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El Propósito de la Vida: Amar y Servir al Hombre y a Dios, Diapositivas de Procesos de Aprendizaje

Este texto reflexiona sobre el propósito de la existencia humana, enfatizando la importancia de amar y servir al hombre y a Dios. El autor exhorta a vivir plenamente, eternizando el tiempo y superando la tristeza y la melancolía.

Tipo: Diapositivas

2021/2022

Subido el 30/10/2022

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camila-florez-17 🇨🇴

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¡Descarga El Propósito de la Vida: Amar y Servir al Hombre y a Dios y más Diapositivas en PDF de Procesos de Aprendizaje solo en Docsity! Servir con alegría1 Embellecer el mundo ¿Cuál es el propósito de la existencia del hombre en el mundo? Dios nos ha puesto en este increíble planeta para que conozcamos y admiremos el universo; para que amemos, para que descubramos la belleza del hombre; para que realicemos el propósito de embellecer el mundo, nuestro pequeño mundo, nuestra ciudad, nuestro pueblo. Y, sobre todo, para que adoremos, para que aceptemos a Jesucristo, para que estemos pendientes de Él. Para que nos preparemos a la visión indecible y eterna de Jesucristo. La vida del hombre es gravísima, está limitada por el abismo de la eternidad. El tiempo es corto para el amor, para la adoración, para construir un mundo justo e igualitario. Usted, que me lee en esta humilde página, debe sentir la vocación de realizar una vida seria, relacionada con el Infinito que se nos acerca; relacionada con Jesucristo, que vino al mundo y que abrumó la historia y la tierra con su encarnación, con su presencia en el planeta. La inaudita venida de Jesucristo ha abrumado con un peso indecible la historia. No pierda usted su tiempo sin amor, no pierda su tiempo sin adoración. No pierda su tiempo sin esperar a Jesucristo continuamente. Todo eso que lo rodea, todo esto en que usted se interesa, todo esto que vemos, acuérdese bien, todo es transitorio, es fugaz, se va de las manos. Solamente hay Uno que se queda para siempre, que es bello y definitivo, que debe penetrar toda la existencia. Que debe enamorarlo. Y es Jesucristo, que debe iluminarlo todo, que debe polarizar toda la vida con su evangelio, con su exigencia. Sea usted profundamente virtuoso. Apártese del pecado. El pecado lo enferma a usted, lo mancha y lo entristece. Aléjese del odio, aléjese de la vulgaridad, aléjese de la deshonestidad; sea correctísimo, porque usted está esperando a Jesucristo, porque usted cree en Él. Porque Él se acerca. Lleve la vida purísima del verdadero cristiano. Lea diariamente, por lo menos un cuarto de hora, la Sagrada Escritura. En cierto momento, caiga de hinojos ante la inmensidad de Dios, ante la inmensidad de Jesucristo. Haga todo el bien que pueda al hombre, aun afectando y comprometiendo sus propios intereses. Esto es cumplir con el propósito de la vida. 1 Tomado de García H. R. (2013) Hermano de los hombres Colección Obras Completas No. 30 Corporación Centro Carismático Minuto de Dios Bogotá, Colombia pp. 82-111 Quiero invitarlos Quiero invitarlos a todos ustedes a participar en la alegría de vivir. A experimentar interiormente el gusto que produce la existencia y todas las posibilidades que ella ofrece. Siéntase usted feliz de vivir, de poder amar, de poder servir, de poder contemplar el universo, de mirar el sol, como decían los griegos, de ver las estrellas y las flores. De gozar de la compañía de los amigos, de gozar de la esperanza de su resurrección. Este año aprovéchelo usted minuciosamente. Tenga todos los días un rato de profundo silencio, en que usted comparta la belleza del universo y la belleza de Dios. Decía Dante que hay tres cosas que nos quedaron como herencia del paraíso: las flores, las estrellas y los niños. Hay muchas cosas que hacen feliz nuestra vida. Para lograr esa felicidad, tenga diariamente momentos de profundo silencio, y siéntase fraternal con todos los hombres, con todas las cosas. No se sienta usted solo, sin propósito en la tierra. No se sienta sin objetivo. Trabaje con entusiasmo por los demás. Póngale límite a su ambición de poseer y de enriquecerse y de comprar tierra y tierra, y comprar acciones y negocios. Descubra la belleza de ayudar a otros, de colaborar con otros. Los colombianos tenemos una bellísima oportunidad de ayudar a Armero. Venga a El Minuto de Dios, y vea lo que estamos comenzando a hacer en esta región. Está todavía abierta la suscripción para Armero en El Minuto de Dios. Ayer recibimos de la comunidad de Sapuyes, Nariño, una generosa donación; igualmente, recibimos un aporte del Banquete del Millón de los Leones de Girardot. Este bello año que Dios nos regala recibámoslo con alegría, con agradecimiento. Que Él vea una conducta nueva en nuestra vida. Una conducta donde prevalezca el amor, una conducta perfumada con la cercanía continua de Cristo.  Enero 22 de 1986. Alegría y servicio El cristiano es fundamentalmente optimista y alegre en su vida. Él sabe que la tristeza proviene siempre de no tener una misión que cumplir o de creer que la misión es imposible o vana. El cristiano sabe que tiene una extraordinaria misión que realizar, sea joven o viejo, enfermo o sano, pobre o rico. Nuestra misión tiene un nombre propio: ¡Jesucristo! Es realizar a Jesucristo en nuestra vida, es hacer que se cumpla la historia colectiva de Cristo en el mundo. Un mundo nuevo y mejor donde reinen el amor y la justicia; un mundo donde no haya miseria ni ignorancia ni grandes e injustas diferencias. Esta es la misión de cada uno de nosotros, dentro de nuestros límites, dentro de nuestro ámbito. Nunca antes habíamos sentido una misión, los colombianos, como ahora. La tristeza, la melancolía de la vida procede siempre de no tener misión o de creerla ya cumplida o de juzgarla imposible o inútil. Todos, sacerdotes y laicos, obreros y técnicos, gobernantes y gobernados, políticos, hombres trabajadores, hombres del campo, estudiantes y maestros, todos tenemos una perturbadora misión en esta época de juventud y de cambio del mundo. Como enjambres de hormigas que soportan y llevan y hacen girar una hoja en el suelo, así somos en este momento los hombres: pequeñas hormigas, de cuyo esfuerzo unido saldrá la dirección que tome la historia. Es nuestra la historia, de nadie más. Tuya y mía. Podemos hacer una patria maravillosa y buena para todos, con sol y con pan para todos. Nadie debe negar su esfuerzo, nadie debe negarse a la lucha. Estos son minutos en que nadie puede decir: “Creo que mi misión ha terminado, ya he cumplido con el deber”. Nadie ha cumplido ya con el deber, ninguna misión está cumplida. Capaces del amor ¿Por qué sufrimos el tremendo sufrimiento de la carencia de objeto y de sentido de la vida? Simplemente porque no somos capaces del amor. En el momento en que seamos capaces de amar a alguien sin reserva y capaces de hacer un sacrificio por él, entonces huirá de nosotros el complejo de soledad y el sentimiento de esterilidad de la vida. Sólo en el amor auténtico, en la entrega, podremos rescatar el valor y el sentido de la vida. Cuando aquí hablo de amor, no me refiero al amor por el hijo, que es una parte de uno mismo, y que siempre se halla bajo el signo del egoísmo y no sale de la estrechez del yo; ni al amor de pasión, sino al amor al prójimo, algo que tiene que ver con las familias sin nombre que ven desfilar impasibles ante la televisión en este programa. ¿Cuál es el motivo por el cual sufrimos de hastío y vemos nuestra vida sin sentido y sin grandeza? Porque no sabemos amar con un amor libre, sin retornos, sin buscarnos a nosotros mismos en la persona que amamos. El único modo de superar la tristeza, la nostalgia, la melancolía es amar sin buscar paga. Ser un camino que se utiliza y se olvida. Al servicio del hombre La inmensa tristeza del hombre consiste en su condición efímera. El sentirse arrastrado, sin esperanza de detenerse, por una impetuosa corriente que es el tiempo. Estamos viajando en un tren que no se para, sino en una sola estación: ¡La última! Esta conciencia del implacable rodar hacia el abismo es nuestra agonía sin remedio. Somos burbujas arrebatadas por el ímpetu del torrente. ¿Qué hacer? La mayor parte de las gentes se distraen, salen a la calle a hacer sus diligencias, y en eso se les pasa el tiempo. ¡Es horrible! Otros, en el trabajo... Trabajan afanosos en la oficina, en el taller, en el colegio, pero todo en vano; la nostalgia sigue amenazante. ¿Habrá solución? Yo creo que hay una solución maravillosa: es el amor. El amor al hombre, el sentir la belleza del hombre, el estimarlo, el servirlo, el ofrecer nuestra vida por su mejoramiento. Prácticamente esto se realiza trabajando entusiasmados por el hombre. En cualquier parte donde nos hallemos, podemos luchar por el hombre. Darnos cuenta de que estamos ayudando a construir un mundo mejor. Mirar a los hombres con una mirada distinta, profunda; una mirada de aprecio, de fraternidad, de amor, casi de adoración. Entregarnos febrilmente a la obra de crear un mundo nuevo, un mundo justo, donde no haya miserables ni ignorantes ni tristes. Todos debemos dar lo que sepamos para el hombre: el que sabe cantar, que cante para el hombre. El que sabe reír, que ría para el hombre. El que sabe hablar, el que sabe soñar, el que sabe inventar, construir, consolar, el que sabe dar… que todos nos pongamos al servicio del hombre. Pero no sólo del hombre o de la mujer a quien amamos, sino de todos los que encontramos en nuestro camino. Este es el único sendero para la alegría, para quebrantar la nostalgia inherente a la existencia. Nuestra relación con Dios debe pasar a través del hombre. Decir: “¡Dios mío, yo te amo!”, es una palabra fácil y ambigua. Pero decir: “¡Hombre, yo te amo, yo te entrego mi tiempo, yo lucho por ti; eres el verdadero camino hacia Dios, y eres el único atajo que nos saca del círculo insalvable de la melancolía!”. Esa es la palabra definitiva. Mi gran misión en la vida Debemos hacer diariamente una pausa en nuestra vida, para no dejarnos atropellar ciegamente de las cosas y ahogarnos sin pensar a dónde marchamos, y de dónde venimos. Nuestra vida es tremendamente más importante que las cosas que nos rodean y nos distraen. Vivir es un compromiso con Quien nos hizo brotar a la realidad y entrar a hacer parte importante de la historia del mundo. El auténtico vivir requiere reposo, interioridad, capacidad para oír la voz eterna de nuestro destino. Y capacidad de aceptar la misión que se nos ha confiado. El vivir auténtico nos llevará precisamente a constatar, con estupor, que todo eso que nos rodea y nos absorbe y nos empuja no es muchas veces sino una evasión y frustración de la seriedad de la misión confiada. Todo eso nos roba la interioridad, nos aleja de la entrega necesaria; todo eso descuenta lo fundamental, que es el amor, el comprometimiento. Pensemos; no temamos la interioridad al pensar en nosotros mismos. La gran pregunta es: ¿Estoy cumpliendo con la misión que se me confió al entrar en el mundo? ¿Estoy realizando mi verdad, mi compromiso eterno? ¿O soy un desertor o un prófugo de mi misión? Vivir, estar actualmente en la existencia es incomparablemente más inquietante que los menesteres de que nos ocupamos y en los que no nos queda un instante para tomar conciencia de la gravedad del vivir. Vivir, en el sentido profundo de conocer y cumplir una misión confiada por Dios a cada uno. Todo esto debe ser objeto diario de una grave meditación solitaria. Esta noche, antes de dormir, piensa en silencio: ¿Estoy cumpliendo mi gran misión en la vida? Mi misión no son las cosas que me rodean ni lo que hago, sino, ante todo, lo que quiero ser. Ser es lo principal. Hacer útil nuestra vida Debemos tener la preocupación de hacer útil nuestra vida. Debemos mirar con seriedad nuestra existencia, y si no le hallamos utilidad, si no le hallamos objeto, debemos alarmarnos. Una vida que no es útil, que no es fecunda sobra en el mundo; está de más. Porque ella entra de lleno en lo que contradice abiertamente el proyecto de Dios. ¿Nuestra vida es útil? ¿Es todo lo útil que nos es posible? ¿A quién le es útil nuestra vida? Hay vidas terriblemente inútiles. Vidas sólo egoísmo, sólo amargura, sólo dureza, sólo indiferencia para todo y para todos, menos para el propio yo. Hay muchos que nunca han comprendido la dignidad y la belleza de hacer algo por los demás, sin interés propio. Se han forjado unas cuantas ideas, fundamentalmente equivocadas, respecto del servicio de los demás. Creen que ser bueno es ser tonto. Tienen una idea falsa de la viveza: juzgan que ser listo y vivo es no hacer nada por los demás. Siempre recibir, siempre lograr algo para sí solos. Dar lo menos y pedir lo más. Creen que vivir es lo mismo que hacer negocios. Este es un concepto erróneo e indigno de la existencia. Hay muchos y muchas que rotulan de “jarto” todo lo que no está regido por los postulados del placer personal, del toma y daca, de la más crasa egolatría. Que nunca han conocido el misterioso y divino placer de dar. Dar de la propia tranquilidad, de comprender las miserias y los dolores del prójimo, de saber que hay muchas penas de nuestro hermano que nosotros podríamos remediar, tal vez muy cerca. A veces solamente con una sonrisa, a veces solamente con un perdón. Viven en sus castillos dorados, en sus mansiones inaccesibles para todo lo que no es gusto y vanidad personal. Trapos y más trapos, viajes y más viajes… Un perpetuo esfuerzo por hallar la alegría, cuando la alegría está más cerca y es más sencilla. La alegría está en la paz de las conciencias y en la caridad. Hombres y mujeres que vegetan inútilmente durante días, semanas y años: solamente se levantan y se mueven en busca de lo que es expresión de su egoísmo. Dicen con frecuencia que ellos tienen experiencia de lo que se saca con hacer el bien a los demás. Que nadie agradece, que nadie paga. Y olvidan que hacer el bien, que hacer bella la vida no debe estar condicionado a recibir recompensa de aquellos a quienes se beneficia. Olvidan que la caridad es esencialmente libre, que no está atada al reconocimiento de los hombres, sino a la mirada de Dios. En esto consiste ser bueno: no en buscar interés en el obrar bien. Miremos nuestra vida. ¿Es ella útil? ¿O terriblemente vana, ociosa, inútil y egoísta? ¿No te provocaría, hermano mío, hermana mía, abrir el corazón y hacer una nueva experiencia de tu vida? ¿La experiencia del bien, sin buscar retorno? ¿Qué estamos haciendo? Examinémonos un instante esta tarde: ¿Qué estamos haciendo de útil en la vida? ¿De qué modo devolvemos el beneficio de la existencia? ¿De qué modo embellecemos nuestra presencia en el mundo y en la vida? ¿Tú has pensado en la obligación de hacer algo bello en la vida a favor de los demás? ¿Has pensado que tú tienes algo que ver con el hombre que pasa por la calle?, ¿con el niño andrajoso que vaga por la ciudad?, ¿con la mísera mujer que pasa a tu lado, que te sonríe con una sonrisa triste y que peca porque tiene hambre? ¿Has pensado en tu vinculación, en tu relación íntima con los demás? ¿En que eres hermano de ese que llamas con un nombre que pretende liberarte de responsabilidades: “los otros”? ¿Has meditado que tienes algo que ver con los otros? ¿Que estás obligado con alguien distinto de ti mismo? ¿Diferente de tus padres, que son parte de ti mismo?; ¿diferente de tus hijos, que son prolongación de ti mismo? ¿Que estás obligado a romper el círculo de la familia, y a sentirte hermano de los hombres? Porque todos somos hijos de Dios. ¿Has pensado en la realidad de que somos hermanos?, ¿de que Dios es Padre de todos? Cuando vas en tu automóvil a tus diversiones o a tus ocupaciones, ¿has recordado alguna vez que los peatones son tus hermanos? ¿Que el carguero que va empujando su carretilla es hermano tuyo, y que por lo menos hay que tener cuidado de no salpicarlo de barro? ¿Que el mensajero que va pedaleando su bicicleta, cargado de paquetes, es hermano menor tuyo, a quien le tocó otra suerte más dura, por voluntad de Dios?, ¿un papel distinto, en el drama universal que contempla Dios? ¿Has pensado que la sirvienta que está desde las cinco de la mañana trabajando y que tiene íntimas penas que tú no conoces ni te preocupan lo más mínimo, y que siente su vida con la pesadumbre de no verle un porvenir despejado…? ¿Has pensado, te pregunto, en que es tu hermana, y que hay que hacer algo por ella, distinto de pagarle con disgusto los pocos pesos mensuales? ¿Has pensado que tu obrero o tu compañero de trabajo es hermano tuyo? ¿Que hay que hacer algo por los demás?, ¿algo distinto de defenderse de ellos?, ¿de echarlos a un lado o de tratar de explotarlos? ¿Qué es lo que haces útil en la vida? Tu vida se va consumiendo como un candil que tuviera la triste propiedad de no iluminar, de no dar ninguna clase de calor. ¿Por qué no comenzamos a pensar en los demás? ¿A sentir la necesidad imperiosa de hacer útil y bella la vida? Misión incumplida El cristiano es optimista. El hombre mundano es naturalmente melancólico; está amenazado por la muerte y este pensamiento compromete cualquier alegría. El cristiano es optimista: “Digan a gusto: qué bien”. Que no acepte otra tristeza fuera de la del pecado. Díganle al justo: qué bien. Bien si sufre. Bien si goza. Bien si es pobre. Bien si es rico, aunque es difícil unir riqueza y justicia. Todos ustedes tienen la alegría de una misión que cumplir. Una misión exclusiva, personal. La vida se nos da una sola vez para que la aprovechemos, realizando nuestra misión. Nuestra misión es alegre y seria. Ella debe cumplirse en el ámbito del amor, del silencio, de la serenidad. Tú tienes una misión que realizar. Es posible que hasta ahora la hayas incumplido totalmente, y que con tristeza tengas que decir: “Misión abandonada”, “misión traicionada”. El existir es lo más grave que nos ha pasado. El poder llevar nueva vida o arrastrar una existencia vacía llena solo de paja, de heno y de ruido. Cuando yo pienso en lo que hubiera podido hacer hoy, desde esta mañana hasta ahora, y ayer, y la semana que pasó, y el mes que se fue, y el año y los años que no volverán jamás… cuando pienso en lo que yo hubiera podido hacer y no quise hacer… recuerdo esta palabra horrenda que se podrá escribir sobre mi vida y quizá sobre la tuya: “Misión incumplida”. Esto significa lo más grave para un hombre. Haber nacido con una finalidad exclusivamente personal, de tipo espiritual, y morir sin haber pensado, mucho menos cumplido lo que era la sustancia medular de nuestra presencia. Qué desequilibrio en todo el universo cuando se lea sobre nuestra tumba, en un pedazo de tabla: “Misión incumplida”. Lo que nos calma Estamos llegando a la mitad del año. La mitad del año es como el medio día, un poco melancólico, porque aflora un sentimiento de impotencia, de incapacidad para realizar nuestras ambiciones. A medio día y a medio año nos damos cuenta de que ya pasó otro día, de que ya está pasando otro año. Que en la tarde no podremos hacer casi nada más de lo que hicimos en la mañana. La vida es inexorable. La vida sólo nos ofrece presentir lo que pudiéramos hacer, sin nunca lograrlo realizar. Sólo lo que sale de nuestro campo personal y humano nos calma definitivamente: Dios y el hombre, que son distintos de nosotros, nos sosiegan, nos apaciguan, nos serenan. Amar al hombre, servirle, dedicarnos a su ayuda es lo único que nos tranquiliza y nos sosiega. Sólo cuando estamos sirviendo al hombre tenemos la sensación profunda de que no estamos perdiendo el tiempo. El hombre es la presencia visible de Dios en el mundo. Servirlo a él es servir a Dios. Todos tenemos oportunidad de ayudar al hombre. Todas nuestras oficinas, nuestras fabricas, todos nuestros empleos son en servicio del hombre. Pero hay dos modos de desempeñar el oficio a favor del hombre: uno, distraídamente, mediocremente, a disgusto, con desmaño, con fastidio, con enojo; y hay otro modo de servirlo: con entusiasmo, con devoción, con conciencia despierta. El conductor que maneja el bus o el taxi debe hacerlo con todo respeto y cuidado porque conduce hombres, obras maestras de Dios y con destino eterno. El almacenista debe atender a los que llegan en este mismo sentido, pensando íntimamente que está sirviendo a alguien maravilloso que es el hombre. El patrón que emplea un obrero debe hacerlo con estos mismos sentimientos, sabiendo que está contratando el trabajo en un hombre, un padre de familia y que su salario debe cubrir sus necesidades. Lo mismo el carpintero que hace sillas para el hombre, el mecánico que arregla una máquina para un hombre o la cocinera que prepara la comida para familia o el gerente o el maestro o el técnico. Todos debemos tener este sentimiento ante los hombres. Esta idea generalizada transforma todas nuestras relaciones. Esta idea tendría la fuerza suficiente para hacer la revolución pacífica, la revolución querida por Jesucristo. Tener conciencia continua de que el hombre es maravilloso: la presencia visible de Dios en el mundo; que el hombre es el ser magnífico y misterioso, lleno de destinos. Esta devoción al hombre nos debe acompañar como la única puerta por donde podemos huir de la melancolía y de la nostalgia inherente al tiempo que pasa. Los que siembran trigo y no tienen pan Hoy me senté a escribir lo que estoy diciendo, delante de obreros que estaban construyendo unas casas en el mismo barrio El Minuto de Dios. Y pensé con tristeza que esas quizás no serían todas para ellos, sino para otros. Y después seguí discurriendo acerca de las extrañas paradojas del mundo. Pensé en los que siembran trigo y no tienen pan. En los tejedores de las fábricas que no tienen tela para el humilde uniforme para sus hijos. Pensé en los que construyen las escuelas -albañiles y maestros- que no tienen colegios para sus hijos. Pensé en los trabajadores que abren las carreteras y nunca pueden pasear por ellas con su familia. Reflexioné si sería posible igualar un poco el mundo. Que no fuera tan desequilibrado. Mientras escribía esto, pasó una mujercita con una pesada carga a sus espaldas. Hubiera querido ayudarle, pero el mal era más hondo. A su lado iba un niño sucio y sin escuela. Hubiera querido lavarlo y enseñarle. Pero el mal era más hondo. Todo era insuficiente. Y pensé: ¿Será posible cambiarlo todo, a lo cristiano, a lo justo, sin horrores? Nuestro paso por el mundo, ¿no se podría marcar por el bien con un gran principio de cambio? Ustedes, los jóvenes que me leen, ¿no sienten el deseo de comprometerse en el cambio del mundo? ¿En descubrir la fraternidad del hombre, que una sociedad egoísta y vana nos ha hecho olvidar? ¿Ustedes no se dan cuenta de que es todo un mundo el que hay que transformar? ¿Para qué estudiar, para qué vivir si no es para esto? ¿No les han dado ganas de tirar los libros con rabia, ante una situación que es necesario transformar? Ustedes, jóvenes de familias distinguidas, muchachas soñadoras de perfección, ¿no les da rabia haber vivido sin hambre, sin haber hecho nada en favor de su hermano el hombre?  Abril 2 de 1963. Ganas de llorar Me invitaron a conocer un conjunto cerrado. Me sentí en otro país, me sentí en Miami, en Beverly Hills. Vi los caminos perfectamente demarcados y pavimentados. Vi los espléndidos campos de golf, las lindísimas casas esparcidas por toda el área. Allí podrían ir los estudiantes de arquitectura a conocer nuevos modelos de vivienda, donde se agota la creatividad. Vi los campos de golf. Vi las piscinas. Vi los yates, vi los esquiadores, arrastrados velozmente. Vi los bellísimos jardines, el impecable aseo, las palmeras. Vi antenas parabólicas; vi a los muchachos manejando carros americanos. Todo me debía llevar a estar orgulloso del país. Sin embargo, se apoderó de mí una profunda tristeza. Yo no sabía por qué. Todo el paisaje era plácido. Debía llevarme a la alegría. Sin embargo, tenía una inmensa tristeza, que casi me provocaba llorar. ¡No sabía por qué motivo!; todo era lindo, todo era perfecto. Al regreso vi a los obreros, cortando piedra y pegando ladrillo. Eran magníficos artesanos del baldosín y de los azulejos. También vi, a la puerta de las casas, a las niñas de servicio, rociando los jardines y lavando los pisos impecables. Vi al jardinero, sembrando rosas perfumadas. Vi al vigilante, aguardando a que los amos regresaran el sábado, mientras se espantaba los zancudos, en un kiosco cercano a la piscina. Los amos posiblemente estaban todavía en la ciudad, disfrutando de sus amigos y hablando de negocios. Antes de salir de aquel conjunto cerrado, entré en la linda capillita residencial: era bella, toda de piedra. Había en un rincón un órgano Hammond, silencioso; nadie lo tocaba nunca. No había nadie que rezara, no estaba el Santísimo. Celebraban la misa cada mes, para algunos turistas. Salí de la capilla y me fui al pueblo vecino. Me dirigí a la plaza; ardía de calor por todas partes. Allí estaba la iglesia antigua, blanqueada, limpia, adornada con flores campesinas. Había un grupo de señoras y algunos niños. Una señorita, desde el coro, tocaba y ensayaba un cántico carismático para el domingo. Había un grupo de señoras, rezando el santo rosario y la novena. En eso entró el sacerdote encargado de la feligresía. Era de edad media. Venía con una camisa empapada de sudor, no era para menos, y con un humilde clergyman. El sacerdote tenía su cabello, en parte, canoso. El padre hizo la genuflexión al Santísimo y después habló a los fieles. Habló de santidad, habló de trabajo, habló de mandar a todos los muchachos a la escuela. Las señoras lo oían con amor. Ese padre no dijo nada indiscreto, pero él vivía atormentado ante la pobreza de sus vecinos. No podía hacer nada, no había podido realizar nada, ni una cooperativa ni una caja de ahorros. Se sentía impotente.  1988. Comprendió que lo único que podía hacer era orar y esperar. Sabía que cualquier palabra suya la podrían tomar en el pueblo como subversiva, como peligrosa y que le formarían un problema ante las autoridades y ante el obispo. Ya había tenido experiencias. El padre, arrodillado en el reclinatorio, bajó la cabeza sobre la almohadilla de pana. Tenía unas extrañas ganas de llorar, no sabía qué hacer. Rechazaba una mezcla extraña de ideas, de resignación y de rabia. No veía solución en ninguna parte. Se puso a mirar fijamente una antigua escultura en madera de Cristo; tampoco ella le dijo nada. Después, se acercó cordialmente a las señoras, que seguían rezando el rosario y les dijo: “Está bien, mis queridas viejitas, que oren por mí, porque tengo ganas gritar, porque no me aguanto, tengo ganas de llorar”. Vivir apasionadamente Debemos vivir apasionadamente. ¿Qué significa eso? Significa tener propósito de la existencia, tener objetivo, tener finalidad, tener entusiasmo, estar comprometidos. Vivir así es vivir realmente. Lo demás es vegetar, es irse marchitando lentamente, sin gloria y sin pena; sin gracia y sin belleza. Vivir apasionadamente es mirar a nuestros prójimos, a nuestros hermanos con una mirada profunda, comprendiendo y realizando que son hermanos nuestros. Vivir apasionadamente es dedicar al menos una hora a la semana para un servicio integral a nuestro prójimo. Ir a una familia pobre, enseñar a leer, buscarle trabajo a una persona cesante. Los sábados o domingos salir al campo, entrar en contacto con los campesinos abandonados y prestarles una ayuda, sin paternalismos, sin humillaciones. Ayudarles y enseñarles a vivir mejor. Debemos vivir nuestra vida con una gran intensidad. Si no lo hacemos, nuestra existencia entra en las sombras de lo insignificante, de lo inútil, de lo mediocre. Para darle una gran intensidad a la vida, es necesaria la pasión. Si somos demasiado cerebrales, si todo lo calculamos y evitamos todos los riesgos, si somos absolutamente prudentes y cuidadosos, si no nos lanzamos a la aventura, nos condenamos a la impotencia y a un perpetuo diletantismo. Estaremos siempre discutiendo, siempre criticando, siempre contradiciendo, y no seremos capaces de crear nada. Necesitamos inteligencia, es verdad, intuición; pero más que todo necesitamos pasión. La razón busca el bien individual; la pasión busca ordinariamente el bien colectivo, acepta el sacrificio y se lanza. El dinamismo pasional es una obra de Dios, es un regalo de Dios al hombre, tanto o más que la inteligencia. La pasión de que les hablo no es la pasión carnal; es la pasión que es capaz de sacarnos del equilibrio tranquilo de nuestra vida y proyectarnos hacia la patria y hacia el mundo, hacia la humanidad; que es capaz de sacarnos de nuestra pereza, de nuestra quietud, de nuestros prejuicios, de nuestro criticismo; que nos hace viriles, que nos hace amar. Este año debemos darle riqueza a nuestra vida. No puede ser que nos levantemos cada día sólo para aguardar la noche. No puede ser que entremos los lunes al itinerario de la semana, únicamente para aguardar el domingo. Algo profundo debe penetrar en nuestra existencia: en primer lugar, la lectura diaria del evangelio. Tres o cuatro minutos después de cada comida. Y, semanalmente, dedicar una hora a la humanidad. Una hora para visitar a un enfermo, a una familia pobre; para enseñar a un analfabeto, para alegrar a un triste. ¡Son tantas las cosas elementales que podemos hacer! El estar comprometidos es lo que le da valor a nuestra vida. Mientras un hombre no se comprometa, se halla en una situación vaga, fluctuante, insincera; no tiene rumbo ni meta ni sentido su existencia. Nosotros hemos contraído dos gravísimos compromisos: el primer compromiso es con Dios, que nos liga para siempre, que nos pide algo que se llama fidelidad, fe, entrega, adoración, amor; el segundo compromiso es con la patria, donde Dios quiso que naciéramos, que lucháramos. Hay otro compromiso también que liga indeleblemente a algunos: es el compromiso matrimonial. Este compromiso importa también una actitud maravillosa, que se llama fidelidad. Pero vamos a hablar del compromiso con la patria. ¿Será posible que nosotros en poco tiempo la restauremos? ¿Será utópico pensar en una renovación profunda de ella, desencadenada por un entusiasmo colectivo? El hombre que se compromete se vuelve generoso y es capaz de sacrificarlo todo en favor de lo que ama. Necesitamos prender la candelada de amor a nuestra patria. Después vendrá la cosecha, vendrá el equilibrio. Pero mientras llega a ese punto, es necesario abreviar las distancias, las largas demoras, es necesario marchar a jornadas forzadas. Tenemos que hacer brotar una llamarada de entusiasmo. Después vendrá la cosecha, vendrá el equilibrio; pero es necesario entrar en el entusiasmo. Entusiasmarse significa endiosarse, estar poseídos de una divinidad y de una locura por la patria. Todos los que han leído a Platón recuerdan su página maravillosa sobre los endiosados, los entusiasmados. No se puede pensar en amar sin pasión. Es necesario introducir la pasión en nuestra vida. Es necesario hacer cosas extrañas, lo que nunca se había hecho. Urge introducir la bandera de la patria en nuestra casa, y formar tal presión colectiva, tal inquietud, que brote la transformación anhelada. En esta labor debemos trabajar todos, sin ninguna excepción, fuera de los apátridas. La juventud debe ponerse en movimiento por una patria nueva, los hombres acaudalados deben poner al servicio del país su dinero, emprendiendo nuevas industrias. Los jóvenes deben llevar la inquietud a los colegios y deben traducirla en realidades objetivas. Los jóvenes deben crear núcleos patrióticos en todos sus ámbitos de influencia. Nuestra patria está dormida, con un sueño pesado, de largos años; pero la vamos a hacer despertar. Cuando se levante, cuando se frote los ojos, cuando se desperece, se pondrá fácilmente a la cabeza de América. ¿Será esto un sueño, una utopía, un desequilibrio, una rebeldía causada por la comparación con otros países? No podemos resignarnos a una lentitud de siglos, mientras todos los demás van a una velocidad de días. De todos modos tenemos un compromiso indeclinable con la patria. Comprometerse es lo que le da sentido a la vida, le da una belleza, y le da una extraordinaria misión. ¿Será posible entusiasmarnos? ¿Será posible despertarnos? Hasta ahora hemos sido cerebrales, tranquilos: tranquilos con nuestra pobreza, tranquilos en nuestras carreteras polvorientas, tranquilos con los bosques talados, tranquilos con nuestros mendigos, tranquilos con nuestros muchachos sin estudio. Tranquilos con las muchachas ociosas de la alta sociedad. Tranquilos con las miles de empleadas domésticas en las casas de los burgueses. ¿No será posible transformarlo todo y que en vez de sirvientas haya obreras calificadas, y que las señoras en vez de pasar largas horas en el salón de belleza, consigan máquinas y ellas mismas hagan los trabajos domésticos y ahorren miles de manos inutilizadas? Todo esto que les digo son palabras apasionadas. Pero los hijos de la pasión son los hijos más fecundos y más transformadores. ¿Seremos capaces de salir de nuestro gran equilibrio, de nuestra perfecta compostura y apasionarnos por nuestra patria?
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