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El indigenismo internacional ante las nuevas identidades étnicas, Monografías, Ensayos de Antropología Social

Artículo Antonio Pérez El indigenismo internacional ante las nuevas identidades étnicas

Tipo: Monografías, Ensayos

2022/2023

Subido el 06/03/2023

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¡Descarga El indigenismo internacional ante las nuevas identidades étnicas y más Monografías, Ensayos en PDF de Antropología Social solo en Docsity! ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [207] El indigenismo internacional ante las nuevas identidades étnicas International indigenism and ne w ethnic identities Antonio Pérez Fundación Kuramai, España Resumen Aprovechándose de la mezcolanza exis- tente entre los conceptos y las realida- des étn icas y n a c ion a les, en una suerte de con tr a-i ndigen ismo, las grandes po- tencias u t i l izan para sus prop ios fi nes las fricciones h istóricas entre los Esta- dos que pretenden desestabilizar y algu- nas de sus nacionalidades (por ejemp lo, Irán-Ahwazi, Bolivia-Camba). Además, el panorama in tercu ltural e inst itucional se comp le jiza con la reaparición clara- mente reivind icativa de pueblos ind íge- nas dados por ext intos. ¿Qué puede o debe hacer e l ind igen ismo an te estos retos? Palabras clave : indigenismo, iden tida- des colect ivas, volun ta r iedad , n a c ión , etnia resisten te. Abstract Cap italiz ing on the exist ing confusion around the conceits ethnic and na tional and the ir respective realities, the great powers pra c t ise a sor t o f coun ter- indigenism, turning the historic frictions be tween St a t es a nd some o f t he ir nationalities (e .g., Iran-Ahwazi, Bo livia- Camba) to their own advantage in their destabilization manoeuvres. At the same time, the intercu ltural and institutional scenario has grown more complex with the clearly demand-driven reappearance of I indigenous peoples hitherto regarded to be ex t inc t . Wh a t c an or shou ld ind igen ism do when con fron ted w ith these challenges? K e y w o r d s : i n d ige n ism , col l e c t i ve iden t i t ies, wi lfulness, n a t ion , resista n t ethnicity. I. Introducción E l án imo de las sigu ientes notas1 es cla- r a m e n t e d es c r i p t ivo y p ro p os i t ivo –amén de poco demostrativo– y estriba en mostrar a lgunas de l as amenazas concep tuales que hoy d ía se ciernen sobre e l nunca excesivamente vigoroso y congruen te ind igen ismo in ternacio- nal. Dentro de l cúmu lo de las asechan- zas que vislumbramos, hoy queremos hacer h incap ié en dos de las que nos parecen insufi cientemente observadas y/o publicadas. Por tanto , quedan fuera de estos párrafos desde la amenaza más con tunden te –la u t i l ización con tra los ind ígenas de la fuerza bé lica– hasta al- gunas de las más notorias, verbi gr a t i a , los desastres (mal) l lamados naturales o las ep idem ias –sean éstas reales como l a m a l ar i a o f i c t i c i as como l a gr i pe aviar–. Sigu iendo este m ismo cr iter io de evitar lo más evidente , no inclu ire- mos las mú ltip les facetas de l human ita- rismo , una empresa que cada d ía cobra mayor impor tancia ind igen ista puesto que se ha introducido en e l –hasta hace unos 25 años– m inoritario y especiali- zado campo de l ind igen ismo . Pero que- de constancia de que se ha enqu istado sin avisar, con notorias carencias teóri- cas y, desde luego , sin haberse informa- do sobre d iscip l inas conexas harto es- p e c í f i c a s c u a l e s p u d i e r a n s e r l a s an tropo logías ap l icada y po l ít ica . Nos referimos al tema de «la cooperación / ayuda al desarro llo / ayuda human itaria / de emergencia , u otra» que no men- cionaremos más porque, a pesar de que ya hay sufi cien tes estud ios –noso tros m ismos hemos incurr ido en ese cam- po– sobre e l la , merece párrafo y oca- sión aparte . Tampoco abordaremos e l panorama u horizonte cu ltural en e l que com ien- 1 Estas notas pueden leerse como continuación de otros dos trabajos míos sobre la problemática etnia-nación y sobre los neo-indígenas. En cuanto al primero: el tema de las (confusas y peligrosas) concomitancias entre indigenismos y nacionalismos, es observado en M ilenarios y pantorrillas preñadas. Notas sobre la supuesta sinonimia entre «etnia» y «nación» (28.000 caracteres, 21-III-1994), publicado en Bilbao y en Badajoz, 1996, en Madrid, 1997, en Asunción (Paraguay) 2000, y accesible en varias páginas de la Red. Aquí, postulo que lo étnico (indígena) y lo nacional no son términos sinónimos ni siquiera parónimos –a veces, incluso son antónimos–. Ítem más, sugiero que pueden comprobarse no menos de ocho diferencias importantes entre ambos: 1) los orígenes de la etnia son míticos mientras que los de la nación son históricos; 2) la dinámica social es centrípeta en la etnia y centrífuga en la nación; 3) la tecnología material es propia en la etnia y cosmopolita en la nación; 4) la «religión étnica» es popular y la «religión nacional», jerárquica; 5) la propiedad es mayoritariamente colectiva para la primera e individual para la segunda; 6) los derechos son, asimismo, colectivos en un caso e individuales en el otro; 7) no hay clases sociales en la etnia pero sí en la nación; 8) la dominación externa es absoluta contra la etnia y relativa contra la nación. En cuanto al segundo: el re-nacimiento de algunos pueblos indígenas es comentado en De la etnoescatología a la etnogénesis: Notas sobre las nuevas identidades étnicas (52.000 caracteres; año 2001); puede consultarse en Revista de Antropología Experimental, Jaén (España), entrando en w w w.ujaen.es/huesped/rae/indice 2001.htm. Aquí, escondida en la nota n.o 8, propongo una categorización que clasifi caría a los neo-indígenas en: a) reconstruidos –por ejemplo, mokoví, terena, monimboceños–; b) resucitados –huarpes, charrúa–; c) reinventados –xikano/xiximeka, muchik/ moche–; d ) indoafros –garífuna, boni–; e) cibernéticos –taínos, toltekas–; f ) urbanos. [208] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ zan a v is lumbrarse los procesos de re-e tn i f icación . Por e jemp lo : a ) en la fi esta de l Int i Raym i que se ce lebra en Lagunas (Saraguro, Loja, Ecuador), des- de 2005 se supr imen las trad icionales d iversiones y concursos y se sustituyen por «ceremon ias incaicas» y de sana- ción; b) e l 12 de octubre de 2001, los campesinos de l suroriente guatemalte- co se sublevan como ind ígenas –esa re- gión siempre hab ía sido considerada como lad ina–; c) en Cuba , e l hallazgo de un esqueleto en la serran ía de Bara- coa , en febrero de 2003, levan ta una po lvareda med iá t ica al suger irse que son los «auténticos» restos de l cacique Guamá, uno de los héroes de la guerra contra e l invasor h ispano . Es evidente que , pocos años atrás, nad ie hub iera sosten ido una pretensión tan arriesga- da; ya era sufi ciente extravagancia que los españo les encontraran los (no me- nos) au tén t icos restos de Co lón o de Pizarro –o la espada de l C id med ieval, lo cual tiene más antigüedad y, por su- puesto, más mérito–. Valgan estos boto- nes como muestra de que e l renaci- m i e n t o i n d íge n a es u n f e n ó m e n o transversal a las sociedades latinoameri- canas –qu izá sin llegar a tota l, en la ter- m inología maussiana–, puesto que inci- de en la superestructura ind ígena –a través de la liturgia étn ica–, en las rela- ciones interclasistas e interétn icas –los campesinos ind igen izados– y en simbo- lismo de la identidad nacional –«próce- res ind ios»–. H iende , pues, todas las capas sociales. Sin embargo , en estas no tas comen taremos e l renacim ien to ind ígena como si no tuviera anteceden- tes n i clima coadyuvante . Como si hu- biera descend ido del cielo, cual deus ex m a chi n a , a recomponer por just i c i a poé t ica los destrozos causados por la Invasión –y la guer r a amer ica n a subsi- gu iente. En defi n it iva , estas no tas tratan de dos nuevas ident idades con las que ha de l id iar e l ind igen ismo con temporá- neo: una , cu lta , pero osten tosamen te f alsa aunque adm i t ida s in pregun t as por los med ios d ivu lgat ivos ( la ident i- dad «nacional/étn ica», un h íbrido esté- r i l que yuxtapone y con funde ambos térm inos no me jorando n inguno) , y la otra , m ixta y mest iza , pero genu ina y su je t a a m inuc ioso escru t in io por esos m ismos med i os ( l a i den t i d a d «neo-étn ica») . II. El indigenismo internacional «Lok desc ubr ió “Seme jan te” . H abí a usado l a semej a nz a toda su vida si n d a rse c u en t a de e l lo . Los hongos en un á rbol er a n orej as, l a pa labr a er a l a mism a , pero adqu i r í a u n a dist i n- c ión por c i rcunst a nc i as que nunc a se podr á n apl ic a r a l as cosas sensor i a - les a los l a dos de su c abez a . Ahor a , en u n a convu ls ión de comprens ión , Lok se e n con t ró us a n do Seme janza como u n a her r a mien t a , t a n segu r a - m e n t e como s i empr e h a bí a us a do u n a piedr a pa r a cor t a r pa los o c a r- ne. Seme janza podí a coger a los c a z a - dor es d e c a r a s b l a n c a s co n u n a m a no, los podí a poner en e l mu ndo donde el los er a n pensables y no un a i r r u pc i ó n l e j a n a y s i n r e l a c i ó n .» (Go ld ing, 1969: 480-481.) La noción de la igualdad política del Homo Sapiens puede ser todo lo arcaica o todo lo moderna que decidan los espe- cialistas en historia de las ideas políticas, al igual que la universalidad o la particu- lar idad de l e tnocen tr ismo puede ser tema de d iscusión . Fuere como fuere , parece prudente y seguro sostener que e l ind igen ismo es un movim iento inte- grado en el más movimiento amplio del igualitarismo . En la cita que encabeza este acápite, el novelista nos narra cómo «el último de los Neandertales» descubre l a semej a nza ; esta metáfora le va a ex- p licar por qué van a ser exterm inados por «los pr imeros Cromañones» –é l y toda su raza–. Pero su descubrim iento , importantísimo para el desarrollo de la mente humana –no todos los m ilen ios se descubre o inven ta una me tá fora inéd ita–, no le salvará de l exterm in io . Y, para mayor escarnio, serán sus verdu- gos ( los c a z adores de c a r as bl a nc as) los primeros en disfrutar de su hallazgo lógico. Si, con perdón por el exabrupto epistemológico, sustituimos «semejanza» por «igualdad», la cita podrá ilustrar lite- rariamente la sorpresa que los pueblos ind ígenas deb ieron experimentar ante los primeros indigenistas. Pero hay más: si sustituimos «caras blancas» por «caras rojas», la cita también serviría para des- cribir la sorpresa del primer indigenista al encontrarse con su primer ind ígena –salvo que, en este segundo caso, «el pri- mer indigenista» tendría que ser tan in- genuo como para o lvidarse de su posi- ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [211] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS yemos que están dom inadas por e l pa- ternalismo y por la corrección po lítica. Para empezar, e l paternalismo re inante hoy considera que los indígenas pueden pecar pero que, en la práctica, no lo ha- cen –el paternalismo precedente les ne- gaba hasta la posib i l idad de pecar–. Y, por alguna esencia cuyo anál isis nos ahorramos, supone que el ind ígena mo- derno es tan edén ico que n i siqu iera puede ser etnocentrista –lo cual es lógi- camente imposible porque nad ie puede m irar e l mundo fuera de su grupo–. A nuestro entender, los ind ígenas de hoy son etnocentristas –pero poco– porque no pueden dejar de conocer que existe otra sociedad –justo la que les asfi xia–. Y lo son en una med ida bastante menor que los occidentales de a p ie y, desde luego, en una med ida infi n itamente me- nor que la i n tel l igen tsi a occidental, esa que se ded ica en exclusiva a la contem- p lación y la propaganda de su prop ia cu ltura y que cree ser cosmopolita sim- p lemente porque es algo viajada y algo po líglota –aunque menos que los ind í- genas de frontera–. Ítem más, e l ansia por vender la mercancía cu ltural occi- dental es tan rabiosa en esta intelligent- sia que la convierte en una fuerza anti etnográfi ca pues ven a las otras cu lturas como competidoras en el mercado cu l- tural; por tanto, no qu ieren que aparez- can imágenes «exóticas» –es decir, fuera de su control. Pero no siempre la intelligentsia occi- dental es tan exclusivista. A veces, hay resquicios y se cuelan los indigenismos. El primer indigenismo (mexicano) nació en un marco semántico-ideológico en el que parecía de buen gusto no saber qué hacer con los indígenas –les hacían res- ponsables tanto del triunfo de la Revolu- ción como del fracaso de la moderniza- ción que la heredó–. En esta tesitura, escapó por la tangente y buscó moderni- zar el agro modernizando a los indígenas. Para esto último, recurrió a la escolariza- ción y, además, enviando «misiones cul- tura les pretendió difundir en todos los sectores de la población formas de con- vivenc i a n uevas» (M. Gam io; cursivas nuestras) . Hoy, segu imos creyendo de buen gusto la ignorancia sobre nuestra relación con los indígenas, pero este len- guaje se ha vue lto improp io porque la ideología dominante (laica) se manifi esta a través de l re lativismo cu ltural y, para éste, todas las culturas son equivalentes luego puede haber intercambio cultural pero nunca misionalización. Además, es doblemente impropio difundir entre los ind ígenas «formas de convivencia nue- vas» porque ahora suponemos que su convivencia es mejor que la occidental. Ergo e l ind igen ismo ha dado un giro de 180o... ¿Podemos creer que O cciden te ha cambiado tanto su imagen de los indíge- nas? Naturalmente que no; i luso sería creerse que O ccidente va a cambiar su rumbo frente a los pueblos subord ina- dos; todo lo más, desviará ligeramente el rumbo: de colisión a rozamiento. Desde este hecho con apariencia de opinión y sin necesidad de cote jo , sospechamos que en la literatura ind igen ista se hace absolutamente necesario defi nir sin am- bages los fenómenos que están ocurrien- do realmente. Nada se adelante repitien- do lugares comunes que , caso de que alguna vez hayan sido verdad, hace tiem- po que se quedaron vacíos7. Por ello, en la arena política adonde tarde o tempra- no van a parar los gladiadores indigenis- tas (¡), es gratifi cante leer verdades como puños cual mantener que las violaciones de los derechos humanos que, cotidiana e impunemente, se cometen contra los indígenas, se perpetran «desde situacio- nes de poder: un poder que corrompe, erosiona los valores fundamentales, pri- vilegia la ganancia y e l saqueo , y sue le estar lejos de modifi car su conducta por el hecho de que los infractores “se sien- tan observados”» (Programa ...: 45-46) . Aviso a los navegantes consultores: no se observa observancia de las recomenda- ciones de los observadores. En el mismo Informe se inscriben otras constatacio- nes similares o del estilo de «era frecuen- te encontrar la afi rmación de que la po- breza material indígena contrasta con su riqueza cultural» ( ibid.: 13). Este topica- zo, fruto evidente de la mala conciencia occidental , no t iene otra función que tranqu ilizar esa mala conciencia –y en- gordar los tur ismos étn icos–, pero es una dictamen que hace aguas por todos los lados: ya va siendo hora de procla- mar que la pobreza material es señal de so juzgam iento y que e l abso lutamente so juzgado –cual sue le ser e l ind ígena– con sobrevivir ya tiene sufi ciente; no tie- ne tiempo n i ganas de cu lturizarse –n i por activa revalidando su cultura ni por pasiva resistiendo a la cu ltura occiden- tal–. Lo máximo que podemos conceder exclusivamente limitado a la publicidad de dos obras norteamericanas: el brevísimo artículo de Holly A . Dobbins, «International Indigenism: A Whole New World», en International Studies Review, 5 (3), 2003; y el libro The Origins of Indigenism: Human Rights and the Politics of Identity, de Ronald Niezen, 2003); en francés, indigenisme+ international, 11 (consultado el 2 de junio de 2006). Es un dato anecdótico –si acaso, confi rma lo ya archisabido: que el indigenismo nunca ha prosperado en los Estados Unidos–, pero muy fácil de conseguir y quizá pueda, en el futuro, acompañar a otros datos más consistentes para el hipotético historiador del indigenismo internacional. 5 Por «marco semántico de la ideología de su tiempo» entendemos un espacio epistemológico, una episteme , en la que las acciones –indigenistas en este caso, pero serviría para otras actividades humanas–, utilizan unas palabras –de ahí la alusión a la semántica– cuyos dobles signifi cados –positivos y negativos, a favor y en contra– son inte ligibles por todos los actores aunque éstos luego se dividan en dos o más bandos. Por e jemplo, en los años 1940 era ya universalmente aceptado que los indígenas eran humanos; incluso sus peores asesinos, los pistoleros de turno, lo aceptaban aunque fuera a regañadientes –lo cual otorgaba un gran valor añadido sádico a sus asesinatos–. A partir de esas palabras universalmente homologadas –indígena, humano–, comenzaban las divergencias: para unos los indígenas eran niños –léase , para buena parte de los indigenistas ofi ciales–, para otros, pecadores a abatir física y/o espiritualmente –léase , para pistoleros y/o m isioneros–. Desde este punto de vista, e l indigenismo de principios de l siglo XXI enfrenta un gravísimo problema: se ha roto e l anteriormente citado marco semántico debido a que no hay unanim idad sobre la existencia o inexistencia m isma de los indígenas. Para muchos, e l indígena ya no existe . Los que razonan –es un decir– desde la irracionalidad bé lica consideran que , antes o después, las guerras term inan y que , en este caso, una vez derrotados, los indígenas se han rendido y han pasado a confundirse con los vencedores; dicho en otras palabras, los be licistas, además de la fuerza quieren tener la razón y la paz –excesivo me lo fi áis–. Los que razonan –es otro decir– desde la irracionalidad re ligiosa, son sim ilares pero todavía peores, puesto que ven paganos y paganías incluso entre e llos m ismos –llámense protestantes/católicos, sunitas/ shiítas, etc.–; dicho en otras palabras, los re ligiosos están en guerra perpetua sin posibilidad de tregua ni paz alguna. [212] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ de cierto a este pulidísimo r itornello es que , en efecto , la cu ltura ind ígena fue tan rica que incluso ahora, aunque a ve- ces sobreviva en escasa medida, lo sigue siendo; lo perogrullesco es que toda otra cultura es necesaria, fatal e ineluctable- mente rica puesto que, lo quiera o no, se presenta como alternativa a una cultura tan (ofi cial y ofi ciosamente) rica como la occidental. Ahora bien, quizá diferimos del ante- rior Informe en el papel que otorgamos a la O NU . Nuestra op in ión es que la O NU no t iene gran peso en las reales relaciones interétnicas aunque sí lo ten- ga en las relaciones simbólicas –y la po- lítica es símbo lo antes que econom ía–. Formulado así, quizá concordáramos los redactores del Informe y quien suscribe pero nunca lo sabremos porque este es un terreno que , por obvias razones d i- p lomát icas, no puede enfocarse en un Informe ofi cial. Por lo demás, en el cam- po de las relaciones reales, es muy cier- to que las visitas de los (escasos) relato- r e s e s p e c i a l e s p a r a i n d í ge n a s ( o visitadores mundiales) suelen ser efecti- vas en la eliminación de abusos, proba- blemente más efectivas dentro que fuera de l país visitado . En cualqu ier caso , es de agradecer que , hoy, se denuncie la existencia de «los más de 100 confl ictos en países de América denunciados o alu- didos por el Relator Especial» ( ibid: 14); en un mundo pintado de rosa, siempre es necesaria esta clase de verifi caciones8 y menos mal que también existen ong’s ded icadas a e llo –en especial, IWGIA y Survival International. Donde nuestras reticencias ante el hi- potético papel indigenista de la ONU se hacen más agudas es cuando entramos en el terreno de la confrontación máxima –la guerra, americana u otra–. A nuestro parecer, la ONU no solamente no ha de- tenido ninguna guerra, sino que las ha provocado –por ejemplo, en Somalia–. Y no lo decimos sólo nosotros, sino tam- bién –por no salirnos del mundillo antro- pológico– profesores eméritos tan respe- tados como I. M. Lewis (London School of Economics), veterano especialista en religiones extáticas y en pueblos somalíes. Lewis es contundente: UN «Peace Confe- rence» Crea tes New Somali Warlord and Re-ignites Somali Wars (24 de octubre de 2000) af irma en uno de sus art ícu los. Frente a la intoxicación mediática que ha rodeado a Somalia9, Lewis ha mantenido sus críticas a la injerencia de la ONU y de la alianza pro gringa a la vez que explicaba hasta la saciedad que la única manera de restaurar la paz era respetar a los ancianos de los clanes –en otras palabras, restaurar el tradicional sistema político– [además del ya citado, cf. sus ar-tículos «In the land of the living dead» (30 de agosto de 1992); y «New UN Adventures in Somalia “will not work”» (5 de junio de 2000), todos disponibles en internet]. Traer a colación un país africano semi- desconocido no es una digresión porque Somalia puede servir de e jemp lo para algunas cuestiones propias del indigenis- mo internacional. Por ejemplo, los muy d istintos pape les que pueden jugar los antropó logos. Queda d icho e l rotundo pronunciam iento de Lewis; nos faltaría confrontarlo con el de nuestra vieja co- nocida, la antropóloga en uniforme Anna Simons (cf. supra), quien también ha he- cho trabajo de campo en Somalia y tam- bién es bastante rotunda –aunque apun- te en sen t i do con trar i o– . En 1993 , comentando la Oper a tion Restore Hope –así llamaron a la invasión– en un ar-tícu- lo de unas 800 palabras en el que no apa- rece la palabra c l a n , Simmons escribía negro sobre blanco: «The new rhetor ic a l shie ld behind wh i c h US l e a d e r s w i l l s a f eg u a rd America ’s position as world superpower is the protect ion of innocen t c ivi l i a ns. Indeed, the type of war fare we may be forced to wage in the future could very well begin with huma nita r ism serving as the thin end of the wedge, as coun- tr ies a rou nd the world dissolve, a nd power blocs wielding weapons threa ten the power less. Cer t a in ly, Som a l i a –a “poor”, “backward” country a t the edge of Afr ica– would seem an excellent pla- ce to practice this new form of agressive in terven tion . The situ a tion in Somali a offers a n en t i re cou n try i n which to practice drawing the lines of new world order» (cf. Simmons, Anna: «Somalia: Do We Know What We ’re Do ing in Soma- lia?», 3 de enero de 1993, disponible en internet). ¿ Q ué har ían los somal íes con e l la cuando esta dizque antropóloga hizo su trabajo de campo?, ¿la amaron demasia- do o demasiado poco? Sea como fuere, es palmario que Simmons odia a sus an- tropo logizados. Les promete nada me- 6 Recordemos algunos: la partición de las hijue las mapuches perpetrada por Pinochet –uno de los peores atentados contra la propiedad comunal amerindia cometidos desde los años de las revoluciones liberales (década de 1870)–; la confusión creada por los hermanos Humala en e l Perú de l cambio de m ilenio –ensalzando a Cáceres, e l general que obligó a los indígenas a fungir de carne de cañón contra los chilenos y e l que fi rmó con la gran potencia de la época (e l Re ino Unido) uno de los contratos más entreguistas que se recuerdan–; y term inemos con las sutilezas antropológico-genocidas de l guatemalteco general Héctor A . Gramajo Morales, en los años ochenta y noventa jefe de l E jército y, por ende , de los escuadrones de la muerte –ofi cialmente , «contrainsurgencia»– durante «la guerra en tierra maya»; después estudiante de antropología en la FLACSO y, fi nalmente , cuando contaba 64 años, e jecutado e l 12 de marzo de 2004 por las abe jas de su propia fi nca –justicia poética; más que «africanizadas», a esas abe jas habría que llamarlas «ecuanim izadas». 7 Y si los lugares comunes se dicen en inglés, e l resultado es espantoso: ¿hay algo más doblemente ridículo que re-traducir governance por gobernanza cuando es térm ino que entró en e l inglés por infl uencia española, al igual que una palabra tan marinera como estibador, al entrar en la Re ina de los Mares por esencia y exce lencia, se convirtió en stevedore? En cuanto a una expresión tan de la jerga actual de l indigenismo como best practices, lo me jor que podemos hacer es buscarla alguna expresión aún más hueca y afectada –difícil tarea– para que la haga preferible . E l indigenismo no necesita anglicismos por razones tan sencillas como, a) es un movim iento social latino; b) e l vocabulario caste llano tiene una experiencia más antigua que e l vocabulario inglés en e l trato con indígenas; c) ya padece sufi ciente carga de ambigüedades propias como para que le sumemos las ajenas. 8 M ientras fl orecen m il rosas en e l jardín de los poderosos bienpensantes, e l mundo viaja en sentido contrario. La inmensa mayoría de los pueblos indígenas que resisten a sus respectivas sociedades envolventes, va de mal en peor. Porque más tarde hablaremos de Brasil, pongamos ahora e l e jemplo de los yanomam i de Brasil, quizá e l pueblo indígena amazónico más notorio en e l mundo entero: pues bien, pese a su fama mediática y universal, ahora m ismo estos yanomam i contemplan con aprensión que la malaria vue lve a hacer estragos en su territorio. ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [213] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS nos que e l exterm in io bé l ico : ahora entiendo qué es lo que llaman odio a fr i- ca no. El caso somalí sirve también para re- cordar que ind ividuos como Simmons ejercen una infl uencia real sobre las vidas ajenas. La política delineada en el (cana- llesco) párrafo antes citado es la que si- guieron y siguen los Estados Unidos en Somalia –independientemente de la in- fl uencia d irecta que haya pod ido tener Simmons–. Estamos ante un contra-indi- genismo feroz , un pensamiento sangui- nario enardecido por las sofl amas de an- tropó logos f ierce people y continuado por otros colegas que matan en si menor: me refi ero a los que trufan sus textos con vocablos plenos de buena voluntad. Des- de Fort Leavenworth –el Guantánamo de principios del siglo XX–, aunque no desde su cárcel sino desde su «universidad», nos llega otro ejemplo somalí, éste en clave agua-de-rosas: «m isión human i tar ia . . . aventura bien intencionada... nobleza e ingenuidad de la política exterior USA... opinión pública cada día más crítica... la seguridad de los trabajadores humanita- rios... minimizar las ocasiones de inciden- tes involuntarios entre las tropas y los ci- v i les . . . pocos soma l íes sen t í an un a necesidad profunda de adoptar las nor- mas culturales que los extranjeros porta- ban consigo...», etc. (traducción mía; Bau- mann et a l., op. cit., passim). Por otra parte, el caso somalí nos ilus- tra nada menos que sobre la d ifi cu ltad de interpretar y traducir los sistemas po- l ít icos a jenos. Veamos: nos d icen que Somalia se d ivide po lítico-m ilitarmente ( lo uno con lleva lo otro , en E l Cuerno de África et a i lleurs) en seis «clanes fa- miliares» principales (D ir, Isaaq, Darood, H awiye , D igi l y Rahanwe in; ver tabla y ma p a «é tn i cos» en Baumann e t a l . : 10-11). Habituados a esta fragmentación, a los somalíes no debió extrañarles que los 17 e jércitos que les invad ieron en 1992 –bajo e l paraguas ONU– pertene- cieran a 17 países. Maremagno frente a maremagno, los somalíes podrían haber jurado que les atacaban 17 «clanes esta- tales». En tonces, O cciden te se habr ía re ído de la traducción somalí y su risa –condescend iente– habría refl e jado la superioridad absoluta que concedemos a la forma estatal sobre cualqu iera otra forma de organización política –tanta su- per ior idad que nos parece imposib le que el Estado no sea forma universal ni tampoco eterna–. Pues bien: si «clan es- tatal» es un disparate, «clan familiar a la somalí» lo es en igual medida. No sabe- mos qué término utilizar para describir la hexapartición somalí, pero, al menos hemos aprendido que las formas políti- cas son heterogéneas y que, por ende, podremos englobar todos los Estados en una O NU pero es imposib le fund ir todas las ma nier as políticas en un único acápite. Parecería que hemos descubier- to el Med iterráneo, pero ensegu ida ve- remos que este llamado a la conserva- ción de la heterogeneidad tiene alguna der ivación ind igen ista –creemos que– digna de atención. La Humanidad actual gusta de las gran- des construcciones, teóricas o materiales –a grandes b loques, grandes t itu lares, grandes cu lpables, grandes inocentes–. La ONU es una más de las manifestacio- nes de esta tendencia; su pan-estatismo –igualitario en el papel, elitista y hasta im- perial en la realidad–, fortalece y es forta- lecido por ese clima de opinión excesiva- mente favorable a toda simp lif icación . Pero, desde el punto de vista del indige- n ismo , una contrariedad co lateral a la O NU sería que los ind ígenas sint ieran tentaciones de imitar el pan-estatismo de aquélla a través de un llamado pan-india- nismo propio; si eso llegara a producirse –ya ha ocurrido aunque a pequeña esca- la–, el peligro estribaría en que no resul- tara llamativo que los indígenas se amal- gamasen todos en ese pan-indianismo. Al no ser un fenómeno llamativo, pues sim- plifi caciones y bloques los hay en dema- sía, no se estudiaría. De hecho, no se es- tudia, por lo que debemos lamentarnos de que se dedique tan escasa atención al pan-ind ian ismo (salvo excepciones, cf. Boccara, 1.a). En el pan-indianismo, todo lo que no es trivial, es falso; es trivial que a todos los indígenas les une una condi- ción común, pero es falso que la perci- ban, sientan y expresen del mismo modo. Por for tuna , en e l instante m ismo de abandonar la metafísica, aparece la diver- sidad de las obras humanas –de otra for- ma, no existiría la antropología. Peor resulta que al susodicho pan-in- dianismo y por manipulación expresa de las instancias m isionales, se le adh iera desde el principio una suerte de perver- so «pan-teísmo», que viene a ser la antí- tesis y e l peor enem igo de l pante ísmo indígena –si podemos llamar así a lo que me jor denom inar íamos como an im is- En e l año 2003, se registraron 418 casos; en 2004, fueron entre 622 y 1.067 (lamentamos la ausencia de homologación entre las fuentes estadísticas); en 2005, ascendieron a 1.645 y, desde enero hasta mayo de l 2006, llegaron a 1.906 casos y/o hasta 2.478 casos si añadimos e l mes de junio (volvemos a alertar sobre la incongruencia entre las fuentes; todas estas cantidades, sobre una población cifrada en 15.686 indígenas). Incluso contando con e l factor de corrección que supone que la organización médica FUNASA –que sustituyó a la organización Urihi en 2004, conllevando este cambio un aumento real de la morbilidad yanomam i–, haya extendido la cobertura sanitaria y haya me jorado los cómputos, es muy probable que la morbilidad por malaria esté realmente incrementándose . C laro está que , si de jamos oscilar e l péndulo de la buena conciencia,podremos añadir que Darío Vitório Kopenawa –n. en 1983, hijo de l líder conocido internacionalmente Davi Kopenawa–, ya es maestro y ahora sueña con ser abogado, inédita pero necesaria profesión para un indígena cuyo pueblo era clasifi cado hasta los años 1980 como exclusivamente cazador- recolector. 9 Y la sigue rodeando. En estas fechas –julio 2006–, ya ha empezado la campaña de intoxicación contra las autoridades musulmanas que han tomado e l poder: al parecer, ahora acaban de descubrir que ¡hay piratas en las costas somalíes!, cf. artículo de prensa «Las aguas que inspiran temor incluso al marinero más curtido» (The Ne w York Times - E l País, 13 de julio de 2006). Qué descubrim iento más extraordinario: piratas surgidos de la noche a la mañana. Porque antes no había: palabra de National Geograhic (NG). Lo juramos porque hemos consultado los dos últimos reportajes que sobre Somalia ha publicado esta biblia de la cultura gringa y, en ninguno de e llos, se menciona la existencia de piratas. Y eso que , sobre todo en e l primero, se narra con cierto detalle la vida en las costas somalíes; e l re lato se extiende sobre lo curioso que es ver a (ex)nómadas trabajando de marineros, sobre la fecundidad en langostas, camarones y atunes de las aguas inmediatas, sobre e l comercio naval con kat, incienso y ganado... pero se olvida de los piratas (cf. Somalia’s Hour of Need, NG , junio 1981; y Somalia, ¿un estado fallido?, julio 2002). [216] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ En paralelo al resurgimiento indígena que detallaremos más adelante, pero tra- tándose de fenómenos abso lutamente independ ien tes tan to en la geograf ía como en la historia, la retórica o las rei- vind icaciones reales, es curioso ind icar que también resurgen las naciones y los nacionales. En la década 1995-2005, lo han hecho los hunos de Hungría13, los asir io-caldeos y los guanches –como rama de los imazighen , por (mal)nom- bre, bereberes–, de las islas Canarias14; incluso podríamos inclu ir a los más re- cientes, los montenegrinos de la ex Yu- goslavia . ¿Puede haber más con fusión entre nacionalistas e indigenistas? IV. Los indígenes resiste ntes «La gen te es semeja n te a un lobo ham- br ien to en el hueco de u n á rbol ... La gen te es semeja n te a la miel escurrién- dose en la hendidura de un a roca ... La gen te es semeja n te a la miel en las pie- dras redondas, la miel nueva que hue- le a cosas muer tas y a fuego... Ellos son semej a n tes a l r ío y a l a c asc ada , son gen te de l a c asc a d a ; n a d a se puede con tra ellos» (Golding: 480-481). En el párrafo anterior –continuación del que encabeza el acápite n.o 1–, el no- velista pone en boca del «último de los Neandertales» el estremecimiento de des- esperanza que le afl ige cuando comprue- ba que será derrotado por los «primeros Cromañones». Muta tis mutandi, tal pue- de ser la sensación experimentada por algunos de los pueblos amerindios cuan- do aprendieron en carne propia que Oc- cidente era más numeroso que ellos, es- taba infi nitamente mejor armado y, desde luego, desconocía la piedad –aunque, a veces, pudiera ser caritativo. Desde 1492, esta constatación salpica e l t iempo y la h istoria de l hem isferio americano. En el Caribe debió suceder a los pocos años de la Invasión. De princi- p ios del siglo XX, cuando ocurrió en la frontera interétnica del Brasil meridional, tenemos noticia escrita; en un volumen que fue muy popular, don Ribeiro recoge una anécdota presenciada por H . Horta Barbosa que retrata esta angustia: desde antes de ser «pacifi cados», los kaingang eran conscientes de que los blancos eran abundant ísimos –por e llo , al matarlos, les cortaban los gen itales, para que no procrearan más–; pero llegó el día en el que los indigenistas les invitaron a visitar Sao Paulo. El viaje, en tren, duró un día entero y, al principio, mientras atravesa- ban la se lva , los kaingang re ían . Pero , cuando pasaron las horas y la selva dio paso a una ciudad tras otra, los indígenas cayeron en un pro fundo abat im iento . Cuando regresaron a sus aldeas, infor- maron a sus parientes de la verdad: no se pod ía nada contra los b lancos –«la gente de la cascada» go ld in iana–, a su lado, todo el pueblo kaingang era insig- nifi cante. A partir de ese viaje, los valores occidentales sust ituyeron a los valores aborígenes, desapareció el orgullo kain- gang, y crecieron en la misma medida la humildad ante el conqu istador y las d i- sensiones entre los kaingang (Ribe iro: 119-121). Si se nos perdona el disparate de en- tender todas las etno-historias como una sola, añadiremos que, a veces, los ame- rindios resistieron al invasor con las (po- bres) armas que tenían sin que este he- cho nos autorice a llamarlos «guerreros» –guer rero es el que invade, nunca el in- vadido; por tanto, nunca sabremos si la id iosincrasia amer ind ia fue , es o será guerrera; más aún, nunca nos interesare- mos por la id iosincrasia , amer ind ia u otra– y, pasado el vórtice de la tempes- tad, regresaron a lo que quedaba de su sociedad . Desde los años 1950, la cari- dad occidental comenzó a ser tan espec- tacu lar –apareció la educación formal como precio a pagar por la sanidad pú- blica– que casi parecía piedad. Convenci- dos los amerindios de que había pasado la violencia, decidieron reaparecer como ind ígenas resistentes u otros... aunque conscientes de que el invasor había lle- gado para quedarse y de que, por ende, toda oposición frontal estaba abocada al fracaso. Tutelados por tal prudencia, los ame- rind ios resistentes sue len centrarse en reivindicaciones culturales (identitarias) y en aquellas reivindicaciones que deberían ser territoriales –es decir, pro fundas– pero que, en la mayoría de los casos, se limitan –o autolimitan– a peticiones más en la línea de cualquier reforma agraria o de modesta remodelación urbana15. En bastantes ocasiones, estas demandas se consolidan alrededor de un símbolo que suele ser un título colonial de propiedad colectiva de la tierra; así se habrá portado la República con «sus indios» que esca- another all the time . It was the abyss between all of these people and those whom we could today call “ tribal minorities”: hill-people , nomadic sw idden-farmers, “head-hunters” , men, women and children facing a future of– possibly violent- assimilation, even extermination» (ibid: 17). Salvando las distancias, otro tanto puede decirse de la revuelta política y revolución moral conocida como Mayo del 68. Algunos de sus activistas más connotados, tomaron luego el camino de intelectuales europeos pseudo-indigenistas –como M ichel Besmont, siguiendo las huellas de Artaud en la Tarahumara mexicana, Jacques Dion, episódicamente obrero sindicalista en Nueva Caledonia o Claude Malhuret, cooperante en Tailandia antes que secretario de Estado–. Aunque quienes hoy nos pueden interesar más son los sesentayochistas que después se hicieron nacionalistas y/o volvieron a su ser y papel indígena. Ejemplos: Omar Diop –torturado y asesinado a su regreso al Senegal del exquisito presidente-poeta Senghor–; el guineano Mamadi Kaba –luego afi ncado en Toulouse–; y el kanako Nidoish Naisseline , a su regreso a Nueva Caledonia, fundador de los Foulards Rouges y después secretario general del partido Libération Kanaque Socialiste . 13 Los hunos de Hungría no parecen confundirse con los xiongnu o proto-hunos, aquellos «bárbaros» contra los que se levantó la Gran Muralla china. Estos hunos europeos, emparentados con los csangós –de cerca o de lejos, no lo sé–, imaginan a Atila no como «el azote de Roma», sino como un «gran chamán»; en abril de 2005, su portavoz, el sacerdote de la Iglesia Santa Huna, Imre J. Novak, presentó 2.500 fi rmas solicitando al Parlamento húngaro que , con arreglo a una ley de 1993, les concediera el estatus de minoría étnica –sólo eran necesarias mil fi rmas. 14 Sin salir de España, entre las nuevas naciones resurgidas quizá debiéramos incluir la nación ¡andaluza! Obviamente , no nos referimos a la nación autonómica andaluza cuya representación política ostenta la Junta de Andalucía ni al andalucismo plurisecular, sino a un nuevo sentimiento de andalucidad –¿se dirá así?– que , llevado al terreno alfabetizador, propugna la escritura en andalú como medio para «escapar de la marginación y la banalización a la que el centralismo somete al pueblo andalú». Es fácil encontrar en internet los textos programáticos de Huan Porrah Blanko en los que se hace literatura y política en andalú –o, según los antropólogos de Granada, se propala «el ideal cateto»–. Lo difícil es entender esos textos pues incluso ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [217] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS sean las titulaciones gemelas republicanas –sobre todo, después de la ola liberal de los años 1870–. Pero no abundan las in- vestigaciones encam inadas a recuperar esos títu los colon iales; los arch iveros y los h istoriadores tienen poco contacto con los etnohistoriadores, menos con los antropólogos y menos aún con los indi- genistas, sean antropólogos o cooperan- tes. Aun así , hay mode los de los que aprender: los multidisciplinarios. Un claro ejemp lo de las posibles fe- cundas re laciones entre la h istoria y e l indigenismo lo encontramos en N icara- gua. Allí, la investigación etnohistórica de M. Rizo, llevada desde los archivos meno- res y mayores hasta la acción indigenista –es decir, hasta sus últimos consecuen- tes–, consigu ió ayudar en la conso lida- ción de los sutiaba, un pueblo antes pre- ter ido . La secuencia temporal de los sutiaba es la común a toda la Colonia; no hay excentricidades ni originalidades, ni localismos ni golpes de azar –interesante a la hora de las extrapolaciones–. El pue- blo indígena sutiaba aparece en la histo- ria occidental en 1528, cuando son ape- rreados los primeros 18 «indios maribios» ( = sutiabas); en 1907-1909, el sabio W. Le- hmann entrevista a una anciana que to- davía habla maribio; en 1922, el erud ito local Alfonso Valle envía a Lehmann un gran acervo lingü íst ico [¿cuándo algún autor metropolitano reconocerá que es- tos sab ios pueblerinos son e l sustento de su ciencia urbana , que son mucho más que meros informantes?; ítem más, ¿cuándo los antropólogos de las metró- po l is adm it irán que los an tropó logos locales no son sus informantes sino sus co legas?]; hacia 1974 se decide que e l mar ib io/su t iaba per tenece a la fam i l ia l ingü íst ica hokano-sioux –aunque des- vaneciéndose a d iario , hasta esos años aún pod ían encon trarse rastros de la lengua ind ígena y aún hoy, los ancianos siguen dando clase de lo que queda de la lengua sutiaba–; después, arrecian las sublevaciones de sutiabas más o menos «n i c aragü iza dos» –o , d i c ho de o tro modo, se mantiene alguna suerte de co- hesión étn ica– hasta que triunfa la revo- lución sand in ista y se inaugura una nue- va fase en N icaragua , aunque para los su t iaba la revo lución no fue tan ta . En agosto de 1979, los portavoces ind íge- nas se reúnen con el comandante sand i- n ista Omar Cabezas y le p iden la entre- ga de las tierras ancestrales, a lo que el FSLN se n iega; an te esta negat iva , e l campesinado ind ígena decide ocupar (29 de jun io de 1980) alguna de las ha- ciendas que se superponen a su territo- rio. Vano empeño: antes o después se- rá n des a l o j a dos d e sus f re c uen t es ocupaciones de las haciendas que usur- pan su territorio. Toda esta lucha tiene un fundamento material de dudosa fuerza legal pero in- dudable fuerza simbó lica: e l legajo lla- mado Título Rea l de Su t i aba , un expe- diente certifi cando que 63 caballerías de tierra son prop iedad del pueblo de Su- t iaba; e l documento fue redactado en 1727, autenticado en 1828 e inscrito en e l Registro Púb l ico en 1955 (véase su facsímil, Rizo: 151-245) y que los conse- jos de ancianos de los sutiaba guardan celosamente como su bien comunal más preciado –su santo grial, en plurisecular espera de que e l gob ierno cen tral se preste a rescatarlo–. Porque la identidad sut iaba ha girado y todavía gira sobre tres ejes: la defensa de la tierra comunal, la exp lotación de los recursos locales y la conservación de un sistema de símbo- los. Pese a las amenazas y las cooptacio- nes, gracias a la inst itución mun icipal –que controla hasta los cementerios, un logro nada balad í–, los sut iaba han lo- grado mantenerse como pueblo idénti- co a sí mismo. Para ellos y para muchos otros, poseer físicamente e l t í tulo rea l es la mejor demostración posible... para conseguir su meta más inmediata: la au- tonomía municipal, que Sutiaba deje de ser un barrio de la ciudad de León para convertirse en distrito y, fi nalmente, en municipio. Volveremos sobre el tema de las luchas urbanas, tan prop ias de las nuevas etn icidades (cf. i n fr a # 3.1, t ie- rras muisca y pijao, en Colombia y # 3.2, tierra urbana potiguara). En todo el ex Imperio español pode- mos encon trar este patrón su t iabeño –patrón caracterizado porque la reivindi- cación territorial mantiene una tradición comprobable etno-h istóricamente y en el que los títulos coloniales vienen a ser la última garantía de justicia y, como co- rrelato, de cohesión étnica–. Lo de me- nos es que los títulos rea les ( = imperia- l e s , m o n á rq u i c o s ) a c a b e n s i e n d o reconocidos por la Justicia actual –en pu- ridad, ¿por qué tendría que hacerlo sien- do una justicia republicana?: una vez más la monarqu ía de ja un rastro de t ierra quemada, ¿o es azufre?–, puesto que la los títulos son duros de roer hasta para los castellanoparlantes; v.gr.: «¿Erl zehlío’e la ehnizidá ehpañola, un modelo pa Europa?» (sic). Aún así, el problema de la ininteligibilidad de esta grafía es menor comparado con el problema de la ininteligibilidad de ese idioma neo-andaluz, pues, como suele suceder con los idiomas artifi ciales, quiere abarcar demasiado –y con demasiada lógica–. El profundo doble problema de este andalú es que se está construyendo, a) unifi cando a martillazos la variedad andaluza –algo que ni el franquismo soñó–, y b) por acumulación de cuanto localismo cae en las manos de sus cultos fundadores. Resultado de tan escandalosa paradoja: nadie lo entiende . 15 Entre las muchas reticencias y denuestos más o menos disimulados que reciben los indígenas resistentes, están los que tildan a sus reivindicaciones territoriales de trasunto de la sempiterna lucha campesina por la tierra. Para estos críticos, los resistentes serían campesinos sin más, estarían inventando sus etnias y las estarían inventando por imitación de los estereotipos más ramplones que Occidente haya creado sobre las etnias. En la respuesta, vayamos por partes: picaresca puede haber en todas las situaciones humanas y no dudamos de que, en algún caso, los (sedicentes) resistentes hayan decidido explotar el recurso indígena sin misericordia. Pero el campesino, como cualquier otra clase sojuzgada, tiene derecho a inventar nuevas estrategias y, en suma, a (intentar) engañar al Poder. El confl icto surge cuando esos engaños se hacen en nombre de otros –los indígenas–. Pero, si es verdad que los resistentes recurren a estereotipos de pésima calidad –o sea, racistas–, entonces los resistentes no amenazan directamente a los indígenas puesto que esos estereotipos han sido creados y solidifi cados por Occidente antes de la aparición de los resistentes. Una vez mencionada esta contradicción del discurso antiresistente, es justo señalar que no con ello estamos caucionando o edulcorando esta (supuesta) estrategia resistente: siempre estará fuera de lugar reproducir estereotipos, sean los que sean. En cuanto a la ramplonería de las imágenes pseudoindígenas, estamos de acuerdo: basta ya de tocados de plumas y basta ya de camisones misionales. Los indígenas se adornan con plumas cuando abundan en su entorno; y se vestían antes de las invasiones si el clima así lo exigía... pero nunca con esos informes mission gowns o con esos taparrabos uniformes que sólo demuestran ese mal gusto estético –a la occidental– que siempre ha caracterizado a los misioneros. [218] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ importancia de esos legajos no es sola- mente jurídica, sino, sobre todo, simbó- lica –es decir, política–. Sirva todo ello de i lustración sobre futuras e h ipotét icas colaboraciones entre los investigadores y las etnias de hoy. Indoamérica, nueva de nuevo La lista de las etnias amerindias (ex)de- saparecidas que ahora reclaman un espa- cio público sería muy pro li ja, pero no resistimos a la tentación de ofrecer algu- nos nombres que, bien por su exotismo, bien por la documentación d ispon ible , bien por otras razones, nos han llamado la atención16. Empezamos por los Estados Un idos, reino de la extravagancia, donde, amén de innúmeras tribus cibernéticas de más que dudosa comprobación, por ejemplo, pu lu lan negros fungiendo de ind ígenas como si de los últimos garífuna se trata- ra; hácense llamar los wash itaw y se re- claman descendientes de los constructo- res de montículos –moundbuilders–. Sin salir del universo anglófono, pero salvan- do las distancias, algo parecido ocurre en Trinidad y Tobago, donde los caribes han vuelto, esta vez mediante organizaciones como The Ca rib of Ar ima / The First Na- tions of Tr in idad a nd Tobago –título a la canad iense–. Estos car ibes de nueva p lanta gozan de toda la parafernalia or- namental y simbólica que se le supone a un pueblo indígena, incluyendo un por- tavoz muy especial: el fundador de Kata- yana, Cristo Atékosang Adon is, chamán de la comun idad caribe de Santa Rosa –según el antropólogo australiano Maxi- milian C. Forte, quien les ayudó a crear su página web. Descend iendo en e l mapa , l legaría- mos a Nicaragua, donde –además de los sutiaba, cf. supr a– han reaparecido los chorotegas de Mozonte, otro ejemplo de la importancia de los títu los reales, en este caso una cédula de Felipe V de Es- paña que, en 1618, les concedió la pro- p iedad co lect iva de 23.590 ha . Estos (neo)chorotegas, saltaron a la palestra ind igen ista con mot ivo de la campaña contra el V Centenario y se sienten «par- te de los cinco pueblos chorotegas de l norte»; especifi quemos que, en e l área de l Pacíf ico n icaragüense , residen no sólo chorotegas y sutiabas sino también matagalpas, nahuas y, lo más curioso, ni- caraos. O tros chorotegas son notorios en D iriomo –a 48 km de Managua–, y también se hacen visibles los nahuas de Saguatepe (700 habitantes, en el depar- tamento de Boaco). Aunque todos ellos quedan oscurecidos por la fama «guerre- ra» de los mon imboceños; Mon imbó (30.000 habs., barrio de Masaya) se hizo famoso por su bravura durante la revolu- ción sandinista y después, han consegui- do un cierto nivel de organización y de presencia en los organ ismos ind igen is- tas. Según su Consejo de Ancianos, «ac- tualmente , las trad iciones de nuestros ancestros no se encuentran centralizadas sino diseminadas entre los ancianos y la comunidad [...] a pesar de todo, Monim- bó ha mantenido su cultura y tradición, sobreviviendo como pueblo indígena por medio de una larga historia, no sólo de resistencia, sino de organización y visión comunal [...] por eso es que la identidad de l Pueblo sigue mayormente intacta» (1993, ms., obtenido in situ y custodiado en mi archivo). En Costa Rica, destacan los (neo)cho- rotegas de los pueblecitos Guaitil, Santa Cruz y Hojancha (Guanacaste, península de Nicoya), algunos dellos con territorio indígena demarcado (Matambú, 1.717 ha, declarado en 1980), pero según mis ob- serva c iones de c ampo en enero de l 2004, sin dominio efectivo sobre esa tie- rra. Su artesanía del barro les ha dado a conocer, pero su conocim ien to de la lengua chorotega no pasa de testimonial y sus víncu los de paren tesco son los mismos por los que se rige el resto de la población. En Colombia, el proceso de reetnifi ca- ción de los kankuamo ha provocado unas tomas de posición muy radicales y, por ende, verdaderamente interesantes. Esta etn ia se rad ica en e l pueb l ito de Atanquez y se considera descendiente de los kankuamo prop ios, los de l p iede- monte de la Sierra Nevada de Santa Mar- ta. Ya a princip ios de l siglo XX estaban clasifi cados como mestizos, con ad icio- nes negras –en concreto , la f iesta de l Corpus Christi refl ejaba con nitidez una triple raíz cultural–. El gobierno les certi- fi có como etnia en 1997 y, en 2003, les aprobó el resguardo de su territorio. Los kankuamo de Atanquez explican su «re- greso a los orígenes» con palabras muy claras: «La razón de este proceso es la más pragmática de todas: la superviven- cia», declaraba en agosto de 2005 el go- 16 Aunque no tenga re lación alguna con e l tema de los indios resistentes, debemos mencionar siquiera una variante de la etnogénesis: la escatogénesis podríamos denom inarla –con perdón por la contradicción–. E jemplos estremecedores son los de aque llos pueblos que aparecen en público con motivo de su desaparición –inm inente o inmediata–. En marzo de 2005, «apareció» C . N . Camargo, «e l último de los indios Manso» de C iudad Juárez (M éxico); su padre , un m igrante más con residencia en Texas, fue descubierto en 1993 por los antropólogos N . Houser, M . Campbe ll y J. Peterson. Antes aún, en 1880, A . F. Bande lier los había localizado en la m isma C iudad Juárez donde , en aque llas no tan remotas fechas, todavía conservaban «lenguaje y tradiciones» –obviamente , Manso no puede ser su real etnónimo pues alude a la condición de dom inado o pacífi co–. En febrero de 2006, en e l estado de Tabasco (M éxico), saltó la noticia de que todavía vivían los dos últimos hablantes de l idioma ayapaneco. En la Amazonia, macondo proclive a las descubiertas, reaparecieron los omagua y los iquitos, cada uno con sus respectivas variantes. Por su parte , en Argentina, aparecieron e l último hablante de lengua vile la –considerada extinta desde los años 1970– y e l guardián de l chaná (encontrado a principios de l 2005, noticiado en noviembre 2005), idioma próximo al charrúa, cuyo último vocabulario fue recogido en 1815 y al que , asim ismo, se consideraba extinto. Don B las W ilfredo Jaime (n. 1934) recuerda unas 600 palabras de l chaná y algunas expresiones sue ltas; y cree que la sociedad chaná era matriarcal –o tempos matriarcófi los, o mores–. No incluimos en estos apuntes a etnias y/o lenguas sem iextintas o en gravísimo pe ligro de desaparición inmediata cuales pudieran ser los mura de la Amazonia brasileña, la lengua kunza (atacameño, Chile), la lengua y e l pueblo kawaskar (mal llamado «alacalufe», Chile , 15 hablantes en 2005) por ser pueblos re lativamente conocidos. Para una re lación de las lenguas amenazadas y una extensa bibliografía, cf. The International C learing House for Endangered Languages, en w w w.tooyoo.l.u-tokyo.ac.jp/iche l/ ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [221] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS Hacia 1944, O tt –investigador genera- lista de la cu ltura del estado de Bah ía– sigue sin ver activo –mezclado o puro– a ningún grupo, etnia o pueblo del com- p le jo tup inambá. Y eso que , entre sus apuntes sobre la arqueología bahiana, in- cluye un mapa de ese estado en el que aparecen algunos yacimientos (O tt, nov. 44: 73) necesariamente próximos a al- deas ind ígenas actuales. Su desconoci- m iento de los ind ígenas de hoy puede exp l icarse ut i l izando sus prop ias pala- bras: «essa criança grande, que é o índio» ( ibid: 44). El problema de algunos pater- nalistas convictos y confesos es que los niños se les pierden en los parques. En un traba jo casi simu ltáneo , O tt compara a los indígenas bahianos con los em igran tes por tugueses: desaparecen –por «extinción» o por regreso al hogar patrio–, pero ambos dejan «impresso... o sinete de sua nacionalidade» (O tt, oct. 44: 3) . Para este au tor, los ind ígenas bahianos se «extinguen» a fi nales del si- glo XVI pero , después de reconocer en una larga revisión etnográfi ca que la cien- cia indígena está presente en la cultura pesquera contemporánea bah iana, con- cluye que e l pescador local es, sobre todo, fi lho da Áfr ica pero «contudo... pa- rece constituir o produto da coefi cência do ameríndio e do europeu; entre os ele- men tos cu l tura is or iundos da Áfr i ca poucos conseguiram sobreviver na pes- caria bahiana» (ibid: 62). Insólito nos re- su lta que, al ser descargados en Bah ía, los esclavos negros se dejaran olvidadas en los barcos sus culturas, pero ahora no podemos discutir este tema. Treinta y ocho años después, en 1982 y en los círculos indigenistas, observamos que comienza a hablarse de cr itér ios de i ndi a n idade. Por aque l entonces, una FUNAI presidida por un coronel, se afa- naba en imp lemen tar una po l ít ica de «emancipaçao compulsória» del indígena –política de escandalosa contradicción– a la vez que investigaba cómo establecer para los indíos grados de indianidade y de in tegr açao –proyecto cuasi personal del coronel Zanoni Hausen–. A este res- pecto , es i lustrat iva la en trevista que mantuvieron los portavoces de los tinguí- botó de Fe ira Grande (estado Alagoas) con e l citado corone l. Para comenzar, Hausen declara que él tiene «un octavo de sangre charrúa» y así continúa en todo su discurso, sin salir de la episteme bioló- gica, hablando de mu latos, caboclos y cafusos, de porcentajes de sangre y, en defi n itiva, obviando las aproximaciones culturales y sociológicas (cf. CEDI: 81-84). En el clima político de la época domina- ba una obsesión bio logizante que bien podríamos tildar de racista. Dos años después, una vez solventadas las peores secuelas de la dictadura militar, ya encontramos monografías específi ca- mente dedicadas a los indígenas «resis- tentes», a los de ese Nordeste árido del que, según otros autores, habían desapa- recido los ind ígenas. Por e jemp lo , las que O. Sampaio Silva –quien los visitó en 1975– ded ica a los pankarú (o panka- rurú) de Pernambuco. En ellas, no pone en duda la existencia de estos indígenas ni su autenticidad, ni les tilda de rema- nescen tes, sino que se ap lica a estudiar su economía dentro de un sistema inte- rétnico. Pero en este orden de encadena- mientos textuales que ahora nos ocupa, más relevante que las propias monogra- fías es subrayar que este autor cita estu- dios de los años 1943 (C. Estevao) y 1950 (E. Pinto). Es decir, que no hay solución de continuidad en las investigaciones so- bre los pankarú o , extrapo lando , que siempre se mantuvo una atención, a ve- ces sociologizante, a veces antropológica –notorias o escond idas, sistemát icas o esporádicas, es ahora lo de menos–, so- bre los «índios do Nordeste», lo cual tie- ne el primer mérito de haber esquivado el pa thos de aquel tiempo, ahíto de noti- cias simu ltáneas que pronost icaban la desaparición inminente de todos los in- dígenas18. Si damos otro salto temporal y nos ubicamos en el cambio de milen io, ob- servamos que la producción académica sobre los «índios resistentes»19 se ha in- crementado furiosamente –un e jemp lo que quizá debería ser emulado por la in- te lligentsia de l resto de los países lati- noamericanos– y que, además: a) se ha afi nado el examen crítico de las fuentes coloniales desterrando, de paso, los añe- jos tópicos sobre el belicismo amerindio –léase, vs. Métraux–; b) el criterio bioló- gico-racial deja de ser importante –vs. E. Pinto y cf. CEDI–; c) los datos arqueoló- gicos se relacionan con los antropológi- cos –vs. O tt–; d ) dedican más atención a los mecan ismos de creación de identi- dad que a la etnografía pura y dura –cf. CEDI y Sampaio. En cuanto a la divulgación de las posi- ciones resistentes, destacaríamos la serie 18 En m i archivo consta un m inúsculo recorte de prensa que reza: «Indio extinto. Sao Luis. Os 200 índios Guajá, que habitam a regiao pre-amazónica do Maranhao, estao condenados a completa extinçao no mais tardar em dois anos» (Correo Brasiliense , Brasilia, 22 de julio de 1989). Es (era) muy frecuente encontrar predicciones sobre la supervivencia indígena bastante agoreras pero cada día es más difícil toparse con pronósticos tan categóricos. Por cierto, nueve años después se censaron 280 guajá (verdadero nombre , como todo pueblo guaraní: awá) y desde entonces han seguido creciendo. Una de las consecuencias de la resistencia –o emergencia– indígena es que ahora son más frecuentes las «apariciones de indios» que las desapariciones anunciadas. 19 A título de se lección más cibernética que bibliotecaria y, por supuesto, nada exhaustiva, tenemos, en texto completo y en la Red, las siguientes obras centradas en e l Nordeste –por orden cronológico–: – Maria H ilda Baque iro Paraíso (1985): Os Índios de O livença e a zona de verane io dos coroné is de cacau da Bahia (no lo he encontrado en internet, pero fue publicado en Revista de Antropologia, núms. 30/31/12, de 1987-88-89). – Henyo Trindade Barreto F ilho (1994): Tapebas, Tapebanos e Pernas-de-pau de caucaia, Ceará. Da etnogênese como processo social e luta simbólica. – Andino Arruti, José Mauricio (1995): Morte e vida do Nordeste indígena: a emergência como fenômeno histórico regional, 55 pp. – Joao Pacheco de O liveira (1998): Uma etnología dos «índios misturados»? Situaçao colonial, territorializaçao e fl uxos culturais. – Siloé Soares de Amorim (2003): Notas etnográfi cas: A construçao da auto-imagem de povos indígenas ressurgidos. Os Tumbalalá, os Kalankó e os Karuazu, Kóiupanká e Catókinn (antropología audiovisual). – Julie A . Cavignac (2003): A etnicidade encoberta: «Índios» e «Negros» no Rio Grande do Norte (con una bibliografía en la que aparecen varios vínculos cibernéticos con otras obras conexas). – Y los trabajos sobre los famosos Tupinambá de O livença (municipio de Ilhéus, Bahia) de Patrícia Navarro de A lme ida Couto, 2003 y ss., en especial su tesina para la Univ. Federal de Bahía. En general, es recomendable visitar asiduamente el portal del Instituto Socioambiental (w w w.socioambiental.org) pues en él encontraremos informaciones [222] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ Índios n a visao dos Índios (2001-2004), serie coordinada por el argentino Sebas- tián Gerlic y compuesta por siete peque- ños libros, lujosamente ilustrados y edita- dos, sobre las «nuevas» etnias del estado de Bah ía. Por su importancia simbólica, mencionaríamos el volumen dedicado a los tup inambá (Comunidade Tupin am- bá , op. cit.)20. En el terreno del indigenis- mo prop iamente d icho , destacaríamos que, en ese m ismo Estado, trabaja una veteranísima organización, la Associ açao N a c ion a l de Apoio a o Índ io-Secç a o Bahi a (ANAI, creada en 1979), ed itora desde 1984 de l in term iten te Bolet im An a í-Ba ; en 1996 cambió su nombre a Associ açao Nacional de Açao Indigenis- t a (desde 2000, cf. www.anai.org.br) y hoy d ía langu idece a pesar de que sus «patrocinados» son cada vez más nume- rosos. Porque, paradoja del indigenismo o cómo morir de éxito, al estar los resis- tentes alfabetizados y al haberse educado como civilizados –pobres, pero occiden- tales–, no necesitan tantos intermed ia- rios, menos aún portavoces «blancos». No obstante estos esfuerzos, todavía no está comp leto e l censo de los pue- blos resistentes; mal podría estarlo cuan- do su etnogénesis es un proceso abierto e inacabab le que depende no só lo de factores políticos –el grado de tolerancia de la sociedad envo lven te hacia estas nuevas identidades, el grado de presión urbanística o latifundiaria sobre el hábi- tat ind ígena–, sino también de factores coyunturales –la voluntad de un líder, la oportunidad de una acción, un aconteci- miento gozoso o catastrófi co, etc.– y, en especial, de la cohesión que alcancen la memor ia y la un idad étn ica . Por todo e l lo , con t inuamen te aparecen nuevos grupos resistentes o , reduciendo e l fe- nómeno etnogenético a una dimensión individual, aparecen personas de las que se dice que «virou índio». Es curioso se- ñalar que las narrativas de los encuen- tros entre los indigenistas y/o los antro- pó logos y estos ind ígenas sue len ser estilísticamente líricas, qu izá impregna- das de un sentimentalismo de fi n de se- mana pero b ienaven turado al f in . En estos casos, se presupone la cond ición indígena, por lo que el gozo del descu- brimiento no se alcanza en el momento del con tacto, sino cuando oyen «el nom- bre de l pueblo ind io» y e l clímax llega cuando, de boca del indígena, se desgra- na la narración etnoh istórica que justifi - ca ese nombre –estamos muy lejos de la épica ser ta nista de los primeros con tac- tos con las «tribus se lváticas», mostren- cas, amenazadoras y, desde luego , in- nombrables. Además, quizá se precise más investi- gación sobre aque llos otros ind ígenas nada inéditos pero sí «intermitentemente aparecidos»: indígenas de lengua dudosa y difícil clasifi cación cuales los que se en- cuentran mistur ados con pueblos muy acreditados –por ejemplo, los sapará de ama jari y taiano (estado de Roraima) , pueblo mezclado con los makuxí y los wap ixana que busca ahora su reconoci- miento como pueblo independiente-, o los que han adoptado como lengua ma- terna la que, en los años del primer «cho- que civilizatorio», fue una jerga inventada por el poder colonial –por ejemplo, los yeral, los que hablan la lingoa geral, en el estado Amazonas. Y, mientras tanto, los indígenas resis- tentes, ¿qué dicen? Pues, a veces, dicen sentencias harto inteligibles: «O Estado / Ger a confl itos / Cor rompe / Fragmen ta nosso Povo / Desenvolve políticas de as- sitenc i a lismo / Expede Decretos favore- cendo l a t i fundi á r ios / Nao cumpre as le is est abe lec i d as pe l a Const i t u iç ao» (manifi esto «Por un Mundo mais Huma- no», Articulaçao dos Povos Indígenas do Nordeste, Minas Gerais e Espírito Santo, APOINME , portavoz Yakuy Tup inambá, abril 2006). Ítem más, podríamos afi rmar que, al igual que ocurre en el resto del hemisferio, los resistentes brasileños son asiduos act ivistas en toda con ferencia indígena-indigenista que se precie amén de encontrarse en pleno proceso de au- toorgan ización . Por e llo , incluso en un estado como Minas Gerais en el que ape- nas se sospechaba la presencia indígena, los resistentes se han organizado; así, en e l Conse lho Ind ígena de Minas Gerais (cuya primera asamb lea se ce lebró en mayo 2003) se integran los pueblos ara- ná , cax ixó , krenak , maxakali , pataxó , pankararu, xacriabá y xukuru-kariri. Aunque es lo más habitual, no todos los nuevos ind ígenas resistentes p lan- tean reivindicaciones territoriales; la va- riedad es enorme, desde la disputa sobre el folklore hasta una supuesta guerra fi - losófi ca entre Oriente y Occidente en la que huelga añadir qué partido toman los indígenas –yndios, de Catay y cipangue- ses al fi n–. Por ejemplo, Eliane Potiguara, alma máter de la organ ización Grumin, contrastadas y precisas sobre buena parte de los pueblos resistentes; en especial, sobre los atikum (2.743 personas), kariri-Xocó (1.500), paiaku (220), pankaru (84), pitaguari (871), tapeba (2.491), tapuia (235), tinguí botó (288), tumbalalá (¿) y tupiniquim (1.386); estas cifras de población, siguen censos de los años 1997-1999 y deben ser entendidas como aproximativas –siempre demasiado bajas. Para la etnohistoria de la Bahía meridional, hoy asiento de resistentes, puede consultarse a B . J. Barickman, «Tame Indians», «W ild Heathens» and settlers in Southern Bahia in the late XVIII and early XIX Centuries, s/f. Para una visión esencialista y pseudoliteraria de esta problemática, si tienen curiosidad y tiempo, puede consultarse C léonice A lexandre Le Bourge lat y Léo Dayan, 2005, O Índio mundializado do Brasil sai da sua reserva local com a cabeça erguida e de forma sustentáve l. Incluye algunos datos sobre Matto Grosso do Sul. 20 Como es bien sabido, los tupinambá constituyen uno de los más importantes puntos de referencia en e l imaginario colectivo de la brasileñidad. Las pruebas de esta re levancia son innumerables, desde la literatura (e l famoso «Tupí or not tupí» de l Manifi esto Antropofágico –1928– de Oswald de Andrade) hasta cualquier arte (la pintora contemporánea Yara Tupinambá). Pero también fuera de Brasil han de jado su hue lla –una impronta que no se lim ita a las famosas aventuras de Hans Staden–; por lo que atañe a España, como m ínimo habría que mencionar La nove la de l indio Tupinamba (M éxico, 1959), divertimento de l pintor y escritor exiliado español Eugenio Fernández Grane ll, sátira surrealista o esperpéntica que ajusta cuentas con e l gobierno de l general Franco zahiriendo con excesiva m isericordia (pero, desde luego, con toda justicia) a la laureada basura dizque inte lectual (los Azorín, Dámaso, M enéndez Pidal) que glorifi caba a aque l Régimen genocida –y que , a su vez, era condonada, cebada y pregonada por é l. ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [223] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS con asidua presencia en la Red (cfr. www. e lianepotiguara.org.br), es act iva tanto en la ONU como en los círculos feminis- tas... y en los literarios –la multidiscip li- nar iedad , an tes l lamada human ismo , hace tiempo que llegó a las organizacio- nes ind ígenas–. Pero esta página web/ organ iza c ión/persona je , pro l í f i c a en consideraciones fi losófi co-literarias que rozan peligrosamente la moda irraciona- lista, sin embargo no suele proporcionar in formaciones –n i op in iones siqu iera– sobre problemas político-territoriales. Precisamente, los problemas de la te- nencia de la tierra potiguara son un buen ejemplo de la variedad interna del mun- do resistente, así como de los confl ictos reales entre ind ígenas resistentes y po- tentados locales. Y van más allá de la consab ida d ispu ta por t ierras rurales, puesto que , en ocasiones, la recupera- ción del territorio indígena potiguara in- cluye denunciar la usurpación de tierras ind ígenas que ahora son parcelas urba- nas (cf. supr a , casos sut iaba, mu isca y p ijao). A este respecto, un antropólogo brasileño consu ltado para informar so- bre ese tema específi co nos informa de un caso en el que se excluía de la demar- cación de «tierra indígena» un área estra- tégica a la que se la negaba la ocupación trad icional ind ígena simp lemente por- que se la reservaba para la «futura expan- sión de la ciudad de Marcaçao». Para este autor, «Infelizmente a legislaçao indige- nista no Brasil está pautada por modelos de área indígena distantes das situaçoes –que nao existen só no nordeste– em que conviven nas suas proximidades ou in f i ltrados ne la núcleos urbanos nos quais residen muitas familias indígenas». Ello podría abocarnos a una notoria di- vergencia interdisciplinar entre la antro- pología y la jurisprudencia: que se expi- dan l audos arb i tra les «técn i c amen te perfeitos, mas talvez antropológicamen- te empobrecidos. . . [con in formes de identifi cación inmobiliaria] emperrados no constante vaivém dos pareceres so- bre as minúcias técnicas nao atendidas» (Clemente Peres, op. cit.; sobre un tema conexo, el turismo étnico a costa de los pot iguara y sobre su incidencia en las fi estas locales y en las artesanías, cf. G le- bson Vieira, op. cit.). Es decir, que para un an tropó logo , los tecnicismos legalistas son minuc i as: probablemente , e l m ismo térm ino que los jurisperitos podrían aplicar a los tec- n icismos antropológicos. Pero, yendo a lo práctico e institucional: la presencia de ind ígenas en las ciudades –no só lo nicaragüenses y brasileñas, sino mundia- les– nos enseña la necesidad de añad ir urban istas, mun icipalistas, soció logos, psicólogos, logistas y peritos inmobilia- rios a la ya larga lista de profesionales necesar ios en la nóm ina de cualqu ier inst itución ind igen ista . D icho de o tra manera: no podemos confi ar sólo en los antropó logos de antaño; se impone la multidisciplinariedad. Hemos de revisar las literaturas de los cronistas –que nos responderán a preguntas est i lo , «Estos etnón imos arcaizantes, ¿sign ifi carán et- n ias singu lares o bien debemos enten- der los como subd iv isiones in traé tn i- cas?»–; de los h istor i adores –aque l la rebelión, ¿fue mestiza o indígena?–; de- mógrafos –¿hubo cambios drásticos en la pirámide etaria?– ecólogos –¿disminu- yó e l uso de leña?– y, desde luego , no o lvidar a los urban istas, porque en las ciudades estaban y están los ind ígenas modernos. Enfrentado a este horizonte de rena- cim ientos ind ígenas21 acompañados de guerra permanente por la tierra, de avan- ce no menos bélico de la frontera agríco- la (según la Campaña «Na F loresta Tem D ireitos: Justiça Ambiental na Amazônia», hay 675 «focos de confl ito» [...] sólo en Amazonas; prensa del 4 de julio de 2006), de hipercapitalismo con teología de la li- beración, de indígenas cuasi desconoci- dos, analfabetos y monolingües que vo- tan en urnas electrón icas, ¿qué hace el indigenismo ofi cial, léase la presupuesta- riamente exangüe FUNAI?: amén de otras acciones más sustanciosas –y tamb ién más discutidas cual pudiera ser, en 2006, declarar ofi ciosamente por boca de su presidente que los indígenas están «so- brevalorados»–, crear o tro organ ismo dentro de la FUNAI, su Conselho Indige- nista , cuyo reglamento (23 de septiem- bre de 2002) prevé que se podrá invitar a representantes de organizaciones indíge- nas (art. 5) e incluso invitar para cada re- unión a otros dos indígenas ad hoc (art. 5, parágrafo único). Invitar a quienes de- berían ser los convocantes... La mecánica interna –sería excesivo llamarla «lógica interna»– de esta institución estatal tien- de a la reproducción de lo super f luo como medio idóneo para evitar acometer lo necesario. Como es habitual, la meta es crear ofi cinas que difi culten el discu- 21 En estas fechas –mediados de l 2006–, los resistentes más asiduos de los medios alternativos e indigenistas pudieran ser los tupinikim («grupo de los tupinambá») y una rama de los guaraní (ambos, estado de Espíritu Santo), en cande lero actual por su lucha contra Aracruz Ce lulose , una pe lea comenzada en 1979, cuando estos indígenas ocuparon uno de los últimos reductos de la Mata Atlántica que estaba siendo talada por esta m isma empresa –entonces llamada A . F lorestal–. Opinamos que sus antecesores inmediatos en las noticias indigenistas fueron los pataxó (estado de Paraíba), brevemente famosos por su oposición a que los feste jos de l V Centenario de l «descubrim iento de Brasil» (año 2000) se desarrollaran en e l territorio de l que , no hace tanto tiempo, habían sido expulsados. La creación de un polo de desarrollo turístico amenizado por un Parque Nacional de l Descubrim iento fue la gota que colmaba e l vaso de la paciencia indígena. E l pueblo pataxó comprobó, por enésima vez, que los espacios –naturales o culturales– a los que e l Estado decide regalar un gran valor añadido –e l otro IVA– se protegen desprotegiendo y, más aún, violando los derechos de sus legítimos propietarios. D icho en caste llano vie jo, e l poder «desnuda un santo para vestir a otro». [226] ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 ANTONIO PÉREZ vivos. La lengua se inventa, pero tan len- tamente que podríamos darla por natu- ral . La h istor ia se inven ta much ísimo más, pero, por mucho que la mitologice- mos y que la tergiversemos, no cambia- rán las relaciones de dominación. El te- rritorio, la comarca, la tierra antropizada con mejor o peor gusto, el clima, todos ellos son factores bastante independien- tes de l design io humano . Por tanto , ya que la ideología dominante insiste en el artifi cio de algunas identidades co lecti- vas, nosotros insistimos aquí en que no podemos olvidar los factores dados. Para la ofi cialidad, el vaso de las identidades colectivas –viejas y nuevas– está med io vacío de «realidad»; de acuerdo –aunque no sabemos qué entiende el saber ungi- do por «realidad»–. Pero tamb ién está medio lleno. La d iscusión , entonces, se centra en dónde ubicar el fi el de la balanza entre lo planeado y lo preexistente. El indigenis- mo actual t iene que estar preparado para, en lo que concierne a los indígenas –dejemos los nacionalistas para sus espe- cialistas–, afrontar el reto de desempare- jar cotidianamente el trigo de la paja, el designio indigenizante del escenario an- cestral. conceptuales e instrumentales de censos, encuestas y muestreos, la heterogeneidad que resulta de la falta de consenso entre los países para aplicar categorías comunes, los diversos y numerosos mecanismos de exclusión y, sobre todo, la necesidad de su corrección» (Programa...: 7). ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA 16 (2008) PAGS. 207-228 [227] EL INDIGENISMO INTERNACIONAL ANTE LAS NUEVAS IDENTIDADES ÉTNICAS Bibliografía y cibergrafía ANDERSON , B. (2005): Under Three Fl ags. An a r- chism a nd the An t i-Colon i a l Imagi n a t ion . Verso, 255 pp., Londres y Nueva York. BAUMANN, R. F., L. A. YATES y V. F. WASHINGTON (2004): «My Cla n Aga inst the World». 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