Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Crisis en la Península Ibérica: Hambre, Epidemias y Luchas por el Poder, Apuntes de Historia de la Edad Media

Este documento ofrece una visión general de los desafíos que enfrentó la Península Ibérica durante la Baja Edad Media, incluyendo alteraciones climáticas, contracción demográfica, epidemias, enfrentamientos civiles y guerras. Se analizan casos específicos como la muerte de Fernando I de Portugal y la lucha por el poder entre Pedro I de Castilla y Enrique de Trastámara. Se plantean las dificultades para entender la crisis como una serie de hambres y epidemias o como una crisis global del sistema feudal.

Tipo: Apuntes

2017/2018

Subido el 27/01/2022

PiperoMarvelita
PiperoMarvelita 🇪🇸

2 documentos

1 / 11

Toggle sidebar

Documentos relacionados


Vista previa parcial del texto

¡Descarga Crisis en la Península Ibérica: Hambre, Epidemias y Luchas por el Poder y más Apuntes en PDF de Historia de la Edad Media solo en Docsity! Tema 5- La Baja Edad Media I (ss. XIV-XV). Aspectos políticos. El ambiente en la Península Ibérica en la Baja Edad Media es similar al de Europa: alteraciones climáticas, contracción y desigual recuperación demográfica, alteraciones sociales, enfrentamientos civiles y guerras, dificultades de todo tipo… La “crisis” fue también una realidad, aunque tal vez sea más fácil describirla que explicara. Los primeros síntomas eran ya perceptibles a fines del siglo XIII. Pero a partir de 1300 el proceso se acelera y las menciones documentales de pobreza, malas cosechas, alteraciones climáticas y hasta epidemias de cierta importancia, junto con una creciente violencia de los poderosos, son cada vez más abundantes. Recuérdense las epidemias que asolaron la Península antes de que sobre ella se abatiese, como sobre el resto de Europa, la Peste Negra: la de 1301, que afectó a Castilla, y de la que, según la Crónica de Fernando IV, murió “el cuarto de toda la gente de la tierra” o la de 1333 – “lo mal any primer” – tan bien documentada por las fuentes catalanas. En el estado actual de las investigaciones, es muy difícil ofrecer un balance global de la crisis en los distintos reinos peninsulares. Valdeón ha analizado en varias ocasiones el caso de Castilla. No sucede lo mismo con otros territorios. Pero, en cualquier caso, nos enfrentamos todavía, y seguramente por mucho tiempo, al dilema de entender la crisis como una pavorosa serie de hambres y epidemias concetenadas, con sus secuelas inmediatas, lo que nos llevaría en definitiva a una explicación “neo – malthusiana” (la crisis como resultado del desequilibrio entre población y recursos); o considerarla como una crisis global del propio sistema feudal. A falta de estudios monográficos concretos, a falta de cifras, el tema de la crisis de la Baja Edad Media peninsular ofrece posiciones para todos los gustos, desde las más moderadas a las más radicales. En una palabra, como ha observado agudamente García de Cortázar, estamos corriendo el riesgo de “convertir el tema de la crisis del feudalismo en un ejercicio semántico”. Los siglos XIV y XV se caracterizaron, además, por una gran conflictividad política. Pero ése no es sino uno de los elementos que configuraron la crisis. Sin tener ésta presente, difícilmente se llegará a entender lo que constituye el objeto de esta lección. 1. El reino nazarí de Granada. 2. La inestabilidad política en Castilla y la guerra civil. En 1350, ante los muros de Gibraltar, murió Alfonso XI, víctima de la Peste Negra. De forma dramática se cerraba así el intenso reinado de un monarca que, tras una minoría larga y agitada (1312 – 1325), había sido recuperar el prestigio de la corona, asentar sobre sólidas bases jurídicas el autoritarismo regio, efectuar reformas tan importantes como la de los municipios, y controlar, en dura pugna con granadinos y benimerines, el estrecho de Gibraltar. En 1350 se inició también el conflictivo reinado de Pedro I (1350 – 1369). La historia y los historiadores siguen sin ponerse de acuerdo a la hora de valorar su figura. ¿Cruel o justiciero? ¿Un psicópata o, simplemente, un hombre de su tiempo, celoso de la autoridad regia, ni más ni menos “cruel” que otros monarcas contemporáneos? Pedro I tuvo, en cualquier caso, que administrar la crisis demográfica y el marasmo económico y social provocados por la Peste Negra. Y no lo hizo del todo mal, a juzgar por las disposiciones emanadas de las Cortes de Valladolid de 1351. ❖ Desde el comienzo mismo de su reinado, Pedro I se vio envuelto en una sucesión de “muertes”, la primera de las cuales fue la de doña Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI y madre de los hermanastros del rey. Evidentemente, el enfrentamiento entre éste y el mayor de los bastardos de Alfonso XI, Enrique, conde de Trastámara, no fue el simple resultado de la crueldad, real o supuesta, de Pedro I. Fue, de alguna manera, la confrontación entre dos formas de concebir el gobierno del reino. Y así, frente a una concepción autoritaria de la monarquía, que respaldaban, además de los juristas, las ciudades, se alzaban, casi en bloque, el estamento nobiliario y los obispos. La guerra civil que estalló en 1366 fue, pues, algo más que una simple contienda fratricida. No fue, como a veces se la ha presentado, el enfrentamiento entre la burguesía comercial y la nobleza rural. A los elementos personales y políticos implicados hay que añadir otros no menos importantes. Porque la guerra tuvo también una dimensión internacional que no conviene desconocer. En efecto, Enrique de Trastámara recibió el apoyo de Pedro IV de Aragón, que de esta manera se liberaba de la presión militar a la que, desde 1356, le tenía sometido Castilla. Pero el pretendiente recibió de Francia la principal ayuda militar. ❖ Contando con las tropas mercenarias francesas, encuadradas en las famosas “Compañías Blancas” que dirigía Beltrán Duguesclin, el Trastámara invadió Castilla en la primavera de 1366. Pedro I, por su parte, recibió el apoyo de Eduardo III de Inglaterra, quien envió un importante contingente de tropas, al mando del príncipe de Gales, el famoso Príncipe Negro, llamado así por el color de su armadura. En este sentido, la guerra civil castellana de 1366 – 1369 puede ser considerada como un episodio colateral de la guerra que enfrentaba a Francia e Inglaterra desde hacía años. Desde el punto de vista militar, la guerra se dividió en dos fases. En 1367, las tropas de Enrique de Trastámara sufrieron un aparatoso revés en la Batalla de Nájera. Otra vez los arqueros ingleses se demostraban como una fuerza contra la cual la caballería resultaba completamente ineficaz. El pretendiente hubo de abandonar Castilla. Pero Pedro I no supo aprovechar su victoria, y, lo que es más importante, perdió el apoyo inglés al negarse a cumplir lo pactado en el tratado de Libourne (1366): la entrega de Vizcaya y otras plazas cantábricas. Enrique pudo rehacer sus fuerzas y volver a Castilla en 1367. De la mano de Duguesclin, fue ocupando todo el reino, para, por último, cercar a Pedro I en el castillo de Montiel. La guerra concluyó en 1369, a falta del sometimiento de focos petristas aislados, al dar muerte Enrique de Trastámara a su rival. 3. La época Trastámara. El triunfo de Enrique II de Trastámara fue, en gran medida, el de la nobleza que le había apoyado. En consecuencia, el nuevo monarca se vio obligado a premiar con generosidad a los nobles. De esta forma, la “nobleza de los parientes del rey” y la “nobleza nueva”, surgida de la propia guerra, se hicieron con inmensas rentas y extensos señoríos a costa de la Corona. Posiblemente, este Urgell empañó el espíritu de concordia que había presidido todo el proceso. ➢ Lo sucedido en Caspe ha sido, y es, objeto de una apasionada polémica, y ha sido interpretado de formas diametralmente opuestas. Así, Ferrán Soldevilla ha hablado de que todo estaba ya decidido y ha insistido en considerar el Compromiso como una iniquidad y como punto de arranque de la decadencia catalana. En una línea muy diferente se sitúan Menéndez Pidal y Dualde Serrano. Por su parte, Jaime Vicens Vives, tras rechazar las tesis de Soldevila, concluye que la sentencia de Caspe fue no sólo históricamente justa, en cuanto que “designó el candidato más universalmente aceptado por las diversas estructuras de los países de la Corona de Aragón”, sino que fue la única salida posible al problema. ❖ Pugna entre nobleza y monarquía en Castilla (1406 – 1474). La larga minoría de Juan II – de 1406 a 1419 – representó un paso atrás en el fortalecimiento monárquico. De hecho, la regencia, dominada hasta 1412 por la figura de don Fernando de Antequera, tío del joven rey, sirvió para que se constituyese el poder de la nobleza de parientes del rey, encarnada ahora en una nueva generación. El regente – poderoso, rico y prolífico – se preocupó por situar económicamente a sus hijos, llamados desde 1412 “infantes de Aragón”. De esta forma, entre 1408 y 1409, los dos menores, Enrique y Sancho, accedieron al cargo de maestres de las órdenes militares de Santiago y Alcántara, respectivamente. Ya rey, se preocupó por asegurar el futuro del infante don Juan, el segundo de sus hijos, a quien cedió todos sus señoríos castellanos, encabezados por el ducado de Peñafiel; por si ello fuera poco, en 1414 concertó su boda con Blanca, heredera del trono, heredera del trono navarro. La red de intereses tejida en torno a Juan II de Castilla llegó hasta hacerle casar con María de Aragón, hija de Fernando de Antequera y, por tanto, prima hermana del rey castellano. La mayoría de Juan II se iniciaba, pues, bajo los peores augurios, ya que, como afirma Suárez Fernández, el rey “estaba destinado a ser, en manos de los infantes, un símbolo y, apenas, un instrumento”. ➢ El nuevo conflicto entre nobleza y monarquía tuvo como principales protagonistas, del lado nobiliario, a los infantes de Aragón (Juan, duque de Peñafiel, y desde 1424, rey de Navarra, y Enrique, maestre de Santiago), apoyados por su hermano el rey de Aragón, Alfonso V, y por algunos de los linajes nuevos; del lado monárquico, a don Álvaro de Luna y a buena parte de la nobleza castellana, interesada en acabar con el poder de los infantes. El primer acto de la lucha se saldó en 1430 con la victoria del favorito de Juan II. Los infantes de Aragón fueron desposeídos de sus rentas, cargos y propiedades, y expulsados del reino. Era el triunfo de don Álvaro, que ostentaba ya el cargo de condestable de Castilla. La guerra guerra contra Granada (1431 – 1439) le permitió adquirir prestigio, manejar cantidades enormes de dinero y tranquilizar a la nobleza. Sin embargo, el poder acumulado y su forma personalista de gobernar enfrentaron a la nobleza. Unida a los infantes de Aragón, de nuevo en Castilla, la nobleza consiguió hacer caer al condestable, que fue desterrado en 1439. La segunda parte de la contienda entre los seguidores del partido monárquico y el bando nobiliario se consumó pocos años después en la batalla de Olmedo (1445). Los infantes de Aragón fueron de nuevo expulsados de Castilla, y don Álvaro de Luna vivió, sin duda, su momento más glorioso. Pero fue una victoria pírrica. La nobleza, reagrupada en torno al príncipe heredero don Enrique y dirigida por Juan Pacheco, marqués de Villena – un caso espectacular de ascenso en el ranking político – no cejó hasta provocar la caída definitiva del condestable, a quien acusaban de todo tipo de abusos de poder – su gobierno era llamado sin tapujos “tiranía” – y de tener casi secuestrado al rey. Juan II, al final, se vio obligado a abandonar a don Álvaro a su destino y a firmar su condena a muerte, tras un oscuro proceso por el asesinato del contador real Alfonso Pérez de Vivero (1453). Unos meses más tarde (1454) falleció Juan II. ➢ Con Enrique IV (1454 – 1474) se produjo el más agudo enfrentamiento de esta larga pugna. Débil de carácter y a merced de sus sucesivos favoritos – el marqués de Villena, don Beltrán de la Cueva – su reinado representa uno de los momentos más oscuros de la historia castellana. Tras unos comienzos esperanzadores, sus propios errores, las intrigas de la nobleza, organizada en forma de Liga desde la caída de don Álvaro de Luna, y la mala coyuntura económica acabaron por hundir el reinado en la anarquía. En junio de 1465, la Liga nobiliaria depuso a Enrique IV en una ceremonia – la llamada “farsa de Ávila”- que ha sido calificada por J. Valdeón de “increíble”. Los nobles rebeldes proclamaron rey al príncipe don Alfonso, hermano del rey, y el país inició una confusa guerra civil que se prolongó hasta 1468. En este año murió – quizás envenenado – el infortunado Alfonso XII, y la princesa Isabel, hermana del rey, fue reconocida como heredera (Tratado de los Toros de Guisando). Un año más tarde, Isabel contrajo matrimonio, sin autorización de Enrique IV, con Fernando, hijo y heredero de Juan de Navarra, ahora rey de Aragón. El rey castellano revocó el tratado y designó como heredera a Juana la Beltraneja, hasta entonces sistemáticamente eliminada en todas las previsiones sucesorias a causa de su rumoreada ilegitimidad. Así las cosas, a la muerte de Enrique IV se planteó un conflicto sucesorio entre los partidarios de Isabel I y los de Juana la Beltraneja. La primera estaba apoyada por un importante sector de la nobleza, encabezado por el linaje de los Mendoza, y contaba además con la ayuda aragonesa; la segunda contaba con la Liga nobiliaria – Carrillo, arzobispo de Toledo, el marqués de Villena – y, sobre todo, con Alfonso V de Portugal, con quien pensaba contraer el matrimonio. ➢ La guerra civil (1474 – 1479) fue dura, especialmente en torno a la frontera con Portugal – batallas de Toro y Albuera – y en el mar, hasta el punto de que J. Heers ha definido los ataques y represalias mutuos en las costas atlánticas africanas como “la primera guerra colonial” entre dos países europeos. La gran derrotada no fue la “desgraciada señora”, como los portugueses llamaban a Juana la Beltraneja, sino la nobleza que la había apoyado. Pero, en contra de lo que comúnmente se piensa, los Reyes Católicos fueron generosos en su victoria. Suárez ha hablado de su “reconciliación con los nobles”, que pasaba, desde luego, por la destrucción de todo tipo de liga nobiliaria. La nobleza en su conjunto entendió muy bien que era mejor someterse que resistir. ❖ Aragón en el siglo XV. ➢ El reinado de Fernando I fue breve (1412 – 1416), todo lo contrario del de su primogénito y sucesor Alfonso V el Magnánimo (1416 – 1458). Fascinado muy pronto por el mundo italiano, que ofrecía un amplio campo a sus ideales caballerescos y su ansia de gloria, dejó el gobierno del reino en manos de su mujer, María de Castilla. Su objetivo fue la conquista del reino de Nápoles, que también le disputaba el duque de Anjou. De esta forma, reverdecía la antigua contienda entre aragoneses y angevinos. La lucha fue larga y tuvo alternativas (en 1435, Alfonso V cayó prisionero en la batalla de Ponza). Pero, finalmente, en 1442 consiguió entrar triunfante en la capital del reino, convertida en uno de los centros más activos del primer Renacimiento y donde residiría hasta el final de su vida. Sin hijos legítimos que le heredasen, le sucedió como rey de Aragón su hermano Juan de Navarra, mientras su hijo ilegítimo, Ferrante, ocupaba trono de Nápoles. Juan II (1458 – 1479) poseía, al comenzar a reinar, una experiencia política muy considerable, adquirida tanto en Castilla como en Navarra. Era también un político seguro de sí mismo y tenía, como buen Trastámara, ideas muy claras sobre cómo gobernar. En circunstancias diferentes, pudo haber sido un extraordinario rey. Pero le tocó vivir tiempos duros. ▪ Cataluña, el sector mas sensible de toda la Corona de Aragón, vivía desde hacía años en una situación de conflicto casi permanente. Por un lado estaba el viejo problema de los payeses de remensa, planteado desde finales del siglo XIV; por otro, la lucha política en la ciudad de Barcelona entre la oligarquía mercantil y los gremios. Por un tercero, aún, las campañas italianas de Alfonso V, que habían acabado por desestabilizar la frágil economía de Barcelona y de Cataluña. Sobre este trasfondo de tensiones, la actuación autoritaria de Juan II chocaba con la tradición política catalana, típicamente “pactista”. La prisión de Carlos, príncipe de Viana y heredero tanto del trono navarro como aragonés, y su muerte en reino de Murcia, integrado en la Corona de Castilla – pasó a manos aragonesas. Los monarcas de Túnez, Bugía y Tremecén reconocieron, mediante tributo, la hegemonía de Jaime II. A finales de su reinado, en 1323, se decidió, al fin, a hacer efectivo el dominio sobre Cerdeña que los acuerdos de años atrás le habían otorgado. Algunas de las principales ciudades de la isla fueron conquistadas pero, sobre buena parte del territorio, el elemento indígena, azuzado por pisanos y genoveses, inició una áspera resistencia. La guerra de Cerdeña había de ser, para los sucesores de Jaime II, la gran prueba de fuerza. ➢ Pedro IV y la política de reintegración territorial. Los reinados de Alfonso IV (1327 – 1336) y, sobre todo, de Pedro IV el Ceremonioso (1336 – 1387), conocieron un duro desgaste de la potencia militar catalano – aragonesa en Cerdeña. Em 1353, una escuadra catalana obtuvo en Alguer un gran triunfo frente a los genoveses. Sin embargo, la rebelión en la isla se mantuvo, dirigida por algunos clanes locales como los jueces de Arborea o los Doria. En 1385, se llegó a un precario acuerdo de paz entre las partes. La política mediterránea de Pedro IV tuvo, sin embargo, otras dimensiones más fructíferas. Gracias a su labor – mezcla de esfuerzo militar y de diplomacia tortuosa- los Estados mediterráneos de la casa de Barcelona fueron reintegrados a la rama mayor o quedaron en trance de serlo. El reino de Mallorca y sus dependencias de Rosellón y Cerdeña fueron recuperados por Pedro tras la batalla de Llucmajor (1349), en la que murió el último monarca mallorquín independiente, el desgraciado Jaime III. En 1380, los catalanes de Atenas y Neopatria hicieron entrega de los dos ducados al Ceremonioso, aunque poco después de su muerte, en 1388, se perdieron para siempre. En relación con Sicilia, Pedro IV promovió el matrimonio de su nieto Martín el Joven (hijo del infante Martín el Humano) con María, niña aún, heredera de los derechos de la isla. ➢ El Mediterráneo catalano – aragonés y la extinción de la dinastía barcelonesa. El reinado de Juan I de Aragón (1387 – 1396) ha sido considerado como de cierto abandono de la política mediterránea. Los esfuerzos en ese sentido fueron retomados más tarde por su hermano y heredero, Martín el Humano (1396 – 1410), y por el hijo de éste, Martín el Joven. Desde 1395, éste y su mujer, María, emprendieron una enérgica para doblegar a los barones sicilianos. En los años siguientes, la colaboración entre padre e hijo se estrechó. Cerdeña volvió a poner a prueba la solidaridad de la familia real. En la isla, los partidarios del vizconde de Narbona y de Brancaleone Doria ponían en jaque la presencia aragonesa. Los dos Martín hicieron un esfuerzo supremo para enviar un gran ejército. Los rebeldes fueron aplastados en San Luri el 30 de Junio de 1409. A partir de ese momento, resultó posible la definitiva sumisión de Cerdeña. Sin embargo, las sucesivas muertes de Martín el Joven al mes de la victoria, y de su padre al año siguiente, abrieron un ominoso interrogante para el futuro de los dominios catalano – aragoneses. La nueva dinastía entronizada en 1412 – los Trastámara castellanos – asumió la vieja vocación mediterránea. Unos representantes, Alfonso V, amplió la presencia hispánica con la conquista de Nápoles, hecho que requiere un tratamiento especial. 5. Los Reyes Católicos y el fin de la Reconquista.
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved