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Canción de navidad tercera parte charles dickens - Resúmenes - Literatura, Apuntes de Literatura

Resumen de la obra Canción de Navidad de Charles Dickens para el curso universitario de Literatura - Facultad de Lenguas - Parte 3

Tipo: Apuntes

2011/2012

Subido el 14/08/2012

florecito
florecito 🇪🇸

4.3

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¡Descarga Canción de navidad tercera parte charles dickens - Resúmenes - Literatura y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! docsity.com Resúmenes de Obras Canción de Navidad Tercera Parte Charles Dickens El segundo de los tres Espíritus Despertó al dar un estrepitoso ronquido: e incorporándose en el lecho para coordinar sus pensamientos, no tuvo necesidad de que le advirtiesen que la campana estaba próxima a dar otra vez da una. Vuelto a la realidad, comprendió que era el momento crítico en que debía celebrar una conferencia con el segundo mensajero que se le enviaba por la intervención de Jacob Marley. Pero hallando muy desagradable el escalofrío que experimentaba en el lecho al preguntarse cuál de las cortinas separaría el nuevo espectro, las separaría con sus propias manos y, acostándose de nuevo, se constituyó en avisado centinela de lo que pudiera ocurrir alrededor de la cama, pues deseaba hacer frente al Espíritu en el momento de su aparición, y no ser asaltado por sorpresa y dejarse dominar por la emoción. Así; pues, hallándose preparado para casi todo lo que pudiera ocurrir; no lo estaba de ninguna manera para el caso de que no ocurriera nada; y, por consiguiente, cuando la campana dio la una y Scrooge no vio aparecer ninguna sombra, fue presa de un violento temblor. Cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora transcurrieron y nada ocurría… Durante todo este tiempo caían sobre el lecho los rayos de una luz rojiza que lanzó vivos destellos cuando el reloj dio la hora; pero, siendo una sola luz, era más alarmante que una docena de espectros, pues Scrooge se sentía impotente para descifrar cuál fuera su significado; y hubo momentos en que temió que se verificase un interesante caso de combustión espontánea, sin tener el consuelo de saber de qué se trataba. No obstante, al fin empezó a pensar, como nos hubiera ocurrido en semejante caso a vosotros o a mí; al fin, digo, empezó a pensar que el manantial de la misteriosa luz sobrenatural podía hallarse en la habitación inmediata de donde parecía proceder el resplandor. Esta idea se apoderó de su pensamiento, y suavemente se deslizó Scrooge con sus zapatillas hacia la puerta. En el preciso momento en que su mano se posaba en la cerradura, una voz extraña lo llamó por su nombre y le invitó a entrar. El obedeció. Era su propia habitación. Acerca de esto no había la menor duda. Pero la estancia había sufrido una sorprendente transformación. Las paredes y el techo hallábanse de tal modo cubiertos de ramas y hojas, que parecía un perfecto boscaje, el cual por todas partes mostraba pequeños frutos que resplandecían. Las rizadas hojas de acebo, hiedra y muérdago reflejaban la luz como si se hubieran esparcido multitud de pequeños espejos, y en la chimenea resplandecía una poderosa llamarada, alimentada por una cantidad de combustible desconocida en tiempo de Marley o de Scrooge y desde hacía muchos años y muchos inviernos. Amontonados sobre el suelo, formando una especie de trono, había pavos, gansos, piezas de caza, aves caseras, suculentos trozos de carne, cochinillos, largas salchichas, pasteles, barriles de ostras, encendidas castañas, sonrosadas manzanas, jugosas naranjas, brillantes peras y tazones llenos de ponche, que oscurecían la habitación con su delicioso docsity.com vapor. Cómodamente sentado sobre este lecho se hallaba un alegre gigante de glorioso aspecto, que tenía una brillante antorcha de forma parecida al Cuerno de la Abundancia, y que la mantenía en alto para derramar su luz sobre Scrooge cuando éste llegó atisbando alrededor de la puerta. –¡Entrad! –exclamó el Espectro–. ¡Entrad y conocedme mejor, hombre! Scrooge penetró tímidamente e inclinó la cabeza ante el Espíritu. Ya no era el terco Scrooge que había sido, y aunque los ojos del Espíritu eran claros y benévolos, no le agradaba encontrarse con ellos. –Soy el Espectro de la Navidad Presente –dijo el Espíritu–. ¡Miradme! Scrooge le miró con todo respeto. Estaba vestido con una sencilla y larga túnica o manto verde, con vueltas de piel blanca. Esta vestidura colgaba sobre su figura con tal negligencia, que se veía el robusto pecho desnudo como si no se cuidara de mostrarlo ni de ocultarlo con ningún artificio. Sus pies, que se veían por debajo de los amplios pliegues de la vestidura, también estaban desnudos. y sobre la cabeza no llevaba otra cosa que una corona de acebo, sembrada de pedacitos de hielo. Sus negros rizos eran abundantes y sueltos, tan agradables como su rostro alegre, su mirada viva, su mano abierta, su armoniosa voz, su desenvoltura y su simpático aspecto. Ceñida a la cintura llevaba una antigua vaina de espada; pero en ella no había arma ninguna y la antigua vaina se hallaba mohosa. –¿Nunca hasta ahora habéis visto nada que se me parezca? –exclamó el Espíritu. –Nunca –contestó Scrooge. –¿Nunca habéis paseado en compañía de los más jóvenes miembros de mi familia, quiero decir (pues yo soy muy joven) de mis hermanos mayores nacidos en estos últimos años? –prosiguió el Fantasma. –Me parece que no –dijo Scrooge–. Temo que no. ¿Habéis tenido muchos hermanos, Espíritu? –Más de mil ochocientos –dijo el Espectro. –Una tremenda familia a quien atender –murmuró Scrooge. El Espectro de la Navidad Presente se levantó. –Espíritu –dijo Scrooge con sumisión–, llevadme a donde queráis. La última noche tuve que salir de casa a la fuerza y aprendí una lección que ahora hace su efecto. Esta noche, si tenéis que enseñarme alguna cosa, permitidme que saque provecho de ella. –¡Tocad mi vestido! Scrooge lo tocó apretándolo con firmeza. Acebo, muérdago, rojos frutos, hiedra, pavos, gansos, caza aves carne, cochinillos, salchichas, ostras, pasteles y ponche, todo se desvaneció instantáneamente. Lo mismo ocurrió con la habitación, el fuego, la rojiza brillantez, la noche, y ellos halláronse en la mañana de Navidad y en las calles de la ciudad, donde (como el tiempo era crudo) muchas personas producían una especie de música ruda, pero docsity.com –Perdonadme si estoy equivocado. Se hace en vuestro nombre, o, por lo menos, en nombre de vuestra familia –dijo Scrooge. –Hay algunos seres sobre la tierra –replicó el Espíritu– que pretenden conocernos, y que realizan sus acciones de pasión, orgullo, malevolencia, odio, envidia, santurronería y egoísmo en nuestro nombre, y que son tan extraños para nosotros y para todo lo que con nosotros se relaciona, como sí nunca hubieran vivido. Acordaos de ello y cargad la responsabilidad sobre ellos y no sobre nosotros. Scrooge prometió lo que el Espíritu le pedía, y siguieron adelante, invisibles como habían sido antes, hacia los suburbios de la ciudad. Era una notable cualidad del Espectro (que Scrooge había observado a la puerta del tahonero) que, a pesar de su talla gigantesca, podía amoldarse a cualquier sitio con comodidad, y que, como un ser sobrenatural, se hallaba en cualquier habitación baja de techo tan cómodamente como podía haber estado en un salón de elevadísimas paredes. Y ya fuese por el placer que el buen Espíritu experimentaba al mostrar este poder suyo, ya por su naturaleza amable, generosa y cordial y su simpatía por los pobres, condujo a Scrooge derechamente a casa del dependiente de éste, pues allá fue, en efecto, llevando a Scrooge adherido a su vestidura. Al llegar al umbral, sonrió el Espíritu y se detuvo para bendecir la morada de Bob Cratchit con las salpicaduras de su antorcha. Bob sólo cobraba quince Bob semanales: cada sábado sólo embolsaba quince ejemplares de su nombre, y. sin embargo, el Espectro de la Navidad Presente no dejó por ello de bendecir su morada, que se componía de cuatro piezas. Entonces se levantó la señora Cratchit, esposa de Cratchit, vestida pobremente con una bata a la cual había dado ya dos vueltas, pero llena de cintas que no valdrían más de seis peniques. y en aquel momento estaba poniendo la mesa, ayudada por Belinda Cratchit, la segunda de sus hijas. También adornada con cintas, mientras master Pedro Cratchit hundía un tenedor en una cacerola de patatas, llegándole a la boca las puntas de un monstruoso cuello planchado (que pertenecía a Bob y que se lo había cedido a su hijo y heredero para celebrar la festividad del día), gozoso al hallarse tan elegantemente adornado y orgulloso de poder mostrar su figura en los jardines de moda. De pronto entraron llorando dos Cratchit más pequeños: varón y hembra, diciendo a gritos que desde la puerta de la tahona habían sentido el olor del ganso y habían conocido que era el suyo; y pensando en la comida, estos pequeños Cratchit se pusieron a bailar alrededor de la mesa y exaltaron hasta los cielos a master Pedro Cratchit, mientras él (sin orgullo, aunque faltaba poco para que le ahogase el cuello) soplaba la lumbre hasta que las patatas estuvieron cocidas y en disposición de ser apartadas y peladas. –¿Dónde estará vuestro padre? –dijo la señora Cratchit–. ¿Y vuestro hermano Tiny Tìm? ¿Y Marta que el año pasado, el día de Navidad estaba aquí hace ya media hora? –¡Aquí está Marta, mamá! –dijo una muchacha entrando al mismo tiempo que hablaba. –¡Aquí está Marta mamá! –gritaron los dos Cratchit pequeños–. ¡Viva! ¡Tenemos un ganso, Marta! –¿Pero, hija mía, cuánto has tardado? –dijo la señora Cratchit, besándola una docena de veces y quitándole et velo y el sombrero con sus propias manos, solícitamente. docsity.com –He tenido que terminar una labor para tener libre la mañana, mamá –replicó la muchacha. –Bueno; es que nunca creí que vinieses tan tarde. Acércate a la lumbre, hija mía, y caliéntate. ¡Dios te bendiga! –¡No, no! ¡Ya viene papá! –gritaron los dos pequeños Cratchit, que danzaban de un lado para otro–. ¡Escóndete. Marta, escóndete! Escondióse Marta y entró Bob, el padre, con la bufanda colgándole lo menos tres pies por la parte anterior, y su traje muy usado, pero limpio y zurcido, de modo que presentaba un aspecto muy favorable. Traía sobre los hombros a Tiny Tim. ¡Pobre Tiny Tim! Tenía que llevar una pequeña muleta y los miembros sostenidos por un aparato metálico. –¿Dónde está Marta? –gritó Bob Cratchit mirando a su alrededor. –No ha venido –dijo la señora Cratchit. –¡No ha venido! –dijo Bob, con una repentina desilusión en su entusiasmo, pues había sido el caballo de Tim al recorrer todo el camino desde la iglesia y había llegado a casa dando saltos–. ¡No haber venido siendo el día de Navidad! A Marta no le agradó ver a su padre desilusionado a causa de una broma, y salió prematuramente de detrás de la puerta, echándose en sus brazos, mientras los dos pequeños Cratchit empujaron a Tiny Tim y le llevaron a la cocina, para que oyese cantar el pudding en la cacerola. –¿Y cómo se ha portado Tíny Tim? –preguntó la señora Cratchit, después de burlarse de la credulidad de Bob y cuando éste hubo estrechado a su hija contra su corazón. –Muy bien –dijo Bob–, muy bien. Se ha hecho algo pensativo y se le ocurren las más extrañas cosas que ha oído. Al venir a casa me decía que quería que la gente le viese en la iglesia, porque él era un inválido, y sería muy agradable para todos recordar el día de Navidad al que había hecho andar a los cojos y había dado vista a los ciegos. La voz de Bob era temblorosa al decir eso y tembló más cuando dijo que Tiny Tim crecía en fuerza y vigor. Oyóse su activa muleta sobre el pavimento, y antes de que se oyera una palabra más, reapareció Tiny Tim escoltado por su hermano y su hermana, que le llevaron a su taburete junto a la lumbre. Mientras Bob, remangándose los puños – ¡pobrecillo!, como si fuese posible estropearlos más–, confeccionaba una mixtura con ginebra y limón y la agitaba una y otra vez, colocándola después en el antehogar para que cociese a fuego lento, master Pedro y los dos ubicuos Cratchit pequeños fueron en busca del ganso, con el cual aparecieron enseguida en solemne procesión: Tal bullicio se produjo entonces, que creyérase al ganso la más rara de todas las aves, un fenómeno con plumas, ante el cual fuese cosa corriente un cisne negro, y en verdad que en aquella casa era ciertamente extraordinario. La señora Cratchit calentó la salsa (ya preparada en una cacerolita); master Pedro mojó las patatas con vigor increíble; la señorita Belinda endulzó la salsa de manzanas; Marta quitó el docsity.com polvo a la vajilla; Bob sentó a Tíny Tim a su lado en una esquina de la mesa; los dos pequeños Cratchit pusieron sillas para todos, sin olvidarse de ellos mismos, y montando la guardia en sus puestos se metieron la cuchara en la boca, para no gritar pidiendo el ganso antes de que llegara el momento de servirlo. Por fin se pusieron los platos, y se dijo una oración, a la que siguió una pausa, durante la cual no se oía respirar, cuando la señora Cratchit, examinando el trinchante, se disponía a hundirlo en la pechuga; pero cuando lo hizo y salió del interior del ganso un borbotón de relleno, un murmullo de placer se alzó alrededor de la mesa, y hasta Tíny Tim, animado por los pequeños Cratchit, golpeó en la mesa con el mango de su cuchillo y gritó débilmente: –¡Viva! Nunca se vio ganso como aquél. Bob dijo que jamás creyó que pudiera existir un manjar tan delicioso. Su blandura y su aroma, su tamaño y su baratura fueron los temas de la admiración general; y añadiéndole la salsa de manzanas y las patatas deshechas, constituyó comida suficiente para toda la familia; en efecto, como la señora Cratchit dijo (al observar que había quedado un huesecillo en el plato), no habían podido comérselo todo. Sin embargo, todos quedaron satisfechos, particularmente los Cratchit más pequeños, que tenían salsa hasta en las cejas. La señorita Belinda cambió los platos y la señora Cratchit salió del comedor muy nerviosa porque no quería que la viesen ir en busca del .pudding. Entonces los comensales supusieron toda clase de horrores: que no estuviera todavía bastante hecho; que se rompiera al llevarlo a la mesa; que alguien hubiera escalado la pared del patio y lo hubiera robado, mientras estaban entusiasmados con el ganso… Ante esta suposición los dos pequeños Cratchit se pusieron pálidos. ¡Atención! ¡Una gran cantidad de vapor! El pastel estaba ya fuera del molde. Un olor a tela mojada. Era el paño que lo envolvía. Un olor apetitoso, que hacía recordar al fondista al pastelero de la casa de al lado y a la planchadora. ¡Era el pudding!. Al medio minuto entró la señora Cratchit con el rostro encendido, –pero sonriendo orgullosamente– con el pudding, que parecía una bala de cañón duro y macizo, lanzando las llamas que producía la vigésima parte de media copa de aguardiente inflamado, y embellecido con una rama del árbol de Navidad clavada en la cúspide. ¡Oh, admirable pudding! Bob Cratchit dijo con toda seriedad que lo estimaba como el éxito más grande conseguido por la señora Cratchit desde que se casaron. La señora Cratchit dijo que no podía calcular lo que pesaba el pudding, y confesó que había tenido sus dudas acerca de la cantidad de harina. Todos tuvieron algo que decir respecto de él, pero ninguno dijo (ni lo pensó siquiera) que era un pudding pequeño para una familia tan numerosa. Ello habría sido una gran herejía. Los Cratchit hubiéranse ruborizado de insinuar semejante cosa. Por fin se terminó la comida, alzóse el mantel, se limpió el hogar y se encendió fuego; y después de beber en el jarro el ponche confeccionado por Bob, y que se consideró excelente, pusiéronse sobre la mesa manzanas y naranjas y una pala llena de castañas sobre la lumbre. Después, toda la familia Cratchit se colocó alrededor del hogar, formando lo que Bob llamaba un círculo, queriendo decir semicírculo; y cerca de él se colocó toda la cristalería: dos vasos y una flanera sin mango. No obstante, tales vasijas servían para beber el caliente ponche, tan bien como habrían servido copas de oro, y Bob lo sirvió con los ojos resplandecientes, docsity.com con generosidad su luciente y sana alegría sobre todo cuanto se hallaba a su alcance! El mismo farolero, que corría delante de él salpicando las sombrías calles con puntos de luz, y que iba vestido como para pasar la noche en alguna parte, se echó a reír a carcajadas cuando pasó el Espíritu por su lado, aunque fácilmente se adivinaba que el farolero ignoraba que su compañero del momento era la Navidad en persona. De pronto, sin una palabra de advertencia por parte del Espectro, halláronse en una fría y desierta región pantanosa. en la que había derrumbadas monstruosas masas de piedra, como si fuera un cementerio de gigantes: el agua se derramaba por dondequiera, es decir, se habría derramado, a no ser por la escarcha que la aprisionaba, y nada había crecido sino el moho, la retama y una áspera hierba. En la concavidad del Oeste, el sol poniente había dejado una ardiente franja roja que fulguró sobre aquella desolación durante un momento, como un ojo sombrío que, tras el párpado, fuese bajando, bajando, bajando, hasta perderse en las densas tinieblas de la oscura noche. –¿Qué sitio es éste? –preguntó Scrooge. –Un sitio donde viven los mineros, que trabajan en las entrañas de la tierra – contestó el Espíritu–. Pero me conocen. ¡Mirad! Brillaba una luz en la ventana de una choza y rápidamente se dirigieron hacia ella. Pasando a través de la pared de piedra y barro, hallaron una alegre reunión alrededor de un fuego resplandeciente, un hombre muy viejo y su mujer, con sus hijos y los hijos de sus hijos y parientes de otra generación más, todos con alegres adornos en su atavío de fiesta. El anciano, con una voz que rara vez se distinguía entre los rugidos del viento sobre la desolada región, entonaba una canción de Navidad, que ya era una vieja canción cuando él era un muchacho, y de vez en cuando todos los demás se le unían al coro. Cuando ellos levantaban sus voces, el anciano hacía lo mismo y sentíase con nuevo vigor, y cuando ellos se detenían en el canto, el vigor del anciano decaía de nuevo. El Espíritu no se detuvo allí, sino que dejó a Scrooge que se agarrase a su vestidura y, cruzando sobre la región pantanosa, se dirigió… ¿adónde? ¿No sería al mar? Pues, sí, al mar. Horrorizado, Scrooge vio que se acababa la tierra y contempló una espantosa serie de rocas detrás de ellos, y ensordeció sus oídos el fragor del agua, que rodaba y rugía y se encrespaba entre medrosas cavernas abiertas por ella y furiosamente trataba de socavar la tierra. Edificado sobre un lúgubre arrecife de las escarpadas rocas, próximamente a una legua de la orilla, y sobre el cual se lanzaban las aguas irritadas durante todo el año, se erguía un faro solitario. Grandes cantidades de algas colgaban hasta su base, y pájaros de las tormentas –nacidos del viento, se puede suponer, como las algas nacen del agua– subían y bajaban en torno de él como las olas que ellos rozaban con las alas. Pero aun allí, dos hombres que cuidaban del faro habían encendido una hoguera que, a través de la tronera abierta en el espeso muro de piedra, lanzaba un rayo de luz resplandeciente sobre el mar terrible. Los dos hombres, estrechándose las callosas manos por encima de la tosca mesa a la cual hallábanse sentados, se deseaban mutuamente Felices Pascuas al beber su jarro de ponche, y uno de ellos, el más viejo, que tenía la cara curtida y destrozada por los temporales como pudiera estarlo el mascarón de proa de un barco viejo, rompió en una robusta canción, semejante al cantar del viento. docsity.com De nuevo siguió adelante el Espectro, por encima del negro y agitado mar – adelante, adelante–, hasta que, hallándose muy lejos, según dijo a Scrooge, de todas las orillas, descendieron sobre un buque. Colocáronse tan pronto junto al timonel, que estaba en su puesto, tan pronto junto al vigía en la proa, o junto a los oficiales de guardia, oscuras y fantásticas figuras en sus varias posiciones; pero todos ellos tarareaban una canción de Navidad o tenían un pensamiento propio de Navidad. o hablaban en voz baja a su compañero de algún día de Navidad ya pasado, con recuerdos del hogar referentes a él. Y todos cuantos se hallaban a bordo, despiertos o dormidos, buenos o malos, habían tenido para los demás una palabra más cariñosa aquel día que otro cualquiera del año, y habían tratado extensamente de aquella festividad, y habían recordado a las personas queridas a través de la distancia y habían sabido que ellas tenían un placer en recordarlos. Sorprendióse grandemente Scrooge mientras escuchaba el bramido del viento y pensaba qué solemnidad tiene su movimiento a través de la aislada oscuridad sobre un ignorado abismo, cuyas honduras son secretos tan profundos como la muerte; sorprendióse grandemente Scrooge cuando, reflexionando así, oyó una estruendosa carcajada. Pero se sorprendió mucho más al reconocer que aquella risa era de su sobrino, y al encontrarse en una habitación clara, seca y luminosa, con el Espíritu sonriendo a su lado y mirando a su propio sobrino con aprobadora afabilidad. –¡Ja, ja! –rió el sobrino de Scrooge–. ¡Ja, ja, ja! Si por una inverosímil probabilidad sucediera que conocieseis un hombre de risa más sana que et sobrino de Scrooge, me agradaría mucho conocerle. Presentadme a él y cultivaré su amistad. Es cosa admirable, demostradora del exacto mecanismo de las cosas, que así como hay contagio en la enfermedad y en la tristeza, no hay nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor. Cuando el sobrino de Scrooge se echó a reír de esta manera, sujetándose las caderas, dando vueltas a la cabeza y haciendo muecas, con las más extravagantes contorsiones, la sobrina de Scrooge, sobrina política, se echó a reír tan cordialmente como él. Y los amigos que se hallaban con ellos también rieron ruidosamente. –¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja! –¡Dijo que la Navidad era una patraña, como tengo que morirme! –gritó el sobrino de Scrooge–. ¡Y lo creía! –¡Qué vergüenza para él! –dijo la sobrina de Scrooge, indignada. Era muy linda, extraordinariamente linda, de cara agradable y cándida, de sazonada boquita, que parecía hecha para ser besada, como lo era, sin duda; con toda clase de hermosos hoyuelos en la barbilla, que se mezclaban unos con otros cuando se reía, y con los dos ojos más esplendorosos que jamás habéis visto en una cabecita humana. Era enteramente lo que habrían llamado provocativa, pero intachable. ¡Oh, perfectamente intachable! –Es un individuo cómico –dijo el sobrino de Scrooge–; eso es verdad, y no tan agradable como debiera ser. Sin embargo, sus defectos llevan el castigo de ellos mismos, y yo no tengo nada que decir contra él. –Sé que es muy rico, Fred –insinuó la sobrina de Scrooge–. Al menos siempre me has dicho que lo era. docsity.com –¿Y qué, amada mía? –dijo el sobrino–. Su riqueza es inútil para él. No hace nada bueno con ella. No se procura comodidades con ella. No ha tenido la satisfacción de pensar –¡ja, ja, ja!– que va a beneficiarnos con ella. –Me falta la paciencia con él –indicó la sobrina de Scrooge. Las hermanas de la sobrina de Scrooge y todas las demás señoras expresaron la misma opinión. –¡Oh! –dijo el sobrino de Scrooge–. Yo lo siento por él. No puedo irritarme contra él aunque quiera. ¿Quién sufre con sus genialidades? Siempre él. Se le ha metido en la cabeza no complacernos y no quiere venir a comer con nosotros. ¿Cuál es la consecuencia? Es verdad que perder una mala comida no es perder mucho. –Pues yo creo que ha perdido una buena comida –interrumpió la sobrina de Scrooge. Todos los demás dijeron lo mismo, y se les debía considerar como jueces competentes, porque en aquel momento acababan de comerla; los postres estaban ya sobre la mesa, y todos habíanse reunido alrededor de la lumbre. –¿Bueno! Me alegra mucho oírlo –dijo el sobrino de Scrooge–, porque no tengo mucha confianza en estas jóvenes amas de casa. ¿Qué opinas, Topper? Topper tenía francamente fijos los ojos en una de las hermanas de la sobrina de Scrooge, y contestó que un soltero era un infeliz paria que no tenía derecho a emitir su opinión respecto del asunto; y enseguida la hermana de la sobrina de Scrooge –la regordeta, con el camisolín de encaje, no la de las rosas– se ruborizó. –Continúa, Fred –dijo la sobrina de Scrooge, palmoteando–. Ese nunca termina lo que empieza a decir. ¡Es un muchacho ridículo! El sobrino de Scrooge soltó otra carcajada, y como era imposible evitar el contagio, aunque la hermana regordeta trató con dificultad de hacerlo, oliendo vinagre aromático, el ejemplo de él fue seguido unánimemente. –Solamente iba a decir –continuó el sobrino de Scrooge– que la consecuencia de disgustarse con nosotros y no divertirse con nosotros es, según creo, que pierde algunos momentos agradables que no le habrían perjudicado. Estoy seguro de que pierde más agradables compañeros que los que puede encontrar en sus propios pensamientos, en su viejísimo despacho o en sus polvorientas habitaciones. Me propongo darle igual ocasión todos los años, le agrade o no le agrade, porque le compadezco. Que se burle de la Navidad hasta que se muera; pero no puede menos de pensar mejor de ella, le desafío, si se encuentra conmigo de buen humor, año tras año, diciéndole: “Tío Scrooge, ¿cómo estáis?” Si sólo eso le hace dejar a su pobre dependiente cincuenta libras, ya es algo; y creo que ayer le conmoví. Al oír que había conmovido a Scrooge, rieron los demás. Pero como Fred tenía corazón sencillo y no se preocupaba mucho del motivo de la risa con tal de ver alegres a los demás, el sobrino de Scrooge les animó a divertirse, haciendo circular la botella alegremente. Después del té hubo un poco de música, pues formaban una familia de músicos, y os aseguro que eran entendidos especialmente Topper, que hizo sonar el bajo como los buenos, sin que se le hincharan las venas de la frente ni se le pusiera roja la cara. La sobrina de Scrooge tocó bien el arpa, y entre otras piezas tocó un aria sencilla (una nonada; aprenderíais a tararearla en dos minutos), que había sido la canción favorita de la niña, que sacó Scrooge de la escuela, como recordó el Espectro de la Navidad Pasada. Cuando sonó aquella música, todas las cosas que el Espectro habíale mostrado se agolparon a la imaginación de Scrooge; se enterneció docsity.com –Mi vida sobre este globo es muy corta –replicó el Espectro–. Esta noche termina. –¡Esta noche! –gritó Scrooge. –Esta noche, a las doce. ¡Escuchad! La hora se acerca. En aquel momento las campanas daban las once y tres cuartos. –Perdonadme sí soy indiscreto al hacer tal pregunta –dijo Scrooge mirando atentamente la túnica del Espíritu–, pero veo algo extraño, que no os pertenece saliendo por debajo de vuestro vestido. ¿Es un pie o una garra? –Pudiera ser una garra a juzgar por la carne que hay encima –contestó con tristeza el Espíritu–. ¡Mirad! De los pliegues de su túnica hizo salir dos niños miserables, abyectos, espantosos, horribles, repugnantes que cayeron de rodillas a sus pies y se agarraron a su vestidura. –¡Oh, hombre! ¡Mira, mira, mira a tus pies! exclamó el Espectro. Eran un niño y una niña, amarillos flacos, cubiertos de harapos ceñudos, feroces, pero postrados, sin embargo, en su abyeccíón. Cuando una graciosa juventud habría debido llenar sus mejillas y extender sobre su tez los más frescos colores, una mano marchita y desecada, como la del tiempo, las había arrugado, enflaquecido y decolorado. Donde los ángeles habrían debido reinar, los demonios se ocultaban para lanzar miradas amenazadoras. Ningún cambio, ninguna degradación, ninguna perversión de la humanidad, en ningún grado, a través de todos los misterios de la admirable creación, ha producido, ni con mucho, monstruos tan horribles y. espantosos. Scrooge retrocedió, pálido de terror. Teniendo en cuenta quien se los mostraba, intentó decir que eran niños hermosos; pero las palabras se detuvieron en su garganta antes que contribuir a una mentira de tan enorme magnitud. –Espíritu, ¿son hijos vuestros? –Scrooge no pudo decir más. –Son los hijos de los hombres –contestó el Espíritu, mirándolos–. Y se acogen a mí para reclamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Miseria. Guardaos de ambos y de toda su descendencia. pero sobre todo del niño, pues en su frente veo escrita la sentencia, hasta que lo escrito sea borrado. ¡Niégalo! –gritó el Espíritu, extendiendo una mano hacia la ciudad–. ¡Calumnia a los que te lo dicen! Eso favorecerá tus designios abominables. ¡Pero el fin llegará! –¿No tienen ningún refugio ni recurso? –exclamó Scrooge. –¿No hay cárceles? –dijo el Espíritu, devolviéndole por última vez sus propias palabras–. ¿No hay casas de corrección? La campana dio las doce. Scrooge miró a su alrededor en busca del Espectro, y ya no le vio. Cuando la última campanada dejó de vibrar, recordó la predicción del viejo Jacob Marley, y, alzando los ojos, vio un fantasma de aspecto solemne, vestido con una túnica con capucha y que iba hacia él deslizándose sobre la tierra como se desliza la bruma. docsity.com
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