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Crecimiento demográfico y económico en España: Retos y oportunidades en la Época Moderna, Exámenes selectividad de Economía

Este documento ofrece una visión general del crecimiento demográfico y económico en España durante la Época Moderna, destacando factores como la situación económica favorable, el desarrollo urbano, la inmigración extranjera, la industria artesanal y la organización gremial. Además, se analizan los efectos de las guerras, las diferencias regionales y la influencia de la tradición cristiana en la concepción de la sociedad. Se mencionan también las instituciones como la Inquisición y el sistema gremial, así como las desigualdades sociales y económicas.

Tipo: Exámenes selectividad

2021/2022

Subido el 01/07/2022

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¡Descarga Crecimiento demográfico y económico en España: Retos y oportunidades en la Época Moderna y más Exámenes selectividad en PDF de Economía solo en Docsity! HISTORIA MODERNA DE ESPAÑA TEMA 1. LAS BASES SOCIOECONÓMICAS DE LA ESPAÑA MODERNA 1.1. La evolución demográfica Fue una etapa demográfica muy positiva. El S.XVI es una etapa de crecimiento incuestionable. Sin embargo, las fuentes para documentar sus cifras son escasas, incompletas y desiguales. Así pues, hemos de recurrir a la problemática aplicación de coeficientes de multiplicación cuando acudimos a las fuentes parroquiales (bautismos, matrimonios y entierros) y los limitados recuentos de conjunto como los censos, donde destacamos las averiguaciones de Millones de 1591. 1.1.1. Crecimiento demográfico en el S.XVI. Las migraciones En todo caso, como indica Alfredo Floristán, puede admitirse que durante el siglo XV el conjunto peninsular conoció ya un notable crecimiento de la población, más acusado en Castilla (cercano al 100% a lo largo de toda la centuria) que en el resto, con la excepción de Cataluña (disminución del 30%). El crecimiento total habría supuesto un 55% a lo largo de todo el siglo XVI. En su distribución, el peso de Castilla era abrumador llegando a acumular ¾ de la población peninsular. Si bien, la desidad de población peninsular (16,1 hab./km2) era de las menores de la Europa Occidental. En cualquier caso, como subraya J. Casey, por entonces “la abundancia demográfica se asociaba con la prosperidad y con las artes y la paz”. El crecimiento puede explicarse por la situación económica favorable, un notable desarrollo urbano y una inmigración extranjera atraída por las oportunidades, todo ello junto a una incidencia moderada, al menos en comparación con el siglo XVII, de las crisis de mortalidad, es decir por unas coyunturas favorables dentro de un régimen demográfico “antiguo”. En líneas generales, el crecimiento parece bastante atemperado hasta 1530 con la expulsión de los judíos, la marcha de muchos granadinos, crisis de subsistencia y epidemias. Este estancamiento regresaría en el S.XVII con grandes contrastes regionales, siendo el despoblamiento de aldeas un hecho en algunas comarcas. Entre las principales características del régimen demográfico, destacamos:  Edad relativamente temprana de la mujer en las primeras nupcias (en torno a 20 años), más temprana aún en el colectivo morisco.  Tasas de nupcialidad relativamente elevadas (11 por 1.000 en Córdoba o Murcia), pese a la incidencia de la emigración y del celibato.  Tasa de fecundidad relativamente baja (4 o 4,5) debido a los intervalos intergenésicos superiores a los dos años y medio. A ello contribuyen las irregularidades en la lactancia, los problemas de esterilidad o la menopausia.  Tasas altas de natalidad y mortalidad, aunque mayores las primeras.  Mortalidad infantil-juvenil alta: la primera llegaba a significar el 20% mientras que la segunda el 30%. Esta tasa se acrecentaba en los hijos ilegítimos, que suponían el 1% de los nacidos en áreas rurales y el 3% en áreas urbanas. Al crecimiento vegetativo, hemos de añadir los movimientos migratorios que estuvieron focalizados en ciertas áreas del territorio. La emigración a Indias incidió particularmente sobre diversas áreas de la Corona castellana, en especial de Andalucía (Sevilla, Huelva), de Extremadura y de las dos Castillas. Por otro lado, los procedentes de Aragón no superaban el 1,3%. De todos modos, los registros de pasajeros y las licencias de embarque de la Casa de la Contratación ofrecen las cifras de la emigración oficial, sin duda muy inferior a la real. La inmigración jugó un papel muy positivo en la recuperación demográfica del noreste peninsular. Tal ocurre en Cataluña con los inmigrantes franceses. La supresión de los “malos usos” y la pacificación del campo catalán (1486) propició la llegada masiva de franceses empleados principalmente como braceros. También se beneficiaron de esta corriente Aragón, Navarra y, residualmente, Valencia. Estos procedían de las comarcas más cercanas a la frontera. En el seno de la familia, iremos observando un avance progresivo al modelo nuclear. 1.1.2. La distribución espacial. El binomio campo-ciudad  Galicia y Asturias: el crecimiento fue moderado. A los elementos coyunturales (hambres, pestes) se unía aquí el estancamiento de la producción y de las rentas agrarias (foros). Sin embargo, el S.XVII supuso un periodo de crecimiento sostenido en el que la introducción del maíz fue fundamental.  Provincias vascas: el S.XV es una época de recuperación. Las provincias costeras disfrutaron de una densidad de 30 hab./km2 en el S.XVI. Sin embargo, la población se mantendría estancada en el S.XVII.  Navarra: Importante crecimiento en el S.XVI, concentrado en las áreas de ribera.  Castilla-León: La prosperidad de las ciudades, del artesanado o del comercio insinúa una recuperación desde la plenitud del siglo XV, si bien el mayor 1.2.1.1. Limitaciones de la actividad agrícola Este nivel de subsistencia se explica por la limitada productividad agraria. Se caracteriza por el barbecho, escasez de abonos, las técnicas agrícolas rudimentarias y la excesiva, cuando no total, dependencia de las condiciones climáticas. Pero la realidad era una alternancia, a veces dramática, de años muy secos o muy húmedos, cuyas consecuencias se agravaban por las circunstancias estructurales de técnica, transporte, comercialización. Se ligaba a la actividad ganadera, secundaria o subsidiaria de la agrícola. Los municipios tenían que delimitar su coexistencia y el aprovechamiento de recursos a través de ordenanzas. La realidad social del agro hispano viene determinada por el divorcio entre la propiedad y la explotación. La tierra cultivada era en un 80-85% de propiedad privada, pero no la cultivaban sus propietarios. De hecho, a señores laicos y eclesiásticos pertenecían los 3/4 de la tierra cultivada en Castilla. La pequeña propiedad descendía de norte a sur. Esta se encontraba encabezada por los labradores ricos, que junto a los hidalgos locales formaban el grupo de los poderosos. El campesinado no propietario era libre. En las zonas más productivas se evolucionó hacia formas de producción de corte capitalista. En el S.XVII, muchos pequeños propietarios se vieron desclasados, convirtiéndose en jornaleros. La concentración de la propiedad es paralela al proceso de amortización como el mayorazgo de la nobleza; los baldíos (no cultivado propiedad de la corona), comunes y propios (empleados para mantener los gastos municipales) de los municipios o la vinculación eclesiástica (manos muertas). Los regímenes de herencia eran variados aunque tendieron hacia la indivisibilidad de la herencia. En relación a la tenencia, en las dos Castillas y en Andalucía dominaba el arrendamiento simple, temporal, llegando a vitalicio en la zona más septentrional. Los arrendamientos eran perpetuos en el País Vasco y el Cantábrico. En el Noroeste dominó el foro: “un contrato por el cual el propietario de un terreno (aforante) cede a otro (llamado foratario) sus derechos inherentes al dominio, excepto el dominio mismo, mediante el pago de una pensión anual, previamente estipulada. El foratario, por tanto, conservaba el usufructo de la tierra y podía transmitirla a su heredero e incluso dividirla en parcelas cuando eran varios”. Los propietarios tendieron a poner limitaciones temporales a los foros. En Cataluña se generalizó el contrato con reparto de frutos: la aparcería (propietario pone tierra, simiente y abono) y la enfiteusis (cesión a cambio de un pago anual). El pago de las rentas en especie era lo más habitual, suponiendo de media 1/3 de los cosechado. En años estériles, esta renta y los tributos podían representar la mitad de la cosecha. Las extensas propiedades comunales, mantenían formas de explotación comunitaria o colectiva, bajo titularidad pública. Los bienes de las mismas se destinaban a sufragar los gastos de la comunidad mediante su arrendamiento. Las tierras baldías, abundantes en Andalucía, y los campos en barbecho se empleaban comúnmente como pasto. 1.2.1.2. Sectores de la producción agraria La producción establece una verdadera gradación en la extensión y sobre todo en la calidad de las tierras. Las mejores y más cercanas a las poblaciones se destinaban al cultivo del cereal, base de la subsistencia. Le seguían en esa gradación la vid y los árboles frutales, para continuar por prados y pastizales, y finalmente tierras baldías y “montes”. Ahora bien, las diferencias regionales son destacadas, bien marcadas entre la España húmeda y la España seca. En la España atlántica dominaban los campos de cultivo de cereal y el monte comunal. Excepcionalmente se encuentran en el País Vasco comarcas en que se suprimió el barbecho. La producción de huerta era escasa y siempre subsidiaria; al igual que el viñedo y los frutales. En la submeseta norte dominaba el cereal y la ganadería; en el sur, el clima cálido y seco fomentaba la explotación extensiva de cereal y olivo; el sector oriental contrasta el regadío del valle del Ebro y algunas vegas con el predominante secano. Para evitar la sobreexplotación de los montes, Felipe II creó la Superintendencia de Plantíos y Conservación de Montes. En definitiva, señalamos el predominio absoluto del cereal (particularmente el trigo). Sin embargo, ciertas regiones tuvieron que importarlo sistemáticamente, independiente de sus grandes oscilaciones. El viñedo se extendió a costa del cereal por España en el S.XVI. Finalmente, destacamos el olivar por la importancia del aceite para la cocina, el culto o la iluminación. Asimismo, destacan los cultivos textiles localizados. 1.2.1.3. La agricultura entre el crecimiento y la crisis Presentó un nivel técnico muy rudimentario, dependiente exclusivamente del clima. De hecho, se estropearon 54 años de cosechas en el S.XVI. Los aperos tradicionales dominaron el trabajo, acompañando a la siembra a voleo y al escaso abonado. El único cambio significativo fue el cambio del buey por la mula en el arado. Los escasos cultivos de regadío conservaban la fisonomía y la técnica de época musulmana, emprendiéndose pocas obras hidráulicas poco satisfactorias. Desde 1570, la producción se contrajo. Si bien el área bajo-andaluza consiguió una temprana capitalización del campo, se tradujo en duras secuelas sociales. La necesidad de tierras había impulsado las nuevas roturaciones desde fines del siglo XV. El proceso derivó pronto en la competencia entre agricultores y ganaderos y potenció el proceso de apropiación, legal o no, de las tierras comunales. Nobles, burgueses, corporaciones locales y particulares adinerados se beneficiaron de ese proceso. Pero la crisis afectó al sector agrícola y al ganadero desde finales del siglo XVI. La subida del coste de la vida, de los aperos y la presión fiscal tienen mucho que ver en ello, pero también, señala Vázquez de Prada, la “ruptura del equilibrio ecológico”. Las coyunturas climáticas hicieron el resto. A nivel regional, la concentración de la propiedad o la expulsión de los moriscos también afectaron de forma negativa. 1.2.2. La ganadería Puede dividirse en dos: ganadería estante y trashumante. La importancia de la estante dependía de la existencia de pastos privados y de la actuación municipal y el aprovechamiento de baldíos y barbechos. El ganado para trabajo fue, en general, el más favorecido. En el Norte era común reservar los mejores pastos para dehesas boyales. Para carnicería, destacaban los cerdos. También encontramos ovejas churras y cabras. La mayor extensión de ganado estante se daba en la España atlántica: ganado vacuno de tiro (principalmente) en el cantábrico. El descenso de las poblaciones por la exportación y el contrabando llevó al establecimiento de prohibiciones para asegurar la arriería. En la España meridional se concentraba la ganadería porcina, que proveía lo indispensable para la cocina. Aprovechaba las tierras tras la siega y bosques de robles y encinas. Las explotaciones avícolas y apícolas eran complementarias. La abundancia de pastos capaces de mantener cabañas muy numerosas favorecía la trashumancia. Su compleja organización necesitó la puesta a punto de caminos e instituyó una de las formas de monopolio más particulares: la Mesta. Su consejo estaba presidido por el miembro más antiguo del Consejo de Castilla y estaba fuertemente vinculada con el gobierno central. El comercio lanero era un sector prioritario que llevó a favorecer la prórroga de arrendamientos dedicados a pastos (privilegio de posesión). Ello llevó a un pulso enconado entre ganaderos y agricultores. La victoria de estos últimos inició la recesión de la Mesta. La Mesta fue bandera de contradicción; también se quejaban de ella los fabricantes de paños, que sólo podían adquirir 1/3 de la lana castellana y algunos señores con tierras agrícolamente muy rentables. Por otro lado, la ganadería otorgaba comodidad, liberaba de preocupaciones, mano de obra y moderaba la desventaja climática, facilitando los ingresos estatales. Todos los propietarios de rebaños trashumantes (con un mínimo de diez ovejas) eran “hermanos” de la Mesta, extendiendo su dominio sobre 1/3 de las ovejas. Estas eran conducidas por las cañadas (Leonesa, Segoviana y Manchega) y sus ramales. El movimiento comenzaba en septiembre hacia el sur. Los corderos nacían a poco de llegar a los pastos de invierno, con lo que estaban en condiciones de regresar hacia el norte en primavera. Los rebaños se esquilaban por el camino. En el resto de la península también hubo ganaderos trashumantes que formaron asociaciones. 1.2.3. La pesca Constituía un sector primordial en el litoral cantábrico y gallego. En Andalucía también hubo puertos pesqueros muy activos y la almadraba gaditana. En el Levante se mezcló la pesca con el corso. La pesca de altura solo la practicaban armadores vizcaínos hierro en el País Vasco. La fabricación se realizaba en “ferrerías” y “fargas” (cat.). Es decir, en zonas con abundancia de mineral, bosques frondosos y corrientes de agua, y, en los centros principales, proximidad al mar. En las ferrerías se realizaban los procesos de fundido, insuflado y forjado. Era un sector con alta ocupación y tintes precapitalistas. Los “carpinteros de ribera” y los “ferrones”, abundantes en la cornisa cantábrica, operaban como auténticos empresarios, con operarios asalariados. Esos empresarios burlaban las disposiciones gremiales. También el estado animaba a la producción de estos sectores. Los principales astilleros radicaban en la costa cantábrica. Los encargos de la Armada y de los comerciantes no fueron capaces de dinamizar este sector, en franca competencia con los países del noroeste europeo. Los navíos vizcaínos eran de gran tonelaje (naos de 500 ó más toneladas, galeones, zabras, pataches y pinazas para la pesquería y la navegación de cabotaje), frente a sus competidores, más livianos, maniobreros y capaces de penetrar en puertos de poca profundidad. La decaída industria naval catalana fue impulsada por los encargos de las “Reales Atarazanas”. Aquí predominaba la galera y otras naves menores. En Andalucía fue muy reducida. Las características precapitalistas de este sector se cifran en el trabajo intermitente (con paros prolongados), los altos salarios ofrecidos en momentos de necesidad y los intentos de huelga de los trabajadores. También destaca la producción de sal e industrias menos trascendentes y más localizadas como el papel, cargada de impuestos de lujo y frenada por la importación, la del jabón y las conservas de pescado. 1.2.5. El comercio El comercio interior conoció durante el siglo XVI un gran desarrollo, pero sin llegar a perfilar un mercado nacional. La causa principal se halla en la insuficiencia de los transportes. 1.2.5.1. La insuficiencia de los transportes Había dos circuitos comerciales: uno periférico y otro interior. Estos circuitos estaban en manos de pequeños y medianos comerciantes y, en gran medida, de regatones. Las vías fluviales fueron escasas en la España del Antiguo Régimen. Aunque se acometieron algunos proyectos como el canal de Urgel, la insuficiencia técnica más que la presión de la arriería impidió el desarrollo de estas alternativas. Los caminos españoles fueron, al menos hasta mediados del siglo XVIII, escasos y mal conservados. A los ayuntamientos correspondía la conservación de rutas tradicionales de origen romano o medieval. A nivel regional, la mayor concentración de caminos se observa en el corazón de Castilla, en el polígono delimitado por Burgos, Valladolid, Medina del Campo, Salamanca, Ávila, Segovia y Toledo. Las malas condiciones de los caminos, agravadas de forma estacional en el invierno y de forma puntual a la hora de atravesar los ríos, frenaban y encarecían los transportes. En zonas montuosas existieron asociaciones de carreteros profesionales, con ciertos privilegios y prácticas pseudo-monopolísticas. Utilizaban carretas tiradas por bueyes, progresivamente sustituidas por mulas. En tiempo de guerra, estaban obligadas a servir al ejército. Lentos y caros, los transportes sin embargo eran esenciales. Sólo de 1 de cada 30 hogares castellanos se autoabastecía plenamente de productos. 1.2.5.2. El comercio interior La necesidad de abastecimiento establecía unos circuitos y unos niveles mínimos de intercambio, que los gobernantes estaban obligados a controlar e incluso a intervenir. El mercado interior se nutría, principalmente, de artículos de primera necesidad. La concesión de licencias determinaba un régimen casi monopolístico (los “obligados”). En algunos casos, como el vino y el aceite, se autorizaba sólo la venta de productos locales y limitando, por tanto, la oferta. De todos esos productos, el cereal se consideraba vital, de ahí la constante preocupación del gobierno central y de las autoridades locales por asegurar su abastecimiento. Ante las periódicas carestías, la política estatal consistió en favorecer la importación de granos y en frenar la exportación; también en promover la creación de pósitos (leyes de 1585) junto a recetas caseras como mezclar el trigo con salvado para abaratar el pan. Además, se impuso una tasa máxima en los precios que no se cumplía. A nivel regional, solían celebrarse ferias, una o dos veces al año. Se fueron especializando progresivamente (ganado, granos, vinos, tejidos), e incluso algunas alcanzaron rango internacional.  Medina del Campo: En ella se daban cita comerciantes vascos y castellanos, para pactar el intercambio de la lana por otros productos, pero también acudían portugueses (especias), aragoneses y catalanes (paños), valencianos (sedas), toledanos, etc... El aspecto financiero prevaleció sobre el comercial en estas ferias, sobre todo la de Medina del Campo. Su ruina se produjo por la quiebra del eje Burgos-Bilbao- Amberes, hacia 1570, a causa de la rebeldía de los Países Bajos y la hostilidad inglesa, y por la excesiva intervención de la Corona. Deben añadirse, en todo caso, las oscilaciones propias de la actividad mercantil y las propias fluctuaciones personales de los mercaderes, objeto, en general, de una consideración social no muy honrosa. La adquisición de tierras y de señoríos, de títulos y de mayorazgos fue una vía para mitigar esa situación. 1.2.5.3. El comercio exterior  Cantábrico y noroeste: relaciones con el noroeste europeo; exportación de lana e hierro, importación de tejidos y objetos diversos. En 1494 se creó el Consulado de Burgos. A la rivalidad de los mercaderes y navieros vizcaínos contra el monopolio burgalés responde la fundación del Consulado de Bilbao (1511). Burgos entró en declive en 1580, a causa de las coyunturas económicas, el desplazamiento del comercio europeo hacia Sevilla y la decadencia de las ferias castellanas. El interés comercial de estas rutas suponía una auténtica sangría de la lana castellana en bruto. El riesgo de navegación por esta ruta, especialmente el canal de La Mancha, se acentuó desde 1566. El comercio español con el Norte tuvo que hacerse por mediación de puertos y barcos franceses o previo pago de costosos salvoconductos.  Área andaluza, en sus dos fachadas, atlántica y mediterránea: tradicionalmente sus puertos (Sevilla, Sanlúcar, Cádiz y Málaga) habían servido de escala a los navíos italianos que se aventuraban en la ruta del Norte. Esta circunstancia, junto a la pericia de sus marinos, el creciente desarrollo económico bajo-andaluz, la desaparición de la frontera terrestre con la conquista de Granada y el descubrimiento de América, explica la poderosa proyección de esta área comercial. Sevilla se erige en centro del monopolio. Cádiz gozaba de un puerto mucho mejor, pero su bahía se hallaba expuesta a los temporales y a las incursiones piráticas. Málaga era el principal punto de embarque de las mercancías de Andalucía oriental.  Ámbito mediterráneo: A la contracción económica de Cataluña y la difícil situación social del reino de Valencia, se une la presión turco-berberisca y la creciente competencia comercial de las ciudades italianas. La cercana frontera francesa llegó a convertirse para Cataluña más en una rémora que en un factor de dinamismo económico. Los catalanes buscaron cierta compensación en los mercados andaluces y del interior. Aunque la ruta Barcelona-Génova adquiere una acusada actividad tras la quiebra del comercio cantábrico. Valencia se ve eclipsada por Alicante y Cartagena. También fue otra sangría de lana. La balanza comercial con Europa era, en conjunto, deficitaria para España. Vázquez de Prada cifra el déficit en unos términos realistas: un 60%. Sólo el intenso comercio con América, sobre todo de metales preciosos, lograba moderar ese desequilibrio. 1.2.6. Moneda y finanza Si algún elemento caracteriza a la economía española de inequívocamente expansiva en el siglo XVI europeo, ese elemento es la disponibilidad de metal precioso, procedente de las Indias. 1.2.6.1. Disparidad de monedas El metal indiano era la materia prima sobre la que descansó el sistema monetario, diseñado para Castilla por los Reyes Católicos en 1497, con el maravedí como unidad básica:  La agricultura debía asegurar el abastecimiento local, pero también los refinados mercados de la metrópoli, lo que introdujo masivamente cultivos destinados a la exportación.  La industria, por la lógica colonial, era débil, lo suficiente para asegurar el consumo local.  La minería alcanzó una importancia capital: cerrado el ciclo del oro, en buena medida obtenido a través de trueques, se abría la lucrativa extracción de la plata.  El comercio era la columna vertebral de la economía colonial. Se asienta en un régimen de monopolio y puerto único en la metrópoli, el de Sevilla. La introducción del almojarifazgo mayor (1/5 de lo importado desde Indias), la erección de la Casa de Contratación (1503) y la aparición del Consulado (1543) jalonan la organización del monopolio, mientras el sistema de flotas de naos y galeones asentado desde 1564. Ese entramado institucional privilegiaba a Sevilla, pero también a sus puertos satélites. La Casa de Contratación controlaba las flotas y sus cargamentos, así como las personas (pasajeros de Indias) y formaba a los pilotos de la Carrera de Indias. 1.2.7.2. La revolución de los precios y las dificultades del comercio colonial Como señala J. Lynch, a partir de 1630 aproximadamente la palabra monopolio ya no tiene mucho sentido. Fue Earl J. Hamilton quien abundó en la teoría cuantitativa de la moneda. Los precios pudieron multiplicarse por cuatro a lo largo del Quinientos; se incrementaron con una media anual del 2,8% hasta 1562 y del 1,3% hasta 1600. El alza de los precios se notó más en Andalucía, seguidas de ambas Castillas y de Valencia. Este fenómeno elevó asimismo los salarios (pero apenas el poder adquisitivo), favoreció en España las importaciones y, frente a lo que pudiera pensarse, no dinamizó la industria nacional. El alza de precios se frenó en el siglo XVII, cuando la economía monetaria española fue cediendo ante fórmulas financieras bastante artificiales, como la generalización de la moneda de vellón, el incremento de pagarés y créditos, las enajenaciones de bienes del Estado y sobre todo la deuda pública. En cualquier caso, se trata de un proceso esencial para el avance del capitalismo comercial, para conformar una “economía-mundo”, como la caracterizó F. Braudel. Como ya advirtió sagazmente Fr. Tomás de Mercado, la inflación y la necesidad de cambiar monedas impulsó la presencia de mercaderes-banqueros, cada vez más especializados, que operaban en diversas plazas financieras europeas. Una revolución económica y, a la vez, mental, tan importante o más que la generada por los propios descubrimientos geográficos, pues incidieron de una forma u otra en la vida de los españoles. En el capítulo de exportaciones a Indias, cabe señalar en un primer momento el cereal, el aceite y el vino, también paños castellanos, herramientas vizcaínas y el mercurio de Almadén, la seda valenciana o granadina; ya al mediar el Seiscientos destacan junto al aceite licores, quincallería, textiles, papel, con una creciente aportación de productos catalanes, como aguardiente y frutos secos, desde 1680. En cuanto a las importaciones primaron al principio productos exóticos de diverso uso, como pieles, cochinilla, grana…, que dieron paso más tarde a los productos de plantación. A finales del siglo XVI más del 90% de los cargamentos que llegaban eran de plata. Cuando las remesas dejaron de afluir con regularidad y en cuantía suficiente, a partir de la década de 1630, “la metrópoli comenzó a vivir un periodo de enormes dificultades” (J. Lynch). Además, la fiscalidad creció sobre los cargamentos indianos, lo que explica en parte el auge portuario de Cádiz y su bahía en el intento de evadir impuestos y de encubrir barcos y comerciantes extranjeros en la Carrera de Indias. Desastres navales a causa de la piratería se cuentan en 1628 (Matanzas, en Cuba), 1656 (frente a Cádiz), 1659 (en Canarias), por no mencionar la pérdida de Jamaica a manos inglesas cuatro años antes, cuando arreciaban los ataques en el Caribe e incluso en el Pacífico. En 1658 los gastos en su defensa supusieron el 29% del beneficio colonial. El pago del gravamen para la defensa del trayecto (avería) se disparó. Paralelamente aumentó el fraude y el contrabando, sobre todo con el comercio sin control que se ejercía por la puerta de atrás del comercio. Los ingresos coloniales por parte del Estado eran un balón de oxígeno, sobre todo por su plena liquidez, pero no solían rebasar el 20% de los ingresos del Erario, como ocurría hacia 1600. 1.3. La sociedad española del antiguo régimen En realidad es una versión evolucionada de la sociedad feudal. En su esencia, y bajo el concepto de “cuerpo” (místico) de la tradición cristiana, se trata de un modelo tripartito. Se planteaba como un clima de armonía idealizada que la convierte en la sociedad perfecta, o al menos la menos imperfecta: todos necesitan de todos y los grupos se definen por la función que cada uno tiene dentro del orden feudal. 1.3.1. Las bases de la sociedad estamental Partiendo incluso de las mismas bases del sistema, con conceptos operantes como el privilegio, el sentido corporativo, el principio de jerarquía… Determinaban una sociedad con dos estamentos privilegiados frente a una masa de población carente de privilegios. Se incardina entre el modelo de castas hermético y la sociedad de clases. Fue Alexis de Tocqueville quien acuñó el término “Antiguo Régimen”, que incluía la sociedad estamental y el absolutismo. Methivier definía el Antiguo Régimen sobre la base de un código de costumbres heredado de la Edad Media y de una organización presidida por la jerarquía y el corporativismo, de modo que no se valoraba al individuo por sí mismo, sino por la pertenencia a un grupo. La tradición cristiana aflora a la hora de concebir la sociedad bajo el modelo agustiniano (la “ciudad de Dios”), dejando entrever un cierto “contrato social” entre los estamentos en un punto de encuentro difuso, de colaboración y armonía, que puede llamarse “bien común”, al que todos deben cooperar. 1.3.1.1. Caracterización de la sociedad estamental De este modo, A. Domínguez Ortiz definía la sociedad hispana como emanada de una triple contraposición, añadiendo a las de noble/plebeyo y religioso/laico, la más específicamente ibérica de cristiano viejo/cristiano nuevo. 1) Se pertenece a uno u otro estamento por la sangre, por el nacimiento. 2) Se consagra la desigualdad de los hombres ante la ley. Los privilegios son reales, oficiales y actuantes. 3) En consecuencia se establece un orden social muy estratificado, que en las relaciones entre grupos generaba psicológica y conductualmente lo que se ha llamado una “cascada de desprecios”. 4) Aquella sociedad generó, por tanto, una serie de categorías psicosociales que se compartían en la mentalidad colectiva, como la limpieza de sangre, el honor y la honra, la limpieza de oficios…. 5) Los ideales nobiliarios presidían el orden social, conferían una distinción “natural” que hacia adentro propiciaba la endogamia. 6) Esos principios de selección se traducían en una sociedad rígida, con una “suavizada estanqueidad”. 7) El mismo hecho de la existencia de un estamento privilegiado y a la vez abierto (el clero) ofrecía la ocasión para una potencial movilidad y oportunidades de ascenso y prestigio. Moderador de las desigualdades sociales. 8) Sí que se aprecia en el discurrir de la época moderna una clara tendencia a la polarización, ahondando más la brecha social, si bien en ello juega un papel decisivo la riqueza. 9) Es evidente que el más difuso y numeroso, el “tercer estado” (estado llano, el “común” o los plebeyos) se define por exclusión, pertenecen a él los que no están ni en el primer ni en el segundo estado. Es una realidad impuesta común: son los “pecheros”. 10) El rey elevó su figuro y su papel por encima del sistema. Pero a la vez, como subraya P. Vilar, se inclinó hacia los intereses de los grupos dominantes. La apuesta discursiva/oficial por la limpieza de sangre es propia de la sociedad española. Como es bien sabido, pivota sobre la distinción entre orígenes cristianos y no cristianos, tanto de los vivos como de sus antepasados. No se trata en puridad de una cuestión racial sino religiosa, que afecta a cristianos, a personas y familias con orígenes musulmanes y judíos. Desde el estatuto de Pedro Sarmiento en 1449, La implantación del estatuto de limpieza de sangre, con probanzas genealógicas más o menos estrictas según ocasiones y lugares, se expandió como un reguero de pólvora y no hubo corporación que no se viera tentada a establecerlo, como de hecho hizo la mayoría, como signo de distinción social y a la vez mecanismo de control de acceso a la propia corporación, que las aplicaba selectivamente con mayor o menor rigor según conviniera. 2) Un poder jurisdiccional (auctoritas), en virtud del mantenimiento de prácticas de origen feudal, como es el señorío, al recibir una cesión de soberanía: la potestad y gobierno de un conjunto de súbditos (convertidos así además en vasallos) y la percepción de determinadas rentas que debían satisfacer en beneficio del señor. Evidentemente entraban en juego diversas fidelidades en las tierras de señorío. 3) Y una indudable influencia política, que en España se asociaba a los servicios prestados a la Corona. Y una indudable influencia política, que en España se asociaba a los servicios prestados a la Corona. Esos tres ámbitos de poder se consagran en la nobleza tradicional, la llamada “nobleza de sangre o de espada”, cada vez más emulada por la nueva “nobleza de servicios o de toga”. En realidad, aquélla, como ésta, deriva de una concesión real. 1.3.2.2. Clasificación de la nobleza española Como punto de partida y con un afán de simplificación didáctica, se habla de alta nobleza y de baja nobleza, de modo que en la primera se amalgamaban los privilegios y exenciones con la riqueza y el poder, mientras que la segunda se limitaba a gozar de las exenciones estamentales y a aquilatar un acendrado sentido del honor. 1) Situaciones prenobiliarias o de dudosa nobleza como los caballeros cuantiosos, hidalgos de bragueta o hidalgos de gotera. 2) La hidalguía es el sustrato general y se identifica con la baja nobleza. Abundaba sobremanera en la cornisa cantábrica con una notable presencia rural. La adquirían mediante una ejecutoría y tenían fortunas muy escasas. 3) Los caballeros constituyen una nobleza de nivel medio. Encuentran su encaje social en las oligarquías urbanas y, por tanto, ostentaban en gran medida el poder municipal. Poseían tierras y otras rentas y gozaban de sueldos por determinados oficios, pero su presencia se centraba en las ciudades. 4) Señores de vasallos. De él se derivaban determinados derechos y también las rentas de la tierra cuando éstas eran propiedad del mismo señor. 5) Los caballeros de hábito representan una especie de antesala de la alta nobleza. Se exigían duras probanzas de sangre. 6) La cima de la nobleza, máxima expresión de la aristocracia, es aquella que gozaba de títulos nobiliarios, también con una graduación más protocolaria que efectiva. Acabó considerándose la nobleza genuina, al aunar riqueza y linaje. Eran titulares de señoríos. Un grupo muy selecto conformaba la grandeza de España. El estamento nobiliario en su conjunto rondaba el 10% de la población castellana en el siglo XVII, tal fue la abrumadora concesión de ejecutorias. La nobleza titulada se contaba por varios centenares, la hidalguía por varios cientos de miles. La nobleza meridional era mucho más poderosa, en lo social, en lo económico, en lo político. 1.3.2.3. Ideal nobiliario y fascinación La distinción social de este estamento se asienta en privilegios y prerrogativas. a) Exenciones fiscales, que afectaban a los impuestos ordinarios (tributos), concretamente a los servicios aprobados por las Cortes, contribución específica de los pecheros (estado llano). Esto no significa que no pagaran impuestos, sí pagaban contribuciones propias de su estamento, aunque mucho menos gravosas, como los donativos. b) Privilegios jurisdiccionales, con jueces y tribunales propios, como ocurre con las salas de hijosdalgo en las chancillerías castellanas. Ejercían, por delegación del rey, la justicia en primera e incluso en segunda instancia en sus dominios señoriales. No podían ser procesados por deudas, disponían de prisión separada y la pena capital se les ejecutaba por decapitación. c) Honores militares. Acaparaban los cargos superiores de mando. Disfrutaba de la exención de las levas obligatorias. d) Desempeño de elevados puestos en la administración central, territorial y municipal. e) Distinciones suntuarias, con un alto valor exteriorizante. Exentos de las limitaciones fijadas en las leyes suntuarias. Todo ello se traduce en una auténtica mentalidad nobiliaria. Se envidiaba su posición política y era lugar común su natural capacitación para las tareas de gobierno, hasta considerar que el mundo no sería gobernable sin su concurso. La iglesia sancionaba su superioridad social. El ideal nobiliario está en la base del indicado desprecio legal del trabajo mecánico, así como la costumbre tan deseada de vivir de las rentas. La familia era básica para la nobleza, lo que se traduce en una fuerte endogamia y en la generalizada aversión a las uniones desiguales. Los nobles debían vivir “conforme a su estado”, lo que implicaba lujo y a la vez liberalidad hacia los otros. Ostentaban el monopolio de la moda y la casi exclusividad en las joyas. Todo ello aderezado con un a veces estricto protocolo. 1.3.3. El clero Si el concilio de Trento reafirmó su dimensión espiritual, el firme apoyo del Estado (en tiempos de confesionalización) reforzó su dimensión temporal, que se tradujo claramente, como en la nobleza, en la amortización de tierras. 1.3.3.1. Clasificación del clero hispano Estamento abierto, pero con limitaciones. La promoción social era posible, desde un simple cura de aldea o fraile mendicante hasta el cardenalato. Sin embargo, las altas dignidades se equiparaban a la aristocracia: a) Alto clero, cuyos empleos prácticamente se reservaban a la nobleza, como solución social al problema de los segundones y modo de asegurar prestigio. b) Bajo clero, nutrido por personas procedentes del estado llano, que de esta manera se aseguraban un modo de vida suficiente, gozando de una posición privilegiada y huyendo, más aún en tiempos de crisis, de las “fatigas de la miseria”. El clero, como estamento intermedio, reproduce fielmente los valores de la sociedad estamental a la que se debe. Desde el punto de vista de la estructura de la Iglesia, una primera distinción se hace entre clero secular y clero regular. Las órdenes religiosas se dividen comúnmente en monásticas y mendicantes. La reforma católica introdujo variables en este esquema tradicional, con el florecimiento de órdenes especializadas en distintos cometidos (hospitalarios, escolapios, oratonianos, jesuitas…) e incluso con la aparición de religiosas de vida actica, aunque éstas no llegan a España prácticamente hasta la época contemporánea. En cuanto al clero secular evidencia claramente la estructura vertical de la Iglesia, con su dimensión universal, las diócesis y órganos propios hasta descender a su célula básica, que es la parroquia. Los clérigos (ya sean regulares o diocesanos) se definen con precisión según el grado del sacramento del orden sacerdotal que hayan recibido, de abajo arriba con la siguiente gradación. Pero desde el punto de vista social se puede establecer una taxonomía más precisa y a la vez aclaratoria de su papel a todos los niveles. 1) El episcopado representa la cúspide del poder eclesiástico sobre un territorio, que suele dividirse para su gobierno pastoral en diversas diócesis.  36 en la Corona de Castilla, con muy pocas de nueva creación. Cinco diócesis tenían el rango de arzobispados: Santiago, Toledo, Sevilla, Granada y Burgos.  20 en la Corona de Aragón, donde sí hubo un decidido programa de creación de nuevas diócesis por parte de Felipe II, para preservar estos territorios por el norte del “contagio” protestante y en su seno del “problema” morisco. Rango arzobispal tenían las sedes de Zaragoza, Tarragona y Valencia. Las desigualdades de rentas entre los obispos eran grandes, frente a los 250.000 ducados anuales en que se valoraba la mitra toledana (primada de España) a finales del siglo XVI, la de Tuy se limitaba a 4.000 ducados. Tenían una suficiencia económica asegurada por rentas rústicas y urbanas, donaciones y derechos varios y sobre todo una notable participación de los diezmos. Para acceder a las mitras se contaba con el paso por otras instituciones, servicios a la Corona y la adscripción social. 2) Los cabildos eclesiásticos forman parte también del alto clero. Los más poderosos eran los cabildos de las iglesias catedrales, aunque los había también en abadías y colegiatas. Por supuesto, una canonjía en Toledo o en Sevilla era muy codiciada, pero en general todos gozaban de un holgado modo de vida con participación de los diezmos. 3) El bajo clero, en lo que al clero secular se refiere, lo conforman los clérigos adscritos a las parroquias. En realidad la cabeza del clero parroquial era el cura párroco que actuaba en nombre del obispo. Dispensaba los sacramentos, celebraba la misa dominical y en fiestas de precepto y enseñaba la doctrina cristiana. Sus ingresos eran precarios. Los beneficiados, promocional pasaba por el ennoblecimiento, un proceso que en la gran burguesía abocaba a las familias a apartarse de los negocios. 2. Un sector urbano tradicional es el artesanado. Podía suponer el 60% de la población activa de Segovia o casi el 80% de la de Barcelona. Se organizaba internamente mediante el sistema gremial. De este modo controlaban las categorías laborales y sus mecanismos de promoción, el calendario y horarios laborales, la producción en todos sus ítems, la comercialización en el mismo taller-tienda y las estrategias intergrupales de solidaridad. Y es que los gremios comenzaban a manifestar síntomas de una atomización social, cuando no de un egoísmo grupal generador de discriminaciones. Sin contar el estigma de los “oficios viles” inscrito en la aludida “cascada de desprecios”. Aun así el sistema gremial mantuvo indudables ventajas sociales para los agremiados, como plataforma útil para la defensa de sus intereses, exteriorizando su poder en las fiestas y ceremonias urbanas Era el sector “pechero”. 3. Los profesionales liberales cifran sus posibilidades de ascenso social en el acceso a la cultura y a los estudios superiores; ello les facultaba para prestar unos servicios necesarios a la comunidad, que se reforzaban en diversas coyunturas, como los médicos y cirujanos en tiempos de epidemia. 4. Muchos funcionarios, los de alto rango, compartían con los profesionales liberales una formación superior especializada. Los funcionarios abundaban en las ciudades, en una escala muy jerarquizada, en la que se premiaba el mérito y la fidelidad, empañados en buena medida por la venalidad de cargos. En este sentido cabe subrayar que la venalidad no sólo responde a la insuficiencia de recursos del Estado, sino que significa a la vez un mecanismo de nivelación social y de colaboración con el absolutismo de amplios sectores sociales que tejen extensas clientelas. Por supuesto, la consideración social de los funcionarios dependía del lugar que ocuparan en esa escala. 5. Muy extenso, y en general mal conocido, es el mundo de la servidumbre doméstica, que hasta incluía sectores marginados, como los negros. Tocados por el barniz cultural de la picaresca, muchos de estos servidores, empero, eran muy apreciados por sus amos o empleadores. 1.3.4.2. La sociedad rural Una proporción muy alta del estado llano, que pudo alcanzar en ciertos momentos el 80% de este sector, conforma la sociedad rural. El abanico social se simplifica, se reduce al lugar que cada persona ocupa en la producción agropecuaria, pivotando en torno a los conceptos de propiedad y renta. La desigual estructura de la propiedad se refuerza con factores tales como la realidad señorial, la baja productividad agrícola derivada del atraso técnico, de la excesiva dependencia de los factores climáticos y otros condicionantes ya analizados; el crudo reparto del producto de la tierra. Debido a las cargas sobre la producción solía quedar solo para la subsistencia. Por último adolecía de una consideración inferior por su rusticidad. Nada extraña que el campesino, bajo esos condicionantes que pesan como una losa, se vea abocado a la ejecución de hipotecas por censos impagados en beneficio de las clases rentistas, a un desclasamiento social, a reacciones delictivas y sobre todo al éxodo rural. Sobre esta base, la población campesina puede dividirse en tres niveles: propietarios de tierras, arrendatarios y braceros o “mozos de labor” (jornaleros). En la meseta sur y Andalucía, donde la situación del campo es más opresiva, pueden suponer respectivamente el 5%, 25% y 70% de la población campesina. 1. Los propietarios son campesinos libres y en general acomodados. Cultivan sus tierras directa e indirectamente, a veces también administran propiedades señoriales. A nivel local presentan una notable influencia económica e incluso política. Se imponen los poderosos privilegios de la Mesta. Los labradores diversifican la explotación de sus tierras con el arrendamiento de otras, ciertas industrias de transformación (como hornos y molinos) y la cría de ganado. 2. Los arrendatarios constituyen un sector muy extendido y diverso; las más de las veces sólo se aseguraban la subsistencia, pero no faltan opciones de negocio en el arrendamiento a gran escala y subarriendo de parcelas. Hubo también pequeños propietarios precisados de tomar en arriendo algunas tierras para asegurar la subsistencia (pegujaleros). Además recurrían a la llamada “industria rural dispersa”, en la que sobresalía el trabajo femenino como complemento a la renta familiar. 3. Los jornaleros, carentes de propiedad y de la capacidad de arrendar, disponían tan sólo de su fuerza de trabajo, que vendían como temporeros, cobrando por jornada trabajada (jornal) con absoluta dependencia de los ritmos agrícolas y de los intereses de los propietarios. Eran el lumpen de la sociedad agraria, mano de obra barata e itinerante, sin residencia propia, comiendo escasamente y durmiendo a la intemperie. Protagonizaron sonados motines de hambre. Sobre la pervivencia del régimen feudal, mantuvo su vigencia, e incluso se reforzó en el Seiscientos, el régimen señorial, pero sin “corveas” y, mucho menos, adscripción a la tierra. 1.3.5. Los sectores marginados de la sociedad Están apartados de la consideración social, por motivos raciales, religiosos o de extranjería, y en muchos casos también del ámbito laboral, hay que considerar la existencia en el Antiguo Régimen de un sector de población estructuralmente pobre, que tal vez pudo suponer el 1/5 de la población urbana. 1.3.5.1. La pobreza y otras formas de marginación Se detectan situaciones de pobreza extrema, en ocasiones merecedoras de licencias o patentes para pedir limosna (pobres de solemnidad), y amplios sectores marcados por la precariedad en todas sus facetas, alimentados en gran medida por el trasvase de población del campo a la ciudad. La pobreza devino en problemas de orden público como generador de una violencia potencial. La tratadística sostenía esas acciones con su maniquea distinción entre verdaderos pobres y pobres fingidos sin reparar en que la pobreza era un rasgo estructural en la sociedad. Ciertamente se consideraba que los pobres auténticos, en muchos casos “vergonzantes”, no podían sobrevivir sin la ayuda de la sociedad (cristiana). La limosna se tornaba entonces en un deber y el pobre se convertía en un instrumento de salvación para el pudiente. La propia Iglesia estaba obligada a hacer obras de misericordia. Se consideraban pobres fingidos básicamente aquellos que rehuían el trabajo; su indolencia, devenida en picaresca, vagabundeo e incluso en delincuencia, con su correspondiente dosis de mal ejemplo, los convertía en elementos antisociales. Lógicamente el Estado moderno actuó con rigor sobre ellos: el “gran encierro” de pobres en la Europa de la década de 1520 consistió básicamente en su encarcelamiento (con prohibición de mendigar) y en la redención por medio del trabajo físico forzoso, con un sentido tan utilitario como aleccionador. La presión señorial y fiscal, las nefastas consecuencias del endeudamiento o el éxodo rural, empujaron a campesinos y artesanos a estas situaciones fuera de la ley (forajidos). En realidad se trataba de aislar al que se salía de los parámetros convencionales. Impulsos psicológicos (prejuicios) se rastrean en diversas actitudes excluyentes que se generalizan, haciéndose colectivas y son generadoras de marginaciones de diversa índole: de raíz religiosa (herejes), fisiológica y pecaminosa (leprosos, mujeres públicas, homosexuales), racial (esclavitud, judíos, moriscos, gitanos) o derivada de una identidad territorial distinta (extranjeros). Es la hoja de ruta de una intolerancia plasmada en preceptos legales: 1. Respecto a los extranjeros, el elemento discordante era la pobreza. Los inmigrantes, sobre todo franceses, que accedían por los Pirineos buscando mejores condiciones de vida, como eran los salarios más elevados en España como consecuencia de la “revolución de los precios”. Eran objeto de actitudes xenófobas, más aún cuando España y Francia se enzarzaban en guerras. 2. La obsesión por la limpieza de sangre, acentuada en el “siglo de hierro” que definió H. Kamen, en medio de un confesionalismo agresivo, se cebó con los conversos. 3. La discriminación étnica de los gitanos se disfrazaba con la necesidad de combatir su peculiar modo de vida, que rompía el patrón de la uniformidad, grave falta que habría de saldarse con la represión. Ya se observa en la pragmática de los Reyes Católicos de 1499, que condenaba a los gitanos errantes a penas de azotes o destierro en caso de reincidencia, seguida de las reiteradas llamadas al avecindamiento de los gitanos. Isabel accedió al trono tras la muerte de Enrique IV (1474). Aragón. Se estableció entonces un condominio sobre el reino por parte de ambos cónyuges (Concordia de Segovia de 1475), que superaba las limitaciones de actuación de Fernando en Castilla fijadas en las capitulaciones matrimoniales de 1469. En todo caso, la intervención de los monarcas en cada uno de los reinos se debió en gran medida a las circunstancias. No hubo unidad administrativa ciertamente, pero sí la “convicción de participar en un destino común”. Isabel no accedió al trono castellano de forma pacífica, sino que tuvo que superar en una guerra sucesoria. En la penumbra se vislumbraba también el apoyo de una Francia temerosa de la alianza castellano-aragonesa. Por su parte, Isabel recibiría el apoyo aragonés, aunque su verdadera fuerza residía en las grandes casas nobiliarias y en los poderosos concejos castellano-leoneses. Tras las victorias de Toro (1476) y Albuera (1479), la guerra se decidió a favor de Isabel, como se plasmó en el Tratados de Alcaçovas y Toledo. Una alianza familiar selló la paz con Portugal. Castilla asumió el coste de la guerra y ofreció el perdón a los nobles partidarios de la Beltraneja. Las primeras medidas del reinado se dirigieron a establecer y garantizar el orden público, a una pacificación interna de gran impacto psicológico. En Galicia, la guerra sucesoria fue un pretexto para la usurpación de tierras y bienes por parte de algunos nobles. El capitán general y la Audiencia de Galicia, creada en 1480, consolidaron la autoridad real en el noroeste peninsular. En Andalucía, la alta nobleza se enfrentaba en amplias facciones que arrastraban a linajes menores y a extensas clientelas, disputándose el control de pueblos y ciudades. La actitud ante la nobleza quedaba clara desde los comienzos en esta mezcla de generosidad y firmeza, de respeto a su preeminencia social y de sometimiento a la autoridad regia. Aun así el poder de las casas nobiliarias, merced a largas clientelas, se mantuvo con fuerza en las instituciones locales. De ahí el interés regio por contralar los concejos, mediante el nombramiento de corregidores con funciones judiciales, militares y administrativas. De las antiguas hermandades entre ciudades con fines defensivos, tomaron los monarcas el modelo para un cuerpo eficaz en el restablecimiento del orden público: la Santa Hermandad, extendida por toda Castilla. Al terminar la Guerra de Granada, sus funciones se redujeron a lo estrictamente policial. Su estructura se municipalizó con la pragmática sanción de 1496, por la que se establecían en cada villa o lugar, de treinta o más vecinos, que debía aportar una cuadrilla de soldados y dos alcaldes de Hermandad. Su implantación tuvo consecuencias muy favorables en la eliminación del bandolerismo. 2.2. La unidad territorial: Granada y Navarra 2.2.1. La conquista del reino de Granada Sobre la larga pervivencia del reino nazarí se ha especulado mucho. Ciertamente su abundante población (no menos de 400.000 habitantes), su suficiencia económica (con un comercio exterior controlado por genoveses) y su orografía montuosa apoyaban su continuidad, pero también la política castellana, pese a la debilidad y aislamiento granadinos (desde la pérdida del Estrecho) había permitido su pervivencia, previa una satisfacción económica (parias pagadas en moneda de oro) y el reconocimiento de vasallaje respecto a los reyes de Castilla. La situación interna era poco halagüeña de luchas en el seno de una sociedad compleja donde abundaban los judíos y los cristianos. La guerra resultó, sin embargo, más larga y dura de lo que esperaban los monarcas, dada la proporción de fuerzas. Hasta 25 millones de ducados, según Ladero Quesada, se invirtieron en los diez años de guerra, conformando un ejército de alrededor de 50.000 infantes y 10.000 caballeros. Fue una larga guerra de asedios y escaramuzas. En la primera fase de la guerra, por medio de duras campañas militares que sometían a la población conquistada, más adelante, cuando la conquista estaba más avanzada, mediante capitulaciones, en general con generosas condiciones. Primero cayó el flanco occidental. Para reducir Granada, los Reyes siguieron la táctica del asedio y la estrangulación por hambre, desplegando un amplio dispositivo militar con centro en Santa Fe. Tras secretas negociaciones, se acordaron las Capitulaciones para la entrega de Granada. El fin del conflicto tuvo consecuencias importantes. Se calculan unos 100.000 muertos y cautivos, unos 200.000 que permanecen bajo el régimen de capitulaciones y el resto que emigraron al Norte de África, entre ellos el propio rey destronado. Las capitulaciones granadinas fueron especialmente generosas, respetando la libertad personal y religiosa, las propiedades de los vencidos, sus usos y costumbres, su derecho tradicional y sus autoridades judiciales, administrativas y eclesiásticas, su régimen hacendístico... Las capitulaciones sólo obligaban a los vencidos al reconocimiento de la soberanía de los Reyes, al sometimiento a las nuevas autoridades político-militares y a la entrega de cautivos. Se instauró una institución municipal dual cristiano viejo/mudéjar que aunaba las autoridades cristianas con 21 musulmanes notables, a la vez que se decretó la segregación de los mercados y las carnicerías. Muy poco renunciaron a su fe para integrarse en la sociedad castellana. Esa sangría humana trató de paliarse con repobladores castellanos, atraídos con ciertas exenciones fiscales. Los repartimientos de tierras escasas y no siempre fáciles de cultivar acentuaron su precariedad, a la vez que se exacerbaba su agresividad hacia los vencidos. En el reino granadino no se implantaron las Órdenes Militares, los señoríos fueron bastante reducidos y meramente jurisdiccionales; a la vez, también fueron poco extensas las tierras de propios cedidas a los ayuntamientos. Fue un municipio típicamente castellano a partir de 1500, con un cabildo municipal formado por 24 regidores con derecho a voto y 20 jurados en representación de las parroquias, de nombramiento real en un principio y más tarde renovados por cooptación. Se erigieron una Capitanía General para controlar el dispositivo de defensivo de la costa, el arzobispado con sus diócesis sufragáneas y el traslado de la Chancillería en 1505. El control monárquico también se sintió en el ayuntamiento mediante nombramientos y en la Iglesia mediante el Regio Patronato. 2.2.2. La unidad política y la acción de gobierno El fenómeno de la unidad no debe sobrevalorarse, pues aunque se hizo duradera en el tiempo, tal y como se produjo en tiempos de Isabel y Fernando no fue más que una unión personal y dinástica, precaria y con claros síntomas de resultar efímera. Lo que a la largo reforzó la unidad fue el fortalecimiento de la autoridad monárquica con mayor peso castellano. Las guerras ayudaron a fortalecer el poder monárquico. El absolutismo (o autoritarismo) de Isabel y Fernando era compatible con esa teoría pactista especialmente extendida en los territorios orientales de la península. El poder real tuvo que tolerar una gran variedad de situaciones territoriales, plasmadas en fueros, costumbres y ordenanzas. El avance de la práctica política fue más palpable en Castilla que en Aragón. En esta Corona el entramado institucional era complejo, muy arraigado y autónomo respecto a la potestad real. Solo la dinastía reinante, las Cortes generales y el Consejo de Aragón cohesionaban institucionalmente a estos reinos orientales. La labor de gobierno se asienta sobre un equilibrio entre los súbditos, que reconocían a los monarcas como árbitros supremos. Las Cortes de Castilla secundaron las reformas reales, unas Cortes con presencia de 17 ciudades, que entendían su representación más como un privilegio que como un derecho. Los reyes se valieron de hábiles secretarios reales, con una destacada presencia de los procedentes de sectores medios de la sociedad, con instrucción superior y una fidelidad incuestionable hacia los monarcas. Se reorganizó el Supremo Consejo de Castilla dividiéndolo en Salas y consejos específicos. La justicia era la máxima expresión de gobierno. Por debajo de las poderosas chancillerías, se crearon salas y audiencias que regionalizaron la justicia. Para ello, hubo un nutrido funcionariado de letrados. También fue un reinado muy fecundo en medidas legislativas, a todas las escalas. La Hacienda pública se racionalizó, pero tampoco aquí se logró una homogeneización territorial; de hecho, debe reconocerse la existencia de una Hacienda real y diversas Haciendas forales. La Hacienda real se había racionalizado unos años antes con la implantación del régimen de las contadurías: la Contaduría Mayor de Hacienda, auténtica oficina de gestión con unos órganos receptores y pagadores (tesoreros y recaudadores), y la Contaduría Mayor de Cuentas, despacho fiscalizador de la gestión de la primera contaduría. Los impuestos castellanos generales eran: martiniega, moneda forera, montazgo y alcabala. A estos tributos se unían las contribuciones eclesiásticas, los derechos reales (estancos, regalías, aduanas) y los servicios de Cortes (ordinarios y extraordinarios). Impuestos peculiares se rastrean en el reino de Granada y en las Provincias Vascas. En la corona de Aragón se mantuvieron los impuestos tradicionales, así como las instituciones recaudadoras y gestoras. También Navarra poseía su propio régimen fiscal, supervisado por la Cámara de Comptos. La Hacienda castellana era la única que ofrecía grandes posibilidades de expansión, sobre ella se sustentó la política real, especialmente 2.3.3. Una realidad creciente: los judeoconversos Dentro de una etapa de crisis económica y social muy acentuada, los judíos fueron el blanco principal de esa actitud de intolerancia. Sus 200.000 efectivos humanos (sin contar los judeoconversos) los constituían en una minoría nada desdeñable, de vocación urbana y, en ocasiones, importante papel económico. Estaban segregados en barrios, los matrimonios mixtos estaban prohibidos, se limitó el ejercicio de profesiones, se les prohibió el uso de nombres cristianos, se impuso un régimen tributario especial… La violencia contra ellos hizo que abundasen las conversiones, llegando a los 300.000 conversos. Una vez convertidos, cesaban las medidas de discriminación legal contra los antiguos judíos, lo que permitía a algunos conversos escalar elevados puestos de la Iglesia (canónigos, prelados) y del Estado (regidores, tesoreros). La impresión de que muchos de ellos judaizaban afloraba por doquier, en la mayoría de los casos con el único fundamento de unas costumbres cotidianas. Máxime cuando las conversiones se consideraban a menudo no muy sinceras o comprometidas. 2.3.4. Implantación de la Inquisición La primera actuación de los Reyes en la búsqueda de la unidad religiosa tuvo como destinatarios a los conversos que se suponía que judaizaban. La homogeneidad entre ellos distaba mucho de la existente entre los judíos, algunos conversos incluso rivalizaban por puestos de prestigio y se reprochaban mutuamente la insinceridad en las prácticas cristianas. Los monarcas encontraron en una institución de origen medieval, la Inquisición (surgida en el siglo XIII contra los albigenses), el instrumento para “corregir” el problema converso. En el caso de la Inquisición española, el control y su organización correspondieron exclusivamente a los monarcas, de forma que cuando, impresionado por los informes que le llegaban, el Papa quiso reformar sus constituciones, los Reyes lo impidieron. Esta estaba dirigida por un Inquisidor General, nombrado por la corona, en colaboración con el Consejo de Inquisición y articulado en tribunales territoriales. En general ha afirmado sus fines religiosos, sin obviar el papel político que jugó en determinadas causas. Las repercusiones del Santo Oficio fueron esencialmente religiosas, y ocasionalmente políticas y sociales. En cualquier caso, no hay que olvidar que la Inquisición no tenía jurisdicción sobre los no bautizados –judíos o musulmanes–, sino sobre los conversos. Creada en un primer momento para perseguir la herejía judaizante, persiguió después a otros sospechosos de herejía: moriscos, protestantes, personas que sostuvieran proposiciones heréticas… Los delitos perseguidos solían ser fruto de la simple ignorancia. Sus métodos eran especialmente crueles y contundentes. Así pues, la prueba de limpieza de sangre para el ingreso parecía una consecuencia lógica. Importaba en sus actuaciones tanto el efecto directo, como la ejemplaridad. Los autos de fe eran espectáculos públicos, que culminaban con las ejecuciones en persona o en “efigie”. Las condenas capitales debieron superar las 9.000 en el reinado de los Reyes Católicos (de un total no superior a las 15.000 en toda la historia del ominoso tribunal). La crueldad del Santo Oficio remitió en los reinados siguientes. Al principio se produjeron notables protestas, que lograron la supresión del tribunal de Teruel o la condena de los duros métodos del tribunal de Córdoba por Cisneros (1508). También se introdujo en los territorios italianos, con excepción de Nápoles, por la amenaza de una sublevación armada. Significó un gasto notable que, en principio, tuvo que mantenerse con los bienes confiscados y las habilitaciones a Indias. Con el tiempo y la disminución de las causas, la Corona optó por destinar al tribunal las rentas de algunas canonjías. Fue, por último, un instrumento eficaz en el control de la cultura. Control manifiesto en la elaboración de Índices de libros prohibidos desde mediados del siglo XVI. 2.3.4. La expulsión de los judíos La decisión de expulsarlos estaba tomada, pero se pospuso durante la guerra de conquista de Granada, porque los Reyes necesitaban los préstamos de los banqueros judíos. La expulsión se justificó por la necesidad de erradicar el contacto de los conversos con quienes profesaban su antigua fe. Se les daba un plazo de cuatro meses para abandonar el país, si no se bautizaban. Aunque no se pueden cuantificar, al parecer las conversiones fueron frecuentes en las clases altas. La mayoría de las clases populares, en cambio, permanecieron fieles a su antigua fe. Fueron expulsados en torno a 150.000 judíos. La mayoría marcharon por tierra a Portugal, donde consiguieron quedarse a cambio del pago de fuertes sumas de dinero. Otros se marcharon hacia el Norte de África, Países Bajos o Italia. Activas colonias sefardíes se instalaron en centros comerciales como Londres, Nantes, Ámsterdam o Hamburgo. Progresivamente se extendieron por el centro de Europa y por los vastos territorios del Imperio otomano. 2.3.5. Los inicios del problema morisco Los mudéjares (musulmanes bajo el poder de un príncipe cristiano) eran una minoría poco representativa en la Corona de Castilla pero muy abundante en Aragón. Tras la conquista del Reino andalusí de Granada, a pesar del fuerte éxodo musulmán al Norte de África, el número de mudéjares se incrementó considerablemente. Aquí se inició una política de cordialidad impulsada por Hernando de Talavera. Su política de asimilación se asentaba sobre el respeto al contexto socio-cultural de los nuevos súbditos. Una evangelización gradual y personal parecía a muchos una utopía, pero Talavera la emprendió, promoviendo medios como la difusión del catecismo en árabe, la traducción del evangelio, o el aprendizaje de esta lengua por los sacerdotes encargados de la evangelización. Con la llegada de Cisneros a Granada se impusieron los métodos coactivos, materializados en la confiscación y quema de coranes, en la intervención del Santo Oficio, con la actuación del temido inquisidor Rodríguez Lucero. La reacción no se hizo esperar y en diciembre de 1500, un pequeño incidente en el Albaicín granadino, provocó una sublevación que duró tres días y que sería objeto de una dura represión. Tras ella, más de 50.000 mudéjares granadinos se bautizaron. La brecha prendió en otras comarcas. Fue el pretexto para romper definitivamente el pacto de las Capitulaciones. Fueron relativamente pocos los emigrados a Berbería. Los bautismos masivos se ejecutaron, convirtiéndose en moriscos, conversos de escasa sinceridad y un alto nivel de acomodación (disimulación). En un primer momento, solo se les impondría la nueva religión, años más tarde se tomarían medidas que atacaban el sustrato cultural y las señas de identidad de los granadinos. A su vez, la conversión forzosa acentuó el rechazo social por parte de la mayoría cristiana, en el que se mezclaban factores religiosos, económicos y culturales. Por último, cabe señalar el distinto comportamiento de las minorías judeoconversa y morisca en etapas sucesivas. Mientras que la primera, más influyente económicamente, intentó hacer olvidar sus antecedentes y fundirse con la sociedad cristiana, los moriscos, gente pobre, constituyeron un grupo inasimilable. 2.4. Política exterior de los Reyes Católicos Probablemente es el campo de la política exterior donde es más palpable la unidad de acción de los Reyes Católicas y la percepción de esta unidad por parte de las demás potencias europeas. En el terreno internacional se observan notables avances, comenzando por la política matrimonial que siguieron los Reyes con sus hijos, estrategia para acercarse a las más variadas cortes europeas. De este modo se fortalecieron los lazos con el Imperio alemán, Inglaterra y Portugal. También se establecieron relaciones diplomáticas permanentes. A estas legaciones se destinaron letrados y eclesiásticos, pero sobre todo personas de origen nobiliario. En lo eclesiástico, en lo diplomático, en lo militar esa unidad era evidente, mientras que la administración continuó traduciendo las particularidades territoriales. Todo el potencial castellano se puso al servicio de una política militar de prestigio. La política norteafricana de los Reyes Católicos es la continuación lógica de la conquista del reino de Granada. Al celo religioso de Isabel se unían los intereses catalano-valencianos en el Mare Nostrum, que pesaban mucho en los planteamientos de Fernando. Para Portugal, con una experiencia naval y comercial muy sólida, la expansión africana se tornó en vital. Los tratados de Alcaçovas y Tordesillas se reservaban la costa atlántica del continente africano a los intereses portugueses. Para Castilla, sin embargo, el interés económico en África se tornaba cada vez más secundario, no así su seguridad. La política norteafricana se dirigió desde entonces, no TEMA 3. LA MONARQUÍA CATÓLICA EN EL SIGLO XVI 3.1. CARLOS V Y SU ÉPOCA 1.1. Carlos de Habsburgo, una herencia fabulosa Durante cuarenta años (1516-1556), Carlos se mantuvo en el primer plano de los acontecimientos europeos. Su hegemonía sobre Europa y América permiten hablar, aunque de forma tenue, de la unidad planetaria; desde una óptica ciertamente europeo- céntrica, su Imperio fue universal, y su base fueron los reinos hispánicos. La primera impresión de los súbditos castellanos era que a Carlos le faltaba madurez y experiencia, y que se dejaba manejar por esa “camarilla” de consejeros, principalmente flamencos. Carlos estableció su corte en Valladolid. Allí fueron convocadas las Cortes en 1518. La nobleza y el estamento eclesiástico, superando las reticencias iniciales, hicieron reconocimiento expreso de su realeza. Los representantes de las ciudades, en cambio, recordaron al rey que la soberanía comportaba un pacto y que los derechos de la reina Juana permanecían vigentes; pero sobre todo, exigían que los cargos de Castilla recayeran en los naturales del reino. Carlos no solo era un rey extraño, era también un monarca absentista. Carlos recibió la fidelidad de las Cortes de Aragón y Cataluña, eso sí previo juramento de las constituciones territoriales. Las peticiones de las Cortes de Valladolid, Zaragoza y Barcelona tenían muchos puntos en común: - juramento de las libertades y privilegios de los reinos. - no concesión de cargos relevantes a extranjeros. - prohibición de la venta de cargos y de la extracción de moneda. - consideración de reina para Dª. Juana, su madre. - residencia del rey en España. Carlos concentraba su actividad en la elección imperial. En 1519 Carlos recibía en Barcelona la noticia de su elección como emperador, tras desbancar a su más firme rival Francisco I. la práctica del poder acabó endureciendo sus posturas y haciéndolo cada vez más intransigente. El imperio carolino debe mucho al azar y también a la diplomacia fernandina para cercar y aislar a Francia. Sobre el Sacro Imperio la autoridad imperial era más teórica que efectiva. Carlos sobrestimó mucho sus posibilidades de dar unidad a una multitud de estados y ciudades, con intereses distintos y en una situación de independencia casi total. Aun así, se reconocía aún esa estela supranacional y paternalista al emperador, persona capaz de imponer la paz entre los príncipes cristianos. En realidad su fuerza en Alemania provenía básicamente del poder en sus dominios patrimoniales. En cuanto a Italia, era también una mera expresión geográfica y las posesiones españolas y francesas se encontraban allí sujetas siempre a gran incertidumbre. De hecho, la península itálica fue el escenario principal de la rivalidad bélica entre Carlos V y Francisco I. Sin llegar a los extremos de disgregación de Alemania o Italia, los demás territorios patrimoniales de la herencia carolina presentaban una gran diversidad política. Curiosamente, Carlos fue –aprendió a serlo– respetuoso con esa diversidad. No buscó tanto centralizar y homogeneizar cuanto hallar respuestas eficaces para las necesidades políticas de cada uno de los territorios. 1.2. Los conflictos iniciales: comunidades y germanías Algunas ciudades mostraban su descontento e incluso actitudes de rebeldía (Toledo), a causa del incumplimiento regio de la promesa de cobrar las alcabalas mediante encabezamiento, sistema que beneficiaba a las oligarquías locales, encargadas de administrar la fiscalidad de sus respectivos distritos. Aunque concedieron un servicio de 200 mill. de maravedís, le pidieron que, en su ausencia, dejase un regente castellano. Carlos desoyó la petición, embarcó rumbo a Alemania y dejó como regente a su preceptor, el cardenal Adriano de Utrecht. Fue el inicio de los tumultos. La revuelta popular estaba acaudillada por los sectores “más liberales” de la oligarquía urbana de la Meseta norte. En menor medida se les unieron miembros del clero y de la nobleza media. En la mitad sur de la península, la revuelta tuvo una incidencia menor y un talante más social; se dirigía contra aquellos regidores y jurados que manipulaban en su beneficio los oficios y la hacienda local. Toledo tomó la iniciativa para formar la Junta Magna (de Tordesillas o de Ávila), órgano político del movimiento comunero, símbolo de la ruptura institucional con la Corona. La reina Juana dio su consentimiento. Su programa político se limitaba a someter el poder real a las disposiciones del derecho tradicional castellano, reconociendo el principio de “pacto” mutuo, “por vía de contrato”, entre el rey y el reino, lo que obstaculizaba la tendencia autoritaria del Estado Moderno. La institución esencias sería las Cortes. Adriano logró recomponer las fuerzas a su alcance y, sobre todo, se atrajo a esos sectores recelosos. Este fortalecimiento de los defensores de Carlos coincidía con la aparición de disensiones en el seno del movimiento “comunero”. A la aristocracia castellana no le interesaba la revitalización de las Cortes. En diciembre de 1520 el ejército realista tomó Tordesillas y la Junta perdió cualquier atisbo de legalidad emanada de la reina Juana. Las tropas comuneras fueros estrepitosamente derrotadas en Villalar (1533). Contra los dirigentes se actuó con dureza, pero en 1522 se concedió un perdón que facilitó la pacificación castellana. Las sanciones económicas se dirigieron a indemnizar a la nobleza. Se allanaban las aspiraciones imperiales de Carlos mientras valoró más el papel consultivo de las Cortes. El movimiento de las Germanías responde a unos parámetros distintos a los de las Comunidades. Valencia se hallaba en los años iniciales del siglo XVI en una situación delicada. La ciudad se encontraba endeudada, de forma que los préstamos y “censales” superaban con mucho la recaudación municipal. Carlos no pudo convocar en 1519 las Cortes de Valencia, al marchar rápidamente hacia Alemania. Era el único territorio que faltaba por jurarle fidelidad; tampoco pudo atender de forma directa las crecientes necesidades defensivas del litoral levantino. Se limitó a dar vía libre al proyecto para que los gremios de artesanos pudieran armarse y organizar milicias. Los gremios militarizados se convirtieron en hermandades o germanías y aprovecharon el vacío de poder generado coyunturalmente por un brote de peste, que hizo salir de la ciudad a buena parte de la nobleza y el patriciado. Confluían factores de muy diversa índole: - secuelas de la peste y la escasez de alimentos. - odio a una nobleza soberbia y prepotente. - luchas en torno a la organización gremial y su participación municipal. - oposición cristianos viejos-mudéjares. En noviembre de 1521 el virrey entró triunfante en Valencia, la oligarquía de caballeros y patricios se hizo con el control municipal y Peris fue condenado a muerte. No hubo consecuencias políticas, ya que el gobierno foral se mantuvo sin cambios. No se perseguían cambios estructurales, ni en lo político, ni siquiera en lo social. Por eso, Maravall habla más bien de lucha de intereses que de lucha de clases. 1.3. Castilla, base del imperio Carlos era, ante todo, la cabeza de un imperium christianum, cuya jurisdicción abarcaba buena parte de Europa Occidental. Dentro de este esquema, cada reino puesto bajo su Corona tenía intereses concretos. Pero por encima de particularismos, Carlos trataba de desarrollar un ambicioso programa imperial, cuyas principales consignas eran la paz entre los príncipes cristianos y la guerra contra el infiel. Los sueños de cruzada animaron siempre el espíritu de Carlos, aunque no sólo en el restringido marco del Norte de África. Carlos tenía ambiciones más altas, como el deseo de conquistar Constantinopla o de recuperar los Santos Lugares. Sin embargo, la política carolina se desenvolvió por la vía del pragmatismo sin librar ninguna guerra abiertamente religiosa. Para Carlos preservar el tesoro de la fe se convertía en causa belli, sin duda la más justa causa para guerrear. Curiosamente, Carlos accedía a la dignidad imperial en el mismo momento en que se fraguaba la ruptura de la Cristiandad occidental, y precisamente en el escenario alemán. Carlos se empeñó en buscar salidas consensuadas. No advirtió, al menos al principio, que la ruptura religiosa alemana, merced a su aliento del nacionalismo, conllevaba la misma fragmentación política. Los restantes impuestos precisaban de la aprobación “parlamentaria”. Quince veces convocó Carlos las Cortes castellanas. En ellas se aprobaba el servicio, un subsidio temporal para casos de emergencia, acabó convirtiéndose en regular. Carlos creó el Consejo de Hacienda. El servicio solo era satisfecho por los pecheros. También correspondía a la Corona el 20% de la remesa de metal indiano. b) Los empréstitos. Agotadas todas las vías de recaudación, Carlos tuvo que recurrir, desde comienzos del reinado, a la obtención de préstamos. Los préstamos, llamados asientos, se realizaron principalmente por banqueros alemanes (Fugger, Welser) y genoveses (Centurione, Grimaldi). El pago se realizaba con los cargamentos de plata llegados de América e incluso con la recaudación de algunos impuestos. Pero al final del reinado la realidad era insoslayable, los empréstitos anuales se habían quintuplicado en relación con los niveles iniciales del reinado. Una forma de empréstito a menor escala y a largo plazo eran los juros, títulos de deuda pública muy extendidos por todo el reino, con una renta del 7,15% anual. La consecuencia de esta descontrolada política de gasto y empréstito fue la hipoteca de los recursos futuros, hasta desembocar en bancarrota, pero también la creación de una extensa clase de rentistas en España. Otro de sus efectos negativos fue la contribución a la tendencia inflacionista. 1.5. La liquidación del Imperio Carolino Como se ha indicado, los ministros españoles del Emperador advirtieron reiteradamente el pernicioso efecto de la política imperial sobre la vida económica castellana. La situación económica era, por entonces, cada vez más difícil. La prosperidad castellana y las remesas americanas soportaban con dificultad creciente la sangría de los gastos imperiales. En el panorama internacional, sin embargo, Carlos comenzaba a abrigar nuevas esperanzas de solución de los numerosos frentes de conflicto. La inauguración del concilio de Trento (1545), la muerte de Lutero (1546) y la de Francisco I (1547), junto a la victoria de Mühlberg y la tregua con los turcos ese mismo año, no respondieron a las expectativas generadas. Se convenció muy tarde de que el problema alemán era más de raíz política que religiosa y que, por tanto, un concilio nada solucionaría. Los Países Bajos, tierra natal del Emperador, se convirtieron en objeto primordial de sus preocupaciones a finales del reinado. También en Castilla, muchas voces pensaban en la necesidad de su conservación, sobre todo para los intereses laneros castellanos, por más que su defensa se antojase muy costosa. Para asegurarlos, creyó fundamental la amistad con Inglaterra. Carlos todavía esperaba ver a Felipe como Sacro Emperador tras la derrota de Esmalcalda y el ínterin. Empero, conforme a lo pactado en 1525, Carlos sostenía a Fernando como heredero del Imperio, pero se obstinaba en establecer a su muerte un turno entre las dos ramas de la dinastía habsburguesa; éste era el orden sucesorio que proponía para el Imperio: su hermano Fernando, su hijo Felipe, su sobrino Maximiliano. La traición de Mauricio de Sajonia, sin embargo, junto a las hostilidades de Enrique II de Francia, acabó con esas expectativas. Alemania no merecía ya mayores sacrificios económicos. La ruptura del Imperio se mostraba irreversible. Por entonces, Carlos desechó la fugaz idea de que Felipe heredase el Imperio. La alianza matrimonial con Inglaterra muestra ese estado de ánimo. A este plan obedecía el audaz casamiento de Felipe con María Tudor, prima hermana de Carlos V, la reina que deseaba restaurar el catolicismo en Inglaterra. Tras su abdicación, Carlos regresaba a España, a finales de 1556, para retirarse al extremeño monasterio jerónimo de Yuste, como culminación del proceso de españolización producido a lo largo de su reinado. No obstante, desde su retiro continuó bombardeando a su hijo Felipe con órdenes y consejos, desautorizándole a hacer la paz con sus enemigos ante la calamitosa situación económica de la Corona. Pocos años tras su muerte, el grueso de sus se habían desintegrado o estaban en proceso de ello. 3.2. EL REINADO DE FELIPE II 2.1. La figura del rey: la leyenda negra La Leyenda Negra surge en el propio reinado de Felipe II y una serie de obras escritas la alimentaron, como El libro de los mártires de John Foxe (1554), siendo rey consorte de Inglaterra, o la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1578), donde se denunciaban los abusos de los conquistadores en el Nuevo Mundo, que, aunque fue escrita por el dominico Las Casas para frenar estos abusos, sería utilizada por los enemigos del monarca, y sobre todo por los escritos de Guillermo de Orange en su Apologia (1581)1, publicada como respuesta a la declaración real que puso precio a su cabeza, y de su secretario, Antonio Pérez, que tras su huida de España publicó sus Relaciones (1591). Frente a esta Leyenda Negra, el monarca fue objeto también de una Leyenda Rosa, urdida en obras contemporáneas de sus partidarios, entre las que destacan las de sus cronistas oficiales. Nacido en 1527, recibió una educación amplia y variada. Adiestrado en las artes caballerescas de la equitación y la esgrima, fue aficionado y practicó la caza, justas y torneos. Recibió una amplia formación humanista que se plasmó en la biblioteca del Escorial. Atesoró gran cantidad de obras pictóricas. También creó una Academia de matemáticas y arquitectura en la corte. Casi toda su vida transcurrió en España, salvo su estancia como rey consorte en Inglaterra, su viaje inicial a Flandes (1548) y su estancia de tres años en Portugal, tras la anexión. Su reinado se inició con dificultades económicas. Carlos V le legó en 1556 una deuda de 6,7 millones de ducados y los ingresos de los cuatro años siguientes estaban ya comprometidos. No es de extrañar, por tanto, que el reinado comenzara con la bancarrota de 1557. En 1561 fijó la corte en Madrid, decisión que respondía a las necesidades de gobierno y centralización. Felipe II era una persona sedentaria, reflexiva, gran trabajador, burócrata y “papelista”, con deseos de intervenir en todo, lo que a la larga supondría un serio inconveniente que provocaría retrasos administrativos. A lo largo de su reinado tuvo importantes colaboradores, caracterizados por sus rivalidades personales. Tras la caída del duque de Alba y la traición de Antonio Pérez, tendrán gran influencia figuras procedentes de la periferia del Imperio. Fue un herejía. Hombre con un gran sentido religioso de la vida, supeditó su política a la defensa de la religión católica. Durante su reinado, el Imperio, que hasta entonces había sido más universal y europeo, se transforma en un Imperio más español y atlántico. Tuvo cuatro matrimonios que buscaron reforzar sus relaciones diplomáticas con Portugal, Austria e Inglaterra. Del matrimonio con Austria nacería Felipe III. 2.2. Conflictos internos La tragedia del príncipe don Carlos En 1560, cuando contaba catorce años de edad fue jurado como heredero por las Cortes. De salud precaria, el príncipe daba cada vez mayores muestras de anormalidad, con episodios de sadismo y patologías sexuales, y Felipe II dudaba de la capacidad de su hijo para gobernar en el futuro. Felipe II lo confinó en palacio y en 1568 moriría por causas poco claras. La sublevación de los moriscos de Granada En 1568, año de la tragedia de D. Carlos, también tuvo lugar en España otro acontecimiento muy negativo, el estallido de la Rebelión de los moriscos de las Alpujarras. En 1502, tras una sublevación mudéjar en el Albaicín (1500-1501), que pronto se extendió a otras zonas del Reino de Granada, una pragmática real obligó a todos los mudéjares de la Corona de Castilla a bautizarse o marcharse del país. Los moriscos estaban poco asimilados. De hecho, negociaron una prorroga con el emperador para demorar 40 años la entrada en vigor de las leyes de asimilación a cambio de un importante servicio económico. Con el paso del tiempo, solo las élites urbanas estaban asimiladas y ningún agente se ocupaba del resto, siendo su situación cada vez más difícil. La situación empeoró cuando la Chancillería de Valladolid envió a Granada al oidor Santiago para poner en marcha una investigación que examinara los títulos de propiedad de tierras de los moriscos. Aquellos que las poseían por derecho inmemorial y no podían mostrar escrituras de propiedad, fueron desposeídos de sus tierras y estas sacadas a la venta, lo que ocasionó un hondo malestar en la comunidad. El detonante fue la negativa del monarca de negociar una prórroga. En vísperas de la Navidad de 1568 proclamaron rey al regidor de Granada Hernando de Córdoba, un morisco de la minoría asimilada, que tomó el nombre de Aben Humeya. Fue una guerra de gran crueldad y dureza por ambas partes que se localizó principalmente en zonas rurales y de montaña. Se prolongó por dos años ante unas Inglaterra e intervenir en Francia frustraría la cercana victoria y llevaría a la persistencia de la guerra. Entonces Felipe II se decide a un cambio de política: la creación en los territorios que él controlaba de un estado desgajado del conjunto de la Monarquía Hispánica, que era cedido para su gobierno a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo el archiduque Alberto de Austria. Si la hija de Felipe II moría sin descendencia –lo que efectivamente ocurrió en 1633–, los Países Bajos volverían a la Corona de España. La independencia de los Países Bajos era limitada: sus plazas fuertes (Gante, Amberes, Cambray…) quedaban bajo el control de la monarquía española. Fue una solución temporal. La anexión de Portugal Durante el reinado de Felipe II se produjo la unión con Portugal que, no hay que olvidar, tenía entonces el segundo imperio colonial más importante del mundo, después del español. Esta unión se produjo como el resultado tardío de las políticas de enlaces matrimoniales entre Castilla y el reino vecino que se estaban llevando a cabo desde el siglo XV. Felipe II respetó la autonomía portuguesa, evitó colocar extranjeros en los cargos y nombró como virrey a una persona relevante de la familia real, su sobrino el cardenal Alberto de Austria. Portugal se incorporó a la Monarquía Hispánica como un reino independiente en todos los aspectos. Los problemas con Inglaterra Inglaterra (que aún no se hallaba unida al reino de Escocia) era entonces una potencia secundaria en comparación con Francia o España. Felipe II, muerta María Tudor, intentó mantener una buena relación con su sucesora, Isabel I, e incluso pretendió sin éxito su mano. Pero Isabel adoptó una política anticatólica y antiespañola, apoyó a los protestantes sublevados contra el monarca español. La situación de enemistad se hizo más patente aún en 1587: la ejecución de la reina de Escocia María Estuardo decidió a Felipe II a invadir Inglaterra. La armada inglesa, mandada por Howard y Drake, tenía una fuerza militar equivalente, pero mayor movilidad al estar compuesta por barcos más pequeños y maniobrables que las grandes naos que realizaban las rutas transoceánicas. El plan era que la armada española desembarcara en los Países Bajos para recoger a los soldados que intervendrían en la invasión, pero los ingleses salieron a su encuentro. El regreso de la armada española bordeando Inglaterra e Irlanda, sin duda para amedrentar a sus enemigos, fue una decisión equivocada. El empeoramiento del tiempo, a finales del verano, ocasionó numerosos naufragios frente a la costa occidental de Irlanda sobre todo y la destrucción de la armada con la pérdida de más de 10.000 hombres. 2.4. Los años finales del reinado Destruida la comúnmente conocida en España como “armada invencible”, la política exterior de Felipe II tuvo que orientarse a la defensiva. Los ataques ingleses continuaron en los años siguientes en distintos puntos de la Monarquía. Entretanto, Felipe II volvió a intervenir en Francia, ayudando a los católicos Hispánica. Francia seguiría siendo católica, pero Felipe II se vio metido en una guerra que impidió a Alejandro Farnesio solucionar el problema de los Países Bajos, cuando estaba en una situación más favorable para hacerlo. La monarquía sufrió una nueva suspensión de pagos en 1597 y al año siguiente se firmaría la Paz de Vervins. ESTRUCTURA DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII Durante los siglos XVI y XVII (como también lo será en el siglo XVIII) el estado moderno en España se inscribe dentro de lo que se denomina estado absolutista. La conformación del moderno estado absolutista necesita tres elementos clave para su consolidación: - La doctrina del poder absoluto del rey, que se va construyendo durante la Edad Media, a través de la recuperación del derecho romano. - La capacidad por parte de los monarcas de poder poner en práctica este poder absoluto. Es algo que ocurre en España con los Reyes Católicos, en Inglaterra con Enrique VII Tudor o en Francia con reyes como Carlos VIII o Luis XII. - Un proceso de institucionalización que dota a las monarquías de las instituciones necesarias para ejercer ese poder. Actualmente se utiliza el concepto de Monarquía Compuesta para denominar a la monarquía Hispánica. Cada reino conserva: - Su constitución política. - Su sistema de representación parlamentario. - Su lengua. - Sus fronteras. - Su naturaleza (“nacionalidad”). Los monarcas son los que dan unidad al conjunto, una unidad que se plasma sobre todo en la política exterior y que se irá construyendo progresivamente en otros aspectos como la orientación económica, etc. Pero durante los siglos XVI y XVII se trató de una unidad que respetaba la diversidad. 3.1. El rey Se trata de un monarca absoluto, palabra cuya etimología procede de solutus ab legibus, libre respecto a las leyes, aunque esto no significa que el rey estuviera realmente por encima de las leyes. El rey es la instancia suprema del poder político que no reconoce ninguna instancia superior ni comparte ese poder con otros poderes intermedios. En las monarquías absolutas no existen mecanismos de control sobre ellas ni se comparte el poder con representantes de los reinos, los parlamentos, que, en consecuencia, no limitan el poder del rey en el sentido en que lo hacen en las monarquías parlamentarias posteriores. Tampoco los monarcas comparten el el poder con la nobleza. No obstante esto, Monarquía absoluta no significa que el rey tenga un poder omnímodo o ilimitado. Estos límites del poder absoluto del monarca son tres: la ley de Dios, la ley natural y la constitución política de los reinos. Estas eran una ley consensuada no escrita. En el caso de la Monarquía Hispánica, los reyes eran monarcas de diferentes reinos con constituciones políticas distintas. Solución al absentismo real Al tratarse de una monarquía compuesta, tanto los Reyes Católicos como Carlos V viajaron continuamente a lo largo de sus reinados por los distintos territorios, porque los monarcas debían estar cerca de sus súbditos, como sus “señores naturales” que eran. Cuando Felipe II establece la corte en Madrid (1561), se recurre a una institución ya existente en Aragón: el virrey. El virrey era el alter ego del monarca, es el lugarteniente del rey en el territorio donde está ausente; representa al rey y asume en el territorio que gobierna los poderes del rey: gobierna en su nombre y puede publicar pragmáticas. Ejercía el mando del ejército del territorio, como capitán general, ocupándose de la defensa del país. Era un poder absoluto por delegación del rey y controlado por este último. En los territorios de la monarquía que no eran reinos, sino ducados o similares, se implantaron Gobernadores Generales, título equivalente al de virrey, que tenía los mismos poderes que estos últimos. 3.2. La administración central: el sistema polisinodial La administración central española se organizó en un sistema de muchos consejos que asesoraban al rey en materia de gobierno. Aunque en principio eran unos organismos meramente consultivos, progresivamente fueron adquiriendo cada vez más competencias, por delegación real. Inicialmente se había creado solo uno, el Consejo Real. Con el tiempo se irán fragmentando y apareciendo nuevos consejos territoriales. Los Consejos asesoraban al rey y le ayudaban en las tareas gubernativas, legislativas y judiciales, en un sistema que no conocía aún la moderna división entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Los Consejos eran altos tribunales de justicia, órganos administrativos que tomaban decisiones de gobierno e instancias legislativas. Se dividían en: a) Consejos territoriales: para el gobierno de los diferentes reinos, que tenían jurisdicción en los distintos territorios de la Monarquía Hispánica. Borbones. En el reino de Navarra, existía un tribunal territorial que se mantuvo durante la Edad moderna: El Consejo Real de Navarra. 3.5. La administración municipal Al frente de los municipios castellanos se encontraba el regimiento o cabildo municipal, con un número variable de regidores. En las ciudades con voto en Cortes el número de regidores solía ser de 24, de ahí el nombre de veinticuatros, elegidos o heredados por procedimientos variables que tendían a la oligarquización. Junto a los regidores estaban los jurados, representantes de las parroquias, de elección popular y de menores competencias que los primeros. Frente a los regidores, que eran de origen local, la corona tendió a nombrar corregidores para un mayor control de los ayuntamientos. El corregidor era el representante del poder real, presidía el cabildo municipal y tenía competencias en orden público, hacienda, etc. Era siempre foráneo al lugar donde ejercía, para evitar connivencias con los intereses locales. Era nombrado con carácter temporal y al final de su ejercicio era sometido a una inspección por su sucesor, llamada juicio de residencia. Unos pocos eran ayuntamientos de pecheros, es decir, que todos sus cargos tenían que ser del estado llano, como ocurría en Medina de Rioseco. Más frecuentes, sobre todo en ciudades y villas de la meseta, eran los ayuntamientos de mitad de oficios. Finalmente, se fueron imponiendo los ayuntamientos de estatuto nobiliario, donde todos sus cargos eran nobles. Los ayuntamientos impartían justicia en primera instancia, a través de los corregidores o de los alcaldes. También se ocupaban de la recaudación de los impuestos, tanto del cobro efectivo de las cantidades fijadas por las Cortes y los propios municipales. También se encargaban los ayuntamientos de las levas y reclutamiento de tropas. Tenían la obligación de asegurar a los vecinos servicios esenciales. Podían regular el trabajo en sus términos. Se ocupaban de la instrucción pública, de los caminos, de las obras públicas…, y por supuesto del ocio y de los festejos. Para correr con todos estos gastos estaba la hacienda municipal, constituida sobre todo por bienes raíces, entregados a los municipios en los momentos de su constitución. Además, los municipios tenían facultad de gravar a los vecinos con impuestos de carácter local. TEMA 4. LA CRISIS DEL SIGLO XVII EN ESPAÑA Hoy se considera que la llamada Crisis general del siglo XVII presenta cronologías diversas en distintos países y hay que admitir también que hay algunos países que no se vieron afectados por tal crisis, el caso de Holanda sería el más paradigmático al respecto, las Provincias Unidas de Holanda vivieron esta centuria como su edad de oro y la máxima expresión de la talasocracia holandesa. En lugar de hablar de una crisis europea en singular, sería más adecuado hablar de distintas crisis en plural, con características y cronologías diferentes. En el caso de España, que es el que aquí nos interesa, el siglo XVII es una etapa de crisis, o al menos estancamiento, económico y demográfico, sobre todo en comparación con la etapa anterior. Es también una etapa de crisis política, que llevará a la decadencia de la Monarquía Hispánica como primera potencia mundial. LA CRISIS ECONÓMICA Y SOCIAL 1.1. La crisis demográfica La población española no aumentó sus efectivos durante la centuria. El siglo XVII fue una etapa de estancamiento de la población y de grandes catástrofes demográficas que se hicieron muy patentes a nivel regional. Remarcamos la ausencia de fuentes en este siglo para estudiar la población. No se hizo ningún censo, sino que la estimación se hace comparando los últimos del S.XVI con los primeros del S.XVIII. Esta arroja un estancamiento demográfico. Con un régimen demográfico antiguo, como era el propio de la época, lo normal es que la población hubiera crecido, si no lo hizo así, las causas hay que buscarlas en la incidencia de hambres y epidemias que provocaron mortalidades extraordinarias, catastróficas, que anularon el crecimiento de población de los años normales. Esto se explica a través de crisis de subsistencia y epidemias, con el consecuente descenso de fecundidad. La peste bubónica tuvo una gran letalidad, siendo más afectadas las clases populares por la mala alimentación, el hacinamiento y la falta de higiene. Entre estos episodios destacan: a) La gran peste castellana (1596-1602): El contagio vino por el norte y afectó principalmente a la fachada atlántica. Se estima una mortalidad de 600mil personas. b) La gran peste de Milán (1630): Afectó al noreste. c) La peste de mediados de siglo: Accedió a través de los puertos mediterráneos y afectó a aquellos territorios que se habían librado de la peste atlántica. Afectó con gran gravedad a algunas grandes ciudades. d) La peste del Reino de Granada (1676-85): Fue la última gran peste española. Estas epidemias son la principal causa del freno demográfico. Empero, hay que añadir otros eventos coyunturales como la expulsión definitiva de los moriscos. 1.2. Estancamiento y crisis económica Los problemas en la agricultura Durante el Quinientos, el aumento muy importante de la población había obligado a la roturación (puesta en cultivo) de nuevas tierras, con el consiguiente descenso de los rendimientos netos y de la productividad, al ponerse en cultivo tierras de más baja calidad que las cultivadas hasta entonces. El siglo XVII fue una etapa difícil climatológicamente hablando. Además, la negativa coyuntura demográfica de la centuria haría a la agricultura enfrentarse a una coyuntura desfavorable. La recuperación del sector agrario se inició en el norte, en la España Atlántica (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco) en unas fechas tempranas, a partir de 1650, gracias a la expansión del cultivo del maíz. La decadencia del sector industrial Esta crisis industrial se hizo más fuerte aún como consecuencia de los tratados de política internacional. La política de paz de las décadas iniciales del siglo obligó a la aceptación de condiciones que abrían nuestro país a la competencia extranjera. Las paces de Westfalia y Nimega supusieron la entrada en avalancha de los productos extranjeros. La industria colapsó. Parte de ella se recondujo a través de la industria rural dispersa, pero ello no frenó la caída de la producción urbana ni de la calidad de las manufacturas. Los empresarios españoles desviaron sus capitales hacia la exportación de materias primas (lana, seda en rama, además del hierro) y la importación de manufacturas europeas, las “new draperies”. Hasta el reinado de Carlos II no se adoptó una política que pudiera sentar las bases de la recuperación. La creación en 1679 de la Junta de Comercio, Moneda y Fábricas, organismo que buscaba la recuperación del sector, así como la Pragmática de 1682 en la que se declaraba la compatibilidad entre los oficios mecánicos y el estatus nobiliario, pondrían las bases para superar la crisis del sector. Las dificultades del comercio Durante esta centuria, el comercio experimentó una visible contracción, tanto en el ámbito mediterráneo como en el atlántico, al tiempo que pasaba a estar en manos de comerciantes extranjeros. En cuanto al comercio con América, la historiografía había señalado tradicionalmente un gran colapso y una especial caída de las remesas de metales preciosos (plata) procedentes de las Indias. Sin embargo, la consulta de otras fuentes demuestra que las remesas fueron crecientes, solo que ya no llegaban en su mayoría a Sevilla. Los extranjeros se beneficiaron cada vez más del comercio colonial. La Tregua de los doce años permitió contar con barcos de la armada para su realización. Tan solo hubo algún levantamiento en Valencia. La cifra total podría alcanzar las 300.000 personas, es decir, alrededor del 4 % de la población total. En Valencia, por ejemplo, se perdió entre una cuarta parte y un tercio de la población total. De todos modos, la expulsión de los descendientes de los musulmanes no fue total, hubo una proporción de moriscos, difícil de cuantificar, que se quedaron, gracias a pertenecer a la minoría dirigente asimilada, o a la protección de sus señores. Los moriscos expulsados se dirigieron a distintos destinos: los más desafortunados desembarcaron en las costas de la actual Argelia, donde las tribus nómadas de la zona los atacaron y robaron; otros se dirigieron al actual Marruecos, donde fueron bien aceptado. En la costa atlántica africana moriscos extremeños y andaluces fundarían la república de Salé, foco de piratería muy activo en los años siguientes. Los más afortunados fueron los moriscos que se dirigieron al actual Túnez. Se ha calculado que en esta zona de los 396 pueblos con población morisca, quedaron más de un centenar reducidos a despoblados. Se intentó repoblar el territorio con colonos cristiano-viejos, pero la mayoría procedían del propio reino valenciano, con lo que no se solucionó el problema demográfico, y además eran menos laboriosos y estaban peor adaptados que sus antecesores los campesinos moriscos, lo que redundó en una fuerte bajada de la productividad de la zona. En un contexto económico donde dominaban las ideas mercantilistas, con su valoración de la población útil como expresión de la fuerza de los estados, era muy difícil de asimilar la expulsión de una minoría tan numerosa y laboriosa. Política exterior de Felipe III El estado de agotamiento de la hacienda castellana, tras una etapa de continuas guerras, aconsejó a Felipe III y a sus colaboradores la búsqueda de la paz. En los primeros años del reinado se firmaron una serie de paces que abrieron paso a unos años de paz sin precedentes. Con Francia se firmó Vervins (1598), la Paz de Londres (1604) tras el desastre de Kinsale y la Tregua de los doce años (1609), que no incluía a las colonias. Mientras tanto, los Países Bajos españoles, estaban gobernados entonces por la hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia, y su esposo el archiduque Alberto con un amplio grado de autonomía. En este último año, la paz se quebró a causa de la revuelta de los protestantes checos que inició la Guerra de los Treinta Años. Pero España se vio envuelta en un largo conflicto que, a la larga, sería desastroso para ella y supondría el final de su hegemonía. Respecto a la República de Venecia, que era el rival más fuerte de la monarquía española en el norte de Italia, desde Nápoles los españoles atacaban los barcos venecianos y ayudaban a los piratas de Croacia e Iliria, que obstaculizaban el comercio de la república veneciana. EL REINADO DE FELIPE IV (1621-1665) Felipe IV subió al poder con 16 años. Se trataba de una personalidad atrayente, persona de gran cultura y amante del arte (fue mecenas de Rubens y Velázquez). Durante su reinado, la decadencia española se hizo realidad. Durante su mandato continuó la política de los validos, entre los que destacó el conde-duque de Olivares. Era partidario de devolver a España su prestigio internacional, de restaurar la reputación de la monarquía, menoscabada por sus enemigos, especialmente por Holanda. Ante las dificultades de conquistar el territorio de Holanda, muy poblado y con ciudades bien fortificadas, se lanzó una estrategia nueva, consistente en imponer un bloqueo continental que arruinara el comercio holandés. Por eso, continuaron ayudando al emperador en la Guerra de los Treinta años. La política reformista de Olivares Era imprescindible sanear la hacienda. Por ello presentó a Felipe IV el Gran memorial (1624), un ambicioso plan para que los distintos reinos contribuyeran a las cargas de la monarquía como lo hacía Castilla, de forma proporcional a su población y recursos. El espíritu contenido en este documento se plasmó en la llamada Unión de armas (1626), un memorial en el que proponía la creación, en caso de emergencia, de un ejército de hasta 140.000 soldados. El plan que pretendía ser equitativo, no lo era. Se cargaba del mismo modo a reinos de población muy desigual. Para llevar a cabo planes tan ambiciosos, era necesario conseguir de las Cortes que aprobaran servicios extraordinarios. El problema surgió con las Cortes catalanas, las más díscolas y las de mayores atribuciones constitucionales. Sus representantes se negaron a contribuir y aprobar nuevos servicios. Los primeros años reflejaron triunfos contra Holanda, pero la crisis económica se haría pronto patente. La captura de la flota y la consecuente bancarrota de 1627 fueron demoledora. El vellón se devaluó al 50%. Las buenas relaciones con Inglaterra se quebraron al fracasar el plan de unión dinástica. Mientras tanto, España continuaba con su participación en la Guerra de los treinta años, que arruinaría el país por las aportaciones en hombres y dinero. Las consecuencias de la entrada de Francia en la guerra, además de generalizar el conflicto, serían nefastas para España que, a consecuencia del gran esfuerzo en hombres y dinero que la contienda exigía, se vería afectada por una serie de sublevaciones en cadena que estuvieron a punto de acabar con la Monarquía Hispánica, al menos con las dimensiones que hasta el momento tenía. La sublevación de Cataluña Cuando en 1635 Francia entró en la guerra, el frente se situó en el propio territorio catalán, concretamente en el Rosellón, región que pertenecía entonces a Cataluña. Olivares pensaba que en esta situación los catalanes no tendrían más remedio que acceder a la Unión de armas. Los catalanes se sintieron ocupados por un ejército extranjero. En junio de 1640, durante las fiestas del Corpus, la entrada de bandas armadas de campesinos en la ciudad de Barcelona culminaría en la sublevación, en el llamado Corpus de sangre. Los sublevados mataron al virrey, marqués de Santa Coloma, y proclamaron una república independiente, que pronto reconoció al rey de Francia, Luis XIII, como su soberano. En 1642 el Rosellón caía en manos francesas y se perdía definitivamente para la Corona de España. La sublevación de Portugal Los ataques holandeses al imperio colonial portugués no facilitaban la situación. Los conflictos españoles con Holanda e Inglaterra fueron muy perjudiciales para Portugal, que vio arrebatadas algunas de sus posesiones en Asia y Oceanía. Las clases altas del reino vecino, favorables a la unidad ibérica, poco a poco se fueron volviendo desafectas. Lo mismo ocurrió con los comerciantes portugueses, que no consiguieron que se les abriera a su participación el comercio con las Indias. A esto hay que unir la actuación de la Inquisición. A principios de diciembre de 1640 se produjo una sublevación más generalizada. Cuando se estaba realizando la recluta de tropas portuguesas para ser enviadas a sofocar la sublevación de Cataluña, el pueblo se levantó en armas. La falta de recursos de la monarquía hizo que la cuestión portuguesa se desantendiese. Otras secesiones y sublevaciones: Andalucía, Aragón Nápoles y Sicilia En Andalucía, el duque de Medina Sidonia llevó a cabo una conspiración frustrada en 1641. También tuvieron lugar la Alteraciones Andaluzas, desencadenadas por la carestía de los alimentos y la fuerte presión fiscal. En 1646 también en Aragón se produjo otra conspiración, protagonizada por el duque de Híjar, así mismo con la intención de proclamarse rey, al tiempo que las tropas franco-catalanas invadían el reino por los Pirineos. De mayor envergadura y gravedad fueron las sublevaciones de Nápoles y Sicilia, que tuvieron lugar en 1647. La revolución napolitana fue provocada a causa de la guerra, por la fuerte presión de las levas y tributos que estaba sufriendo el territorio. A la vez y por las mismas causas estallaba otra rebelión en Palermo, capital de Sicilia. Ambas revueltas, que empezaron como los típicos motines de hambre, devinieron en levantamientos políticos. Las tropas, apoyadas por la nobleza, restablecieron el orden. Las sublevaciones de Cataluña y Portugal provocaron la caída de Olivares en 1643. Fue el fracaso de la política unificadora de Olivares. - El emperador Leopoldo I quería el trono para el menor de sus hijos, el archiduque Carlos, que tampoco era sucesor imperial. - José Fernando de Baviera, bisnieto de Felipe IV y nieto del emperador. Este descendiente directo tenía la ventaja de ser titular de un estado secundario, Baviera, equidistante entre Francia y Austria. Dado que el tercer candidato parecía el menos conflictivo al resto de las potencias europeas, en el primer testamento de Carlos II (1696) se nombraba sucesor a José Fernando de Baviera, pero la prematura muerte de éste en 1699 a los siete años de edad, volvió a plantear con premura la cuestión entre los otros candidatos. Como ninguna de estas soluciones parecía satisfactoria, Inglaterra y otras potencias llegaron a plantear el reparto de los dominios españoles para evitar la ruptura del equilibrio europeo. Eso despertó una fuerte oposición en España. El 1 de noviembre de 1700 moría en el alcázar de Madrid Carlos II. Antes de morir había firmado un testamento, mantenido en secreto, en el que designaba a Felipe de Anjou para salvaguardar la paz y la unidad de la Monarquía. También se disponía que en el caso de que Felipe de Anjou muriera o heredara la corona de Francia, le sucedería el duque de Berry y en el caso de no poder hacerlo este, sería sucesor el archiduque. Las potencias europeas no aceptaron esta solución, máxime al confirmarse la avidez de Luis XIV y pronto estallaría la guerra. TEMA 5. LA CULTURA ESPAÑOLA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII 1. RENACIMIENTO Y HUMANISMO 1.1. El renacimiento: concepto y cronología El Renacimiento es un concepto que se manifiesta en la Edad Moderna y que designa tanto a la época histórica como al momento cultural de esa época llamada Renacimiento. La idea de Renacimiento como una etapa brillante y de luz, contrapuesta a la Edad Media, se acuña desde un tiempo muy temprano. Para Michelet, el concepto de Renacimiento aúna el contenido de toda una época, con sus rasgos más característicos, siendo esta una etapa donde se descubren dos avances importantísimos para la Historia de la Humanidad: el descubrimiento del mundo y la revalorización del hombre a través del descubrimiento de la personalidad individual. Burckhardt lo asocia al surgimiento del Estado moderno, la vida política autónoma, el individualismo y la recuperación de la antigüedad. Desde Huizinga, ha ido matizándose el concepto de ruptura. Suele encuadrarse desde la segunda mitad del S.XIV hasta la muerte de Erasmo. 1.2. El humanismo El Humanismo es la nueva concepción del hombre que se corresponde con el movimiento cultural del Renacimiento. Es un neologismo del siglo XIX. De esta manera, el Humanismo ha venido a significar la visión del mundo que resalta al hombre. Afirma la autonomía de individuo y se desprende del dogmatismo. Se desarrolló a través del análisis filológico de las fuentes clásicas. 1.3. El renacimiento español Es un Renacimiento con una influencia italiana muy acusada. También tiene una gran influencia borgoñona, pero junto a esto hay aspectos singulares propios del Renacimiento español. La cultura musulmana y la cultura judía serán, en este sentido, transmisoras del pensamiento grecorromano en nuestro país. Fue un movimiento minoritario y elitista de carácter urbano. Se inspira en la tradición latina, aunque también se encuentras restos hebreos en ciencia, literatura y arte; así como la pervivencia del mudejarismo o el plateresco. Utiliza como vehículo la lengua castellana que será impulsada por la Gramática de Nebrija. 1.4. El nacimiento de la imprenta La impresión del Sínodo Aguilafuente en 1473 es considerada como primera obra impresa. Se imprimieron cerca de 1000 incunables. Reyes Católicos apoyaron este invento rápidamente. Esto significaría una difusión masiva de la cultura, las leyes, las normas, etc., aunque a veces también supone un peligro por la difusión de las ideas y del saber, así que desde el primer momento se controlará esta difusión de las ideas (peligrosas). Desde 1480 (Cortes de Toledo), con este intento de control, se exigió un permiso de impresión, que se desarrolló en una licencia de impresión. La censura sobre los libros se ejerció a través de los Índices de libros prohibidos: tanto prohibitorios como expurgatorios. Generan autocensura. España no es capaz de imprimir toda su producción. Muchos autores publican en el extranjero. Lyon era el editor de libros religiosos. Las imprentas de la mayoría de las ciudades lo fueron en forma de pequeños talleres, que imprimirán pocos libros y más impresos, lo que hoy llamaríamos folletos. La principal y más ambiciosa impresión fue la “Biblia Políglota”. La posesión de libros en esta época se considera como un indicativo cultural, se han realizado estudios para averiguar la difusión de libros con un claro enfoque social. En España se solía leer poco y se tenían pocos libros. Solos las élites acumulaban. 1.5. El humanismo español Fue un movimiento minoritario y restringido al género masculino. Solo unas pocas mujeres como “La Latina” destacaron. Desde el siglo XIV encontramos traducciones de obras clásicas. La influencia de Italia En primer lugar, a través de las relaciones catalano-aragonesas. humanista. El Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia fue un colegio mayor fundado en el siglo XIII (en concreto en 1367) por el cardenal Gil Álvarez de Albornoz y al que iban a estudiar estudiantes procedentes de Castilla. Y en tercer lugar la asistencia a los concilios generales. Otros rasgo que acentuó la influencia italiana en el humanismo español fue la presencia de humanistas italianos en la corte. Esto se utilizó como propaganda en la obra de diversos historiadores a su servicio como Pedro Mártir de Anglería y Lucio Marineo Sículo. Otras figuras figuras destacadas fueron Nebrija y su gramática o Vives y su gran obra pedagógica. 2. LA ENSEÑANZA EN LA EDAD MODERNA Durante la Edad Moderna en España se fueron creando instituciones educativas que comprendían los distintos niveles de enseñanza, pero la situación de esta enseñanza se caracterizaba por presentar grandes carencias. Su acción se centraba en una parte pequeña de la población masculina. No era una competencia estatal. 2.1. La alfabetización Los estudios sobre la misma se han hecho a partir de la distinción entre quienes son capaces de firmar o no en los documentos notariales. Había una gran desigualdad de género, campo-ciudad y social. Era un porcentaje muy bajo. - Universidades menores, establecidas en núcleos urbanos pequeños, no impartían los estudios completos. Eran grados con menos rigor y tasas académicas más baratas. El personal universitario: alumnos y profesores Para acceder era imprescindible haber finalizado los estudios de latinidad y superar un examen de latín. No existía una edad mínima de acceso a los estudios universitarios. En principio se accedía a la Facultad de Artes, previo a los de las facultades mayores. A finales del S.XVI alcanzaron los 20mil alumnos, siendo la más numerosa la de Salamanca. En las universidades españolas del Antiguo Régimen hay que distinguir dos grandes grupos entre los estudiantes: manteístas y colegiales. Los manteístas eran los más numerosos. Aunque sus niveles económicos eran muy variados, algunos pasaban apuros económicos e incluso realizaban algunas tareas domésticas para poder subsistir. Los colegiales eran mucho menos numerosos. Tenían el privilegio de disfrutar una beca en algún colegio. Aquí completaban sus estudios en la universidad. Los excolegiales coparon los puestos más importantes de la burocracia. Esta situación pervivió hasta el reinado de Carlos III en que se produjo el desmantelamiento de los colegios mayores. En algunos casos, los colegios mayores formaban una unidad indisoluble con la universidad. Lo primero que cabe señalar al referirnos al profesorado universitario es la gran disparidad existente entre las cátedras universitarias durante el antiguo Régimen: existían cátedras vitalicias, mientras otras eran solo temporales. También diferían mucho en sus dotaciones. En las tres universidades mayores, la mayoría de las cátedras se otorgaban por medio de votaciones secretas de los alumnos, aunque existían cátedras que eran adjudicadas por acuerdo del claustro de profesores, o vinculadas a nobles y comunidades religiosas. En 1623 se suprimió el voto estudiantil y se decidió que las cátedras de las mayores fueran provistas por el Consejo de Castilla. Este privilegió al sector colegial frente a los manteístas. Sobre las cátedras eclesiásticas, la doble condición de estos catedráticos- prebendados y la obligación de impartir enseñanzas y desempeñar las funciones propias de sus cargos eclesiásticos fue una continua coartada para el absentismo y el incumplimiento de sus obligaciones docentes. El oficio universitario no se consideraba un destino definitivo al que dedicar toda la vida profesional, sino más bien un puesto transitorio desde el que escalar otros puestos de mayor relevancia. Los estudios Los planes de estudios variaban de unas universidades a otras. Todos los centros sufrían un fuerte inmovilismo, los contenidos de las enseñanzas se mantienen prácticamente inmutables durante todo el Antiguo Régimen. La enseñanza propiamente universitaria se estructuraba en cinco facultades: Artes, Teología, Leyes, Cánones y Medicina. La Facultad de Artes era una facultad menor. Se enseñaba Filosofía, Lógica, Física, Metafísica y Matemáticas. La Facultad de Teología era la considerada más importante por su materia, al ocuparse del estudio de Dios a través de los textos sagrados. Había cátedras adscritas a diferentes corrientes de pensamiento teológico. La Facultad de Cánones (Derecho Canónico) ocupaba un lugar muy destacado en el conjunto de los estudios universitarios. Era la que ofrecía mayores oportunidades proporcionaba por poder desempeñar cargos tanto en la administración eclesiástica como en la civil. La Facultad de Leyes. Muchos estudiantes la cursaban al tiempo que cánones. Se estudiaba el derecho romano y en general se centraba en el estudio del Corpus Iuris Civilis. Los estudiantes se graduaban sin conocer las leyes del reino, ni el sistema procesal vigente. La Facultad de Medicina era la cenicienta de la universidad española del momento: tenía el menor número de cátedras y de alumnos. Esto se debía a que la profesión de médico tenía una menor consideración social que en la actualidad y se consideraba hasta cierto punto como un oficio manual. Las clases se daban en latín y el método habitual era la lectio, explicación oral de un texto concreto a través de glosas y comentarios. Las materias se superaban con unos meros certificados de asistencia. Los exámenes, para comprobar la asimilación de los contenidos, no se impusieron hasta el último tercio del siglo XVIII, con las reformas universitarias de Carlos III. Era frecuente el absentismo de profesores y alumnos. Los grados académicos Los grados académicos existentes eran tres: Bachiller, Licenciado y Doctor. El grado de bachiller era el más importante, porque poseerlo otorgaba la capacitación profesional para desempeñar los oficios ligados a la rama del saber de que se tratara. El grado de licenciado era un grado intermedio, que estaba concebido como una espera del doctorado. Para acceder al grado de doctor, máxima categoría académica y culminación de los estudios universitarios, no hacía falta realizar más pruebas ni estudios. Bastaba con ser licenciado, por eso muchas veces ambos grados se obtenían con pocos días de diferencia. Conllevaba un fuerte desembolso económico, debido a los fuertes gastos que conllevaban la pompa y el ceremonial de los actos de graduación. 3. INQUISICIÓN Y CENSURA. LA IMPOSICIÓN DE LA ORTODXIA En noviembre de 1478, el papa Sixto IV concedía a los Reyes Católicos la facultad de nombrar dos o tres inquisidores en Castilla. Se mantuvo independiente de Roma. Sobre la naturaleza de la institución se ha polemizado mucho. Se trata de un tribunal eclesiástico porque recibía su jurisdicción directamente del Papado, pero sobre él recaían importantísimas atribuciones reales, como el derecho de presentación del inquisidor general, que se reforzaron con la constitución del Consejo de Inquisición. La sumisión total a la autoridad regia -que se declaraba protectora y patrona de la Inquisición- no siempre fue posible, ya que al inquisidor general competía, con autonomía, el nombramiento de los inquisidores y otros oficiales. Inquisidor y Consejo siguieron caminos separados. Respecto a las víctimas de la represión inquisitorial pueden reducirse a unas 150mil en su historia. Su acción tiene los siguientes periodos: — 1480-1525: gran intensidad represiva (judaizantes). — 1525-1630: actividad menor pero sostenida (cristianos viejos y moriscos). — 1630-1720: reducción de la actividad hasta la reactivación de principios del siglo XVIII (judaizantes portugueses). — 1720-1833: ralentización absoluta de sus actuaciones. Su actividad se centró, por tanto, prioritariamente con los cristianos nuevos, para seguir con delitos de luteranismo y proposiciones heréticas. El resto fueron procesados por delitos de naturaleza sexual. Fenómenos como la brujería, aunque perseguida por la Inquisición, tienen un peso casi residual. Los métodos crueles en los interrogatorios favorecían las declaraciones inculpatorias. La actuación contra los judaizantes ("herética pravedad") fue determinante en el origen de la Inquisición. Cisneros, inquisidor general para Castilla desde 1507, acentuó el control sobre la población morisca en aras de una asimilación imposible. Personajes de gran notoriedad y virtud no escaparon desde el principio a las pesquisas inquisitoriales. Especial fue el caso de fray Bartolomé de Carranza y Miranda, arzobispo de Toledo. Tras la persecución de conversos, comenzaron los procesos contra alumbrados. Sesenta condenados a muerte se contaron en esos procesos contra alumbrados y luteranos. Pero la influencia de la Inquisición sobre la sociedad y la cultura fue mucho más amplia. El control de la cultura fue primeramente una iniciativa de la Corona. Al Santo Oficio, no obstante, correspondió la vigilancia de la circulación de los libros mediante la elaboración de los índices de libros prohibidos. Destacaba la abundancia de versiones de la Biblia y libros de culto, pero también de escritores paganos de la Antigüedad, obras literarias contemporáneas y de personas poco sospechosas de heterodoxia. Como efecto de este Índice señala González Novalín "el aislamiento de nuestra literatura espiritual en relación con la que circulaba por Europa y, en general, como un factor de retraso en la evolución de nuestra doctrina teológica". El paso siguiente consistió en limitar la prohibición taxativa y, en contraposición, expurgar determinados pasajes de una obra para permitir su lectura. Entre las obras literarias, El Lazarillo fue prohibido en 1559 y expurgado más tarde (1573), mientras que 1.2. Características demográficas de la España del S.XVIII Este crecimiento secular de unos 3,5 millones se traduce en una tasa del 42% para el siglo XVIII. Esto es fruto del crecimiento natural no azotado por la mortalidad catastrófica. Especialmente alta seguía siendo la mortalidad infantil, que acechaba dramáticamente a una cuarta parte de los nacidos. Perdura una edad relativamente temprana en el matrimonio (primeras nupcias) de la mujer, aunque subió hasta los 26 años de media en áreas “saturadas” como la cornisa cantábrica o Canarias. Una media de cuatro hijos por matrimonio era normal. En las ciudades los nacimientos ilegítimos suponían el 5%. Se señala la progresiva extensión de la familia nuclear. El crecimiento sucede en un ambiente generalizado de guerras y las medidas populacionistas de los gobiernos ilustrados son muy tímidas, lastradas por la limitación de la medicina y de la salubridad pública, si bien se favorecieron mecanismos de distribución de granos, como la regulación de pósitos en todas las localidades de importancia, y se dispensaron ocasionalmente ayudas a familias con abundante prole, además de abundar las dispensas matrimoniales por causa de parentesco. Las tan cacareadas mejoras sanitarias se produjeron de manera tardía y en ámbitos reducidos. Más tesón y avance se observa en materia de higiene, tanto personal como, sobre todo, pública. Las mejoras en las grandes ciudades en la recogida de basura o en la red de alcantarillado. Desaparece la peste bubónica aunque persisten el paludismo y la viruela. Las hambrunas tampoco desaparecieron, pero se mitigaron bastante porque la climatología fue más benigna. Fue el crecimiento económico el factor más decisivo en este despegue demográfico, sobre todo el crecimiento agrario, que se cifra en el auge de nuevos cultivos, una creciente rentabilidad de la tierra con el aumento del precio de los productos agrícolas y una decreciente importancia de los privilegios ganaderos de la Mesta. Y aunque con éxitos limitados, cabe señalar una de las propuestas estelares de la Ilustración: la colonización interior. 1.3. Migraciones, factores regionales y auge de la urbanización Se afirma un crecimiento mayor en la periferia que en el interior. Muestra sin ambages el dinamismo de las zonas costeras, con una densidad de población mayor. Roberto Fernández, abarcando todo el país, propone hacia 1787 tres “Españas demográficas” con una densidad media de 22hab./km2: El sector noratlántico (24%), el sector mediterráneo (38%) y el interior (37%). La “basculación” de la superioridad demográfica desde el interior hasta la periferia se vio acentuada (sobre todo en el amplio sector mediterráneo) por las migraciones interiores. Por último, en el siglo XVIII se produce una nueva etapa de expansión de la urbanización, con intensificación del éxodo rural. Fue un flujo constante aunque en general no de larga distancia, salvo en casos como los hidalgos desclasados de la cornisa cantábrica que, a veces con oficios míseros, se diseminan por las principales ciudades españolas, y de forma especial se constata su presencia en la villa y corte de Madrid. Pero, en cualquier caso el medio rural albergaba a la gran mayoría de los habitantes. En realidad lo que confiere carácter urbano a una población no es tanto la cifra absoluta que presenta, sino su funcionalidad: son centros de poder (con instituciones) y servicios (enseñanza, sanidad, ocio). 2. LOS CAMBIOS ECONÓMICOS 2.1. La agricultura Como punto de partida, la agricultura va a experimentar una fase de expansión al igual que en el siglo XVI. Es un sector muy tradicional y con una productividad baja, permaneciendo las mismas estructuras y sistemas de cultivo. Se instaló el pensamiento fisiocrático con una agricultura de subsistencia y de secano y un clima más benigno. Expansión de la producción: “hambre de tierras” y nuevos cultivos Sí hubo una expansión de la producción, en parte, por el incremento poblacional, pero sin aumentar la productividad, es decir, se mantienen unos rendimientos bajos. Si la producción aumenta entonces es porque hubo un aumento de la superficie cultivada. Se roturaron tierras incultas que previamente se habían dedicado a la ganadería y que en gran medida no eran de buena calidad. En esta segunda mitad del siglo se incrementa el interés por los temas agronómicos, siendo buen índice de ello la aparición de publicaciones técnicas que no llegaban a los productores. Destacan la Sociedades Económicas de Amigos del País, muy interesadas por la agricultura. Se dedicaron a temas concretos y locales. Hubo una creciente diversificación de los productos agrarios, produciéndose también una subida de la renta de la tierra. Se acortarán los contratos de arredramiento. La propiedad se concentra en menos manos. Desde el punto de vista de la producción, destaca el avance de dos cultivos, que en puridad no eran nuevos, pues habían llegado de Indias y se conocían desde el siglo XVI, pero sí será novedoso su cultivo masivo: el maíz y la patata. La política agraria de Carlos III Tuvo gran interés, pero sin apenas resultados:  Liberalización del comercio de granos: El tema discutido fue dejar libre el comercio de cereal y, por tanto, eliminar la tasa del trigo (precio máximo). Con la Pragmática de 1765 se abolió la tasa, pero tuvo efectos contrarios a lo que se esperaba del libre juego del mercado, a causa de la especulación y el acaparamiento por los poderosos: hubo motines por toda España.  Reparto de baldíos y tierras concejiles: Se inició de manera espontánea por el intendente de Badajoz, quien preocupado por los problemas de orden público y por la necesidad de tierras, repartió tierras baldías a campesinos sin propiedad. Se repartían lotes de ocho fanegas, prohibiendo el subarriendo y la amortización eclesiástica. La ley benefició la posición de yuntas de ganado. El boicot municipal y la insuficiencia para el sustento de los pobres frustraron la medida.  El fracaso de la ley de amortización: Campomanes pretendía frenar nuevas amortizaciones. No llegó a aprobarse.  El intento de promulgar una Ley Agraria: Buscaba regular las relaciones de producción frente a la dureza de las condiciones de los contratos, de la subida de los arrendamientos, de la corta duración de esos arrendamientos, de la abundancia de los subarriendos… Se inició un expediente general que se sintetizó en el Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos. Se quedó en papel mojado porque era un proyecto que iría contra todas las bases estructurales del estado absoluto.  La colonización de Sierra Morena y Andalucía: Fue la única política que se saldó con relativo éxito. Aprovechaba el área despoblada del Camino Real entre Madrid y Cádiz, con abundante bandolerismo, quiso poblarse con extranjeros. A Pablo de Olavide se le nombró Intendente de Sevilla y Superintendente de las Nuevas Poblaciones con plenos poderes en la zona. A los colonos que vinieron se les hizo labradores, asignándoles parcelas de tierra de unas 20 fanegas en lotes homogéneos. Además se les dio aperos similares, animales de granja y víveres para el primer año de trabajo, junto a la exención de impuestos. Estas tierras se daban a censo perpetuo (propiedad del estado). Eran tierras mediocres. 2.2. La ganadería La ganadería en general, y la Mesta en particular, experimentaron una fase de expansión en la primera mitad del siglo XVIII, sobre todo a causa del bajo costo de los pastos. Felipe V adaptó los derechos de la Mesta a la Corona de Aragón. Sin embargo, los problemas se hicieron patentes a partir de Carlos III, ya que la lucha entre agricultores y ganaderos se recrudecieron en el contexto de “hambre de tierras” ya indicado. El precio de la lana subió menos que los precios de los productos agrarios, la renta de los arrendamientos se incrementó, con lo que los ganaderos tuvieron un margen de beneficio más bajo. Se intensificó la competencia extranjera y Campomanes, como presidente, abolió el privilegio de profesión; permitió cercar tierras y cesó a los alcaldes como entregadores de la Mesta. 2.6. La liberalización del comercio El siglo XVIII un siglo de muchas guerras europeas y atlánticas. España estuvo casi en continua guerra con Inglaterra, la primera potencia naval, lo que hizo frecuente el bloqueo de los puertos españoles. En general, en España el comercio exterior mantuvo una balanza comercial desfavorable. España tenía una marina mercante muy débil. Este comercio sigue teniendo una estructura muy tradicional, con importaciones de piezas textiles (de lino, algodón, cáñamo) y productos elaborados, frente a exportaciones de materias primas y productos básicos. La costa importa grano mientras que en general también se trae pescado y madera. Por otro lado, España reexportaba los famosos ultramarinos coloniales. Los borbones empezaron a aplicar una nueva política arancelaria, encarnada en el avance del libre comercio con las Indias entre 1765 y 1778. Tuvo como antecedente la constitución de Compañías Comerciales. Eran compañías privadas de accionistas que recibían apoyo del Estado con una concepción mercantilista, otorgándoseles privilegios y en algunos casos el monopolio para comerciar determinados productos en ciertas zonas. Destaca la Guipuzcoana de Caracas, que promoverá las plantaciones de cacao en Venezuela. La compañía de La Habana traía azúcar y tabaco. Las compañías supondrían el primer asalto al sistema de puerto único. Desapareció el sistema de flotas. El gran cambio, no obstante, llegará en el reinado de Carlos III: los Decretos de Libre Comercio fueron el gran golpe al ya maltrecho monopolio. El segundo momento clave y definitivo fue 1778, cuando entró en vigor el Reglamento de Comercio que permitió el libre comercio de 13 puertos españoles (los nueve anteriores más Mallorca, Tortosa, Santa Cruz de Tenerife y Almería) con hasta 22 puertos americanos, excepto Venezuela y Nueva España. Entre 1782 y 1796, crecieron un 1.000% las importaciones y un 400% las exportaciones. También hay que destacar que esta medida no perjudicó en exceso a Cádiz, que siguió siendo el puerto preferido, por su situación estratégica y su infraestructura bien asentada. De todas maneras, la Casa de Contratación fue suprimida en 1790 y siete años después, en el contexto de la guerra contra Inglaterra, se promulgó el Decreto de Neutrales, que permitía a potencias no beligerantes en el conflicto comerciar con las colonias españolas. 3. LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII La sociedad del siglo XVIII es en esencia la sociedad estamental, aunque abierta a cambios, operados por el dinero, que venía abonando la transformación hacia una sociedad de clases. Desde los gobiernos reformistas se propugnaba una disminución de las distancias sociales, al menos en las ciudades, mediante la forja de una “mesocracia”. 3.1. Pervivencia de la sociedad tardofeudal La nobleza La nobleza disminuyó en número, aunque tanto ella como la Iglesia mantuvieron sus privilegios. Lo que ha ocurrido es que muchos hidalgos, la capa más baja de la nobleza, dejaron de ser considerados nobles. En la nobleza titulada también se computan menos personas, sobre todo por uniones muy endogámicas dentro de la nobleza, concentrándose así los títulos en pocas personas. No obstante, se crearon nuevos títulos, otorgados por servicios prestados. Además, se produce un ascenso de gente adinerada que ahora se va a ennoblecer. En siglos anteriores la nobleza de sangre era la más valorada, ahora se cambia este pensamiento, valorándose cada vez más esos servicios prestados a la Corona. Era la nobleza de toga. Los señoríos fueron respetados, pero cada vez más controlados, por ejemplo en lo referente a competencias judiciales y municipales. Felipe V creó la Junta de Incorporación para que revisara los señoríos, y con ello los que no podían asegurar que eran señores debían entregar esas tierras. Entretanto los señoríos se identificaron con la propiedad plena y los antiguos nobles reforzaron su papel como propietarios de las tierras, por lo general vinculadas. Mantuvieron su prestigio las antiguas órdenes militares. La nobleza también fue llamada de forma especial a colaborar en las Sociedades Económicas de Amigos del País. Además, los ministros ilustrados designados por Carlos III procedían de niveles modestos (manteístas). Cabe señalar en esta línea, desde la óptica del Estado, el fomento de las Maestranzas de Caballería, que agrupaba a una nobleza local que así recibía ciertos elementos del fuero militar y una jurisdicción privativa. Solo funcionaron durante todo el siglo cuatro: las de Sevilla, Granada, Ronda y Valencia, que alcanzaron el privilegio de organizar corridas. Se especializaron en la cría caballar y se esperaba que conformasen una fuerza de caballería de reserva. En este contexto, los “grandes de España” (cima de la nobleza titulada), pasaron de 113 al comenzar el reinado del primer Borbón a unos 1.300 en 1797. Se endurecieron las pruebas de hidalguía mientras la nobleza titulada crecía. El clero Permanece estable su número a lo largo del siglo XVIII. El clero representaba al comenzar el siglo el 2% de la población. Lógicamente el clero secular, y en particular el asignado a las parroquias, era el más valorado por los ministros ilustrados. El mapa diocesano español sufrió pocas modificaciones. No obstante, buscando un ápice de racionalidad territorial y de acuerdo con el crecimiento demográfico y el aislamiento insular, se crearon cuatro flamantes diócesis. A finales de siglo los clérigos con responsabilidades pastorales (cura de almas) ascendían a la cifra de 22.000, para ellos propiciaron los ministros ilustrados una dignificación salarial. Se impulsaron seminarios para encargarse de la debida formación del clero. El clero acumulaba el 15% de las tierras cultivables y el 25% de la renta agraria (alto rendimiento), así como un 10% del ganado y un 1/3 de los alquileres de inmuebles. A menor nivel de retribución del clero, se observa una menor preparación, una escasa motivación y una relajada moralidad. Y esos eran precisamente los agentes pastorales en contacto con el pueblo en quienes los ministros cifraban expectativas de cambio en la España interior. Toda esta realidad provocaba críticas contra la Iglesia a finales del siglo XVIII. La Iglesia seguía acumulando bienes, pues se los podían donar siempre y cuando el donante tuviera plenas facultades y lo hiciera voluntariamente, aunque eso se terminó limitando. La doctrina de la Iglesia respecto a los bienes temporales era muy clara, los justificaba sosteniendo que era administradora de los bienes de los pobres. Su prioridad era sostener el culto y al propio clero. No obstante, contribuían al Estado más que la nobleza, merced al pago del subsidio y el excusado, o el acaparamiento por el Estado de pensiones (derivadas de las rentas de los obispos) y de las tercias reales (una parte de los diezmos). Era un tácito contrato social para paliar las enormes desigualdades sociales en la enseñanza, la sanidad o la pobreza. Se constata un regalismo borbónico temprano. Los nombramientos eclesiásticos se proveían mediante el derecho de presentación. Por un lado, del clero secular, especialmente los párrocos, el Estado esperaba que colaborase con el proceso reformista ilustrado. Los ilustrados abominaban el clero regular como parásitos sociales improductivos y aislados. Campomanes propuso una política muy agresiva contra las órdenes religiosas, llegando a impulsar la expulsión de los jesuitas del país, aunque al resto de las órdenes sólo se aplicó una política de disminución del número de religiosos. Lo más avanzado que se logró, junto a la espectacular expulsión y posterior supresión de la Compañía de Jesús, fue una descafeinada desamortización que no puede considerarse una confiscación absoluta, ya que se pagó una renta. El estado llano: ciudad y campo La burguesía es la clase más interesada en la disminución de los grupos privilegiados propios de la sociedad estamental (como eran los gremios o la Mesta), pero lo cierto es que el sistema le permitía acceder a los privilegios en base a su riqueza, algo muy valorado en la sociedad de la época. Así que, cuando se impuso el liberalismo, ya ostentaban en gran medida el poder económico. No fue “revolucionaria” la burguesía española, sino que se integró bien en la estructura social. En ese sentido la constitución de mayorazgos (exigidos con un mínimo de 3.000 ducados de renta anual desde 1789), la compra de tierras, la adquisición de ejecutorias de hidalguía, la administración de grandes haciendas nobiliarias, los matrimonios con personas de linajes venidos a menos, junto al acceso a la enseñanza superior, la TEMA 7. LA POLÍTICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII 1. LA NUEVA DINASTIA Y LA REORGANIZACIÓN DEL ESTADO 1.1. La Guerra de Sucesión Española Felipe V había sido jurado como rey por las Cortes de Castilla y Aragón en 1700. Tuvo una fuerte influencia de su abuelo. Enseguida se produce una reacción por parte de las potencias europeas, que temían que se vulnerase el equilibrio de Westfalia. Así pues, se formó la Gran Alianza de la Haya, en la que se reunieron como aliados Holanda, el Emperador de Viena Leopoldo I y un representante del Rey de Inglaterra. Contó con el apoyo de los principales estados alemanes, Portugal y Saboya. El emperador quería la corona para su hijo, que fue proclamado Rey de España en Viena como Carlos III. Fue una guerra larga por más de diez años, desarrollada en multitud de escenarios. Ante del miedo de que fuera un rey autoritario que no respetara los fueros, Aragón se puso de lado del Archiduque. Pero la suerte de la guerra cambió en 1711, al producirse la muerte del Emperador de Viena José I. Esta inesperada muerte convertía al archiduque en Emperador de Viena, con el nombre de Carlos VI. Los aliados ya no consideraban adecuado seguir apoyándolo, dadas las nuevas circunstancias. En consecuencia, Inglaterra y Holanda se retiraron de la alianza y poco después se firmarían las paces que pusieron fin a la contienda, en Utrecht-Rastadt (1713-14). 1.2. Las consecuencias de la guerra Las pérdidas territoriales en la Paz de Utrecht En primer lugar, todas las potencias firmantes reconocieron a Felipe V como Rey de España y de las Indias, con la condición de su renuncia a los derechos al trono francés. A cambio de este reconocimiento, la monarquía hispánica perdía todos sus territorios europeos: los territorios italianos fueron a parar a Austria y a Saboya, los Países Bajos Españoles también fueron al Imperio en su mayoría e Inglaterra vio reconocidas sus ocupaciones, así como importantes ventajas comerciales (asiento y navío de permiso). Los decretos de Nueva Planta Por fin, las tropas borbónicas entraron en la ciudad de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 (la Diada), derrotando a Carlos y aboliendo los fueros. España quedó reducida a los territorios de la Península y los archipiélagos de Canarias y Baleares y las Indias. La pérdida territorial se compensó con una mayor coherencia de los existentes. Se pasó a una monarquía más unificada. Los países de Aragón perdieron sus fueros. Los Decretos de Nueva Planta, que impusieron que toda la Monarquía se gobernara a partir de entonces con un mismo sistema legal. unificación que significaba que el poder real saliera fortalecido. No obstante, aunque se abolieron los fueros, la unificación quedó falta de una proclamación formal y jurídica. 1. La Nueva Planta en Valencia y Aragón: Los primeros en verse privados de sus fueros fueron los reinos de Aragón y Valencia, tras la victoria borbónica en la batalla de Almansa, en “virtud del justo derecho de Conquista”. Se imponen las instituciones castellanas, se abole el privilegio de extranjería y el derecho civil. Para el gobierno se establece el Real Acuerdo: una cogobernanza de un capitán general con una audiencia (originalmente chancillerías) para cada reino. 2. La Nueva Planta en Cataluña y Mallorca: El texto habla de “pacificación”, no “conquista” pese a ser lo mismo. Se establece el Real Acuerdo, pero no se suprime el derecho civil. Por cuestiones lingüísticas, se mantienen plazas de “naturales” aunque se imponga el castellano como lengua oficial. En Mallorca se respeta el Tribunal del Consulado del Mar. catalán. También se introduce el sistema municipal castellano, siendo a partir de ahora lo normal el que los municipios de tipo medio tengan ocho regidores y estén presididos por un corregidor. 1.3. Los cambios en el aparato estatal en el siglo XVIII Se crean unas Cortes únicas para los reinos unificados a Castilla, pero se mantienen las Cortes de Navarra. Los cambios en el sistema polisinodial Aunque se mantuvieron los consejos, sufrieron importantes cambios: - En primer lugar desaparecieron algunos Consejos Territoriales que se ocupaban de los territorios perdidos o uniformados. Solo pervivieron los Consejos de Castilla e Indias. - Pervivieron todos los Consejos Ministeriales, pero irían perdiendo protagonismo frente a las Secretarías del Despacho que se crean. - Perviven también los consejos de Inquisición, Órdenes Militares y Cruzada (acabará siendo el Comisariado General de la Cruzada). El único que salió verdaderamente reforzado fue el Consejo de Castilla. Así por ejemplo, durante el reinado de Carlos III, será el que dirija la política reformista. Siguió desempeñando una mezcla de funciones políticas, administrativas, judiciales y legislativas. Se organizó en Salas de Gobierno y Salas de Justicia, en rango de Tribunal Supremo. De este dependían Intendentes y Universidades. Lo formaron veinticinco consejeros, dos fiscales y un presidente. El puesto de consejero de Castilla era el cénit de la carrera administrativa. Las secretarías del Despacho Son las piezas clave de la administración central borbónica durante el siglo XVIII. Se remontan a la Secretaría del Despacho Universal de Felipe IV, que actuaba como nexo entre el monarca y los consejos. En 1721 se establece el sistema de cinco secretarías: 1. Secretaría de Estado (para asuntos internacionales) 2. Secretaría de Justicia y Gobierno Político (llamada después Gracia y Justicia) 3. Secretaría de Hacienda 4. Secretaría de Guerra 5. Secretaría de Marina e Indias Responden a la necesidad de agilizar las acciones de gobierno, ya que, al ser unipersonales y no colegiadas, eran más eficaces. El titular de Estado era el Primer Ministro. Los secretarios se reunían en la Junta Suprema de Estado. Aunque el número de Secretarías del Despacho permaneció estable casi todo el siglo, con cierta frecuencia sucedió que la misma persona era el titular de varias Secretarías. Por último, hay que destacar que en aquellas materias en que pervivían a la vez un Consejo y una Secretaría del Despacho de la misma rama, la pugna jurisdiccional entre ambos organismos, si la había, se solía resolver a favor de las Secretarías. La administración territorial: Capitanes Generale y Audiencias Los organismos del Real Acuerdo desempeñaban funciones administrativas y judiciales en rango de apelación en los territorios de la nueva planta. No obstante, se mantuvo la administración anterior de Navarra, con un virrey y un Consejo de Navarra (en realidad, Audiencia de Navarra, con sede en Pamplona), así como la administración anterior de la Corona de Castilla. En Castilla pervivieron las Chancillerías y se crearon dos nuevas audiencias: Asturias y Extremadura. La administración provincial: Los intendentes Son los representantes provinciales de la autoridad real. Se establecieron en la Guerra y se acomodarían a las capitanías generales. En un segundo momento, con Fernando VI, se refundaron con funciones de justicia, policía, hacienda y guerra. La policía se refería al orden y al desarrollo económico. Dependían del Consejo de Castilla y gestionaban rentas y recaudaciones. Se estableció una intendencia por cada país de la antigua corona de Aragón. En Castilla, veintidós. Los intendentes debían ser foráneos y ocupaban el cargo de “corregidor” en las capitales, aunque posteriormente se separarían. El Corregidor se ocuparía de justicia y policía y el Intendente de hacienda y guerra. Los cambios en la administración municipal Se impone el sistema de municipio castellano en la Corona de Aragón, con ayuntamientos con regidores y en los más importantes con la implantación de la figura del Corregidor. austriacos en Bitonto y se apoderó de Nápoles. Carlos acabaría reinando sobre las Dos Sicilias. Pronto surgiría una nueva guerra contra Inglaterra, a causa del contrabando, la llamada Guerra de la oreja de Jenkins. La armada inglesa, mandada por Vernon, saqueó Portobelo (1739), pero fue rechazada en Cartagena de Indias. En 1740 estalla la Guerra de Sucesión de Austria. España intervino en apoyo de Francia con la intención de recuperar Parma. Se firma el Segundo Pacto de Familia para que el infante Felipe también consiguiera Milán. Felipe V muere y Fernando VI llega a la Paz de Aquisgrán, asegurando las posesiones dinásticas. Inglaterra consiguió ver prorrogadas sus concesiones de Utrecht en el imperio colonial español. 3. EL REINADO DE FERNANDO VI (1746-1759) Es un reinado de transición con un fuerte interés cultural. Cuando Fernando VI llegó al poder no tenía preparación alguna para reinar, pues la segunda esposa de su padre, Isabel de Farnesio, se había encargado de marginarlo de todos los asuntos de gobierno. Supo rodearse de eficaces colaboradores como Ensenada y Carvajal. Casi todo el reinado fue una época de paz, que habría que matizar como de “paz armada”. 3.1. Política interior Se inicia el reformismo Ilustrado con los proyectos hacendísticos, la aplicación de una fuerte política de corte regalista y la promoción de un programa cultural. Los proyectos hacendísticos de Ensenada En un primer momento intentó hacer rendir al sistema hacendístico en vigor el máximo de su potencialidad económica; para ello hizo que el Estado asumiera la gestión directa de los impuestos existentes. Se aplicó por primera vez una política proteccionista. Ensenada aspiraba a cambiar el sistema fiscal, especialmente en el caso de la antigua Corona de Castilla. Era un sistema injusto y territorialmente desigual, basado en impuestos indirectos sobre el consumo y las ventas. Asimismo, era muy complejo de gestionar. Se propuso una única contribución, un impuesto único que gravara todas las rentas y los rendimientos del trabajo personal, pagada por todos. Gravaría con un 4 % totas las rentas y rendimientos del trabajo de los laicos y con un 3 % las de los eclesiásticos. No fue aprobado por la fuerte oposición de los privilegiados. Política regalista: El Concordato de 1753 Se consiguió por fin hacer realidad la aspiración de la Corona Española de ejercer el Patronato Regio sobre toda la Iglesia de España. En este concordato se establece el Patronato Universal de los Reyes de España sobre la Iglesia española, lo que significaba la posibilidad de nombrar más de 25.000 cargos eclesiásticos en todo el país. Benedicto XIV accedió a una sustancial reducción de las “fiestas de guardar”. 3.2. Política exterior Durante el reinado de Fernando VI la política exterior estuvo marcada por el pacifismo y la neutralidad. Los gastos militares se dispararon. Ensenada relanzó la reconstrucción de una potente armada. Su caída fue propiciada por la cuestión suscitada por la Colonia de Sacramento, fundada por los portugueses en el margen izquierdo del Río de la Plata, que suponía una abusiva ampliación del territorio de Brasil y una amenaza a Buenos Aires. Los españoles habían fundado Montevideo. Carvajal negoció un cambio de posesiones en el Tratado de Madrid (o de Límites). La resistencia de los jesuitas y de los indios a pasar a dominio portugués hizo que Ensenada intercediera a favor de éstos ante Carlos, futuro Carlos III, para que mediara ante su hermano, anulando el Tratado de Límites; conocido el hecho, causó un gran escándalo y Fernando VI retiró su confianza a Ensenada, esto provocó su caída. 4. EL REFORMISMO ILUSTRADO EN LA ESPAÑA DE CARLOS III El reinado de Carlos III (1759-1788) es considerado como el máximo representante del “Despotismo Ilustrado” en España. Carlos III era hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio y sucedió a su hermano Fernando VI que murió sin hijos. Cuando llegó al poder tenía 43 años, era una persona madura y con experiencia en tareas de gobierno, pues había sido rey de Nápoles durante 25 años. 4.1. Política Interior La política ilustrada inicial A la llegada de Carlos III a España y en los primeros años de gobierno, puede hablarse de una cierta influencia de Nápoles sobre nuestro país, con personajes como Tanucci, Esquilache o Grimaldi. La etapa final del reinado de Fernando VI, tras la muerte de su esposa Bárbara de Braganza que desencadenó la locura del rey, había sido de colapso en la administración. Impulsó una administración rigurosa y eficaz que bien pronto se tradujo en un aumento considerable en las contribuciones. Como consecuencia, tuvo la impopularidad del rey y sus ministros. También emprendió una política de mejoras urbanísticas de la capital del reino, al mando de Sabatini. Pronto se abrieron pozos sépticos para las viviendas, conducciones de aguas residuales, se impuso un alumbrado nocturno de más de 12.000 faroles y se pavimentaron calles. Los vecinos se vieron obligados a sufragar la obra. También se impulsó una política de policía que se vio en la prohibición de las capas y los sombreros de ala ancha. Esto ocurrió en un clima de general descontento, coincidente con una coyuntura económica poco favorable, ocasionada por los problemas del campo y la supresión de la tasa máxima. Los motines de 1766 El 20 de marzo se promulgó la orden prohibiendo sombreros y capas; después de tres días de oposición sorda el 23 de marzo, Domingo de Ramos, tras la procesión de las palmas, se produjo una gran manifestación de más de cinco mil personas en la plaza Mayor, que expresó sus quejas contra el ministro extranjero y asaltó su casa. El Lunes Santo se produjo una manifestación aún mayor, la multitud marchó desde la Puerta del Sol hasta el palacio real, donde se produjeron los primeros choques con la guardia valona, una fuerza extranjera encargada de la seguridad personal del rey. Los amotinados fueron apaciguados por P. Cuenca, que se presentó ante ellos con traje de penitente y los llamó al sosiego. Entre sus reivindicaciones estaban: el destierro de Esquilache, el fin de los ministros extranjeros, la extinción de la guardia valona, la rebaja de los comestibles y la supresión de la Junta de Abastos, acuertalamiento de tropas, anulación de la orden de vestimenta y ratificación del rey. Carlos III se dirigió a Aranjuez con dos ministros extranjeros. Conocido el hecho por los amotinados, interpretaron que se estaba preparando la represión y que las promesas reales serían incumplidas. El Martes Santo hubo protestas. Carlos III concedió las peticiones en una carta que fue leída ante miles de madrileños. Los acontecimientos de Madrid se extendieron a otras capitales del reino en los días siguientes y generaron motines durante todo el mes de abril de 1766. En los motines en provincias las protestas se centraron más en la carestía de los víveres y en la mala gestión de las autoridades locales. No puede aceptarse la teoría de una conspiración general. En la base del conflicto está la estructura agraria española que condenaba a la marginalidad a buena parte de la población campesina. Pero los problemas agrarios de fondo fueron aprovechados para dirimir otras cuestiones, sirvieron de catalizador de otros descontentos. En Madrid hubo una doble coordenada: la lucha por la subsistencia de las clases populares y la lucha por el poder dentro de la élite reformista, y entre esta última y los sectores más conservadores. Otra parte de la nobleza, más proclive a la política reformista, luchaba por instalarse en el poder; era el caso de Ensenada y sus partidarios, que instigaron a la multitud para retomar el poder. El clero y los jesuitas eran contrarios a las exigencias de mayor tributación. Las consecuencias de los motines fueron varias y de distinta naturaleza. El abaratamiento de las subsistencias, concedido inicialmente, no fue asumido por la Hacienda. El efecto más visible de los motines fue la caída de Esquilache y su regreso a Italia. Tras la caída de Esquilache se produjo un giro conservador en la política bajo el Conde de Aranda al frente del Consejo de Castilla. Aranda se preocupó del fortalecimiento de la autoridad real y restablecimiento del orden público, tomando medidas en las principales ciudades. Dictó órdenes tajantes contra vagos y mendigos fundarlas y trazaba sus líneas maestras. Se crearon un total de 97 entre 1775 y 1808. En Andalucía surgieron 32, pero no las hubo en los núcleos burgueses más activos. En todas ellas hubo un amplio espectro de las clases rectoras de la sociedad, según la realidad local. No tuvo mucha relevancia la presencia de la burguesía, comerciante e industrial, en las filas de las Económicas, pues en España la burguesía era entonces poco significativa. Las Económicas debían informar al gobierno sobre la situación económica y social de sus respectivos territorios, para sobre esta base aplicar el programa de reformas gubernamental. También debían fomentar la educación como base del desarrollo. Eran una suerte de “consejo técnico” que nació con un doble objetivo: difundir la enseñanza útil y racionalizar la economía. Para desarrollar estos objetivos sus miembros se organizaban en comisiones. Para la juventud de la élite social promocionaron los seminarios de nobles, como el de Vergara, ya aludido, con un alto y amplio nivel docente. Para las clases populares promovieron escuelas de primeras letras para niños y niñas. Para las niñas crearon las llamadas “escuelas patrióticas”, donde se les enseñaban sencillas labores textiles. Fueron el precedente de la FP. Para los niños se promocionaron las escuelas de dibujo, una enseñanza muy útil para los artesanos, preparándolos en la habilidad del diseño. El otro gran campo de actuación de los Amigos del País fue el fomento de la economía. La agricultura fue objeto de la mayor atención, en un momento de avance de la fisiocracia. Se difundían los adelantos más avanzados, casi siempre por medio de premios a los agricultores que pusieran en práctica dichas innovaciones. Se esforzaron por difundir nuevos cultivos alimenticios de entre los que destacó la patata. La preocupación por los cultivos más característicos de su región fue una constante. Pero la acción más relevante de las Económicas respecto a la agricultura fue la activa participación de la Sociedad Matritense en el proceso fallido de elaborar una Ley Agraria. También se preocuparon las Económicas por fomentar las manufacturas y la industria de la zona. Las Económicas intentaron restablecer y sacar de la decadencia las fábricas existentes en sus respectivas regiones. Algunas Sociedades crearon sus propias fábricas. Campomanes propuso que revisaran las ordenanzas gremiales. En el campo del fomento del comercio las Económicas realizaron tareas más teóricas, centrándose sobre todo en la lectura de tratados económicos y en la redacción de memorias por parte de sus socios. Por lo general, propugnaron las medidas liberalizadoras. Fomentaron la economía política mediante la difusión de autores económicos europeos y la creación de obras propias. Aunque diseñadas para respaldar la acción reformista del gobierno, funcionaron también como un importante cauce de acción política que contribuyó a ir creando la conciencia ciudadana que condujo hacia el liberalismo. Por último, no se deben olvidar las actividades desempeñadas por las Económicas en el campo benéfico-asistencial. Intentaron socorrer al pobre proporcionándole los medios para ganarse el sustento. El fomento de la enseñanza de los oficios y la creación de manufacturas populares es, sin duda, el campo de actuación más importante en este sentido. También llevaron a cabo medidas de beneficencia en el sentido más estricto. Aunque el balance de las actuaciones de los Amigos del País sea relativamente modesto, hay que tener en cuenta que las Sociedades Económicas fueron unas asociaciones que no contaron con asignación oficial alguna y que se mantenían con las cuotas de sus socios. Han quedado para la posteridad como el proyecto ilustrado que concitó mayor número de colaboradores y unos logros más palpables. 4.2. Política exterior Se rige por dos líneas maestras: - Un acuerdo duradero con Francia, que le sirviera para garantizar el dominio sobre las colonias americanas. - No descuidar el Mediterráneo tanto por Inglaterra como por establecer relaciones comerciales con el mundo musulmán. La rivalidad con Inglaterra Cuando Carlos III accede al trono se estaba desarrollando la Guerra de los Siete años (1756-1763). Francia necesitaba el apoyo de España y España estaba interesada en solucionar Gibraltar, Menorca, el corsarismo del Caribe y la pesca en Terranova. Se firma el Tercer Pacto de Familia en 1761. La guerra, que para nuestro país fue breve, se desarrolló de forma contraria a los intereses de España. Los ingleses tomaron La Habana y Manila. España invadió Portugal y tomó la colonia de Sacramento. Intentó, sin éxito, bloquear comercialmente a Inglaterra. La Paz de París (1763) selló la supremacía colonial inglesa frente a Francia. Inglaterra conservaba Gibraltar y Menorca, así como las ventajas comerciales en América. Al menos España recuperó las ciudades de La Habana y Manila, pero tuvo que devolver la colonia de Sacramento, entregar parte de la Florida a Inglaterra y dejar libre la navegación del río Misisipi. Francia nos entregó la Luisiana. Grimaldi es sustituido por Floridablanca. Buscó un nuevo papel de España en la política internacional, basado en aplicar la diplomacia con Gran Bretaña, manteniendo una mayor independencia respecto a Francia. Fa sublevación de las Trece Colonias británicas en América en 1775 fue una nueva ocasión para recuperar Gibraltar y Menorca. La Paz de Versalles (1783) ponía fin al conflicto. España recuperó la isla de Menorca, Florida y algunas posesiones del Golfo de México. También se solucionó el problema de los límites con Portugal en los dominios americanos, España obtuvo del país vecino la colonia de Sacramento, así como la isla de Fernando Poo, en el golfo de Guinea. Tras la recuperación de la Florida y, al seguir en manos de España la Luisiana, el imperio hispanoamericano llegó a su máxima extensión. La política mediterránea de Carlos III 1. Relaciones con Marruecos: Estableció relaciones comerciales con poblaciones como Larache, Tánger o Tetuán, al tiempo que abría los caladeros marroquíes a los pesqueros españoles. Más tarde surgirían confrontaciones que se materializaron en los intentos marroquíes de tomar Melilla (1774), Ceuta y el Peñón de Vélez de la Gomera (1775). El Tratado de Aranjuez (1780) ratificó los acuerdos de 1767 y obligó a los ingleses a evacuar Tánger. Se creaba la Compañía de Comercio de Casablanca, que ayudaba con grano a los marroquíes. 2. Expedición a Argel: O’Reilly intentó sin éxito tomar la plaza de Argel en 1775. Aun así se estableció un acuerdo que aseguraba la navegación y el comercio entre España y Argel. 3. Acuerdos con el Imperio Otomano: Se instalaron consulados en las principales ciudades del imperio y se relanzaron las relaciones comerciales con Levante. La política exterior de Carlos III y Floridablanca puede ser valorada muy favorablemente. Por primera vez España disfrutó de una orientación nacional de sus asuntos exteriores que superó los intereses meramente dinásticos. Fue una política exterior muy satisfactoria, pero que, sin embargo, no estuvo exenta de factores negativos, el principal someter al país a una tensión financiera y militar considerable. Las guerras con Inglaterra interrumpieron el comercio con América. Se obligó a la emisión de deuda pública en forma de Vales Reales, que se sometieron a una fuerte inflación.
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