Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

EL PERRO DEL HORTELANOLope de Vega Texto de Vern G. Williamsen y J. T. Abraham, Apuntes de Psicolingüística

Asignatura: K, Profesor: KWD KWD, Carrera: Audición y Lenguaje, Universidad: UAM

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 28/04/2017

jurek55
jurek55 🇪🇸

4.3

(4)

15 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga EL PERRO DEL HORTELANOLope de Vega Texto de Vern G. Williamsen y J. T. Abraham y más Apuntes en PDF de Psicolingüística solo en Docsity! EL PERRO DEL HORTELANO Lope de Vega Texto de Vern G. Williamsen y J. T. Abraham PAGE 12 Personas que hablan en ella: • DIANA, condesa de Belflor • TEODORO, su secretario • OTAVIO, su mayordomo • FABIO, su gentilhombre • TRISTÁN, lacayo • ANARDA, dama • MARCELA, dama • DOROTEA, dama • FEDERICO, conde • LUDOVICO, conde • RICARDO, marqués • LEONIDO, criado • ANTONELO, lacayo • FURIO • LIRANO • CELIO, criado • CAMILO • Un PAJE PAGE 12 a la lámpara el sombrero. DIANA: Sin duda fue caballero que, amando y solicitando, vencerá con interés mis crïados; que crïados tengo, Otavio, tan honrados. Pero yo sabré quién es. Plumas llevaba el sombrero, y en la escalera ha de estar. A Fabio Ve por él. FABIO: ¿Si le he de hallar? DIANA: Pues claro está, majadero; que no había de bajarse por él cuando huyendo fue. FABIO: Luz, señora, llevaré. Vase DIANA: Si ello viene a averiguarse, no me ha de quedar culpado en casa. OTAVIO: Muy bien harás; pues cuando segura estás, te han puesto en este cuidado. Pero aunque es bachillería, y más estando enojada, hablarte en lo que te enfada, ésta tu injusta porfía de no te querer casar causa tantos desatinos, solicitando caminos que te obligasen a amar. DIANA: ¿Sabéis vos alguna cosa? OTAVIO: Yo, señora, no sé más de que en opinión estás de incansable cuanto hermosa. El condado de Belflor pone a muchos en cuidado. Sale FABIO FABIO: Con el sombrero he topado; mas no puede ser peor. DIANA: Muestra. ¿Qué es esto? FABIO: No sé. Éste aquel galán tiró. PAGE 12 DIANA: ¿Éste? OTAVIO: No le he visto yo más sucio. FABIO: Pues éste fue. DIANA: ¿Éste hallaste? FABIO: Pues ¿yo había de engañarte? OTAVIO: ¡Buenas son las plumas! FABIO: El es ladrón. OTAVIO: Sin duda a robar venía. DIANA: Haréisme perder el seso. FABIO: Este sombrero tiró. DIANA: Pues las plumas que vi yo, y tantas, que aun era exceso, ¿en esto se resolvieron? FABIO: Como en la lámpara dio, sin duda se las quemó, y como estopas ardieron. Ícaro, ¿al sol no subía, y abrasándose las plumas, cayó en las blancas espumas del mar? Pues esto sería. El sol la lámpara fue, Ícaro el sombrero; y luego las plumas deshizo el fuego, y en la escalera le hallé. DIANA: No estoy para burlas, Fabio. Hay aquí mucho que hacer. OTAVIO: Tiempo habrá para saber la verdad. DIANA: ¿Qué tiempo, Otavio? OTAVIO: Duerme agora; que mañana lo puedes averiguar. DIANA: No me tengo de acostar, no, por vida de Dïana, hasta saber lo que ha sido. Llama esas mujeres todas. Vase FABIO OTAVIO: Muy bien la noche acomodas. DIANA: Del sueño, Otavio, me olvido con el cuidado de ver un hombre dentro en mi casa. PAGE 12 OTAVIO: Saber después lo que pasa fuera discreción, y hacer secreta averiguación. DIANA: Sois, Otavio, muy discreto; que dormir sobre un secreto es notable discreción. Salen FABIO, MARCELA, DOROTEA, ANARDA FABIO: Las que importan he traído; que las demás no sabrán lo que deseas, y están rindiendo al sueño el sentido. Las de tu cámara solas estaban por acostar. ANARDA: (De noche se altera el mar, Aparte y se enfurecen las olas.) FABIO: ¿Quieres quedar sola? DIANA: Sí. Salíos los dos allá. [FABIO habla] aparte a OTAVIO FABIO: (¡Bravo examen! OTAVIO: Loca está. FABIO: Y sospechosa de mí.) Vanse OTAVIO y FABIO DIANA: Llégate aquí, Dorotea. DOROTEA: ¿Qué manda vuseñoría? DIANA: Que me dijeses querría quién esta calle pasea. DOROTEA: Señora, el marqués Ricardo, y algunas veces el conde Paris. DIANA: La verdad responde de lo que decirte aguardo, si quieres tener remedio. DOROTEA: ¿Qué te puedo yo negar? DIANA: ¿Con quién los has visto hablar? DOROTEA: Si me pusieses en medio de mil llamas, no podré decir que, fuera de ti, hablar con nadie los vi que en aquesta casa esté. DIANA: ¿No te han dado algún papel? ¿Ningún paje ha entrado aquí? PAGE 12 Bendiga el buen año el cielo, pues se venden por docenas. MARCELA: Quiero decir que, en saliendo o entrando, luego a la boca traslada sus pensamientos. DIANA: ¿Traslada? Término extraño. ¿Y qué te dice? MARCELA: No creo que se me acuerde. DIANA: Sí hará. MARCELA: Una vez dice, "Yo pierdo el alma por esos ojos." Otra, "Yo vivo por ellos; esta noche no he dormido, desvelando mis deseos en tu hermosura." Otra vez me pide sólo un cabello para atarlos, porque estén en su pensamiento quedos. Mas ¿para qué me preguntas niñerías? DIANA: Tú a lo menos bien te huelgas. MARCELA: No me pesa; porque de Teodoro entiendo que estos amores dirige a fin tan justo y honesto, como el casarse conmigo. DIANA: Es el fin del casamiento honesto blanco de amor. ¿Quieres que yo trate desto? MARCELA: ¡Qué mayor bien para mi! Pues ya, señora, que veo tanta blandura en tu enojo y tal nobleza en tu pecho, te aseguro que le adoro, porque es el mozo más cuerdo, más prudente y entendido, más amoroso y discreto, que tiene aquesta ciudad. DIANA: Ya sé yo su entendimiento del oficio en que me sirve. MARCELA: Es diferente el sujeto PAGE 12 de una carta, en que les pruebas a dos títulos tu deudo, de verle hablar más de cerca, en estilo dulce y tierno, razones enamoradas. DIANA: Marcela, aunque me resuelvo a que os caséis, cuando sea para ejecutarlo tiempo, no puedo dejar de ser quien soy, como ves que debo a mi generoso nombre; porque no fuera bien hecho daros lugar en mi casa. (Sustentar mi enojo quiero.) Aparte Pues ya que todos lo saben, tú podrás con más secreto proseguir ese tu amor; que en la ocasión yo me ofrezco a ayudaros a los dos; que Teodoro es hombre cuerdo, y se ha criado en mi casa; y a ti, Marcela, te tengo la obligación que tú sabes, y no poco parentesco. MARCELA: A tus pies tienes tu hechura. DIANA: Vete. MARCELA: Mil veces los beso. DIANA: Dejadme sola. [ANARDA habla] aparte a MARCELA ANARDA: (¿Qué ha sido? MARCELA: Enojos en mi provecho. DOROTEA: ¿Sabe tus secretos ya? MARCELA: Sí sabe, y que son honestos.) MARCELA, DOROTEA y ANARDA hacen tres reverencias a la condesa, y se van DIANA: Mil veces he advertido en la belleza, gracia y entendimiento de Teodoro, que a no ser desigual a mi decoro, estimara su ingenio y gentileza. Es el amor común naturaleza; mas yo tengo mi honor por más tesoro, que los respetos de quien soy adoro, y aun el pensarlo tengo por bajeza. PAGE 12 La envidia bien sé yo que ha de quedarme; que si la suelen dar bienes ajenos, bien tengo de que pueda lamentarme, porque quisiera yo que, por lo menos, Teodoro fuera más, para igualarme, o yo, para igualarle, fuera menos. Vase DIANA. Salen TEODORO Y TRISTÁN TEODORO: No he podido sosegar. TRISTÁN: Y aun es con mucha razón; que ha de ser tu perdición si lo llega a averiguar. Díjete que la dejaras acostar, y no quisiste. TEODORO: Nunca el amor se resiste. TRISTÁN: Tiras, pero no reparas. TEODORO: Los diestros lo hacen ansí. TRISTÁN: Bien sé yo que si lo fueras, el peligro conocieras. TEODORO: ¿Si me conoció? TRISTÁN: No y sí; que no conoció quién eras, y sospecha le quedó. TEODORO: Cuando Fabio me siguió bajando las escaleras, fue milagro no matalle. TRISTÁN: ¡Qué lindamente tiré mi sombrero a la luz! TEODORO: Fue detenelle y deslumbralle, porque si adelante pasa, no le dejara pasar. TRISTÁN: Dije a la luz al bajar, "Di que no somos de casa"; y respondióme: "Mentís." Alcé y tiréle el sombrero; ¿quedé agraviado? TEODORO: Hoy espero mi muerte. TRISTÁN: Siempre decís esas cosas los amantes cuando menos pena os dan. TEODORO: Pues ¿qué puedo hacer, Tristán, en peligros semejantes? PAGE 12 y aun no era la casa escasa? Pues de esa misma manera, en esta panza cupiera un tejedor y su casa. Y queriéndola olvidar --que debió de convenirme--, dio la memoria en decirme que pensase en blanco azar, en azucena y jazmín, en marfil, en plata, en nieve, y en la cortina, que debe de llamarse el faldellín, con que yo me deshacía. Mas tomé más cuerdo acuerdo, y di en pensar, como cuerdo, lo que más le parecía; cestos de calabazones, baúles viejos, maletas de cartas para estafetas, almofrejes y jergones; con que se trocó en desdén el amor y la esperanza, y olvidé la dicha panza por siempre jamás amén; que era tal, que en los dobleces, y no es mucho encarecer, se pudieran esconder cuatro manos de almireces. TEODORO: En las gracias de Marcela no hay defetos que pensar. Yo no la pienso olvidar. TRISTÁN: Pues a tu desgracia apela, y sigue tan loca empresa. TEODORO: Toda es gracias: ¿qué he de hacer? TRISTÁN: Pensarlas hasta perder la gracia de la condesa. Sale DIANA DIANA: Teodoro TEODORO: (La misma es.) Aparte DIANA: Escucha. TEODORO: A tu hechura manda. TRISTÁN: (Si en averiguarlo anda, Aparte de casa volamos tres.) DIANA: Hame dicho cierta amiga que desconfía de sí que el papel que traigo aquí le escriba. A hacerlo me obliga la amistad, aunque yo ignoro, Teodoro, cosas de amor; y que le escribas mejor vengo a decirte, Teodoro. Toma y léele. TEODORO: Si aquí, señora, has puesto la mano, PAGE 12 igualarle fuera en vano, y fuera soberbia en mí. Sin verle, pedirte quiero que a esa señora le envíes. DIANA: Léele. TEODORO: Que desconfíes me espanto: aprender espero estilo que yo no sé; que jamás traté de amor. DIANA: ¿Jamás, jamás? TEODORO: Con temor de mis defetos, no amé; que soy muy desconfïado. DIANA: Y se puede conocer de que no te dejas ver, pues que te vas rebozado. TEODORO: ¡Yo, señora! ¿Cuándo o cómo? DIANA: Dijéronme que salió anoche acaso, y te vio rebozado el mayordomo. TEODORO: Andaríamos burlando Fabio y yo, como solemos, que mil burlas nos hacemos. DIANA: Lee, lee. TEODORO: Estoy pensando que tengo algún envidioso. DIANA: Celoso podría ser. Lee, lee. TEODORO: Quiero ver ese ingenio milagroso. Lee "Amar por ver amar, envidia ha sido; y primero que amar estar celosa es invención de amor maravillosa, y que por imposible se ha tenido. De los celos mi amor ha procedido por pesarme que, siendo más hermosa, no fuese en ser amada tan dichosa, que hubiese lo que envidio merecido. Estoy sin ocasión desconfïada, celosa sin amor, aunque sintiendo: debo de amar, pues quiero ser amada. Ni me dejo forzar ni me defiendo; PAGE 12 darme quiero a entender sin decir nada: entiéndame quien puede; yo me entiendo." DIANA: ¿Qué dices? TEODORO: Que si esto es a propósito del dueño, no he visto cosa mejor; mas confieso que no entiendo cómo puede ser que amor venga a nacer de los celos, pues que siempre fue su padre. DIANA: Porque esta dama, sospecho que se agradaba de ver este galán, sin deseo; y viéndole ya empleado en otro amor, con los celos vino a amar y a desear. ¿Puede ser? TEODORO: Yo lo concedo; mas ya esos celos, señora, de algún principio nacieron, y ése fue amor; que la causa no nace de los efetos, sino los efetos de ella. DIANA. No sé, Teodoro: esto siento de esta dama, pues me dijo que nunca al tal caballero tuvo más que inclinación, y en viéndole amar, salieron al camino de su honor mil salteadores deseos, que le han desnudado el alma del honesto pensamiento con que pensaba vivir. TEODORO: Muy lindo papel has hecho: yo no me atrevo a igualarle. DIANA: Entra y prueba. TEODORO: No me atrevo. DIANA: Haz esto, por vida mía. TEODORO: Vuseñoría con esto quiere probar mi ignorancia. DIANA: Aquí aguardo: vuelve luego. TEODORO: Yo voy. Vase [TEODORO] PAGE 12 y haré yo sacarla luego, si es cabello la ocasión, para quitarla con ellos. TRISTÁN: (¡Vive Dios, que hay chamusquina, Aparte y que por murciegalero me pone en una galera!) DIANA: (¡Qué traigo de pensamientos!) Sale FABIO FABIO: Aquí está el marqués Ricardo. DIANA: Poned esas sillas luego. Salen RICARDO y CELIO, y vanse FABIO y TRISTÁN RICARDO: Con el cuidado que el amor, Dïana, pone en un pecho que aquel fin desea que la mayor dificultad allana, el mismo quiere que te adore y vea: solicito mi causa, aunque por vana esta ambición algún contrario crea, que dando más lugar a su esperanza, tendrá menos amor que confïanza. Está vuseñoría tan hermosa, que estar buena el mirarla me asegura; que en la mujer--y es bien pensada cosa-- la más cierta salud es la hermosura; que en estando gallarda, alegre, airosa, es necedad, es ignorancia pura, llegar a preguntarle si está buena, que todo entendimiento la condena. Sabiendo que lo estáis, como lo dice la hermosura, Diana, y la alegría, de mí, si a la razón no contradice, saber, señora, cómo estoy querría. DIANA: Que vuestra señoría solemnice lo que en Italia llaman gallardía por hermosura, es digno pensamiento de su buen gusto y claro entendimiento. Que me pregunte cómo está, no creo que soy tan dueño suyo que lo diga. RICARDO: Quien sabe de mi amor y mi deseo el fin honesto a este favor se obliga. A vuestros deudos inclinados veo para que en lo tratado se prosiga; sólo falta, señora, vuestro acuerdo, PAGE 12 porque sin él las esperanzas pierdo. Si, como soy señor de aquel estado que con igual nobleza heredé agora, lo fuera desde el sur más abrasado a los primeros paños del aurora; si el oro, de los hombres adorado, las congeladas lágrimas que llora el cielo, o los diamantes orientales que abrieron por el mar caminos tales tuviera yo, lo mismo os ofreciera; y no dudéis, señora, que pasara adonde el sol apenas luz me diera, como a sólo serviros importara: en campañas de sal pies de madera por las remotas aguas estampara, hasta llegar a las australes playas, del humano poder últimas rayas. DIANA: Creo, señor marqués, el amor vuestro; y satisfecha de nobleza tanta, haré tratar el pensamiento nuestro, si al conde Federico no le espanta. RICARDO: Bien sé que en trazas es el conde diestro, porque en ninguna cosa me adelanta; mas yo fío de vos que mi justicia los ojos cegará de su malicia. Sale TEODORO TEODORO: Ya lo que mandas hice. RICARDO: Si ocupada vuseñoría está, no será justo hurtarle el tiempo. DIANA: No importara nada, puesto que a Roma escribo. RICARDO: No hay disgusto como en día de cartas dilatada visita. DIANA: Sois discreto. RICARDO: En daros gusto. [RICARDO habla] aparte [a CELIO] (Celio, ¿qué te parece? CELIO: Que quisiera que ya tu justo amor premio tuviera.) Vanse RICARDO y CELIO DIANA: ¿Escribiste? TEODORO: Ya escribí, PAGE 12 aunque bien desconfïado; mas soy mandado y forzado. DIANA: Muestra. TEODORO: Lee. DIANA: Dice así: Lee "Querer por ver querer envidia fuera, si quien lo vio sin ver amar no amara, porque si antes de ver, no amar pensara, después no amara, puesto que amar viera. Amor, que lo que agrada considera en ajeno poder, su amor declara; que como la color sale a la cara, sale a la lengua lo que al alma altera. No digo más, porque lo mis ofendo desde lo menos, si es que desmerezco porque del ser dichoso me defiendo. Esto que entiendo solamente ofrezco; que lo que no merezco no lo entiendo, por no dar a entender que lo merezco." DIANA: Muy bien guardaste el decoro. TEODORO: ¿Búrlaste? DIANA: ¡Pluguiera a Dios! TEODORO: ¿Qué dices? DIANA: Que de los dos, el tuyo vence, Teodoro. TEODORO: Pésame, pues no es pequeño principio de aborrecer un crïado, el entender que sabe más que su dueño. De cierto rey se contó que le dijo a un gran privado: "Un papel me da cuidado, y si bien le he escrito yo, quiero ver otro de vos, y el mejor escoger quiero." Escribióle el caballero, y fue el mejor de los dos. Como vio que el rey decía que era su papel mejor, y díjole al mayor hijo, de tres que tenía: "Vámonos del reino luego; que en gran peligro estoy yo." El mozo le preguntó PAGE 12 con risa a ver cómo llora, como ella los puso en mí, bañada en púrpura y grana; o qué pálida manzana se esmaltó de carmesí? Lo que veo y lo que escucho, yo lo juzgo (o estoy loco) para ser de veras poco, y para de burlas mucho. Mas teneos, pensamiento, que os vais ya tras la grandeza, aunque si digo belleza, bien sabéis vos que no miento; que es bellísima Dïana, y en discreción sin igual. Sale MARCELA MARCELA: ¿Puedo hablarte? TEODORO: Ocasión tal mil imposibles allana; que por ti, Marcela mía, la muerte me es agradable. MARCELA: Como yo te vea y hable dos mil vidas perdería. Estuve esperando el día. como el pajarillo solo; y cuando vi que en el polo que Apolo más presto dora, le despertaba la aurora, dije: "Yo veré mi Apolo." Grandes cosas han pasado; que no se quiso acostar la condesa hasta dejar satisfecho su cuidado. Amigas que han envidiado mi dicha con deslealtad, le han contado la verdad; que entre quien sirve, aunque veas que hay amistad, no lo creas, porque es fingida amistad. Todo lo sabe en efeto; que si es Dïana la luna, siempre a quien ama importuna, salió y vio nuestro secreto. PAGE 12 Pero será, te prometo, para mayor bien, Teodoro; que del honesto decoro con que tratas de casarte le di parte, y dije aparte cuán tiernamente te adoro. Tus prendas le encarecí tu estilo, tu gentileza; y ella entonces su grandeza mostró tan piadosa en mí, que se alegró de que en ti hubiese los ojos puesto, y de casarnos muy presto palabra también me dio, luego que de mi entendió que era tu amor tan honesto. Yo pensé que se enojara y la casa revolviera, que a los dos nos despidiera y a los demás castigara; mas su sangre ilustre y clara, y aquel ingenio en efeto tan prudente y tan perfeto, conoció lo que mereces. ¡Oh, bien haya amén mil veces quien sirve a señor discreto! TEODORO: ¿Que casarme prometió contigo? MARCELA: Pues ¿pones duda que a su ilustre sangre acuda? TEODORO: (Mi ignorancia me engañó. Aparte ¡Qué necio pensaba yo que hablaba en mí la condesa! De haber pensado me pesa que pudo tenerme amor; que nunca tan alto azor se humilla a tan baja presa.) MARCELA: ¿Qué murmuras entre ti? TEODORO: Marcela, conmigo habló; pero no se declaró en darme a entender que fui el que embozado salí anoche de su aposento. PAGE 12 MARCELA: Fue discreto pensamiento, por no obligarse al castigo de saber que hablé contigo, si no lo es el casamiento; que el castigo más piadoso de dos que se quieren bien es casarlos. TEODORO: Dices bien, y el remedio más honroso. MARCELA: ¿Querrás tú? TEODORO: Seré dichoso. MARCELA: Confírmalo. TEODORO: Con los brazos, que son los rasgos y lazos, de la pluma del amor, pues no hay rúbrica mejor que la que firman los brazos. Sale DIANA DIANA: Esto se ha enmendado bien. Agora estoy muy contenta; que siempre a quien reprehende da gran gusto ver la enmienda. No os turbéis ni os alteréis. TEODORO: Dije, señora, a Marcela que anoche salí de aquí con tanto disgusto y pena de que vuestra señoría imaginase en su ofensa este pensamiento honesto para casarme con ella que me he pensado morir; y dándome por respuesta que mostrabas en casarnos tu piedad y tu grandeza, dile mis brazos; y advierte que si mentirte quisiera, no me faltara un engaño; pero no hay cosa que venza, como decir la verdad, a una persona discreta. DIANA: Teodoro, justo castigo la deslealtad mereciera de haber perdido el respeto PAGE 12 con ella... Pero no quiero desenamorarte de ella; que bien pudiera decirte cosas... Pero aquí se quedan sus gracias o sus desgracias; que yo quiero que la quieras, y que os caséis en buen hora. Mas pues de amador te precias, dame consejo, Teodoro, ansí a Marcela poseas, para aquella amiga mía, que ha días que no sosiega de amores de un hombre humilde. Porque si en quererle piensa, ofende su autoridad; y si de quererle deja, pierde el jüicio de celos; que el hombre, que no sospecha tanto amor, anda cobarde, aunque es discreto, con ella. TEODORO: Yo, señora, ¿sé de amor? No sé, por Dios, cómo pueda aconsejarte. DIANA: ¿No quieres, como dices, a Marcela? ¿No le has dicho esos requiebros? Tuvieran lenguas las puertas, que ellas dijeran... TEODORO: No hay cosa que decir las puertas puedan. DIANA: Ea, que ya te sonrojas, y lo que niega la lengua, confiesas con las colores. TEODORO: Si ella te lo ha dicho, es necia. Una mano le tomé, y no me quedé con ella, que luego se la volví; no sé yo de qué se queja. DIANA: Sí, pero hay manos que son como la paz de la Iglesia, que siempre vuelven besadas. TEODORO: Es necísima Marcela. Es verdad que me atreví PAGE 12 pero con mucha vergüenza, a que templase la boca con nieve y con azucenas. DIANA: ¿Con azucenas y nieve? Huelgo de saber que templa ese emplasto el corazón. Ahora bien, ¿qué me aconsejas? TEODORO: Que si esa dama que dices hombre tan bajo desea, y de quererle resulta a su honor tanta bajeza, haga que con un engaño, sin que la conozca, pueda gozarle. DIANA: Queda el peligro de presumir que lo entienda. ¿No será mejor matarle? TEODORO: De Marco Aurelio se cuenta que dio a su mujer Faustina, para quitarle la pena, sangre de un esgrimidor; pero estas romanas pruebas son buenas entre gentiles. DIANA: Bien dices; que no hay Lucrecias; ni Torcatos ni Virginios en esta edad; y en aquélla hubo Faustinas, Teodoro, Mesalinas y Popeas. Escríbeme algún papel que a este propósito sea, y queda con Dios. [Se] cae [DIANA] ¡Ay Dios! Caí. ¿Qué me miras? Llega, dame la mano. TEODORO: El respeto me detuvo de ofrecella. DIANA: ¡Qué graciosa grosería! ¡Que con la capa la ofrezcas! TEODORO: Así cuando vas a misa te la da Otavio. DIANA: Es aquella mano que yo no le pido, PAGE 12 y debe de haber setenta años que fue mano, y viene amortajada por muerta. Aguardar quien ha caído a que se vista de seda, es como ponerse un jaco quien ve al amigo en pendencia; que mientras baja, le han muerto. Demás que no es bien que tenga nadie por más cortesía, aunque melindres lo aprueban, que una mano, si es honrada, traiga la cara cubierta. TEODORO: Quiero estimar la merced que me has hecho. DIANA: Cuando seas escudero, la darás en el ferreruelo envuelta; que agora eres secretario: con que te he dicho que tengas secreta aquesta caída, si levantarte deseas. Vase TEODORO: ¿Puedo creer que aquesto es verdad? Puedo, si miro que es mujer Dïana hermosa. Pidió mi mano, y la color de rosa, al dársela, robó del rostro el miedo. Tembló, yo lo sentí: dudoso quedo. ¿Qué haré? Seguir mi suerte venturosa; si bien, por ser la empresa tan dudosa, niego al temor lo que al valor concedo. Mas dejar a Marcela es caso injusto; que las mujeres no es razón que esperen de nuestra obligación tanto disgusto. Pero si ellas nos dejan cuando quieren por cualquiera interés o nuevo gusto, mueran también como los hombres mueren. PAGE 12 LEONIDO: No hay ingratitud hermosa. CELIO: Dïana sale, señor. RICARDO: Pues tendrá mi noche día. CELIO: ¿Hablarásla? RICARDO: Eso querría, si quiere el competidor. Salen DIANA, OTAVIO, FABIO; y detrás, MARCELA, DOROTEA y ANARDA, con mantos. [FEDERICO habla] a DIANA FEDERICO: Aquí aguardaba con deseo de veros DIANA: Señor conde, seáis muy bien hallado. RICARDO: Y yo, señora, con el mismo agora a acompañaros vengo y a serviros. DIANA: Señor marqués, ¿qué dicha es esta mía? ¡Tanta merced! RICARDO: Bien debe a mi deseo vuseñoría este cuidado. [FEDERICO habla] a su criado [LEONIDO] FEDERICO: Creo que no soy bien mirado y admitido. LEONIDO: Háblala; no te turbes. FEDERICO: ¡Ay Leonido! Quien sabe que no gustan de escuchalle, ¿de qué te admiras que se turbe y calle? Vanse. Sale TEODORO TEODORO: Nuevo pensamiento mío, desvanecido en el viento, que con ser mi pensamiento, de veros volar me río, parad, detened el brío, que os detengo y os provoco; porque si el intento es loco, de los dos lo mismo escucho, aunque donde el premio es mucho, el atrevimiento es poco. Y si por disculpa dais que es infinito el que espero, averigüemos primero, pensamiento, en qué os fundáis. Vos a quien servís amáis; diréis que ocasión tenéis, si a vuestros ojos creéis; pues, pensamiento, decildes que sobre pajas humildes PAGE 12 torres de diamante hacéis. Si no me sucede bien, quiero culparos a vos; mas teniéndola los dos, no es justo que culpa os den; que podréis decir también cuando del alma os levanto, y de la altura me espanto donde el amor os subió, que el estar tan bajo yo os hace a vos subir tanto. Cuando algún hombre ofendido, al que le ofende defiende, que dio la ocasión se entiende. Del daño que os ha venido, sed en buen hora atrevido; que aunque los dos nos perdamos, esta disculpa llevamos: que vos os perdéis por mí y que yo tras vos me fui, sin saber adónde vamos. Id en buen hora, aunque os den mil muertes por atrevido; que no se llama perdido el que se pierde tan bien. Como a otros dan parabién de lo que hallan, estoy tal, que de perdición igual os le doy; porque es perderse tan bien, que puede tenerse envidia del mismo mal. Sale TRISTÁN TRISTÁN: Si en tantas lamentaciones cabe un papel de Marcela, que contigo se consuela de sus pasadas prisiones, bien te le daré sin porte, porque a quien no ha menester nadie le procura ver, a la usanza de la corte. Cuando está en alto lugar un hombre (y ¡qué bien lo imitas!), ¡qué le vienen de visitas PAGE 12 a molestar y a enfadar! Pero si mudó de estado, como es la fortuna incierta, todos huyen de su puerta como si fuese apestado. ¿Parécete que lavemos en vinagre este papel? TEODORO: Contigo, necio, y con él entrambas cosas tenemos. Muestra; que vendrá lavado, si en tus manos ha venido. Lee "A Teodoro, mi marido." ¿Marido? ¡Qué necio enfado! ¡Qué necia cosa! TRISTÁN: Es muy necia. TEODORO: Pregúntale a mi ventura si, subida a tanta altura, esas mariposas precia. TRISTÁN: Léele, por vida mía, aunque ya estés tan divino; que no hace desprecio el vino de los mosquitos que cría; que yo sé cuando Marcela, que llamas ya mariposa, era águila caudalosa. TEODORO: El pensamiento, que vuela a los mismos cercos de oro del sol, tan baja la mira, que aun de que la ve se admira. TRISTÁN: Hablas con justo decoro mas ¿qué haremos del papel? TEODORO: Esto. TRISTÁN: ¿Rasgástele? TEODORO: Sí. TRISTÁN: ¿Por qué, señor? TEODORO: Porque ansí respondí más presto a él. TRISTÁN: Ése es injusto rigor. TEODORO: Ya soy otro; no te espantes. TRISTÁN: Basta; que sois los amantes boticarios del amor; que, como ellos las recetas, PAGE 12 pintadas sabrán hablar. MARCELA: ¿Has leído mi papel? TEODORO: Sin leerle le he rasgado; que estoy tan escarmentado, que rasgué mi amor con él. MARCELA: ¿Son los pedazos aquéstos? TEODORO: Sí, Marcela. MARCELA: Y ya ¿mi amor has rasgado? TEODORO: ¿No es mejor que vernos por puntos puestos en peligros tan extraños? Si tú de mi intento estás, no tratemos desto más para excusar tantos daños. MARCELA: ¿Qué dices? TEODORO: Que estoy dispuesto a no darle más enojos a la condesa. MARCELA: En los ojos tuve muchas veces puesto el temor desta verdad. TEODORO: Marcela, queda con Dios. Aquí acaba de los dos el amor, no el amistad. MARCELA: ¡Tú dices eso, Teodoro, a Marcela! TEODORO: Yo lo digo; que soy de quietud amigo, y de guardar el decoro a la casa que me ha dado el ser que tengo. MARCELA: Oye, advierte. TEODORO: Déjame. MARCELA: ¿De aquesta suerte me tratas? TEODORO: ¡Qué necio enfado! Vase MARCELA: ¡Ah, Tristán, Tristán! TRISTÁN: ¿Qué quieres? MARCELA: ¿Qué es esto? TRISTÁN: Una mudancita que a las mujeres imita PAGE 12 Teodoro. MARCELA: ¿Cuáles mujeres? TRISTÁN: Unas de azúcar y miel. MARCELA: Dile... TRISTÁN: No me digas nada; que soy vaina desta espada, nema de aqueste papel, caja de aqueste sombrero, fieltro deste caminante, mudanza deste danzante, día deste vario hebrero, sombra deste cuerpo vano, posta de aquesta estafeta, rastro de aquesta cometa, tempestad deste verano; y finalmente, yo soy la uña de aqueste dedo, que en cortándome, no puedo decir que con él estoy. Vase MARCELA: ¿Qué sientes desto? DOROTEA: No sé; que a hablar no me atrevo. MARCELA: ¿No? Pues yo hablaré. DOROTEA: Pues yo no. MARCELA: Pues yo sí. DOROTEA: Mira que fue bueno el aviso, Marcela, de los tapices que miras. MARCELA: Amor en celosas iras ningún peligro recela. A no saber cuán altiva es la condesa, dijera que Teodoro en algo espera, porque no sin causa priva tanto estos días Teodoro... DOROTEA: Calla; que estás enojada. MARCELA: ...mas yo me veré vengada. Ni soy tan necia, que ignoro las tretas de hacer pesar. Sale FABIO FABIO: ¿Está el secretario aquí? PAGE 12 MARCELA: ¿Es por burlarte de mí? FABIO: Por Dios, que le ando a buscar; que le llama mi señora. MARCELA: Fabio, que sea o no sea, pregúntale a Dorotea cuál puse a Teodoro agora. ¿No es majadero cansado este secretario nuestro? FABIO: ¡Qué engaño tan necio el vuestro! ¿Querréis que esté deslumbrado de lo que los dos tratáis? ¿Es concierto de los dos? MARCELA: ¿Concierto? ¡Bueno! FABIO: Por Dios, que pienso que me engañáis. MARCELA: Confieso, Fabio, que oí las locuras de Teodoro; mas yo sé que a un hombre adoro, harto parecido a ti. FABIO: ¿A mí? MARCELA: Pues ¿no te pareces a ti? FABIO: Pues, ¿a mí Marcela? MARCELA: Si te hablo con cautela, Fabio, si no me enloqueces, si tu talle no me agrada, si no soy tuya, mi Fabio, máteme el mayor agravio, que es el querer despreciada. FABIO: Es engaño conocido, o tú te quieres morir, pues quieres restituír el alma que me has debido. Si es burla o es invención, ¿a qué camina tu intento? DOROTEA: Fabio, ten atrevimiento y aprovecha la ocasión; que hoy te ha de querer Marcela por fuerza. FABIO: Por voluntad fuera amor, fuera verdad. DOROTEA: Teodoro mis alto vuela; de Marcela se descarta. PAGE 12 ANARDA: Quien tiene tanto poder pasa del límite humano. Sale TEODORO TEODORO: Fabio me ha dicho, señora, que le mandaste buscarme. DIANA: Horas ha que te deseo. TEODORO: Pues ya vengo a que me mandes, y perdona si he faltado. DIANA: Ya has visto a estos dos amantes... estos dos mis pretendientes. TEODORO: Sí, señora. DIANA: Buenos talles tienen los dos. TEODORO: Y muy buenos. DIANA: No quiero determinarme sin tu consejo. ¿Con cuál te parece que me case? TEODORO: Pues ¿qué consejo, señora, puedo yo en las cosas darte que consisten en tu gusto? Cualquiera que quieras darme por dueño, será el mejor. DIANA: Mal pagas el estimarte por consejero, Teodoro, en caso tan importante. TEODORO: Señora, en casa, ¿no hay viejos que entienden de casos tales ? Otavio, tu mayordomo, con experiencia lo sabe, fuera de su larga edad. DIANA: Quiero yo que a ti te agrade el dueño que has de tener. ¿Tiene el marqués mejor talle que mi primo? TEODORO: Sí, señora. DIANA: Pues elijo al marqués: parte, y pídele las albricias. Vanse la condesa [DIANA] y ANARDA TEODORO: ¿Hay desdicha semejante? ¿Hay resolución tan breve? ¿Hay mudanza tan notable? ¿Estos eran los intentos que tuve? ¡Oh, sol abrasadme PAGE 12 las alas con que subí, pues vuestro rayo deshace las más atrevidas plumas a la belleza de un ángel! Cayó Diana en su error. ¡Oh, qué mal hice en fïarme de una palabra amorosa! ¡Ay! ¿Cómo entre desiguales mal se concierta el amor! Pero ¿es mucho que me engañen aquellos ojos a mí, si pudieran ser bastantes a hacer engaños a Ulises? De nadie puedo quejarme, sino de mí. Pero en fin, ¿qué pierdo cuando me falte? Haré cuenta que he tenido algún accidente grave, y que mientras me duró, imaginé disparates. No más; despedíos de ser, oh pensamiento arrogante, conde de Belflor; volved la proa a la antigua margen; queramos nuestra Marcela; para vos Marcela baste. Señoras busquen señores; que amor se engendra de iguales; y pues en aire nacistes, quedad convertido en aire; que donde méritos faltan, los que piensan subir, caen. Sale FABIO FABIO: ¿Hablaste ya con mi señora? TEODORO: Agora, Fabio, la hablé, y estoy con gran contento, porque ya la condesa mi señora rinde su condición al casamiento. Los dos que viste, cada cual la adora; mas ella, con su raro entendimiento, al marqués escogió. FABIO: Discreta ha sido. TEODORO: Que gane las albricias me ha pedido; PAGE 12 mas yo, que soy tu amigo, quiero darte, Fabio, aqueste provecho: parte presto, y pídelas por mí. FABIO: Si debo amarte, muestra la obligación en que me has puesto. Voy como un rayo, y volveré a buscarte, satisfecho de ti, contento desto. Y alábese el marqués; que ha sido empresa de gran valor rendirse la condesa. Vase. Sale TRISTÁN TRISTÁN: Turbado a buscarte vengo. ¿Es verdad lo que me han dicho? TEODORO: ¡Ay, Tristán! Verdad será, si son desengaños míos. TRISTÁN: Ya, Teodoro, en las dos sillas los dos batanes he visto que molieron a Diana; pero que hubiese elegido, hasta agora no lo sé. TEODORO: Pues, Tristán, agora vino ese tornasol mudable, esa veleta, ese vidrio, ese río junto al mar, que vuelve atrás, aunque es río; esa Dïana, esa luna, esa mujer, ese hechizo, ese monstruo de mudanzas, que sólo perderme quiso por afrentar sus vitorias; y que dijese me dijo cuál de los dos me agradaba; porque sin consejo mío no se pensaba casar. Quedé muerto, y tan perdido, que no responder locuras fue de mi locura indicio. Díjome, en fin, que el marqués le agradaba, y que yo mismo fuese a pedir las albricias. TRISTÁN: Ella, en fin, ¿tiene marido? TEODORO: El marqués Ricardo. TRISTÁN: Pienso que, a no verte sin jüicio, PAGE 12 que es la venganza bajeza indigna del vencedor. Venciste: yo vuelvo a ti, Marcela; que no salí con aquel mi pensamiento. Perdona el atrevimiento, si ha quedado amor en ti. No porque no puede ser proseguir las esperanzas con que te pude ofender mas porque en estas mudanzas memorias me hacen volver. Sean, pues, estas memorias parte a despertar la tuya, pues confieso tus vitorias. MARCELA: No quiera Dios que destruya los principios de tus glorias. Sirve, bien haces, porfía, no te rindas; que dirá tu dueño que es cobardía. Sigue tu dicha; que ya voy prosiguiendo la mía. No es agravio amar a Fabio, pues me dejaste, Teodoro, sino el remedio más sabio; que aunque el dueño no mejoro, basta vengar el agravio. Y quédate a Dios; que ya me cansa el hablar contigo; no venga Fabio, que está medio casado conmigo. TEODORO: Tenla, Tristán; que se va. TRISTÁN: Señora, señora, advierte que no es volver a quererte dejar de haberte querido. Disculpa el buscarte ha sido, si ha sido culpa ofenderte. Oyeme, Marcela, a mí. MARCELA: ¿Qué quieres, Tristán? TRISTÁN: Espera. Salen DIANA y ANARDA DIANA: (Teodoro y Marcela aquí?) Aparte ANARDA: Parece que el ver te altera PAGE 12 que estos dos se hablen ansí. DIANA: Toma, Anarda, esa antepuerta, y cubrámonos las dos. (Amor con celos despierta.) Aparte Ocúltanse DIANA y ANARDA MARCELA: Déjame, Tristán, por Dios. ANARDA: Tristán a los dos concierta, que deben estar reñidos. DIANA: (El alcahuete lacayo Aparte me ha quitado los sentidos.) TRISTÁN: No pasó más presto el rayo, que por sus ojos y oídos pasó la necia belleza desa mujer que le adora. Ya desprecia su riqueza; que más riqueza atesora tu gallarda gentileza. Haz cuenta que fue cometa aquel amor. Ven acá, Teodoro. DIANA: (¡Brava estafeta Aparte es el lacayo!) TEODORO: Si ya Marcela, a Fabio sujeta, dice que le tiene amor, ¿por qué me llamas, Tristán? TRISTÁN: ¡Otro enojado! TEODORO: Mejor los dos casarse podrán. TRISTÁN: ¿Tú también? ¡Bravo rigor! Ea, acaba, llega, pues, dame esa mano, y después que se hagan las amistades. TEODORO: Necio, ¿tú me persüades? TRISTÁN: Por mi quiero que le des la mano esta vez, señor. TEODORO: ¿Cuándo he dicho yo a Marcela que he tenido a nadie amor? Y ella me ha dicho... TRISTÁN: Es cautela para vengar tu rigor. MARCELA: No es cautela; que es verdad. TRISTÁN: Calla, boba. ¡Ea, llegad! PAGE 12 ¡Qué necios estáis los dos! TEODORO: Yo rogaba mas, ¡por Dios, que no he de hacer amistad! MARCELA: Pues a mi me pase un rayo. TRISTÁN: No jures. [MARCELA habla aparte a TRISTÁN] MARCELA: (Aunque le muestro enojo, ya me desmayo. TRISTÁN: Pues tente firme.) DIANA: (¡Qué diestro Aparte está el bellaco lacayo!) MARCELA: Déjame, Tristán; que tengo que hacer. TEODORO: Déjala, Tristán. TRISTÁN: Por mi, vaya. TEODORO: Tenla. MARCELA: Vengo mi amor. TRISTÁN: ¿Cómo no se van ya? Que a ninguno detengo. MARCELA: ¡Ay, mi bien!, no puedo irme. TEODORO: Ni yo, porque no es tan firme ninguna roca en la mar. MARCELA: Los brazos te quiero dar. TEODORO: Y yo a los tuyos asirme. TRISTÁN: Si yo no era menester, ¿por qué me hiciste cansar? [Desde el paño ANARDA y DIANA] ANARDA: (¿Desto gustas? DIANA: Vengo a ver lo poco que hay que fïar de un hombre y una mujer.) TEODORO: ¡Ay! ¡Qué me has dicho de afrentas! TRISTÁN: Yo he salido ya, con veros juntar las almas contentas; que es desgracia de terceros no se concertar las ventas. MARCELA: Si te trocare, mi bien, por Fabio ni por el mundo, que tus agravios me den la muerte. TEODORO: Hoy de nuevo fundo, PAGE 12 TEODORO: ¿No dices más? DIANA: Pues, ¿qué más? El papel, Teodoro, cierra. [ANARDA habla aparte con DIANA] ANARDA: (¿Qué es esto que haces, señora? DIANA: Necedades de amor llenas. ANARDA: Pues, ¿a quién tienes amor? DIANA: ¿Aún no le conoces, bestia? Pues yo sé que le murmuran de mi casa hasta las piedras.) TEODORO: Ya el papel está cerrado; sólo el sobreescrito resta. DIANA: Pon, Teodoro, para ti; y no lo entienda Marcela; que quizá le entenderás cuando de espacio le leas. Vanse la condesa [DIANA] y ANARDA TEODORO: ¡Hay confusión tan extraña! ¡Que aquesta mujer me quiera con pausas, como sangría, y que tenga intercadencias el pulso de amor tan grandes! Sale MARCELA MARCELA: ¿Qué te ha dicho la condesa, mi bien?, que he estado temblando detrás de aquella antepuerta. TEODORO: Díjome que te quería casar con Fabio, Marcela; y este papel que escribí es que despacha a su tierra por los dineros del dote. MARCELA: ¿Qué dices? TEODORO: Sólo que sea para bien, y pues te casas, que de burlas ni de veras tomes mi nombre en tu boca. MARCELA: Oye. TEODORO: Es tarde para quejas. Vase MARCELA: No, no puedo yo creer que aquésta la ocasión sea. Favores de aquesta loca le han hecho dar esta vuelta; PAGE 12 que él está como arcaduz, que cuando baja, le llena del agua de su favor, y cuando sube, le mengua. ¡Ay de mí, Teodoro ingrato, que luego que su grandeza te toca al arma, me olvidas! Cuando te quiere me dejas, cuando te deja me quieres. ¿Quién ha de tener paciencia? Salen RICARDO y FABIO RICARDO: No pude, Fabio, detenerme un hora. Por tal merced le besaré las manos. FABIO: Dile presto, Marcela, a mi señora que está el marqués aquí. MARCELA: (Celos tiranos, Aparte celos crüeles, ¿qué queréis agora, tras tantos locos pensamientos vanos?) FABIO: ¿No vas? MARCELA: Ya voy. FABIO: Pues dile que ha venido nuestro nuevo señor y su marido. Vase MARCELA RICARDO: Id, Fabio, a mi posada; que mañana os daré mil escudos y un caballo de la casta mejor napolitana. FABIO: Sabré, si no servillo, celebrallo. RICARDO: Éste es principio solo; que Dïana os tiene por crïado y por vasallo, y yo por solo amigo. FABIO: Esos pies beso. RICARDO: No pago ansí; la obligación confieso. Sale DIANA DIANA: ¡Vuseñoria aquí! RICARDO: Pues, ¿no era justo, si me enviáis con Fabio tal recado, y que después de aquel mortal disgusto, me elegís por marido y por crïado? Dadme esos pies; que de manera el gusto de ver mi amor en tan dichoso estado me vuelve loco, que le tengo en poco, si me contento con volverme loco. ¿Cuándo pensé, señora, mereceros, PAGE 12 ni llegar a más bien que desearos? DIANA: No acierto, aunque lo intento, a responderos. ¡Yo he enviado a llamaros! ¿O es burlaros? RICARDO: Fabio, ¿qué es esto? FABIO: ¿Pude yo traeros sin ocasión agora, ni llamaros, menos que de Teodoro prevenido? DIANA: Culpa, Ricardo, de Teodoro ha sido. Oyóme anteponer a Federico vuestra persona, como primo hermano y caballero generoso y rico, y presumió que os daba ya la mano. A vuestra señoría le suplico perdone aquestos necios. RICARDO: Fuera en vano dar a Fabio perdón, si no estuviera donde vuestra imagen le valiera. Bésoos los pies por el favor, y espero que ha de vencer mi amor esta porfía. Vase DIANA: ¿Paréceos bien aquesto, majadero? FABIO: ¿Por qué me culpa a mí, vuseñoría? DIANA: Llamad luego a Teodoro. (¡Qué ligero Aparte este cansado pretensor venía, cuando me matan celos de Teodoro!) FABIO: (Perdí el caballo y mil escudos de oro.) Vase DIANA: ¿Qué me quieres, Amor? Ya, ¿no tenía olvidado a Teodoro? ¿Qué me quieres? Pero responderás que tú no eres, sino tu sombra, que detrás venía. ¡Oh celos! ¿Qué no hará vuestra porfía? Malos letrados sois con las mujeres, pues jamás os pidieron pareceres que pudiese el honor guardarse un día. Yo quiero a un hombre bien; mas se me acuerda que yo soy mar y que es humilde barco, y que es contra razón que el mar se pierda. En gran peligro, Amor, el alma embarco; mas si tanto el honor tira la cuerda, por Dios, que temo que se rompa el arco. Salen TEODORO y FABIO. [Hablan aparte] FABIO: (Pensó matarme el marqués; PAGE 12 mi gusto por el ajeno? Yo adoro a Marcela, y ella me adora, y es muy honesto este amor. DIANA: ¡Pícaro, infame! Haré yo que os maten luego. TEODORO: ¿Qué hace vuseñoría? DIANA: Daros, por sucio y grosero, estos bofetones. Salen FEDERICO y FABIO. [Hablan aparte] FABIO: (Tente. FEDERICO: Bien dices, Fabio; no entremos. Pero mejor es llegar.) Señora mía, ¿qué es esto? DIANA: No es nada: enojos que pasan entre crïados y dueños. FEDERICO: ¿Quiere vuestra señoría alguna cosa? DIANA: No quiero más de hablaros en las mías. FEDERICO: Quisiera venir a tiempo que os hallara con más gusto. DIANA: Gusto, Federico, tengo; que aquéstas son niñerías. Entrad y sabréis mi intento en lo que toca al marqués. Vase. [FEDERICO y FABIO] hablan aparte FEDERICO: (Fabio... FABIO: ¿Señor... FEDERICO: Yo sospecho que en estos disgustos hay algunos gustos secretos. FABIO: No sé, por Dios; admirado de ver, señor conde, quedo tratar tan mal a Teodoro; cosa que jamás ha hecho la condesa, mi señora. FEDERICO: ¡Bañóle de sangre el lienzo!) Vanse FEDERICO y FABIO TEODORO: Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres Amor, que tengan desatinos tales? Si así quieren mujeres principales, furias las llamo yo, que no mujeres. PAGE 12 Si la grandeza excusa los placeres que iguales pueden ser en desiguales, ¿por qué, enemiga, de crueldad te vales, y por matar a quien adoras, mueres? ¡Oh mano poderosa de matarme! ¡Quién te besara entonces, mano hermosa, agradecido al dulce castigarme! No te esperaba yo tan rigurosa; pero si me castigas por tocarme, tú sola hallaste gusto en ser celosa. Sale TRISTÁN TRISTÁN: Siempre tengo de venir acabados los sucesos. Parezco espada cobarde. TEODORO: ¡Ay Tristán! TRISTÁN: Señor, ¿qué es esto? ¡Sangre en el lienzo! TEODORO: Con sangre quiere Amor que de los celos entre la letra. TRISTÁN: Por Dios, que han sido celos muy necios. TEODORO: No te espantes; que está loca de un amoroso deseo, y como el ejecutarle tiene su honor por desprecio, quiere deshacer mi rostro, porque es mi rostro el espejo adonde mira su honor, y véngase en verle feo. TRISTÁN: Señor, que Juana o Lucía cierren conmigo por celos, y me rompan con las uñas el cuello que ellas me dieron; que me repelen y arañen sobre averiguar por cierto que les hice un peso falso, ¡vaya! Es gente de pandero, de media de cordellate y de zapato frailesco; pero que tan gran señora se pierda tanto el respeto a sí misma, es vil acción. PAGE 12 TEODORO: No sé, Tristán; pierdo el seso de ver que me está adorando, y que me aborrece luego. No quiere que sea suyo ni de Marcela; y si dejo de mirarla, luego busca por hablarme algún enredo. No dudes: naturalmente es del hortelano el perro. Ni come ni comer deja, ni está fuera ni está dentro. TRISTÁN: Contáronme que un doctor, catedrático y maestro, tenía un ama y un mozo que siempre andaban riñendo. Reñían a la comida, a la cena, y hasta el sueño le quitaban con sus voces; que estudiar, no había remedio. Estando en lición un día, fuéle forzoso corriendo volver a casa, y entrando de improviso en su aposento, vio el ama y mozo acostados con amorosos requiebros, y dijo: "¡Gracias a Dios, que una vez en paz os veo!" Y esto imagino de entrambos, aunque siempre andáis riñendo. Sale DIANA DIANA: Teodoro... TEODORO: ¿Señora... TRISTÁN: (¿Es duende Aparte esta mujer?) DIANA: Sólo vengo a saber cómo te hallas. TEODORO: ¿Ya no lo ves? DIANA: ¿Estás bueno? TEODORO: Bueno estoy. DIANA: ¿Y no dirás "A tu servicio"? TEODORO: No puedo estar mucho en tu servicio, PAGE 12 ACTO TERCERO Salen FEDERICO, RICARDO y CELIO RICARDO: ¿Esto vistes? FEDERICO: Esto vi. RICARDO: ¿Y que le dio bofetones? FEDERICO: El servir tiene ocasiones, mas no lo son para mí; que al poner una mujer de aquellas prendas la mano al rostro de un hombre, es llano que otra ocasión puede haber. Y bien veis que lo acredita el andar tan mejorado. RICARDO: Ella es mujer y él crïado. FEDERICO: Su perdición solicita. La fábula que pintó el filósofo moral de las dos ollas, ¡qué igual hoy a los dos la vistió! Era de barro la una, la otra de cobre o hierro, que un río a los pies de un cerro llevó con varia fortuna. Desvióse la de barro de la de cobre, temiendo que la quebrase: y yo entiendo pensamiento tan bizarro del hombre y de la mujer hierro y barro, y no me espanto, pues acercándose tanto, por fuerza se han de romper. RICARDO: La altivez y bizarría de Dïana me admiró, y bien puede ser que yo viese y no viese aquel día; mas ver caballos y pajes en Teodoro, y tantas galas, ¿qué son sino nuevas alas? Pues crïados, oro y trajes no los tuviera Teodoro PAGE 12 sin ocasión tan notable. FEDERICO: Antes que desto se hable en Nápoles, y el decoro de vuestra sangre se ofenda, sea o no sea verdad, ha de morir. RICARDO: Y es piedad matarle, aunque ella lo entienda. FEDERICO: ¿Podrá ser? RICARDO: Bien puede ser; que hay en Nápoles quien vive de eso y en oro recibe lo que en sangre ha de volver. No hay más de buscar un bravo, y que le despache luego. FEDERICO: Por la brevedad os ruego. RICARDO: Hoy tendrá su justo pago semejante atrevimiento. Viendo venir a TRISTÁN y otros tres FEDERICO: ¿Son bravos éstos? RICARDO: Sin duda. FEDERICO: El cielo ofendido ayuda vuestro justo pensamiento. Salen TRISTÁN, vestido de nuevo, FURIO, ANTONELO y LIRANO FURIO: Pagar tenéis el vino en alboroque del famoso vestido que os han dado. ANTONELO: Eso bien sabe el buen Tristán que es justo. TRISTÁN: Digo, señores, que de hacerlo gusto. LIRANO: Bravo salió el vestido. TRISTÁN: Todo aquesto es cosa de chacota y zarandajas, respeto del lugar que tendré presto. Si no muda los bolos la Fortuna, secretario he de ser del secretario. LIRANO: Mucha merced le hace la condesa a vuestro amo, Tristán. TRISTÁN: Es su privanza, es su mano derecha, y es la puerta por donde se entra a su favor. Dejemos favores y fortunas, y bebamos. FURIO: En este tabernáculo sospecho que hay lágrima famosa y malvasía. PAGE 12 TRISTÁN: Probemos vino greco ; que deseo hablar en griego, y con beberlo basta. [RICARDO habla] aparte a FEDERICO RICARDO: (Aquel moreno, del color quebrado, me parece el más bravo, pues que todos le estiman, hablan y hacen cortesía.) Celio... CELIO: ¿Señor... RICARDO: De aquellos gentileshombres llama al descolorido. A TRISTÁN CELIO: ¡Ah caballero! Antes que se entre en esa santa ermita, el marqués, mi señor, hablarle quiere. A sus amigos TRISTÁN: Camaradas, allí me llama un príncipe: no puedo rehusar el ver qué manda. Entren, y tomen siete u ocho azumbres, y aperciban dos dedos de formache, en tanto que me informo de su gusto. ANTONELO: Pues despachad a prisa. TRISTÁN: Iré volando. Vanse FURIO, ANTONELO y LIRANO ¿Qué es lo que manda vuestra señoría? RICARDO: El veros entre tanta valentía nos ha obligado al conde Federico y a mí, para saber si seréis hombre para matar un hombre. TRISTÁN: (¡Vive el cielo, Aparte que son los pretendientes de mi ama, y que hay algún enredo! Fingir quiero.) FEDERICO: ¿No respondéis? TRISTÁN: Estaba imaginando si vuestra señoría está burlando de nuestro modo de vivir; pues vive el que reparte fuerzas a los hombres, que no hay en toda Nápoles espada que no tiemble de sólo el nombre mío. ¿No conocéis a Héctor? Pues no hay Héctor adonde está mi furibundo brazo; que si él lo fue de Troya, yo de Italia. FEDERICO: Éste es, marqués, el hombre que buscamos. Por vida de los dos, que no burlamos; PAGE 12 que si Dïana algún camino hallara de disculpa, conmigo se casara. Teme su honor, y cuando más se abrasa, se hiela y me desprecia. TRISTÁN: Si te diese remedio, ¿qué dirás? TEODORO: Que a ti se pasa de Ulises el espíritu. TRISTÁN: Si fuese tan ingenioso, que a tu misma casa un generoso padre te trajese, con que fueses igual a la condesa, ¿no saldrías, señor, con esta empresa? TEODORO: Eso es sin duda. TRISTÁN: El conde Ludovico caballero ya viejo, habrá veinte años que enviaba a Malta un hijo de tu nombre, que era sobrino de su gran maestre. Cautiváronle moros de Biserta, y nunca supo dél, muerto ni vivo. Éste ha de ser tu padre, y tú su hijo, y yo lo he de trazar. TEODORO: Tristán, advierte que puedes levantar alguna cosa que nos cueste a los dos la honra y vida. TRISTÁN: A casa hemos llegado. A Dios te queda; que tú serás marido de Dïana antes que den las doce de mañana. Vase TEODORO: Bien al contrario pienso yo dar medio a tanto mal, pues el Amor bien sabe que no tiene enemigo que le acabe con más facilidad que tierra en medio. Tierra quiero poner, pues que remedio, con ausentarme, Amor, rigor tan grave, pues no hay rayo tan fuerte que se alabe que entró en la tierra, de tu ardor remedio. Todos los que llegaron a este punto, poniendo tierra en medio te olvidaron; que en tierra al fin le resolvieron junto. Y la razón que de olvidar hallaron es que amor se confiesa por difunto, pues que con tierra en medio te enterraron. PAGE 12 Sale DIANA DIANA: ¿Estás ya mejorado de tus tristezas, Teodoro? TEODORO: Si en mis tristezas adoro, sabré estimar mi cuidado. No quiero yo mejorar de la enfermedad que tengo, pues sólo a estar triste vengo cuando imagino sanar. ¡Bien hayan males que son tan dulces para sufrir que se ve un hombre morir y estima su perdición! Sólo me pesa que ya esté mi mal en estado, que he de alejar mi cuidado de donde su dueño está. DIANA: ¡Ausentarte! Pues, ¿por qué? TEODORO: Quiérenme matar. DIANA: Sí, harán. TEODORO: Envidia a mi mal tendrán que bien al principio fue. Con esta ocasión, te pido licencia para irme a España. DIANA: Será generosa hazaña de un hombre tan entendido; que con esto quitarás la ocasión de tus enojos, y aunque des agua a mi ojos, honra a mi casa darás. que desde aquel bofetón Federico me ha tratado como celoso, y me ha dado para dejarte ocasión. Vete a España; que yo haré que te den seis mil escudos. TEODORO: Haré tus contrarios mudos con mi ausencia. Dame el pie. DIANA: Anda, Teodoro. No más. Déjame; que soy mujer. TEODORO: (Llora; mas, ¿qué puedo hacer?) Aparte DIANA: En fin, Teodoro, ¿te vas? TEODORO: Sí, señora. PAGE 12 DIANA: Espera... Vete... Oye. TEODORO: ¿Qué mandas? DIANA. No, nada; vete. TEODORO: Voyme. DIANA: (Estoy turbada. Aparte ¿Hay tormento que inquiete como una pasión de amor?) ¿No eres ido? TEODORO: Ya, señora. Me voy. Vase DIANA: ¡Buena quedo agora! ¡Maldígate Dios, honor! Temeraria invención fuiste, tan opuesta al propio gusto. ¿Quién te inventó? Mas fue justo, pues que tu freno resiste tantas cosas tan mal hechas. Vuelve TEODORO TEODORO: Vuelvo a saber si hoy podré partirme. DIANA: Ni yo lo sé, ni tú, Teodoro, sospechas que me pesa de mirarte, pues que te vuelves aquí. TEODORO: Señora, vuelvo por mí, que no estoy en otra parte; y como me he de llevar, vengo para que me des a mí mismo. DIANA: Si después te has de volver a buscar, no me pidas que te dé. Pero vete; que el amor lucha con mi noble honor, y vienes tú a ser traspié. Vete, Teodoro, de aquí; no te pidas, aunque puedas; que yo sé que si te quedas, allá me llevas a mí. TEODORO: Quede vuestra señoría PAGE 12 que hiela ajeno amor muchos amores. Y cuando de esperar daba tributo, ¿qué importa la hermosura de las flores, si se perdieron esperando el fruto? Vase. Sale el conde LUDOVICO y CAMíLO CAMILO: Para tener sucesión, no te queda otro remedio. LUDOVICO: Hay muchos años en medio, que mi enemigos son, y aunque tiene esa disculpa el casarse en la vejez, quiere el temor ser jüez, y ha de averiguar la culpa. Y podría suceder que sucesión no alcanzase, y casado me quedase; y en un viejo una mujer es en un olmo una hiedra, que aunque con tan varios lazos la cubre de sus abrazos, él se seca y ella medra. Y tratarme casamientos es traerme a la memoria, Camilo, mi antigua historia y renovar mis tormentos. Esperando cada día con engaños a Teodoro veinte años ha que le lloro. Sale un PAJE PAJE: Aquí a vuestra señoría busca un griego mercader. LUDOVICO: Di que entre. Avisa el PAJE y salen TRISTÁN y FURIO con traje griego TRISTÁN: Dadme esas manos y los cielos soberanos, con su divino poder, os den el mayor consuelo que esperáis. LUDOVICO: Bien seáis venido. Mas, ¿qué causa os ha traído por este remoto suelo? TRISTÁN: De Constantinopla vine PAGE 12 a Chipre, y della a Venecia con una nave cargada de ricas telas de Persia. Acordéme de una historia que algunos pasos me cuesta; y con deseos de ver a Nápoles, ciudad bella, mientras allá mis crïados van despachando las telas, vine, como veis, aquí, donde mis ojos confiesan su grandeza y hermosura. LUDOVICO: Tiene hermosura y grandeza Nápoles. TRISTÁN: Así es verdad. Mi padre, señor, en Grecia fue mercader, y en su trato, el de más ganancia era comprar y vender esclavos; y ansí en la feria de Azteclias compró un niño, el más hermoso que vio la naturaleza, por testigo del poder que le dio el cielo en la tierra. Vendíanle algunos turcos, entre otra gente bien puesta, a una galera de Malta que las de un bajá turquescas prendieron en Chafalonia. LUDOVICO: Camilo, el alma me altera. TRISTÁN: Aficionado al rapaz, compróle y llevóle a Armenia donde se crió conmigo y una hermana. LUDOVICO: Amigo, espera, espera; que me traspasas las entrañas. TRISTÁN: (¡Qué bien entra!) Aparte LUDOVICO: ¿Dijo cómo se llamaba? TRISTÁN: Teodoro. LUDOVICO: ¡Ay cielo! ¡Qué fuerza tiene la verdad de oírte! Lágrimas mis canas riegan. PAGE 12 TRISTÁN: Serpalitonia, mi hermana, y este mozo--¡nunca fuera tan bello!--con la ocasión de la crïanza, que engendra el amor que todos saben, se amaron desde la tierna edad; y a dieciséis años, de mi padre en cierta ausencia, ejecutaron su amor, y creció de suerte en ella, que se le echaba de ver, con cuyo temor se ausenta Teodoro, y para parir a Serpalitonia deja. Catiborrato, mi padre, no sintió tanto la ofensa como el dejarle Teodoro. Murió en efeto de pena, y bautizamos su hijo; que aquella parte de Armenia tiene vuestra misma ley, aunque es diferente iglesia. Llamamos al bello niño Terimaconio, que queda un bello rapaz agora en la ciudad de Tepecas. Andando en Nápoles yo mirando cosas diversas, saqué un papel en que traje deste Teodoro las señas, y preguntando por él me dijo una esclava griega que en mi posada servía: "¿Cosa que ese mozo sea el del conde Ludovico?" Dióme el alma una luz nueva, y doy en que os he de hablar; y por entrar en la vuestra, entro, según me dijeron, en casa de la condesa de Belflor, y al primer hombre que pregunto... LUDOVICO: Ya me tiembla PAGE 12 me la puse, porque hubiera más lugar en el peligro de dejar en una puerta, con el armenio turbante, las hopalandas gregüescas. Salen RICARDO y FEDERICO FEDERICO: Digo que es éste el matador valiente que a Teodoro ha de dar muerte segura. RICARDO: ¡Ah hidalgo!, ¿ansí se cumple entre la gente que honor profesa y que opinión procura, lo que se prometió tan fácilmente? TRISTÁN: Señor... FEDERICO: ¿Somos nosotros por ventura de los iguales vuestros? TRISTÁN: Sin oírme, no es justo que mi culpa se confirme. Yo estoy sirviendo al mísero Teodoro, que ha de morir por esta mano airada; pero puede ofender vuestro decoro públicamente ensangrentar mi espada. Es la prudencia un celestial tesoro, y fue de los antiguos celebrada por única virtud. Estén muy ciertos que le pueden contar entre los muertos. Estáse melancólico de día, y de noche cerrado en su aposento; que alguna cuidadosa fantasía le debe de ocupar el pensamiento. Déjenme a mí; que una mojada fría pondrá silencio a su vital aliento; y no se precipiten desa suerte; que yo sé cuándo le he de dar la muerte. FEDERICO: Paréceme, marqués, que el hombre acierta. Ya que le sirve, ha comenzado el caso. No dudéis, matarále. RICARDO: Cosa es cierta. Por muerto le contad. FEDERICO: Hablemos paso. TRISTÁN: En tanto que esta muerte se concierta, vuseñorías, ¿no tendrán acaso cincuenta escudos? Que comprar querría un rocín, que volase el mismo día. RICARDO: Aquí los tengo yo. Tomad, seguro PAGE 12 de que, en saliendo con aquesta empresa, lo menos es pagaros. TRISTÁN: Yo aventuro la vida, que servir buenos profesa. Con esto, adiós; que no me vean, procuro, hablar desde el balcón de la condesa con vuestras señorías. FEDERICO: Sois discreto. TRISTÁN: Ya lo verán al tiempo del efeto. Vase FEDERICO: Bravo es el hombre. RICARDO: Astuto y ingenioso FEDERICO: ¡Qué bien le ha de matar! RICARDO: Notablemente. Sale CELIO CELIO: ¿Hay caso más extraño y fabuloso? FEDERICO: ¿Qué es esto, Celio? ¿Dónde vas? Detente. CELIO: Un suceso notable y riguroso para los dos. ¿No veis aquella gente que entra en casa del conde Ludovico? RICARDO: ¿Es muerto? CELIO: Que me escuches te suplico. A darle van el parabién contentos de haber hallado un hijo que ha perdido. RICARDO: Pues, ¿qué puede ofender nuestros intentos, que le haya esa ventura sucedido? CELIO: ¿No importa a los secretos pensamientos que con Dïana habéis los dos tenido, que sea aquel Teodoro, su crïado, hijo del conde? FEDERICO: El alma me has turbado. RICARDO: ¿Hijo del conde? Pues, ¿de qué manera se ha venido a saber? CELIO: Es larga historia, y cuéntanla tan varia, que no hubiera para tomarla tiempo ni memoria. FEDERICO: ¡A quién mayor desdicha sucediera! RICARDO: Trocóse en pena mi esperada gloria. FEDERICO: Yo quiero ver lo que es. RICARDO: Yo, conde, os sigo. CELIO: Presto veréis que la verdad os digo. Vanse. Salen TEODORO, de camino y MARCELA MARCELA: En fin, Teodoro, ¿te vas? PAGE 12 TEODORO: Tú eres causa desta ausencia; que en desigual competencia no resulta bien jamás. MARCELA: Disculpas tan falsas das como tu engaño lo ha sido; porque haberme aborrecido y haber amado a Dïana lleva tu esperanza vana sólo a procurar su olvido. TEODORO: ¿Yo a Dïana? MARCELA: Niegas tarde, Teodoro, el loco deseo con que perdido te veo de atrevido y de cobarde: cobarde en que ella se guarde el respeto que se debe; y atrevido, pues se atreve tu bajeza a su valor; que entre el honor y el amor hay muchos montes de nieve. Vengada quedo de ti, aunque quedo enamorada, porque olvidaré vengada; que el amor olvida ansí. Si te acordares de mí imagina que te olvido porque me quieras; que ha sido siempre error que suele hacer que vuelva un hombre a querer, pensar que es aborrecido. TEODORO: ¡Qué de quimeras tan locas, para casarte con Fabio! MARCELA: Tú me casas; que al agravio de tu desdén me provocas. Sale FABIO FABIO: Siendo las horas tan pocas que aquí Teodoro ha de estar, bien haces, Marcela, en dar ese descanso a tus ojos. TEODORO: No te den celos enojos que han de pasar tanto mar. FABIO: En fin, ¿te vas? TEODORO: ¿No lo ves? PAGE 12 ¡Ay, si viviera su difunta madre! DIANA: ¿Vuestro hijo me sirve? ¿Es Fabio acaso? LUDOVICO: No, señora, no es Fabio, que es Teodoro. DIANA: ¡Teodoro! LUDOVICO: Sí, señora. TEODORO: ¿Cómo es esto? DIANA: Habla, Teodoro, si es tu padre el conde. LUDOVICO: Luego, ¿es aquéste? TEODORO: Señor conde, advierta vuseñoría... LUDOVICO: No hay qué advertir, hijo, hijo de mis entrañas, sino sólo el morir en tus brazos. DIANA: ¡Caso extraño! ANARDA: ¡Ay señora! ¿Teodoro es caballero tan principal y de tan alto estado? TEODORO: Señor, yo estoy sin alma, de turbado. ¿Hijo soy vuestro? LUDOVICO: Cuando no tuviera tanta seguridad, el verte fuera de todas la mayor. ¡Qué parecido a cuando mozo fui! TEODORO: Los pies te pido, y te suplico... LUDOVICO: No me digas nada; que estoy fuera de mí. ¡Qué gallardía! Dios te bendiga. ¡Qué real presencia! ¡Qué bien que te escribió naturaleza en la cara, Teodoro, la nobleza! Vamos de aquí; ven luego, luego toma posesión de mi casa y de mi hacienda; ven a ver esas puertas coronadas de las armas más nobles deste reino. TEODORO: Señor, yo estaba de partida a España, y así me importa. LUDOVICO: ¿Cómo a España? ¡Bueno! España son mis brazos. DIANA: Yo os suplico, señor conde, dejéis aquí a Teodoro hasta que se reporte, y en buen hábito vaya a reconoceros como hijo; que no quiero que salga de mi casa con aqueste alboroto de la gente. PAGE 12 LUDOVICO: Habláis como quien sois tan cuerdamente. Dejarle siento por un breve instante; mas porque más rumor no se levante, me iré, rogando a vuestra señoría que sin mi bien no me anochezca el día. DIANA: Palabra os doy. LUDOVICO: Adiós, Teodoro mío. TEODORO: Mil veces beso vuestros pies. LUDOVICO: Camilo, venga la muerte agora. CAMILO: ¡Qué gallardo mancebo que es Teodoro! LUDOVICO: Pensar poco quiero este bien, por no volverme loco. Vanse LUDOVICO y CAMILO DOROTEA: Danos a todos las manos. ANARDA: Bien puedes, por gran señor. DOROTEA: Hacernos debes favor. MARCELA: Los señores que son llanos conquistan las voluntades. Los brazos nos puedes dar. DIANA: Apartaos, dadme lugar; no le digáis necedades. Déme vuestra señoría las manos, señor Teodoro. TEODORO: Agora esos pies adoro, y sois más señora mía. DIANA: Salíos todos allá; dejadme con él un poco. [MARCELA habla aparte a FABIO] MARCELA: (¿Qué dices, Fabio? FABIO: Estoy loco.) [DOROTEA habla] aparte a ANARDA DOROTEA: (¿Qué te parece? ANARDA: Que ya mi ama no querrá ser el perro del hortelano. DOROTEA: ¿Comerá ya? ANARDA: Pues, ¿no es llano? DOROTEA: Pues reviente de comer.) Vanse MARCELA, FABIO, DOROTEA y ANARDA DIANA: ¿No te vas a España? TEODORO: ¿Yo? PAGE 12 DIANA: ¿No dice vuseñoría, "Yo me voy, señora mía, yo me voy, el alma no" ? TEODORO: ¿Burlas de ver los favores de la Fortuna? DIANA: Haz extremos. TEODORO: Con igualdad nos tratemos, como suelen los señores, pues todos lo somos ya. DIANA: Otro me pareces. TEODORO: Creo que estás con menos deseo: pena el ser tu igual te da. Quisiérasme tu crïado, porque es costumbre de amor querer que sea inferior lo amado. DIANA: Estás engañado; porque agora serás mío, y esta noche he de casarme contigo. TEODORO: No hay más que darme: Fortuna, tente. DIANA: Confío que no ha de haber en el mundo tan venturosa mujer. Vete a vestir. TEODORO: Iré a ver el mayorazgo que hoy fundo, y este padre que me hallé sin saber cómo o por dónde. DIANA: Pues adiós mi señor conde. TEODORO: Adiós, condesa. DIANA: Oye. ¿Qué? DIANA: ¡Qué! Pues, ¿cómo? ¿A su señora así responde un crïado? TEODORO: Está ya el juego trocado, y soy yo el señor agora. DIANA: Sepa que no me ha de dar más celitos con Marcela, aunque este golpe le duela. TEODORO: No nos solemos bajar PAGE 12 que cortarme la cabeza. TRISTÁN: ¿Agora sales con eso? TEODORO: Demonio debes de ser. TRISTÁN: Deja la suerte correr, y espera el fin del suceso. TEODORO: La condesa viene aquí. TRISTÁN: Yo me escondo; no me vea. Ocúltase. Sale DIANA DIANA: ¿No eres ido a ver tu padre, Teodoro? TEODORO: Una grave pena me detiene; y finalmente vuelvo a pedirte licencia para proseguir mi intento de ir a España. DIANA: Si Marcela te ha vuelto a tocar el alma, muy justa disculpa es ésa. TEODORO: ¿Yo Marcela? DIANA: Pues, ¿qué tienes? TEODORO: No es cosa para ponerla desde mi boca a tu oído. DIANA: Habla, Teodoro, aunque sea mil veces contra mi honor. TEODORO: Tristán, a quien hoy pudiera hacer el Engaño estatuas, la Industria versos, y Creta rendir laberintos, viendo mi amor, mi eterna tristeza, sabiendo que Ludovico perdió un hijo, esta quimera ha levantado conmigo, que soy hijo de la tierra y no he conocido padre más que mi ingenio, mis letras y mi pluma. El conde cree que lo soy; y aunque pudiera ser tu marido, y tener tanta dicha y tal grandeza, mi nobleza natural que te engañe no me deja, porque soy naturalmente PAGE 12 hombre que verdad profesa. Con esto, para ir a España vuelvo a pedirte licencia; que no quiero yo engañar tu amor, tu sangre y tus prendas. DIANA: Discreto y necio has andado: discreto en que tu nobleza me has mostrado en declararte; necio en pensar que lo sea en dejarme de casar, pues he hallado a tu bajeza el color que yo quería; que el gusto no está en grandezas, sino en ajustarse al alma aquello que se desea. Yo me he de casar contigo; y porque Tristán no pueda decir aqueste secreto, hoy haré que cuando duerma, en ese pozo de casa le sepulten. Saliendo [TRISTÁN] TRISTÁN: Guarda afuera. DIANA: ¿Quién habla aquí? TRISTÁN: ¿Quién? Tristán, que justamente se queja de la ingratitud mayor que de mujeres se cuenta. Pues, ¡siendo yo vuestro gozo, aunque nunca yo lo fuera, en el pozo me arrojáis! DIANA: ¡Qué!, ¿lo has oído? TRISTÁN: No creas que me pescarás el cuerpo. DIANA. Vuelve. TRISTÁN: ¿Que vuelva? DIANA: Que vuelvas. Por el donaire te doy palabra de que no tengas mayor amiga en el mundo; pero has de tener secreta esta invención, pues es tuya. TRISTÁN: Si me importa que lo sea, PAGE 12 ¿no quieres que calle? TEODORO: Escucha. ¿Qué gente y qué grita es ésta? Salen LUDOVICO, FEDERICO, RICARDO, CAMILO, FABIO, MARCELA, ANARDA y DOROTEA RICARDO: Queremos acompañar a vuestro hijo. FEDERICO: La bella Nápoles está esperando que salga, junto a la puerta. LUDOVICO: Con licencia de Dïana, una carroza te espera, Teodoro, y junta, a caballo, de Nápoles la nobleza. Ven, hijo, a tu propia casa tras tantos años de ausencia; verás adonde naciste. DIANA: Antes que salga y la vea, quiero, conde, que sepáis que soy su mujer. LUDOVICO: Detenga la Fortuna, en tanto bien, con clavo de oro la rueda. Dos hijos saco de aquí, si vine por uno. FEDERICO: Llega, Ricardo, y da el parabién. RICARDO: Darle, señores, pudiera de la vida de Teodoro; que celos de la condesa me hicieron que a este cobarde diera, sin esta cadena, por matarle mil escudos. Haced que luego le prendan, que es encubierto ladrón. TEODORO: Eso no; que no profesa ser ladrón quien a su amo defiende. RICARDO: ¿No? Pues, ¿quién era este valiente fingido? TEODORO: Mi crïado; y porque tenga premio el defender mi vida, sin otras secretas deudas, PAGE 12
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved