¡Descarga ESPAÑA EN LOS SIGLOS XVI-XVII: RENACIMIENTO Y ... y más Monografías, Ensayos en PDF de Literatura solo en Docsity! Aula 8 ESPAÑA EN LOS SIGLOS XVI-XVII: RENACIMIENTO Y BARROCO. META Proporcionar el contacto académico y profundizar sus conocimientos sobre ese tema, a partir de una variedad de textos teóricos y literarios. Además de ponerse en contacto con esta clase también tiene como objetivo promover la lectura y comprensión de textos ya sea OBJETIVOS PRERREQUISITOS propuesto es importantísimo que el estudiante a despertar el interés por la lectura y la indican aquí. Antonielle Menezes Souza Marcio Carvalho da Silva 104 Língua Espanhola I INTRODUCCIÓN LITERATURA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XVI- XVII: RENACIMIENTO Y BARROCO LITERATURA DEL SIGLO XVI Política española 107 España en los siglos XVI-XVII: Renacimiento y Barroco. Aula 8 Língua Espanhola |
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La obra poética:
Garcilaso no publicó ni un solo poema en vida, A la muerte de Juan
Boscán, su viuda, Ana Girón, publica en un volumen la poesía de ambos.
La obra de Garcilaso se reduce a:
una epístola
dos elegías
tres églogas
cuatro canciones
treinta y ocho sonetos
varias coplas
una oda
POESÍA BARROCA DEL SIGLO XVII:
Tema 1: Marco histórico y cultural
Política española:
Reinan tres monarcas: Felipe II, Felipe IV y Carlos II, los Austrias
Menores. Se acentúa la decadencia, porque continúan las guerras, y son
muy costosas. Los monarcas abandonan sus tareas de gobierno, y en su
lugar aparecen los Validos. Se pierden numerosos territorios: Holanda,
El Rosellón y la Cerdeña, territorios de Italia, se independiza Portugal, se
producen sublevaciones en Andalucía y Cataluña. El 1 de Noviembre de
1700 muere Carlos II. Se desata la Guerra de Sucesión.
1713: tratado de Utrecht. Comienza a reinar en España Felipe V de
Borbón.
Sociedad española:
España tenía 8 millones de habitantes. Altísima tasa de natalidad
(matrimonios jóvenes). Altísimas tasas de mortalidad (infantil, higiene,
plagas...). Población dedicada mayoritariamente a la ganadería y agricultura.
La agricultura con bajo rendimiento. Ganadería fundamentalmente lanar.
Comercio activo de lana. Desciende el comercio con América. Crisis entre
estamentos privilegiados: nobleza y clero.
A pesar de que hay crisis económica y social, es el Siglo de Oro de las
letras.
Literatura española:
Barroco: extravagante. Vuelta a las actitudes medievales. Consecuencia
de la Contrarreforma. Durante el siglo XVII hay gran presencia popular,
ya que el pueblo participa de la cultura.
109 España en los siglos XVI-XVII: Renacimiento y Barroco. Aula 8 El individualismo El naturalismo Culteranismo Conceptismo GÓNGORA La fábula de Polifemo y Atenea Soledades. Língua Espanhola |
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históricas muy diferentes de áreas culturales entre sí distantes. Que una
cultura dispone siempre de préstamos y legados, los cuales le llegan de otras
precedentes y lejanas, es algo fácil de comprobar. Recordemos la considerable
y curiosa cosecha de temas iconográ- ficos que el oriente sudasiático aporta a
la Edad Media europea, según ponen de manifiesto con ingeniosa erudición
algunos estudios de Baltrusaitis. Pero esos antecedentes, influencias, etc.
no definen una cultura. Nos dicen, a lo sumo —y ya es bastante—, que
una cultura de un período determinado está abierta a corrientes exóticas,
cuenta entre sus elementos con una movilidad geográfica —recuérdese,
como ejemplo, la introducción de la cúpula en el arte prerrománico catalán3
o el título de «basileus» que se da a algún rey asturiano o británico— Tal
vez nos exigen que tengamos que señalar en ella, para caracterizarla, la
dependencia de una lejana tradición (éste es el caso del arte mozárabe,-
tronco visigodo con elementos islámicos. En otro tipo de ejemplos, las
metáforas en que hasta el siglo XVIII se expresa la concepción estamental
europea de la sociedad tienen antecedentes brahmánicos). Pero en todos
estos casos no se trata, propiamente, de un parentesco intracultural, sino
más bien de aportaciones aisladas que se integran en conjuntos diferentes.
Ni la mera coincidencia en la utilización de elementos separados, ni la
repetición de aspectos formales cuya conexión, en cada caso, se da con
sistemas muy diferentes, puede ser base, a nuestro juicio, para definir culturas
que cabalgan sobre siglos y regiones geográficas de muy otros caracteres.
Esas correlaciones morfológicas, establecidas sobre la abstracción de tantos
otros aspectos con los que se quiere definir un momento cultural, no dicen
nada —o dicen muy poca cosa— al historiador. La rebusca y formulación
de las mismas no son sino un juego de ingenio, que de ordinario se reduce
a una amena arbitrariedad. No obstante, es posible que se puedan fundar
en el reconocimiento de aquellas correspondencias, a través del tiempo y
del espacio, algunas generalizaciones, cuya aplicación en otros campos del
conocimiento no discutimos. Pero nosotros nos colocamos en el terreno
de la historia social, la cual es, por de pronto, historia: el objeto de ésta no
es reducir la toma en consideración de sus datos observables, de manera
que su observación —y toda posible inducción resultante— se mantenga
tan sólo en el somero nivel de los aspectos recurrentes, a través de fases
distintas del pasado humano. Su propósito es alcanzar un conocimiento
lo más sistemático posible de cada uno de los períodos que somete a su
estudio, sin perjuicio de que no renuncie a compararlos después con la mayor
precisión que pueda alcanzar — siquiera se oriente en ello no a establecer
generalizaciones abstractas, sino a completar el mejor conocimiento de cada
época en concreto — De esa manera, su método consiste en tomar en cuenta
los más de los datos que consiga y los más diversos entre sí de cuantos
una época ofrezca, para interpretarlos en el conjunto en que se integren.
Y claro está que sin prescindir, en su caso, de los que revelen semejanzas o
congruencias con otras épocas. En nuestro supuesto, todo ello se orienta no
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de la época. Nuestra tesis es que todos esos campos de la cultura coinciden
como factores de una situación histórica, repercuten en ella y unos sobre
otros. En su transtormación, propia de la situación de cada tiempo, llegan a
ser lo que son por la acción recíproca y conjunta de los demás factores. Es
decir, la pintura barroca, la economía barroca, el arte de la guerra barroco,
no es que tenga semejanzas entre sí —o, por lo menos, no está en eso lo que
cuenta, sin perjuicio de que algún parecido formal quizá pueda destacarse—,
sino que, dado que se desenvuelven en una misma situación, bajo la acción
de unas mismas condiciones, respondiendo a unas mismas necesidades
vitales, sufriendo una innegable influencia modificadora por parte de los
otros factores, cada uno de éstos resulta así alterado, en dependencia, pues,
del conjunto de la época, al cual hay que referir los cambios observados.
En esos términos, se puede atribuir el carácter definitorio de la época —en
este caso, su carácter barroco— a la teología, a la pintura, al arte bélico,
a la física, a la economía, a la política, etc., etc. Es así como la economía
en crisis, los trastornos monetarios, la inseguridad del crédito, las guerras
económicas y, junto a esto, la vigorización de la propiedad agraria señorial
y el creciente empobrecimiento de las masas, crean un sentimiento de
amenaza e inestabilidad en la vida social y personal, dominado por fuerzas
de imposición represiva que están en la base de la gesticulación dramática
del hombre barroco y que nos permiten llamar a éste con tal nombre.
Así pues, el Barroco es para nosotros un concepto de época que se
extiende, en principio, a todas las manifestaciones que se integran en la
cultura de la misma. Fue por la vía del arte por donde se llegó a identificar
el nuevo concepto de una época en la cultura italiana, cuando tan gran
conocedor del Renacimiento como Burckhardt advirtió que las obras que
contemplaba en Roma, después del período renacentista y en un plazo de
años determinado, tenían, en sus deformaciones y corrupciones de modelos
anteriores, unos caracteres que aparecían como propios de un tiempo en
alguna manera diferente. Y Gurlitt, historiador de la arquitectura romana,
sobre 1887 observó, en las iglesias que estudiaba, formas desordenadas del
clasicismo renacentista, diferentes a - primera vista entre sí, ciertamente, pero
descoyuntadas por el mismo torbellino de una expresión desordenada cuyos
productos todos se encuadraban también entre unas fechas. Así resultó que
las primeras observaciones sobre el Barroco y las vacilantes estimaciones
sobre el mismo surgieron referidas ya a una época más o menos definida:
aquella que sigue al Renacimiento clasicista- Wólfflin se atrevió a extender
la nueva categoría a un área más extensa: la literatura. Cuando los caracteres
señalados en esa serie de obras fueron ampliados a otros campos, el concepto
de época para definir esa nueva cultura posrenacentista quedó preparado y,
con ello, su extensión a los diversos sectores de una cultura y al grupo de
países en que aquélla se extendiera.