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CONCEPTO DE PRESTAMO
Préstamo en una lengua es todo elemento tomado de otra.
Decimos “elemento” y no “palabra”, porque las palabras cons-
tituyen sólo la clase más estudiada y numerosa, pero no la úni-
ca, ni siquiera la más transcendental de los préstamos. Hemos
de añadir, para completar la definición, que también es prés-
tamo cualquier elemento lingúístico tomado de un dialecto, in-
cluso de la misma nación que la lengua y viceversa. Pues tan
préstamo es para el castellano el andalucismo fonético “jamel-
go”, o el galleguismo fraseológico “echar de menos”, como el
americanismo léxico “canoa”, el galicismo morfológico “ropaje”
o el calco germánico “jardines de infancia” (Kindergarten).
Según nuestra definición, son préstamos los sustratos o
restos de un idioma indígena soterrado bajo la lengua super-
puesta, que afloran a la superficie y perviven en la lengua in-
vasora, como los elementos tomados al quichua por el español
en América o al ibérico por el latin en nuestra península. Son
préstamos, en suma, los innumerables eslavismos del rumano
(el 46% de sus palabras) que ahogan el léxico patrimonial de
aquel romance. Son préstamos los calcos, palabras o frases
190 RUTILIO MARTINEZ-OTERO
AO IX
formadas por traducción mecánica de modelos extranjeros, como
tantos tecnicismos que el latín tradujo del griego o el alemán
de la lengua del Lacio. Son préstamos las acepciones semánticas
tomadas del árabe por cl español. Son préstamos los tecnicis-
mos y los cultismos latinos que llenan nuestro Diccionario cual
las margaritas silvestres esmaltan el campo en primavera. Y
es préstamo, finalmente, el hiato, que abunda ya en Berceo y
se repite en nuestros más insignes poetas: “ru-i-do, su-a-ve,
di-a-na”. No están de acuerdo con la tendencia popular, pero
restauran su etimología tomando en préstamo una de las ca-
racterísticas del latín literario.
NOMBRES DEL PRESTAMO
Los lingUistas alemanes formaron las palabras Fremdwort,
Lehnwort y utilizaron a veces Fremdelement y Lehnelement
para significar los préstamos lingúísticos. Los franceses los lla-
man siempre “emprunts
tés; los ingleses, “borrowings” “borrowed words” y “loan
mots empruntés, élements emprun-
words.” Nosotros hemos adoptado la traducción española PRES-
Tamo (1), ya consagrada por lingiiistas eminentes, sin que re-
chacemos otros términos repetidos por gramáticos, lingúistas y
escritores. Terlingen (2) usa, a veces, el término “empréstito”,
tomándolo de Feijoo (3) Se ha abusado del término neologismo,
queriendo equipararlo a préstamo, cuando en realidad su domi-
nio es más amplio. “Barbarismo”, tiene un sentido peyorativo.
“Voces peregrinas”, dice Suáres de Figueroa; “vocablos extran-
jeros”, “extranjerismos, Hurtado de Mendoza, y en verdad, que
(1) El único lingiista que ha buscado defectos a este nombre ha sido
A. CASTRO (España en su Historia, pág. 61. nota), que dice no ser apro-
piada la palabra préstamo. pues supone restitución. Considera mejor
la palabra “adquisiciones lingúisticas”, pero él mismo en la citada obra
usa nuestro término.
(2) 3. H. TERLINGEN, Los italianismos en español, Amsterdara, 1943.
13) Teatro crítico universal, Ed. clás. cast., t 1.2, pág. 272,
AO IX CULTISMOS 193
madas a la lengua escrita”, claramente da a entender que se
trata de préstamos. Y un poco más abajo (pág. 64) añade: “el
Caudal de palabras, enriquecidas por las adquisiciones hechas
a Ja lengua escrita, ha aumentado y remozado continuamente
el léxico hereditario del romance”.
Finalmente, aduciré el testimonio de Albert Dauzat (11):
“Los préstamos de las lenguas antiguas —del latín y sobre todo
del griego— constituyen en el momento actual la fuente princi-
pal de las palabras cultas. Los préstamos de las lenguas antiguas
revisten dos aspectos: unos son puros latinismos “ad libitum”,
“fac simile”, otros se han adaptado a la fisonomía de la lengua:
es el caso de la inmensa: mayoría de ellos “ángel, apóstol, palio”.
Como se ve, para Dauzat, no sólo los latinismos, sino los culti-
mos y los semicultismos son todos préstamos.
Por lo tanto hay que admitir que los cultismos son présta-
mos 0, al menos, que pueden considerarse como tales.
FALTA DE ESTUDIOS SOBRE LOS CULTISMOS
Una vez admitido esto, hay otra razón poderosa para que de-
diquemos a los cultismos nuestra atención, y es la falta de estu-
dios sobre esta materia.
M. Pidal (12) la deplora con estas palabras: “En el estudio
histórico-cultural del idioma los cultismos tienen una importan-
cia principalísima, siendo lamentable que su conocimiento esté
hoy tan atrasado. La ciencia habrá de aplicarse cada vez más
intensamente e investigar la fecha, causas de introducción y des-
tinos ulteriores de cada uno de estos préstamos, para que la
historia lingúística adquiera su pleno valor”.
Meyer-Lúbke (13) dice: “Como todavía faltan seguras inves-
tigaciones de conjunto sobre la repartición del vocabulario lati-
(11) La filosofía del lenguaje, pág. 114, El Ateneo, Buenos Aíres,
1947,
(12) Marual, $ 3, n. 5, pág. 14.
(18) Obra cit., $ 30, pág. 65.
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no por el territorio románico, no puede decirse si es análoga o
distinta la aptitud de las diversas lenguas para adoptar los
cultismos procedentes del latín”.
Al corregirle Américo Castro en cuanto a las proporciones de
cultismos que atribuye al francés, dice nuestro compatriota:
“Tiene razón el autor en notar la falta de estudios precisos so-
bre el cultismo”. (14).
Por último, transcribiré unos párrafos del magistral estudio
de Dámaso Alonso sobre “La lengua poética de Góngora” (15).
“Después de dividir las palabras en cultas y populares, la lin-
gúística positivista ha fijado su atención sobre las segundas...
Las palabras cultas no podían interesar sino por lo que tenían
de excepción a las leyes de la evolución fonética... Han sido muy
pocos los que se han preocupado de los cultismos y menos aún los
que se han preguntado seriamente si esas palabras cultas que
no se podían definir más que de un modo negativo (como no
sujetas a las leyes normales) no obedecerían ellas también a
alguna ley de carácter positivo... Abrase el Diccionario de la
Lengua Española, cuéntense los cultismos que contiene y se
tendrá inmediatamente la prueba de lo que acabamos de decir.
Ahora bien, esos vocablos cultos son hechos idiomáticos (lo
mismo que los populares) y deben ser, por tanto, objeto de la
lingúística. Pero casi no lo han sido hasta ahora... También en
el campo de la erudición española encontramos la mayor indi-
ferencia para los cultismos... Asombra pensar que de los miles
y miles de páginas dedicadas en el último medio siglo a la lin-
gilística románica, sean poquisimas las que lo están al cul-
tismo”...
Basta con lo dicho para demostrar la escasez de estudios so-
bre el cultismo y la necesidad que de ellos sienten eminentes
lingiistas nacionales y extranjeros, incluso de filiación positi-
(14) Obra cit. pág. 66, nota.
(15) Capitulo I, págs. 43 y sigs.
AO IX
CULVISMOS 195
vista. En los Estudios dedicados a Menéndez Pidal (Madrid,
1957, t. VII, vol. 1, págs. 17-25) aparece un artículo de Rafael
Benítez Claros titulado “Problemas del cultismo”, donde la-
menta esto mismo con las siguientes palabras: “El estudio de
los cultismos españoles permanece en el mismo estado que de-
nunció Dámaso Alonso en La lengua poética de Góngora”,
LOS DOBLETES
Un solo aspecto del cuitismo ha sido estudiado detenidamen-
te por varios lingúistas extranjeros. Es el caso que indica La-
pesa (16): “Una palabra latina puede originar dos romances,
una culta y otra popular... Otras veces la duplicidad Se da en-
tre un derivado culto y un semicultismo... La lengua se ha
servido de estos dobletes para la diferenciación semántica: el
culto litigar ha descargado al popular lidiar de uno de sus sen-
tidos”. Se trata de los que Lapesa llama “dobletes” siguiendo la
costumbre general en España. El colombiano Félix Restrepo, en
su “Diseño de Semántica General” (17) los llama “palabras bi-
formes”. Benítez Claros los denomina “pares etimológicos” (18).
La mayoría de los nombres que se les aplican en todos los
idiomas indican esta dualidad (de término culto y popular) (19),
que, si bien responde a la mayor parte de los casos de palabr
formas distintas procedentes de otra única, no siempre se ajus-
so
ta a la realidad, pues a veces coinciden hasta cuatro palabras
(16) Historia de la Lengua Española, Cap. 1I, pág. 61.
(17) Parte IL capítulo VII, pág. 109.
(18) R. BENITEZ CLAROS, La integración del cultismo, en Archivum,
1956, pág. 237.
(19) En italiano dittologie, doppie forme, doppioni. En francés dow-
bles formes, doublets. En alemán Doppeljormen. De los dos términos usa-
dos por ». prez (Doppelformen, Scheideformen) CAROLINA MICHAELIS (Ro-
manische Wortshópiung) escogió el segundo, que, por cierto, parece un
poco ambiguo. Esta escritora y Restrepo son los únicos que ligeramente
se refieren al estudio de los dobletes españoles
198 RUTILIO MARTINEZ-OTERÓ AO IX
tomadas de los libros cuando el latin clásico era ya lengua muer-
ta, son las que Jlamaremos en adelante voces cultas”. Es una de-
finición excesivamente larga y, por otra parte, parece que quie-
re excluir e incluír, a la vez, los semicultismos que otros auto-
res ni siquiera mencionan como distintos de los cultismos. Quie-
re Menéndez Pidal incluir los semicultismos, puesto que, a
continuación, (en la página 12) escribe: llamamos voces sermni-
cultas a “aquellos cultismos, que se introdujeron desde muy
remotos tiempos en el romance” y que sufren otros cambios
(fonéticos) más profundos. Sin embargo, en el n.* 4 del mismo
párrato (pág. 13) parece contradecirse con respecto a la defini-
ción dada: “Otras veces la voz semiculta no puede decirse que
sea de introducción posterior a la popular. El cultismo no con-
siste en introducir una voz o una acepción antes inexistente”.
Por eso decía que hay cierta contradicción en la definición
de Menéndez Pidal Por un lado incluye los semicultismos,
puesto que, al definir éstos, los llama “cultismos” también;
por otro exige que hayan sido “tomados de los libros cuando el
latin clásico era ya lengua muerta”, pero, al admitir la exis-
tencia de otra clase de cultismos, rectifica: “La voz semiculta
no puede decirse que sea de introducción posterior a la popular.
El cultismo no consiste siempre en introducir una voz o una
acepción antes inexistente”.
No corre el riesgo de estas contradicciones la definición
negativa de Lapesa, pero está limitada al aspecto fonético de
los cultismos. Sin esta limitación la única definición aceptable
es la de D. Alonso, pero también es negativa. Los autores han
esquivado definir el cultismo, por las dificultades que encierra
esta definición. Si se habla de “las voces tomadas al latín lite-
rario”, ¿no habría que excluir tantos cultismos y semicultismos
de uso antiguo y perpetuo en la Iglesia o formados por los fi-
lósofos escolásticos? (31). Si se exige “la introducción más tar-
(31) Por un lado “ángel, obispo, siglo” usados siempre por la Iglesia;
por otro “cualidad, cantidad”, que, según vauzar (obra cit, pág. 115),
fueron creados por la Escolástica, sobre el modelo “bonitas=bondad”.
AO IX CULTISMOS
día, cuando el latín clásico era ya lengua muerta” ¿no habría
que descartar ese emjambre de antropónimos y topónimos se-
micultos sembrados por toda la geografía española y románica?
¿0 es que Millán y Santa Eulalia o Santolalla fueron borrados
del santoral en los primeros siglos del Cristianismo? ¿O es que
el nombre de Mérida fue introducido por Mena o por Góngora?
Por otra parte, al hablar de cultismo, nos referimos normal-
mente al vocablo o elemento culto tomado del latín; pero ¿no
tienen derecho al mismo nombre los grecismos y los extranje-
rismos cultos en general? (32).
Dejemos por ahora la definición de “cultismo”. El día que
se realicen en España y en el mundo los numerosos y profundos
estudios que este aspecto lingiístico tan importante requiere, se
podrá llegar a fijar el concepto y a establecer una definición
adecuada y científica. Para limitar nuestro estudio, tomemos
provisionalmente ésta: Cultismo en las lenguas romances es
“todo préstamo del latín literario”. Así pues, nos referimos ex-
clusivamente a los cultismos latinos, pero abarcamos todas sus
clases, es decir, no nos limitamos a los fonéticos o de léxico.
Entendemos ampliamente el latín literario, incluyendo el la-
tín medieval y el eclesiástico.
CLASES DE CULTISMOS
Llamo cultismo léxico al que normalmente se considera cul-
tismo. Parece que debería denominarse “fonético”, porque es
la voz que no alcanzó la evolución fonética normal (según sue-
len definirlo); pero, en primer lugar, hay palabras sin evolu-
ción fonética ninguna, pero que no son cultismos, v. gr. “casa”,
(32) vauzar, La Filosofía del lenguaje. pág. 113. dice: “Las tres
principales fuentes de las palabras cultas son las nomenclaturas cienti-
ficas. las nuevas invenciones y los neclogismos literarios... Hay várias
categorias de palabras cultas. Ante todo los próstamos extranjeros
realizados por vía literaria”.
200 RUTILIO MARTINE;
AO IX
“mano”. Por el contrario, hay cultismos que no han evoluciona-
do, pero que serían idénticos si fuesen popularismos, v. gr.
“canoro, adusto, agravar”. Téngase en cuenta lo que dice Me-
yer-Liibke: “El criterio fonético no sirve para determinar los
cultismos” (33).
Digo respecto al cultismo léxico lo que dije al principio del
préstamo de palabras. Es el más numeroso y estudiado, pero no
el único ni de por sí el más importante.
Reservo el nombre de cultismo fonético para el que se pro-
dujo al restaurarse en los cultismos léxicos “dino, afeto” la G. y
la C suprimidas por nuestros clásicos (“digno, afecto”). Se pro-
duce también, aunque al mismo tiempo sea un recurso métrico
o estilístico, en los casos de hiato “Di-a-na, ru-i-do, su-a-ve”.
Cultismo semántico es el que resucita una acepción etimoló-
gica, v. gr. “traducir” empleado por Góngora con el sentido de
“transportar”. “Diseurrir” usado en la lengua literaria con la
acepción de “correr a través de”. “Lindo” que usa Mena con el
significado etimológico de “legitimo” y “fambre” por “ambi-
ción”, tomado de “auri sacra fames”.
En ninguna parte he visto mencionar el cultismo morfoló-
gico, pero sostengo que es v. gr. el sufijo culto que se adopta
a manera de molde para la formación de palabras cultas deri-
vadas. La introducción de cultismos de esta clase supone la
entrada en masa de cultismos léxicos. Véase lo que dice Bally
(34) refiriéndose a los préstamos en general: “Pero la impor-
tancia de los préstamos sube de punto cuando, por su número
y la comunidad de su origen, forman masa relativamente homo-
génea, ofreciendo rasgos comunos en su estructura”,
Entonces proporcionan a la lengua deudora elementos forma-
tivos (raices, prefijos, sufijos, tipos de compuestos) con los que
analógicamente se crean nuevas palabras. Por ejemplo, “indes-
(33) Introd. (Castro). $ 31, pág. 67.
(34) Linguistique générale et Iinguistigue francaise, pág. 315.
A0 IX CULTISMOS 203
“desque sentida la su proporción
de vmana forma non ser discrepante,
el miedo pospuesto, prosigo adelante”
(Laberinto. Copla 22)
4*—Finalmente, el hipérbaton da lugar a infinidad de combi-
naciones latinizantes:
a)—La separación del adjetivo y el sustantivo con el que
concuerda, v. gr. los siguientes versos de Juan de Mena:
“divina me puedes llamar providencia” (37)
“Siempre divina clamando clemencia” (38)
h)—Anteposición del genitivo y de toda palabra introduci-
da por de:
“Si de los pasados quieres ver espantos” (39),
c).—Antepone el verbo en infinitivo al que le rige.
d).—La negación va separada del verbo:
“muchas e muchas más prueuas troyanas
yo dar vos podría, si darlas quissiese ;
pues los de Roma, por bien que escriuiese,
non fin pornía a sus glorias vanas” (40).
Mil combinaciones más pueden verse en Juan de Mena y en
Góngora, los dos grandes poetas que más cullismos introduje-
ron en la lengua castellana: abuso del gerundio, del infinitivo
con verba sentiendi et dicendi, etc.
Bally (41) hace a propósito de los préstamos sintácticos la
siguiente observación:
(37) JUAN DE MENA, N. B. A, E., T. XIX, Edición de Foulché-Delbosc,
Copla 23.
(38) ld, id., Copla 17.
(39) ld., id. Copla 61.
(40) Ia. id. Copla 63.
(41) Linguistique générale et linguistigne frangaise, pág. 19.
204 RUÚTILIO MARTINEZ-OTERO
AO IX
“Las innovaciones sintácticas penetran más de prisa en los
sintagmas libres que en los grupos muy cerrados”. Y en la pá-
gina 205: “La secuencia progresiva entra más fácilmente en un
sintagma libre, —de elementos directamente intercalables—, que
en otro coherente, o sea, formado por términos sólo intercalables
indirectamente”. Para la mejor comprensión de esta idea, véan-
se los siguientes ejemplos:
Sintagma libre:
la maison de mon pere
cum amico
le maítre donne un livre a 1' éléve
Sintagma coherente:
ma maison, cette maison.
mecum, vobiscum
je le lui donne
Finalmente, la última clase de cultismos la constituye el
estilístico, que comprende, a su vez, el métrico, o el poético y el
sintáctico ya explicado, cuando sus recursos se utilizan para
embellecimiento, coloración o expresividad del lenguaje. Por
ejemplo:
Polisíndeton: “Y bellas las buscaba y elegantes”
Asindeton
“A] fin cuna, grana, nieve,
campo, sol, arroyo, rosa,
ave que canta amorosa,
risa que aljófares llueve,
clavel que cristales bebe,
peñasco sin deshacer,
y laurel que sale a ver
si hay rayos que le coronen,
son las artes que componen
a esta divina mujer”.
AO IX CULTISMOS 205
Véase el comentario estilístico, un poco “sui generis”, que de
esta descripción de la belleza femenina del Mágico prodigioso ha-
ce Leo Spitzer (42):
“En el ejemplo de Calderón ya no rige ese respeto al orden
del universo, y asistimos a un remolinear de seres y de pala-
bras, sacudidos por los aires, arrancados de sus marcos natura-
les, sin —asiento— gramatical (Damourette-Pichón llama al
artículo el —asiento— del sustantivo): cuna, grana, nieve, cam-
po, sol, arroyo, rosa... ¿Como explicar el asíndeton brusco? ¿Por
un creciente influjo culterano, con su omisión latinizante del ar-
tículo (rasgo estilístico bien averiguado para la segunda época
de la poesía de Góngora)? ¿Y no obedecerá también a ese gusto
por lo fragmentario que hallamos en todo el arte barroco espa-
ñol? Gusto por lo fragmentario, desde luego, en la medida en
que se equilibra con un poderoso “acento” (en el sentido de Wól-
flin), con una fuerza central unificadora: cuando más tienden
a unificarse las cosas —y las palabras—, más son las fuerzas
coercitivas que deben hacerlas volver al redil. El gusto barroco
se complace en estas tensiones contrarias, entre las fuerzas cen-
trífugas y las centrípetas; se complace en exhibir lo que, pu-
diendo romper la unidad, resulta al fin vencido, El caos evocado
por la descripción de la mujer, el torbellino de cosas metafóri-
cas, aparece finalmente, y definitivamente, dominado por los
dos últimos versos unificadores, que introducen una composición
(en los dos sentidos de la palabra):
son las artes que componen
a esta divina mujer.
La tensión caótica está aquí presente, pero sujeta a un orden”,
Véase, además, el detenido estudio que Dámaso Alonso hace
de las fórmulas estilísticas, tan manoseadas, de Góngora en el
capítulo IV de su obra varias veces citada.
(42) La enumeración caótica en la poesía moderna. (Trad. de R. LIA),
Buenos Aires, 1945, pág. 42.
208 RUTILIO MARTINEZ-OTERO AO IX
Como se indica arriba, la corriente popular latina se conti-
núa en romance. Ahora bien; el léxico de que disponía el vulgo
para sus relaciones con los demás, no podía ni tenía para qué
ser tan extenso como el empleado por un escritor en sus obras
o un orador en sus discursos. Piénsese ahora el estado de atra-
so en que quedó la Romania después de la invasión de los bár-
baros, la falta de escuelas, de comunicaciones y de cultura en
general, condiciones óptimas para el fomento del analfabetismo,
y llegaremos a la conclusión de que las necesidades de aquellos
hombres elementales no les exigirían, ni mucho menos, una
riqueza considerable de vocabulario (44).
Como es natural, cuando andando el tiempo los doctos qui-
sieron traducir al romance las obras latinas, o escribir en ro-
mance, se encontraron frente a una lengua que no disponía de
las voces necesarias para responder a las latinas, surgiendo la
necesidad de trasplantarlas directamente. Además, no podemos,
olvidar que durante varios siglos de existencia de nuestro idio-
ma, el latín cra la lengua usual en público, en escritos y en
solemnidades, estando el romance relegado a la conversación
familiar. En estas condiciones, la influencia que ejercía el latín
sobre el romance era muchísima, ya que el romance, por su po-
ca vitalidad aún, no podía responder a sus propias necesidades.
Nótese también que la pluma, acostumbrada a escribir el latín,
no podía prescindir fácilmente de él, máxime, cuando no dis-
ponía de palabras romances para expresar ciertas ideas, ya
porque no existieran esas palabras, ya porque hubieran tomado
distintos vuelos. Veamos algunos ejemplos gráficos: cuando un
docio quiso traducir al romance la palabra latina PACTU, se
encontró con que el derivado castellano de esa palabra era
PECHO, pero que ya existía con una significación y procedencia
(44) MENENDEZ PIDAL, La unidad del idioma, pág. 189 dice: “Coneu-
rrentemente con las invasiones (germánicas) sucede no ya un letargo de
ta civilización antigua, sino una extinción o muerte y un profundísimo,
un increíble aislamiento de las varias partes del Imperio Romano”.
AO IX
209
distintas de las de “pactum”. ¿Que hacer, pues, para traducir el
término latino con su propio significado? No quedaba más ca-
mino que el de trasplantarlo directamente.
La causa primera de la entrada de los cultismos es la necesi-
dad.
Suárez de Figueroa (45) la considera causa única lícita:
“Peregrinas son las voces que se toman de extraño lenguaje, de
quien sólo será lícito valerse cuando en el natural faltasen...”
Si bien parece hablar de los préstamos en general, todos sus
ejemplos son de cultismos (repulsa, idóneo, lustre, prole, poste-
ridad, astro...).
Con Suárez Figueroa coincide Larra (46): “Mejor será aque-
lla lengua, cuya elasticidad le permite dar entrada a mayor nú-
mero de palabras exóticas, porque estará segura de no carecer
jamás de las voces que necesita. Cuando no las tenga por sí, las
traerá de fuera”. Indica, pues, que la justificación del préstamo
y, por lo tanto, del cultismo es la necesidad.
Pero Feijóo añade otras causas: la mayor energía o expresi-
vidad, exactitud o elegancia. Con su espíritu moderno abre de
par en par las puertas a los cultismos, a los préstamos y a los
neologismos, con dos condiciones: primera “que la voz nueva
tenga o más propiedad o más hermosura o más energía”, se-
gunda, que quien la introduce tenga “una especie de numen par-
ticular o llámese imaginación feliz”. Así encontrará “las voces
más oportunas, ya sean nobles, ya humildes, ya paisanas, ya
extranjeras”.
También D. Ramón M. Pidal (47) muestra su criterio amplio
a este respecto. Lamenta que no se dé cabida en los diccionarios
a innumerables términos “que aumentan y cambian continua-
mente según las corrientes de estudio o nuevas modas cientifi-
cas”. Y recomienda la inclusión y explicación en el Diccionario
(45) El Pasajero, Ed. Renacimiento, pág. 80.
(46) El álbum, artículo publicado en la “Revista Española”, 1835.
(47) Prólogo al Dicc. VOX, pág. XVIL
210 RUTILIO MARTINEZ-OTERO AO IX
de innovaciones usadas por Rubén Darío, como “—cerebración,
isotérico—”. Así pues, según Menéndez Pidal, hasta las modas
científicas justifican la introducción de cultismos.
Bally (48) dice: “Son más abundantes los cultismos sustan-
tivos y adjetivos que verbos. Los latinismos, cn su conjunto y
aun después de su introducción en la lengua usual, conservan
un perfume —savant—, culto, que se traduce de manera muy
diferente según los casos: distinción, elegancia, valor plástico
(sobre todo en poesía) o, al contrario, pesadez pedante, carácter
esotérico, etc., si se abusa de ello por extravagante originalidad”.
Dos causas de cultismos señala aqui Bally, una virtud y un
vicio opuesto. La clegancia de expresión, el graficismo por un
lado, y por otro, el afán desmedido de originalidad, que hunde
al escritor en la pedanteria y extravagancia.
Góngora, según Menéndez Pidal (49), pretendió (y de ello
alardea) “haber latinizado la lengua común, no al sencillo modo
de Herrera, sino convirtiéndola en una lengua de arcanidad mag-
nífica, tan arcana al vulgo como la lengua de Roma, en un len-
guaje hervico, que ha de ser diferente de la prosa y digno de
personas capaces de entenderlo; ...pues no se han de dar las
piedras preciosas a animales de cerda”.
Necesidad, expresividad, elegancia de estilo, ennoblecimien-
to del lenguaje, afán de innovación ... he aquí las causas princi-
pales de introducción de los cultismos. Benítez Claros en su
artículo “La integración del cultismo” (50) señala como causa
de cultismos el uso de arcaísmos lingiísticos: “Todo arcaísmo
lingúístico encierra en sí una evidente posibilidad, un germen de
cultismo, que podrá desarrollarse o no según las exigencias ex-
presivas de la ocasión y del idioma, pero que en no pocos ca-
sos se resuelve en una forma culta. Ese parece ser el caso, en
(48) Obra cit, pág. 332.
(49) Oscuridad, dificultad entre culteranos y conceptistas, (Home-
naje a VOSSLER) 1942.
(50) Archivum, VI, 1956, págs. 239, 240,
AO IX CULTISMOS 213
cultos y éstos aparecen frecuentemente incorrectos por influen-
cia del uso oral. No obstante esta afirmación de Castro, Lida
asevera rotundamente de Berceo: “Hasta cierto punto sucede
con Mena como con Góngora: por ser el más importante de los
poetas de su siglo, se le atribuyen en propiedad todos los lati-
nismos que se hallan reunidos en su obra y dispersos en las de
los demás desde Mio Cid y particularmente desde Barceo, el más
cuantioso latinizador que haya conocido la poesía castellana”.
(57).
2: época: Alfonso el Sabio hasta fines del siglo XIV, Es una
etapa de renacimiento de la antigúedad latina y de fomento de
la cultura. Se multiplica la labor de traducción y se introducen
numerosos elementos cultos, que en gran parte se perderán, Los
escritores del siglo XIV pisan sobre las huellas del Rey Sabio y
utilizan cultismos bastantes correctos. Así ocurre en D. Juan
Manuel en el Caballero Cifar y en los Castigos e documentos.
El Rimado de Palacio ya presenta alteraciones (deciplo, entin-
ción). Juan Ruiz más numerosas (astralabio, estormento, repor-
torio). Pero tales fenómenos se multiplican en la,
37 época: Fines del siglo XIV y XY, en que se reaviva el
gusto por la latinidad. Es la etapa representada por Juan de
Mena. La boga de los estudios latinos desarrolló la enseñanza de
las humanidades; pero, falta de base sólida, se sirve de méto-
dos medievales, y así los resultados son defectuosos. Es lo que
de Mena escribe M.* Rosa Lida: “Toda su obra se presenta di-
vidida entre una herencia que no le satisface del todo... y un
tesoro entrevisto, al que tiende deliberadamente, por caminos
no siempre acertados” (58).
A caballo entre dos épocas y dos tendencias, la arcaizante y
(57) Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español, México, 1950,
pág. 251.
(58) maria Rosa 1108 DE MALKIEC. Ob, cit. pág. 9. La tesis de Lida
está apuntada por A. castro en aquellas palabras: “ropaje estilístico de
un arte aún adherido a lo medieval”.
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medieval por un lado con su lenguaje tradicional, sus vulgaris-
mos y vocablos groseros, y, por otro, la moderna renacentista,
cuajada de cultismos, Mena, como con juicio certero escribió de
él Juan de Valdés (59) “puso ciertos vocablos, unos que por
grosseros se devrían desechar y otros que por muy latinos no se
dexan entender de todos”.
Hay latinismos crudos (genus), ultracorrecciones (abto), me-
tátesis (sogebto), inseguridad vocálica (ligítimo), dislates (olo-
castia), sincopas (espritos)... En el Corbacho se encuentran “ab-
suluto, ipróquita” y en otros autores “filosomía por fisonomía”,
“monipodio por monopolio”, etc... La Biblia que tradujo y glosó
Arragel de Guadalajara está plagada de alteraciones por ese
estilo.
4% época: “La reacción renacentista iniciada en la Salaman-
ca de Nebrija corrige buena parte de los errores con sabor a
escuela medieval”. Quedan supervivientes, que llegan hasta Cer-
vantes (notomía por anatomía), y la pronunciación vulgariza-
da de los grupos de consonantes en vocablos cultos se mantiene
hasta el siglo XVII, en que la Academia Española los depura de
una manera definitiva. En esta etapa brilla un astro de primera
magnitud en cl uso de los cultismos: Góngora, en el que culmi-
nan no sólo los cultismos léxicos, sino también los sintácticos y
estilísticos. Los jalones principales de esta historia de penetra-
ción de los cultismos en nuestro idioma son Berceo, Jorge Man-
rique, Mena. en menor escala Garcilaso y Herrera y, sobre todos,
Góngora.
5* época: Finalmente, Cesde el siglo XVII el latinismo entra
puro por la vía docta. Pero con él entran en España muchos ex-
tranjerismos. Es la época de los galicismos y desde entonces el
vocabulario se enriquece con infinidad de tecnicismos y neolo-
gismos de toda especie. En la época romántica se remozan mu-
chos cultismos y los poetas contemporáneos continúan esta tra-
(59) Diálogo de la Lengua, ed. José F. Montesinos, Clásicos caste-
llanos. Madrid, 1928, págs. 158-159
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dición de cultismos ya perfectos. El progreso de las ciencias y las
artes, la filosofía, la técnica profesional, las cuestiones políticas
y sociales, modernamente exigen la ampliación de su nomencla-
tura, hasta tal punto, que cada disciplina busca su léxico gene-
ralmente fundado en palabras de factura clásica.
Los cultismos llenan nuestra literatura y constituyen una
lengua internacional, común a todos los países civilizados.
RUTILIO MARTINEZ OTERO