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Caso Katharina- S Freud, Guías, Proyectos, Investigaciones de Psicoanálisis

Caso Katharina, psicoanálisis, S. Freud

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2023/2024

Subido el 28/04/2024

abigail-laqui
abigail-laqui 🇵🇪

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¡Descarga Caso Katharina- S Freud y más Guías, Proyectos, Investigaciones en PDF de Psicoanálisis solo en Docsity! 4. Katharina. (Freud) En las vacaciones de 189. . . hice una excursión a los Hohe Tauern ^ como para olvidar por un tiempo la medicina y, en particular, las neurosis. Casi lo había logrado, cuando cierto día me desvié de la ruta principal para ascender a un retirado monte, famoso por el paisaje que ofrecía y por su bien aten­ dido refugio. Llegué, pues, a la cima tras dura ascensión y, ya recuperado y descansado, quedé absorto en la contempla­ ción de arrobadoras vistas, tan olvidado de mí que a punto estuve de no darme por aludido cuando escuché esta pre­ gunta: «¿El señor es un doctor?». Pero la pregunta se dirigía a mí, y provenía de una muchacha de unos dieciocho años que me había servido en el almuerzo con gesto bastante fasti­ diado y a quien la posadera llamó por el nombre de «Katha­ rina». Por su vestido y su porte no podía ser una doméstica, sino que debía de ser hija o parienta de la posadera. Ya vuelto en mí, le respondí: «Sí, soy un doctor. ¿Cómo lo sabe?». «El señor se ha inscrito en el libro de viajeros, y yo me dije que si el señor doctor tuviera ahora un poquitito de tiempo. . . Es que estoy enferma de los nervios y ya una vez estuve en casa de un doctor en L.; es cierto que él algo me ha dado, pero todavía no estoy buena». Heme ahí de nuevo con las neurosis, pues de otra cosa no podía tratarse en esta muchacha grande y vigorosa, de gesto apesadumbrado. Me interesó que las neurosis se hu­ bieran propagado a más de 2.000 metros de altura, y seguí interrogando. Reproduzco en lo que sigue la conversación cjue hubo entre nosotros tal como se ha grabado en mi memoria, y le dejo a la paciente su dialecto. «¿Y de qué sufre usted?». «Me falta el aire; no siempre, pero muchas veces me agarra que creo que me ahogaré». A primera vista no suena esto neurótico, pero se me hacía 1 [Una de las más altas cadenas montañosas de los Alpes orien­ tales.] 141 probable que fuera sólo una designación sustitutiva para un ataque de angustia. Del complejo de sensación de la angus­ tia resalta de manera indebida un solo factor, el angosta- miento para respirar. «Tome usted asiento. Descríbame cómo es ese estado de "falta de aire"». «Se abate de pronto sobre mí. Primero me hace como una opresión sobre los ojos, la cabeza se pone pesada y me zumba, cosa de no aguantar, y me mareo tanto que creo que me voy a caer, y después se me oprime el pecho cjue pierdo el aliento». «¿Y no siente nada en la garganta?». «Se me aprieta la garganta como si me fuera a ahogar». «¿Y en la cabeza no le sucede nada más?». «Martilla y martilla hasta estallar». «Bien; ¿y no siente usted miedo mientras tanto?». «Siempre creo que me voy a morir; yo de ordinario soy corajuda, ando sola por todas partes, por el silo y todo el monte abajo; pero cuando es un día de esos en ĉ uc tengo aquello no me atrevo a ir a ninguna parte; siempre creo que alguien está detrás y me agarrará de repente». Era realmente un ataque de angustia, y por cierto que in­ troducido por los signos del aura histérica; o, mejor dicho, era un ataque histérico cjue tenía por contenido la angustia. ¿No habría algún otro contenido? «¿Piensa usted siempre lo mismo, o ve algo frente a sí cuando tiene el ataque?». «Sí, siempre veo un rostro horripilante; me mira tan es­ pantosamente; yo le tengo miedo». Ahí se ofrecía, quizás, un camino para avanzar con rapidez hasta el núcleo de la cuestión. «¿Reconoce usted ese rostro? Creo que será un rostro cjue usted ha visto realmente alguna vez». «No». «¿Sabe usted de dónde provienen sus ataques?». «No». «¿Cuándo los tuvo por primera vez?». «La primera vez fue hace dos años, cuando aún estaba con mi tía en el otro monte. Antes tuvo ahí el albergue; ahora estamos aquí desde hace un año y medio, pero eso me sigue viniendo». ¿Debía emprender aquí un intento de análisis? Por cierto que no me atrevía a trasplantar la hipnosis a esa altitud, pero quizá lo consiguiera en una simple plática. Debía arriesgar­ me. Harto a menudo había discernido la angustia en mucha­ chas jóvenes como una consecuencia del horror que invade 142 alfabeto, vómito significa asco. Le dije entonces: «Si usted tres días después vomitó, creo que en ese momento, cuando miró dentro del dormitorio, usted sintió asco». «Sí, asqueada tengo que haber estado», dice pensativa. «Pero, ¿de qué?». «¿Quizá vio algún desnudo? ¿Cómo estaban las dos per­ sonas en el dormitorio?». «Estaba demasiado oscuro para ver algo, y los dos estaban con ropa puesta. ¡Ah, si supiera qué me dio asco en ese momento!». Tampoco yo lo sabía, Pero la exhorté a seguir contando lo que se le ocurriera, con la expectativa cierta de que fuese justamente lo que me hacía falta para esclarecer el caso. Informa entonces que por fin comunicó a su tía, quien la hallaba cambiada y sospechaba algún secreto, lo que ha­ bía descubierto; siguieron escenas muy afligentes entre tío y tía; los niños escucharon cosas que les abrieron los ojos sobre muchos puntos, y que mejor no hubieran escuchado; hasta que la tía se decidió a tomar a su cargo esta otra posada, con sus hijos y sobrina, y dejar solo al tío con Franziska, que entretanto había quedado embarazada. Pero luego, para mi asombro, ella abandona este hilo y empieza a contar dos se­ ries de historias más antiguas, que se remontaban de dos a tres años atrás del momento traumático. La primera serie contiene ocasiones en que ese mismo tío la asediaba sexual- mente a ella, cuando sólo tenía catorce años. Cómo cierta vez hace con el una excursión al valle, y allí pernocta en la posada. El se quedó bebiendo y jugando a las cartas en el salón, a ella le vino sueño y se fue temprano a la habitación que les habían asignado a ambos. No dormía muy profun­ damente cuando él subió [btnaiifkommeu]; después se vol­ vió a dormir, y de repente se despertó y «sintió su cuerpo» en la cama. Se levantó de un salto y le hizo reproches: «¿Qué haces, tío? ¿Por qué no te quedas en tu cama?». El intentó engatusarla: «Anda, muchacha tonta, quédate quieta; tú no sabes qué bueno es eso». — «No me gusta lo bueno de usted, ni siquiera dormir la dejan a una». Permaneció de pie junto a la puerta, lista para escapar al pasillo, hasta que él desistió •y se durmió a su vez. Entonces ella se metió en la cama y durmió hasta la mañana. Por la modalidad de defensa de que ella informa, parece desprenderse que no discernió cla­ ramente el ataque como sexual; preguntada si sabía qué que­ ría hacer él con ella, respondió: «En ese tiempo no»; sólo mucho después se le volvió claro. Refiere que se resistió porque Ic resultaba desagradable que la molestaran cuando dormía y «porque eso no se hace». 145 Me he visto precisado a informar en detalle sobre este episodio porque posee gran significatividad para entender todo lo que siguió. — Luego cuenta otras vivencias de un tiempo algo posterior, cómo otra vez tuvo que defenderse de él en una posada, cuando estaba totalmente bebido, etc. A mi pregunta sobre si en esas ocasiones sintió algo seme­ jante a la posterior falta de aire, responde con precisión que todas las veces tuvo la presión sobre los ojos y sobre el pecho, pero ni con mucho tan intensa como en la escena del descubrimiento. Inmediatamente después de concluida esta serie de re­ cuerdos empieza a referir una segunda, en la que se trata de oportunidades en que algo le llamó la atención entre su tío y Franziska. Cómo una vez toda la familia pasó la noche ves­ tida en un pajar y ella de pronto se despertó a causa de un ruido; creyó notar que su tío, que yacía entre ella y Fran- ziska, se movía de sitio y Franziska se estaba acostando. Cómo otra vez pernoctaron en una posada de la aldea N., ella y su tío en una habitación, Franziska en otra contigua. A la noche se despertó de repente y vio una figura larga y blanca junto a la puerta, en tren de bajar el picaporte: «¡Cielos, tío! ¿Es usted? ¿Qué hace en la puerta?». — «Quédate tranquila, sólo buscaba algo». — «Es que se sale por la otra puerta». — «Me he equivocado», etc. Le pregunto si en esa época malició algo. «No, no se me pasó nada por la cabeza; es cierto que siempre me sorpren­ día, pero no ataba cabos». — Le pregunto también si en esas oportunidades le vino la angustia. Cree que sí, pero esta vez no está tan segura de ello. Después que ha terminado estas dos series de relatos toma respiro. Está como trasfigurada; el rostro con expre­ sión de fastidio y pesadumbre se había animado; tiene los ojos brillantes, está aliviada y renovada. A mí, entretanto, se me abrió el entendimiento de su caso; lo último que me acaba de referir, en apariencia sin plan alguno, explica exce­ lentemente su comportamiento en la escena del descubri­ miento. Llevaba dentro de sí dos series de vivencias que ella recordaba, pero no entendía ni valorizaba en conclusión nin­ guna; a la vista de la pareja copulando se estableció al ins­ tante la conexión de la impresión nueva con esas dos series de reminiscencias; empezó a comprender y, al mismo tiempo, a defenderse. Luego siguió un breve período de acabado, de «incubación» [cf. pág. 149], y se instalaron los sínto­ mas de la conversión, el vómito como sustituto del asco moral y psíquico. Con ello quedaba solucionado el enigma; no le dio asco la visión de aquellos dos, sino un recuerdo que 146 esa visión le evocó, y, bien ponderadas todas las cosas, sólo podía ser el recuerdo del asalto nocturno, cuando ella «sintió el cuerpo del tío». Le dije, pues, tras terminar ella su confesión: «Ahora ya sé lo que se le pasó por la cabeza cuando miró dentro del dormitorio. Usted ha pensado: "Ahora hace con ella lo que aquella noche, y las otras veces, quería hacer conmigo". Eso le dio asco porque usted se acordó de la sensación que tuvo cuando a la noche se despertó y sintió su cuerpo». Ella responde: «Muy bien puede ser que eso me diera asco y se me pasara eso por la cabeza». «Ahora dígame con exactitud; ya es una muchacha cre­ cida, y lo sabe todo». «Ahora sí, claro está». «Dígame entonces con exactitud: ¿qué fue lo que sintió de su cuerpo aquella noche?». Pero ella no da una respuesta precisa; sonríe turbada y como convicta y confesa, como uno que debe admitir que ahora se ha llegado {kommeti} a la raíz de las cosas, sobre la cual ya no cabe decir mucho más. Puedo imaginarme cuál fue la sensación táctil que más tarde aprendió a interpretar; su gesto paréceme decir que presupone que yo me imagino lo correcto, pero ya no puedo seguir ahondando en ella; sólo me resta agradecerle que resulte tanto más fácil hablar con ella que con las mojigatas damas de mi práctica urbana, para quienes todas las cosas naturales son obscenas. Con esto estaría aclarado el caso; pero, un momento: ¿de dónde proviene la alucinación de la cabeza que le provoca pavor y es recurrente en el ataque? Ahora se lo pregunto. Como si en esta plática se hubiera ensanchado su entendi­ miento, responde enseguida: «Sí, ahora lo sé: la cabeza es la de mi tío, ahora la reconozco; pero no de aquel tiempo. Más tarde, después que se desataron todas las querellas, mi tío concibió una absurda furia contra mí; siempre ha dicho que soy la culpable de todo; si no hubiera soplado, nunca se hubiera llegado {kommen] a la separación; siempre me ha amenazado con hacerme algo; cuando me vio a lo lejos, su rostro se desfiguró por la furia y se abalanzó sobi-e mí con la mano levantada. Siempre me he escapado de él, y siempre con la mayor angustia de que me atrapara de im­ proviso en algún lado. El rostro que yo ahora veo siempre es su rostro cuando estaba furioso». Esta noticia me hace acordar de que el primer síntoma de la histeria, el vómito, ha pasado ya; el ataque de angus­ tia permaneció y se llenó con el nuevo contenido. Según eso, se trata de una histeria ya abreaccionada en gran parte. Es 147
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