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Doce Cuentos Peregrinos, Gabriel García Márquez - Literatura del Siglo XX - Resumen, Resúmenes de Literatura Contemporánea

El autor de Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez, nació en 1928 en un pueblo llamado Aracataca. Novelista colombiano, guionista cinematográfico i corresponsal de El Espectador de Bogotá a Europa, fue cofundador de la agencia cubana Prensa Latina. Su primera novela, La hojarasca (1955), lo presento como el narrador más destacado de su generación, juicio reafirmado con la publicación de El coronel no tiene quien le escriba (1961). Siguieron Los funerales de la Mamá Grande (1962), relato

Tipo: Resúmenes

2011/2012
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Subido el 05/06/2012

paulita1
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¡Descarga Doce Cuentos Peregrinos, Gabriel García Márquez - Literatura del Siglo XX - Resumen y más Resúmenes en PDF de Literatura Contemporánea solo en Docsity! Gabriel García Márquez: DOCE CUENTOS PEREGRINOS ÍNDICE Gabriel García Márquez: ............................................................... 2 Doce Cuentos Peregrinos Otros aspectos ............................................................... 17 Artículos periodísticos ............................................................... 18 Bibliografía ............................................................... 22 Gabriel García Márquez: DOCE CUENTOS PEREGRINOS. El autor de Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez, nació en 1928 en un pueblo llamado Aracataca. Novelista colombiano, guionista cinematográfico i corresponsal de El Espectador de Bogotá a Europa, fue cofundador de la agencia cubana Prensa Latina. Su primera novela, La hojarasca (1955), lo presento como el narrador más destacado de su generación, juicio reafirmado con la publicación de El coronel no tiene quien le escriba (1961). Siguieron Los funerales de la Mamá Grande (1962), relatos, i La mal hora (1962). Cien años de soledad (1967) es su obra más significativa: evocación mitológica del pueblo Macondo, es a la vez una reinvención de la historia latinoamericana. Ha publicado, además, Relato de un náufrago (1970), La triste e increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972), El otoño del patriarca (1975), novela sobre el tema del dictador latinoamericano, Crónica de una muerte anunciada (1981), basada en la historia real de un crimen, con la cual ha conseguido elevar el género periodístico a categoría literaria y que ha estado portada en el cine, y El amor en tiempos del cólera (1985), una historia de amor con un destino patético en clave de humor. En 1982 le fue concedido el premio Nobel de literatura. Doce cuentos peregrinos es una obra con una larga historia. Cinco de los cuentos fueron formas periodísticas y guiones de cine, y uno fue un serial de televisión. Otro está basado en una entrevista grabada que le hicieron hace quince anos. La primera idea se le ocurrió a principios de la década de los setenta después de un sueño mientras vivía en Barcelona (en el sueño asistía a su propio entierro con sus mejores amigos y a la hora de irse uno de ellos se dijo: «Eres el único que no puede irse». Entonces comprendió que morir es no estar nunca más con los amigos). Después de esto estuvo dos años tomando notas hasta que tuvo 64 temas. Fue en México, 1974, donde se dio cuenta que el libro no debía ser una novela sino una colección de cuentos cortos; quería hacer algo diferente de los otros tres libros de cuentos que había escrito, quería conseguir una unidad interna en el libro. Los dos primeros −El rastro de tu sangre en la nieve y El verano feliz de la señora Forbes− los escribió en 1976. El tercer y cuarto cuento le costó mucho escribirlos ya que se dio cuenta que era tan difícil escribir cuentos como novelas. En el 1978, México, perdió su cuaderno y lo estuvo buscando a fondo pero no lo encontró. Cogió y con mucho esfuerzo intentó escribirlos de nuevo, y evitando los cuentos que no le acababan de convencer obtuvo dieciocho cuentos. Pero no tardó mucho en darse cuenta que ya no los disfrutaba como antes y los archivó. Cuando empezó Crónica de una muerte anunciada, 1979, comprobó que entre libro y libro perdía el hábito de escribir por eso se impuso la tarea, entre 1980 y 1984, de escribir en periódicos de diferentes países hasta que después de muchas reflexiones se dio cuenta que aquello servía para cine y fue así como se hicieron cinco películas y un serial de televisión. Lo que nunca previó, es que le cambiarían las ideas de los cuentos después de la lluvia de ideas de creadores i directores de televisión con los que estuvo, hasta que un año más tarde seis de los dieciocho temas fueron a la papelera, entre ellos el del funeral. Ellos son los 1 doce de este libro. Cuando estuvieron listos para ser impresos, después de sus incesantes peregrinajes de ida y vuelta al cajón de la basura se dio cuenta que las ciudades europeas que había descrito las había descrito de memoria, entonces fue cuando decidió emprender un viaje por Europa para comprobar la fidelidad de sus recuerdos. Ninguna de las ciudades estaba igual, todas habían cambiado y, pues por fin, encontró lo que le faltaba para terminar el libro: una perspectiva en el tiempo. En el regreso de aquel viaje venturoso, reescribió durante ocho meses febriles, todos los cuentos, hasta el punto de haber escrito el libro de cuentos que siempre había deseado y, a la vez, viviendo grandes experiencias. Aquí están listos y salvo los dos primeros todos fueron acabados a la vez y en el libro se conserva el orden que tenían en su cuaderno de notas: BUEN VIAJE, SEÑOR PRESIDENTE. Llevaba el vestido azul oscuro con rayas blancas, el chaleco de brocado y el sombrero duro de los registrados en retiro. Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabello azulado y abundante con ondulaciones románticas, las manos de arpista con la sortija de viudo en el anular izquierdo, y los ojos alegres. A los setenta y tres años seguía siendo de una elegancia principal. Había vuelto a Ginebra después de dos guerras mundiales, en busca de una respuesta terminante para un dolor que los médicos de la Martinica no lograron identificar. Después de largos días de pruebas y exámenes agotadores le dijeron que el dolor se hallaba debajo de la cintura, en la unión de dos vértebras. El presidente debía someterse a una arriesgada e inevitable operación. Al día siguiente salió a dar una vuelta y a tomar algo como si no hubiese pasado nada. Intranquilo de que un hombre pálido y sin afeitar, con una gorra deportiva y una chaqueta de cordero volteado, le observase, decidió ir a por él. Una vez lo atrapó se puso a hablar con él y resultó ser, el hombre que lo seguía, el chofer de ambulancias del mismo hospital donde trataban al presidente. Homero, el hombre misterioso, le explicó la gran admiración que tenía por él y que hacía un tiempo que lo seguía y se preocupaba por su estado, pero lo que no le desveló es que él, Homero, también trabajaba haciendo arreglos para compañías de seguros y empresas funerarias y aunque no ganaba mucho le ayudaba a subsistir con su mujer y sus dos hijos. Después de la charla Homero lo invitó a comer un día a su casa aunque a su mujer, Lázara Davis una mulata fina de San Juan de Puerto Rico, menuda y maciza, y con unos ojos de perra brava que iban muy bien a su forma de ser, no le hizo mucha gracia cuando se lo contó. Poco a poco Homero y Lázara se fueron dando cuenta que la muerte del presidente ya no era tan inminente como al principio y que por lo tanto no le podían sacar partido a aquella relación. Después de la comida, que con mucha crispación se celebró, y algún otro factor que observó Homero, se dieron cuenta que aparte de que su muerte no fuese tan inmediata tampoco tenían nada que sacarle al presidente, ya que él pobre no le quedaba ni un mísero centavo. El presidente después de un tiempo instalado en casa de Homero volvió a Martinica donde se dedicó a vivir bien la poca vida que le quedaba, y a tomar de todo, ya que antes no se podía permitir ese lujo a causa de su enfermedad. Junio 1979. LA SANTA La Santa es una anécdota original que conoció García Márquez durante unos días que pasó en Roma. Según una de sus más memorables notas de prensa, él se encontraba instalado en un cuarto contiguo al del tenor colombiano Rafael Ribero Silva, en una pensión del tranquilo barrio de Parioli, cerca de la Villa Borghese, cuando apareció el supuesto Margarito Duarte, como quien llega en busca de su autor. Margarito Duarte, sin embargo, había llegado desde su lejano pueblo de los Andes colombianos, gracias a una colecta 2 MARÍA DOS PRAZERES Este cuento esta protagonizado por una mulata de setenta y seis años, esbelta y vivaz, de cabello duro y ojos amarillos y encarnizados, y hacía ya mucho tiempo que había perdido la compasión por los hombres y estaba convencida de que se iba a morir antes de Navidad, y aunque todavía era primavera quedó con un hombre de la agencia funeraria. Una vez llegó el hombre, desplegó un mapa con unas parcelas de colores diversos y numerosas cruces y cifras en cada color. María dos Prazeres, nuestra protagonista, comprendió que era el plano del inmenso panteón de Montjuïc, y de repente se acordó de unas dramáticas imágenes que observó cuando era pequeña y vivía cerca del Amazonas; el Amazonas se desbordó, y miles de ataúdes y cadáveres quedaron flotando en el patio de su casa, ya que tuvo la mala suerte de estar viviendo al lado de un cementerio. Entonces le dijo que quería estar en un sitio donde nunca llegaran las aguas y sin pensárselo dos veces el hombre le indico un sitio y le dijo que allí jamás llegarían las aguas. Acabado esto llegó su perro y después de una mirada de María se puso a llorar mientras el hombre de la funeraria no salía de su asombro y repetía: «¡Pero ha llorado, coño!»; y María le dijo que ella misma le había enseñado ha llorar y que cualquier perro lo podía hacer si se le enseñaba. Una vez tuvo la parcela reservada, se dedicó, durante todos los domingos a ir al cementerio y a esperar que le sucediese lo mismo que en sus sueños, morir. Después de preparar el más mínimo detalle para no molestar a nadie después de su muerte fue al cementerio y al salir se encontró en medio de una gran lluvia. Los autobuses estaban llenos y los taxis también, pero en medio de la lluvia un lujoso coche paro y le invitó a subir, el chófer. Una vez llegaron a la casa el chófer se prestó a acompañarla hasta arriba y aunque un poca molesta aceptó. Cuando se detuvo frente a la puerta del entresuelo, temblando de ansiedad por encontrar las llaves en el bolsillo, oyó los dos portazos sucesivos del automóvil en la calle. Noi, el perro, que se le había adelantado, trató de ladrar. «Cállate», le ordenó con un susurro agónico. Casi enseguida sintió los primeros pasos en los peldaños sueltos de la escalera y temió que se le fuera a reventar el corazón. En una fracción de segundo volvió a examinar por completo el sueño premonitorio que le había cambiado la vida durante tres años, y comprendió el error de su interpretación. «Dios mío», se dijo asombrada. «¡De modo que no era la muerte!» Encontró por fin la cerradura, oyendo los pasos contados en la oscuridad, oyendo la respiración creciente de alguien que se acercaba tan asustado como ella en la oscuridad, y entonces comprendió que había valido la pena esperar tantos y tantos años, y haber sufrido tanto en la oscuridad, aunque sólo hubiera sido para vivir aquel instante. Mayo 1979. DIECISIETE INGLESES ENVENENADOS Lo primero que notó la señora Prudencia Linero cuando llegó al puerto de Nápoles, fue que tenía el mismo olor del puerto de Riohacha. La señora Prudencia Linero andaba por el barco vestida de medio luto, se había puesto para desembarcar una túnica parda de lienzo basto con el cordón de San Francisco en la cintura, y unas sandalias de cuero crudo que sólo por demasiado nuevas no parecían de peregrino. Era un pago adelantado: había prometido a Dios llevar ese hábito talar hasta la muerte si le concedía la gracia de viajar a Roma para ver al Sumo Pontífice, y ya daba la gracia por concedida. Después de esperar muchísimo rato al cónsul decidió irse en taxi, que la condujo hasta un modesto hotel de la cercana Via Nazionale. «Era un edificio muy viejo y reconstruido con materiales varios»,recordaría García Márquez,«en cada uno de cuyos pisos había un hotel diferente. Sus ventanas estaban cerca de las ruinas del Coliseo, que no sólo se 5 veían los miles y miles de gatos adormilados por el calor en las graderías, sino que se percibía su olor intenso de orines fermentados. Mi buen acompañante, que se ganaba una comisión por llevar clientes a los hoteles, me recomendó el del tercer piso, porque era el único que tenía las tres comidas incluidas en el precio (...) Eran las cinco de la tarde y en el vestíbulo había diecisiete ingleses sentados, todos hombres y todos con pantalones cortos, y todos cabeceando de sueño. Al primer golpe de vista me parecieron iguales, como si fuera uno solo repetido dieciséis veces en una galería de espejos; pero lo que más me llamó la atención fueron sus rodillas óseas y rosadas (...) Sin embargo, no sé qué rara facultad del Caribe me sopló al oído que aquella sucesión de rodillas rosadas era un mensaje aciago. Entonces le dije a mi compañero que me llevara a otro hotel donde no hubiera tantos ingleses sentados en el vestíbulo, y él me llevó sin preguntarme nada al piso siguiente. Esa noche, los diecisiete ingleses y todos los huéspedes del hotel del tercer piso se envenenaron con la cena». La dueña del quinto piso comentaba el desastre en una excitación sin control. −Todos están muertos −le dijo a la señora Prudencia Linero en castellano−. Se envenenaron con la sopa de ostras de la cena. ¡Ostras en agosto, imagínese! Le entregó la llave del cuarto, sin prestarle más atención, mientras decía a los otros clientes en su dialecto: «¡Como aquí no hay comedor, todo el que se acuesta a dormir amanece vivo!» Otra vez con el nudo de lágrimas en la garganta, la señora Prudencia Linero pasó los cerrojos de la habitación. Luego rodó contra la puerta la mesita de escribir y la poltrona, y puso por último el baúl como una barricada infranqueable contra el horror de aquel país donde ocurrían tantas cosas al mismo tiempo. Después se puso el camisón de viuda, se tendió bocarriba en la cama, y rezó diecisiete rosarios por el eterno descanso de las almas de los diecisiete ingleses envenenados. Abril 1980. TRAMONTANA Lo vio una sola vez en Boccacio, el cabaret de moda en Barcelona, pocas horas antes de su mala muerte. Estaba acosado por una pandilla de jóvenes suecos que trataban de llevárselo a las dos de la madrugada para terminar la fiesta en Cadaqués. Eran once, y costaba trabajo distinguirlos, porque los hombres y las mujeres parecían iguales: bellos, de caderas estrechas y largas cabelleras doradas. Él no debía ser mayor de veinte años. Tenía la cabeza cubierta de rizos empavoneados, el cutis cetrino y terso de los caribes acostumbrados por sus mamás a caminar por la sombra, y una mirada árabe como para trastornar a las suecas, y tal vez a varios de los suecos. Lo habían sentado en el mostrador como a un muñeco de ventrílocuo, y le cantaban canciones de moda acompañándose con las palmas, para convencerlo de que se fuera con ellos. Él, aterrorizado, les explicaba sus motivos. Pues los motivos del chico eran sagrados. Había vivido en Cadaqués hasta el verano anterior, donde lo contrataron para cantar canciones de las Antillas en una cantina de moda, hasta que lo derrotó la tramontana. Logró escapar al segundo día con la decisión de no volver nunca, con tramontana o sin ella, seguro que si volvía alguna vez lo esperaba la muerte. Era una certidumbre caribe que no podía ser entendida por una banda de nórdicos racionalistas. En primavera y otoño, eran las épocas en que Cadaqués resultaba más deseable, nadie dejaba de pensar con temor la tramontana, un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura. Sin embargo, no hubo modo de disuadir a los suecos, que terminaron llevándose al chico por la fuerza con la pretensión europea de aplicarle una cura de burro a sus supercherías africanas. Lo metieron pataleando en una camioneta de borrachos, en medio de los aplausos y las rechiflas de la clientela dividida, y emprendieron a esa hora el largo viaje hacia Cadaqués. La mañana siguiente le despertó el teléfono. Había olvidado cerrar las cortinas al regreso de la fiesta y no tenía la menor idea de la hora, pera la alcoba estaba rebozada por el esplendor del verano. La voz ansiosa en el teléfono, que no alcanzó a reconocer de inmediato, acabó por despertarlo. 6 −¿Te acuerdas del chico que se llevaron anoche para Cadaqués? No tuvo que oír más. Sólo que no fue como se lo había imaginado, sino aún más dramático. El chico, despavorido por la inminencia del regreso, aprovechó un descuido de los suecos venáticos y se lanzó al abismo desde la camioneta en marcha, tratando de escapar de una muerte ineluctable. Enero 1982. EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA FORBES Este cuento explica la aventura de dos niños que se quedaron, un verano, a cargo de una institutriz, que no les hacía mucha gracia porque era muy estricta y severa, aunque muy culta e inteligente. Durante un año entero habían, los niños, esperado con ansiedad aquel verano libre en la isla de Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia, y lo hubo sido en realidad durante el primer mes, en que sus padres estuvieron con ellos. Pero la revelación más deslumbrante para ellos había sido Fulvia Flamínea, la cocinera. Parecía un obispo feliz, y siempre andaba con una ronda de gatos soñolientos que le estorbaban para caminar, pero ella decía que no los soportaba por amor, sino para impedir que se la comieran las ratas. De noche, mientras sus padres veían en la televisión los programas para adultos, Fulvia Flamínea los llevaba con ella a su casa, a menos de cien metros de la suya, y les enseñaba a distinguir las algarabías remotas, las canciones, las ráfagas de llanto de los vientos de Túnez. Su marido era un hombre demasiado joven para ella, que trabajaba durante el verano en los hoteles de turismo, al otro extremo de la isla, y sólo volvía a casa para dormir. Oreste, un amigo veinteañero de los chavales, vivía con sus padres un poco más lejos, y aparecía siempre por la noche con ristras de pescados y canastas de langostas acabadas de pescar, y las colgaba en la cocina para que el marido de Fulvia Flamínea las vendiera al día siguiente en los hoteles. Después se ponía otra vez la linterna de buzo en la frente y los llevaba a cazar las ratas de monte, grandes como conejos, que acechaban los residuos de la cocinas La decisión de contratar una institutriz alemana sólo podía ocurrírsele al padre de los chicos, que era escritor del Caribe con más ínfulas que talento. La señora Forbes llegó el último sábado de julio en el barquito regular de Palermo, y desde que la vieron por primera vez se dieron cuenta de que la fiesta había terminado. Llegó con unas botas de miliciano y un vestido de solapas cruzadas en aquel calor meridional, y con el pelo cortado como el de un hombre bajo el sombrero de fieltro. Desde aquel momento todo se volvió aburrido y todo lo que hacían para divertirse acabo siendo clases de algo. Sin embargo, muy pronto se dieron cuenta de que la señora Forbes no era tan estricta consigo misma como lo era con ellos, y esa fue la primera grieta de su autoridad. Una madrugada la sorprendieron en la cocina, con el camisón de dormir de colegiala, preparando sus postres espléndidos, con todo el cuerpo embadurnado de harina hasta la cara y tomándose un vaso de oporto con un desorden mental que habría causado el escándalo de la otra señora Forbes. Una noche, mientras oían desde la cama el trajín incesante de la señora Forbes en la casa dormida, el hijo pequeño soltó de golpe toda la carga del rencor que se le estaba pudriendo en el alma. −La voy a matar −dijo. Esa misma noche, los niños, cogieron un veneno que había en la casa, para analizar, y lo pusieron en una botella de vino, de la cual solía beber la señora Forbes. Eso fue un viernes, y la botella siguió intacta durante el fin de semana. Pero la noche del martes, la señora Forbes se bebió la mitad mientras veía las películas libertinas de la televisión. Al día siguiente estaba como siempre, no sabían que había pasado. La madrugada siguiente, volvió a hablar sola por un largo rato, como solía hacer, y culminó con un grito final que ocupó todo el ámbito de la casa. 7
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