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Orientación Universidad
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Charles Pierce semiótica, Apuntes de Lingüística

Bibliografía sobre la semiótica de Pierce

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 07/06/2020

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¡Descarga Charles Pierce semiótica y más Apuntes en PDF de Lingüística solo en Docsity! exclusivamente didácticos. MATERIAL BIBLIOGRÁFICO Autora: Wenceslao CASTAÑARES Título: La semiótica de Peirce / Charles Sanders Peirce. Razón e invención del pensamiento pragmatista Anthropos, Nº 212, pp. 132-139 1 Charles Sanders Peirce. Razón e invención del pensamiento pragmatista Anthropos, nº 212, pp. 132-139 La semiótica de Peirce Wenceslao Castañares La cuestión siempre disputada del significado se convirtió tras la revolución lógica y lingüística de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en un galimatías. Así lo constatan C. K. Ogden e I. A. Richards en su famosa obra El significado del significado (1923), declarando que, una vez más, “los filósofos son de poco fiar”. Sin embargo, la cuestión parece empezar a aclararse cuando, en una definición muy poco precisa, el Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas (1953) acertara a encauzar el problema afirmando que, “para una gran clase de casos, (...) el significado de una palabra es su uso en el lenguaje”. Esta pequeña historia resulta bastante ilustrativa del destino de las grandes aportaciones que C. S. Peirce ha hecho a la filosofía y la ciencia del siglo XX. La solución de Wittgenstein ya había sido enunciada y sistemáticamente desarrollada por Peirce mucho antes de la publicación de las Investigaciones Filosóficas. Sin embargo, para que la solución de Peirce fuera verdaderamente conocida no fueron suficientes intentos como los de Ogden y Richards (que incluyen en su obra un breve resumen de la semiótica peirceana), sino que la semiótica empezara a constituirse como un campo autónomo de investigación y que la obra de Peirce, conocida de forma muy fragmentada, empezara a ser leída sistemáticamente. Pero incluso en ese nuevo contexto, la semiótica de Peirce se ha encontrado con no pocas dificultades, derivadas tanto del modo en que entendió los problemas como de su propia idiosincrasia. Como en otros muchos aspectos de su extensa obra, Peirce logró aportar a la semiótica ideas muy originales, pero que al mismo tiempo estaban vinculadas a la tradición. Cuando Peirce se ocupa de los problemas derivados de la acción de los signos, otro gran adelantado a su tiempo, Ferdinand de Saussure, cree encontrarse ante una serie de nuevos problemas que afectan, no ya a la lingüística, que es su campo de interés, sino a otro ámbito mucho más amplio de cuya existencia no tiene constancia y para el que propone un nombre: semiología. Peirce es muy consciente de que ese extenso territorio está en gran medida inexplorado, pero no tiene que inventar ninguna expresión que lo 4 fundamentales de la ontología y la epistemología peircena. Peirce mantiene que hay dos tipos de objetos o, quizá mejor, dos formas de entender el objeto: el objeto dinámico y el objeto inmediato. Introduce así la necesaria distinción entre lo real, entendido como aquello cuya existencia es independiente del pensamiento de cualquier sujeto, y esa misma realidad, ya conocida, pero dependiente de la representación que hacen los sujetos concretos, sometidos como están a las contingencias históricas y personales. Desde nuestro punto de vista, con esta distinción no sólo se acaba con muchos de los problemas que había suscitado la noción de referente sino que debería acabar también con las reticencias de aquellos que creían que al admitir un “objeto” de la representación se admitía una “entidad” de naturaleza no semiótica y, por tanto, se mezclaban los problemas semióticos con los problemas metafísicos y epistemológicos. El objeto inmediato es ya una realidad representada y, en cuanto tal, depende, al menos en parte, de la representación misma. Dado que el signo representa al objeto sólo en algún aspecto, el problema del conocimiento no es algo dado de una vez para siempre, sino que nos remite a un proceso que, como veremos, no tiene unos límites definidos. Este objeto, en cuanto depende de la representación y la interpretación, debe ser ya conocido en algún sentido y, desde luego, no plantea el problema de qué tipo de realidad presupone. Como dice en unos conocidos párrafos, el objeto puede ser “una cosa singular conocida existente, o que se cree que haya existido, o que se espera que exista, o un conjunto de tales cosas, o una cualidad o relación o hechos conocidos”, o “algo de naturaleza general, deseado, requerido, o invariablemente encontrado en ciertas circunstancias generales” (CP 2.232, 1910); en definitiva, “cualquier cosa perceptible, imaginable e, incluso, inimaginable en algún sentido” (CP 2.230, 1910). Es decir, “objeto” tiene para Peirce un sentido más próximo a su origen etimológico (ob-jectum) y al uso que de este término hacen los escolásticos medievales (su querido Duns Escoto entiende objectivum como “el objeto en tanto que pensado”), que al que se ha impuesto a partir de Kant, quien, al concebir al objeto como “lo que no reside en el sujeto”, tiende a situarlo fuera de su relación con él. El que la semiosis sea necesariamente una relación triádica implica que no pueda entenderse el objeto sin el signo ni sin el interpretante, y a éste, sin su relación con los otros dos. Y puesto que la semiosis es fundamentalmente acción, la mejor forma de definir el interpretante es el de efecto de esa acción. Con ser importantes las otras innovaciones que Peirce introduce, es posiblemente ésta la de mayores consecuencias. 5 La primera de ellas tiene que ver con nuestra referencia a Wittgenstein. Lo que el signo significa está en relación con las condiciones de su producción y su interpretación, en definitiva, con el uso comunicativo que de él se hace. Otra consecuencia muy importante es que el efecto producido puede ser de muy variada naturaleza. En términos peirceanos deberíamos decir, de primeridad, de segundidad y de terceridad, pero si utilizamos expresiones más cotidianas podríamos decir de naturaleza emocional, física y lógica. Ninguna de las teorías específicas del signo que conocemos, precisamente porque la mayoría se elaboran en contextos muy rígidamente lógicos, habían tenido en cuenta un hecho de experiencia tan banal como el que los signos producen efectos emocionales, fisiológicos y físicos. Es verdad que las retóricas se construyen sobre la constatación de que, para convencer a alguien, los aspectos emocionales del discurso pueden ser más decisivos que los meramente argumentativos o lógicos, pero lo cierto es que no se acaba de vincular explícitamente estos efectos con la significación. Cuando se habla de significado, en general, se está pensando en un aspecto muy restringido del significar: en el de los nombres sustantivos considerados como partes abstractas de la oración. Pero Peirce establece definitivamente que lo que un signo “significa” no es necesariamente un concepto. De ahí su insistencia en que los interpretantes puedan ser inmediatos o emocionales, dinámicos o realmente existentes y finales o lógicos4. Otra cuestión no menos importante es que el interpretante sea, la mayor parte de las veces, un signo equivalente o quizás más desarrollado que el signo que lo ha producido. Al llamar la atención sobre este aspecto, parece como si Peirce quisiera advertir que la semiosis no es algo que se agote en un acto comunicativo determinado espacio- temporalmente. Los actos comunicativos explícitos, como el que ahora lleva a cabo el lector, no pueden ser concebidos sin otros que le han precedido o sin los que seguramente se producirán a continuación. Semiosis no es sólo la acción de un signo aislado sino la de todos los signos: los que ya han producido efectos y los que seguirán produciéndolos. En este sentido es un proceso indefinido, sin límites, que nos remite hacia atrás en un proceso histórico cuyo inicio ignoramos y cuyo final no podemos prever en sus justos términos. La semiosis real, encarnada, no es otra cosa que la 4 Véase CP 4.536 (1906), 5.475 ss. (c. 1906) o en la carta a Lady Welby de 14 de marzo de 1909. No podemos detenernos en una explicación que para ser más exacta debería ser más amplia. Nos remitimos a las explicaciones que hemos dado en W. Castañares, De la interpretación a la lectura. Madrid, Iberediciones, 1994: 137-138. 6 trasmisión social del sentido que realizamos en los actos reales o posibles de comunicación. Es este el principio que nos permite decir que los actos comunicativos no son concebibles sino como actos de significación y estos como actos comunicativos reales o posibles. De ahí que los principios más generales que nos permiten comprender los actos comunicativos sean los de la semiótica. 2. Semiosis e inferencia La semiosis es, desde el punto de vista social, el flujo comunicativo que pasa de un individuo a otro, de una generación a otra. Es por tanto un fenómeno histórico y cultural. Pero desde el punto de vista del sujeto, es el modo en que se concretan y llevan a término los procesos de pensamiento a través de los cuales se adquiere información del medio y se responde a los retos que el medio plantea. Para Peirce el pensamiento lo constituyen los signos y estos signos no surgen en la mente de forma espontánea, si por tal entendemos una ausencia de vinculación con otra cosa; sino que un signo surge siempre de otro signo. El pensamiento es discurso, es decir, encadenamiento de unos signos con otros siguiendo las “leyes del pensamiento”. Dado que el pensamiento sólo es posible por medio de signos, las leyes del pensamiento son las leyes de los signos. De ahí que, si la lógica es la ciencia que estudia las leyes del pensamiento en su intento de descubrir la verdad, la lógica no sea sino otro nombre de la semiótica. Cuando Peirce define a la lógica como semiótica no está haciendo algo que no se hubiera hecho ya. Para un mediano conocedor de la historia de la filosofía resultará familiar esta identificación. Un autor tan leído como John Locke (Ensayo sobre el entendimiento humano, IV, XXI) establece explícitamente la equiparación entre lógica y semiótica. Ahora bien, esta identificación tiene en Peirce un sentido diferente que en otros autores. Peirce aclara que entiende la lógica en dos sentidos. En un sentido estricto la lógica es la ciencia que establece “las condiciones necesarias para la consecución de la verdad”; pero desde un punto de vista más amplio, es ya semiótica y, entonces, no se ocupa sólo de la consecución de la verdad sino de las condiciones que hacen posible que un signo surja de otro signo. De ahí que en ocasiones especifique que la lógica es la ciencia “de las leyes de la evolución del pensamiento, lo que coincide con el estudio de las condiciones necesarias de la transmisión del significado por medio de signos de una mente a otra mente, y de un estado de la mente a otro” (CP 1.444, c.1896). El campo de 9 mucho más determinar las condiciones que hacen de un signo un icono, un índice o un símbolo o, quizá mejor, qué es lo que un signo usado en un contexto determinado tiene de icono, de índice y de símbolo. Lo que ocurrirá más frecuentemente es que nuestro signo no se corresponda únicamente con alguna de esas categorías, entre otras razones porque no hay iconos puros, como tampoco símbolos puros, así como en aquellos que consideramos índices pueden hallarse dosis más o menos elevadas de iconicidad y simbolismo. Es el análisis concreto de los signos, como el que, por ejemplo, hace Peirce a propósito de la fotografía, de las formas de andar de un jinete o un marinero, de las letras que utilizan los matemáticos, de los barómetros, las veletas o las plomadas5, el que permite comprender su verdadera utilidad. Comprendemos también entonces que la semiosis es pensamiento y que en toda inferencia, no sólo en la científica, tenemos que usar una mezcla de iconos, índices y símbolos (MS 404, 9), de tal manera que las diversas formas en que se expresan los signos se corresponden con las diferentes formas que adopta la inferencia. Es entonces cuando queda meridianamente claro que “el arte de razonar es el arte de ordenar” los signos propiamente humanos, los símbolos, para conseguir la verdad. Se ve también con claridad cómo los símbolos “crecen”, gracias al uso que las gentes hacen de ellos y gracias también a la experiencia del mundo que les rodea. La clasificación de los signos deber tener, esta utilidad y no la mera operación taxonómica que, desvinculada del uso, no tiene ningún interés. 4. Peirce y la semiótica contemporánea La forma en que Peirce ha sido entendido por los especialistas en semiótica no puede desvincularse de los acontecimientos y avatares sufridos por la disciplina misma. Cuando en los años sesenta se despierta de forma singularmente vigorosa el interés por una disciplina que no había encontrado acomodo histórico que le permitiera autonomía, aún se la considera como ciencia de los signos. Este interés se suscita, sobre todo, entre los estructuralistas franceses y, consecuentemente, la atención se dirige entonces a la semiología de Saussure, inevitablemente vinculada a la Lingüística, que es la fuente de la que bebe el estructuralismo. Peirce aparece entonces como un autor por descubrir, más bien enigmático y poco sistemático. Pero pronto se advertiría que el signo, tal como 5 Véase el MS 404 (1894), disponible en castellano en http://www.unav.es/gep/Signo.html. También en CP 2.281, 2.285-287, etc. 10 era entendido por Saussure, ofrecía a la semiótica más limitaciones que posibilidades de desarrollo. Surge entonces como un lema la proscripción del signo, de todo signo, y la entronización de la reflexión en torno al texto y al discurso como la única forma de avanzar en la construcción de la semiótica. No quiere repararse en que el término “signo” es utilizado de forma muy diferente por Saussure y por Peirce. En la obra de este último se advierten otros inconvenientes. Peirce apenas habla de lingüística o de texto. La perspectiva lógica y filosófica es un inconveniente más. Su insistencia en hablar de “objeto” del signo se considera poco menos que una provocación, porque si algo permanece de Saussure es su idea de que el objeto queda fuera de toda consideración semiológica. Para los semiólogos de raíz estructuralista o post- estructuralista la obra de Peirce tiene un interés más bien secundario. No todos los que se interesaron por la semiótica adoptaron esta actitud. Por la época en que la semiótica comienza a desarrollarse, la filosofía de Peirce empieza a ser tenida en cuenta en Europa y autores tan significativos como Habermas y, sobre todo, Apel, le prestan gran atención. Dentro del ámbito de la semiótica, U. Eco y otros autores italianos son sensibles a algunos de los planteamientos peirceanos. Pero más allá de estos apoyos, es el desarrollo mismo de las teorías lo que va colocando a Peirce en el lugar que le corresponde. Poco a poco se entiende que el objeto de su teoría semiótica es la semiosis y que lo que denomina “signo” bien puede denominarse “texto” o “discurso” porque, en definitiva, de lo que se trata es de explicar las leyes de construcción del sentido que tiene lugar en las prácticas sociales. Desde muy pronto es admitido que los procesos de producción e interpretación son procesos inferenciales. Que el sentido no se reduce a los efectos de carácter lógico y que los efectos emocionales no pueden ser ignorados, sobre todo si se trata de analizar el amplio contexto de la “comunicación masiva”. Más tiempo ha llevado aceptar que los signos, los textos, los discursos, representan y nos remiten a una realidad que si bien no puede comprenderse al margen de las representaciones, su existencia no depende totalmente de esas representaciones. Su clasificación de los signos podrá ser calificada de abstracta, pero lo cierto es que nadie puede ignorar categorías como “icono”, “índice” o “signo”, y mucho menos si nos referimos a los textos que permiten las nuevas tecnologías. Su teoría de la abducción no es sólo una “curiosidad” lógica o un instrumento para analizar algunos textos “peculiares” como los de tema detectivesco; resulta imprescindible para explicar desde 11 el acto de percibir a la creatividad artística o científica pasando por la interpretación de todo signo. Es verdad que Peirce no se ocupa de la lingüística, ni utiliza la noción de texto o discurso en el sentido en que hoy los entendemos; nada dice acerca de la narratividad, ni desarrolla, aunque la enuncie, una semiótica de las pasiones, y lo mismo podríamos decir de otras muchas cuestiones relevantes para la semiótica actual. Lo que Peirce ofrece se sitúa en un nivel de abstracción superior al de los sistemas semióticos particulares. Los principios que enuncia pertenecen a lo que hoy podríamos considerar una semiótica general, el nivel de análisis más abstracto en que nos podemos situar. Esos principios pretenden explicar el funcionamiento de cualquier entidad semiótica y su conocimiento resulta esencial para comprender los sistemas concretos, ya sea el lenguaje, los sistemas icónicos o los sistemas mixtos utilizados por los medios audiovisuales. El análisis de los textos, entendidos como el resultado de prácticas sociales, necesita desarrollar procedimientos en los que se utilicen nociones menos generales pero que o bien se derivan de esos principios o no entran en contradicción con ellos. Son muchos, aparte de los ya citados, los ejemplos que podríamos poner, pero valgan algunos más como muestra. La noción de intertextualidad y sus modalidades, aunque ambigua y necesitada de un análisis minucioso no puede ser entendida sino desde la naturaleza inferencial de la semiosis. Dentro de ese contexto la noción de hipertexto y la forma en que construye y entra en acción no es otra cosa que la encarnación de la semiosis tal como fue entendida y descrita por Peirce. La descripción de los procesos interpretativos, tan dinámicos y creativos que sólo pueden entenderse como procesos de negociación, tampoco pueden entenderse ni describirse sino desde la concepción peirceana de semiosis. En definitiva, lo que Peirce ofrece al que pretende ocuparse de los procesos de significación y comunicación es una serie de principios generales que, cuando se han comprendido, iluminan cualquier acto comunicativo, se realice por el procedimiento que se realice. Ningún otro autor ha ofrecido hasta la fecha una alternativa más vigorosa que esta. La semiótica actual constituye un campo inabarcable para un solo investigador y la razón es fácilmente comprensible: la comunicación y la capacidad de comprensión de fenómenos naturales como hechos “significativos” son constitutivas de las acciones humanas. Sin estos factores no hay explicación posible para la cultura. Siendo tan amplio el campo y siendo la semiótica aún tan joven, es mucho lo que queda por hacer.
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