista. Se mencionan autores como Rubén Darío, Azorín, Unamuno, y Casona, y se describen movimientos literarios como el futurismo y el teatro independiente.

Tipo: Apuntes

Antes del 2010

Subido el 10/05/2022

r-ruiz
r-ruiz 🇪🇸

5 documentos

1 / 29

Toggle sidebar

Documentos relacionados


Vista previa parcial del texto

¡Descarga Modernismo en España: Autores y Movimientos Literarios y más Apuntes en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! MODERNISMO Y Gción 98 A finales del siglo XIX, la sociedad española vive una situación de atraso, incultura, crisis permanente y creciente malestar provocado por el caciquismo en que se basaba el sistema político. A todo ello, se suma el “Desastre del 98”, con la pérdida de las últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y la influencia de distintas corrientes literarias europeas. De esta confluencia surge un grupo de escritores caracterizado por el rechazo a los valores estéticos anteriores, la búsqueda de un lenguaje personal y el deseo de conocer la esencia de su país para contribuir a su regeneración, que se expresaron en dos tendencias: el Modernismo y la llamada Generación del 98. El Modernismo es un movimiento muy internacional que no se limita a la literatura, sino que abarca diferentes parcelas del arte como la pintura, la arquitectura o las artes decorativas. Se desarrolló, aproximadamente, entre 1885 y 1915, y aunque con diferentes nombres según los países, Art Nouveau en Francia, Jugend Still en Alemania o Modern Style en Inglaterra o América, supone una reacción contra la estética realista que se venía imponiendo en Europa desde mediados de siglo XIX. Influido directamente por el Simbolismo y el Parnasianismo franceses, pero en realidad íntimamente conectado con la esencia del Romanticismo, se observan en él unos rasgos muy característicos. Opuesto al prosaísmo realista, lo primero que llama la atención es el lenguaje lujoso que cultiva. Prosa y verso se pueblan de cisnes, orquídeas, góndolas y princesas orientales. Hay un gusto por las palabras extranjeras, por su sonido exótico y sus connotaciones de leyenda. Otro rasgo que a veces se ha anotado de forma peyorativa es el escapismo. Efectivamente, el afán por alejarse de escenarios mediocres, naturalistas, lleva sus relatos a las refinadas cortes decadentes de Venecia, Samarkanda o el París del siglo XVIII. También muy especialmente, la Grecia clásica. Son autores cosmopolitas, que han viajado y conocen (sobre todo literariamente) otras culturas que le interesan tanto o más que la Europea. Les empuja un aire de libertad que se traduce en importantes renovaciones en la métrica (aparecen el eneasílabo, el decasílabo, el soneto alejandrino), en las figuras retóricas (cultivo de la sinestesia, la aliteración) y en el léxico (arcaísmos, extranjerismos, cultismos). Para terminar, hay que señalar cómo espíritu transgresor se deja ver en el gusto por temas paganos y sensuales, que a menudo se adentran en la pornografía o el satanismo. El Modernismo en lengua castellana nace en Hispanoamérica con autores como José Martí o José Asunción Silva y será su mejor exponente, el nicaragüense Rubén Darío quien lo introducirá en España, donde vivió unos años. Obras suyas como Azul o Prosas profanas causaron enorme impacto y grandes escritores españoles se dejaron seducir por sus novedades. Hay que citar en primer lugar a Manuel Machado, poeta de diferentes voces, cuya obra más reconocida es Alma, de 1900. Otro gran autor que, solo en una primera etapa que luego desdeñó, produjo memorables libros modernistas es Juan Ramón Jiménez. Son ejemplos Arias tristes o La soledad sonora. Ineludibles son también nombres como Antonio Machado o Valle-Inclán. Los trataremos al hablar de la Generación del 98. Con este nombre, bastante discutido hoy en día, se conoce a un grupo de autores, nacidos en España entre los años 1860 y 1875, que cultivaron un tipo de literatura con algunos rasgos comunes, distinta si no opuesta al realismo decimonónico. Se ha discutido largamente sobre su filiación u oposición al Modernismo. Hoy la crítica no los considera esencialmente distintos, sino que ve en el 98 la aportación española a ese movimiento amplio y cosmopolita que fue el modernista. Hay, al menos hasta los años 20, algunos elementos afines en sus obras. En primer lugar, un gusto por la prosa fluida, natural, antirretórica, alejada de la afectación. Preferían la palabra precisa, a menudo arcaizante, de gusto local, pero usada siempre con lirismo. Descubrieron en el austero paisaje castellano, a pesar de que casi todos nacieron en la periferia, un motivo de inspiración. También compartieron una visión pesimista de la sociedad española, a la que pretendieron, sin demasiada acción ni compromiso, regenerar. Quizá fuera José Martínez Ruiz, “Azorín”, quien más contribuyera a la creación del concepto de Generación del 98 con novelas como La voluntad, de 1902. En ella, un muchacho (Antonio Azorín) habla y reflexiona con su maestro sobre distintos temas. No hay acción ni trama estructurada ni personajes nítidos ni final cerrado al estilo realista. Historia, filosofía, poesía... son las herramientas con las que construye un original relato donde el protagonista es el propio lenguaje y el inconfundible estilo. Otro autor importante fue Miguel de Unamuno. Rector de la universidad de Salamanca, intelectual de inmenso prestigio, fue más conocido como pensador que como autor de ficción, aunque él siempre se consideró sobre todo poeta. En libros como El Cristo de Velázquez plasma en versos algo áridos, pero muy valorados hoy, sus inquietudes vitales, siempre en torno a la lucha entre la fe y la razón. Más interesantes se consideraron sus ensayos (En torno al casticismo, Vida de don Quijote y Sancho) donde introducen conceptos tan universales hoy como el de “intrahistoria”. Quizá sean sus novelas lo más leído de su obra. Fueron importantes Niebla, donde enfrenta al personaje protagonista con el autor, el propio Miguel de Unamuno, para hablar del papel de la literatura, o San Manuel Bueno, mártir, de nuevo alrededor del tema de la falta de fe. El gran narrador, no obstante, de la generación fue Pío Baroja, autor de más de 60 novelas. Quizá las más importantes fueran las de su primera época, hasta los años 20. Títulos como La busca o el El árbol de la ciencia muestran una feliz síntesis entre el realismo al estilo de Galdós (escenas cotidianas y costumbristas, de la clase media o baja) con las novedades del siglo XX: descripciones impresionistas, diálogos ágiles, acción trepidante, estructura episódica, digresiones ensayísticas, final abierto… Antonio Machado es, por otro lado, el mejor poeta de este grupo. Su primer libro, Soledades, de 1907, respira un tono modernista, con inquietud por el cromatismo, los versos audaces, pero en un clima más íntimo y moderado, alejado de los cisnes y princesas de Rubén Darío. Al contacto con la tierra Soriana, donde fue destinado como profesor de francés y donde se enamoró y casó, y en breve tiempo perdió a su mujer, su poesía derivó hacia temáticas menos íntimas, en su fundamental obra Campos de Castilla. El paisaje como motivo para la reflexión sobre España y sus gentes o la nostalgia de Leonor, su joven amada perdida para siempre, son sus temas predilectos. Por último, Ramón María del Valle-Inclán fue un genial novelista y dramaturgo. Partiendo de un refinado modernismo con sus Sonatas, cultivó también una NOVECENTISMO Y VANGUARDIAS Después del desastre de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) las generaciones de jóvenes europeos defendieron la creación de un mundo nuevo, de un nuevo orden internacional y de nuevas expresiones artísticas. En España, ese afán por la modernización y la rebeldía de reflejaron en dos movimientos literarios fundamentales: el Novecentismo y las Vanguardias. Se denomina Novecentismo a la obra de un grupo de autores que alcanzan el momento de máximo esplendor a partir de 1914 (también se le conoce como Generación del 14). Estos autores se caracterizan por su sólida formación intelectual y porque vieron en lo europeo, en Europa, un modelo para imitar. Políticamente estos autores se sitúan dentro del “reformismo burgués”. Mantuvieron su preocupación por el tema de España, al igual que la Generación del 98, pero dejando a un lado la queja y aplicando el rigor y la frialdad a la hora de examinar los problemas para buscar soluciones eficaces. Constituyen un nuevo tipo de intelectual cuyos rasgos son: – No son bohemios, su vida es ordenada. – Son universitarios. – Se muestran objetivos y racionales en sus análisis. – Se dirigen a una minoría culta e intelectual. – Están abiertos a ideas nuevas (europeístas) sin olvidar el problema de España. Reaccionan contra el arte del siglo XIX mediante tres mecanismos: huida del sentimentalismo, prefieren posturas intelectuales y cultivan una literatura de minorías. Renuevan la lengua literaria mediante la ampliación del vocabulario usando abundantemente la derivación y la composición, incorporando neologismos, cultismos, tecnicismos y vulgarismos, y revitalizando el significado original y etimológico de algunas palabras. Cultivan todos los géneros aunque destacan en el ensayo. Como ensayista, José Ortega y Gasset proyectó su pensamiento sobre variados aspectos de la realidad: historia, arte, sociología, etc. La metáfora y la ironía le confieren un estilo personal. Destacan La deshumanización del arte, en la que defiende la importancia de la obra de arte en sí misma para procurar placer estético; La rebelión de las masas, en la que considera que la sociedad debería estar dirigida por una minoría selecta y El espectador. Importantísima también es la obra de Eugenio D´ors con títulos como Tres horas en el museo del Prado. Los narradores renovaron y dieron un tratamiento intelectual a los temas. La novela incluye extensas reflexiones, descripciones detalladas y líricas (propias de la poesía); la trama tiene poca importancia. Autores destacados son: Gabriel Miró (Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso), Ramón Pérez de Ayala ( Belarmino y Apolonio) y Wenceslao Fernández Flórez (El bosque animado) En poesía destaca la figura de Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura. En una etapa posterior a la modernista, comienza lo que denominó “poesía pura”: en ella se despoja de lo sensorial, de lo colorista y de la anécdota; es una poesía difícil, dirigida “a la inmensa minoría”; con temas metafísicos: belleza, eternidad, Dios, etc. Dentro de esta etapa “intelectual” destacan Diario de un poeta recién casado, Eternidades, Piedra y cielo, etc., para culminar todas las características en: La estación total, Dios deseado y deseante. Las Vanguardias son movimientos europeos de renovación estética y de transgresión artística entre las dos guerras mundiales (1918-1939). Muchos de ellos afectan también a la pintura, el cine y la música. En España, hallan acogida en tertulias y revistas literarias. Ramón Gómez de la Serna fue su impulsor. Estuvo al margen de la política y la moral burguesa. Renueva el lenguaje y los géneros literarios. Su obra se caracteriza por las greguerías: frases ingeniosas y metafóricas llenas de humor. Además de Greguerías, escribió ensayo y lo que denominó “novela libre” (El torero Caracho),y también teatro ( Los medios seres) Entre los movimientos vanguardistas o ismos destacan: Futurismo: Promovido por Marinetti, rompe con los cánones estéticos y los temas pasados. Exalta la civilización mecánica y la técnica. No creó escuela en España, pero abrió puertas a nuevas posibilidades de lenguaje (ruptura con la sintaxis) y a temas inéditos (se aprecia en algunos poemas de Pedro Salinas y Rafael Alberti). Cubismo: nace como escuela pictórica, pero el Cubismo literario arranca con Apollinaire y sus Caligramas: la disposición de los versos forma imágenes visuales. Dadaísmo: Con sus ideas, Tristán Tzara abre paso al Surrealismo defendiendo la fantasía, la irracionalidad, el rechazo de la lógica y la incoherencia. Ultraísmo: Recoge parte de la influencia dadaísta y futurista. Es un efímero movimiento español cuyo principal promotor fue Guillermo de Torre. Creacionismo: El padre fue el chileno Vicente Huidobro. El poeta no busca imitar la realidad sino crearla dentro del poema y para ello jugará al azar con las palabras. Entre sus seguidores figura Juan Larrea, pero su máximo representante fue Gerardo Diego. Surrealismo: El más importante. Surge en 1924 con el manifiesto de André Bretón. Pretende liberar con el arte los impulsos reprimidos por las convenciones morales y sociales, y hacer aflorar el inconsciente, lo irracional y lo onírico. Defiende la “escritura automática”, las asociaciones libres de palabras y las metáforas insólitas para transcribir sentimientos sin control racional, para que aflore el “superrealismo” mediante una auténtica expresión libre del lenguaje. El influjo del Surrealismo lo reciben libros como Sobre los ángeles de Rafael Alberti, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y buena parte de la obra de Vicente Aleixandre. personajes, situaciones absurdas y exageradas, utilización de la ironía y la sátira, uso de un lenguaje coloquial, empleo de acotaciones literarias. Después de Luces de Bohemia, escribe otros tres esperpentos conocidos como Martes de Carnaval, en los que radicaliza aún más su visión deformadora de la realidad. - El teatro de la Generación del 27. Federico García Lorca. Los autores del 27 potenciaron la intención social, incorporaron las formas de vanguardia y se propusieron acercar el teatro al pueblo. Aunque se pueden citar varios autores (Pedro Salinas, Rafael Alberti o Alejandro Casona), su máximo representante será Federico García Lorca. Lorca es, junto con Valle-Inclán, el máximo exponente de la renovación del teatro español de principios de siglo. Las características fundamentales de su teatro son : la visión del teatro con una función social y didáctica (por eso creo el grupo La Barraca) el tratamiento del enfrentamiento entre deseo y realidad y la poetización de la vida, que consigue a través de la creación de personajes genéricos, fragmentos poéticos , el empleo de alegorías y la utilización de la música y elementos populares. En cuanto a la evolución de su teatro, podríamos clasificarla en tres etapas: -Primera etapa: presenta afinidades con el teatro modernista y comienza con El maleficio de la mariposa, Títeres de cachiporra y Mariana Pineda, escrita en verso o La zapatera prodigiosa. - Segunda etapa: la vanguardia le influye de manera decisiva y escribe, con un lenguaje surrealista, El público y Así que pasen cinco años. - Tercera etapa: escribe sus tragedias más importantes: Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba, considerada su obra maestra. El teatro de Lorca supone una extraordinaria renovación porque incluye elementos líricos y simbólicos y eleva algunos temas típicos de la Andalucía de su tiempo a la categoría de conflictos universales del ser humano . Otro de los miembros de esta generación, Rafael Alberti, escribió Noche de guerra en el Museo del Prado, con un tema de actualidad como el de la Guerra Civil. El hombre deshabitado, en clave surrealista. Fermín Galán, obra dedicada a un republicano fusilado. En el exilio escriben autores como Max Aub (San Juan ) o Alejandro Casona (Los árboles mueren de pie o La dama del alba). Finalmente, destacamos dos autores que practican el teatro cómico de calidad, renovador de la escena española. Ambos escriben antes y después de la Guerra Civil. Jardiel Poncela (Usted tiene ojos de mujer fatal), y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa), autores que preludian la corriente europea del teatro del absurdo, que se dio a partir de la década de los 40. Su valor consiste en presentar un teatro que presenta una visión del mundo deformada por la comicidad, pero amarga en su fondo. Con ello se adelantaron y preludiaron una corriente europea, la del teatro del absurdo, que se dio a partir de la década de los 40. POESÍA 1939-HOY La Guerra Civil deja un panorama desolador en las letras españolas. La rica efervescencia cultural de los años 30 da paso a unos duros años en los que los mejores autores están muertos (Lorca, Unamuno, Valle-Inclán) o exiliados (Alberti, Guillén, Cernuda. León Felipe...) o en el denominado exilio interior (Aleixandre). A esa dolorosa ruptura hay que sumar el aislamiento internacional en que nos sumergimos y la censura, no demasiado férrea en el caso de la poesía, para completar un panorama realmente triste. La primera generación tras la guerra, conocida como “del 36”, la forman autores como Luis Rosales (“La casa encendida”), Dionisio Ridruejo (“Cuadernos de Rusia”) y otros y surge en torno a las revistas Escorial y Garcilaso. Son poetas que han luchado en el bando nacional y al menos en un primer momento cultivan una poesía clasicista y serena, que tiene a España y a Dios como protagonistas. Pero en 1944 se publica “Hijos de la ira”, de Dámaso Alonso, que va a dar lugar a una corriente de poesía denominada “desarraigada”. El verso libre, las imprecaciones a Dios y un tono desesperado son sus rasgos más llamativos, con los que buscan expresa una angustia existencial imposible de desligar de la difícil circunstancia histórica que estaban viviendo. Poetas desarraigados hay que considerar también a Miguel Hernández (lo poco que pudo escribir tras la guerra) y a Blas de Otero. Este último va a ser una importante figura de la importante corriente que se va a iniciar en los años 50, la llamada “poesía social”. Sus autores conciben la poesía como un instrumento para la denuncia y el compromiso, una herramienta para transformar el mundo y despertar las conciencias ante la Historia. Es una poesía dirigida al pueblo, “a la inmensa mayoría”, así titulará Blas de Otero una de sus obras. Cultivan por lo tanto un lenguaje claro, unas formas accesibles, un mensaje nítido. Gabriel Celaya, autor en “Poemas iberos” del poema “La poesía es un arma cargada de futuro” será también en estos años uno de sus máximos exponentes. Se pueden incluir aquí otros nombres como los de José Hierro o Carlos Bousoño. Esta poesía, que dominará el panorama literario unos años, va perdiendo vigencia al final de la década. Es entonces cuando surge una nueva generación, que unos llaman del medio siglo y otros de los 60, que publican sus primeros libros dentro de la estética de la poesía social, pero que pronto derivarán en un intimismo menos altisonante. La poesía que se entendía como un mero acto de comunicación pasa a ser un ejercicio de conocimiento, de autoconocimiento del poeta. Hablamos de autores como Ángel González (“Áspero mundo”, “Sin esperanza, con convencimiento”), Jaime Gil de Biedma (“Compañeros de viaje”, “poemas póstumos”), Claudio Rodríguez (“Don de la ebriedad”), quienes además de una sincera amistad, comparten algunos rasgos: tono conversacional, presencia de anécdotas cotidianas de las que saben hacer surgir temas universales, y sobre todo una actitud moral ante la poesía. Hacia finales de los 60, sin embargo, surge otro grupo de poetas que van a suponer un giro radical respecto de la generación anterior. Son conocidos como “los novísimos”, por la Antología de José María Castellet publicada en 1970, “Nueve poetas novísimos” y pese a su mucha diversidad se pueden reconocer rasgos comunes como el culturalismo, el desdén por la poesía moral de la generación anterior, una vuelta a la experimentación vanguardista, sobre todo al surrealismo, que se traduce en unos textos más herméticos y difíciles, el cosmopolitismo de sus fuentes, que ya no son la anterior poesía española, sino toda, desde la clásica hasta la europea más contemporánea, además de otras como (“Arde el mar”), Guillermo Carnero (“Dibujo de la muerte”) o Leopoldo María Panero (“Así se fundó Carnaby Street”). A partir de aquí, las últimas tendencias a partir de los años 80 son aún de difícil descripción por falta de perspectiva y por su heterogeneidad. Podemos advertir algunas como la poesía experimental de Jenaro Talens, el clasicismo de Luis Antonio de Villena (La prosa del mundo) o la denominada poesía de la experiencia de Luis García Montero (Habitaciones separadas , La intimidad de la serpiente). • Luis García Montero vuelve a temas y ambientes cotidianos e intimistas, sometidos a una elaboración poética que combina los hallazgos expresivos con rasgos coloquiales. Uno de sus modelos es Gil de Biedma; su influencia llega hasta nuestros días, paralela a otras corrientes con un concepto más simbólico o metafísico del lenguaje poético, representadas por autores como Julia Castillo. Otras tendencias son el neoerotismo de Ana Rosetti (Los devaneos de Erato), o el neorromanticismo de Antonio Colinas (Noche más allá de la noche) su intención crítica se resume en poner el foco, como lo haría una cámara, en realidades marcadamente injustas. Aunque difíciles de distinguir en la práctica, se suele hablar de dos corrientes dentro de esta escuela. Una primera sería el objetivismo (también neorrealismo), de la que El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio sería el mejor exponente. En ella asistimos a la fragmentaria recreación de una merienda en el río de un grupo de jóvenes. Lo trivial de sus conversaciones emerge como crítica a la adormecida sociedad española que 20 años antes había luchado ferozmente en esas mismas orillas. Otros títulos importantes son Tormenta de verano, de Juan García Hortelano, Entre visillos, de Carmen Martín Gaite o los cuentos de Ignacio Aldecoa. La otra versión de realismo social, el llamado “realismo crítico”, ofrece una expresión más cruda de la realidad. Los protagonistas son campesinos del vino (Dos días de septiembre, de José Manuel Caballero Bonald), u obreros de una presa (Central eléctrica, de Jesús López Pacheco), y los conflictos sociales pasan a un primer plano. El panorama narrativo español a principios de los años 60 está protagonizado por la novela social. Autores neorrealistas como José Manuel Caballero Bonald, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa publican novelas ya maduras dentro de esta estética. Sin embargo, la publicación en 1962 de Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, iba a cambiar abruptamente la trayectoria de nuestra literatura. El autor nos presenta una cuidada trama donde un médico investigador se ve involucrado en un homicidio que terminará por arruinar su carrera profesional, además de cobrarse la vida de su novia. Quizá lo fundamental de la obra, sea la incorporación de ciertas técnicas narrativas contemporáneas como el narrador en 2ª persona, el perspectivismo, el flujo de conciencia o la fragmentación en secuencias. Las huellas de autores como James Joyce, William Faulkner o Marcel Proust son manifiestas. En 1966 aparece Señas de identidad, de Juan Goytisolo, quien recoge el testigo de la novela innovadora, que conserva el espíritu crítico de la novela social, pero enriquecido con los hallazgos contemporáneos europeos que la censura había impedido que prosperaran en nuestro país. España como tema de reflexión será el centro de estas novelas, llamadas innovadoras, a las que se sumarán no solo los autores del medio siglo como Juan Benet (Volverás a Región), Caballero Bonald (Ágata ojo de gato) o Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa), sino también los grandes autores de los 40 como Cela (Oficio de tinieblas) o Delibes ( Cinco horas con Mario). Lo que en los años 60 fue innovación fue cobrando auge y radicalismo y en la primera mitad de los 70 puede hablarse sin error de experimentalismo. Los autores van dejando de lado el tema de España y se centran en el lenguaje, en la propia tarea de escribir. Parecen buscar la destrucción del género novela en una exploración de sus límites: los personajes se desdibujan, el espacio pierde consistencia, el tiempo puede concentrarse en un instante, los argumentos desaparecen en favor de una mente pensante, obsesiva, cada vez más hermética. Ejemplos de ello son obras como Reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo, Si te dicen que caí, de Marsé o La saga/fuga de JB, del más mayor Torrente Ballester. El furor experimental estaba condenado a la extinción por su propia virulencia y la vuelta a la normalidad llegó en 1975 de la mano de uno de los escritores de más prestigio hoy día: Eduardo Mendoza, con su primera novela La verdad sobre el caso Savolta. NOVELA DE 1975 -HOY En 1975 muere Francisco Franco, finalizando así su dictadura y en España se inicia la Transición democrática. Así los años 80 comenzaron con un sentimiento de libertad que hizo surgir en la capital la denominada Movida madrileña, que inspiró a los novelistas para contar historias donde el erotismo, los excesos y las drogas estaban presentes. Los 90, de mayor estabilidad política, suponen la consolidación de los principales novelistas actuales, los cuales alternan todos los subgéneros y comienzan a ofrecer mensajes y formas diferentes al lector en cada novela. En el milenio, por su parte comienza un auge del desarrollo tecnológico y del mundo audiovisual. La crítica literaria coincide de forma unánime en considerar La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, publicada en 1975 la primera novela de la Transición, cerrando la etapa experimental y comenzando una nueva. Mendoza sigue escribiendo en la actualidad, sus últimas novelas son: El rey recibe (2018) y El negociado del yin y el yang (2019), en clave de crítica política y social. Sin embargo la nómina de autores durante un tiempo alterna entre los ya estudiados de los años 40, 50 y 60 (Carmen Martín Gaite, Miguel Delibes, Juan Marsé, entre otros) y los nuevos escritores. La primera generación surge en los años 80 y proponen “los nuevos realismos”, que parten de las técnicas decimonónicas para narrar historias actuales. Este bloque lo encabeza Almudena Grandes, quien se abre camino con Las edades de Lulú (1989) y desde 2007 escribe una serie al modo de los Episodios Nacionales de Galdós, sobre la posguerra, cuya quinta entrega es La madre de Frankenstein (2020). Junto a ella es preciso mencionar a Lucía Etxebarría con Amor, curiosidad, prozac y dudas (1997); a José Ángel Mañas, con Historias del Kronen; y también a Rafael Chirbes, quien se caracteriza por su novela política, que se inicia en 1996 con Larga Marcha y finaliza con su novela póstuma París-Austerlitz (2016). Tenemos un segundo bloque de novelistas que abordan la novela policíaca, la histórica, de amor, de aventuras etcétera. En este grupo incluiríamos al ya mencionado Eduardo Mendoza. Le siguen autores como Manuel Vázquez Montalbán con su serie sobre Pepe Carvalho, o Alicia Giménez Barlett, creadora de la inspectora Petra Delicado. Pero quien realmente ha tomado en la actualidad el relevo de este género policiaco es Lorenzo Silva, con sus guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. Aunque estas no son sus únicas novelas pues desde 1995 ha escrito más de cincuenta, la más reciente Maldito selfie de 2019. En la novela histórica destaca Félix de Azúa, con entre otras, la reciente Momentos decisivos (2000); pero quien ocupa el primer lugar es Arturo Pérez- Reverte, escritor prolífero, que desde El húsar (1986), pasando por la serie de novelas protagonizada por el capitán Alatriste o la más reciente Sidi (2019) no ha dejado de publicar con éxito de ventas. En este grupo encontraríamos a Fernando Aramburu, quien con la premiada Patria (2016) ha sabido reflejar la realidad vasca, de los años de mayor actividad del grupo SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR San Manuel Bueno, mártir es una nivola de Miguel de Unamuno publicada en 1931, perteneciente al Regeneracionismo. La obra trata la lucha entre fe y razón que tanto atormentaba a Unamuno así como al protagonista, don Manuel. En sí, la obra es fiel a las características de su movimiento: se ambienta en Castilla, tiene una atmósfera de sobriedad y muestra la decadencia de la vida en el pueblo, todo ello explicado por la crisis de España de aquella época. La obra cuenta cómo don Manuel, que no creía en Dios, ejerció de sacerdote en Valverde de Lucerna predicando siempre la esperanza en la vida eterna. Por un lado, debemos destacar el papel clave de Valverde de Lucerna y su simbolismo, con la montaña como la señal de la fuerza de su gente para con la penuria; el lago, con la Valverde hundida que es el cielo en que don Manuel es incapaz de creer; y la abadía en ruinas, que muestra la poca importancia de la teología, sino de la acción de la cual el cura hace gala. Los personajes son una de las piedras angulares de la obra y sobresalen cuatro; don Manuel, como el esperanzador del pueblo a costa de su martirio; Ángela, como la fe por necesidad; Lázaro, como el desengaño hacia Dios; y Blasillo, como la fe ciega e irracional, siendo este el insigne representante del pueblo. Por otro lado, Unamuno recurre a la técnica del “manuscrito encontrado”, tal y como nos esclarece al final de las 27 secuencias, cuando nos indica que se resumió a corregir fallos de redacción. He de resaltar un momento a mi parecer clave: la primera comunión de Lázaro. Aquí se puede apreciar a la perfección el martirio de don Manuel para con la complicidad del joven. Una idea que se puede extraer de la lucha entre fe y razón es la dicotomía libertad-felicidad, tan usada en novelas distópicas posteriores. Así pues, y aún sin quererlo, don Manuel es el “libre” que vive un martirio a costa de su conocimiento de la realidad, pero que imparte la “felicidad” engañada a su gente para que no padezcan más. San Manuel Bueno, mártir es una obra muy gratificante dado el tema que trata y la forma en que Unamuno lo ambienta y recrea. No creo que a pesar de su antigüedad sea antigua. Su tesis y su ritmo de lectura le confieren una idoneidad para cualquier época, ya que además no acaba, te mantiene en una reflexión constante sobre el papel que juegan la verdad, la religión, la libertad, etc., que siguen tan de actualidad hoy como hace casi noventa años. LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA Eduardo Mendoza escribe la Verdad sobre el caso Savolta que es una obra narrativa publicada en 1975 en Barcelona. En ella se observa el reflejo social, político y cultural de España en los inicios del siglo XX. El tema principal es la lucha de los obreros en revoluciones para conseguir la libertad del hombre. La obra gira en torno a los recuerdos de Javier Miranda que comparece ante un tribunal para ayudar a la viuda de Lepprince, el amigo de Miranda, que lo involucra en problemas en el sector industrial y amoroso, debido a su ambición de poder. Se representan a las altas clases de la burguesía catalana, la clase obrera explotada y los bajos fondos de la ciudad. María Rosa Savolta es hija del dueño de la empresa Savolta, se casa con Lepprince y representa a la alta burguesía catalana. Lepprince es un personaje ambicioso, lo cual le lleva a convertirse en un criminal manipulador. Miranda es ambicioso e interesado porque desde su pobreza se fija en la riqueza de Lepprince con el fin de ascender socialmente a cualquier precio. María Coral representa los bajos fondos de la ciudad. Es una gitana que trabajaba en un cabaret donde Lepprince la conoció y la convirtió en su amante. Se caracterizaba por ser egoísta, caprichosa y fría. Domingo Pajarito Soto era un idealista que escribía en la Voz de la Justicia y representa la clase obrera. La novela se divide en dos partes, en la primera priman las secuencias sobre la narración, lo que permite crear suspense, intriga y expectación y en la segunda prima la narración sobre las secuencias, de tal manera que el lector pueda resolver el rompecabezas creado por Mendoza. El autor se apoya en la técnica pastiche imitando subgéneros y estilos distintos dentro de la misma obra como la novela policiaca, novela negra americana, novela de folletín del siglo XIX, novela de aventuras,etc.. La obra se desarrolla en Barcelona en 1917 y en Estados Unidos en 1927,cuando Miranda declara ante el juez. Se observa un desorden cronológico en la obra ya que comienza con la declaración de Miranda e intercala fragmentos que en un principio no se relacionan pero que a medida que avanza la trama sí lo hacen. La obra presenta varios puntos de vista, el de Miranda que narra hechos en primera persona, un narrador omnisciente en tercera persona que narra hechos en los que Miranda no fue protagonista y las pruebas presentadas ante el juez como cartas o artículos. Se observa el realismo de la obra debido a la descripción de ambientes ya que captan la diferencia entre clases, como el cabaret o la pensión miserable en contraste a la casa de Lepprince o el balneario. La verdad sobre el caso Savolta posee importancia por ser la primera obra de la Transición, siendo la precursora del aperturismo en la sociedad española,
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved