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"El Malestar en la Cultura" de S. Freud, Apuntes de Psicología

Asignatura: Personalidad, Profesor: pso pso, Carrera: Psicología, Universidad: UNED

Tipo: Apuntes

2016/2017
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Subido el 14/07/2017

lady_lazarus_16
lady_lazarus_16 🇻🇪

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¡Descarga "El Malestar en la Cultura" de S. Freud y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! “El malestar en la Cultura” de S. Freud Freud comienza en su prólogo adelantando cuál será el tema de fondo: la felicidad. Al respecto señala: “ Uno no puede apartar de sí la impresión de que los seres humanos suelen aplicar falsos deseos; poder, éxito y riqueza es lo que pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida. Más en un juicio universal de esa índole, uno corre el peligro de olvidar las variedad del mundo humano y de su vida anímica” Con este comienzo Freud pone en evidencia que la felicidad es lo que busca alcanzar u obtener todo ser humano. Al leer esta cita pienso en la Ética de Aristóteles que también se indaga sobre la felicidad, ¿qué será la felicidad? Para algunos la felicidad está en la riqueza, para otros en la salud, en la familia, etc. Dependerá en todos los casos de la subjetividad de cada ser humano. Pero como bien señala nuestro amigo Freud tampoco es decirlo así nomás a la ligera, hay que tener en cuenta la variedad del mundo humano y de la vida anímica de cada ser humano, que está abierta a un sin número de posibilidades (al respeto también pienso en Heidegger valga la pena sino). Otros de los puntos salientes de esta pequeña obra es el tema de la Religión, la analiza como una mera ilusión. Freud nos va decir que los creyentes creen vivir una sensación de “eternidad”, un sentimiento “oceánico”. Para él no hay más sentimiento que el que nosotros mismos tenemos. Aquí ya Freud utiliza los tópicos del Yo, Ello y Supéryo (A este respecto me explayo, a pie de página, muy brevemente sobre los significados de Yo, Ello y Supéryo, que seguramente con el correr de las clases se van a ir aclarando). El tema de la religión es analizado pormenorizadamente por Freud a modo de ejemplo. La religión es una entidad del Supéryo. También creo que la religión pasa por una cuestión ideológica, y de cuanto puede llegar a afectar esa ideología en el ser humano. Más adelante lo señalo con más precisión sobre que la religión es negadora de la vida y nos hace vivir falsos sentimientos y no verdaderos sentimientos reales. Piensen ustedes en lo que vimos de Nietzsche, sobre su obra Así hablo Zaratustra. Allí en la Primera Parte sufre tres transformaciones. La primera de ellas, fíjensen ustedes, es la del Camello, que representa al hombre religioso que vive con un sentimiento de eternidad. Pensando una vida futura y no viviendo en una vida real. No hay tampoco para Freud un más allá al igual que Nietzsche claro está. Por algo será que ambos han sido llamados los maestros de la sospecha junto con Karl Marx. Pasa Freud a continuación, a analizar la vida anímica, al respecto señala, “Que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, que todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas, por ejemplo en virtud de una regresión de suficiente alcance”. Quizás esta cita les resulte incomprensible, bueno para mí también lo es. Piensen ustedes en los diferentes deseos, que cada uno de nosotros tuvimos a lo largo de nuestra vida, al menos desde que hacemos uso de nuestra razón. Algunos de esos deseos ya se han cumplido otros simplemente no se han cumplido, otros permanecen reprimidos y pueden ser recuperados y cumplidos. La vida anímica consiste precisamente en cumplir esos deseos o no. El capítulo II vuelve nuevamente sobre la religiosidad del hombre, donde él se representa en un padre de grandiosa envergadura. Y este Padre es Dios evidentemente. Este Padre es una entidad del Supéryo. La religión hace creer al hombre que necesita de un ser superior que lo guié, escuché sus necesidades, que les dé un premio y un castigo por su conducta. Todo esto es evidentemente infantil. Pienso en las palabras de Enmanuel Kant, hay que salir del estado de minoridad. El hombre en estos aspectos sobre la religión sigue siendo un niño. También aquí analiza con más precisión sobre la felicidad al respecto señala: “¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan de discernir, por su conducta como fin, y propósito de su vida? ¿qué es lo que exigen de ella, lo que en ella quieren alcanzar? No es difícil acertar con la respuesta. Quieren alcanzar la felicidad y mantenerla”, “Esta aspiración tiene dos costados, una meta positiva y una negativa: por una parte quieren la ausencia de dolor u de displacer; por la otra vivenciar intensos sentimientos de placer”. Evidentemente Freud nos va decir que el hombre tiende en el fondo a la segunda de estas metas. Para él la felicidad son aquellas necesidades retenidas con alto grado de éxtasis de ligero bienestar: “es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino mientras lo sentimos, y sólo lo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos de nuestro organismo”. La felicidad como el dolor es pura sensibilidad no es otra cosa más que eso. Hay que buscar la felicidad en la belleza, porque la belleza es algo sensible y no es la religión: “La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el anonadamiento de la inteligencia”. Esto es vivir en un infantilismo psíquico. En el capítulo III Freud señala tres fuentes de nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos, entre los hombres en la familia, el Estado y la Sociedad. En este capítulo, Freud trata principalmente el tema del origen de la sensación de eternidad o "sentimiento oceánico" como fuente primordial de la religiosidad humana. Según él, "trataríase de un sentimiento de indisoluble de comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior". Para dilucidar el origen de este sentimiento debemos embarcarnos en el análisis del yo. En situaciones normales, dice Freud, nada nos parece más seguro y establecido como la sensación de nuestra "mismidad", de nuestro propio yo. Sin embargo, la investigación psicoanalítica establece que el yo se continúa hacia dentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y a la cual el yo sirve de fachada. Por lo menos hacia el exterior, el yo parece siempre mantener límites claros; sin embargo hay una situación en la que amenaza esfumarse el límite entre el yo y el objeto: el enamoramiento. El enamorado afirma que yo y tú son uno, y está dispuesto a comportarse como si así fuera. De esto aducimos que lo que puede ser anulado por una función fisiológica podrá, desde luego, ser trastornado por procesos patológicos. Por lo tanto, el sentimiento yoicio está sujeto a trastornos, y los límites del yo con el mundo exterior no son inmutables. Establecido esto, debemos decir que el sentido yoicio del adulto no pudo haber sido el mismo desde el principio, sino que sufre una evolución. El lactante, por ejemplo, aún no discierne su yo del mundo exterior. Va aprendiendo esto a través de diversos estímulos, pero lo que ha de causarle mayor impresión es el hecho de que algunas de las fuentes de estímulo sean susceptibles de provocarle sensaciones en todo momento, mientras que otras se le sustraen temporalmente, entre ellas la que más anhela: el seno materno. Así, comienza a oponérsele al yo un objeto, uno que se encuentra afuera y para cuya aparición es necesario realizar una acción particular: el llanto. Un segundo paso en la demarcación del yo, lo que implica una aceptación de un afuera, es el surgimiento de la tendencia a disociar del yo cuanto pueda convertirse en una fuente de displacer, lo que es impulsado por el principio del placer, que induce a abolir y evitar estas sensaciones. De esto modo, el hombre el hombre aprende a dominar un método mediante el cual puede discernir lo interior y lo exterior. El que el yo aplique esta misma metodología al defenderse de ciertos estímulos displacientes provenientes de su interior, habrá de dar origen a importantes trastornos patológicos. De esta forma Freud dice que originalmente el yo lo incluye todo, y luego desprende de sí el mundo exterior. Este razonamiento implica la aceptación de que el producto de las fases tempranas de un proceso evolutivo se puede conservar junto con su parte evolucionada, lo cual ejemplifica Freud con la supervivencia del cocodrilo luego de la extinción de sus predecesores, los dinosaurios. Otra metáfora que usa es la de una ciudad imaginaria en la que persisten todas las características y estructuras de la Ciudad Eterna, Roma, cuyas estructuras han cambiado, o incluso dejado de existir para dejar paso a otras construidas durante períodos subsiguientes. Esta persistencia de todos los estadíos previos de algo, junto con su forma definitiva, es solo posible en el campo psíquico, y es más bien una regla que una excepción. Sin embargo, Freud considera poco fundada esta teoría y establece el desamparo infantil que sufre el hombre como fuente irrefutable de la religiosidad. Capítulo 2 Síntesis Sigmund Freud trata ahora el tema de la búsqueda de la felicidad, el objeto común a todos los hombres, y de qué forma se relaciona la religión con este tema. Tal como nos ha sido impuesta la vida, dice Freud, resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles. Por eso, necesitamos lenitivos para poder soportarla. Los clasifica en tres tipos: Distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria. Ej.: cultivar, actividad científica Satisfacciones sustitutivas que la reducen. Ej.: arte Narcóticos que nos tornan insensibles a ella Alega que es difícil en qué lugar de esta clasificación entra la religión. Ésta es la única que puede dar respuesta acerca de la finalidad de la vida humana. Aún más allá, la idea de adjudicar un objeto a la vida humana solo puede existir en función de un sistema religioso. Por eso, Freud deja de lado este tema para centrarse en otro más modesto: el objeto que el hombre si impone a sí mismo, la búsqueda de la felicidad. Él distingue dos aspectos de esta búsqueda: evitar el dolor y el displacer, y experimentar intensas sensaciones placenteras. Como vemos, el que fija este objetivo es el antes mencionado por Freud programa del principio del placer. No obstante, este programa es irrealizable, ya que todo el universo se le opone, e incluso podemos decir, reflexiona Freud, que el plan de la Creación no incluye que el hombre sea feliz. Según Freud, la felicidad se puede traducir como la satisfacción casi siempre instantánea de necesidades acumuladas que han alcanzado un punto elevado de tensión, y, por lo tanto, solo puede darse como un fenómeno episódico. Esto es producto de nuestra naturaleza, que sólo nos permite gozar intensamente del contraste, no de la estabilidad. En cambio, no es mucho más fácil experimentar las desgracias, que nos atacan desde tres flancos: El propio cuerpo, que, condenando a la aniquilación y la decadencia, ni siquiera puede eludir de los displaceres producidos por el mismo El mundo exterior, fuente de fuerzas destructoras omnipotentes e implacables Las relaciones humanas, tal vez la mayor y más intensa fuente de sufrimiento, y casi ineludible. Como resultado de este panorama, el hombre tiende a rebajar sus pretensiones, a seguir el principio de la realidad, llegando a considerarse feliz por el hecho de haber eludido la desgracia. Así, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a segundo plano la de logar el placer. Freud emprende una clasificación de las metodologías aplicadas por el hombre en su búsqueda de la felicidad: Fin positivo: obtención del placer Satisfacción ilimitada de todas las necesidades: no obstante uno de los caminos más tentadores, significa anteponer el placer a la prudencia y pronto se hacen notar sus consecuencias. Intoxicación: siendo uno de los métodos más efectivos, no solo proporciona estímulos placenteros, sino que también nos impide percibir estímulos desagradables. Freud reconoce una relación entre éstos dos fenómenos: "la descarga del placer oscila entre la facilitación y la coartación y paralelamente disminuye o aumenta la receptividad para el displacer". Los estupefacientes no solo proporcionan placer inmediato, sino también una considerable independencia del mundo exterior. Desplazamientos de la libido: consiste en reorientar los fines instintivos, de manera que eluden la frustración del mundo exterior. La exaltación de los instintos y la acrecentación del trabajo psíquico e intelectual contribuyen a ello. Responde a esta metodología la satisfacción que goza un artista por medio de la creación, o la del investigador, al solucionar sus problemas. Sin embargo, aunque este tipo de satisfacción es más noble y elevada dice Freud, su satisfacción es muy atenuada e insuficiente comparada con la satisfacción de los impulsos instintivos más groseros y primarios. No obstante, el punto débil de esta metodología reside en que es accesible a muy pocas personas, pues requiere disposiciones y aptitudes infrecuentes. Y, aún en el caso de quienes ostentan estas cualidades, no proporciona una protección sólida contra el sufrimiento. Imaginación: se relaja el vínculo con la realidad, buscando las satisfacciones en los procesos internos psíquicos. En este caso, la satisfacción se obtiene de ilusiones que son reconocidas como tales, sin que su discrepancia con el mundo real impida disfrutarlas. Las satisfacciones imaginativas, sin embargo, accesibles a los carentes de creatividad e insípidas para los más sensibles al arte, Además habla el filósofo de cierta decepción de algunos hombres respecto de sus avances en el dominio de la Naturaleza. Según estos hombres, estos avances han suministrado los sufrimientos que pretenden remediar los avances que los sucedieron. Dado el carácter subjetivo de este análisis, Freud deja de lado el tema para sumirse en la caracterización de la cultura. Según la concepción de Freud, ésta se compone de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza regular las relaciones de los hombre entre sí Los rasgos de la cultura se pueden clasificar de la siguiente manera: Actividades y vienes útiles para el hombre: toda invención y descubrimiento del hombre que tenga como fin poner la tierra al servicio del hombre y protegerlo de las fuerzas Naturaleza. Entre éstos están el descubrimiento y dominio del fuego, el uso de herramientas y la construcción de herramientas. Mediante estas invenciones el hombre perfecciona sus órganos para sobreponerse a los obstáculos que encuentra en su camino. Deidades: en éstas el hombre deposita las cualidades y aptitudes vedadas al él a modo de ideales. En cierto modo, el hombre mismo ha llegado a ser un dios con prótesis: llega a ser un ser bastante magnífico cuando hace uso de todos sus artefactos, no obstante ellos no son parte de su cuerpo y en más de una ocasión le provocan displaceres. Belleza: la bella disposición y adorno de las creaciones que parecen carecer de utilidad son una manifestación cultural muy importante. Higiene: cualquier falta a este precepto es considerada incompatible con la idea de cultura Orden: es una suerte de impulso de repetición que establece cómo, cuándo y dónde deben efectuarse ciertas tareas con el fin de ahorrarse dudas e indecisiones respecto de cómo actuar. Su carácter benéfico para el hombre es indiscutible, ya que le permite sacar el máximo provecho del espacio y tiempo de los que dispone. Producciones científicas y artísticas: entre ellas se encuentran los sistemas religiosos, los planteos filosóficos y las construcciones ideales del hombre, esto es, su idea de perfección, así como las pretensiones que establece basándose en tales ideas. Regulaciones sociales: Mediante éstas, el hombre se reúne en comunidades, con el fin de que la voluntad del individuo mas fuerte no se superponga a la de los demás por debajo suyo en este respecto. Si no fuera por estas, el único principio que regiría las relaciones humanas sería el de la selección natural: la supervivencia del más fuerte. De ésta forma entonces, el poderío común, el Derecho, se impone al del individuo, la fuerza bruta, con el fin de garantizar la justicia. Con este fin, los miembros de la comunidad restringen sus posibilidades de obtener satisfacción y sacrifican sus instintos en aras del bien común, cosa que el individuo no contempla. La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era máxima antes de la imposición de ésta. El desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas. Sin embargo, cuando el ímpetu libertario se convierte en una rebelión contra alguna injustica establecida, contribuye así al desarrollo y progreso de la cultura, siendo así compatible con ésta. En realidad, gran parte de los enfrentamientos en la historia del hombre giran alrededor del fin de hallar el equilibrio, es decir, la felicidad para todos. A modo de conclusión, Freud hace un repaso La cultura no es sinónimo de perfección. La evolución cultural es un proceso particular que opera en la Humanidad. Podemos caracterizar este proceso por los cambios que impone a las predisposiciones instintivas del hombre, en algunos casos dando origen a rasgos de carácter. Capítulo 4 Síntesis En este capítulo Freud se dedica a dilucidar el origen de la cultura desde el comienzo mismo de la humanidad. Según él, el hombre, comprendiendo que estaba en sus manos mejorar su destino por medio del trabajo, empezó a ver sus semejantes como colaboradores con quienes resulta útil vivir en comunidad. Aún antes de esto, ya había adoptado la costumbre de formar una familia, en la cual podía encontrar sus primeros auxiliares. Dice Freud que la construcción de la familia debe su origen a la necesidad de satisfacción genital: el objeto sexual, la hembra pasó a ser un inquilino permanente en la casa, y luego, a su vez, tuvo quedarse para permanecer junto al macho más fuerte por el bien de su prole. Con el tiempo, lo hijos se dieron cuenta de una asociación puede ser más poderosa que el individuo aislado. Fue así como surgieron las alianzas fraternas. Los hermanos tuvieron que imponerse restricciones para consolidar este sistema. Así, los preceptos del tabú se convirtieron en el primer Derecho, la primera ley. De esta forma la vida en comunidad adquirió sus fundamentos: la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores. El amor, que impedía al hombre separarse de su mujer, y a ésta, separarse de su prole. Pasa ahora el filósofo a hablar de las perturbaciones que sufriría la cultura y mencionas dos: 1. El amor sexual: Como ya ha esclarecido antes Freud, este camino conduce a una peligrosa dependencia respecto de un objeto del mundo exterior, objeto que puede ser arrebatado por el hombre por la infidelidad o la muerte. A pesar de ello, y gracias a su predisposición, una minoría logra hallar la felicidad a través del amor sexual. Éstos lo gran su cometido a través de independizarse del consentimiento del objeto sexual, protegiéndose así de la pérdida del objeto. Dirigen su amor en igual medida a todos los seres, evitan las peripecias y decepciones del amor genital, transformando el instinto en un impulso coartado. Así también, desvían su amor hacia la Humanidad entera y le dan un carácter universal. Sin embargo, presenta dos objeciones Freud a esta modalidad de vida: un amor que no discrimina pierde a nuestros ojos buena parte de su valor, pues comete una injusticia ante el objeto luego, no todos los seres humanos merecen ser amados Aquel impulso amoroso que instituyó a la familia sigue influyendo en la cultura, tanto en su faceta primitiva como en su forma de cariño coartado en su fin. En ambas variantes perpetúa su función de unir a una mayor cantidad de seres en comunidad. En este punto Freud hace una distinción entre el amor y el cariño. El primero se da entre un hombre y una mujer que han formado una familia sobre la base de sus necesidades genitales; el segundo, entre padres e hijos, hermanos y hermanas. De nuevo, el amor genital lleva a la formación de nuevas familias; el cariño, a las amistades. Sin embargo, la cultura impone restricciones al amor. 2. La mujer: ésta impone discordia con sus exigencias amorosas. Las mujeres, dice Freud, representan los intereses de la familia y de la vida sexual; la obra cultural, en cambio, en convierte cada vez más en tarea masculina, imponiendo a los hombre dificultades crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos, sublimación para la que las mujeres están escasamente dotadas. El hombre entonces tiene que sustraer energía psíquica de la que antiguamente dedicaba a la mujer y a la familia, en incluso de sus deberes de esposo y padre. Viéndose la mujer relegada a segundo plano por las exigencias culturales, adopta una actitud hostil hacia la cultura. 3. Restricción sexual por parte de la cultura: a lo largo de la historia, la cultura a impuesto con fines benéficos para la humanidad, restricciones sexuales al hombre. Freud desprecia las restricciones al amor genital heterosexual, la Neurosis: vino a ser la solución de una lucha de intereses entre los instintos de autoconservación y los libidinales. Narcisismo: el reconocimiento de que también el yo está impregnado de libido; más aún, que en el yo se originó éste y que en cierta manera sigue siendo su cuartel central. Por otra parte, deduce Freud que, aparte del instinto de vida que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades cada vez mayores, debía haber también un instinto de muerte que hiciera lo contrario. Gracias al antagonismo e interacción de ambos se pueden explicar los fenómenos vitales. Este instinto de muerte se pone al servicio de Eros, manifestándose parte de él hacia el exterior en forma de pulsiones agresivas, destruyendo el ser un objeto en vez de destruirse a sí mismo. Por otro lado, ambos instintos, de vida y de muerte, raramente se presentan aislados, sino en una amalgama de distintas proporciones. Éste último, el de muerte, escapa a nuestra percepción cuando no se amalgama con Eros. Es por eso que Freud no considera necesario ahondar más en la búsqueda de un término que lo conceptualice. Capítulo 7 Síntesis Es en este capítulo, Freud analiza de qué forma lucha la cultura contra el instinto de destrucción. Caracteriza con este fin lo malo, siendo esto, toda acción que pueda poner en peligro el amor hacia uno mismo proveniente de los demás. El peligro hace aparición cuando la autoridad exterior descubre la acción mala, y entonces aparece también la angustia social, exigiendo la renuncia de la satisfacción de los instintitos para su satisfacción. De esta forma, se proyecta el instinto de agresión hacia su fuente: el yo. En algunos casos, la autoridad exterior deviene en un super-yo, al que comúnmente llamamos conciencia, y que perpetúa la agresión de la autoridad exterior ante el solo deseo del individuo de actuar mal. Por otro lado, la adversidad confiere poder a la conciencia, mientras que mientras la suerte sonríe al hombre la conciencia es más indulgente. El origen de este super-yo, o conciencia moral, se atribuye a dos factores: la propia renuncia instintual, y los impulsos vengativos ante la autoridad, reprimidos desde etapas tempranas del desarrollo del yo. Por otro lado, participan de esta evolución de la conciencia moral factores externos del medio, así como cierta influencia des modelo filogenético del hombre primitivo. Se combinan estas causas en el caso del asesinato de protopadre por parte del hombre primitivo. En este hombre primitivo subsistían el amor y el odio por el padre. Luego del asesinato de éste, este odio es satisfecho, y el amor por el padre resurge, constituyendo el super-yo por identificación con el padre, volcando en él toda la autoridad que éste personificaba y estableciendo las bases para la evitar la repetición del crimen. He aquí la relación entre la cultura y el sentimiento de culpabilidad. Capítulo 8 Síntesis En el capítulo final, Freud hace un repaso de los conceptos tratados a lo largo de toda la obra. Podemos sintetizarlos en estos términos: Super-yo: instancia psíquica inferida por el hombre. Conciencia: una función del super-yo, que se encarga de vigilar y juzgar las tendencias del yo. Sentimiento de culpabilidad: apreciación del yo de las tensiones entre sus tendencias y las exigencias de la conciencia. Es el problema más grande para la evolución de la cultura y es engendrado a su vez por ella. Necesidad de castigo: es la expresión subyacente de la culpabilidad, que implica un miedo hacia el super-yo. Es una manifestación instintiva masoquista que vuelca hacia el yo el propio instinto de destrucción, formando un vínculo erótico con el super-yo. Remordimiento: es una manifestación del yo ante sentimiento de culpabilidad luego de haberse cometido el acto malo, y también es un castigo en sí mismo. Fuentes de la energía agresiva: es aparentemente contradictorio el que haya dos fuentes de la energía agresiva, las cuales se presentan en mayor o menor grado en cada individuo. Autoridad exterior: como el que "apuesta tropas en la ciudad ya conquistada", la autoridad se internaliza a modo de extensión en el yo. Agresividad coartada: la agresividad innata del yo es devuelta a su fuente. Al haber satisfacción erótica insatisfecha, se generaría cierta agresión hacia la persona que impide esta satisfacción, y está agresión, a su vez, debería ser contenida. Con este fin es coartada y devuelta al yo, apareciendo el sentimiento de culpabilidad. Cuando un impulso instintual sufre la represión, sus elementos libidinales se convierten en síntomas, y sus componentes agresivos, es sentimiento de culpabilidad. Los fenómenos orgánicos están dados por la lucha entre el Eros y el instinto de muerte. Los procesos de la cultura y la evolución individual son muy parecidos, tanto en sus fines como en sus métodos. Sin embrago, la principal diferencia es que la primera tiene como premisa el anhelo altruista de fundir a los individuos en una comunidad, mientras que el segundo, persigue el principio del pacer, en un anhelo egoísta. Podemos encontrar las siguientes analogías: Posible equilibrio: en el proceso cultural, la lucha entre Eros y Tanatos, y, en el proceso evolutivo individual, la lucha entre la felicidad individual y la de la comunidad, pueden llegar a un equilibrio. Super-yo: ambos procesos producen una entidad superior. En el caso de la cultura y a lo largo de la historia el super-yo aparece en forma de caudillos u hombres de gran fortaleza espiritual. Angustia de conciencia: el super-yo cultural establece rígidos ideales cuya violación es castigada con la angustia de conciencia. El super-yo individual persigue idénticos fines, castigando al yo con la mala conciencia.
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