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El hereje, Miguel Delibes, Ejercicios de Música

Una bandada de gaviotas que sobrevolaba la estela del Hamburg se reunía, graznando destempla- 15 El hereje, Miguel Delibes Page 2 damente, preparando el ...

Tipo: Ejercicios

2021/2022

Subido el 10/10/2022

gabi_larrondo
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¡Descarga El hereje, Miguel Delibes y más Ejercicios en PDF de Música solo en Docsity! PRELUDIO El Hamburg, una galeaza a remo y vela, de tres pa- los, línea enjuta y setenta y cinco varas de eslora, de- dicada al cabotaje, rebasó lentamente la bocana y salió a mar abierta. Amanecía. Se iniciaba el mes de octubre de 1557 y la calima sobre la superficie del mar y la estabilidad de la nave presagiaban bonanza, una jornada calma, tal vez calurosa, de sol vivo y suave viento del norte. Era el Hamburg un pequeño barco de carga, dotado con cincuenta y dos marineros, al que su capitán, Heinrich Berger, con un agudo sentido de la economía personal, superponía en el buen tiempo dos pequeñas tiendas de campaña sobre las cuader- nas de toldilla para alojar a cuatro posibles pasajeros de confianza, mediante un módico estipendio. En la primera de estas tiendas, viniendo de proa, viajaba ahora un hombre menudo, aseado, de barba corta, al uso de Valladolid, de donde procedía, tocado de sombrero, con calzas, jubón y ropilla de Segovia, que, acodado en el pasamanos de babor, oteaba con un anteojo el puerto que acababan de abandonar. Una bandada de gaviotas que sobrevolaba la estela del Hamburg se reunía, graznando destempla- 15 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 15 El hereje, Miguel Delibes damente, preparando el regreso a puerto. Por la amura, sobre la silueta de tierra, la bruma comenzaba a rasgarse y permitía divisar, entre los flecos, frag- mentos del cielo azul que la calma chicha de la ma- drugada auguraba. El hombre menudo y aseado hurgó con su mano pequeña y nerviosa en el bolso de la ropilla, extrajo el papel plegado que le había entre- gado un marinero al embarcar y leyó de nuevo el breve mensaje que contenía: «Bienvenido a bordo. Le espero a almorzar en mi camareta a la una del me- diodía. El capitán Berger». El Doctor le había hablado con afecto del capitán en Valladolid. Aunque hacía mucho tiempo que no se veían, entre el Doctor y Heinrich Berger se anuda- ba una vieja amistad de lustros. El Doctor confiaba de tal modo en el capitán que hasta que no supo su propósito de regresar a España en el otoño no se de- terminó a autorizar el viaje a Alemania de su correli- gionario Cipriano Salcedo. El hombre menudo con- templaba la mar mientras reconstruía mentalmente la imagen del Doctor, tan taciturno y medroso en los últimos tiempos, advirtiéndole de los riesgos de su estancia en Europa. La reciente prohibición de salvar las fronteras concernía, es cierto, a clérigos y estu- diantes, pero era sabido que cualquier viajero que de- cidiera moverse por Alemania en estos días sería so- metido a una discreta vigilancia. El Doctor había dicho discreta vigilancia, pero de su tono de voz dedujo Ci- priano Salcedo que la vigilancia sería estrecha y con- minatoria. De ahí sus precauciones a lo largo del viaje: sus repentinos cambios de medio de trans- porte, el miramiento en la elección de posada o de lu- gares de encuentro para sus citas, y aun en sus sim- 16 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 16 El hereje, Miguel Delibes problema a su origen, que no consigamos nada. Éste ha sido el motivo de mi viaje: informarme. Conocer de cerca la realidad alemana, entrevistarme con Fe- lipe Melanchton y adquirir libros... —¿Qué clase de libros? —De todo tipo, especialmente los últimos edita- dos. Hace tiempo que no entran libros en España. El Santo Oficio acentúa su vigilancia. En este momento está revisando el Índice de libros prohibidos. Leer esos libros, venderlos o difundirlos constituyen de por sí graves delitos. Hizo un alto Salcedo pensando que el capitán no se conformaría con su vaga respuesta y, en vista de su silencio, añadió: —La que murió fue la madre del Doctor. La ente- rramos en el Convento de San Benito con cierta pompa, guardando debidamente las formas. Así y todo hubo murmullos y protestas en el funeral. —¿Doña Leonor de Vivero? —inquirió el capitán. —Doña Leonor de Vivero, exactamente. En cierto modo ella fue en tiempos el alma del negocio en Va- lladolid. El capitán Berger denegó con la cabeza, sonriendo. Tendría doce o quince años más que su interlocutor, una roja perilla y un pelo muy rubio, casi albino, más propio de un escandinavo que de un alemán. Seguía observando las pequeñas manos de Salcedo con viva curiosidad, los ojos entrecerrados, y, paulatinamente, elevó la mirada hasta su rostro, reducido también, como reducidas y correctas eran sus facciones, dominadas por unos ojos sombríos y profundos. Para escapar de la sugestión del personaje, bebió me- dio vaso de vino de Burdeos, de una jarra colocada 19 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 19 El hereje, Miguel Delibes en el centro de la mesa, levantó los ojos y precisó: —Creo que el alma del negocio en Valladolid fue siempre el Doktor. La madre fue uno de sus apoyos. Tal vez la que acogió la doctrina de la justificación con mayor entusiasmo. Al Doktor le conocí en Ale- mania, en Erfurt, cuando aún era un exasperado eras- mista. Luego, al regresar a Valladolid, llevaba ya la le- pra consigo. Salcedo se revolvió inquieto. Le ocurría siempre que creía haber dicho algo improcedente, tal vez otra reminiscencia de su temor filial: —En realidad, lo que quería decir —aclaró— es que doña Leonor era la mujer fuerte, la que sostenía al Doctor en sus horas bajas y daba vida y sentido a los conventículos. El capitán Berger prosiguió como si no le hubiera oído: —No le devolví la visita al Doktor hasta ocho años más tarde. Fue aquél un viaje inolvidable a Vallado- lid. Tuve el honor de asistir a un conventículo presi- dido por el Doktor junto a su madre, doña Leonor de Vivero. Sin duda, esta mujer tenía una visión clara de las cosas, una idea inequívoca de lo esencial, aunque en sus modales mostrase un cierto autoritarismo. La línea azul del mar subía y bajaba en la portilla, acorde con el leve balanceo del navío. También acom- pañaba a los comensales un reiterado crujido del mamparo de madera que separaba el pequeño refec- torio de la camareta del capitán. Dijo Cipriano Sal- cedo asintiendo: —Todos sus hijos la veneraban. Les confortaba su fe. Uno de ellos, Pedro, párroco de Pedrosa, compar- tía con ella la afición de Lutero por la música porque 20 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 20 El hereje, Miguel Delibes entendía que la verdad y la cultura, para ser tales, de- ben marchar unidas. El joven marmitón les servía ahora un plato de carne y, al concluir, colocó sobre la mesa otra jarra de tinto de Burdeos antes de ausentarse. El capitán vertió vino en el vaso de Salcedo. Tellería aún no lo había probado y seguía observando a Berger con una curiosidad de entomólogo, mientras cargaba de ta- baco la cazoleta de su pipa, una pipa india, de barro, que los matuteros de los galeones introducían en Se- villa, junto con el tabaco, cuyo consumo empezaba a difundirse entre el pueblo pese a la enemiga de la In- quisición. El capitán aguardó a que el pinche cerrara la puerta corredera para decir: —Al referirnos a Valladolid no debemos olvidar a un hombre clave, don Carlos de Seso, encarnación perfecta del macho veronés: apuesto, fuerte, inteli- gente y presumido. A mi entender, don Carlos de Seso es una figura imprescindible en el despertar del luteranismo castellano. Cipriano Salcedo acariciaba a contrapelo su corta barba. Asentía de una manera mecánica, un poco forzada: —Don Carlos de Seso es un hombre interesante, muy leído, pero hay algo oscuro en torno a su per- sona: ¿por qué marchó de Verona? ¿Por qué recaló en España? ¿Huía tal vez de algo o por simple espíritu de misión? El capitán Berger no ocultaba ningún detalle que pudiera interpretarse como desconocimiento de la realidad luterana: —Los papistas, en principio, aceptan a Seso, cuen- tan con él. Incluso lo enviaron a Trento, al Concilio, 21 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 21 El hereje, Miguel Delibes torno rural. Pero fue en Wittenberg donde compré los libros y pude, al fin, entrevistarme con Felipe Me- lanchton. Los ojos amusgados del capitán Berger animaban a Salcedo en su relato, le estimulaban. Prosiguió: —Wittenberg me sorprendió por su actividad edi- torial. Había imprentas y librerías por todas partes. Recorriendo la ciudad entendí aquello de que «Lu- tero era hijo de la imprenta», porque, bien mirado, su fuerza estaba en ella. Era el primer hereje que dispo- nía de un medio de comunicación tan eficaz, tan po- deroso, tan rápido. Por otra parte advertí que la ma- yoría de los tipógrafos eran secuaces suyos, y, como seguidores fieles, se mostraban diligentes en aquellos trabajos que interesaban al reformador y, por contra, se demoraban y llenaban de erratas aquellos otros que venían de sus adversarios. Fue allí, en Witten- berg, donde pude hojear Pasional, ese libelo antipa- pista, lleno de textos torpes e ilustraciones groseras en las que conciben la figura del Papa como un asno defecado por el diablo. Isidoro Tellería terminaba de fumar su pipa y sa- cudía la cazoleta de barro en un plato, cuando el ca- pitán Berger atajó a Salcedo: —Esos papeluchos no son la Reforma. No debe juzgar la Reforma por ellos. En toda revolución hay excesos. Es inevitable. En la crítica revolucionaria nunca hay matices. Se le había calentado la boca y Salcedo hablaba y hablaba sin la menor vacilación, desapasionada- mente, como si juzgase algo ajeno a sus ideas, com- pletamente obvio: —No son la Reforma, capitán, pero operan contra 24 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 24 El hereje, Miguel Delibes ella. Ante estas cosas, el visitante extranjero en Ale- mania tiene la impresión de que Lutero fue dema- siado lejos. Con razón consideraba la imprenta in- vento divino, pero sospecho que no hubiera aprobado el mal uso que una vez muerto se está ha- ciendo de ella, siquiera sus primeros libros Cautividad de Babilonia y El Papado fundado por el demonio tam- poco fueran cuentos de hadas. —Pero piense en su Biblia, no olvide lo funda- mental. —Lo sé, capitán. La Biblia alemana, un monu- mento ¿no? Según algunos intelectuales españoles este libro justifica por sí solo la célebre frase de que «Dios ha hablado en alemán», tan bello es, tan eufó- nico. Lutero y su Biblia universalizan el idioma ale- mán sacralizado. Es evidente. Se acentuaba el balanceo del Hamburg y don Isi- doro Tellería se sujetaba la cabeza entre las manos como con temor de que se le despegara de los hom- bros en uno de aquellos vaivenes. El marmitón, que había retirado los platos, recogía ahora las migas de la mesa en una bandeja y, al concluir, sirvió unas copas de aguardiente. El capitán Berger contempló compa- sivamente a Isidoro Tellería y aguardó a que el pinche saliera y cerrara la puerta corredera para añadir: —Es significativo que Lutero utilizara la música y la imprenta. Esto dice más a su favor que sus explo- siones montaraces; al menos es más convincente. Y cuando dice: «No quiero retractarme de nada porque no es honrado actuar contra la propia conciencia» está hablando de sus tesis, no de sus escarnios y agravios. La mirada fija, escrutadora, del capitán Berger desconcertaba a Salcedo. Le recordaba la mirada he- 25 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 25 El hereje, Miguel Delibes lada de su padre ante don Álvaro Cabeza de Vaca cuando éste le delataba: «Está ausente; no logro con- centrarlo, señor Salcedo». —Pero —advirtió rascándose la barba— en la Cau- tividad de Babilonia Lutero afirma que los sacramentos instituidos por Nuestro Señor son sólo dos: bautismo y comunión. Probablemente no es más que eso lo que se proponía decir pero aprovecha la ocasión para sol- tar la lengua, zaherir e insultar. Algo semejante su- cede con El Papado de Roma. El capitán alzó la mano derecha: —Por favor, permítame una palabra. Las burlas de los papistas contra esos libros y contra el matrimonio de Lutero con una monja son aún más despiadadas que las de Lutero contra ellos. Era un duelo verbal que Salcedo proseguía para sondear al capitán, para ver hasta dónde le dejaba lle- gar, para poner a prueba la ductilidad luterana. No le respondió porque notaba que algo le quedaba aún por desembuchar. Le miró fijamente a la punta de la nariz que era, según decía el padre Arnaldo en los Expósitos, lo que había que hacer con el desalmado para hacerle vomitar todo lo que ocultaba. El capitán Berger dijo: —Insisto en que lo justo es poner en el otro pla- tillo la sensibilidad del reformador, su amor a las bellas artes, el hecho de que utilizara la música en la liturgia. Concretamente el himno Un castillo inexpug- nable es nuestro Dios tuvo más resonancia en Centro- europa que el Tedeum. La voz del capitán Berger cobraba trémolos emo- tivos como los de los nuevos predicadores. Se acalo- raba. Deliberadamente Salcedo suavizó el tono: 26 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 26 El hereje, Miguel Delibes el hecho de retrasar el bautismo de los niños. A la gente le asustaba la amenaza del limbo. Por lo demás fue un grupo idealista que enarboló el anarquismo como bandera; Hubmaier lo llevó a Turingia. Pero además de la anulación del Estado, pretendían supri- mir la Iglesia, la jerarquía, los sacramentos y la pro- piedad privada. Todo un programa revolucionario. Tenga usted en cuenta que Hutter, por hacer esto mismo, fue quemado en Austria en esos años. A la postre el pueblo mismo acabó levantándose y católi- cos y protestantes unidos los derrotaron en Münster. Después de tanta sangre ¿cómo le puede extrañar a usted que aún haya huellas de violencia en Turingia? La voz apolillada de Berger se enardecía. «Hay ve- ces en que parece un canónigo magistral», le había dicho bromeando el Doctor en una de las conversa- ciones anteriores a su viaje. «Hombre bueno, funda- mentalmente bueno, e instruido», añadía inmediata- mente ante el temor de estar atribuyendo a su amigo una imagen que no le correspondía. Salcedo advertía que el capitán conocía al dedillo la reciente historia alemana, los pros y los contras de la revolución de Lutero y que, probablemente, le consideraba a él un pobre intruso, un párvulo ayuno de toda formación. La nave continuaba moviéndose, cabeceaba, a ratos insistentemente, y don Isidoro Tellería, imperturba- ble, llenaba de nuevo la cazoleta de la pipa. Cipriano Salcedo hizo una pausa, miró a los ojos claros de Ber- ger y prosiguió: —Estas cosas y otras del mismo tenor avivaron mi deseo de conocer a Melanchton. Lutero y él no siem- pre habían marchado de acuerdo pero los partidarios de uno y otro le reconocen ahora como la cabeza del 29 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 29 El hereje, Miguel Delibes protestantismo. Al fin conseguí ser recibido en Wit- tenberg. Se mostró afable y comprensivo conmigo. Me habló de Lutero con exaltada devoción, con afecto filial. Habló del Lutero reformador y del Lu- tero exclaustrado, fiel esposo y padre amantísimo. Se interesó por los grupos luteranos españoles y me transmitió un saludo para ellos. Luego se sometió su- misamente a mi interrogatorio, un largo interrogato- rio que arrancó de la Guerra de las hogueras en 1521, y terminó con la derrota del Emperador en Innsbruck y la división de Europa en dos bandos: católicos y protestantes. —Y ¿no le habló a vuesa merced de su actuación personal? —Naturalmente. Melanchton reconoció que él mismo alentó a los estudiantes de Wittenberg a que- mar la bula papal y aludió luego a sus posteriores di- ferencias con Lutero en las dietas de Worms y de Spira que, en el fondo, no sirvieron más que para acrecentar la tensión entre ambos bandos. Melanch- ton se mostró en aquellos momentos humanista y conciliador, pero Lutero desaprobó su postura. Según me dijo expresamente, con un punto de añoranza, Roma y la Reforma estuvieron a punto de entenderse incluso en aspectos muy delicados como el del matri- monio de los clérigos y la comunión en las dos espe- cies, pero ni Lutero ni los príncipes aceptaron tales propuestas. —Y ¿de su papel de sistematizador? —Me habló de ello también. Mencionó a Lutero, a la necesidad de crear unos códigos de fe y de con- ducta. Lutero mismo, con una clara visión del pro- blema, redactó dos catecismos, uno para predicado- 30 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 30 El hereje, Miguel Delibes res, muy elevado, y otro para el pueblo, más simple; ambos resultaron sumamente eficaces. También creó una bendición bautismal y otra nupcial para sustituir a los sacramentos del bautismo y el matrimonio sin provocar escándalo en el pueblo sencillo, que pen- saba que con la nueva liturgia los cónyuges y los ni- ños quedaban espiritualmente desamparados, eran un poco como animales sin alma. Personalmente —me dijo—, para participar en la organización del sistema, escribí el libro Hogares comunes que tuvo buena acogida. La formación dogmática era elemen- tal: sólo Cristo, sólo la Escritura, sólo la gracia; basta la fe. El luteranismo falló a la hora de hacer de la Igle- sia un ente invisible, sin estructura. Semejante cosa no fue posible y en este aspecto tanto Zuinglio como Calvino le desbordaron. Isidoro Tellería tosió dos veces, dos toses secas y ásperas tras una larga fumada. Había sido tan her- mético su silencio que el capitán Berger se volvió ha- cia él sobresaltado. Había olvidado por completo su presencia y su vozarrón oscuro, tan abrumador como su atuendo, atronó ahora en la pequeña camareta: —Estoy de acuerdo —dijo, jugueteando con la pipa encendida a sabiendas de que iba a sorprender a sus contertulios—: Lutero creó una Iglesia en el aire; Calvino ha sido más práctico: ha hecho de Gine- bra una ciudad-iglesia. He viajado mucho estos me- ses por Ginebra, Basilea y París, pero fue en una co- munidad parisina, oyendo cantar el salmo Levanta el corazón, abre los oídos, cuando me sentí tocado por la gracia. Salí luterano de Sevilla y regreso calvinista. El capitán Berger, por no enfrentar descarada- mente su mirada a la de Tellería, volvió a observar las 31 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 31 El hereje, Miguel Delibes mismo. Las negras palabras de Tellería le habían abs- traído de tal forma que tuvo que hacer un esfuerzo para reintegrarse a la realidad, volver a notar el ba- lanceo de la nave, el crujido de las cuadernas maes- tras y del mamparo. Vagamente tomó conciencia de que, de una manera u otra, todos buscaban a Dios en aquella extraña reunión en alta mar. Se sintió en la necesidad de intervenir: —Pero en Francia —dijo, recordando su paso por este país— los hugonotes bautizan a sus hijos en ca- tólico a escondidas y, a escondidas, asisten a las mi- sas papistas en París. Es decir, la doctrina de Calvino, aun siendo éste francés y francesa su lengua, no ha uniformado religiosamente a Francia. Cuando se le contradecía, la voz oscura de Tellería se tornaba más opaca y brumosa, fruto del acalora- miento: —No es lo mismo —sonrió rígidamente con me- dia boca—. No es lo mismo una pequeña ciudad como Ginebra que un reino entero como Francia. Francia es un vasto mundo por conquistar y Calvino ha aceptado este desafío: ha enviado allí grandes contingentes de misioneros. He aquí otro tanto a su favor. De este modo, y poco a poco, el calvinismo se va afirmando: Francia, Escocia, Países Bajos... Son los intelectuales, formados en la Academia de Ginebra, los que han catequizado estos países. Yo vengo de Gi- nebra, he pasado seis meses allí y puedo asegurarle que la ciudad es un ejemplo de religiosidad para cualquier persona que sepa verlo sin prejuicios. La tez de Isidoro Tellería había empalidecido y los ojos amusgados del capitán Berger se posaban en él con evidente escepticismo. Se diría arrepentido de 34 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 34 El hereje, Miguel Delibes haberle dado acogida en su galeaza. Volvió la mirada hacia el ojo de buey: —Señores —dijo de repente, dando por terminada la reunión que empezaba a pesarle demasiado—, está anocheciendo. Se puso en pie torpemente. El taburete, sujeto a las planchas del suelo, le obligaba a flexionar las piernas para salir. Cipriano Salcedo le imitó. Cuando, a su vez, fue a hacerlo Isidoro Tellería dio un traspiés, se sujetó a la mesa y se llevó la mano derecha a la frente sudorosa: —Se mueve mucho este barco —dijo—. Estoy un poco mareado. El capitán Berger se aplastó contra la mampara para dejar pasar a su invitado: —Es el encierro —corrigió—. Y la pipa. El tabaco hace más daño a la cabeza que el mar. ¿Por qué ese empeño en imitar a los indios? Cipriano Salcedo ayudaba a un trémulo Isidoro Tellería a subir a cubierta por la escotilla de proa. Contra el cielo se divisaba un marinero inmóvil en la cofa y, por babor, muy diluida, la tenue silueta de la costa francesa. Isidoro Tellería inspiró profunda- mente el aire puro y sacudió la cabeza de un lado a otro: —Olía intensamente a brea, ahí abajo —protestó—: olía a brea como si acabaran de calafatear el barco. Con el mareo, Tellería había perdido su austera apostura. Ante un rollo de cuerdas en cubierta, Sal- cedo le animó a sentarse, a hacer un alto en su ca- mino hacia toldilla, donde se levantaba la tienda. Las pequeñas manos peludas y vitales de Cipriano Sal- cedo sujetaban a su compañero de travesía por un 35 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 35 El hereje, Miguel Delibes brazo. Entre los celajes, una luna menguante exhibía un resplandor desvaído, sin contrastes. Un jirón suelto de lona azotaba la vela mayor con violencia in- termitente. Tellería renunció a sentarse. El cambio de postura habría acrecentado su sensación de inestabi- lidad: —Puedo llegar a mi cama —dijo—. Prefiero acos- tarme. El tiempo había refrescado y, cuando alcanzaron su tienda, Tellería se metió por la rendija de la puerta y se tumbó en el coy sin descalzarse. Apenas había luz dentro y Tellería, apoyándose en el codo, encen- dió el candil que tenía a la cabecera. A su lado, amon- tonados, estaban los fardos del equipaje. Salcedo se sentó en el arcón que, con el coy, componía el mobi- liario de la tienda. El viento traía la voz de un mari- nero que cantaba, lejos, en alguna parte. A la luz del candil, y en contraste con sus ropas fúnebres, Isidoro Tellería estaba verde, desencajado. Salcedo se incor- poró y se inclinó sobre él: —¿Le traigo algo para cenar? Tellería denegó: —No debo comer. En mi situación no sería conve- niente. Extendió la manta sobre el estómago y el vientre. Cipriano Salcedo dijo a media voz: —Le dejo descansar. Volveré dentro de un rato. Salió de la tienda y entró en la suya. Divisó en el rincón el fardillo de los libros y, casi ocultándolo, los tres del equipaje. Llevaba varios meses en esta in- cómoda provisionalidad, con la ropa enfardada, de fonda en fonda. Soñaba con verse estabilizado en una casa, la ropa limpia y planchada, bienoliente, orde- 36 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 36 El hereje, Miguel Delibes conocido hasta entonces. Se entregó a ella con frui- ción, con entusiasmo. El viaje a Alemania formaba parte de esta entrega. Pero ahora, mientras recorría en la noche la cu- bierta del Hamburg, el tierno recuerdo de Ana Enrí- quez no podía impedir que se encontrase solo e in- significante. Costeaban Francia y, de cuando en cuando, una luz vacilante y mortecina hacía guiños desde tierra, señalaba los difusos límites del mar. La galeaza se aproximaba al litoral, esperando hallar mar planchada, pero, pese a todos los esfuerzos, no cesaba de cabecear. Salcedo pensó en Tellería y pasó por las cocinas. Un pinche grueso y rosado, con el torso desnudo y las tetillas rojizas, le dio dos man- zanas para «el pasajero español que se sentía indis- puesto». Isidoro Tellería se las comió sin mondarlas, a grandes mordiscos, sentado en el coy, a la luz del candil. Tenía mejor aspecto que por la tarde y, al con- cluir, sopló la llama, se arrebujó en la manta y se des- pidió hasta la mañana siguiente. Salcedo madrugó. Lo primero que advirtió fue que la costa francesa había desaparecido de la amura y un viento terral desmelenado sacudía las velas fre- néticamente. Hacía frío. Salvo una alargada franja azul a poniente, los nimbos grises entoldaban el cielo. Media docena de marineros descalzos baldeaban con bruzas y lampazos la cubierta de estribor y, a inter- valos, vaciaban los cubos de golpe y el agua burbujea- ba en los imbornales antes de perderse en el mar. Pa- seó por cubierta para estirar las piernas y, al cabo, pasó por las cocinas donde el marmitón de las tetillas rojas le facilitó una tisana para don Isidoro Tellería. Lo encontró despierto, más entonado, pero se 39 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 39 El hereje, Miguel Delibes negó a levantarse. Lo mismo le ocurrió a la hora del almuerzo —un caldo y dos manzanas— de lo que Salcedo dedujo que, así durase un mes la travesía, el sevillano permanecería tumbado en el coy sin mo- verse. Salcedo le acompañó un rato, sentado en el ar- cón, y casualmente descubrió el Nuevo Testamento de Pérez de Pineda, como libro de cabecera, junto al can- dil, a su lado. Cipriano Salcedo dedicó la tarde a recorrer las de- pendencias del pequeño navío: el sollado de los re- meros, vacío ahora, las sentinas de carga, la duneta, el puente, los pañoles, el castillo de mando... Apenas reposó la comida unos minutos. Había pasado mala noche y se sentía intranquilo y nervioso. Le asaltaban temores infundados que se incrementaban cuantas más vueltas les daba en la cabeza. Recelaba que Vi- cente, su criado, por ejemplo, no saliera a esperarle al muelle al día siguiente y él se encontrase solo, sin medio de transporte, en el amarradero, con un fardo de libros prohibidos en la mano. Después de cenar, se serenó contemplando la puesta de sol, aun resistién- dose a admitir que aquel astro brillante y húmedo que se acostaba en el mar fuese el mismo que Pedro Cazalla y él veían desaparecer tras los ardientes ras- trojos desde los cerros de Pedrosa. Ya anochecido, se acodó en la popa, mirando distraído los dibujos de la estela dividiendo el mar, y no oyó llegar al capitán Berger. Lo vio alzarse, de repente, a su lado, las an- chas manos en la baranda, inquiriendo con acento burlón: —¿Descansa nuestro amigo, el ínclito calvinista? Cipriano Salcedo señaló con un dedo la tienda si- lenciosa. Luego se acodó de nuevo en el pasamanos e 40 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 40 El hereje, Miguel Delibes informó al capitán de sus motivos de preocupación. Le inquietaba la posibilidad de que su criado hubiera tergiversado sus instrucciones y no le aguardase en el puerto al día siguiente. Le inquietaba, asimismo, que, durante su ausencia, el Santo Oficio hubiese decre- tado nuevas normas para impedir la circulación de li- bros peligrosos. Ambos recelos, unidos, le producían una profunda desazón. El capitán Berger no pareció dar a sus temores ex- cesiva importancia. Los guardas y alguaciles del Santo Oficio vigilaban la carga de los barcos, destri- paban los toneles o los fardos si les parecían sospe- chosos, pero no solían molestar a los viajeros. Al con- cluir le preguntó si traía muchos. Cipriano Salcedo levantó la cabeza hacia él: —¿Libros? —inquirió. —Libros, claro. —Diecinueve —respondió Salcedo y, abriendo un hueco entre sus manos, precisó—: Un fardo pe- queño... pero lo arriesgado es el contenido: Lutero, Melanchton, Erasmo, dos Biblias y una colección completa del Pasional. —Algo impensado le vino de pronto a la cabeza y añadió con alguna precipita- ción—: ¿Sabía usted que la censura de Biblias im- puesta en Valladolid hace tres años supuso la reco- gida de más de cien ediciones distintas del libro de libros, la mayor parte de autores protestantes? Los dientes del capitán Berger brillaban en la os- curidad al sonreír: —Los capitanes de barco somos expertos en ese tema. Los últimos veinte años los hemos vivido en perpetuo sobresalto. De una de las Biblias de las que usted habla introduje doscientos ejemplares por el 41 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 41 El hereje, Miguel Delibes El nuevo día amaneció con calima. Desde su tienda Salcedo divisó a Isidoro Tellería en cubierta fumando una pipa. Se había quitado el luto. Calzaba unos borceguíes de badana hasta media pierna y, so- bre la camisa fruncida y el jubón, vestía una ropilla de paño fuerte. Incomprensiblemente, parecía más alto y delgado que vestido de negro, tal vez a causa de las calzas, muy ajustadas, o a que realmente había adelgazado por mor de la sobria dieta mantenida a bordo durante la travesía. Salcedo se aproximó a él y le saludó. Había dormido bien —le dijo. Los tras- tornos habían desaparecido, se encontraba recupe- rado. Él no abandonaría la galeaza en Laredo sino que continuaría viaje hasta Sevilla. La bruma iba levantando y la costa, de nuevo vi- sible y ahora muy próxima, cobraba animación y re- lieve bajo un sol desfallecido. En las leves ondulacio- nes del terreno se alzaban pequeños caseríos dise- minados, ceñidos por bosques de hayas y fresnos, y vacas y yeguas pastando en los prados colindantes. La línea del mar se detenía en los acantilados y, poco más allá, en la vasta playa dorada, sobre la cual se ex- tendía el pueblo con las chimeneas de sus casas hu- meantes. El Hamburg viró en redondo a babor y su proa hendió las aguas de la bahía con el malecón al fondo. Una tropilla de marineros abatían las velas desde las jarcias y el barco se deslizaba suavemente sobre la su- perficie para detenerse, minutos después, en la bo- cana, junto al espigón. Isidoro Tellería y Cipriano Sal- cedo se habían aproximado al puente, bajo el cual impartía órdenes el capitán. De pronto, sonó la cam- pana del portalón, la nave se detuvo y un marinero 44 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 44 El hereje, Miguel Delibes descolgó una escala por la borda, por la que ascendió el práctico que se hizo cargo del timón. Los costados del velero se habían erizado de remos que bogaron rítmicamente tan pronto el capitán Berger dio la or- den por el tubo acústico. El Hamburg avanzó hasta el ostial lentamente. El capitán se aproximó a Salcedo y le señaló un hueco en los muelles del fondo, a lo largo de los cuales se extendían los almacenes de lana: —Ahí tiene vuesa merced nuestro atracadero —dijo. La nave se deslizaba sobre la superficie del agua y, poco mas allá, viró de nuevo a babor, colocándose paralela al muelle. El capitán Berger oteaba los alre- dedores con el anteojo, dos charrúas empujaban la nave contra el atracadero mientras cuatro marineros arrojaban por el costado las defensas al tiempo que desaparecían los remos de babor. En tanto amarraban la nave al bolardo, el capitán dejó de mirar y sonrió a Salcedo entregándole el anteojo: —No parece que haya moros en la costa —dijo. Salcedo enfocó el anteojo a la dársena y fue reco- giendo la mirada hacia los diques: los veleros des- mantelados, el pueblo, una reata de mulas por el ca- mino de la playa. Al abocar al bosquecillo de hayas, su ojo retornó poco a poco por la línea de galeazas atracadas, el muelle, los almacenes y, súbitamente, lo descubrió: un hombrecillo desmedrado ante la puerta número 2, vestido con un humilde sayo de cordilla y calzado de cuerda, que miraba sin pestañear el navío recién atracado. Sostenía dos caballos por las bridas y, detrás, atada a una argolla del almacén, una mula pa- teaba el empedrado con impaciencia. 45 EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 45 El hereje, Miguel Delibes Salcedo le señaló con un dedo: —Ahí está —dijo sin cesar de mirar al capitán—. Ese muchacho de los caballos que está a la puerta del almacén es Vicente, mi criado. ¿Podrá subir a bordo a hacerse cargo del equipaje? EL HEREJE (compaginado).qxd 25/5/07 12:42 Página 46 El hereje, Miguel Delibes
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