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Celestina resumen de cada acto, Apuntes de Lengua y Literatura

Resumen de cada acto de la celestina, muy resumido

Tipo: Apuntes

2020/2021
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Subido el 31/03/2021

emily-gamba
emily-gamba 🇪🇸

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¡Descarga Celestina resumen de cada acto y más Apuntes en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! Manuel Herruzo García Página 1 La línea argumental de LA CELESTINA Acto I La obra comienza con el joven Calisto confesándole apasionadamente su amor a la doncella Melibea, quien lo rechaza tajantemente porque el “ilícito” amor es contrario a su concepto de la virtud. Hundido, se dirige a su casa, donde se encierra en la oscuridad de su cámara. Allí se desahoga y maltrata de palabra a su criado Sempronio. El sirviente, que detesta a su amo tanto como es desdeñado por aquel, deduce el motivo de la depresión y la ira de Calisto. El diálogo deriva hacia el amor y la mujer, la cual, según Sempronio, no sólo es de inferior condición al hombre, sino también despreciable. El caballero manifiesta la obsesión que sufre por Melibea, llegando a blasfemar contra su religión cristiana porque la considera como su dios, al tiempo que el criado se muestra escéptico con la idea del amor y frío ante el ardor de Calisto. Finalmente, Sempronio, pensando en su propio beneficio, le propone que para conquistar a Melibea basta servirse del buen oficio de una vieja alcahueta y hechicera llamada Celestina, a quien conoce muy bien porque acoge en su casa a su amante Elicia. Entusiasmado por la solución, Calisto le regala por anticipado un jubón de brocado mientras lo urge a que venga cuanto antes con Celestina. Cuando el criado llega a casa de la vieja, Elicia está complaciendo a un cliente, Crito, a quien rápidamente esconde en la camarilla de las escobas con la complicidad de Celestina, que entretiene a Sempronio. Sin mayores preámbulos, éste le transmite a Celestina la necesidad de que lo acompañe. Ambos parten aprisa hacia la casa del caballero. Durante el camino acuerdan compartir las ganancias que el negocio les proporcione. Llaman a la puerta y va a abrirles Pármeno, otro criado de Calisto. Antes de hacerlo, reconoce a Celestina, a quien sirvió de niño, recomendado por Claudina, su madre. Y entonces le previene a su amo, muy por extenso, de las malas artes de la puta vieja alcoholada. Calisto hace oídos sordos. Nada le importa si todo sale bien, es decir, si Celestina logra rendir la resistencia de Melibea. Calisto recibe a la alcahueta llenándola de alabanzas y besando el suelo que pisa. Pero Celestina no quiere gestos ni palabras, sino que le pague por sus servicios, tal como declara en un aparte con Sempronio, que Calisto logra oír. Y Calisto y Sempronio suben por el dinero a otro aposento. Entretanto la vieja utiliza todo su arte de la seducción para ir socavando, en un largo intercambio dialéctico, la sólida voluntad de Pármeno, a quien reconoció cuando éste le recordó el mes que estuvo con ella. Vuelven amo y criado, y Sempronio comprueba que Pármeno puede llegar a estar de su parte. La promesa de Celestina de facilitarle la relación con Areúsa, prima de Elicia, hizo temblar su firmeza. Finalmente, Calisto le entrega a Celestina un magnífico adelanto: cien monedas de oro. Acto II “Hermanos míos, cien monedas di a la madre. ¿Hice bien?” pregunta Calisto a sus criados, esperando una respuesta que refuerce su convencimiento de que ha acertado al confiar la conquista de Melibea a Celestina, maestra alcahueta y hechicera, tan valorada por ambos sirvientes desde dos perspectivas contrarias: elogiándola Sempronio y denigrándola Pármeno. Manuel Herruzo García Página 2 Sempronio, hipócrita, se adelanta afirmando que tal generosidad ha aumentado su honra, en donde radica la virtud de un caballero. Calisto le manda que alcance y acompañe en su vuelta a casa a la vieja en tanto que la apremia. Aquel le responde con cinismo que teme dejarlo solo por el sufrimiento que padece. El señor le responde que el dolor, que paradójicamente conlleva el gozo del amante, forma parte de su amor. Y que Pármeno se quedará con él. Pármeno mantiene la primera actitud del Acto anterior. Le manifiesta a su señor que mejor sería emplear su magnanimidad en regalos a Melibea que quedar cautivo de los manejos de alguien tan peligroso como Celestina. Pero éste y todos los argumentos de Pármeno producen en Calisto el efecto contrario, pues reprende a su criado por su oposición a la alcahueta. Y pide que le ensillen un caballo, pues va a salir. Pármeno, vencido, permanece solo mascullando: “¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte cabrá, pues dicen: a río revuelto, ganancia de pescadores!” Acto III Sempronio alcanza a Celestina, que anda muy despacio hacia su casa. El criado, displicente, le comunica la desazón de su amo y la vieja le responde que una solución oportunamente retrasada favorece sus propósitos de sacarle el mejor partido al negocio. Sempronio le pregunta por su compañero y Celestina le contesta que, para que Pármeno no menospreciase su oficio, ella le recordó su íntima amistad con su madre Claudina, comadre suya y compañera de fatigas hasta su repentina muerte. Por último, le tienta con la dificultad de la conquista de Melibea y la alcahueta le replica orgullosa de su larga experiencia. Llegan a su morada, donde se encuentra Elicia, la cual se sorprende por la segunda visita de Sempronio en el mismo día. Pero Celestina no está para juegos entre amantes. Inmediatamente le ordena a su protegida que suba al desván de la solana y traiga todos los instrumentos mágicos para proceder al conjuro de Plutón, el dios de los infiernos. Y luego, tras retirarse Sempronio y Elicia al piso de arriba, ella, en una atmósfera sobrecogedora, toma un papel escrito con sangre de murciélago e invoca amenazadoramente al diablo para que se una al aceite serpentino con que unta el hilado blanco que tiene pensado vender a Melibea y de esta forma la hechicera le conmina a que: “en ello te envuelvas y con ello estés sin partirte un momento, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que tenga, lo compre y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se lo abras y lastimes de crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje”. Manuel Herruzo García Página 5 Areúsa ya estaba acostada, pues se encontraba mal, con dolor en la matriz. Celestina, estimulada por la hermosura de la muchacha de quince años, se mete en la cama con ella deseosa de tocarla. Alabando su cuerpo, afirma que sería pecado no dejar que gocen de él. Y que el daño que siente se quita aspirando el olor de unas hierbas y otras medicinas que le recomienda, amén de como ella se puede imaginar. Pero el amigo de Areúsa acaba de marcharse con su capitán a la guerra. Entonces la vieja le propone a Pármeno, un muchacho primerizo compañero de Sempronio que espera fuera. Sempronio, Pármeno, Elicia y ella formarían unas dobles parejas que se llevarían de maravilla: “vosotras parientas, ellos compañeros; mira cómo viene mejor medido que lo que queremos”. La joven acepta después de que Celestinas haya disipado todos sus temores e inconvenientes: la fidelidad debida a su novio, el qué dirán de sus vecinas… Pármeno sube y, tímido, se queda en un rincón de la cámara. Areúsa interpreta ante él el papel de vergonzosa. El joven se muere de ganas y la vieja aprovecha para que le prometa que será cómplice del negocio de su señor. A continuación, la alcahueta rompe el hielo y los jóvenes comienzan a retozar entre el envidioso castañear de dientes de la vieja, que después de un cierto tiempo los deja solos. Elicia llevaba un buen rato aguardándola. Le comunica que el padre de la desposada que le adelantó la manilla de oro ha vuelto porque quiere que le remedie pronto el virgo a su hija. La vieja le reprocha que por qué no lo ha hecho ella. Pero a Elicia, aunque sabe, no le gusta hacerlo, despreocupada por ir practicando un oficio con el que puede ganarse la vida el día de mañana, tal como le reprocha “su madre”. Se van a dormir. Acto VIII Pármeno sale exultante de casa de Areúsa, después de haber pasado la noche con ella. Está dispuesto a contentar a Celestina, arrepentido de su pasada actitud, y a iniciar una relación diferente con Sempronio, en la que prevalezca una interesada y mutua confianza. Pero éste lo recibe con palabras burlonas, pues no se fía de sus estrenadas intenciones. Se ríe de sus nuevos sentimientos, tan parecidos a los de Calisto y a los que él tuvo hace tiempo por Elicia. Bien le agradan sus palabras, pero espera a las obras para creerlas. Pármeno lo invita a comer en casa de Celestina, junto a la vieja y a sus amantes, Elicia y Areúsa. Sempronio acepta encantado y olvida todos sus anteriores recelos. Aunque ya es muy de mañana, Calisto permanece en su cámara, tendido en el estrado, al lado de la cama, desvariando. De vez en cuando, entona, mejor desentona, lastimeras canciones cual mal aprendiz de trovador. Pármeno hace recuento de las viandas que va a sustraer de la despensa de su señor para la comida de las doce del mediodía en casa de Celestina: pan blanco, pernil de tocino, tórtolas, seis pares de pollos junto con vino de Murviedro. Calisto, que no ha dormido en toda la noche, despierta de sus ensoñaciones y los llama. Les pide su ropa pues va a ir a la Magdalena a oír misa y rogar para que Celestina consiga su propósito. Acto IX “Baja, Pármeno, nuestras capas y espadas, si te parece, que es hora de que vayamos a comer”, le mete prisa Sempronio. “Vamos presto. Ya creo que se quejarán de nuestra tardanza”, le responde Pármeno. Alrededor de la mesa se sentó cada uno al lado de su amante, mientras que Celestina puso junto a sí al jarro de vino, su fiel compañero en la vejez, al que dedica entonces un alegre ditirambo como dipsomaníaca que es. En el transcurso de la conversación, Sempronio menciona el amor de su perdido Manuel Herruzo García Página 6 señor Calisto hacia Melibea, a la que califica como “graciosa y gentil”. Elicia, ya muy molesta por la tardanza de los dos jóvenes, se irrita sobremanera con Sempronio, abandona la mesa y lanza contra Melibea un durísimo ataque, al que se suma Areúsa, en el que ridiculizan su supuesta belleza, hecha a base de ricos atavíos y afeites repulsivos según ellas, de la que sobresalen dos tetas como dos grandes calabazas. Celestina lograr templar la situación y ayudada por Areúsa consigue que Elicia regrese a la mesa. La vieja termina por animar a las dos parejas a que disfruten del sexo, y así ella gozará viéndolos. Llaman a la puerta. Es Lucrecia, la sirvienta de Melibea y prima de Elicia. “El solaz es derramado”, exclama ésta con fastidio. Areúsa, aprovechando la ocasión, lanza una feroz diatriba contra las sirvientas. Ella ha preferido vivir libre en su pequeña casa, que no cautiva y sojuzgada en los ricos palacios de las señoras. Lucrecia, apremiada por su ama, viene a por Celestina, a quien le pide que le devuelva el cordón a Melibea y la acompañe a su casa para socorrer a la doncella, a quien ha dejado enferma, con desmayos y dolor de corazón. Acto X Melibea arde en deseos de Calisto. Ansiosa por que vuelva su sirvienta con Celestina, lucha consigo misma, en un monólogo, por descubrirle o no a la vieja la pasión que ahora siente por el joven. Llegan Celestina y Lucrecia a casa de la doncella. “Madre mía, que me comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo”, llega a exclamar Melibea. El conjuro ha surtido efecto. La vieja, poco a poco, consigue que le revele la causa del dolor que siente. Es el dulce amor, acaba por aclararle Celestina. “Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte”, concluye la hechicera con esta larga serie de oxímoros. Y el mal se cura con Calisto. Melibea.- ¡Oh mi madre y mi señora, haz de manera cómo luego le pueda ver, si mi vida quieres! Celestina.- Ver y hablar. Melibea.- ¿Hablar? Es imposible. Celestina.- Ninguna cosa a los hombres que quieren hacerla es imposible. Melibea.- Dime cómo. Celestina.- Yo lo tengo pensado. Yo te lo diré: por entre las puertas de tu casa. Melibea.- ¿Cuándo? Celestina.- Esta noche. Melibea.- Gloriosa me serás, si lo ordenas. Di a qué hora. Celestina.- A las doce. Melibea.- Pues ve, mi señora, mi leal amiga, y habla con aquel señor. Y que venga muy paso, y de allí se dará concierto, según su voluntad a la hora que has ordenado. Aparece de pronto la madre de Melibea, Alisa. Le pregunta a Celestina qué hace allí de nuevo. “Le traje un poco de hilado, que faltó ayer”, le contesta. Cuando se ha ido la vieja, vuelve a preguntarle a su hija la razón de la presencia de Celestina. “Necesitaba un poquito de solimán”, miente Melibea, contradiciendo a la vieja, pues antes no se habían podido poner de acuerdo. “No la recibas con placer, halle en ti honestidad y jamás volverá”, le avisa su madre. Manuel Herruzo García Página 7 Acto XI Celestina, triunfante de vuelta a casa, ve a lo lejos a Sempronio y Pármeno por la calle del Arcediano hacia la iglesia de la Magdalena, donde Calisto se encuentra orando por el buen fin de la seducción de Melibea. Pero no puede alcanzarlos. Dentro del templo, Sempronio le sugiere a su amo que su estancia prolongada en aquel lugar y su extrema devoción pueden extrañar y dar que hablar a todo el mundo. Que sufra su pasión en casa y deje el asunto en las buenas manos de Celestina. Entonces se presenta la vieja, que le pide al caballero que salgan de la iglesia y que de camino a casa le contará las muchas buenas palabras de la doncella. Le anuncia que deja a Melibea a su servicio. Calisto no sale de su asombro y de su alegría. Se quita del cuello su cadena de oro y se la da a Celestina como pago de su trabajo, en lugar del manto y la saya prometidos. En voz baja, Pármeno habla entusiasmado con Sempronio del valor de la tercera parte que le corresponde de la cadena. La vieja le confirma a Calisto que Melibea es suya. La cita es esta noche a las doce en casa de Melibea, para hablar por entre las rendijas de las puertas. Los dos criados sospechan de algún engaño y tienen miedo, pero Calisto se muestra totalmente confiado. La vieja se retira a su casa y el caballero se va a reposar un rato para encontrarse más fresco en la medianoche. Celestina llega muy tarde a su morada. Elicia le reprende por andar por la calle a esas horas: puede tropezar, caerse y lesionarse gravemente. Han pasado cuatro horas desde que salió para visitar a Melibea. Ambas cenan y se van a dormir. Acto XII Calisto está impaciente por que llegue el momento de reunirse con Melibea. Sus sirvientes siguen cavilando que pueden sufrir una emboscada. El caballero empieza a prepararse a las once de la noche. Se coloca sus corazas ayudado por Pármeno. Ambos criados cogen sus armas. Es noche cerrada. Parten en completa oscuridad hacia la casa de Melibea, dando un rodeo para mayor seguridad. Pármeno no se atreve a acercarse a las puertas de casa de Melibea, tal como le indica Calisto. Es el caballero quien lo hace. Los dos criados sólo piensan en huir al primer ruido sospechoso. Al otro lado se arrima Lucrecia. Calisto.- Ese bullicio más de una persona lo hace. Quiero hablar, sea quien fuere. ¡Ce, señora mía! Lucrecia.- La voz de Calisto es esta. Quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera? Calisto.- Aquel que viene a cumplir tu mandado. Lucrecia.- ¿Por qué no llegas señora? Llega sin temor acá, que aquel caballero está aquí. Melibea.- ¡Loca, habla paso! Mira bien si es él. Lucrecia.- Allégate, señora, que sí es, que yo le conozco en la voz. Calisto.- Cierto soy burlado; no era Melibea la que me habló. Bullicio oigo, ¡perdido soy! Pues viva o muera, que no he de ir aquí. Melibea.- Vete, Lucrecia, acostar un poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te mandó ahí venir? Calisto.- Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo no merezco. No tema tu merced de se descubrir a este cautivo de tu gentileza; que el dulce sonido de tu habla, que jamás de mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea. Yo soy tu siervo Calisto. Manuel Herruzo García Página 10 Acto XV Areúsa está abroncando a Centurio, un rufián que sólo sabe sacarle dinero, y al que tres veces lo ha librado de la justicia y hasta cuatro desempeñado en los tableros del juego. El bellaco no le quiere realizar un encargo porque tiene que andar mucho: una legua. El desvergonzado le ha respondido que le mande matar diez hombres por su servicio, antes que caminar tanto a pie. Y se lo dice a ella, a la que debe tantos favores: ropa, armas, caballo y señores a los que servir. Indignada, lo echa de su casa. Al final de la riña, llega a la puerta Elicia, quien va a anunciarle la muerte de Sempronio, Pármeno y Celestina. Los gritos de la bronca la alarman, pero ya Centurio se iba. Areúsa se inquieta por el luto riguroso que lleva Elicia, que, entre lamentos y maldiciones, le anuncia la triple pérdida. Para las dos, Calisto y Melibea son los culpables de todo. Y empiezan a tramar la venganza. Areúsa toma la iniciativa: deben informarse del momento y lugar exactos de las citas. Ya Centurio se encargará de Calisto. Elicia conoce a uno de los criados, Sosia, que ahora acompaña a Calisto a los encuentros con Melibea. Areúsa le pide que le deje a ella sonsacarle toda la información a Sosia. Y le prepare un encuentro. Antes de despedirse, Areúsa le ofrece a su compañera su morada: la soledad es muy dura. Pero Elicia se debe al recuerdo de su auténtica madre Celestina y su mejor homenaje consiste en que aquella casa de la vieja siga siendo el lugar de reunión de siempre. Además, ya tiene pagado el alquiler del año y ella se sentirá mejor rodeada de la gente conocida de toda su vida. Acto XVI Pleberio y Alisa están conversando acerca de la necesidad de que su única hija Melibea contraiga ya matrimonio. No pueden demorar más el proyecto de casarla. La vida se nos escapa de las manos fluyendo como un río, viene a sentenciar Pleberio. Y han de dejar todo preparado, en particular la sucesión de su hacienda en Melibea, antes de que la muerte los sorprenda como ya ha ocurrido con algunos hermanos y familiares. ¿Entonces será Melibea hija, además de única, tardía? Lucrecia está oyendo la conversación detrás de la puerta. Y comenta con sarcasmo para sus adentros que “lo mejor Calisto (se) lo lleva”. Avisa a Melibea para que escuche. Segura de su amor a Calisto -quien sigue acudiendo desde hace un mes a los encuentros nocturnos- rechaza desde su corazón todo matrimonio de conveniencia y afirma, para sí misma, categórica, que sólo es verdadera y auténtica la relación basada en el amor. Alisa, muy ajena a las vivencias de su hija, aún cree en la completa candidez de Melibea. La joven, a punto de explotar, le pide a Lucrecia que interrumpa con cualquier excusa a sus padres. Manuel Herruzo García Página 11 Acto XVII Dispuesta a abandonar su vida de luto y de tristeza, Elicia visita a Areúsa para interesarse por su entrevista con Sosia. La casualidad hace que, al comienzo de la conversación, el criado de Calisto llame a la puerta. Una vez que se esconde Elicia, Areúsa abre y lo recibe con toda su capacidad de seducción para sonsacarle el lugar y la hora de las citas de su señor con Melibea. Le comenta que un conocido le vino diciendo que Sosia le había descubierto los amores de Calisto y Melibea, cómo el caballero la había poseído, cómo iba cada noche acompañándolo y otras muchas cosas. Otros le dijeron que iba dando voces por el camino. Y ella, que lo ama en secreto tanto como quiso a Pármeno, teme que le ocurra algún gran daño. Sosia lo niega todo y para demostrárselo cae en la trampa de informarle del inmediato encuentro. A ver si lo sabe alguien. Ya se vería que no. La próxima cita será esta misma noche a las doce por la puerta de detrás del huerto de Melibea, por la calle del Vicario gordo. Conseguido su propósito, Areúsa lo despide con la excusa de un quehacer urgente. Sosia se va esperanzado de gozar de ella. Enseguida, Areúsa decide que las dos vayan a casa de Centurio, con el falso pretexto de que Elicia los quiere volver a hacer amigos y que, para ello, ésta le rogó que fuesen a verlo. Acto XVIII Siguiendo el plan acordado entre ambas primas, Areúsa entra en casa de Centurio detrás de Elicia cubriéndose la cara. Nada más ver y oír al rufián, pugna por marcharse. El fanfarrón vuelve a alardear de que es capaz por ella de matar a quien sea. Entonces, ella le dice que le perdonará su último desencuentro si esta misma noche las venga de Calisto. Él se excusa aduciendo que ya tenía concertado un trabajo para esa misma hora. Areúsa no lo entiende sino como una escapatoria. Centurio acepta y le ofrece que elija la muerte entre el variopinto repertorio que le enumera, lo que añade una mayor comicidad a la escena y al personaje. La muchacha concluye que lo mate como se le antoje, pero que lo haga. Una vez solo, para salvarse del compromiso, el cobarde rufián piensa en Traso el cojo y dos de sus compañeros. Le encomendará, alegando que él no puede al estar ocupado, que forme un gran escándalo dando un “repiquete de broquel” con sus escudos. Piensa que así huirán Calisto y sus dos sirvientes, y él cumpliría con el encargo. Acto XIX Camino del huerto, en voz baja para no romper el silencio de la oscuridad de la noche, Sosia va muy contento contándole a Tristán su entrevista con Areúsa. El paje, muy avispado, sospecha alguna estratagema de la ramera, relacionada con estos encuentros de Calisto y Melibea. El caballero, distante de la charla, interrumpe el diálogo cuando llegan al muro donde colocan la escalera. Él se quedará en lo alto de la tapia tratando de escuchar las palabras que pueda estar diciendo la doncella. Lucrecia, su sirvienta, está entonando una canción al estilo de las alboradas de la lírica popular. Melibea forma coro con ella. Y luego entona sola. Calisto, muy complacido, se descubre a Melibea. Lucrecia va rápidamente a despojarle de la armadura para abrazarle pasionalmente, ante las protestas de su señora. Y comienza el juego del amor cortés. Melibea protesta por las manos del caballero, que llegan hasta sus prendas íntimas. Él contesta: “señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas”. Por tres veces se unen Calisto y Melibea, o tal vez a la tercera va la vencida, tal como puede interpretarse la frase de una envidiosa Lucrecia cuando contempla la escena: “a tres me parece que va la vencida”. Manuel Herruzo García Página 12 De repente, en la serenidad de la noche, suenan voces. Sosia está enfrentándose a unos rufianes, que salen huyendo. Serán Traso y otros hampones. Inesperadamente, Calisto se levanta para salir en su ayuda y en la de Tristanico. Sin más, sin armarse con la coraza, se despide de Melibea, que intenta retenerlo. Vuelven los rufianes a buscar pelea, pero se escapan ante la acometida de Sosia. Calisto baja atropelladamente por la escalera. Tristán.- (Aparte. Afuera.) Tente, señor; no bajes, que idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor con las manos en la escala. Calisto.- ¡Oh, válgame santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión! Calisto ha perdido pie y cae de cabeza estrellándose contra el suelo. Muere. Los gritos de dolor de Tristán ahogan la noche y estallan, al otro lado del muro, en los oídos de Lucrecia y Melibea. La doncella sufre una enorme conmoción. Quiere escalar el muro. Los sirvientes, Tristán, por los hombros, y Sosia, por los pies, se llevan el cuerpo de su señor. Al otro lado, Melibea se desmaya y casi pierde el sentido. Lucrecia mantiene la calma. Atiende a su señora y con dificultades la conduce hasta su cámara para acostarla. Va a avisar a Pleberio del estado de su hija. Acto XX Pleberio salta de la cama. Seguido por Lucrecia, acude presuroso al aposento de Melibea que, tumbada en su lecho, apenas responde a los requerimientos angustiados de su padre. Pleberio.- (…) Dime qué sientes. Melibea.- ¡Una mortal llaga en medio del corazón, que no me consiente hablar! Pleberio le ruega que se levante y que, para aliviarse de la pena que le acongoja, tome el fresco aire de la ribera. Melibea le pide que suban los tres a la azotea para gozar de la deleitosa vista de los navíos. Allí, le solicita un instrumento que tañer para mitigar su dolor. El padre baja de la azotea. Entonces, Melibea le ruega a Lucrecia que vaya en su busca, porque se le ha olvidado decirle algo que quiere que Pleberio se lo comunique a su madre. Así lo hace. Es el pretexto que necesita para encerrarse y que nadie le impida quitarse la vida. El padre la escucha al pie de la torre. Desde lo alto, Melibea, enloquecida, pronuncia un largo parlamento en el que le cuenta todo lo acontecido con Calisto, ante el estupor de Pleberio. Y salta al vacío ofreciendo su alma a Dios y esperando reencontrarse con su amado. Acto XXI Alisa, que había quedado paralizada por la impresión, corre ahora a abrazarse al cuerpo exánime de su hija. Y Pleberio, entre sollozos, lamentos e imprecaciones, pronuncia un sentidísimo planto en el que repasa los principios y las creencias que fueron los pilares de su existencia. En él, arremete contra el amor, culpa al mundo de todos los males y afirma con rotundidad la inutilidad de todos los hechos que sustentaron su vida, con la visión más amarga y pesimista que pudiera declararse.
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