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Orientación Universidad
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Diario de Cristóbal Colon, Monografías, Ensayos de Derecho

Habla sobre lo que tuvo que pasar Cristobal

Tipo: Monografías, Ensayos

2022/2023

Subido el 06/01/2023

Mchavez12
Mchavez12 🇧🇴

5 documentos

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¡Descarga Diario de Cristóbal Colon y más Monografías, Ensayos en PDF de Derecho solo en Docsity! DIARIOS DE COLÓN bros Ah Tano ÍNDICE PRIMER VIAJE.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . SEGUNDO VIAJE .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . TERCER VIAJE .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . CUARTO VIAJE.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 8 5 5 1 1 5 2 5 5 4 5 que el día pasare y el día lo que la noche navegare, tengo pro- pósito de hazer carta nueva de navegar, en la cual situaré to- da la mar e tierras del mar Occéano en sus proprios lugares, debaxo su viento, y más componer un libro y poner todo por el semejante por pintura, por latitud del equinocial y longitud del Occidente. Y sobre todo cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente mucho el navegar, porque así cumple, las cua- les serán gran trabaxo. Viernes 3 de agosto.—Partimos viernes, 3 días de agosto de 1492 años, de la barra de Saltes a las ocho oras. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hazia el Sur sesenta mi- llas, que son quinze leguas. Después al Sudueste y al Sur, cuar- ta del Surueste, que era el camino para las Canarias. Sábado 4 de agosto.—Anduvieron al Sudueste, cuarta del Sur. Domingo 5 de agosto.—Anduvieron su vía entre día y noche más de cuarenta leguas. Lunes 6 de agosto.—Saltó o desencasose el governario a la ca- ravela Pinta, donde iva Martín Alonso Pinçón, a lo que se creyó o sospechó, por industria de un Gómez Rascón y Cristóval Quin- tero, cuya era la caravela, porque le pesava ir aquel viaje. Y dize el almirante que, antes que partiesen, avían hallado en ciertos reveses, grisquetas como dizen, a los dichos. Vídose allí el almi- rante en gran turbación por no poder ayudar a la dicha carave- la sin su peligro, y dize que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinçón era persona esforçada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veinte y nueve leguas. Martes 7 de agosto.—Tornose a saltar el governalle a la Pinta, y adobáronlo y anduvieron en demanda de la isla del Lança- rote, que es una de las islas de Canaria, y anduvieron entre día y noche veinticinco leguas. Miércoles 8 de agosto.—Ovo entre los pilotos de las tres cara- velas opiniones diversas dónde estavan y el almirante salió más verdadero. Y quisiera ir a Gran Canaria por dexar la caravela Pinta, porque iba mal acondicionada del gobernario y hazía agua, y quisiera tomar allí otra si la hallara. No pudieron to- marla aquel día. Jueves 9 de agosto.—Hasta el domingo en la noche no pudo el almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso quedose en P R I M E R V I A J E 3 8 7 aquella costa de Gran Canaria por mandado del almirante, porque no podía navegar. Después tornó el almirante a Ca- naria o Tenerife y adobaron muy bien la Pinta con mucho tra- baxo y diligencia del almirante, de Martín Alonso y de los de- más, y al cabo vinieron a la Gomera. Vieron salir gran huego de la sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran ma- nera. Hizieron la Pinta redonda, porque era latina. Tornó a la Gomera, domingo a dos de setiembre, con la Pinta adobada. Dize el almirante que juravan muchos hombres honrados es- pañoles que en la Gomera estavan con doña Inés Peraça, ma- dre de Guillén Peraça, que después fue el primer conde de la Gomera, que eran vezinos de la isla del Hierro, que cada año veían tierra al Vueste de las Canarias, que es al Poniente, y otros de la Gomera afirmavan otro tanto con juramento. Dize aquí el almirante que se acuerda que estando en Por- tugal el año de 1484, vino uno de la isla de la Madera al rey a le pedir una caravela para ir a esta tierra que vía, el cual jura- ba que cada año la vía de una manera. Y también dize que se acuerda que lo mismo dezían en las islas de los Açores y todos estos en una derrota y en una manera de señal y en una gran- deza. Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dexó en la Gomera el almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la caravela Pinta, finalmente se hi- zo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres caravelas jueves a seis días de setiembre. Jueves 6 de septiembre.—Partió aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y tomó la buelta para ir su viaje. Y supo el almirante de una caravela que venía de la isla del Hierro, que andavan por allí tres caravelas de Portugal para lo tomar: devía de ser de embidia que el rey tenía por averse ido a Cas- tilla. Y anduvo todo aquel día y noche en calma, y a la maña- na se halló entre la Gomera y Tenerife. Viernes 7 de septiembre.—Todo el viernes y el sábado, hasta tres oras de noche, estuvo en calmas. Sábado 8 de septiembre.—Tres oras de noche sábado començó a ventar Nordeste, y tomó su vía y caminó al Güeste. Tuvo mu- cha mar por proa que le estorvava el camino. Y andarían aquel día nueve leguas con su noche. 3 8 8 D I A R I O S D E C O L Ó N Domingo 9 de septiembre.—Anduvo aquel día quinze leguas, y acordó contar menos de las que andava, porque, si el viaje fue- se luengo, no se espantase y desmayase la gente. En la noche anduvo ciento y veinte millas, a diez millas por ora, que son treinta leguas. Los marineros governavan mal, decayendo so- bre la cuarta del Norueste y aún a la media partida, sobre lo cual les riñó el almirante muchas vezes. Lunes 10 de septiembre.—En aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez millas por ora, que son dos leguas y me- dia; pero no contava sino cuarenta y ocho leguas, por que no se asombrase la gente si el viaje fuese largo. Martes 11 de septiembre.—Aquel día navegaron a su vía, que era el Güeste, y anduvieron veinte leguas y más, y vieron un gran troço de mástel de nao, de ciento y veinte toneles, y no lo pudieron tomar. La noche anduvieron cerca de veinte leguas y contó no más de diez y seis por la causa dicha. Miércoles 12 de septiembre.—Aquel día, yendo su vía, anduvie- ron en noche y día treinta y tres leguas, contando menos por la dicha causa. Jueves 13 de septiembre.—Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era el Güeste, anduvieron treinta y tres leguas, y con- tava tres o cuatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En este día, al comienço de la noche, las agujas noruesteavan, y a la mañana nordesteavan algún tanto. Viernes 14 de septiembre.—Navegaron aquel día su camino al Güeste con su noche y anduvieron veinte leguas, contó algu- na menos. Aquí dixeron los de la caravela Niña que avían vis- to un garxao y un rabo de junco, y estas aves nunca se apartan de tierra cuando más veinticinco leguas. Sábado 15 de septiembre.—Navegó aquel día con su noche vein- tisiete leguas su camino al Güeste y algunas más. Y en esta no- che al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo de huego en la mar, lexos de ellos cuatro o cinco leguas. Domingo 16 de septiembre.—Navegó aquel día y la noche a su camino, el Güeste. Andarían treinta y nueve leguas, pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel día algunos ñublados, llo- viznó. Dize aquí el almirante que oy y siempre de allí adelan- te hallaron aires temperatíssimos, que era plazer grande el P R I M E R V I A J E 3 8 9 Sábado 22 de septiembre.—Navegó al Güesnorueste más o me- nos, acostándose a una y a otra parte. Andarían treinta leguas. No vían cuasi yerba. Vieron unas pardelas y otra ave. Dize aquí el almirante: «Mucho me fue necessario este viento contrario, porque mi gente andavan muy estimulados, que pensavan que no ventavan en estos mares vientos para bolver a España». Por un pedaço de día no ovo yerva; después, muy espesa. Domingo 23 de septiembre.—Navegó al Norueste y a las vezes a la cuarta del Norte y a las vezes a su camino, que era el Gües- te, y andaría hasta veintisiete leguas. Vieron una tórtola y un alcatraz y otro paxarito de río y otras aves blancas. Las yervas eran muchas, y hallavan cangrejos en ellas. Como la mar estu- viese mansa y llana, murmurava la gente diziendo que, pues por allí no avía mar grande, que nunca ventaría para bolver a Es- paña. Pero después alçose mucho la mar y sin viento, que los asombraba, por lo cual dize aquí el almirante: «Así que muy necessario me fue la mar alta, que no pareció, salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisén, que los sacava de captiverio». Lunes 24 de septiembre.—Navegó a su camino al Güeste día y noche, y andarían cuatorze leguas y media. Contó doze. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas pardelas. Martes 25 de septiembre.—Este día ovo mucha calma y des- pués ventó, y fueron su camino al Güeste hasta la noche. Iva hablando el almirante con Martín Alonso Pinçón, capitán de la otra caravela, Pinta, sobre una carta que le avía embiado tres días avía a la caravela, donde, según parece, tenía pintadas el almirante ciertas islas por aquella mar. Y dezía el Martín Alon- so que estavan en aquella comarca y respondía el almirante que así le parecía a él. Pero, puesto que no oviesen dado con ellas, lo devían de aver causado las corrientes, que siempre avían echado los navíos al Nordeste, y que no avían andado tan- to como los pilotos dezían. Y, estando en esto, díxole el almi- rante que le embiase la carta dicha. Y, embiada con alguna cuerda, començó el almirante a cartear en ella con su piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío y con mucha alegría llamó al almirante, pidiéndole albricias que vía tierra. 3 9 2 D I A R I O S D E C O L Ó N Y cuando se lo oyó dezir al dicho Martín, el almirante dize que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Mar- tín Alonso dezía Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente del almirante, y los de la Niña. Subiéronse todos sobre el mástel y en la xarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al almirante así pareció y que avría a ella veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra. Mandó el almirante dexar su camino, que era el Güeste, y que fuesen todos al Sudueste, adonde avía parecido la tierra. Avrían an- dado aquel día al Güeste cuatro leguas y media y en la noche al Sudeste diez y siete leguas, que son veintiuna, puesto que dezía a la gente treze leguas, porque siempre finxía a la gen- te que hazía poco camino por que no les pareciese largo, por manera que escrivió por dos caminos aquel viaje: el menor fue el fingido y el mayor el verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos marineros. Vieron mu- chos dorados y otros peces. Miércoles 26 de septiembre.—Navegó a su camino al Güeste has- ta después de mediodía. De allí fueron ad Sudueste hasta co- nocer que lo que dezían que avía sido tierra no lo era, sino cie- lo. Anduvieron día y noche treinta y una leguas, y contó a la gente veinticuatro. La mar era como un río, los aires dulces y suavíssimos. Jueves 27 de septiembre.—Navegó a su vía al Güeste. Anduvo entre día y noche veinticuatro leguas, contó a la gente veinte le- guas. Vinieron muchos dorados, mataron uno. Vieron un rabo de junco. Viernes 28 de septiembre.—Navegó a su camino al Güeste, an- duvieron día y noche con calmas catorze leguas, contaron tre- ze. Hallaron poca yerva, tomaron dos peces dorados y en los otros navíos más. Sábado 29 de septiembre.—Navegó a su camino El Güeste. An- duvieron veinticuatro leguas, contó a la gente veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron entre día y noche poco. Vie- ron un ave que se llama rabiforçado, que haze gomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella y no se mantiene de otra cosa. Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra veinte leguas. Ay destas muchas en las islas P R I M E R V I A J E 3 9 3 de Cabo Verde. Después vieron dos alcatraces. Los aires eran muy dulces y sabrosos, que dizque no faltava sino oír el rui- señor, y la mar llana como un río. Parecieron después en tres vezes tres alcatraces y un forçado. Vieron mucha yerva. Domingo 30 de septiembre.—Navegó su camino al Güeste. An- duvo entre día y noche por las calmas catorze leguas, contó onze. Vinieron al navío cuatro rabos de junco, que es gran se- ñal de tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas. Viéronse cua- tro alcatraces en dos vezes, yerva mucha. Nota que las estrellas que se llaman las guardias, cuando anochece, están junto al braço de la parte del Poniente y, cuando amanece, están en la línea debaxo del braço al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan salvo tres líneas, que son nueve oras, y esto cada noche. Esto dize aquí el almirante. También, en ano- checiendo, las agujas noruestean una cuarta y, en amanecien- do, están con la estrella justo. Por lo cual parece que la estre- lla haze movimiento como las otras estrellas y las agujas piden siempre la verdad. Lunes 1º de octubre.—Navegó su camino al Güeste. Anduvie- ron veinticinco leguas, contó a la gente veinte leguas. Tuvie- ron grande aguacero. El piloto del almirante tenía oy, en ama- neciendo, que avían andado desde la isla del Hierro hasta aquí quinientas setenta y ocho leguas al Güeste. La cuenta menor que el almirante mostrava a la gente eran quinientas ochenta y cuatro, pero la verdadera que el almirante juzgava y guarda- va eran setecientas siete. Martes 2 de octubre.—Navegó a su camino al Güeste noche y día treinta y nueve leguas, contó a la gente obra de treinta le- guas. La mar llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dixo aquí el almirante. Yerva venía de Leste a Güeste, por el contrario de lo que solía. Parecieron muchos peces, matose uno. Vieron un ave blanca que parecía gaviota. Miércoles 3 de octubre.—Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas, contó a la gente cuarenta leguas. Apa- recieron pardelas, yerva mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta. No vieron aves algunas, y creía el al- mirante que le quedavan atrás las islas que traía pintadas en 3 9 4 D I A R I O S D E C O L Ó N una caña y un palo, y tomaron otro palillo labrado a lo que pa- recía con hierro, y un pedaço de caña y otra yerva que nace en tierra, y una tablilla. Los de la caravela Niña también vie- ron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramo- jos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Andu- vieron en este día hasta puesto el sol veintisiete leguas. Después del sol puesto, navegó a su primer camino al Gües- te. Andarían doze millas cada ora, y hasta dos oras después de medianoche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la caravela Pinta era más velera, iva delan- te del almirante, halló tierra y hizo las señas que el almirante avía mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se de- zía Rodrigo de Triana. Puesto que el almirante a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre, aunque, como fue cosa tan cerrada, que no quiso afirmar que fuese tierra, pero llamó a Pedro Gutiérrez, repostero de estrados del rey, e díxole que parecía lumbre, que mirasse él, y así lo hizo y vídola. Díxole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el rey y la reina embiavan en el armada por veedor, el cual no vido nada porque no estava en lugar do la pudiese ver. Desque el almirante lo dixo, se vido una vez o dos, y era como una can- delilla de cera que se alçava y levantava, lo cual a pocos pare- ciera ser indicio de tierra, pero el almirante tuvo por cierto es- tar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dixeron la Salve, que la acostumbravan dezir cantar a su manera todos los marine- ros y se hallavan todos, rogó y amonestolos el almirante que hiziesen buena guarda al castillo de proa y mirasen bien por la tierra, y que al que le dixese primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los reyes avían prometido, que eran diez mil maravedíes de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de medianoche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amainaron todas las velas y queda- ron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéron- se a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamava en lengua de indios Guanahaní. Luego vieron gente desnuda y el almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente P R I M E R V I A J E 3 9 7 Anes, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el almi- rante la vandera real y los capitanes con dos vanderas de la Cruz Verde, que llevava el almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y, encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas mane- ras. El almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que sal- taron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escrivano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dixo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomava, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el rey y por la reina sus señores, haziendo las protestaciones que se requirían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hizieron por escrito. Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento destas In- dias. «Yo —dize él— porque nos tuviesen mucha amistad, por- que conocí que era gente que mejor se libraría y convertería a nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di a algu- nos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidro que se ponían al pescueço, y otras cosas muchas de poco va- lor, con que ovieron mucho plazer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papaga- yos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocavan por otras cosas que nos les dávamos, como cuentezillas de vidro y cascaveles. En fin, todo tomavan y da- van de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pare- ció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y tam- bién las mugeres, aunque no vide más de una harto moça. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años. Muy bien hechos, de muy fer- mosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruessos cua- si como sedas de cola de cavallo, y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen lar- gos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y de ellos se 3 9 8 D I A R I O S D E C O L Ó N pintan de blanco y de ellos de colorado y de ellos de lo que fa- llan. Y de ellos se pintan las caras y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos y de ellos sólo el nariz. Ellos no traen ar- mas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorancia. No tienen algún fie- rro, sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tie- nen al cabo un diente de pece y otras de otras cosas. Ellos to- dos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de fe- ridas en sus cuerpos y les hize señas qué era aquello y ellos me amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estavan acerca y los querían tomar y se defendían. Y yo creí, creo, que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos de- ven ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dizen todo lo que les dezía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, plaziendo a Nuestro Señor, levaré de aquí al tiempo de mi partida seis a vuestras altezas para que deprendan fablar. Nin- guna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta isla». Todas son palabras del almirante. Sábado 13 de octubre.—«Luego que amaneció vinieron a la pla- ya muchos destos hombres, todos mancebos, como dicho ten- go. Y todos de buena estatura, gente muy fermosa, los cabellos no crespos, salvo corredíos y gruesos, como sedas de cavallo, y todos de la frente y cabeça muy ancha más, que otra gene- ración que fasta aquí aya visto. Y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los ca- narios. Ni se deve esperar otra cosa, pues está Lestegüeste con la isla del Fierro, en Canaria, so una línea. Las piernas muy de- rechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedaço y la- brado muy a maravilla según la tierra, y grandes en que en al- gunos venían cuarenta y cuarenta y cinco hombres, y otras más pequeñas, fasta aver de ellas en que venía un solo hombre. Re- mavan con una pala como de fornero, y anda a maravilla y, si se le trastorna, luego se echan todos a nadar y la endereçan y vazían con calabaças que traen ellos. Traían ovillos de algodón P R I M E R V I A J E 3 9 9 si la costa era limpia de baxas, y en amaneciendo cargar velas. Y como la isla fuese más lexos de cinco leguas, antes será siete, y la marea me detuvo, sería mediodía cuando llegué a la dicha isla. Y fallé que aquella haz, que es de la parte de la isla de San Salvador, se corre Norte Sur y han en ella cinco leguas. Y la otra, que yo seguí, se corría Lestegüeste y han en ella más de diez leguas. Y como desta isla vide otra mayor al Güeste, car- gué las velas por andar todo aquel día fasta la noche, por que aún no pudiera aver andado al cabo del Güeste. A la cual puse nombre la isla de Santa María de la Concepción. Y cuasi al po- ner del sol sorgí acerca del dicho cabo por saber si avía allí oro, porque estos que yo avía hecho tomar en la isla de San Salva- dor me dezían que aí traían manillas de oro muy grandes a las piernas y a los braços. Yo bien creí que todo lo que dezían era burla para se fugir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que, tomado de una, se puede dezir de todas. Y sorgí e estuve hasta oy mar- tes, que en amaneciendo fue a tierra con las barcas armadas y salí. Y ellos, que eran muchos, así desnudos y de la misma con- dición de la otra isla de San Salvador, nos dexaron ir por la is- la y nos davan lo que les pedía. Y porque el viento cargava a la traviesa Sueste, no me quise detener y partí para la nao, y una almadía grande estava a bor- do de la caravela Niña y uno de los hombres de la isla del San Salvador, que en ella era, se echó a la mar y se fue en ella, y la noche de antes, a medio echado el otro, fue atrás la almadía, la cual fugió, que jamás fue barca que le pudiese alcançar, puesto que le teníamos grande avante. Con todo, dio en tierra y dexaron la almadía, y algunos de los de mi compañía salie- ron en tierra tras ellos, y todos fugeron como gallinas. Y la al- madía que avían dexado la llevamos a bordo de la caravela Niña, adonde ya de otro cabo venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar un ovillo de algodón, y se echa- ron algunos marineros a la mar, porque él no quería entrar en la caravela, y le tomaron. Y yo, que estava a la popa de la nao, que vide todo, embié por él y le di un bonete colorado y unas cuentas de vidro verdes, pequeñas, que le puse al braço, y dos cascaveles, que le puse a las orejas, y le mandé bolver a su al- 4 0 2 D I A R I O S D E C O L Ó N madía, que también tenía en la barca, y le embié a tierra. Y di luego la vela para ir a la otra isla grande que yo vía al Güeste y mandé largar también la otra almadía que traía la caravela Niña por popa y vide después en tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo avía dado las cosas susodichas y no le avía que- rido tomar el ovillo de algodón, puesto que él me lo quería dar. Y todos los otros se llegaron a él y tenía a gran maravilla, bien le pareció que éramos buena gente y que el otro se avía fugido nos avía hecho algún daño y que por esto lo llevávamos. Y a es- ta razón usé esto con él de le mandar alargar y le di las dichas cosas por que nos tuviesen en esta estima, por que otra vez cuan- do vuestras altezas aquí tornen a embiar, no hagan mala com- pañía; y todo lo que yo le di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez oras, con el viento Sueste, y tocava de Sur para pasar a estotra isla, la cual es grandíssima y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de San Sal- vador hazen señas que ay muy mucho oro y que lo traen en los braços en manillas y a las piernas y a las orejas y al nariz y al pescueço. Y avía desta isla de Santa María a esta otra nue- ve leguas Lestegüeste, y se corre toda esta parte de la isla No- rueste Sueste. Y se parece que bien avría en esta costa más de veintiocho leguas en esta faz. Y es muy llana, sin montaña nin- guna, así como aquella de San Salvador y de Santa María. Y todas playas sin roquedos, salvo que a todas ay algunas peñas acerca de tierra, debaxo del agua, por donde es menester abrir el ojo cuando se quiere surgir, e no surgir mucho acer- ca de tierra, aunque las aguas son siempre muy claras y se ve el fondo. Y desviado de tierra dos tiros de lombarda, ay en to- das estas islas tanto fondo que no se puede llegar a él. Son es- tas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede aver muchas cosas que yo no sé, porque no me quiero dete- ner por calar y andar muchas islas para fallar oro. Y pues estas dan así estas señas, que lo traen a los braços y a las piernas, y es oro, porque les amostré algunos pedaços del que yo tengo, no puedo errar con el ayuda de Nuestro Señor, que yo no le falle a donde nace. Y estando a medio golfo destas dos islas —es de saber, de aquella de Santa María y desta grande, a la cual pongo nom- P R I M E R V I A J E 4 0 3 bre la Fernandina—, fallé un hombre solo en una almadía que se pasava de la isla de Santa María a la Fernandina, y traía un poco de su pan, que sería tanto como el puño, y una calabaça de agua y un pedaço de tierra bermeja hecha en polvo y des- pués amasada, y unas hojas secas, que deve ser cosa muy apre- ciada entre ellos, porque ya me truxeron en San Salvador de ellas en presente. Y traía un cestillo a su guisa en que tenía un ramalejo de cuentezillas de vidro y dos blancas, por las cuales conocí que él venía de la isla de San Salvador, y avía pasado aquella de Santa María y se pasava a la Fernandina, el cual se llegó a la nao. Yo le hize entrar, que así lo demandava él, y le hize poner su almadía en la nao y guardar todo lo que él traía, y le mandé dar de comer pan y miel y de bever. Y así le pasa- ré a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas nuevas de nos por a Nuestro Señor aplaziendo, cuando vues- tras altezas embíen acá, que aquellos que vinieren recivan hon- ra y nos den de todo lo que oviere». Martes 16 de octubre.—«Partí de las islas de Santa María de la Concepción, que sería ya cerca de mediodía, para la isla Fer- nandina, la cual amuestra ser grandíssima al Güeste, y navegué todo aquel día con calmería. No pude llegar a tiempo de po- der ver el fondo para surgir en limpio, porque es en esto mu- cho de aver gran diligencia por no perder las anclas, y así tem- porizé toda esta noche hasta el día, que vine a una población, adonde yo surgí e adonde avía venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual avía dado tantas buenas nuevas de nos que toda esta noche no faltó al- madías a bordo de la nao, que nos traían agua y de lo que te- nían. Yo a cada uno le mandava dar algo, es a saber, algunas contezillas, diez o doze de ellas de vidro en un filo, y algunas sonajas de latón destas que valen en Castilla un maravedí cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandíssima ex- celencia, y también los mandava dar para que comiesen, cuan- do venían en la nao, miel de açúcar. Y después, a oras de ter- cia, embié el batel de la nao en tierra por agua, y ellos de muy buena gana le enseñavan a mi gente adónde estava el agua, y ellos mesmos traían los barriles llenos al batel y se folgavan mu- cho de nos hazer plazer. 4 0 4 D I A R I O S D E C O L Ó N la naturaleza de otros que ay en Castilla. Por ende avía muy gran diferencia y los otros árboles de otras maneras eran tantos que no ay persona que lo pueda dezir ni asemejar a otros en Cas- tilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mis- mas condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y davan de lo que tenían por cualquiera cosa que les diesen. Y aquí vi- de que unos moços de los navíos les trocaron azagayas por unos pedaçuelos de escudillas rotas y de vidro, y los otros que fueron por el agua me dixeron cómo avían estado en sus casas y que eran dentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón. Ellas, las casas, son to- das a manera de alfaneques y muy altas y buenas chimeneas, mas no vide entre muchas poblaciones que yo vide ninguna que pa- sasse de doze hasta quinze casas. Aquí fallaron que las mugeres casadas traían bragas de al- godón, las moças no, sino salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años. Y aí avía perros mastines y branchetes, y aí fallaron uno que avía al nariz un pedaço de oro que sería como la mitad de un castellano, en el cual vieron letras. Reñí yo con ellos porque no se lo resgataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era, y ellos me respondie- ron que nunca se lo osó resgatar. Después de tomada la agua bolví a la nao y di la vela y salí al Norueste tanto que yo des- cubrí toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Leste Güeste, y después todos estos indios tornaron a dezir que esta isla era más pequeña que no la isla Samoet y que sería bien bolver atrás por ser en ella más presto. El viento allí luego más calmo y començó a ventar güesnorueste, el cual era contrario para donde avíamos venido, y así tomé la buelta y navegué toda esta noche pasada al Lestesueste, y cuando al Leste todo, cuán- do al Sueste, y esto para apartarme de la tierra, porque hazía muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado. Él era poco y no me dexó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte después de medianoche hasta cuasi el día, y aún está nu- blado para llover, y nos, al cabo de la isla de la parte del Sues- te, adonde espero surgir fasta que aclarezca para ver las otras islas adonde tengo de ir. Y así todos estos días, después que en estas Indias estoy, ha llovido poco o mucho. Crean vuestras al- P R I M E R V I A J E 4 0 7 tezas que es esta tierra la mejor e más fértil y temperada y lla- na que aya en el mundo». Jueves 18 de octubre.—«Después que aclareció seguí el viento y fui en derredor de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas no fui en tierra y, en amaneciendo, di la vela». Viernes 19 de octubre.—«En amaneciendo levanté las anclas y envié la caravela Pinta al Leste y Sueste y la caravela Niña al Sursueste, y yo con la nao fui al Sueste y dado orden que lle- vasen aquella buelta fasta mediodía y después que ambas se mudasen las derrotas y se recogieran para mí. Y luego, antes que andássemos tres oras, vimos una isla al Leste sobre la cual descargamos. Y llegamos a ella todos tres los navíos antes de mediodía a la punta del Norte, adonde haze un isleo y una res- tinga de piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla gran- de, la cual anombraron estos hombres de San Salvador, que yo traigo la isla Saomete, a la cual puse nombre la Isabela. El vien- to era norte y quedava el dicho isleo en derrota de la isla Fer- nandina, de adonde yo avía partido Leste Güeste. Y se corría después la costa desde el isleo al Güeste y avía en ella doze le- guas fasta un cabo, y aquí yo llamé el Cabo Hermoso, que es de la parte del Güeste. Y así es fermoso, redondo y muy fondo, sin baxas fuera de él, y al comienço es de piedra y baxo y más adentro es playa de arena como cuasi la dicha costa es. Y así sur- gí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi es toda cuasi playa y la isla, la más fermosa isla que yo vi, que si las otras son muy hermosas, esta es más. Es de muchos árboles y muy ver- des y muy grandes. Y esta tierra es más alta que las otras islas falladas, y en ella algún altillo, no que se le puede llamar mon- taña, mas cosa que afermosea lo otro y parece de muchas aguas allá al medio de la isla. Desta parte al Nordeste haze una gran- de angla y ha muchos arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta fer- mosura, mas era el fondo baxo y no podía surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo, adonde yo surgí agora, al cual puse nombre Cabo Fermoso, porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla y aun porque 4 0 8 D I A R I O S D E C O L Ó N vide este cabo de allá tan verde y tan fermoso, así como todas las otras cosas y tierras destas islas que yo no sé adónde me va- ya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan fermosas ver- duras y tan diversas de las nuestras. Y aun creo que ha en ellas muchas yervas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y para medicinas de especería, mas yo no los co- nozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo vino el olor tan bueno y sua- ve de flores o árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya, iré en tie- rra a ver qué es aquí en el cabo. No es la población salvo allá más dentro, adonde dizen estos hombres que yo traigo que es- tá el rey y que trae mucho oro. Y yo de mañana quiero ir tan- to avante que halle la población y vea o aya lengua con este rey que, según estos dan las señas, él señorea todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre sí mucho oro, aunque no doy mucha fe a sus dezires, así por no los entender yo bien como en conocer que ellos son tan pobres de oro que cual- quiera poco que este rey traiga les parece a ellos mucho. Este a qui yo digo Cabo Fermoso, creo que es isla apartada de Sao- meto, y aún ay ya otra entremedias pequeña. Yo no curo así de ver tanto por menudo, porque no lo podría fazer en cincuen- ta años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para bolver a vuestras altezas, a Nuestro Señor aplaziendo, en abril. Verdad es que, fallando adónde aya oro o especería en cantidad, me deterné fasta que yo aya de ello cuanto pudiere, y por esto no fago sino andar para ver de topar en ello». Sábado 20 de octubre.—«Oy, al sol salido, levanté las anclas de donde yo estava con la nao surgido en esta isla de Saometo al cabo del Sudueste, adonde yo puse nombre al Cabo de la La- guna y, a la isla, la Isabela, para navegar al Nordeste y al Leste de la parte del Sueste y Sur, adonde entendí destos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y fallé todo tan baxo el fondo que no pude entrar ni navegar a ella, y vide que siguiendo el camino del Sudueste era muy gran rodeo y por esto determiné de me bolver por el camino que yo avía traído del Nornordeste de la parte del Güeste y rodear esta isla para aí. Y el viento me fue tan escaso que yo nunca pude aver la tierra P R I M E R V I A J E 4 0 9 Martín Alonso Pinçón, capitán de la Pinta, mató otra sierpe tal como la otra de ayer de siete palmos, y fize tomar aquí del li- ñáloe cuanto se falló». Martes 23 de octubre.—«Quisiera oy partir para la isla de Cu- ba, que creo que deve ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me deterné más aquí ni esta isla alrededor para ir a la población, como te- nía determinado, para aver lengua con este rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no ay mina de oro, y al rodear destas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues es de andar a donde aya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra fasta topar en tierra muy provechosa, aunque mi entender es que esta sea muy provechosa de especería, mas que yo no la conozco, que llevo la mayor pena del mundo, que veo mill maneras de ár- boles que tienen cada uno su manera de fruta y verde agora como en España en el mes de mayo y junio, y mill maneras de yervas asimesmo con flores, y de todo no se conoció salvo este liñáloe de que oy mandé también traer a la nao mucho para llevar a vuestras altezas. Y no dado ni doy la vela para Cuba porque no ay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho. Y llovió ayer mucho sin hazer ningún frío, antes el día haze ca- lor y las noches temperadas como en mayo en España en el Andaluzía». Miércoles 24 de octubre.—«Esta noche a medianoche levanté las anclas de la isla Isabela del cabo del isleo, que es de la par- te del Norte, adonde yo estava posado para ir a la isla de Cu- ba, adonde oí desta gente que era muy grande y de gran tra- to y avía en ella oro y especerías y naos grandes y mercaderes, y me amostró que al Güesudueste iría a ella. Y yo así lo tengo, porque creo que sí es así, como por señas que me hizieron to- dos los indios destas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué fasta el día al Güesudueste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la noche. Y estuve así con poco 4 1 2 D I A R I O S D E C O L Ó N viento fasta que pasava de mediodía y entonces tornó a ventar muy amoroso, y llevava todas mis velas de la nao: maestra y dos bonetas y triquete y cebadera y mezana y vela de gabia, y el ba- tel por popa. Así anduve el camino fasta que anocheció y en- tonces me quedava el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de la parte de Sur a la parte de Güeste. Me quedava al Norueste y hazia de mí a él siete leguas. Y porque ventava ya rezio y no sabía yo cuánto camino oviese fasta la dicha isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas son muy fondas a no hallar fondo todo en derredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado un pedaço de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede segura- mente surgir salvo a vista de ojo. Y por tanto acordé de amai- nar las velas todas, salvo el triquete, y andar con él. Y de a un rato crecía mucho el viento y hazía mucho camino de que du- dava, y era muy gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trin- quete y no anduvimos esta noche dos leguas, etc.». Jueves 25 de octubre.—Navegó después del sol salido al Gües- te Sudueste hasta las nueve oras. Andarían cinco leguas. Des- pués mudó el camino al Güeste. Andavan ocho millas por ora hasta la una después de mediodía y de allí hasta las tres, y an- darían cuarenta y cuatro millas. Entonces vieron tierra, y eran siete o ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur, distavan de ellas cinco leguas, etc. Viernes 26 de octubre.—Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo baxo cinco o seis leguas, surgió por allí. Di- xeron los indios que llevava que avía de ellas a Cuba andadu- ra de día y medio con sus almadías, que son navetas de un ma- dero adonde no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las señas que los indios le davan de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensava que era ella, con- viene a saber, Cipango. Sábado 27 de octubre.—Levantó las anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de arena por el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por ora hasta la una del día al Sursudueste, y avrían an- dado cuarenta millas, y hasta la noche andarían veintiocho mi- llas al mesmo camino, y antes de noche vieron tierra. Estuvie- P R I M E R V I A J E 4 1 3 ron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió. Anduvieron el sábado fasta el poner del sol diez y siete leguas al Sursu- dueste. Domingo 28 días de octubre.—Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudueste, a la tierra de ella más cercana, y en- tró en un río muy hermoso y muy sin peligro de baxas ni otros inconvenientes. Y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio fasta tierra: tenía la boca del río doze braças y es bien ancha para barloventear. Surgió dentro, dizque a tiro de lombarda. Dize el almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y ver- des y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y paxaritos que cantavan muy dulcemente, avía gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas, la tierra muy llana. Saltó el almiran- te en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cua- les halló un perro que nunca ladró, y en ambas casas halló re- des de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de güeso y otros aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en cada una casa se ayuntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello y así se hizo. La yerva era grande, como en el Andaluzía por abril y mayo. Ha- lló verdolagas muchas y bledos. Tornose a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato y era, dizque, gran plazer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía de- xallas para se bolver. Dize que es aquella isla la más hermosa que ojos ayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos y la mar que pa- recía que nunca se devía de alçar porque la yerva de la playa llegava hasta cuasi el agua, lo cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces no avía experimentado en todas aque- llas islas que la mar fuese brava. La isla dize que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en lon- gura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Cecilia. Llena es de muchas aguas, según pudo entender de los 4 1 4 D I A R I O S D E C O L Ó N mismo y ciertos indios de Guanahaní que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer del almi- rante distaba de la línea equinocial cuarenta y dos grados ha- zia la banda del Norte, si no está corrupta la letra de donde trasladé esto, y dize que avía de trabajar de ir al Gran Can, que pensava que estava por allí, o a la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dize que es muy grande, según le fue dicho an- tes que partiese de España. Toda aquesta tierra dize ser baxa y hermosa y fonda la mar. Miércoles 31 de octubre.—Toda la noche martes anduvo bar- loventeando y vido un río donde no pudo entrar por ser baxa la entrada, y pensaron los indios que pudieran entrar los na- víos como entravan sus canoas. Y navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cerca de baxos, y vido una concha o baía donde podían estar navíos pequeños y no lo pudo en- cabalgar porque el viento se avía tirado del todo al Norte y toda la costa se corría al Nornorueste y Sueste, y otro cabo que vi- do adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mos- trava de ventar rezio se ovo de tornar al río de Mares. Jueves 1 de noviembre.—En saliendo el sol embió el almiran- te las barcas a tierra a las casas que allí estavan y hallaron que era toda la gente huida, y desde a buen rato pareció un hom- bre y mandó el almirante que lo dexasen asegurar, y bolvié- ronse las barcas. Y después de comer tornó a embiar a tierra uno de los indios que llevava, el cual desde lexos le dio bozes diziendo que no oviesen miedo porque era buena gente y no hazían mal a nadie ni eran del Gran Can, antes davan de lo suyo en muchas islas que avían estado. Y echose a nadar el in- dio y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de braços y lleváronlo a una casa donde se informaron de él. Y como fue- ron ciertos que no se les avía de hazer mal, se aseguraron y vi- nieron luego a los navíos más de diez y seis almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscava el almirante salvo oro a que ellos llaman nucay. Y así en todo el día anduvieron y vinieron de tierra a los na- víos, y fueron de los cristianos a tierra muy seguramente. El al- mirante no vido a algunos de ellos oro, pero dize el almiran- P R I M E R V I A J E 4 1 7 te que vido a uno de ellos un pedaço de plata labrado colga- do a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra avía plata. Di- xeron por señas que antes de tres días vernían muchos mer- caderes de la tierra adentro a comprar de las cosas que allí lle- van los cristianos y darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que davan, que es- tava de allí cuatro jornadas, porque ellos avían embiado mu- chos por toda la tierra a le hazer saber del almirante. «Esta gen- te, dize el almirante, es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca, que fasta oy aquestos que traigo no e visto hazer ninguna oración, antes di- zen la Salve y el Ave María con las manos al cielo como le amuestran y hazen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos amigos, y creo que sean todas estas islas y que tengan guerra con el Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan. Y así andan también desnudos como los otros». Esto dize el almirante. El río dize que es muy hondo y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dul- ce. «Y es cierto, dize el almirante, que esta es la tierra firme y que estoy, dize él, ante Zaito y Quinsay, cien leguas poco más o poco menos lexos de lo uno y de lo otro, y bien se amuestra por la mar que viene de otra suerte que fasta aquí no ha ve- nido y ayer, que iva al Norueste, fallé que hazía frío. Viernes 2 de noviembre.—Acordó el almirante embiar dos hombres españoles: el uno se llamava Rodrigo de Jerez, que bivía en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que avía bivido con el adelantado de Murcia y avía sido judío y sabía, dize que, hebraico y caldeo y aun algo arávigo. Y con estos em- bió dos indios, uno de los que consigo traía de Guanahaní y el otro de aquellas casas que en el río estavan poblados. Dio- les sartas de cuentas para comprar de comer si les faltase y seis días de término para que bolviesen. Dioles muestras de espe- cería para ver si alguna de ella topasen. Dioles instrucción de cómo avían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que le avían de hablar de parte de los reyes de Castilla, cómo em- biavan al almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él 4 1 8 D I A R I O S D E C O L Ó N y favorecelle en lo que oviese de ellos menester, etc., y que su- piesen de ciertas provincias y puertos y ríos de que el almirante tenía noticia y cuánto distavan de allí, etc. Aquí tomó el almi- rante el altura con un cuadrante esta noche y halló que esta- va cuarenta y dos grados de la línea equinocial, y dize que por su cuenta halló que avía andado desde la isla del Hierro mill y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma que aquella es tierra firme. Sábado 3 de noviembre.—En la mañana entró en la barca el al- mirante y, porque haze el río en la boca un gran lago, el cual haze un singularíssimo puerto muy hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, en- tró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que sería cerca de dos leguas, y subió en un montezillo por descubrir algo de la tierra y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cua- les eran muy frescas, odoríferas, por lo cual dize no tener du- da que no aya yervas aromáticas. Dize que todo era tan her- moso lo que vía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lin- deza y los cantos de las aves y paxaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a resgatar cosas de al- godón filado y redes en que dormían, que son hamacas. Domingo 4 de noviembre.—Luego en amaneciendo entró el al- mirante en la barca y salió a tierra a caçar de las aves que el día antes avía visto. Después de buelto, vino a él Martín Alon- so Pinçón con dos pedaços de canela y dixo que un portugués que tenía en su navío avía visto a un indio que traía dos ma- nojos de ella grandes, pero que no se la osó resgatar por la pena que el almirante tenía puesta que nadie resgatase. Dezía más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nuezes. El contramaestre de la Pinta dixo que avía hallado árboles de canela. Fue el almirante luego allá y halló que no eran. Mos- tró el almirante a unos indios de allí canela y pimienta —pa- rez que de la que llevava de Castilla para muestra— y cono- ciéronla, dizque, y dixeron por señas que cerca de allí avía mu- cho de aquello al camino del Sueste. Mostroles oro y perlas y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío avía infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los braços y a las piernas y también perlas. Entendió más, que de- P R I M E R V I A J E 4 1 9 que atravesava a sus pueblos, mugeres y hombres, con un tizón en la mano, yervas para tomar sus sahumerios que acostum- bravan. No hallaron población por el camino de más de cin- co casas y todos les hazían el mismo acatamiento. Vieron mu- chas maneras de árboles y yervas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo per- dizes y ruiseñores que cantavan y ánsares, que destos ay allí har- tos; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no la- dravan. La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y faxoes y havas muy diversas de las nuestras; eso mismo pani- zo y mucha cantidad de algodón cogido y filado y obrado, y que en una sola casa avían visto más de quinientas arrovas y que se pudiera aver allí cada año cuatro mill quintales. Dize el almirante que le parecía que no lo sembravan y que da fru- to todo el año: es muy fino, tiene el capillo grande. Todo lo que aquella gente tenía dizque dava por muy vil prezio, y que una gran espuerta de algodón dava por cabo de agujeta o otra cosa que se le dé. Son gente, diz el almirante, muy sin mal ni de guerra, des- nudos todos, hombres y mugeres, como sus madres los parió. Verdad es que las mugeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que le cobija su natura y no más. Y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. «Tengo por dicho, sereníssimos príncipes —dize aquí el almi- rante— que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devo- tas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos. Y así es- pero en Nuestro Señor que vuestras altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la iglesia tan grandes pueblos y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Y después de sus días, que todos somos mortales, dexarán sus rei- nos en muy tranquilo estado y limpios de heregía y maldad, y serán bien recebidos delante el Eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos y voluntad y disposición para acrecentar la santa re- ligión cristiana, así como hasta aquí tienen fecho, amén. Oy tiré la nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir al Sueste a buscar del oro y especerías 4 2 2 D I A R I O S D E C O L Ó N y descobrir tierra». Estas todas son palabras del almirante, el cual pensó partir el jueves, pero, porque le hizo el viento con- trario, no pudo partir hasta doze días de noviembre. Lunes 12 de noviembre.—Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de alba para ir a una isla que mucho afirma- van los indios que traía, que se llamava Baveque, adonde, según dizen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa y después con martillo dizque hazían ver- gas de ello, y para ir a ella era menester poner la proa al Leste cuarta del Sueste. Después de aver andado ocho leguas por la costa delante, halló un río y dende andadas otras cuatro halló otro río que parecía muy caudaloso y mayor que ninguno de los otros que avía hallado. No se quiso detener ni entrar en al- guno de ellos por dos respectos: el uno y principal porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de Baveque, lo otro, porque si en él oviera alguna populosa o famosa ciudad cerca de la mar, se pareciera, y para ir por el río arriva eran menester navíos pequeños, lo que no eran los que llevava. Y así se perdiera también mucho tiempo, y los se- mejantes ríos son cosa para descobrirse por sí. Toda aquella costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso por nombre el río del Sol. Dixo que el domingo antes, onze de noviembre, le avía parecido que fuera bien to- mar algunas personas de las de aquel río para llevar a los re- yes por que aprendieran nuestra lengua, para saber lo que ay en la tierra y por que bolviendo sean lenguas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la fe, «porque yo vi e conozco —dize el almirante— que esta gente no tiene sec- ta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temero- sos que a una persona de los nuestros fuyen ciento de ellos, aunque burle con ellos, y crédulos y conocedores que ay Dios en el cielo, e firmes que nosotros avemos venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les digamos que di- gan y hazen el señal de la cruz. Así que deven vuestras altezas determinarse a los hazer cristianos, que creo que, si co- miençan, en poco tiempo acabará de los aver convertido a nuestra santa fe multidumbre de pueblos y cobrando grandes P R I M E R V I A J E 4 2 3 señoríos y riquezas y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandíssima suma de oro, que no sin causa dizen estos indios que yo traigo que ha en estas islas lu- gares adonde cavan el oro y lo traen al pescueço, a las orejas y a los braços y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y tam- bién a piedras y a perlas preziosas y infinita especería. Y en este río de Mares, de adonde partí esta noche, sin duda ha grandíssima cantidad de almáciga y mayor si mayor se qui- siere hazer, porque los mismos árboles plantándolos prenden de ligero y ha muchos y muy grandes y tienen la hoja como len- tisco y el fruto, salvo que es mayor, así los árboles como la hoja, como dize Plinio, e yo he visto en la isla de Xío, en el archi- piélago. Y mandé sangrar muchos destos árboles para ver si echarían resina para la traer y, como aya siempre llovido el tiempo que yo he estado en el dicho río, no he podido aver de ella, salvo muy poquita que traigo a vuestras altezas, y también puede ser que no es el tiempo para los sangrar, que esto creo que conviene al tiempo que los árboles comiençan a salir del invierno y quieren echar la flor, y acá ya tienen el fruto cuasi maduro agora. Y también aquí se avría grande suma de algo- dón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España, salvo a las grandes ciudades del Gran Can que se descubrirán sin duda y otras muchas de otros señores que avrán en dicha ser- vir a vuestras altezas, y adonde se les darán de otras cosas de Es- paña y de las tierras de Oriente, pues estas son a nos en Po- niente. Y aquí ha también infinito liñáloe, aunque no es cosa para hazer gran caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la ha, salvo en dicha isla de Xío, y creo que sacan de ello bien cincuenta mill ducados, si mal no me acuerdo. Y ha aquí, en la boca de dicho río, el mejor puerto que fas- ta oy vi, limpio e ancho e fondo y buen lugar y asiento para hazer una villa e fuerte, e que cualesquier navíos se puedan lle- gar el bordo a los muros, e tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas. Así que ayer vino a bordo de la nao una alma- día con seis mancebos, y los cinco entraron en la nao, estos mandé detener e los traigo. Y después embié a una casa que es de la parte del río del Poniente, y truxeron siete cabeças de mugeres entre chicas e grandes y tres niños. Esto hize porque 4 2 4 D I A R I O S D E C O L Ó N mosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas grandíssimo fondo. Y dize que cree que estas islas son aquellas innume- rables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dixo que creía que avía grandíssimas riquezas y piedras pre- ciosas y especería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda parte. Púsoles nombre la mar de Nuestra Se- ñora, y al puerto que está cerca de la boca de la entrada de las dichas islas puso puerto del Príncipe, en el cual no entró, mas de vello desde fuera hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí parecerá. Dize tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y altura destas islas que halló en este puerto, que dize a los reyes que no se maravillen de enca- recellas tanto, porque los certifica que cree que no dize la cen- tíssima parte: algunas de ellas que parecían que llegan al cielo y hechas como puntas de diamantes, otras que sobre su gran altura tienen encima como una mesa y al pie de ellas fondo grandíssimo que podrá llegar a ellas una grandíssima carraca, todas llenas de arboledas y sin peñas. Jueves 15 de noviembre.—Acordó de andallas estas islas con las barcas de los navíos, y dize maravillas de ellas y que halló almá- ciga e infinito lignáloe, y algunas de ellas eran labradas de las raízes de que hazen su pan los indios, y halló aver encendido huego en algunos lugares. Agua dulce no vido, gente avía alguna y huyeron. En todo lo que anduvo halló hondo de quinze y diez y seis braças, y todo basa, que quiere dezir que el suelo de aba- xo es arena y no peñas, lo que mucho desean los marineros, por- que las peñas cortan los cables de las anclas de las naos. Viernes 16 de noviembre.—Porque en todas las partes, islas y tie- rras donde entravan, dexava siempre puesta una cruz, entró en la barca y fue a la boca de aquellos puertos y en una punta de la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que el otro y el uno sobre el otro, hechos una cruz, que dizque un carpintero no los pudiera poner más proporcionados. Y, ado- rada aquella cruz, mandó hazer de los mismos maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no sabía dónde nacían y creía que las traería algún río y las echa- va a la playa, y tenía en esto razón. Fue a una cala dentro de la entrada del puerto de la parte del Sueste (cala es una en- P R I M E R V I A J E 4 2 7 trada angosta que entra el agua del mar en la tierra): allí ha- zía un alto de piedra y peña como cabo y el pie de él era muy fondo, que la mayor carraca del mundo pudiera poner el bor- do en tierra, y avía un lugar o rincón donde podían estar seis navíos sin anclas como en una sala. Pareciole que se podía ha- zer allí una fortaleza a poca costa si en algún tiempo en aque- lla mar de islas resultase algún resgate famoso. Bolviéndose a la nao, halló los indios que consigo traía que pescavan cara- coles muy grandes que en aquellas mares ay, y hizo entrar la gente allí e buscar si avía nácaras, que son las hostias donde se crían las perlas, y hallaron muchas, pero no perlas, y atribuyo- lo a que no devía de ser el tiempo de ellas, que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un animal que pa- recía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que parecía proprio puerco, no como tonina, el cual dizque era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debaxo de ella para expeler sus superfluidades. Mandolo salar para llevar que lo viesen los reyes. Sábado 17 de noviembre.—Entró en la barca por la mañana y fue a ver las islas que no avía visto, por la vanda del Sudueste. Vido muchas otras y muy fértiles y muy graciosas, y entre me- dio de ellas muy gran fondo: algunas de ellas dividían arroyos de agua dulce y creía que aquella agua y arroyos salían de al- gunas fuentes que manavan en los altos de las sierras de las is- las. De aquí yendo adelante, halló una ribera de agua muy her- mosa y dulce, y salía muy fría por lo enxuto de ella: avía un prado muy lindo y palmas muchas y altíssimas más que las que avía visto. Halló nuezes grandes de las de India, creo que di- ze, y ratones grandes de los de India también y cangrejos gran- díssimos. Aves vido muchas y olor vehemente de almizque, y creyó que lo devía de aver allí. Este día, de seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la carave- la Niña, se huyeron los dos más viejos. Domingo 18 de noviembre.—Salió en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y fue a poner la gran cruz que avía mandado hazer de los dichos dos maderos a la boca de la en- trada de dicho Puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y des- 4 2 8 D I A R I O S D E C O L Ó N cubierto de árboles: ella muy alta y muy hermosa vista. Dize que la mar crece y decrece allí mucho más que en otro puer- to de lo que por aquella tierra aya visto y que no es más ma- ravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de las nuestras, porque allí la luna al Sudueste cuarta del Sur es ba- xa mar en aquel puesto. No partió de aquí por ser domingo. Lunes 19 de noviembre.—Partió antes que el sol saliese y con calma, y después al mediodía ventó algo al Leste y navegó al Nornordeste. Al poner del sol le quedava el Puerto del Prín- cipe al Sursudueste, y estaría de él siete leguas. Vido la isla de Baveque al Leste justo, de la cual estaría sesenta millas. Nave- gó toda esta noche al Nordeste, escaso andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doze, que son por todas diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte. Martes 20 de noviembre.—Quedávanle el Baveque o las islas del Baveque al Lesueste, de donde salía el viento que llevava contrario. Y viendo que no se mudava y la mar se alterava, de- terminó de dar la vuelta al Puerto del Príncipe, de donde avían salido, que le quedava veinticinco leguas. No quiso ir a la isle- ta que llamó Isabela, que le estava doze leguas, que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La una porque vido dos is- las al Sur, las quería ver; la otra porque los indios que traía, que avía tomado en Guanahaní, que llamó San Salvador, que esta- va ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cua- les dizque tiene necesidad y por traellos a Castilla, etc. Tenían dizque entendido que en hallando oro los avía el almirante de dexar tornar a su tierra. Llegó en pareja del Puerto del Prín- cipe, pero no lo pudo tomar porque era de noche y porque lo decayeron las corrientes al Norueste. Tornó a dar la vuel- ta y puso la proa al Nordeste con viento rezio, amansó y mu- dose el viento al tercero cuarto de la noche, puso la proa en el Leste cuarta del Nordeste: el viento era susueste y mudose al alva de todo en sur, y tocava en el sueste. Salido el sol mar- có el Puerto del Príncipe, y quedávale al Sudueste y cuasi a la cuarta del Güeste, y estaría de él a cuarenta y ocho millas, que son doze leguas. Miércoles 21 de noviembre.—Al sol salido navegó al Leste con viento sur, anduvo poco por la mar contraria. Hasta oras de vís- P R I M E R V I A J E 4 2 9 Están las dichas islas al pie de una grande montaña que es su longura de Leste Güeste, y es harto luenga y más alta y luen- ga que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adon- de ay infinitas, y haze fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada. Todo es- to de la parte del Sueste, y también de la parte de la isla llana haze otra restinga, aunque esta es pequeña, y así entremedias de ambas ay grande anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada a la parte del Sueste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso y de más agua que hasta entonces avían visto, y que venía el agua dulce has- ta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después dentro es muy hondo de ocho y nueve braças. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros. Domingo 25 de noviembre.—Antes del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sueste de la isle- ta llana, obra de una legua y media, porque le parecía que avía de aver algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo de la par- te del Sueste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un gran- de arroyo de muy linda agua que decendía de una montaña abaxo y hazía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras re- luzir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordose que en el río Tejo que al pie de él junto a la mar se halla oro, y pa- reciole que cierto devía de tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los reyes. Estando así dan bo- zes los moços grumetes, diziendo que vían pinales. Miró por la sierra y vídolos tan grandes y tan maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura como husos gordos y delga- dos, donde conoció que se podían hazer navíos e infinita ta- blazón y másteles para las mayores naos de España. Vido ro- bles y madroños, y un buen río y aparejo para hazer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vido por la playa muchas otras piedras de color de hierro y otras que dezían algunos que eran de minas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástel para la mezana de la caravela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala, al pie de aquel cabo de la parte del Sueste muy honda y grande, en que cabrían cien 4 3 2 D I A R I O S D E C O L Ó N naos sin alguna amarra ni anclas, y el puerto que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altíssimas, de las cuales descendían muchas aguas lindíssimas, todas las sierras llenas de pinos y por todo aquello diversíssimas y hermosíssimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos le quedavan atrás. Encarece todo esto en gran manera a los reyes y muestra aver recebido de verlo, y ma- yormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podían hazer allí cuantos navíos desearen, trayendo los adereços, si no fuere madera y pez que allí se haría harta, y afirma no encare- cello la centéssima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Se- ñor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra. Y siempre en lo que hasta allí avía descubierto iva de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y yervas y frutos y flores como en las gen- tes, y siempre de diversa manera, y así en un lugar como en otro. Lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dize que cuando el que lo ve le es tan grande admiración cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere. Lunes 26 de noviembre.—Al salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa Catalina, adonde estava dentro de la isla llana, y navegó de luengo de la costa con poco tiempo Sudueste al camino del cabo del Pico, que era al Sueste. Llegó al cabo tar- de, porque le calmó el viento, y llegando vido al Sueste cuarta del Leste otro cabo que estaría de él sesenta millas. Y de allí vido otro cabo que estaría hazia el navío al Sueste cuarta del Sur, y pareciole que estaría de él veinte millas, al cual puso nombre el cabo de Campana, al cual no pudo llegar de día porque le tornó a calmar de todo el viento. Andaría en todo aquel día treinta y dos millas, que son ocho leguas. Dentro de las cuales notó y marcó nueve puertos muy señalados, los cuales todos los marineros hazían maravillas, y cinco ríos grandes, porque iva siempre junto con tierra para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altíssimas muy hermosas y no secas ni de pe- ñas sino todas andables y valles hermosíssimos. Y así los valles como las montañas eran llenos de árboles altos y frescos, que era gloria mirarlos, y parezía que eran muchos pinales. Y también detrás del dicho cabo del Pico, de la parte del Sueste, están dos isletas que terná cada una en cerco dos leguas y dentro de ellas tres maravillosos puertos y dos grandes ríos. P R I M E R V I A J E 4 3 3 En toda esta costa no vido poblado ninguno desde la mar; podría ser averlo y ay señales de ello, porque donde quiera que saltavan en tierra hallavan señales de aver gente y huegos mu- chos. Estimava que la tierra que oy vido de la parte del Sueste del cabo de Campana era la isla que llamavan los indios Bohío, y parécelo porque el dicho cabo está apartado de aquella tierra. Toda la gente que hasta oy ha hallado dizque tiene grandíssi- mo temor de los caniva o canima, y dizen que biven en esta is- la de Bohío, la cual deve ser muy grande, según le parece, y cree que van a tomar a aquellos a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de armas. Y a esta causa le parece que aque- llos indios que traían no suelen poblarse a la costa de la mar, por ser vezinos a esta tierra, los cuales dizque después que le vieron tomar la buelta desta tierra no podían hablar, temien- do que los avían de comer, y no les podía quitar el temor, y de- zían que no tenían sino un ojo y la cara de perro, y creía el al- mirante que mentían y sentía el almirante que devían de ser del señorío del Gran Can, que los captivavan. Martes 27 de noviembre.—Ayer al poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó Campana, y porque el cielo claro y el vien- to poco, no quiso ir a tierra a surgir, aunque tenía de sotaviento cinco y seis puertos maravillosos, porque se detenían más de lo que quería por el apetito y delectación que tenía y recevía de ver y mirar la hermosura y frescura de aquellas tierras don- de quiera que entrava, y por no se tardar en proseguir lo que pretendía. Por estas razones se tuvo aquella noche a la corda y temporejar hasta el día. Y porque las aguas y corrientes lo avían echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sues- te adelante de donde avía anochecido y le avía parecido la tierra de Campana. Y allende aquel cabo parecía una grande entrada que mostrava dividir una tierra de otra y hazía como isla en medio, acordó bolver atrás con viento sudueste y vino a donde le avía parecido el abertura, y halló que no era sino una grande baía y al cabo de ella, de la parte del Sueste, un cabo, en el cual ay una montaña alta y cuadrada que parecía isla. Sal- tó el viento en el Norte y tornó a tomar la vuelta del Sueste, por correr la costa y descubrir todo lo que allí oviese. Y vido luego al pie de aquel cabo de Campana un puerto maravilloso y un 4 3 4 D I A R I O S D E C O L Ó N mejores en fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abun- dancia de aguas buenas y sanas, y no como los ríos de Guinea, que son todos pestilencia, porque, loado Nuestro Señor, hasta oy toda mi gente no ha avido persona que le aya mal la cabeça ni estado en cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de pie- dra, de que él estava toda su vida apasionado, y luego sanó al cabo de dos días. Esto que digo es en todos los tres navíos. Así que plazerá a Dios que vuestras altezas embiarán acá o vernán hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de villa e fortaleza en el río de Mares, por el buen puerto y por la comarca, es cier- to que todo es verdad lo que yo dixe, mas no ha ninguna com- paración de allá aquí ni de la mar de Nuestra Señora, porque aquí deve aver infra la tierra grandes poblaciones y gente in- numerable y cosas de grande provecho, porque aquí, y en todo lo otro descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a Castilla, digo que terná toda la cristiandad negocia- ción en ellas, cuanto más la España, a quien deve estar sujeto todo. Y digo que vuestras altezas no deven consentir que aquí trate ni faga pie ningún extrangero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienço del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir a es- tas partes ninguno que no sea buen cristiano». Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló unos braços del río y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estavan unas arbo- ledas muy graciosas como una muy deleitable huerta, y allí ha- lló una almadía o canoa hecha de un madero tan grande como una fusta de doze bancos, muy hermosa, varada debaxo de una ataraçana o ramada hecha de madera cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol ni el agua le podían hazer daño. Y dize que allí era el proprio lugar para hazer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas, buenas tierras, buenas comarcas y mucha leña. Miércoles 28 de noviembre.—Estúvose en aquel puerto aquel día porque llovía y hazía gran cerrazón, aunque podía correr toda la costa con el viento, que era sudueste, y fuera a popa, pero, porque no pudiera ver bien la tierra y no sabiéndola es peligroso a los navíos, no se partió. Salieron a tierra la gente de P R I M E R V I A J E 4 3 7 los navíos a lavar su ropa, entraron algunos de ellos un rato por la tierra adentro. Hallaron grandes poblaciones y las ca- sas vazías, porque se avían huido todos. Tornáronse por otro río abaxo, mayor que aquel donde estavan en el puerto. Jueves 29 de noviembre.—Porque llovía y el cielo estava de la manera cerrado, que ayer no se partió. Llegaron algunos de los cristianos a otra población cerca de la parte de Norueste y no hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el camino topa- ron con un viejo que no les pudo huir, tomáronle y dixéronle que no le querían hazer mal, y diéronle algunas cosillas del res- gate y dexáronlo. El almirante quisiera vello para vestillo y to- mar lengua de él, porque le contentava mucho la felicidad de aquella tierra y disposición que para poblar en ella avía, y juz- gava que devía de aver grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, que truxo a los reyes, y dize que, donde cera ay, también deve aver otras mil cosas buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeça de hombre dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un poste de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población. Creyó el almirante que devía ser de algunos prin- cipales del linaje, porque aquellas casas eran de manera que se acogen en ellas mucha gente en una sola, y deven ser pa- rientes descendientes de uno solo. Viernes 30 de noviembre.—No se pudo partir, porque el vien- to era levante muy contrario a su camino. Embió ocho hom- bres bien armados y con ellos dos indios de los que traía, para que viesen aquellos pueblos de la tierra dentro y por aver len- gua. Llegaron a muchas casas y no hallaron a nadie ni nada, que todos se avían huido. Vieron cuatro mancebos que esta- van cavando en sus heredades. Así como vieron los cristianos, dieron a huir; no los pudieron alcançar. Anduvieron dizque mucho camino. Vieron muchas poblaciones y tierra fertilíssi- ma y toda labrada y grandes riberas de agua, y cerca de una vieron una almadía o canoa de noventa y cinco palmos de lon- gura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y navegarían ciento cincuenta personas. Sábado 1º día de diziembre.—No se partió, por la misma cau- sa del viento contrario y porque llovía mucho. Asentó una cruz 4 3 8 D I A R I O S D E C O L Ó N grande a la entrada de aquel puerto, que creo llamó el Puer- to Santo, sobre unas peñas bivas. La punta es aquella que es- tá de la parte del Sueste, a la entrada del puerto, y quien ovie- re de entrar en este puerto se deve llegar más sobre la parte del Norueste a aquella punta que sobre la otra del Sueste, puesto que al pie de ambas, junto con la peña, ay doze braços de hondo y muy limpio. Más a la entrada del puerto, sobre la punta del Sueste, ay una baxa que es sobre agua, la cual dista de la punta tanto que se podría pasar entre medias, aviendo ne- cesidad, porque al pie de la baxa y del cabo todo es fondo de doze y de quinze braças, y a la entrada se ha de poner la proa al Sudueste. Domingo 2 de diziembre.—Todavía fue contrario el viento y no pudo partir, dize que todas noches del mundo vienta terral y que todas las naos que allí estuvieren no ayan miedo de toda la tormenta de mundo, porque no puede recalar dentro por una baxa que está al principio del puerto, etc. En la boca de aquel río dizque halló un grumete ciertas piedras que parecen tener oro, trúxolas para mostrar a los reyes. Dize que ay por allí, a tiro de lombarda, grandes ríos. Lunes 3 de diziembre.—Por causa de que hazía siempre tiem- po contrario, no partía de aquel puerto, y acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de legua del puerto de la par- te del Sueste. Fue con las barcas y alguna gente armada. Al pie del cabo avía una boca de un buen río, puesta la proa al Sues- te para entrar y tenía cien pasos de anchura. Tenía una braça de fondo a la entrada o en la boca, pero dentro avía doze braças y cinco y cuatro y dos, y cabrían en él cuantos navíos ay en España. Dexando un braço de aquel río fue al Sueste y ha- lló una caleta en que vido cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas muy hermosas y labradas que eran, dizque era plazer vellas, y al pie del monte vido todo labrado. Estavan debaxo de árboles muy espesos y, yendo por un camino que salía a ellas, fueron a dar a una ataraçana muy bien ordenada y cubierta que ni sol ni agua no les podía hazer daño, y debaxo de ella avía otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de diez y siete bancos. Y era pla- zer ver las labores que tenía y su hermosura. P R I M E R V I A J E 4 3 9 iva al Leste, y al salir del sol vido otro cabo al Leste, a dos le- guas y media. Pasado aquel, vido que la costa bolvía al Sur y to- mava del Sudueste, y vido luego un cabo muy hermoso y alto a la dicha derrota, y distava desotro siete leguas. Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la isla de Baveque, que le quedava, según dezían los indios que llevava, al Nordeste, lo dexó. Tampoco pudo ir al Baveque, porque el viento que lle- vava era nordeste. Yendo así, miró al Sueste y vido tierra y era una isla muy grande, de la cual ya tenía dizque información de los indios, a que llamavan ellos Bohío, poblada de gente. Desta gente dizque los de Cuba o Juana y de todas esotras islas tienen gran miedo, porque dizque comían los hombres. Otras cosas le contavan los dichos indios, por señas, muy maravillo- sas, mas el almirante no dizque las creía, sino que devían te- ner más astucia y mejor ingenio los de aquella isla Bohío para los captivar que ellos, porque eran muy flacos de coraçón. Así que, porque el tiempo era nordeste y tomava del Norte, de- terminó dexar a Cuba o Juana, que hasta entonces avía tenido por tierra firme por su grandeza, porque bien avría andado en un paraje ciento y veinte leguas. Y partió al Sueste cuarta del Leste, puesto que la tierra que él avía visto se hazía al Sueste, dava este reguardo porque siempre el viento rodea del Norte para el Nordeste y de allí al Leste y Sueste. Cargó mucho el viento y llevava todas sus velas, la mar llana y la corriente que le ayudava, por manera que hasta la una des- pués de mediodía desde la mañana hazía de camino ocho mi- llas por ora, y eran seis oras aún no complidas, porque dizen que allí eran las noches cerca de quinze oras. Después andu- vo diez millas por ora, y así andaría hasta el poner del sol ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas, todo al Sues- te. Y porque se hazía noche, mandó a la caravela Niña que se adelantase para ver con el día el puerto, porque era velera, y llegando a la boca del puerto, que era como la baía de Cáliz, y porque era ya de noche, embió a su barca que sondase el puer- to, la cual llevó lumbre de candela. Y antes que el almirante lle- gasse a donde la caravela estava barloventeando y esperando que la barca le hiziese señas para entrar en el puerto, apagó- sele la lumbre a la barca. La caravela, como no vido lumbre, 4 4 2 D I A R I O S D E C O L Ó N corrió de largo y hizo lumbre al almirante y, llegado a ella, con- taron lo que avía acaecido. Estando en esto, los de la barca hi- zieron otra lumbre, la caravela fue a ella y el almirante no pudo, y estuvo toda aquella noche barloventeando. Jueves 6 de diziembre.—Cuando amaneció, se halló cuatro le- guas del puerto, púsole nombre Puerto María y vido un cabo hermoso al Sur, cuarta del Sudueste, al cual puso nombre ca- bo del Estrella, y pareciole que era la postrera tierra de aque- lla isla hazia el Sur, y estaría el almirante de él veintiocho mi- llas. Parecíales otra tierra como isla no grande al Leste y esta- ría de él cuarenta millas. Quedávale otro cabo muy hermoso y bien hecho, a quien puso nombre cabo del Elefante, al Les- te, cuarta del Sueste, y distávale ya cincuenta y cuatro millas. Quedávale otro cabo al Lessueste, al que puso nombre el ca- bo de Cinquin, estaría de él veintiocho millas. Quedávale una gran escisura o abertura o abra a la mar, que le pareció ser río, al Sueste, y tomava de la cuarta del Leste, avría de él a la abra veinte millas. Pareciole que entre el cabo del Elifante del de Cinquín avía una grandíssima entrada y algunos de los mari- neros dezían que eran apartamientos de isla, aquella puso por nombre la isla de la Tortuga. Aquella isla grande parecía al- tíssima tierra, no cerrada con montes sino rasa como hermo- sas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdova. Viéronse muchos huegos aquella noche y de día muchos humos como atalayas, que parecía estar so- bre aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra. Toda la costa desta tierra va al Leste. A ora de vísperas entró en el puerto dicho y púsole nombre Puerto de San Nicolao, porque era día de San Nicolás, por honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su hermosura y bondad. Y aunque tiene mucho alabados los puertos de Cu- ba, pero sin duda dize él que no es menos este, antes los so- brepuja y ninguno le es semejante. En boca y entrada tiene le- gua y media de ancho y se pone la proa al Sursueste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa a donde qui- sieren. Va desta manera al Sursueste dos leguas, y a la entrada de él por la parte del Sur se haze como una angla y de allí se P R I M E R V I A J E 4 4 3 sigue así igual hasta el cabo, adonde está una playa muy her- mosa y un campo de árboles de mill maneras y todos cargados de frutas, que creía el almirante ser de especerías y nuezes moscadas, sino que no estavan maduras y no se conocían, y un río en medio de la playa. El hondo deste puerto es maravillo- so, que hasta llegar a la tierra en longura de una [...] no llegó la sondaresa o plomada al fondo con cuarenta braças, y ay has- ta esta longura el hondo de quinze braças y muy limpio, y así es todo el dicho puerto de cada cabo hondo dentro a una pa- sada de tierra de quinze braças, y limpio. Y desta manera es toda la costa, muy hondable y limpia, que no parece una sola baxa, y al pie de ella, tanto como longura de un remo de bar- ca de tierra, tiene cinco braças, y después de la longura del di- cho puerto, yendo al Sursueste, en la cual longura pueden bar- loventear mil carracas, baxa un braço del puerto al Nordeste por la tierra dentro una grande media legua, y siempre en una misma anchura, como que lo hizieran por un cordel, el cual queda de manera que, estando en aquel braço, que será de an- chura de veinticinco pasos, no se puede ver la boca de la en- trada grande, de manera que queda puerto cerrado, y el fon- do deste braço es así en el comienço hasta el fin de onze braças, y todo basa o arena limpia, y hasta tierra y poner los bordos en las yervas tiene ocho braças. Es todo el puerto muy airoso y desabahado, de árboles raso. Toda esta isla le pareció de más peñas que ninguna otra que aya hallado. Los árboles, más pequeños y muchos de ellos de la naturaleza de España, como carrascos y madroños y otros, y lo mismo de las yervas. Es tierra muy alta y toda campiña o rasa y de muy buenos aires, y no se ha visto tanto frío como allí, aunque no es de contar por frío, mas díxolo al respecto de las otras tierras. Hazia enfrente de aquel puerto, una hermosa vega y en medio de ella el río susodicho, y en aquella comar- ca (dize) deve aver grandes poblaciones, según se vían las al- madías con que navegan tantas y tan grandes de ellas como una fusta de quinze bancos. Todos los indios huyeron y huían como vían los navíos. Los que consigo de las isletas traía, tenían tanta gana de ir a su tierra que pensava (dize el almirante) que, después que se partiese de allí, los tenía de llevar a sus casas y 4 4 4 D I A R I O S D E C O L Ó N
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