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Juan Alcover, poeta mallorquín: figura central en la literatura mallorquina, Apuntes de Poesía

Literatura españolaPoesía mallorquinaLiteratura mallorquina

La primera impresión del narrador al conocer al poeta Juan Alcover en Palma de Mallorca y la importancia de su figura en la comunidad literaria insular. Se destaca su relación con otros poetas como Costa y Llobera, y la admiración que sus obras despertaron en el ambiente cultural de la isla. Se mencionan algunos de sus poemas más famosos, como 'De l'agre de la terra' y 'La Mina', que fueron leídos y comentados en la salita de Juan Alcover.

Qué aprenderás

  • ¿Qué otros poetas mallorquines están relacionados con Juan Alcover?
  • ¿Qué papel desempeñó Juan Alcover en la comunidad literaria de Mallorca?
  • ¿Qué significa la frase 'una de tantas abstracciones en mármol' en el contexto del documento?
  • ¿Qué obras de Juan Alcover son mencionadas en el documento?
  • ¿Qué fue la primera impresión del narrador al conocer a Juan Alcover?

Tipo: Apuntes

2021/2022

Subido el 10/10/2022

diosa
diosa 🇪🇸

4.2

(19)

82 documentos

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¡Descarga Juan Alcover, poeta mallorquín: figura central en la literatura mallorquina y más Apuntes en PDF de Poesía solo en Docsity! El poeta mallorquín Juan Alcover La primera vez que vi al poeta D. Juan Alcover, cuyas bo­ das de plata con la muerte y la inmortalidad se celebraron esta pasada primavera, fué en Palma de Mallorca, cosa de once lustros, por el paseo marítimo llamado de la Riba. Yo éursaba Retórica y Poética y Perfección de Latín (así se llamaban en­ tonces los estudios de Humanidades) en el Seminario Conci­ liar de San Pedro. Iba yo con otro estudiante algo mayor, y a nuestro lado pasó un señor, solo, que aparentaba estar un poquito más allá de la edad en la que Dante sitúa la mitad del camino de nuestra vida; pequeño y pulcro, con una barba ne­ gra muy cuidada, ágil, elegante, con vestido oscuro, como una golondrina. Y el amigo, tocando mi codo con su codo, me dij o con un aire confidencial: es D. Juan Alcover. Y la última vez que le vi fué el postrer día ele septiembre del año 1925, en el vestíbulo del Círculo Mallorquín (cuya biblioteca preside aho­ ra eti efigie), mientras las campanas de la Catedral vecina ta­ ñían gravemente porque al siguiente día se solemnizaba la fies­ ta de su Dedicación. Allí hablamos de los afectos comunes; allí vertimos la abundancia de nuestro corazón. El diálogo de las dos voces frágiles desfallecía entre el clamoroso concierto ele las campanas graves. Me despedí ele él; le estreché la mano nerviosa y breve, fina y tibia como un marfil vivo que yo lm­ biera querido besar. Nos dijimos el deseado A reveu.re! Los bronces catedralicios, con sus cataratas sonorosas, ahogaron aquella cita suprema. Esta suprema cita se quedó flotante. Este 272 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA A reveure! que sellamos, estrechándonos las manos, no se ve­ rificó sobre la tierra. En el espacio de años que rodaron desde aquella primera visión fugaz, allá en la Riba de Palma, a la hora dorada del atardecer, cuando la buena gente va a captar un poco de fres­ co; cuando las campanas parroquiales sollozan el Angelus y las olas quiebran con sonido de cristales ; en el espacio de años que rodaron, digo, entre aquella primera fugitiva visión de la Riba de Palma y aquel solemne doblar de campanas y aquella . suprema unión de manos amigas en el vestíbulo de la docta Casa, se produjo la segunda primavera del espíritu mallorquín que estalló en flor, en hoja, en fruto y en alboradas de pájaros cantores. La figura central de este segundo florecimiento era la figura pequeña y prócer de Juan Alcover, todo él agudo fuego de ojos y blanca y serena lumbre de inteligencia. Un invierno crudo habíase abatido sobre· la primera cose­ cha de las letras mallorquinas. Diríase que una escarcha impía había quemado el almendro en flor. Costa y Llobera, después de aquel sublime grito de águi la marina que son las Poesías de su primerísima juventud, alejado por todo el espacio de un lustro de su Pollensa natal -aquel salvaje nido de sus can­ tos- y vuelto ya de Roma, que le ungió las manos y le ciñó el sacro cíngulo, habíase encerrado en un silencio aristocrático, que pudo parecer ascético y, en heého de verdad, era el silen­ cio activo y fecundo que engendra la palabra. Juan Alcover estaba todavía de nupcias con su primera musa castellana, quie­ ro decir, con la simbólica Lía, que le daba escasos hijos, y ha­ bía conseguido la serena plenitud de sus cuarenta años . Bn si­ lencio definitivo había sellado los labios de los poetas de pri­ mera hora . La pedregosa artritis tenía encadenado a una silla a D. Jerónimo Roselló, el primero cronológicamente de los j\1 estres en Gai Saber, d¡! la que acudió a consolarlo una Muer­ te piadosa, como las Oceánidas a Prometeo en el risco del Cáu­ caso. Mateo Obrador corría mundo, al servicio de un Príncipe errabundo, navegabundo, por todas las tierras y todos los ma­ res, hecho otro Félix de M eravelles, a zaga de las huellas de Ramón Llull. Miguel de los Santos Oliver mecía y oreaba sus EL POETA MALLORQUÍN JUAN ALCOVER 27 S samientos melodiosos. A seguida, Mateo Obrador, que miraba el mundo con aquellos sus ojos dulces, semiapagados detrás del cristal de sus anteojos montados en oro, y que, como con la frescura de un rocío de abril, refrigeraba su vista quemada en los minucios.os goticismos y en las polícromas hojas de códices lulianos. Y de tarde en tarde, porque a ello le obligaban sus for­ zadas ausencias en cátedras de literatura peninsulares, la figu­ ra menuda y vivaz de Juan Luis Estelrich, amiguísimo de sus amigos. El era el cónsul nato de nuestras letras; él era el en­ lace de nuestros poetas con los poetas y críticos de allende el mar. Sin Juan Luis Estelrich, nuestros grandes poetas Costa y Llobera y Juan Alcover quizá hubieran quedado confinados en su angosta insularidad. El los hizo conocer de Menéndez y Pelayo y de D. Juan Valera, que luego de conocerlos por Es­ telrich, repicaron campanas, y por la puerta grande les dieron entrada en las Antologías de la época. Un domingo, de esos domingos ennoblecidos por conversa­ ciones tranquilas y doctas, subió la docena de anchos escalo­ nes qué separaban del suelo mi vivienda hmnilde mosén An­ tonio María Alcover para introducirme en la salita de D. Juan Alcover, que me impuso un respeto religioso. Desde aquel día, yo fuí admitido en la Tabla Redonda de los caballeros de la Poesía .. . Pequeña era la sala, bañada en una luz amortiguada y verde, cernida por la verdura del jardincito doméstico. Y entré con los ojos deslumbrados; mas, poco a poco, comencé a ver. La sala estaba llena. Había allí todos los maestros can­ tores por mí admirados de lejos; había allí todo nuestro chico Parnaso insular; había allí todo nuestro pequeño Olimpo : Quolq·ue aderant vates, re bar adesse deos ... III De aquel breve y apacible P.arnaso, Juan Alcover era el Apolo que guía la danza de las Musas; y si aquello era una recoleta comunidad de poetas, Juan Alcover era su abad de mitra y báculo. Era pequeño el saloncito de Juan Alcover, pero • 276 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA ordenado y pulcro, como su propia persona o como una cual­ quiera de sus estrofas. Durante el invierno, en la chimenea de mármol crepitaba una llama móvil, como una jocunda .oriflama que confortaba el recinto angosto con un amigable bienestar. Quien alimentaba con bienolientes astillas de olivo la clara y alegre llama era D. Mateo Obrador, el de las manos frías, el de las manos finas como un joyel de nácar. La sangre se le iba helando en las venas tenues que tan tempranamente, ¡ay dolor!, detuvieron su riego vital. Durante el verano, por las altas ven­ , tanas a medio cerrar, entraba el aliento del mar, siempre flore­ ciente, y la gárrula algarabía de los vencejos que en giros rau­ dos rodeaban la Catedral, inflamada de sol poniente, gloriosa dentro de aquel rico incendio, como un enorme candelabro de oro. Detrás de las persianas veíase elevar una pirámide oscu­ ra que tenía a la vez algo de fantasmal y de familiar. Era el alto ciprés que el gran elegíaco amaba con infuso cariño fra­ ternal, y en quien injertó con el canto que le dedicara, una nue­ va existencia no fallecedera: Alto ciprés que quiero como hermano, pues te plantó la mano del padre mío en el humilde huerto .. . ahora, desmedrado y casi muerto ... N o más alta que yo tu verde copa, al ausentarme de mi patria bella, te hallé gigante al retornar a ella, en el navío de dorada popa ... En las frescas mañanas, cuando la aurora lo tocaba con sus dedos de luz y lo teñía de color de rosa; y en los atardeceres cuando el sol fogoso lo enrojecía con su cálida y untuosa san­ gre, aquella ojiva vegetal, . aquel adusto huso de las Parcas tro­ cábase en un castillo de la armonía, poblado de alas invisibles. Pujaba este árbol sobre el jardín paterno; el jardín del Fauno mutilado, y del surtidor enjuto, al cual el poeta dedicó una de sus más pungentes elegías. Un poco más allá, unas palmeras ára­ bes se abanicaban con el árido ventalle de sus palmas. Y un poco más lejos de este oasis de palmeras africanas, ya el mar, el mar · nuestro, el mar a quien dimos leyes, el mar de Roger de Lauria, EL POETA MALLORQUÍN JUAN ALCOVER 277 donde estaban vedados de nadar los peces si no mostraban en sus lomos el escudo de los Reyes de Aragón. El estallido de todas las cosas vivas y floridas que el espíritu de Mallorca produjo en treinta años, resonó antes que en nin­ guna otra parte, en la salita de Juan Alcover. Las Rondalles mallorquines de Mosén Antonio María Alcover, monumento folklórico, de un lenguaje vivo y vivaz, perfumado de sanas fragancias campestres; la edición de las Obras lulianas en su original lengua vernácula : LZ.ibre de l' A ·m.ic e de l' Amat ,· Llibre de Doctrina Pueril, Llibre de contemplació en Deu; total rein­ tegración de la riqueza atávica al tesoro ancestral, iniciada por Jerónimo Ros selló y que con gusto mejor y con ciencia crítica más exigente empujaba Mateo Obrador, exquisito autor de La N ortra Arquoleogía literaria, formado en las severas aulas de Milá y Fontanals, juvenil y diligente colaborador en las sabias tareas del Maestro, gozáronse antes en la salita íntima de Juan Alcover. Una tras otra en la salita de Juan Alcover, Mosén Costa y Llobera iba dando a conocer las grandes piezas monolí­ ticas de su segunda producción lírica, tan alta como la primera y labrada con mano más sabia que la primera, antes que en nin­ gún otro sitio eran leídas en la salita ele Juan Alcover. Tam­ bién en la salita ele Juan Aleo ver los contertulianos ele todos los domingos catamos el vino añejo, el Falerno purísimo ele las H or·acianes, dignas de la clásica antigüedad y que traían consi­ go la serenidad del siglo augústeo, a medida que las iba labrando aquel ingenio verecundo, sacerdote de Cristo y de las musas, au­ tor ele Mediterr?Lni.a. Y. Amistat. Sus poemas De l'agre de la terra,· el cuadrito bucólico ele La Gtterreta del catiu,· el casto idilio que va bajo el título ele La M aina, que discurre Entre cireres i flors qua11 les xeixes espigaren; el bravo y montaraz poema del Castell del Rey, antes que, bajo la presión de los tórculos, salieran en caracteres impresos, fueron conocidos, comentados y estimados con estimación concligna en la salita de Juan Alcover. Cuando la imaginación hechicera y vagabunda de Miguel ele los Santos Oliver se embarcó en los navíos ele los navegantes mallorquines que fueron a encontrar 280 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Tintas aún en sangre las victoriosas armas, cantaban las hebreas al son de lo s panderos, cuando a Sión llegaron pastores y boyeros a renovar la angustia de bélicas alarmas ... La tarde era serena. Bajo las verdes copas que ofrecen fresca sombra y regalado fruto, la marcha vigilando del enemigo ast!lto, David plantó su tienda y escalonó sus tropas. En aquel tiempo, Dios hablaba a los profetas. Dudoso David del choque temerario con un enemigo que tenía la superioridad del número se acogi6 a la sombra del santuario y derramó ante el acatamiento de Dios su oración, como el agua, humilde, des­ nuda, temblante. Sólo oída de David sonó la voz de Dios, cual rueda la voz de un dulce trueno lejano: N o cuentes a los tuyos ni el riesgo consideres ; cuando en la densa rama de la arboleda oyeres rumor como de alas, embiste sin recelo. La hueste davídica apenas podía mantenerse en aquella in­ explicable pasividad que el oráculo le impusiera. Sus capitanes, impacientes, apenas podían refrenar la bélica vehemencia. Los caballos olían la guerra y un temblor palpitaba bajo sus pieles lucientes. Cnando he aquí que la verde frondosidad ele los pera­ les se estremeció como sacudida por el aleteo de una bandada ele águilas. ¡Ahora!, grita David. Chocan las armas con estrépito y fragor; el grito de los combatientes llega al cielo y alcanza a herir la estrella de la tarde, que cual trémula pupila del estupor, contempla# el formidable encuentro en que los ángeles fuertes luchan por David. Cuando la noche se coronó de astros y la de­ rrota de los jebuseos era sangrienta y total, la milicia de los án­ geles que acorrió en su ayuda, antes de volver al cielo, evolu­ cionó delante del Ungido: 1 Ante David perfilan de frente sus figuras y saludando inclinan sus hojas aceradas ... Tras esta imagen bellísima viene la intención política y lo que entonces era actualidad, en la que palpita una honda protes· ta contenida : • "EL POETA MALLORQUÍN JUAN ALCOVER Hay aves de rapiña de vuelo majestuoso, hay pueblos eminentes de garras afiladas ; hay víctimas, acaso, que a presa destin·adas admiran la soberbia figura del coloso. Llamemos al bandido, bandido; vuele o ande; sea la vil raposa o el águila altanera ; sea hombre, sea pueblo civilizado y grande, robe una bolsa o robe una nación entera. Y si la paz turbase la sórdida codicia de pueblos poderosos aliados de la muerte; a socorrer al débil en lucha con el fuerte j acuda la divina Legión de la Justicia! V 281 A la sombra de unos plátanos coposos, bajo el oro sonoro de unos pinos, que la hiedra ciñe con un abrazo tortuoso; supera­ dos plátanos y pinos por el gentil campanario de San Nicolás de Palma de Mallorca, del cual desciende, con un rumor broncí­ neo, el celeste rocío de las campanas; labrado en sereno bronce, D. Antonio Maura, que "igualó la vida con el pensamiento", mantiene perennemente el gesto · del hombre que habla con tran­ quila persuasión. N o da a los vientos las palabras vastas; ni sus dos brazos, estos grandes remos de la grandilocuencia y de la oratoria de alta mar, se abandonan al movimiento del verbo raudo y de ancha envergadura. Más que un Demóstenes en el ágora procelosa o ~e un Cicerón en el foro alborotado, parece un Sócrates a la apacible sombra de los plátanos atenienses. Su voz muda, afirma; su brazo quedo, acentúa. Una voz como aque­ lla que parece errar en torno de sus labios inmóviles, la voz de la insistencia y de la confidencia, es la que suele entrar en el · corazón y ganar el entendimiento. En el remanso del silencio, que es (o que era) la plaza del Mercado, en donde la santidad de Catalina Thomás dejó un vago olor de violeta, en medio de aquel poquito de bosque que riega el suelo con anchas gotas de sol, D. Antonio Maura, de pie ·en su robusta inmortalidad, ha­ bla a un auditorio ausente ... Y, no muy lejos de allá, en el extremo del Borne, Cle tan · 282 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMI~ ESPAÑOLA marcado y simpático carácter isabelino que comienza a desvir­ tuarse, está el monumento al poeta Juan Alcover, grande e in­ defectible amigo de Antonio Maura. Juan Alcover había escrito: "Si yo tuviera la suerte de ser un hombre ilustre y asistir a mi propia inmortalidad y se me diese a escoger el monumento, yo diría: Que sea un lugar de habitación humana; si la vida no puede guarecerse en él, que en él habite al menos la muerte; en­ terrad allí mis huesos; y si no ha de ser ni templo, ni lar, ni huesa, ni refugio, sino una de tantas abstracciones en mármol en donde falta hasta el calor vital del nido, que al menos brote de él una fuente pública, en donde charlan las dueñas, a boca de noche, mientras el chorro del agua cae en el cántaro con un fresco ruido. Quisiera, eso sí, que el monumento mío albergase un poco de alma ... " El deseo del poeta fué cumplido, y con logro. El poeta tenía el sano horror de los monumentos monumentales. Sobre una estela marmórea, ennoblecida con su nombre, una figurilla llena de gracia escande una danza con pie leve. Bello símbolo de a-quella poesía graciosa y alígera, que, más aún que ser can­ tada, era digna de ser danzada, en un prado verde, por las Gra­ cias y las Horas. El pequeño bronce lindísimo pudiera ser una figuración de Neotetes, que es la ninfa de la perenne juven­ tud. Habita un poco de alma en aquel rincón urbano, porque hay árboles y agua, apacible retiro de la musa púdica y es­ quiva: Otez les eaux a la terre, la terre sera sans yeux ... El agua en el estanque breve, con su pupila de esmeralda, mira al cielo,, mientras arriba, el viento hace cantar blandamente las hojas de los plátanos y de los pinos. Una amistad indeficiente unió en la vida al político y al poeta. La proximidad de sus monumentos es una supervivencia de la proximidad de sus almas. En los días de prueba del políti­ co, en los días locos del "¡Maura, no!", el poeta acorrió frater­ nalmente con su canto y con su lira. El político, acosado por la jauría de los gritos hostiles, creyó que debía emprender el ca­ mino del desierto. E l poeta de Poemes bt:bzics, lo asimiló al EL POETA MALLOl~QUÍN JUAN ALCOVER impresión más agradable, los que ofrecen un conjunto más ar­ mónico, los que más me agradan tanto por la sinceridad y pu­ reza del sentimiento como por la nitidez de la forma." Don Juan Valera, que tenía - al poeta isleño en la merecida estima, ha­ bía dado cabida en su Florilegio de la poesía castellana al poe­ mita Lálage. En · Lálage ·(nombre de una de las personas hora­ cianas, acaso una de sus amadas, que asoma en una de las más delicadas y lindas odas morales del poeta de V en usa, la que em­ pieza lnt.eger vitae, XXII, I), Alcover encarna, amplía e ilustra un episodio de la historia rbmana de los · días de Nerón, narrado por la péñola de Tácito, mojada en ácidos mord<;dores. Un eru­ dito canónigo mallorquín, hábil versificador latino, D. Mateo Rotger Capllonch, volviéndolo al latín, hizo con este pequeño poema castellano un fuerte y puro relieve de 'mármol de Paros. N o puedo resolverme a no ofrecer una muestra del señorío y la ática sobriedad con que Alcover sobre un tema preexistente labraba sus estrofas y vertía añejo vino en odres nuevas. Escojo la poesía bíblica -?edJ cuya versión original fué la castellana, si bien, más tarde, ei propio autor la interpretó en lengua ver­ nácula. Este pasaje está tomado del segundo libro de Samuel, ca­ pítulo XXIII, versículos 13-17. - Estos tres (Sema, J esbam, Eleazar), que eran de los trein­ ta principales, descendieron y vinieron en tiempo de la siega a David, a la cueva de Oclollam; y el campo de los filisteos estaba en el valle ele Ra faím . David entonces estaba en la fortaleza y la guarnición de los filisteos está en Bethlehem. Y David tuvo d~seos, y dijo: ¿Quién me di~r~ de beber del agua de la cisterna de Bethlehem, que está a la puerta? Entonces estos tres valientes rompieron en el campo de los filisteos y sacaron del agua de la cistena' de Bethlehem que es­ taba a la puerta y tomaron y traj éronla a David; mas él no la quiso beber, sino que clerramóla a la gloria del Señor, diciendo : -Así el Señor me sea propicio que no h~ré esto. ¿La san­ gre de los valientes que fueron por ella con peligro de su vida tengo que beber? Y no quiso . be~er de ella. Estos tres valientes hicieron esto." BOI,ETÍN DE !.A REAL ACADEMIA ESPAÑOLA S E D In odorem st<avitatis. Al ilustre poeta Sr. D. Manuel Reina. Es de noche. Israel tiende . su hueste en Odollam agreste. David en la caverna se encastilla; la flor de sus . guerreros ·]e rodea, y por el ancho Rafaím acampa la hueste filistea. Al otro lado, Bethlehem vigila : su muro se perfila coronado de arqueros enemtgos; y el fresco aliento de su gola abierta ofrece la cisterna, junto al hueco de la murada puerta. Codiciando, sin sueño ni reposo, el líql!ido precioso, David tenía sed: - j Ah, quién me diera sólo un sorbo del agua betlemita, para templar el há'ito de fuego que mi garganta irrita ! En medio de la flor de sus valientes descuellan eminentes Serna, J esbam y Eleazar. Se miran, y velando su oculto pensamiento, cruzan, entre las tiendas enemigas, . el vasto campamento. Saltan reflejos pálidos, fugaces, de las revueltas haces ; y sienten, af pasar, sordo crujido 'de q~ijadas qu~ rumian o deg'uten :y las voces 'de alerta que a Jo largo del valle repercuten. 'Llegan a la. cisterna. V en echados en tierra tres soldados. El uno duerme en posición supina; el .otro palpa el· puño del acero, .y el otro ·a las imágenes sonríe de un sueño lisonjero. EL POETA MALLORQUÍN JUAN ALCOVER - Tres para tres- Eleazar murmura; entre la sombra obscura,, sin que e~halen un grito, los degüellan, y en la cisterna, al pórtico vecina, los hér.oes de David llenan el casco del agua cristalina. De nuevo emprenden a la fuerte gruta la temeraria ruta; y al trasponer los términos del valle, suenan· voces, tañidos de trompetas y en torno de sus cráneos indefensos, si:bidos de saetas. A la presencia de su rey sediento . llegan en salvamento, y le ofrecen el agua que en el casco brilla al reflejo de la luz nocturna. Respóndeles David, y el casco toma como sagrada urna. "Mal hice en revelar un vil deseo. Al odio fri steo expuse las columnas de mi trono, el precioso licor de vuestras venas, que apetece la chusma incircuncisa con avidez de hienas. "Suave es el olor del incensario; suave, en el santuario, el humo de las víctimas ardientes; empero más suave es el perfume del deseo que a Dios sacrificamos y oculto se consume .. "Gloria al Dios de Israel que os vuelve ilesos. Si como ardor de huesos me abrasara la sed, no bebería. Tambiért está sediento el pueblo mío. _¿Por qué yo solo regalar mi boca en el fresco rocío? 2go llOLETÍN DE LA REAL ACAD~MIA ESPAÑOLA pregón percibieron la voz de la sangre; y fueron dóciles al llama­ miento. En la noche del 13 de octubre del año 1906 estuvieron· presentes en la ciudad de Barcelona para la apertura del Primer· Cong?'és de la Llengua Catalana gentes devotas del bell parlar éatala.nese, llegadas para evocar y festejar glorias "comunes y so-· lemnizar estas simbólicas bodas de Mercurio y de la Filología. La. invitación, como la de aquel rey evangélico que aderezó una mesa opípara para magnificar el casamiento de su hijo, había sido· generosa ;·y entusiasta y pronta fué la aceptación. Toda una plé­ yade de espíritus de excepción se halló congregada en una pro­ funda y espontánea fraternidad: poetas, investigadores, histo-· riógrafos, eruditos, filólogos, gramáticos, todos cupieron en la· fiesta ; todos traían su obra; cada cual presentó su tributo en esta jubilosa epifanía. Y si no fuera por profanar con el recuerdo in..: tempestivo un donoso y muy reído pasaje cervantesco, osaría yo· decir que allí estaban presentes quienes bebían del Sena y quienes bebían del Po ; quienes del Rhin y de la Durenza; quienes del" Moldava o del Danubio; · quienes del Arno caudaloso, del opu­ lento Garona, del Ródano pontifical. Allí estaban M. Foulché­ Delbosc, director de la Revue Hispanique; de París; Lucas Guar­ nerio, de la Universidad de Pavía; Everardo Vogel, de Aquis­ grán: ¡Oh M ossa errante, oh tepidi lwacri d' A quisgrano ... ! Allí estaba Ama deo Pagés, de la Rochelle; Julio Delpont, de­ Perpiñán; Juan Brutails, de Burdeos; Juan Fastenrath, de Co­ lonia; Korosi Albein, de Budapest; A. Pikarf, de Praga, y mu­ chos otros quos fama recondit obscura. Alejado por su gloriosa ancianidad, pero presente en espíritu, Federico Mistral, el tau­ maturgo que resucitó a la Provenza; el creador del Felibrige; el' cantor del iraternal mensaje I Trobaire Catalan; el portavoz de la amistad, por histórica, indisoluble de Provenza y Cataluña, Fimbolizada y sellada en la concertada unión conyugal de aquel noble par de esposos, que fueron el Conde Don Ramón Beren­ gt~er y la Princesa Doña Dulce. La hermana Castilla no podía faltar en esta solemnidad Y envió la más lucida de las embajadas. ¿Quién duda sino que en . EL POETA ·MALLORQUÍN JUAN ALCOVER 291- aquella· coyuntura, la Cenicienta, la Durmiente en un letargo · de· siglos, exclamara con la más grata complacencia, como Isabel al recibir en la agria soledad de sus montañas, la inesperada Vi . .;i · tación : U nde hoc mihi? ¿De dónde bueno, honra tanta? F ué de calidad excepcional la emb,ajada de . Castilla. Honoris cau,sa no­ mino. Su nombre es su elogio: Adolfo Bonilla Sanmartín y Ra­ món Menéndez Pida!. De la, lingüísticamente, Cataluña insular habíamos acudido el pequeño núcleo representativo de quienes estábamos fundidos con la Cataluña continental · en una fe y en uri bautismo. Ibamos bajo la capitanía de D. Miguel Costa y Llobera, gran señor de Formentor y cantor de su Pino antonomástico. La ínclita Va­ lencia que nos dió Tirant lo Blanc .y ~usías March y su Can­ (Oner d' A mor y J aume Roig y su Llibre de consells y donde el el arte nuevo de la imprenta comenzó en · España por hablar en catalán, venía con Teodoro Llorente, alma' ele Lo Rat Penat y cantor de La Barraca. Huelga decir con .cuánto concierto y fervor se celebraron las sesiones y con cuánto agasajo se nos regaló en la Ciudad Condal, dives opum y archivo de la corte­ sía. La hora más grata es la que más presto huye. Congreso y · festejos habían durado cinco días; y sobrevino la obligada dis­ persión y el retorno a los umbrales conocidos. Con nosotros venía D. Juan Alcover, recién salido de su crisis de artista; sin convalescencia, que no la necesitaba, sino ~on más gallarda y más robusta salud; sin arrepentimiento, que de nada tenía de qué arrepentirse y mucho de qué contentarse. VIII Con las crisis del siglo xrx coincidió en Juan Alcover su -crisis de poeta. En el ominoso dintel hubiera podido escribir, como Dante: Incipit vita nova. Con el siglo nuevo Juan Aleo­ ver iniciaba una fase nueva de sti arte. De la blanda melanco~ lía que envuelve las despedidas de las cosas · que nos han sido caras, pienso que están bañadas las estrofas qtie en· el vestíbulo . del primer libro de versos catalan~s (Cap al tard: camino del ocaso), atestiguan su tránsito 'de un · idioma a otro, españoles · 292 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA ambos; heredado el uno, aprendido el otro. Van bajo el' título La ltengua patria, y dicen así : A la nmsa castellana . mos anys primers he donat, d'una altra 1/tztsa germa.na fondammt emumorat. ¿ Q1.té podré donar-li ara per la !ardor en so pit r Qua/que cosa bull encara al fons de 111011 esperit. Llengua de perfwms masella, tal volta, amb rara virtut, com una p'uja novella me torni la joventut. Sois ella arribar podría de mon cor fin.s a la re/. Si altra esposa fou ma Lia, ella sera ma Raquel (I) . Al público, Juan Alcover le debía la explicación de este suave proceso de conversión, no inconfesable ciertamente. No fué tan radical como él quería dar a entender este respetable divor­ cio porque hasta su ·muerte mantuvo con las dos lenguas ttna discreta y muy sabrosa bigamia. Esforzando un poco su alusión bíblica, s.e puede decir que él practicó el ardid de Rebeca, que vistió a J acob con las ropas ele Esaú; pero la voz era la ele J acob. Hartas veces Juan Al­ cover con morosa delectación se complació en verter al caste­ llano poesías inicialmente catalanas y al catalán, poesías que originariamente estaban en el lenguaje ele Castilla. Amorosamen- (r)· A la musa de .Castilla - yo di los primeros años - profunda­ mente enamorado - de otra m usa hermana suya. ¿Qué podré yo darle ahora - adormecido por la edad tardía? - Algo hay en mí, que bulle - en lo más pro.fundo de mi espíritu. Len-gua amasada de fragancias - acaso, con rara virtud - me ele­ volverá mi mocedad - como una lluvia reciente. Sólo ella podría llegar - a la raíz de mi corazón. - Si otra esposa ha sido mi Lía - ella será mi Raquel. EL POETA MALLORQUÍN -JUAN ALCOVER 295 IX En la casa solariega de Juan Alcover, en un pasillo pobla­ do como por genios benignos, de retratos familiares, hay una ventana alta y-,aÍ1cha; que él complacíase en abrir para mostrar a los visitantes el bello panorama urbano que de allí se otea. En el primer plano, emergiendo de entre palmeras y pujando por encima de las bardas del huerto . conventual, el airoso cam­ panario del convento de Santa Clara, campaneando casi a la continua: S.épties in die úaudem dixi tibi. Este campanario gra­ cioso rociaba de sones argentinos, como gotas de lluvia prime­ riza, la gravedad de los silencios y de las pláticas doctas de la tertulia dominical. Un poco más lejos, el enorme escollo de la Catedral, del precioso color de la rosa seca: Y más en el fondo, abrumando con su gmndeza pétrea ·el campanario de Santa Cruz, la calva y desnuda cabeza del Puig de Galatzó, uno de los mayores gigantes de la Isla y la extensa cordillera, ingrávida como una nube, y fina como un encaje. De · cara a este magni­ fico escenario, a ese arisco imperio azul, Júan Alcover sintió cómo bullía en sus entrañas el mosto nuevo de sus nuevas bo­ das. El alma de ) uan Alcover fué como u'u jardín mustio que reverdece bajo una alegre y sonante lluvia de abril. Se le tornó fresca la boca; como la boca de la juventud · se le llenó de per­ las y de risas; y ~antó . la. pastoral son~ta beethoviana de La Sert'a; la Balanguera sibilítica, llena de pasado y de porvenir; y el Ermitañ_o mendicante, y la .canción .de los pinos líricos que son la cabellera de la costa brava; y el· buitre· de Miramar, ar­ chiducal, bien avenido con su bien nutrida esclavitud; la sirena pagana supérstite que baña su· cuerpo nacarado en las aguas opalinas de Pollensa y los bulliciosos saltos y los jocosos tro­ piezos del torrentol de Deyá y los sombras balsámicas del Edén d~ Sóller, frutecido de oro . suculento y flor.ecido de nieve olo­ rosa. El, a guisa de un introductor ele embajadores, salía al· ca­ mino y saludaba a los peregrinos del espíritu que llegaban a las costas mallorquinas, que son como aquellas divinas riberas de la luz -dws in lt~mim:s oras-:- que celebró el viejo Lucreci'o . . El fué quien se adelantó a saludar . con caballerosa cortesía a Santiago 296 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA l~usiñol llegado a Mallorca, alto y varonilmente hermoso, em­ i)eraclor de la barba florida, vehdiendo humor, hombría y op­ timismo. Juan Alcover le hizo los honores de nuestra Ciudad: Veu,se-la aqní la nostra ciutat, bella madona qui amb ses millors alhages en el portal s'assetl i per mirall té l'aig1ta blavenca i mon.otona qui remo jera al peu ... Ardit, la pipa als /l(JfiJis i pál-lida la gaita tu anaves onsevulla que l'art trobés hostal, w1 poc amarg el riure; l'ánim<~- un poc malalta de febre d'ideal. V engueres per una . hora. de flirt; en la ribera la tenda aplegadissa fixares per un jorn.; mes, fore:r como un hoste que's casa mnb !'hostelera. i diu : la no me'n Iom .... (I). Llegó también Rubén Darío; con sus pequeños ojos de mogol y su faz amarilla de hepático; macerado de :wisky; m()lido de desengaños y con su enerme prestigio ele lirMoro: Ha arribat tm home intensamente pál-lid que la dolfa lira punteja per jo,c; a terra hivernenca porta un a./é cálid porta ·1m alé jove del país del foc. Liba la dolcesa més fonda i coral que en la flor deixaren distretes abelles; q1wn passa, les roses tor·nen més vermelles, i el brollador canta más soleumial. (I) Hela aquí a nuestra ciudad, bella Madona - sentada a su puerta con sus mejores atavíos - y que tiene por espejo el agua azul y monó­ tona - que rumorea a sus pies. Ufano, la pipa en· los labios y pálida la mejilla - tú andabas doquie­ ra el arte encontrase morada - urr poco amarga la sonrisa; un poco en· ferma el alma - de fiebre de ideal. Viniste para una boda de flirt; en la ribera - plantaste por un solo día tu tienda de trashumante; - pero fuiste como el huésped que se éasa con la posadera - y dice: No me vuelvo ya. EL POETA MALLORQUÍN JUAN ALCOVER · C aval ca en el ritme com nn Don Quixot; d.e 1' an,tiga m·usa mili ora la do t; pe/ cel de les núes soletats manxeg~tes pólen de la flora tropical difón i ves.ra d'estrofes com d'á.mfores gregues, , escuma de tates les corrents del món (r). · 297 Dice un profeta que al águila se le renueva la juventud. So~ bre la voz de Juan Alcover, dulce y clara como el agua de un re­ ciente manantial, súbitamente se abatió el estupor de un atónito silencio. Se quebró la !ir~ . La alondra olvidó el ímpetu de su seráfica alborada. · La · desgracia tornó más grave su canto y cobró la pavorosa resonancia de un De profwndis; sonó a cla­ mor . de otró mundo. Juan Aleo ver simbolizóse a sí mismo en aquella: madre· anciana a qui .sos fills varen deixar per la fortu111a fabulosa de fáltra ba.nda de la mar. El mismo se comparó a la higuera loca crecida a la vera de un despeñadera · que deja caer en el abismo el fruto insípido que no rriadtira jamás y que en llevándoselo a la boca,. la boca queda llena de ceúiza y dé sinsabor. Las tenebrosas fauces que habían tragado a sus cuatro hijos, adultos ya, dos a dos, en la flor de su mocedad, le obsesionó invenciblemente : 1Vo' me'n sé amzr, no, de la vora de 1tw11 terrible mirador. (r) Ha llegado un hombre intensamente pálido - que como por juego tañe la dulce lira; - a tierra hiberniza trae un aliento cálido - trae un aliento joven del país del fuego. ' ' ·Liba la dulzura más honda y cordial - que en la flor dejaron abejas distraídas; - cuando pasa, las rosas más se enrojecen - y e l surtidor canta más solemnemente . Cabalga en el ritm·o como un Don Quijote; - de la musa antigua mejora la dote; - por el cielo de las desnudas soledades de la Man· cha - esparce .pólen de la flora tropical - y vierte espuma de todas las corrientes del mundo, - de sus estrofas labradas como ánforas griegas.
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