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La naturaleza de Dios según el autor: una discusión sobre la creación y la religión, Apuntes de Derecho

El documento discute sobre la naturaleza de dios y cómo se relaciona con la creación y la religión. El autor argumenta que dios no actúa por fines, ni es indigente, y que la ignorancia mantiene al pueblo en el asombro. Además, critica a los intérpretes de la naturaleza y de los dioses por su ambición y avaricia. El texto también menciona la creación de moisés y cómo se hizo famoso, y la comparación entre él y jesucristo.

Tipo: Apuntes

2012/2013

Subido el 30/08/2013

manu_barce
manu_barce 🇪🇸

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¡Descarga La naturaleza de Dios según el autor: una discusión sobre la creación y la religión y más Apuntes en PDF de Derecho solo en Docsity! arraigado de tal modo que las gentes más burdas se han creÃ−do capaces de penetrar en las causas finales como si tuvieran de ellas un conocimiento total. AsÃ−, en lugar de mostrar que la naturaleza no hace nada en vano, han creÃ−do que Dios y la naturaleza pensaban del mismo modo que los hombres. Como la experiencia ha mostrado que infinitas calamidades perturban la tranquilidad de la vida, como las tormentas, los terremotos, las enfermedades, el hambre, la sed, etc., atribuyen todos esos males a la cólera celestial; creyeron a la divinidad irritada contra las ofensas de los hombres, que no han podido quitarse de la cabeza semejante quimera ni deshacerse de esos prejuicios pese a los ejemplos diarios que demuestran que los bienes y los males han sido siempre comunes tanto a los buenos como a los malos. Este error procede de que resulta más fácil permanecer en la ignorancia natural que abolir un prejuicio recibido de hace tantos siglos y establecer algo que sea verosÃ−mil. 5.- Este prejuicio les ha llevado a otro consistente en creer que los juicios de Dios eran incomprensibles y que, por esa razón, el conocimiento de la verdad escapaba a la capacidad del espÃ−ritu humano; un error en el que aún estarÃ−amos si las matemáticas, la fÃ−sica y algunas otras ciencias no le hubieran destruido. 6.- No hacen falta largos discursos para mostrar que la naturaleza no se propone ningún fin y que todas las causas finales son sólo ficciones humanas. Basta con probar que esa doctrina niega a Dios las perfecciones que se le atribuyen. Eso es lo que vamos a mostrar. Si Dios actúa por un fin, ya sea para él ya para otro, desea algo que no tiene y habrá que convenir que hay un tiempo en el que Dios, 43 no teniendo aquello por lo que actúa, ha deseado tenerlo: eso convierte a Dios en un indigente. Pero para no omitir nada de cuanto pueda apoyar el razonamiento de cuantos tienen la opinión contraria, supongamos por ejemplo que una piedra que se desprende de un edificio cae sobre una persona y la mata; es preciso, dicen nuestros ignorantes, que esa piedra haya caÃ−do con el propósito de matar a esa persona, pero eso sólo ha podido pasar porque Dios lo ha querido. Si se les responde que es el viento el que ha causado la caÃ−da en el momento en que ese pobre infeliz pasaba, os preguntarán por qué pasaba precisamente en el momento en que el viento tiraba esa piedra. Replicadles que iba a cenar a casa de un amigo que le habÃ−a invitado y querrán saber por qué ese amigo le habÃ−a invitado en ese momento y no en cualquier otro; os harán asÃ− una infinidad de curiosas preguntas para remontarse de causa en causa y haceros confesar que la sola voluntad de Dios, que es el asilo de los ignorantes, es la causa primera de la caÃ−da de esa piedra. Del mismo modo, cuando miran la estructura del cuerpo humano caen en la admiración; y como ignoran las causas de unos efectos que les parecen tan maravillosos, concluyen que es un efecto sobrenatural en el que no pueden tener participación las causas que nos son conocidas. De ahÃ− procede el que quien quiere examinar a fondo las obras de la creación y penetrar en tanto que auténtico sabio en sus causas naturales sin atenerse a los prejuicios formados por la ignorancia, pase por un impÃ−o o sea inmediatamente desacreditado por la malicia de aquellos a los que el vulgo reconoce como los intérpretes de la naturaleza y de los dioses: esas almas mercenarias saben muy bien que la ignorancia 44 9.- Es evidente, por tanto, que todas las razones de las que el común de los hombres acostumbra a servirse cuando se pone a explicar la naturaleza, son sólo formas de imaginar que nada prueban menos que aquello que se pretende; dan nombres a esas ideas como si existieran en algún lugar distinto a un cerebro asÃ− prevenido. No se les deberÃ−a llamar seres sino puras quimeras. No hay nada más fácil que refutar los argumentos fundados en esas nociones; por ejemplo: si fuera cierto, se nos dice, que el universo procede y es una consecuencia necesaria de la naturaleza divina, ¿de dónde proceden las imperfecciones y los defectos que se ven en él? Esta objeción se refuta sin ninguna dificultad. Sólo se podrÃ−a juzgar de la perfección y de la imperfección de un ser si se conociera su naturaleza y esencia, y es extralimitarse creer que una cosa es más o menos perfecta en función de que guste o disguste y de que sea útil o inútil a la naturaleza humana. Para cerrar la boca de los que preguntan por qué Dios no ha creado a todos los hombres buenos y felices basta con decir que todo es lo que es necesariamente y que en la naturaleza no hay nada imperfecto porque todo se sigue de la necesidad de las cosas. 10.- Dicho esto, si se pregunta qué es Dios, respondo que esa palabra nos representa el ser universal en el que, por hablar como san Pablo, tenemos la vida, el movimiento y el ser. Esta noción no tiene nada que sea indigno de Dios, porque si todo es en Dios todo se sigue necesariamente de su esencia y es preciso que sea tal como lo que contiene porque es incomprensible que seres totalmente materiales sean mantenidos y estén contenidos en un ser que no es. Esta 47 opinión no es nueva. Tertuliano, uno de los mayores sabios que los cristianos hayan tenido, ha dicho contra Apelles que lo que no es cuerpo no es nada y contra Praxeas que toda sustancia es uncuerpo9 . Esta doctrina, además, no fue condenada en los cuatro primeros concilios ecuménicos o generales10. 9.- Quis autem negabit Deum esse corpus, etsi Deus Spiritus? Spiritas etiam corporis sui generis, in sua effigie. TERTUL., Adv. Prax., cap. 7. [Nota del editor: ¿Quién niega que Dios es un cuerpo afirmando, con todo, que es un espÃ−ritu? El espÃ−ritu es también en cierto modo cuerpo, su imagen]. 10.- Esos cuatro primeros Concilios son: 1º, el de Nicea en 325 bajo Constantino y el Papa Silvestre; 2º el de Constantinopla en 381 bajo Graciano, Valentiniano y Teodosio y el Papa Dámaso I; 3º el de Éfeso en 431 bajo Teodosio el joven y Valentiniano y el Papa Celestino; 4º el de Calcedonia en 451 bajo Valentiniano y Marciano y el Papa León I. 11.- Estas ideas son claras y simples y las únicas que sobre Dios podrÃ−a formarse un buen espÃ−ritu. Sin embargo, hay pocos que se contenten con semejante simplicidad. El populacho acostumbrado a los placeres de los sentidos pide un Dios que se parezca a los reyes de la tierra. Esa pompa, ese esplendor que les rodea, le deslumbra de tal modo que quitarles la idea de un Dios parecido a esos reyes serÃ−a como quitarles la esperanza de ir después de la muerte a engrosar las filas de los cortesanos celestes para gozar con ellos de los mismos placeres que se disfrutan en la corte de los reyes; como privar al hombre del único consuelo que le impide desesperarse por las miserias de la vida. Se dice que es preciso un Dios justo y vengador que castigue y premie; se quiere un Dios susceptible de 48 todas las pasiones humanas: se le atribuyen pies, manos, ojos y orejas y, sin embargo, se pretende que un Dios asÃ− constituido no tenga nada de material. Se dice que el hombre es su obra maestra e incluso su imagen, pero no se quiere que la copia sea semejante al original. En fin, el Dios del pueblo de hoy está sujeto a bastantes formas más que el Júpiter de los paganos. Lo más extraño es que cuanto más choquen y se contradigan esas nociones con el buen sentido más las reverencia el vulgo, porque obstinadamente cree lo que los Profetas han dicho al respecto aunque estos visionarios sólo fueran entre los hebreos lo que los augures y los adivinos fueron entre los paganos. Se consulta la Biblia como si Dios y la naturaleza se explicasen en ella de manera particular, aunque ese libro no sea más que una reunión de fragmentos cosidos al gusto de los rabinos que según su fantasÃ−a han decidido lo que debÃ−a ser aprobado o rechazado en función de lo que encontraran conforme u opuesto a la ley de Moises11. Tal es la malicia y la estupidez de los hombres. Pasan su vida discutiendo y persisten en el respeto a un libro en el que casi no hay más orden que en el Corán de Mahoma, un libro, digo, que nadie entiende de tan oscuro y mal concebido como es; un libro que sólo sirve para fomentar las divisiones. Los judÃ−os y los cristianos pre- 11.- El Talmud dice que los Rabinos deliberaron si habÃ−a que eliminar el Libro de los Proverbios y el Eclesiastés de entre los canónicos. Los dejaron porque en ellos se habla elogiosamente de Moisés y de su Ley. Las ProfecÃ−as de Ezequiel habrÃ−an sido suprimidas del Catálogo si cierto canónigo no se hubiera puesto a conciliarlas con la misma Ley. 49 2.- El temor que ha dado origen a los dioses ha hecho también la religión; y desde que los hombres se han metido en la cabeza que hay ángeles invisibles que son la causa de su buena o mala suerte, han renunciado al buen sentido y a la razón y han tomado sus quimeras por otras tantas divinidades que se ocuparÃ−an de su comportamiento. AsÃ−, tras haber forjado dioses, quisieron saber cuál era su naturaleza y, imaginando que deberÃ−a ser de la misma substancia que el alma, que creÃ−an parecida a los fantasmas que aparecen en el espejo o durante el sueño, creyeron que sus dioses eran substancias reales, pero tan tenues y tan sutiles que, para distinguirlas de los cuerpos, las llamaron espÃ−ritus, pese a que esos cuerpos y esos espÃ−ritus no son, efectivamente, más que una misma cosa y sólo se diferencian en la cantidad, puesto que ser espÃ−ritu o ser incorporal es algo incomprensible: el motivo es que todo espÃ−ritu tiene una figura que le es propia12 y se encuentra circunscrito 12.- Ved el pasaje de Tertuliano citado, parágrafo 10, cap. II. a cierto lugar, es decir que tiene lÃ−mites y que, en consecuencia, es un cuerpo por muy sutil que se le suponga13. 3.- Los ignorantes, es decir la mayor parte de los hombres, habiendo establecido de este modo la naturaleza de la substancia de sus dioses, trataron también de descubrir por qué medio esos agentes invisibles producÃ−an sus efectos; pero no pudiendo conseguirlo a causa de su ignorancia, creyeron sus conjeturas juzgando ciegamente sobre el porvenir en función del pasado: como si del hecho de que algo haya sucedido en otra ocasión de tal manera se pudiera concluir razonablemente que sucederá o que debe llegar constantemente de la misma 52 forma; sobre todo cuando las circunstancias y todas las causas que influyen necesariamente en los sucesos y las acciones humanas determinando su naturaleza y su actualidad son diversos. Consideraron, pues, el pasado, y conjeturaron bien o mal para el futuro según hubiera resultado bien o mal la misma empresa en otras circunstancias. Por eso, como Phermion se deshizo de los lacedemonios en la batalla de Naupacto, tras su muerte los atenienses eligieron otro general del mismo nombre; como Anibal sucumbió ante las armas de Escipión el Africano, por este éxito los romanos enviaron a la misma provincia a otro Escipión contra César, lo que no sirvió ni a los atenienses ni a los romanos: asÃ−, tras dos o tres ejemplos, varias naciones han atribuido a los lugares, a los objetos y a los nombres sus buenas o malas fortunas; otros se han servido de ciertas palabras que llaman encantamientos y las han creÃ−do tan eficaces que se imaginaron hacer hablar a los árboles con ellas, convertir un trozo de pan en un hombre o en un Dios y metamorfosear cuanto apareciera ante ellos14. 4.- Estando establecido de este modo el imperio de las potencias invisibles, los hombres las reverenciaron en primer lugar como sus soberanos, es decir, mediante signos de sumisión y de respeto, 13.- Ved Hobbes, Leviathan, de homine, cap. 12, pp. 56, 57, 58. [Nota del editor: en castellana, pp. 209 y ss. de Leviathan, edición preparada por C. Moya y A. Escohotado para la Editora Nacional, Madrid, 1983. La misma referencia vale para las notas siguientes]. 14.- Hobbes, ibidem, cap. 12, pp. 56 y 57. como los presentes, las plegarias, etc. Digo en primer lugar porque en ese encuentro la naturaleza no enseña a usar sacrificios sangrientos: 53 éstos han sido instituidos únicamente para la subsistencia de los sacrificadores y de los ministros destinados al servicio de esos dioses imaginarios. 5.- Ese germen de Religión (quiero decir: el temor y la esperanza) fecundado por las pasiones y las opiniones de los hombres, ha producido este gran número de extravagantes creencias que son la causa de tantos males y tantas revoluciones que suceden en los Estados. Los honores y las grandes rentas que han atribuido al sacerdocio o a los ministros de los dioses, han favorecido la ambición y la avaricia de esos hombres astutos que han sabido sacar provecho de la estupidez de los pueblos; éstos han caÃ−do tan profundamente en su trampa que sin darse cuenta se han acostumbrado a lisonjear la mentira y a odiar la verdad. 6.- Establecida la mentira y prendados los ambiciosos del dulzor de ser elevados por encima de sus semejantes, intentaron éstos adquirir reputación fingiendo ser los amigos de los dioses invisibles que el vulgo temÃ−a. Para lograrlo mejor, cada uno los pintó a su modo y se permitió multiplicarlos tanto que se encontraban a cada paso. 7.- La materia informe del mundo fue llamada dios Caos. Del mismo modo se hizo un dios del Cielo, de la Tierra, del Mar, del Fuego, de los Vientos y de los Planetas. Se hizo el mismo honor a los hombres y a las mujeres; los pájaros, los reptiles, el cocodrilo, el buey, el perro, el cordero, la serpiente y el cerdo, en una palabra, todos los tipos de animales y plantas fueron adorados. Cada rÃ−o, cada fuente, lleva el nombre de un Dios, cada casa tiene el suyo, cada hombre tiene su propio genio. En fin, bajo la tierra y sobre ella todo está lleno de dioses, espÃ−ritus, 54 Moisés fuel el más antiguo. Después vino Jesucristo, que trabajó sobre su plan y conservó el fondo de sus leyes aboliendo el resto. Mahoma, que es el último en aparecer en escena, ha sacado de ambas religiones elementos con los que componer la suya e inmediatamente se ha declarado enemigo de las dos. Veamos los caracteres de los tres legisladores; examinemos su conducta para ver a partir de ellas quienes tienen razón, si aquellos que les reverencian como hombres divinos o los que les consideran pérfidos e impostores. 10.- De Moisés. El célebre Moisés, nieto de un gran mago17 según dice MartÃ−n Justino, tuvo todo a su favor para convertirse en lo que llegó a ser. Todos saben que los hebreos, de los que se hizo jefe, eran una nación de pastores que el rey Faraón Osiris I recibió en su paÃ−s en consideración a los servicios que habÃ−a recibido de uno de ellos en la época de una gran hambruna: le dio ciertas tierras en el oriente de Egipto en una región fértil en pastos y, en consecuencia, buena para alimentar a sus rebaños. Durante cerca de doscientos años se 17.- No hay que entender esta palabra en la acepción vulgar, pues quien dice mago entre gente razonable entiende por ello un hombre capaz, un hábil charlatán, un sutil prestidigitador cuyo arte consiste en la sutilidad y la destreza, y no en algún tipo de pacto con el diablo, como cree el vulgo. multiplicaron considerablemente, ya sea porque al ser considerados extranjeros no se les obligaba a servir en el ejército ya porque por los privilegios que Osiris les habÃ−a concedido muchos naturales del paÃ−s se unieron a ellos o porque, en fin, algunos grupos de árabes se les habÃ−an unido en calidad de hermanos porque era de la 57 misma raza. Sea como fuere, se multiplicaron de una forma tan sorprendente que no pudiendo ya mantenerse en la región de Gossen se expandieron por todo Egipto y le dieron al Faraón un justo motivo para temer que no serÃ−an capaces de realizar ciertas acciones peligrosas en caso de que Egipto fuera atacado (como entonces sucedÃ−a con frecuencia) por sus habituales enemigos los etÃ−opes; asÃ−, una razón de estado obligó a ese prÃ−ncipe a quitarles sus privilegios y a buscar los medios para debilitarlos y dominarlos. El Faraón Orus, apodado Busiris por su crueldad, que sucedió a Memnon, siguió su plan en relación con los hebreos y, queriendo eternizar su memoria por la erección de pirámides y la construcción de la ciudad de Thebas, condenó a los hebreos al trabajo de los ladrillos para cuya formación era muy adecuadas las tierras de su paÃ−s. Durante esta servidumbre fue cuando nació el célebre Moisés, el mismo año en que el rey ordenó que se arrojaran al Nilo todos los niños varones de los hebreos al no encontrar medio más seguro de hacer perecer a ese pueblo primitivo de extranjeros. AsÃ−, Moisés estuvo expuesto a perecer en las aguas en un cesto recubierto de brea que su madre puso entre los juncos al borde del rÃ−o. El azar hizo que Thermutis, hija del Faraón Orus, fuera a pasear por ese lugar y que al oÃ−r los gritos de ese niño, la compasión -tan connatural a su sexo- le inspirase el deseo de salvarle. Muerto Orus le sucedió Thermutis y, al serle presentado Moisés, le hizo dar una educación como la que podÃ−a recibir el hijo de la reina de una nación que era entonces la más sabia y educada del universo. En una palabra, decir que fue educado en todas las ciencias de los egipcios es 58 decirlo todo; y es presentarnos a Moisés como el más grande polÃ−tico, el más sabio naturalista y el mago más famoso de su tiempo: además, es claro que fue admitido en la orden de los sacerdotes, que eran en Egipto lo que los druidas entre los galos. Los que no saben cuál era entonces el gobierno de Egipto quizá no se molestarán por enterarse de que, habiendo terminado sus famosas dinastÃ−as y dependiendo todo el paÃ−s de un solo soberano, estaba entonces dividido en varias regiones no demasiado extensas. Se llamaba monarcas a los gobernadores de esas regiones y ordinariamente esos gobernadores pertenecÃ−an a la poderosa orden de los sacerdotes, que poseÃ−an casi un tercio de Egipto. El rey nombraba esas monarquÃ−as; y si creemos a los autores que han escrito sobre Moisés, comparando lo que han dicho con lo que ha escrito Moisés mismo se llegará a la conclusión de que era monarca de la región de Gossen y que debÃ−a ese puesto a Thermutis, a quien debÃ−a también la vida. Ese es el que Moisés fue en Egipto, donde tuvo todo el tiempo y los medios para estudiar las costumbres de los egipcios y de los de su propia nación, sus pasiones dominantes y sus inclinaciones, conocimientos de los que después se sirvió para excitar la revolución de la que fue motor. Habiendo muerto Thermutis, su sucesor renovó la persecución contra los hebreos, y Moisés, apartado del favor del que habÃ−a vivido, temió no poder justificar algunos homicidios que habÃ−a cometido; asÃ− decidió huir: se retiró a Arabia, que linda con Egipto. El azar le condujo a la casa de un jefe de alguna tribu del paÃ−s y los servicios que prestó y las habilidades que su dueño creyó percibir en 59 la figura de una columna de fuego y de dÃ−a en la forma de una nube. Pero también puede probarse que esa fue la más grosera astucia de este impostor. Durante la estancia que habÃ−a hecho en Arabia habÃ−a aprendido que como el paÃ−s es vasto y deshabitado, la costumbre de los que viajaban en grupos era tomar guÃ−as que les conducÃ−an de noche mediante un brasero cuya llama seguÃ−an y de dÃ−a mediante el humo de ese mismo brasero, que todos los miembros de la caravana podÃ−an descubrir y, asÃ−, no perderse. Esa costumbre estaba todavÃ−a en uso entre los medas y los asirios; Moisés se sirvió de ella y la hizo pasar por un milagro y por una marca de la protección de su Dios. No me creáis cuando digo que es una astucia: creed al mismo Moisés que en el capÃ−tulo 10 de Números, versÃ−culos 19 hasta 33, ruega a su cuñado Hobad que vaya con los israelitas para mostrarles el camino, puesto que él conocÃ−a el paÃ−s. Eso es demostrativo porque, si era Dios el que marchaba delante de Israel noche y dÃ−a como nube o como columna de fuego ¿podÃ−a haber mejor guÃ−a? Sin embargo, tenemos a Moisés exhortando a su cuñado con la mayor urgencia a servirle de guÃ−a; es decir, que la nube y la columna de fuego sólo eran Dios para el pueblo, pero no para Moisés. Los pobres imbéciles, entusiasmados al verse adoptados por el señor de los dioses a la salida de una cruel servidumbre, aplaudieron a Moisés y juraron obedecerle ciegamente. Al ser confirmada su autoridad, quiso hacerla perpetua y, con el amplio pretexto de establecer el culto de ese Dios del que se decÃ−a lugarteniente, hizo en primer lugar a su hermano y sus hijos jefes del palacio real, es decir, del lugar que creÃ−a adecuado para que se produjeran los oráculos, 62 que estaba fuera de la vista y de la presencia del pueblo. A continuación hizo lo que siempre se ha hecho en los nuevos establecimientos, a saber, prodigios, milagros con los que los simples eran deslumbrados y algunos aturdidos, pero que daban lástima a los que eran penetrantes y leÃ−an a través de esas imposturas. Por muy astuto que fuera Moisés, hubiera tenido mucha dificultad para hacerse obedecer si no hubiera tenido la fuerza en sus manos. La astucia triunfa raramente sin las armas. Pese al gran número de primos que se sometieron ciegamente a los deseos de este hábil legislador, hubo personas lo suficientemente valientes para reprocharle su mala fe diciéndole que bajo falsas apariencias de justicia y de igualdad se habÃ−a apoderado de todo, que al estar ligada a su familia la autoridad soberana nadie tenÃ−a ya derecho a pretenderla y que, en fin, no era tanto el padre del pueblo cuanto su tirano. Pero en esas ocasiones, como consumado polÃ−tico, Moisés perdÃ−a a esos descreÃ−dos y no perdonaba a ninguno de los que criticaban su gobierno. Fue asÃ−, con precauciones semejantes y haciendo siempre pasar sus suplicios por venganza divina, que reinó como déspota absoluto; y para acabar del mismo modo que habÃ−a empezado, esto es, como pérfido e impostor, se arrojó a un abismo que habÃ−a abierto en medio de un lugar solitario al que se retiraba de cuando en cuando con el pretexto de ir a hablar en secreto con Dios, para garantizarse asÃ− el respeto y la sumisión de sus súbditos. Por lo demás, se arrojó a ese precipicio preparado desde hacÃ−a tiempo para que su cuerpo no fuera encontrado y se creyera que Dios se le habÃ−a llevado para 63 hacerle semejante a él: no ignoraba que la memoria de los patriarcas que le habÃ−an precedido era muy venerada aunque se habÃ−an encontrado sus sepulcros, pero eso no era suficiente para satisfacer una ambición como la suya: era preciso que se le reverenciara como a un Dios sobre el que la muerte no habÃ−a hecho presa. Sin duda, a eso tendÃ−a lo que dijo al comienzo de su reino: que era establecido por Dios para ser el Dios del Faraón. ElÃ−as a ejemplo suyo, Rómulo, Zamolxis y todos los que han tenido la absurda vanidad de eternizar sus nombres, han ocultado el momento de su muerte para que se les creyera inmortales. 11.- Pero, por volver a los legisladores, no ha habido ninguno que no haya hecho emanar sus leyes18 de alguna divinidad y que no haya intentado convencer de que él mismo es algo más que un simple mortal. Numa Pompilio, habiendo degustado el dulzor de la soledad, intentó no dejarla aunque fiera para ocupar el trono de Rómulo, pero viéndose forzado a ello por las aclamaciones populares aprovechó la devoción de los romanos y les insinuó que conversaba con los dioses y, asÃ−, si le querÃ−an absolutamente como rey suyo, tenÃ−an que decidirse a obedecerle ciegamente y observar religiosamente las leyes e instrucciones divinas que le habÃ−an sido dictadas por la ninfa Egeria. Alejandro Magno no tuvo una vanidad menor; no contento con verse amo del mundo quiso que se le creyera hijo de Júpiter. Perseo pretendÃ−a también haber nacido del mismo Dios y de la virgen Danae. Platón veÃ−a a Apolo como su padre, que le habÃ−a tenido de 18.- Ved Hobbes, ibidem, cap. 12, pag. 59 y 60. 64 de la mujer sorprendida en adulterio? Habiéndole preguntado los judÃ−os si tenÃ−an que lapidar a esa mujer, en lugar de responder positivamente a la pregunta, lo que le habrÃ−a hecho caer en una trampa que sus enemigos le tendÃ−an (la negativa estarÃ−a directamente contra la ley y la afirmativa le habrÃ−a hecho convicto de rigor y de crueldad, lo que le habrÃ−a enajenado la aceptación de aquellos espÃ−ritus), en lugar, digo, de contestar como lo habrÃ−a hecho un hombre común, dijo que aquél que entre vosotros esté libre de pecado tire la primera piedra. Respuesta hábil y que atestigua bien su presencia de espÃ−ritu. Otra vez, interrogado sobre si habÃ−a que pagar el tributo a César y viendo la imagen del prÃ−ncipe en la moneda que le mostraban, eludió la dificultad respondiendo que se entregase a César lo que pertenece a César. La dificultad consistÃ−a en que se hacÃ−a culpable de lesa majestad si negaba que hubiera que pagar y que si decÃ−a que habÃ−a que pagar echaba abajo la ley de Moisés, cosa que decÃ−a no querer hacer porque se creÃ−a, sin duda, demasiado débil para hacerlo impunemente, porque cuando consiguió hacerse más famoso la cambió casi por completo: hizo como esos prÃ−ncipes que prometen siempre confirmar los privilegios de sus súbditos mientras su poder no está aún bien establecido pero que después no tienen ninguna preocupación por mantener sus promesas. Cuando los fariseos le preguntaron con qué autoridad pretendÃ−a predicar y enseñar al pueblo, Jesucristo, captando su intención de acusarlo de falsedad (si respondÃ−a que de una autoridad humana, porque no pertenecÃ−a a la casta sacerdotal que era la única encargada de la instrucción del pueblo, si decÃ−a predicar por orden expresa 67 de Dios, porque su doctrina era opuesta a la ley de Moisés), salió de la dificultad poniéndoles a ellos en un aprieto al preguntarles en nombre de quién habÃ−a bautizado Juan. Los fariseos, que por polÃ−tica se oponÃ−an al bautismo de Juan, se hubieran condenado a sÃ− mismos si hubieran confesado que era en nombre de Dios, y si no lo decÃ−an se exponÃ−an a la rabia del populacho que pensaba lo contrario. Para salir del mal paso respondieron que no lo sabÃ−an, a lo que Jesucristo respondió que eso le eximÃ−a de decirles por qué y en nombre de quién predicaba. 14.- Esos eran los pretextos del destructor de la antigua ley y del padre de la nueva religión que se edificó sobre las ruinas de la antigua y en la que una mente imparcial no encuentra nada que sea más divino que en las religiones que le han precedido. Su fundador, que no era nada ignorante, viendo la extrema corrupción de la república de los judÃ−os, la juzgó próxima a su fin y creyó que debÃ−a renacer otra de sus cenizas. El temor a que lo hicieran antes hombres más hábiles que él le hizo apresurarse para establecerse por medios opuestos a los de Moisés. Aquél empezó por hacerse terrible y formidable para las otras naciones; Jesucristo, por contra, las atrajo a él por la esperanza de las ventajas de otra vida que se obtendrÃ−a, decÃ−a, creyendo en él; mientras que Moisés sólo prometÃ−a bienes temporales a quienes observaran su ley, Jesucristo hizo esperar algo que no acabarÃ−a jamás; las leyes de uno sólo miraban lo externo, las del otro se dirigen al interior, influyen en los pensamientos y toman en todo el camino contrario a la ley de Moisés. De ahÃ− se sigue que Jesucristo creyó, como 68 Aristóteles, que con la religión y con los estados pasa como con todos los individuos, que nacen y que se corrompen, y como sólo surge algo de aquello que se ha corrompido, ninguna ley cede ante otra que no le sea totalmente opuesta. Pero como resulta penoso decidirse a pasar de una a otra y como, la mayor parte de los espÃ−ritus son difÃ−ciles de sacudir en materia de religión, Jesucristo, a imitación de los demás innovadores, recurrió a los milagros, que siempre han sido el refugio de los ignorantes y el asilo de los ambiciosos hábiles. 15.- Fundado asÃ− el cristianismo, Jesucristo pensó hábilmente sacar provecho de los errores de la polÃ−tica de Moisés y hacer su nueva ley eterna, empresa esta en la que triunfó posiblemente más allá de sus esperanzas. Los profetas hebreos creÃ−an honrar a Moisés predicando un sucesor que serÃ−a semejante a él, es decir, un MesÃ−as, grande en virtudes, poderoso en bienes y terrible para sus enemigos; sin embargo, sus profecÃ−as produjeron un efecto totalmente contrario pues muchos ambiciosos tomaron en ello ocasión para hacerse pasar por el MesÃ−as anunciado, lo que causó revueltas que han durado hasta la total destrucción de la antigua república de los hebreos. Jesucristo, más hábil que los profetas mosaicos, para desacreditar de antemano a quienes se levantaran contra él, ha predicho que un hombre asÃ− serÃ−a el gran enemigo de Dios, el favorito de los demonios, la reunión de todos los vicios y la desolación del mundo. Tras esos bellos elogios parece que nadie debe sentirse tentado de proclamarse el Anticristo, y no creo que pueda encontrarse un mejor secreto para eternizar una ley, aunque no hay nada más fabuloso que lo que se ha contado sobre ese pretendido anticristo. Cuando 69 costillas de Adam para formar a la mujer, etc. ¿Hay algo más parecido a los dos incendios de Sodoma y Gomorra que el que causó Faetón? ¿Hay algo más conforme con la caÃ−da de Lucifer que la de Vulcano o la de los Gigantes arrojados al abismo por el rayo de Júpiter? ¿Qué cosas se asemejan más que Sansón y Hércules, ElÃ−as y Faetón, José e Hipólito, Nabucodonosor y Licaón, Tántalo y el rico avariento, el Maná de los israelitas y la ambrosÃ−a de los dioses? San AgustÃ−n26, san Cirilo y Teofilacto comparan a Jonás con Hércules, apodado trinoctius porque estuvo tres dÃ−as y tres noches en el vientre de la ballena. El rÃ−o de Daniel descrito en el capÃ−tulo 7 de sus profecÃ−as, es una imitación visible del Pyriflegeton del que se habla en el diálogo de la inmortalidad del alma. Se ha sacado el pecado original de la caja de Pandora, el sacrificio de Isaac y de Jefté del de Ifigenia, cuyo lugar ocupó una cierva. Lo que se cuenta de Lot y de su mujer es totalmente conforme a lo que nos cuenta la fábula sobre Baucis y Filemón; la historia de Perseo y de Bellerofon es el fundamento de la de san Miguel y el demonio al que venció. En fin, constantemente los autores de la Escritura han transcrito casi palabra por palabra las obras de HesÃ−odo y de Homero. 18.- En cuanto a Jesucristo, según OrÃ−genes27 Celso mostraba que habÃ−a sacado de Platón sus sentencias más bellas. AsÃ−, aquella que dice que para un camello será más fácil pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios28. Los que creen en él le deben a la secta de los fariseos a la que pertenecÃ−a su creencia en la inmortalidad del alma, en la resurrección, en el infier- 72 25.- Véase, en el Banquete de Platón, el discurso de Aristófanes. 26.- Ciudad de Dios, libro I, cap. 14. 27.- Contra Celso, Libro 6. 28.- Libro 8, cap. 4. no, y la mayor parte de su moral, en la que no veo nada que no esté ya en la de Epicteto, de Epicuro y de muchos otros; éste último era citado por san Jerónimo29 como un hombre cuya virtud avergonzaba a los mejores cristianos y cuya vida era tan mesurada que sus mejores comidas no pasaban de un poco de queso, pan y agua: con una vida tan frugal, este filósofo, pagano como era, decÃ−a que era preferible ser desafortunado pero razonable a ser rico y opulento sin tener razón, añadiendo que es extraño que la fortuna y la razón se encuentren reunidas en un mismo sujeto y que no se podrÃ−a ser feliz ni vivir satisfecho si nuestra felicidad no es acompañada de prudencia, justicia y honestidad, cualidades de las que resulta la verdad y la sólida voluntad. En cuanto a Epicteto, no creo que jamás hombre alguno, incluido el mismo Jesucristo, haya sido más firme, más austero, más constante y haya tenido una moral práctica más sublime que la suya. No digo nada que no me serÃ−a facilÃ−simo probar si este fuera el lugar indicado pero, por temor a sobrepasar los lÃ−mites que me he prescrito, de las bellas acciones de su vida no contaré sino un solo ejemplo. Siendo esclavo de un liberto llamado Epafrodito, capitán de la guardia de Nerón, a ese bestia se le ocurrió retorcerle la pierna; Epicteto, dándose cuenta de que asÃ− encontraba placer, le dijo sonriendo que veÃ−a claramente que el juego sólo terminarÃ−a cuando le hubiera roto la 73 pierna, cosa que sucedió tal y como habÃ−a predicho. ¡Bien!, siguió diciendo con el rostro impasible y sonriendo, ¿no te habÃ−a dicho que me romperÃ−as la pierna? ¿Hubo alguna vez constancia semejante a esta? Y ¿puede decirse que Jesucristo la haya alcanzado?, él que lloraba y temblaba de miedo con la menor alarma y que, cerca de la muerte, puso de manifiesto una totalmente despreciable pusilanimidad que no se vio en ninguno de sus mártires. Si la injuria de los tiempos no nos hubiera privado del libro que Arriano hizo sobre la vida y la muerte de nuestro filósofo, estoy seguro de que tendrÃ−amos otros muchos ejemplos de su paciencia. Seguro que de esta acción se dirá lo que dicen los sacerdotes de las virtudes de los filósofos, que es una virtud que tiene por base la vanidad y que en realidad no es lo que parece; pero se perfectamen- 29.- Contra Joviniano, Libro 2, cap. 8. te que los que usan ese lenguaje son gente que dice en el púlpito todo lo que les viene a la boca y creen haber ganado bien el dinero que se les entrega por instruir al pueblo cuando han declamado contra los únicos hombres que saben lo que es la recta razón y la verdadera virtud; hasta tal punto es cierto que nada en el mundo aproxima tan poco a los hábitos de los verdaderos sabios como las acciones de esos hombres supersticiosos que los desprecian; éstos parecen haber estudiado sólo para llegar a un puesto con el que obtener el pan, son vanos y se felicitan cuando lo han logrado como si con ello hubieran llegado a un estado de perfección aunque para ellos no sea sino un estado de ociosidad, de orgullo, de licencia y voluptuosidad en el que la mayorÃ−a no siguen siquiera las máximas de la religión 74 La dificultad que tenÃ−an para triunfar entre los judÃ−os les llevó a buscar fortuna entre los gentiles y a intentar ser más felices entre los extranjeros pero, como se necesita más ciencia de la que tenÃ−an porque los gentiles eran filósofos y, asÃ−, demasiado amigos de la razón para rendirse ante tonterÃ−as, los seguidores de Jesús convencieron a un joven30 de espÃ−ritu ardiente y activo un poco mejor instruido que unos pescadores iletrados o más capaz de hacer oÃ−r su cháchara. Éste, 30.- San Pablo. asociándose con ellos por un golpe del cielo (pues era preciso algo maravilloso) atrajo algunos partidarios a la secta naciente por el temor a las pretendidas penas del infierno tomadas de las fábulas de los antiguos poetas y por la esperanza de las alegrÃ−as del paraÃ−so, al que tuvo la imprudencia de decir que habÃ−a sido alzado. Esos discÃ−pulos, a fuerza de trucos y engaños, procuraron a su maestro el honor de pasar por un Dios, honor al que Jesús no habÃ−a podido llegar en vida: su muerte no fue mejor que la de Homero, ni siquiera tan honorable, porque seis de las ciudades que éste último habÃ−a destruido y despreciado se hicieron la guerra para saber a cuál correspondÃ−a el honor de ser su ciudad natal. 21.- Por todo lo que hemos señalado se puede concluir que el cristianismo, como todas las demás religiones, no es más que una impostura groseramente tejida cuyo éxito y cuyo progreso extrañarÃ−a a sus propios inventores si volvieran al mundo; pero, sin adentrarnos más en un laberinto de errores y de contradicciones visibles de las que ya hemos hablado bastante, digamos algo de Mahoma, que ha fundado una ley sobre máximas totalmente opuestas a las de Jesucristo. 77 22.- De Mahoma. Apenas los discÃ−pulos del Cristo hubieron destruido la ley mosaica para introducir la ley cristiana, los hombres, arrastrados por su ordinaria inconstancia, siguieron a un nuevo legislador que se alzó por los mismos métodos que Moisés; adoptó como él el tÃ−tulo de profeta y de enviado de Dios; como él hizo milagros y supo aprovechar las pasiones del pueblo. Al principio se vio escoltado por un populacho ignorante al que explicaba los nuevos oráculos del cielo. Esos miserables, seducidos por las promesas y por las fábulas de ese nuevo impostor, expandieron su renombre y lo exaltaron hasta el punto de eclipsar el de sus predecesores. Mahoma no era un hombre que pareciera adecuado para fundar un imperio; no era excelso ni en polÃ−tica ni en filosofÃ−a31; no sabÃ−a ni leer ni escribir. Era tan poco firme que a menudo habrÃ−a abandona- 31.- “Mahoma, dice el conde de Boulainvilliers, ignoraba los saberes normales, pero seguramente no ignoraba todos los conocimientos que un gran viajero puede adquirir con espÃ−ritu natural cuando se esfuerza en emplearlo de forma útil. No era igno57 …do su empresa si no hubiera sido obligado a sostener la apuesta por el ingenio de uno de sus seguidores. Desde que empezó a hacerse famoso, Corais, poderoso árabe, celoso de que un hombre sin importancia tuviera la audacia de engañar al pueblo, se declaró su enemigo y obstaculizó sus propósitos, pero el pueblo, convencido de que Mahoma hablaba con Dios y los ángeles, hizo que prevaleciera sobre su enemigo; la familia de Corais llevó la peor parte y Mahoma, viéndose seguido de una muchedumbre estúpida que le creÃ−a un hombre divino, creyó no necesitar ya más a su compañero; pero por miedo a 78 que éste descubriera sus imposturas quiso prevenir esa situación y para hacerlo con más seguridad le colmó de promesas y le juró que sólo querÃ−a llegar a ser grande para compartir con él el poder a cuya consecución habÃ−a contribuido. “Estamos cerca, le dijo, del tiempo de nuestro enaltecimiento: tenemos un gran pueblo al que nos hemos ganado y ahora se trata de asegurárnosle mediante el artificio que tan felizmente has imaginado”. Al mismo tiempo, le convenció para que se ocultara en la fosa de los oráculos. Se trataba de un pozo desde el que él hablaba para hacer creer al pueblo que la voz de Dios se dirigÃ−a a Mahoma, que estaba en medio de sus prosélitos. Confundido por las promesas de ese pérfido, su asociado fue a la fosa para simular el oráculo, como hacÃ−a normalmente; Mahoma se colocó entonces al frente de una multitud engreÃ−da y se oyó una voz que decÃ−a: “Yo que soy vuestro Dios, declaro que he elegido a Mahoma para ser el profeta de todas las naciones; de él aprenderéis mi verdadera ley que ha sido alterada por hebreos y cristianos”. HacÃ−a mucho tiempo que este hombre hacÃ−a ese papel, pero finalmente fue pagado con la mayor y más negra ingratitud. Mahoma, escuchando la voz que le proclamaba como hombre divino, volviéndose hacia el pueblo, en nombre de ese Dios que le recorante en su propia lengua, cuyo uso, y no la lectura, le habÃ−a permitido adquirir toda su finura y su belleza. No ignoraba el arte de saber hacer odioso lo que es verdaderamente condenable y de pintar la verdad con los colores simples y vivos que impiden desconocerla. En efecto, todo lo que ha dicho es verdad en relación a los dogmas esenciales de la religión, pero no ha dicho todo lo que es verdad, y es en eso en lo que nuestra religión difiere de la suya”. Algo después añade “que Mahoma no ha 79 los otros y sin que le cueste más producir al hombre que al más pequeño gusano o la planta más insignificante. 3.- No hay que creer por tanto que el ser universal que comúnmente llamamos Dios presta más atención a un hombre que a una hormiga, a un león o a una piedra; para él no hay nada bello o feo, bueno o malo, perfecto o imperfecto. No se preocupa por ser alabado, rezado, buscado, acariciado; no es en absoluto conmovido por lo que los hombres hacen o dicen, no es susceptible de amor, ni de odio32; por decirlo de una vez, no se ocupa más del hombre que 32.- Omnis enim per se divum natura necesse est / Inmortali aevo summa cum pace fruatur, / Semota ab nostris rebus sejunctaque longe; / Nam privata dolore omni, privata pericliis, / Ipsa suis pollens opibus: nihil indiga Nostri, / Nec bene pro meritis capitur, nec tangitur ira. Lucrecio, De rerum naturae, Libro I, v. 57 et ss. (sic.) [Nota del editor: en la edición castellana citada, vol. 1, pag. 10, en la traducción correspondiente a los que -allÃ−- son los versos44 a 49, se dice: “Pues es necesario que todo ser divino goce por sÃ− mismo de una vida eterna con la paz más profunda, separado de nuestras cosa, retirado muy lejos; porque, exento de todo dolor, exento de peligros, fuerte por sus propios recursos, sin necesitar de nosotros, ni se deja captar por beneficios ni conoce la ira.”]. del resto de las criaturas sean del tipo que sean. Todas estas distinciones no son más que invenciones de un espÃ−ritu estrecho; la ignorancia las imaginó y el interés las fomenta. 4.- AsÃ−, un hombre sensato no puede creer ni en Dios ni en el infierno, ni en espÃ−ritus ni en diablos, de la manera en que comúnmente se habla de ellos. Todas esas grandes palabras han sido forjadas sólo para deslumbrar o para intimidar al vulgo. Que los que quieren 82 convencerse mejor aún de esta verdad presten una seria atención a lo que sigue y se acostumbren a no realizar juicios más que después de una madura reflexión. 5.- La infinidad de astros que vemos por encima de nosotros ha permitido que se afirme la existencia de otros tantos cuerpos sólidos en los que se mueven, entre los cuales hay uno destinado a la Corte Celestial en el que Dios está como un rey en medio de sus cortesanos. Ese lugar es la morada de los bienaventurados, en la que se supone que las almas buenas van a reunirse abandonando el cuerpo. Pero, sin detenernos en una opinión tan frÃ−vola y que ningún hombre de buen sentido puede admitir, lo cierto es que eso que llaman Cielo no es otra cosa que la continuación del aire que nos rodea, fluido en el que los planetas se mueven sin ser sostenidos por ninguna masa sólida, al igual que la tierra que habitamos. 6.- Al igual que se ha imaginado un cielo en el que se ha fijado la morada de Dios y de los bienaventurados, o, según los paganos, de los dioses y las diosas, después se ha imaginado, como ellos, un Infierno o lugar subterráneo al que se dice que descienden las almas de los pecadores para ser atormentadas; pero esa palabra infierno, en su significado natural, no expresa otra cosa que un lugar bajo y hueco que los poetas han inventado para oponerle a la residencia de los habitantes celestes, que han supuesto alta y elevada. Eso es lo que significan exactamente las palabras infernus o inferi de los latinos o la griega Hades; es decir, lugar oscuro como un sepulcro o cualquier otro lugar profundo y temible por su oscuridad. Todo lo que se dice al respecto es sólo efecto de la imaginación de los poetas y de la perfidia 83 de los sacerdotes; todos los discursos de los primeros son figurados y apropiados para impresionar a los espÃ−ritus débiles, tÃ−midosy melancólicos; fueron convertidos en artÃ−culos de fe por quienes tienen el mayor interés en mantener esa opinión. CAPÍTULO V DEL ALMA 1.- El alma es algo más delicado de tratar que el cielo y el infierno; viene por tanto muy bien hablar de ella con mayor extensión para satisfacer la curiosidad del lector; pero antes de definirla hay que exponer lo que piensan de ella los más célebres filósofos. Lo haré en pocas palabras para que pueda recordarse con mayor facilidad. 2.- Unos, han pretendido que el alma es un EspÃ−ritu o una substancia inmaterial, otros han sostenido que es una porción de la divinidad; algunos hacen de ella un aire muy sutil, otros dicen que es una armonÃ−a de todas las partes del cuerpo, otros, en fin, que es la parte más sutil de la sangre que se separa de ella en el cerebro y que se distribuye por los nervios; dicho ésto, la fuente del alma es el corazón en el que se engendra y el lugar en el que ejerce sus funciones más nobles es el cerebro puesto que allÃ− está separada de las partes más groseras de la sangre. Estas son las diversas opiniones que se han dado sobre el alma. Sin embargo, para desarrollarlas mejor las clasificaremos en dos tipos: en uno estarán los filósofos que la han hecho corporal y en el otro los que la han mirado como algo incorpóreo. 3.- Pitágoras y Platón han supuesto que el alma era incorpórea, es decir, un ser capaz de subsistir sin la ayuda del cuerpo y que puede moverse por sÃ− misma. Pretenden que todas las almas particulares 84
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