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Orientación Universidad
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Es un libro que es como un poemario, Monografías, Ensayos de Historia de la Filosofía

Es un libro de una gran autora que tiene poemas muy hermosos

Tipo: Monografías, Ensayos

2012/2013

Subido el 23/04/2023

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cynthia-pintor-garcia 🇲🇽

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¡Descarga Es un libro que es como un poemario y más Monografías, Ensayos en PDF de Historia de la Filosofía solo en Docsity! BUENAS NOCHES, DESOLACIÓN FPCuedtoshrees)elConazón Sue Zunta Primera edición. Mayo, 2016 © 2016, Susana Zurita Fotografía de portada: Conce Tosca Modelo: Gabriela Montiel Corrección de Estilo: Guadalupe Pérez Diseño de cubierta y maquetación: Verónica Leal © Queda prohibida toda reproducción total o parcial sin autorización del titular de los derechos de autor. Índice Prólogo 7 Palabras para mi madre 11 Ausencia 13 No quiero saber la verdad 15 ¿Qué es la felicidad? 17 Reconstruir 19 Ave fénix 21 Dejar ir 23 Adiós 25 Me voy 27 ¿Sólo se ama una vez en la vida? 29 Maritza 33 El problema de las mujeres 35 Salomé 37 Tweet a media noche 43 Adiós, París, adiós 57 Ella 59 La chica del ‘ula ula’ 65 Primavera de noviembre 67 De: Abril Para: Abril 71 Buenas noches, desolación 75 Agradecimientos 100 7 PRÓLOGO El dolor y la tristeza no sólo aparecen nocturnamente, este sentimiento se puede manifestar aún ante el más bello y soleado día de primavera. Pero la desolación se intensifica de una manera inexplicable cuando la luna brilla, cuando el viento del anochecer roza lloriqueante nuestros flácidos y usufructuados cuerpos. Se hace más grande cuando las estrellas en su inmensidad nos cobijan justificando nuestras lágrimas de hondo sufrimiento. “Buenas noches”, un saludo tan cordial que significa diferencias entre las millones de mentes que vivimos en este mundo. Pero una “Buenas noches” para todos los sufridos en las penas de las relaciones interpersonales duele más que un disparo. Amor, felicidad, deseo, muerte, sonrisas, violencia y llanto, todo esto se puede encontrar en este libro. Algunas de estas sensaciones en menor cantidad que otras, pero 10 11 Palabras para mi madre Debo agradecer a mi madre por la manera en que me crió, libre de prejuicios de la sociedad. Me enseñó a creer en mí y en mis sueños, a no temer a la vida, ni al amor, pero tampoco al dolor; me enseñó que a los problemas se les hace frente. Jamás me detuvo, me enseñó a volar. —A donde quiera que vayas, me tienes en tu corazón —dijo y me dio su bendición. Mi madre se ha ido, y aunque ella no quería verme llorar, es inevitable no sufrir su ausencia, saber que jamás volveré a ver su mirada afable, a escuchar esa voz serena, sus sabios consejos, oler su aroma a flor bañada de rocío, acariciar sus manos ásperas, pues fue una mujer trabajadora. Sin embargo, retomaré el camino, mi madre quería verme fuerte, dispuesta a vivir… continuaré el viaje sin ninguna duda, desde el cielo un hermoso ángel vela por mí. 12 15 No quiero saber la verdad Yo soy la chica que escribió en su muro: Si hay “cosas” que jamás volverán, ¿por qué desgastarse añorando? Pero no puedo, a veces parece que ya te olvidé, que puedo seguir, pero de repente la melancolía entra en mi departamento y se rehúsa a irse. En la radio sonó aquella canción que bailamos bajo la luna, esa noche en la que nos dimos por primera vez un beso. Bebo una botella de vino, tu favorita, en esta tarde he leído una y otra vez el poema de Neruda que me dedicaste, casi lo hago con toda la intención de torturarme. Te echo de menos, te añoro. Me dueles. ¿Dónde estás? ¿Acaso no me amas? ¿Nunca me amaste? ¿Volverás? No, no respondas... no quiero saber la verdad. 16 17 ¿Qué es la felicidad? —¿Qué es la felicidad, mamá? —preguntó la pequeña de cinco años, que estaba en la sala de su casa con todos los crayones tirados en el suelo, en su cuaderno coloreaba un sol. Iris tragó saliva y balbuceó sin poder responder. —¡Mamá!, ¿qué es la felicidad? —volvió a cuestionar la niña. —La felicidad es... —articuló sin poder terminar el enunciado. De repente los recuerdos de su boda llegaron a su mente, «sí existe la felicidad, pensó, aunque no sé por qué se extingue, por qué se acaba.» —Creo que la felicidad es verte y sonreír —dijo la niña. Iris sonrió y miró a su hija hermosa y saludable. Eso era la felicidad. Y que a todo lo demás se lo llevara la chingada, daba igual. 20 21 Ave fénix A veces me arrepiento de haberte amado tanto, pero entiendo que aunque vayamos ahora por caminos diferentes conocerte era necesario, para descubrir con certeza lo que merezco y lo que no quiero en una relación. Hoy te dije por última vez “te amo”. Tú ni siquiera lo notaste. Ese beso cálido fue de despedida. Me viste alejarme caminando bajo la lluvia. El agua lavó de mi cuerpo hasta tu más íntima caricia. No me dueles, vida mía, ya no me dueles. No hay lágrimas rodando por mis mejillas. Si algún día te vuelvo a ver, te voy a regalar una sonrisa. Te agradezco los buenos momentos, el champagne y las risas. Vive la vida que te gusta, esa en la que no hay lugar para mí. Yo iré a mi refugio, donde me siento acobijada y segura, el cual jamás te mostré. Nos faltaron tantas cosas por vivir juntos, pero no lo lamento, nuestra historia llegó hasta el 22 punto preciso, no puedes pedirle a un escritor que alargue el cuento que ya tiene fin. Simplemente hay cosas que ya no necesito, tus migajas de amor, por ejemplo. Ahora estoy segura de que esa historia jamás se volverá a repetir. Gracias a ti descubrí amor propio, mi fuerza y dignidad. Renacer como ave fénix. Volar, volar. 25 Adiós —¿Lo amas? —le preguntó él con la voz entrecortada. Ella no paraba de sollozar. “¡Basta!”, quería gritarle que se fuera, pero no sólo el miedo la detenía, también estaba consiente de que ese era el fin de esa relación que tanto dolor le había causado. Amó a ese hombre con todo el corazón, le dio su juventud y pasión desmedida, y aunque él también decía amarla, su amor era violento, asfixiante, controlador, le hacía daño. Donato en cambio era dulce, amable, amoroso, se quedó pérdida en estos pensamientos con las lágrimas escurriendo por su pálido rostro, mientras él interpretó su silencio como un “Sí. Lo amo”, y no se equivocaba. — ¡Maldita ramera! —escupió las palabras que tanto se repetían en su mente los últimos días, se preguntaba cómo ella pudo engañarlo con un simple asalariado, si él 26 siempre le dio todo. La aborrecía, la odiaba como nunca odio a nadie en la vida; quería sacudirla, aventarla contra la pared y gritarle una vez más “Maldita ramera, ¿por qué me traicionas si yo te amo?”, cubrió su rostro enrojecido con sus manos y ya no pudo contener el llanto, se hincó ante ella y le preguntó: —¿Se acabó? —Sí —respondió ella secándose las lágrimas y salió de la habitación. 27 Me voy Yo quería pasar el resto de mi vida a su lado porque yo sí creía en lo nuestro, ser el amor de su vida, que él me mirara con admiración, que me quisiera; pero no era amor de su parte, sólo amistad y comodidad. Dicen que cada quien ama a su manera, en medida que su corazón se lo permite. Y él me demostró cariño, pero ese cariño no era suficiente para mí, porque carecía de compromiso. Cuando me besaba me decía lo mucho que le gustaba mi aroma, la suavidad de mi piel, la peculiaridad de mi risa, pero jamás me dijo “te amo”. Llevábamos casi tres años de esa relación, de visitas esporádicas, pasamos buenos ratos, nos divertimos en su momento y llegamos a desearnos desmedidamente. Fuimos sólo instantes, aventura pasajera. Y así como yo hoy estaba en su cama mañana podía ser cualquier otra chica. —No te vayas, vuelve a la cama —dijo. 30 agradecido por todo el amor que yo le daba, pero no fue suficiente. Un día por fin logró sentir lo que nadie le había provocado. Un día se enamoró, pero no de mí. El tiempo se detuvo, mientras mi corazón se desangraba gota a gota, y todas las lágrimas que derramé no bastaron para convencerlo de que me eligiera: “Yo te quiero bien”, “Te amo para siempre” y en respuesta recibí “Mereces a alguien mejor que yo, que te ame como yo no supe hacerlo”. Aquel año fue probablemente uno de los más difíciles de mi vida. ¿Cómo sanar esa herida?, tenía mutiladas las esperanzas y las ganas de amar. Pero todo pasa, lo sé por experiencia propia. Acepté que él no me amaba, que jamás me amó. Seguí mi camino, pero ya mis pies estaban cansados por haberlo perseguido. Yo estaba exhausta, tan llena de hastío… Tenía miedo y en las noches mucho frío. Al pasar los años vinieron nuevos amores, algunos buenos, gratos; otros malos, regulares: todos pasajeros. Nadie pudo llenar ese vacío. Si yo pudiera querer como quise ayer, juro que me entregaría con todo el corazón, pero mi corazón aún no está listo y no deseo nada más que soledad. Pero no soy infeliz a pesar de ello, atrapó 31 todos los instantes de felicidad que puedo. Me miro en el espejo y me siento completa, orgullosa de mí. El recuerdo de él y lo “nuestro” lo guardé en una cajita dentro del ropero; sin embargo, hay años completos que ni si quiera lo pienso, pero hoy con un simple “Hola” vino a sacudir todo ese dolor. ¿Maldito, si me rompiste el corazón por qué no te odio? Jamás él podría volver a ser parte de mi vida, pero lo es de mi pasado, admitir eso duele y duele mucho. 32 35 El problema de las mujeres —El problema de las mujeres, es que cuando encuentran un buen hombre no saben que hacer con él —dijo Jonás y le dio un sorbo a su cerveza. Estaba sentado en la barra de un bar con su mejor amigo. —Ellas se justifican diciendo que… —agregó Braulio, y haciendo una imitación de voz de mujer —“todos los hombres son iguales”. —Yo creo que siempre buscan el mismo patrón de chicos, no se dan la oportunidad de salir de ese círculo vicioso de relaciones conflictivas. Entonces, cuando te acercas a ellas con las mejores intenciones, te alejan, o peor aún, te dejan solo como amigos. —Amigo, trátalas mal eso les gusta —le aconsejó Braulio y puso su mano en su hombro —ignóralas, recházalas. Solo sexo, no te comprometas y verás como vuelven una y otra vez. 36 —Yo no podría hacerlo eso a Liz, yo de verdad la amo —le respondió Jonás. —Pero ella sólo te quiere como amigo—dijo sarcás- ticamente Braulio. 37 Salomé La última vez que Romina vio a Salomé fue el verano de 1995. Una semana después de que Henry, Naima y ella visitaran por casualidad el club donde Salomé trabajaba de bailarina, Romina regresó. —¿Qué haces aquí? —le preguntó Salomé, Romina ocupaba lugar en una mesa frente al escenario, nadie la acompañaba. —Sé que dijiste que ya no quieres volver a vernos… pero Naima está desecha, te echa de menos. Henry y yo también. —Los extraño, pero ya no soy la misma persona, para serte sincera desconozco en quién me convertí. Después del suicidio de Jocelyn renté un cuarto en una vecindad a unas calles de aquí. Mi vecina es bailarina, me dijo que contrataban chicas en este club. Vine a una entrevista e inmediatamente me contrataron. El primer día gané lo 40 se veía fastidiada, quería volver a casa, el taxi arrancó inmediatamente, la chica del motel se acercó a cobrar la habitación. — ¡Suban! —gritó el moreno. Karen se acercó a Salomé para susurrarle: —Vámonos, Salomé, ni siquiera nos van a pagar. —No me siento bien —le dijo Salomé al chico con anteojos, sus ojos negros que antes incendiaban con su brillo ahora lucían opacos, su delineador se escurrió pronunciando más las tristes ojeras. —Está bien —el chico se compadeció. La mujer del motel se retiró. —No sé van a quedar, Salomé no se siente bien. —Estás pendejo, ya nos salieron muy caras, ahora que cumplan, no saben con quién se están metiendo —mientras decía esto bajaba la cortina de acceso a la habitación. —Espérate, guey, así no se hacen las cosas, nos vamos a meter en problemas. —¡Vámonos, Salomé! —exclamó Karen. —Lárgate si quieres, pero esa puta se queda —dijo el moreno señalando a Salomé. —¡Vámonos, Salomé! —repitió Karen y la lanzó hacía afuera, el moreno empujó a Karen con una mano y 41 con la otra jaló a Salomé, su amigo le volvió a pedir que se detuviera e intentó zafar de él a Salomé que le gritaba ¡suéltame! — ¡Ya déjala! —suplicó Karen mientras veía bajarse la cortina, quedó afuera de la habitación. — ¡No quiero pedos! ¡Esto no esta bien, cabrón! —Cállate, no seas puto —le dijo. Salomé intentaba liberarse, pateaba, lloraba, gritaba, intentó morderlo y él la calló de una bofetada con la cual le rompió el labio. La llevó arrastrando hasta las escaleras para subirla a la habitación, el chico con lentes se fue encima de su amigo. —¡Suéltala! —el moreno aventó a Salomé contra la pared y le dio una patada en las costillas, ella se retorcía llorando, los chicos se enfrentaron a golpes. Salomé aprovechó para ponerse de pie y oprimir el botón para que la cortina se levantara de nuevo, del otro lado Karen esperaba desconcertada, el moreno de un golpe derribó a su amigo, antes de que Salomé lograra salir la jaló de los cabellos, la puso frente a él. —Esta es la vida que te gusta vivir, ahora aguántate —y la arrojó a las escaleras. Al caer Salomé se dio un golpe letal en la cabeza, la sangre escurrió lentamente 42 hasta los pies de Karen, el chico de anteojos incrédulo miró a su amigo. —¿Qué hiciste? —¡Vámonos! —ordenó el moreno. Los chicos se alejaron corriendo. Entre tanto Karen gritaba: “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Qué alguien me ayude!” 45 adicta a las redes sociales, a veces sentía que ahí era el único lugar donde lograba conectarse con la gente, pues en persona era más bien reservada y tímida. Tomó una foto al libro, la mandó directo a Twitter: “¡Al fin el ‘El lado absurdo de la vida’! Ya tenía muchas ganas de leer a @ArturoArgenis”. Esa tarde tenía día libre en el restaurante por lo que llegó directo a casa, se sirvió una copa de vino y se acurrucó en el sofá para sumergirse en las letras de Argenis. A medianoche ya estaba en cama, con la pijama de Snoopy que le regaló su amiga Paola en su último cumpleaños, sólo le alumbraba la lámpara de su buró, el resto del departamento se encontraba en total oscuridad, seguía leyendo el libro de Argenis, su manera de escribir la había atrapado por completo, comenzó a leer en voz alta. Argenis apareció a su lado, aunque ella no lo podía ver llegó a sentir su presencia en la habitación, él ataviado en una pijama de franela gris, bebiendo un té de frutos rojos, explicaba por que le parecía una estupidez que la gente retwiiteará frases motivacionales: “La gente simplemente comparte información sin tomarse el tiempo de investigar el contexto original, y sin cerciorarse de que el autor sea realmente quién 46 supuestamente se dice que es. Ahora ponen cualquier frase a lado de la foto de la Madre Teresa de Calcuta y dicen que ella fue la que lo dijo, cuando bien puede suceder que quien dijo eso fue el mismísimo Hitler. Al internet hay que creerle poco, debe ser una herramienta para desmenuzar más la información que nos llega y no quedarnos con los primeros 140 caracteres.” Así continuó esa charla imaginaria hasta que llegó la madrugada y se quedó dormida en el hombro de aquel escritor que aún sin conocerlo ya le hacía compañía. El móvil timbró por una notificación de Twitter, pero no la despertó. Y Argenis se difuminó lentamente. Antes de ir a trabajar Julieta hizo su rutina diaria, dos tazas de café mientras leía el periódico, únicamente le interesaban dos secciones: cultura y deportes, posteriormente prendía la tablet y checaba las notificaciones de las redes sociales, siempre en este orden: Blogspot, Facebook, Instagram, Pinterest y Twitter. Se emocionó al ver que en Twitter Argenis le respondió y además le dio “seguir”. “Gracias por leerme @SoyJulieta me platicas que te parece mi libro” 47 El trayecto de su casa al trabajo era largo, alrededor de una hora, así que aprovechó ese tiempo para continuar su lectura. Los artículos de Argenis eran tan amenos como estar charlando frente a frente con él, de alguna manera la dejaba analizando, era como un juego de voleibol donde Argenis aventaba la pelota y del otro lado de la cancha ella la recibía. No eran parte del mismo equipo, en varias ocasiones se descubrió objetando al autor, pero le gustaba la forma en la que esa lectura le hacía reflexionar sobre temas de interés general, educación, política, religión y cultura. Durante el recorrido en el metro a su lado iba Argenis, al igual que ella abrigado con Gabardina y una bufanda al cuello, charlando con el sarcasmo que le caracterizaba, y Julieta que seguía ensimismada en el libro, sonreía por la elocuencia con la que se expresaba el escritor. Detuvo la lectura justo cuando Arturo platicaba una anécdota de aquella época en la que fue profesor de español en Sapporo, en ese instante Arturo calló, Julieta giró el libro para observar la contraportada y ver detenidamente el rostro del autor, en su cabello ya había algunas canas, tal vez tenía cuarenta y tantos años, los ojos negros, redondos y grandes, se imaginó la “rareza” con la que 50 acerca de la novela de ella, y del libro de él. Cuando Febrero llegó los dos concluyeron las lecturas: @SoyJulieta: “Creo que ya no nos vamos a escribir.” @ArturoArgenis: “¿Por qué dices eso?” @SoyJulieta: “Teníamos en común las lecturas…” @ArturoArgenis: “Tal vez tienes razón, tal vez no. Quizá tenemos en común más cosas de las que piensas.” @SoyJulieta: “Ya voy a dormir, aquí son las 4 de la mañana.” @ArturoArgenis: “Descansa.” @SoyJulieta: “Que sea linda tarde para ti.” Por el contrario a lo imaginado, inevitablemente seguían escribiéndose. Resultó que no sólo eran las lecturas lo que tenían en común, su amistad crecía al mismo tiempo que pasaban a otra estación del año. Julieta se sentía cómoda hablando de sus miedos emocionales, de la inseguridad que le daba escribir y sobre todo conocer gente del medio literario, pues creía no estar a la altura de ellos. Por su parte, Arturo se divertía con las ocurrencias de la veinteañera, y en más de una ocasión le dio las palabras de aliento adecuadas en el momento indicado. A veces Argenis la sorprendía con un correo electrónico 51 por las mañanas, así mientras ella preparaba la cafetera, él la acompañaba. A su vez ella viajaba a Japón a través de las fotografías que Arturo Argenis le enviaba. Pudo sentir el calor del sake recorriendo su garganta con tan sólo leer la descripción de la comida de negocios a la que Arturo acudió y le contó detalladamente en ese email. Fue como estar sentada a su lado mientras él traducía a los empresarios, de japonés a español y viceversa, ella se reía a carcajadas cuando Argenis decía algo que le resultaba gracioso, comía sushi, bebía sake, intercambiaban miradas de complicidad, era parte de ese momento, a pesar de no estar ahí físicamente. El verano trajo nuevas cosas en la vida de Julieta, por lo que comenzó a alejarse de Argenis. Conoció a Adán, un joven empresario que de inmediato le movió el piso, también recibió respuesta de la editorial. @SoyJulieta: “Te tengo una gran noticia. ¡Me van a publicar!” @ArturoArgenis: “Me alegro tanto por ti, bien merecido. Hay que festejar.” No volvieron a escribirse hasta otoño. @ArturoArgenis: “¿Cómo va el romance con Alán?” @SoyJulieta: “¡Se llama Adán! Jajajaja.” 52 @ArturoArgenis: “Soy muy malo con los nombres… lo siento.” @SoyJulieta: “Terminamos la relación. Es complicado, vive en el sur de México, yo en el norte… se veía venir.” @ArturoArgenis: “Ya sabes lo que dicen, para todo mal un mezcal, para todo bien también, ¿O prefieres sake?” @SoyJulieta: “Jajajaja, un mezcalito estaría perfecto.” @ArturoArgenis: “Todo estará bien, te mando un abrazo.” @SoyJulieta: “Gracias. Por cierto la novela sale en dos semanas.” @ArturoArgenis: “La estoy esperando ansioso.” @SoyJulieta: “Gracias. Ya es tarde, es hora de dormir…” @ArturoArgenis: “Espera. Quiero contarte algo, en dos semanas voy a México, ojalá podamos vernos.” @SoyJulieta: “¿A CDMX?” @ArturoArgenis: “Sí. Estaré tres semanas por allá.” @SoyJulieta: “Precisamente estaré en CDMX por esas fechas, después viajo a Argentina, espero que 55 @SoyJulieta: “Feliz estancia en México, come muchos tacos. Bonita noche, Arturo.” @ArturoArgenis: “Bonita noche, Julieta.” Los días siguientes las ocupaciones de cada uno no permitieron escribirse, y así pasaron las semanas, los meses y los años, viviendo vidas paralelas. Por las redes sociales se venían enterando de cómo iba la vida de cada uno. Con un “like” o un “fav” indicaban que seguían presentes, a veces un comentario o un saludo, y siempre en año viejo un tweet a medianoche. 56 57 Adiós, París, adiós Una vez Aranza abandonó a Jasper; hizo sus maletas decida a huir con Carmina… En aquella ocasión Jasper estaba de viaje por el trabajo. Carmina se había alejado de ella, no quiso verla más, en ese momento Aranza pensó que Carmina se cansó de estar en segundo término, que quizá dejó de amarla… Aranza volvió con Jasper. Él nunca se enteró de lo sucedido. Fue hasta la visita de Romina cuando Aranza descubrió la verdadera razón por la que Carmina la dejó. La carta que Carmina le escribió le sacudió el alma. Tras noches enteras de llanto, al fin tomó la decisión. “El mundo está allá afuera, es tuyo” se repitió, en un suspiro se armó de valor. Jasper llegó al departamento y se sorprendió de ver a Aranza con las maletas en la puerta; ella lo esperaba sentada en la sala, con una copa de vino servido. Él 60 El anuncio estuvo durante varias semanas en el periódico y nadie llamaba. Comenzó a creer que eso de las clases era una mala idea, “quizá debería pedir trabajo como cajera en Mc Donald´s”, pensó con sarcasmo, en ese momento timbró el teléfono. Era ella. Lucía tenía cuarenta y tres años, la misma edad que la madre de Violeta. Estaba casada con un médico, tenían dos hijos, Amaia de veintidós y Alejandro de diecisiete años. La primera vez que se vieron fue en el parque Tomás Garrido, en las escaleras del mirador. Por supuesto Lucía reconoció de inmediato a Violeta pues llevaba colgada en el cuello una cámara Canon. —Soy Lucía —se presentó. —Mucho gusto, Violeta —al estrechar su mano con la de Lucía, Violeta sintió una electricidad que le recorrió el cuerpo y le erizó la piel, se quedaron tomadas de la mano por varios segundos con las miradas clavadas una en la otra, a Lucía, Violeta le pareció una chica encantadora. El taller duró cuatro meses. Se reunían todos los sábados en el mismo parque; a veces viajaban en carretera sin rumbo específico en busca de paisajes sorprendentes. Violeta le enseñó a Lucía su manera de vivir tan despreocupada, viviendo el presente; la aprendiz comenzaba a disfrutar de sobremanera la compañía de la 61 veinteañera. Su marido e hijos estaban ocupados en sus propios asuntos, y las clases de fotografía la consolaban de esa soledad, de la cual era prisionera. —Me gustaría aprender a editar, ¿Tú puedes enseñarme? —¡Claro que sí! Haré un programa corto, de un mes, ¿Qué te parece? Te puedo enseñar cosas básicas, que te sean de utilidad. —De acuerdo —le respondió Lucía —muchas gracias, fue bastante interesante este taller de fotografía, eres muy paciente, deberías poner una escuela. —Está en mis planes, es uno de los sueños que quiero realizar. Un sábado de octubre que trabajaban en la edición de unas fotografías, en casa de Lucía, mientras discutían los filtros que más favorecían a las fotos, se acercaron tanto sus rostros que Violeta sintió el roce de los labios de ella. Pero ninguna de las dos se atrevió a besar a la otra. —Ya es hora de irme —Violeta se apartó —Sí —fue lo único que respondió Lucía. En el siguiente sábado no hablaron del incidente. Una semana después finalizó el taller. Lucía le agradeció a Violeta no sólo las clases, también su amistad. 62 —Eres una chica increíble, gracias. En ese abrazo Violeta presintió que no volverían a verse jamás. 65 La chica del ‘ula ula’ El reloj del palacio de gobierno marcó las seis de la tarde. Los abogados terminaban su jornada laboral; afuera algunos se detenían a despedirse y hablar de trivialidades, otros seguían hablando de trabajo. Carlos siempre procuraba buscar a alguien con quien quedarse a platicar un rato; en realidad sólo quería una excusa para seguir ahí frente a Plaza de Armas para ver a la chica del “ula ula” que llegaba a esa misma hora montada en su vieja bicicleta verde. La joven de cabello castaño, siempre despeinado, lo cautivaba de alguna manera, pero no se atrevía a acercarse a hablarle. No sería bien visto que un abogado de su categoría entablara amistad con una chica como ella. “¿Pero quién era ella?”, se preguntaba, “si tan sólo tuviera el valor de dejar atrás los prejuicios”. 66 La chica se desmontó de su bicicleta, solía usar cortos vestidos floreados que dejaban ver sus largas y torneadas piernas. Sonriendo saludó a los artesanos que estaban en el suelo sobre mantas de colores, al verla llegar se levantaron para saludarla con un par de besos en la mejilla y efusivos abrazos. Carlos los envidiaba por tenerla cerca, por saber su nombre, por rozar con sus manos su esbelta espalda, se imaginaba su aroma quizá a rosa silvestre o a rocío de la mañana. Desde lejos la veía charlar con sus compinches, suponía que su voz era dulce y que sus labios sabían a cereza negra. Ella colocó en el estéreo un CD de Lindsey Stirling. La gente comenzaba a acomodarse alrededor, todos sabían que de seis a siete de la tarde, la chica del “ula ula” daba su espectáculo. —Me tengo que ir, mañana revisamos el caso —dijo el colega de Carlos. —De acuerdo —respondió con desinterés. —¿Te vas a quedar? —preguntó intrigado al ver que Carlos no se movía. El reloj apenas marcaba las 6:10 p. m., la chica del “ula ula” comenzó el calentamiento previo a la rutina, y Carlos ya no tenía ningún pretexto para seguir ahí. 67 Primavera de noviembre Clemente pensaba que a los sesenta años ningún hombre con el corazón herido tiene la paciencia suficiente para volver a enamorarse, no es que no creyera en el amor, claro que creía en el amor pues alguna vez lo vivió y sufrió, al menos tuvo esa oportunidad una vez en la vida. Pero aquella tarde de noviembre, inesperadamente, una hermosa primavera irrumpió en su vida. La mujer iba vestida con un elegante traje blanco, un relicario dorado colgaba de su cuello, su cabellera plateada la llevaba recogida en una trenza, con sencillez sonrió al cruzar mirada con él y se acercó al mostrador. —Buena tarde, quiero enviar esta carta —ella deslizó el sobre por la ventanilla. Al intentar tomarlo rozó sus suaves manos lo cuál provocó que se paralizará por unos segundos, se alarmó, qué diablos le pasaba, ni siquiera conocía a esa mujer, pero había algo en esos dulces 70 71 De: Abril Para: AbriL Querida, Abril: Mira hasta donde hemos llegado. Estoy orgullosa de ti, mujer. Qué curiosa es la vida. Durante mucho tiempo evadiste la soledad, te refugiaste en amores efímeros e imposibles, huiste de ti tantas veces, no querías enfrentarte contigo misma para rendirte cuentas con respecto a lo que estabas haciendo con tu vida. Te negabas la oportunidad de escuchar tu interior, de entender lo que necesitabas para ser feliz, pero los años te enseñaron que el silencio ayuda mucho para escuchar lo que alma tiene que decir... La soledad se volvió tu mejor amiga, ahí entre el Malbec y el jazz al fin supiste que para amar a los demás primero tenías que amarte a ti. 72 En algún momento de tu vida tuviste miedo al tiempo, a la vejez, a la muerte… pero aprendiste a ocuparte del presente. Ser feliz hoy, perseguir incansablemente tus sueños, aprender las lecciones, amar, reír, besar; ser tú misma en todo momento. Mañana tal vez estés aquí llena de memorias, o tal vez ni siquiera las recuerdes, quizá ese mañana no llegue, pero hoy estás viva, estás en el lugar que quieres estar y haciendo lo que más te llena. No niegas tu edad, ni los tropezones, mucho menos los viejos amores, porque todo eso es lo que te convirtió en la persona que hoy eres y a la cual admiro. Cuando doy un vistazo atrás, sonrío, miro en el espejo y sonrío, miro hacia delante y sonrío; tu vida tiene un motivo, un significado y una misión. Encontraste ese motor, en ti, dentro de ti. Y me dejaste nacer a mí, a la verdadera Abril. 75 Buenas noches, Desolación 1 El día que Ismael se fue, dejó una herida profunda, llegué a creer que jamás sanaría. Mi mundo se derrumbaba ante mis ojos, esquivé los escombros para evitar que me cayeran encima, pero fue inevitable, algo me aplastó con fuerza el pecho, respiraba con dificultad; en medio de este ataque de ansiedad me tumbé en el suelo detrás de la puerta con la esperanza de que él regresara. Y así pasaron 24 horas, pero él no volvió (al menos no ese día). Estaba consiente de que no debía quedarme tirada en el suelo, sin embargo, confieso que por un momento deseé quedarme ahí dormida y no despertar; sin embargo, no había comida en el refrigerador, la casa estaba sucia y yo también. El fin de semana había acabado, era momento de volver a la oficina. 76 No me maquillé, solo me recogí el cabello en una coleta, los ojos los tenía hinchados, no me importó tener la apariencia tan demacrada. Como no tenía ropa limpia saqué del cesto de la ropa sucia un traje gris, me aseguré de que no oliera mal y le rocíe un poco de perfume, después lo planché. No necesitaba ver mi rostro en el espejo para saber lo mal que me veía. Ahora me da risa, aunque a veces me da pena admitir que su abandono causó tal estrago en mi vida, al grado de abandonarme a mí misma. ¿Qué clase de persona se quiere tan poco cómo para poner toda su dicha en las manos de otra? Conocí a Ismael en una cafetería en Coyoacán, yo estudiaba administración, él idiomas. Los dos teníamos 22 años. El lugar estaba vacío; al principio no noté su presencia, él estaba sentado en una esquina, me acerqué al mostrador, la encargada no estaba. —Fue a buscar algo, ahorita regresa —me comentó mientras se ajustaba los anteojos. —Gracias —respondí con indiferencia y tomé lugar en una de las mesas. Cuando la chica regresó, Ismael se levantó de su asiento, pagó un café para él y se ofreció a pagar el mío, cuando la mesera indicó que los cafés estaban listos, 77 Ismael me dijo que iría por ellos, se paró frente a mí con un vaso de café en cada mano y me preguntó: “¿Puedo sentarme contigo?” Desde ese día nos hicimos amigos. En ese entonces era un chico torpe, siempre despeinado, de jeans deslavados y sonrisa tímida. Sus padres tenían una fábrica de calcetines cerca de C.U. A mi madre le agradó desde la primera vez que lo conoció. Cinco meses después, durante la euforia del partido Chivas Vs. Toluca, donde Chivas se coronó campeón, me pidió ser su novia. —¡Ganamos, amor! —gritó y después me plantó un beso en los labios—. Irene, estoy enamorado de ti. ¿Quieres ser mi novia? —¡Sí! —respondí igualmente extasiada. Nos graduamos ese mismo año. Decidimos vivir juntos. Rentamos un bonito departamento en el centro de Coyoacán, tenía un balcón en el que coloqué macetas con helechos y flores. En la sala colgamos un corcho donde colocamos fotografías de lugares a los que soñábamos visitar: París, La Patagonia, Roma, Viñedos de Chile, Cancún, Veracruz, Puerto Escondido. Jamás fuimos a ninguno. 80 me serví un trago, después otro, otro más y así me llegó la mañana, hasta que me quedé dormida en el sofá de la sala. Cuando desperté ya era mediodía. “¡Diablos!”, exclamé. Me reporté enferma, le pedí a Manolo, el subgerente de la fábrica que se encargara de todos los asuntos. Por la resaca pasé casi todo el día durmiendo, pero en la tarde los retortijones en el estómago me despertaron, tenía hambre. Fui al restaurante de enfrente y pedí una sopa de verduras. No quería volver a casa por lo que decidí caminar en el parque, me sentía tan fuera de mí, como un ente que vaga y nadie lo percibe, que a nadie le importa y que nadie lo extraña. En ocasiones el cansancio emocional es tan intenso que te sacude el cuerpo y penetra hasta los huesos, esa noche no solté ni una lágrima más. ¿Me estaba resignando?, quizá. Me quedé dormida plenamente con un oso de peluche entre los brazos. La alarma sonó a las seis de la mañana y sin chistar me desperté. Pero me di cuenta de que mi ropa, mi habitación y todo el departamento seguía siendo un desastre, entonces llamé de nuevo a la oficina. —Ya me siento un poco mejor, pero… voy a tomarme el día libre, encárgate de todos los pendientes, Manolo. 81 Se puede decir que mi vida era ordinaria. Desde que conocí a Ismael él se volvió mi mundo. No tenía amigos cercanos, mi madre vivía en otra ciudad, era hija única. Me dedicaba cien por ciento a la fábrica. En algún momento creí que por eso Ismael me dejó, llegué a pensar: “Tal vez se aburrió de la rutina”. Conoció a Vicky en un bar. Ella estudiaba teatro en las mañanas y trabajaba como cantinera en las noches, por supuesto era muy bonita y diez años menor que nosotros, que ya teníamos treinta y dos. Ya que tenía un día extra libre, me dispuse a limpiar aquel caos. Me harté de estar triste y de tener mi mundo de cabeza. Puse música de Bon Jovi, limpié la casa, lavé la ropa, tendí mi cama y tiré todo lo que sentí que ya no me hacía falta, todo lo que me sobraba: todas las fotos, toda su ropa, hasta su guitarra acústica (la que nunca aprendió a tocar). Por la tarde fui de compras. Llené el carrito de cosas que me gustan comer y que en muchas ocasiones no compraba porque a Ismael no le gustaban. Me sorprendí de que la mayoría de las cosas fueran nutritivas. Mientras caminaba por el pasillo de cereales para buscar la granola, vi los estúpidos Corn Pops ¡Nunca me gustaron! Pero yo 82 era esa clase de novia tonta que adopta las costumbres y gustos de su pareja. Imitar para agradar, no sé cómo pude vivir así tantos años. 2 Aquellos días que siguieron fueron extraños. Una especie de montaña rusa en la que bajaba y subía sin poder controlarlo. A veces estaba bien, me levantaba temprano, desayunaba antes de ir al trabajo, hasta me pintaba de rojo los labios y fingía que no pensaba en él. Pero otros días despertaba con los ojos hinchados, pues la noche se me había ido en un largo insomnio de lágrimas escurriendo por mi rostro, de suspiros y sollozos que contenían pena, añoranza, tristeza, inclusive agonía, reprochándome “¿Qué hice mal?”. En esos momentos lo aborrecía, tantas ilusiones incumplidas, “Yo creía que había suficiente amor entre nosotros. ¿En qué momento se acabó? No me di cuenta. ¿Por qué nos alejamos? Nos convertimos en desconocidos viviendo bajo el mismo techo, pero habitando mundos separados. Me parecía que había sido ayer cuando estábamos tan enamorados. En cada amanecer, mientras el sol se colaba por la ventana, 85 tímido, mojado, salado y con miedo de ser rechazada. Él me correspondió aquel beso, me secó las lágrimas con sus manos y susurró: —Eres muy bonita. Volvió a besarme, esta vez apasionadamente. Me dejé guiar por él, del sofá pasamos en cuestión de segundos a la cama y ahí hicimos el amor. Pero inmediatamente que terminamos, ni tiempo me dio de decir nada, de un salto salió de la cama para vestirse. —Me tengo que ir, quedé de recoger a Vicky en el bar —me dio un beso en la frente y se fue. Yo no salía de mi asombro, no hice ni un gesto, ni un ruido, ni siquiera lloré, me quedé inerte mirando el techo. ¡No quería pensar! A la mañana siguiente estaba confundida, lo lógico era odiarlo, pero no podía. Me empezó a rondar la idea en la cabeza de que tal vez podría restaurarse nuestra relación, “él solo necesita tiempo” murmuré. Le llamé por teléfono mientras colocaba en la estufa la tetera. —Hola… —Ahorita no puedo hablar, Irene. 86 —¿Estás con ella? —le pregunté, aunque ya sabía la respuesta —Irene, discúlpame —colgó. Apagué la estufa, se me fue el apetito. Me senté en el sofá de la sala con una angustia que se apoderaba de mí, pero con llorar no solucionaba nada, no podía rendirme así de fácil. “El amor se tiene que pelear. Él aún me quiere, anoche me lo demostró” y me aferré a ese pensamiento. “Él me ama. Nadie deja de amar de la noche a la mañana, ¿o sí?” A partir de ese día todas las noches le marcaba por teléfono, sabía que a esa hora no estaba con Vicky. A veces aceptaba verme, otras no. —¿Cómo estás? —me preguntó. —Bien, quiero verte… —No puedo, lo mejor es que ya no nos veamos —me dijo inmediatamente. —Como amigos, sólo para charlar, por favor —casi le supliqué mientras me mordía las uñas. —Quizá pueda ir mañana un rato, pero solo un rato. —Está bien. Comencé a conformarme con sus visitas esporádicas, llegaba a la casa, cenábamos juntos, después hacíamos 87 el amor. Aunque su presencia fuera ocasional me reconfortaba seguir siendo de alguna manera parte de su vida, imaginaba que tal vez un día se iba a dar cuenta de que era junto a mí su pasado, su presente, su futuro, su verdadera felicidad. Pero cuando pasaban muchos días sin verle era ineludible caer en un espiral de inquietud y desesperación, en una ocasión llegué a enviarle cien mensajes de texto. Y eso lo hartó de tal manera que se alejó y prometió que esta vez sería para siempre. —¡Ya, Irene! ¡Basta! —me gritó en cuanto abrí la puerta. Me dio miedo la manera en que me miró, nunca lo había visto así de enojado, retrocedí un paso. Él entró al departamento, azotó la puerta para cerrarla, se mordió los labios tratando de escoger las palabras que iba a decirme: —Por todo lo que vivimos juntos y todo lo que nos une, he tratado de apoyarte. Sé que hago mal al verte y te pido perdón por ello. No voy a regresar contigo, ya no te amo, ahora estoy con Vicky y soy feliz con ella —se esforzó por serenarse. Agaché la cabeza para que no me viera llorar, pero él me levantó la quijada para mirarme a los ojos—. Vas a encontrar a alguien que te valore y que te merezca, yo no soy esa persona —se dio media vuelta —. Ya no me busques, por favor —dijo antes de irse. 90 Pese a que la central de autobuses estaba repleta de turistas, distinguí de inmediato a mi madre, me sonrió con compasión, yo hice un gesto que pretendía ser una sonrisa, pero sólo quedó en una mueca insulsa. Se ofreció a ayudarme con las maletas, le cedí una. —¿Qué tal el viaje? —preguntó, en su mirada puede percibir dulzura y una sincera preocupación, no pude contenerme, me incliné a abrazarla y sobre su hombro dejé caer las lágrimas sin decir ni una sola palabra, ella me envolvió en un cálido abrazo, me sentí protegida. —Todo estará bien, cariño —me dijo al mismo tiempo que acarició mi cabellera. Aún utilizaba su vieja camioneta Ford Pick Up de 1970. Durante el recorrido platicamos banalidades, mamá habló más, yo sólo le contestaba con monosílabos mientras contemplaba el cielo más azul que he visto en mi vida; nos rodeaban las montañas fértiles y verdes; en San Cristóbal se respira tranquilidad. El frío me hizo acurrucarme en el asiento, me mordí el labio al mirar mi reflejo, me veía cansada, opaca; miré a mi madre que guardó silencio, se concentró en conducir. En la radio sonaba una canción de Julieta Venegas, mamá movía la cabeza al ritmo de la melodía, tal vez sintió mi mirada porque me miró, y sonrío. Ella tenía cincuenta y tres años, 91 era de complexión robusta y mejillas sonrosadas, en su rostro no se miraba ninguna arruga, su temple era sereno, a pesar de que siempre discutíamos por nimiedades no recuerdo nunca haberla visto enfadada, pero tampoco tengo memoria de haberla visto llena de júbilo. Llegamos en menos veinte minutos al hostal: “La casa del brujo”. Una casa antigua, como todas las de la zona, con la fachada azul celeste y el techo de teja de barro, el zaguán estaba abierto de par en par, muchas macetas verdes decoraban el patio, en el sofá estaban un par de extranjeros bebiendo vino. En la recepción estaba Amelia, una gran amiga de mi madre de unos sesenta años. Me llamó la atención la decoración del hostal: en el barandal de las escaleras estaba enredada una serie de luces que a la intermitencia cambiaba de color. En una pared del recibidor estaban pintados muchos colibríes, en las demás paredes había hermosos cuadros de pinturas al óleo, que a pesar de ser algo abstractas me resultaron hermosas; de esquina a esquina del techo colgaban mantas de colores, rojo, amarillo, y azul; todos los muebles eran de madera, y había un librero enorme en la sala principal. La música ambiental rock-pop alternativo. 92 —¡Que agradable se ve el hostal! —le comenté a Amelia —Todo ha sido idea de Minerva —me respondió, salió de la recepción para darme un fuerte abrazo—: Bienvenida. —Muchas gracias —correspondí el abrazo y le pregunté—: ¿Cuál va a ser mi habitación? —La de siempre —dijo mi madre. Me alegré por ello, esa habitación en la que crecí tenía un balcón con una vista preciosa. —Necesito una ducha —suspiré—, la mudanza debe llegar en una hora… —Adelante, adelante —aprobó mi madre y llamó a uno de sus empleados para que me ayudara a subir las maletas. Los hostales se caracterizan por ser acogedores con un ambiente de hermandad, “La casa del brujo” no era la excepción. El comedor se encontraba en el patio trasero de la casa, cubierto por un toldo. La cocina se encontraba ahí mismo, al más estilo rústico. Cada huésped compraba su despensa y la guardaba en la alacena, pero al momento de preparar la comida todos se sentaban a compartir, beber vino y cerveza, escuchar música, charlar. Había 95 4 Aunque procuraba mantenerme ocupada durante el día, al llegar la noche el insomnio era insoportable, me esforzaba por no llorar, pero las lágrimas salían de mí sin poder controlarlas, hundía mi cara en la almohada para callar mis gemidos. En la mañana mis ojos estaban notablemente hinchados. Llamaron a la puerta. —¿Ya estás despierta? —Sí, mamá, entra —me incorporé y me recargué en el respaldo de la cama. Mamá traía en las manos una bandeja de madera con el desayuno. —Muchas gracias, no era necesario… —ella puso la bandeja sobre mis piernas—. Se ve delicioso. —Todo es para comer, excepto esto —mamá señaló un tazón de cerámica blanca, en su interior había una mezcla verdosa que olía a pepino fresco y menta. —Oh, yo pensé que era untar al pan tostado —asomé la nariz en el tazón—, huele delicioso. —No, no, no es algo mejor. Es una mascarilla refrescante, después de que desayunes aplícala en el 96 contorno de los ojos, te ayudará. Descansas diez minutos, y ya estarás lista para empezar el día. —Me dio un beso en la frente y se retiró—. Te veo al rato —dijo antes de salir de la habitación y cerrar la puerta. El desayuno fue un deleite, pan tostado con mermelada de moras, yogurth natural con fresas enteras y granola espolvoreada; el café de olla, negro y humeante, todo un regocijo para mis sentidos. Le hice caso a mamá y después de desayunar coloqué la mascarilla, me relajé al máximo, tomé una siesta de diez minutos. Después un baño de burbujas en la tina. Con la sal de baño se inundó el cuarto de aroma a vainilla y rosas, al terminar la ducha me unté en todo el cuerpo crema de cacao, todos aquellos insumos de belleza los preparaban mi mamá y Amelia, con ingredientes orgánicos, entonces se me ocurrió que en el hostal podíamos dar talleres para enseñar a hacerlos. A mamá y Amelia les entusiasmó la idea. Recorría el pueblo en una vieja bicicleta rosa para hacer las diligencias, personalmente me encargué de promover el taller, el cual fue un éxito. También actualicé la página web del hostal, Bruno, que era videasta, me ayudó. Nuestra amistad comenzaba a ser más intima, él era un soñador. 97 Comencé el hábito de correr todas las mañanas, mi mente se concentraba en la actividad y no había cabida para negatividades o tristezas, por las noches, tal vez por el cansancio, me quedaba dormida plenamente, comenzaba a despedirme de las noches desoladas, a sentirme una mujer nueva y completa, ya nada ni nadie me hacía falta. Aquellos meses mi madre y yo disfrutamos de una complicidad y amistad como nunca antes tuvimos, me sentí muy afortunada. Pero la vida es rara, la tragedia toca la puerta cuando menos se le espera. Mi madre murió de un infarto en la siguiente primavera, mientras desayunábamos en el jardín. Fue fulminante, todo pasó en menos de cinco minutos. Lento ante mis ojos, vi a los demás alarmados, queriendo auxiliar; Amelia llamó a la ambulancia, el italiano dejó caer la taza de café al suelo, corrió junto a mi madre a tiempo, evitó que se golpeara la cabeza con el suelo, yo grité “¡Mamá!”, me hinqué a su lado, Bruno entró en ese instante por la puerta, con una de sus manos mi madre se aferró a la mía, y en el último aliento me miró, esa mirada me dijo “Te amo”, yo le respondí igual. El aire sopló despacio y de los guayacanes se desprendieron flores amarillas, mi madre quedó inerte entre mis brazos. Los presentes me hablaban, yo no escuchaba a nadie. El mundo se detuvo
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