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Orientación Universidad
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El nacionalismo y sus caracteristicas, Transcripciones de Historia

Este archivo trata sobre el nacionalismo

Tipo: Transcripciones

2016/2017

Subido el 14/06/2023

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¡Descarga El nacionalismo y sus caracteristicas y más Transcripciones en PDF de Historia solo en Docsity! Nacionalismo Esencialista y Constructivista: el protagonismo de la Nación Estado • Mario R. Cancel-Sepúlveda • Catedrático de Historia El nacionalismo enfrentó la explicación de la condición humana en el tiempo y el espacio y la definición de su identidad de un modo distinto. Aquella explicación compartía valores en cierto modo contrapuestos: había bebido de la tradición clerical del Providencialismo Cristiano que interpretaba la nación como un alma colectiva emanada de Dios; así como de las vertientes seculares, anticlericales y antimonárquicas presentes en el proceso revolucionario francés iniciado en 1789 que veían la nación como la expresión de la voluntad general o popular. Muchas de las contradicciones de los nacionalismos a lo largo del tiempo, están relacionadas con ese origen contradictorio. ¿Qué es el nacionalismo? El nacionalismo es un sistema de pensamiento y acción política nacido en la Europa Moderna. Su maduración como explicación teórica e historiográfica puede ubicarse a lo largo de los complejos procesos de las exploraciones geográficas de fines del siglo 15 por sus enormes efectos en el mercado internacional, la cultura humanista y la revisión del cristianismo promovida por la Reforma Evangélica a principios del siglo 16. El nacionalismo se constituyó en un sistema interpretativo fundamental para comprender la idea de Europa como un conjunto de pueblos y culturas distintas de las del resto del mundo, asunto que tanto interés despertó en la Historiografía Liberal en el contexto del debate sobre los orígenes de la idea de Europa entre los germanistas y los romanistas. No resulta exagerado afirma que la cultura europea, en especial sus países económicamente más avanzados, fueron quienes inventaron y modularon el nacionalismo como discurso y la Nación como entidad en el marco del crecimiento del poder material y espiritual de la burguesía. Su asociación con el triunfo liberalismo político y económico, ideologías propias de aquella clase, es innegable. De hecho, dos de los momentos más significativos en el avance de aquel sistema de pensamiento fueron la Revolución Francesa iniciada en 1789, y el proceso de unificación de dos países marginados por la llamada Europa del Centro: Alemania e Italia. Su rasgo más distintivo es la disposición del ciudadano moderno a identificarse y comprometerse material e inmaterialmente con entorno en el cual nace y crece según se encarna en un estado a través de sus instrumentalidades de gobierno. Los lazos de solidaridad que hacía del nacionalismo un sentimiento fuerte o débil dependían del conocimiento o la conciencia que tuviese la comunidad nacional de que poseían un pasado común cuyo conocimiento servía para explicar los rasgos que los distinguían. Ser un buen francés, inglés, alemán, italiano, holandés, etcétera, dependía de la profundidad de la apropiación de aquel pasado común y su aceptación por todos los componentes de la comunidad nacional. El susodicho pasado común debía servir de referente para promover y consolidar la aspiración a un futuro común. Los lazos de solidaridad podían tomar una diversidad de formas. Podían tener un cariz material, es decir, socioeconómico y fundarse en la defensa de un patrimonio para la nación; o podían adoptar un cariz inmaterial, cultural, espiritual o emocionales concreto y fundarse en la defensa, protección y reproducción de tradiciones ancestrales capaces de distinguir a un sujeto nacional de otro. El equilibrio o desequilibrio entre unos y otros lazos de solidaridad, el peso que se le daba a uno u otro variaba de nación en nación, hacía del nacionalismo una teoría plural y diversa. En todos aquellos menesteres la historiografía podía cumplir una función esclarecedora, instituyendo con ellos una relación ambigua entre historiografía y nacionalismo que todavía hoy es visible. El nacionalismo se expresó en dos corrientes principales acorde con la forma en que cada una explicaba el origen de la nación y del nacionalismo, a saber: • El Nacionalismo Esencialista u Organicista, una filosofía de origen alemán que, en nombre del espíritu de las naciones, cuestionó la validez del universalismo que proponían los pensadores racionalistas y los naturalistas. Su cuestionamiento a los ideales ilustrados tan cargados de secularismo fue organizado alrededor de argumentos cristianos provenientes tanto del catolicismo como del evangelismo. Los proponentes de aquella teoría afirmaban que el motor o agente clave en el desenvolvimiento de la historia no era otro que el Volkgeist, un concepto alemán que traducido al español significaba literalmente Espíritu del Pueblo, noción indistinguible del concepto Nación. Un espíritu es alemán fueron el filósofo, teólogo y crítico literario Johann Gottfried Herder (1744-1803) y el profesor de filosofía Johan Gottlieb Fichte (1762-1814), vinculados al romanticismo y el desarrollo del idealismo alemán y ambos profundamente influidos por la fenomenología kantiana antes discutida. Herder fue pastor evangélico de filiación luterana que imaginaba a la naturaleza y el mundo como entes animados por lo que definía como una “fuerza genética”, “fuerza viva interior” o “élan vital”. La traducción más concisa de la palabra francesa élan no era otra que “impulso”. Desde su punto de vista el referido impulso era una fuerza independiente del ser humano y actuaba animada por una “energía causal propia”. El impulso vital era inmaterial y tenía la categoría de una idea, pero Herder se ocupaba de aclarar que no era equivalente a la Razón como habían alegado los pensadores racionalistas ilustrados. La identidad nacional, esa toma de conciencia de los que se es en términos de la vinculación con una nación en particular, no era un acto racional, reflexivo o resultado de una decisión consciente o voluntaria. Por el contrario, era más bien un acto irracional e instintivo o resultado de una decisión inconsciente o involuntaria. En síntesis, ser alemán no era una decisión sino una condición natural. Lo mismo podría alegarse para cualquier otra identidad nacional del mundo. Siendo la identidad nacional una condición “orgánica” e “involuntaria” que penetraba al individuo y le daba sentido de pertenencia con respecto a una comunidad, Herder estaba en posición de asumir que aquella era perenne e inseparable: una vez eras alemán no podrías dejar de serlo. La identidad nacional no era un objeto material que pudiera conocerse o saberse con los recursos de una ciencia concreta sino más bien algo que se siente o se percibe como un acto de fe. La identidad nacional era independiente de la racionalidad y solo estaba limitada por la naturaleza. Elementos tales como el clima, la geografía y el hemisferio en el cual el ser humano crecía incidían en la configuración de aquella. Eso significaba que una persona de un clima tropical, seco, templado, continental o polar se comportarían de modo distinto. Crecer en una topografía montañosa, en una zona costanera, en una isla o un continente, por ejemplo, penetraban la identidad imponiéndole sus marcas. En términos generales, aquella postura no difería de los principios básicos del Determinismo Geográfico, una postura presente en la reflexión del geógrafo alemán Karl Ritter (1779-1859). El concepto fue acuñado y generalizado por el creador de la geografía humana o antropogeografía, el alemán Friedrich Ratzel (1944-1904) durante la segunda parte del siglo 19. En principio ambas tendencias tendían a vincular por medio de relaciones de causa y efecto, elementos del ambiente natural al ambiente cultural: Herder sobre la base de la filosofía y Ratzell sobre la base de las ciencias sociales. Para Herder la identidad nacional traducía un “espacio vital” en alemán lebensraum, preciso para así asegurar la plenitud de su desenvolvimiento. Entre la identidad nacional y el espacio vital había una relación de mutua dependencia por lo que un cambio de espacio vital nunca era “saludable” para la identidad nacional. En términos generales la postura reflejaba el etnocentrismo y el eurocentrismo dominante por aquel entonces al asumir que un europeo o un alemán, en este caso, degeneraba o se degradaba cuando abandonaba su espacio vital. Cualquier esfuerzo racional o científico por evitar el efecto del clima o el ambiente natural en la identidad o ambiente cultural estaba destinado a fracasas. Lo que sugería Herder era que la nación y la identidad nacional estaban fuera del alcance de la racionalidad instrumental porque no eran asuntos objetivables. Sobre aquella base filosófica desarrolló una imagen del mundo de su tiempo por lo demás interesante. Para Herder cada pueblo o volk se diferenciaba de los demás por el impulso que le daba su Volkgeist o Espíritu del Pueblo o la Nación, un ente único e irremplazable que nunca cambiaba y tenía la capacidad y la función de orientar o guiar al ser humano a través del caos fluyente que era la historia. Herder aceptaba que ningún Volkgeist era igual a otro, pero insistía en que la relación entre unos y otros no era jerárquica y que ninguno era superior a los demás. Siendo una emanación de Dios era lógico que aquellos entes hipotéticos fuesen considerado iguales ante aquella figura sagrada. En última instancia la sacralidad del Volkgeist se alimentaba de la consideración teórica de Herder de que aquel era el medio a través del cual Dios actuaba o ejercía su permisibilidad en la historia aspecto en el cual no difería mucho de la concepción agustiniana de la presencia de Dios en el tiempo histórico y el espacio social. Fichte, por su parte, completó la mística versión herderiana mirando hacia vinculación de aquella noción con la historia de un modo distinto. Sus Discursos a la nación alemana (1807-1808), se inspiraron en parte en la derrota de las tropas del militar francés Napoleón en la batalla de Bailén en la provincia de Jaén, España el 19 de julio de 1808 en medio de la guerra de independencia de aquel reino ante los invasores franceses. La victoria hispana en la confrontación había puesto en entredicho la supuesta invencibilidad de las tropas francesas y animó la resistencia a la agresión napoleónica por todas partes. El orgullo español animó, en ese sentido el orgullo germánico. La reflexión de Fichte desembocó en un nacionalismo comprometido y radical que animó el activismo germánico tanto como Bailén estimuló el nacionalismo hispano ante la amenaza francesa. Aquel nacionalismo apela a la emocionalidad y mostraba un fuerte componente voluntarista, una actitud que consideraba a la voluntad o disposición individual como el elemento esencial de toda actividad humana por encima de la racionalidad. En principio su argumento coincidía con la concepción de Herder de la identidad como una intuición del élan o impulso vital. Aplicado a la praxis política el voluntarismo, por oposición al intelectualismo, enfatizaba en la militancia y el activismo como ejercicios fundamentales para la consecución de la liberta y le adjudicaba el rango de un deber moral. En la práctica Fichte estaba elaborando una curiosa redefinición de la idea de la libertad que invitaba a la acción: la libertad no era un estado o condición dados alcanzables en lo inmediato sino más bien una tarea por cumplir o un proyecto que había que adelantar todos los días a través de ciertos actos concretos. Aquel que se negara a cumplir con ese deber moral no era sino un retrógrado, un reaccionario y un enemigo. Con aquella suma de elementos la tesitura del nacionalismo revolucionario moderno estaba completa: se trataba de un programa para la acción y no de una reflexión divorciada de la realidad. En el caso específico de Alemania la nación, su libertad e independencia estaría asegurada tras la victoria de los procesos de unificación e integración de los treinta y nueve Estados alemanes dispersos, es decir, mediante la integración y la interdependencia. La libertad se iba convirtiendo en un concepto polisémico y repleto de ambigüedades que la enriquecían. Como se sabe, en otros casos como el Hispanoamérica, una posesión del Imperio Español, o las 13 Colonias Inglesas, una posesión del Imperio Británico, las posibilidades de la nación y su libertad estaría asegurada de otro modo: mediante la separación y la independencia. Todos aquellos conceptos alimentaron la difusión de los nacionalismos a lo largo y lo ancho de Europa y las dos Américas durante el siglo 19. conoció la nación para, de inmediato, confirmar que las Provincias Imperiales podían ser consideradas como el molde de las naciones europeas. Con ello demostraba la modernidad del concepto nación sin divorciarlo de su pasado y, de paso, sugería su desenvolvimiento como una deriva de la revolución burguesa. El argumento tenía consonancias con el debate en torno a los orígenes romanistas o germánicos de Europa. Renan no solo insertó a Roma en la genealogía de la modernidad. También sugirió la necesidad de hacer una distinción semántica entre nación y patria, conceptos que a veces se manejaban como si fueran equivalentes. Para Renan, nación era la gente que habitaba un territorio que poseía una cultura y un pasado común, es decir, un pueblo. La patria, por su parte, era el lugar en el que se había nacido o la tierra del padre. “Una nación es un alma, un principio espiritual” o un agregado de “dos cosas que no forman sino una”. La primera está en el pasado –un legado de recuerdos, la memoria-; y la otra en el presente –el deseo de vivir juntos, la solidaridad-. Del pasado, el cúmulo de “gloria y de pesares” compartido; en el porvenir, un “programa que realizar”. Para Renan la nación se reducía a “una gran solidaridad” o “un plebiscito cotidiano” o una pregunta que se responde todos los días de modo afirmativo. El problema al cual también fue tratado de otro modo por el pensador social, filósofo y activista anarquista ruso Mijail Bakunin (1814-1876) en el texto “Nacionalismo y Anarquismo, Patria y Nacionalidad” . En el mismo Bakunin establecía que el estado y la patria tampoco eran equiparables. El estado era la abstracción de la patria, pero se trataba de una representación deformada e imprecisa. Su argumento era que la patria, como la nación y la identidad nacional, era un hecho natural, la humanidad estaba programada para sentirla; e histórico, se transformaba en la praxis histórica y social. El estado no. Este era un artefacto artificial también histórico del cual podía prescindirse. Bakunin definía la identidad nacional como una individualidad colectiva producto de un largo desarrollo histórico en donde la afirmación o negación del pasado convivían. Su concepción de esta era constructivista como en Renan. Confirmaba además que la historia escrita en los libros y la historia real o vivida por la gente, no siempre coincidían, proposición que tomaría un giro radical en el Vitalismo filosófico a fines de siglo 19, tema que se discutirá en el próximo capítulo de este libro. Un elemento importante en el cual convergían Herder, Renan y Bakunin era que la existencia de la nación no podía constituir una negación de la colaboración y la solidaridad universal. Aceptar la nacionalidad como un valor único no debía desembocar en el rechazo de las otras nacionalidades porque, a fin de cuentas, ninguna era superior a las demás, solo eran distintas. Negar ese principio conduciría a un “falso principio de nacionalidad” que dividiría a la humanidad y que autorizaría el dominio de una nación estado sobre las demás por lo que se debía renunciar al patriotismo egoísta.
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