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Orientación Universidad
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Esquemas y mapas conceptuales, Esquemas y mapas conceptuales de Sociología y ética

Esquemas y mapas conceptuales Esquemas y mapas conceptuales

Tipo: Esquemas y mapas conceptuales

2018/2019

Subido el 26/01/2022

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¡Descarga Esquemas y mapas conceptuales y más Esquemas y mapas conceptuales en PDF de Sociología y ética solo en Docsity! BACHILLERATO EN CIENCIAS BÍBLICAS BACHILLERATO EN CIENCIAS TEOLÓGICAS LECTURA SESIÓN 4 CTX102 INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA Giner, Salvador. ״Los orígenes de la sociología: positivismo y evolucionismo״. En Historia del pensamiento social, 579-597. Barcelona: Ariel, 2007. Reproducido con fines educativos únicamente, según el Decreto 37417-JP del 2008 con fecha del 1 de noviembre, 2012 y publicado en La Gaceta el 4 de febrero del 2013, en el que se agrega el Art 35-Bis al a la Ley de Derechos de Autor y Derechos Conexos, No. 6683. Capítulo I LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA: POSITIVISMO Y EVOLUCIONISMO 1. Gestación de la ciencia sociológica Desde los albores mismos de la especulación social en Occidente se puede percibir una actitud científica en el estudio del hombre y de la sociedad humana, actitud que, a la postre, conduciría a la fundación de las modernas ciencias so­ ciales, y entre ellas, la de la disciplina sociológica. Por ello ha sido posible y ne­ cesario invocar a menudo la presencia de un elemento claramente sociocientífico en los pensadores de la tradición racionalista europea, desde Aristóteles a Marx, pasando por Maquiavelo y Montesquieu. La sociología aspira al estudio empírico, teórico y racional de la sociedad, es decir, a la indagación de las leyes y regularidades que rigen la existencia de los hombres en sociedad. Esta pretensión conlleva un conjunto de problemas arduos, los cuales comienzan con la interrogación de si es posible un estudio lo suficientemente objetivo, científico, de nuestra propia especie. A esos pro­ blemas no se puede responder más que teniendo en cuenta, ante todo, los es­ fuerzos realizados por los mismos científicos sociales y, entre ellos, por los so­ ciólogos, para elucidarlos. En efecto, desde el primer momento, éstos se percataron de su existencia. Las respuestas dadas por ellos a la cuestión de la validez de su propia disciplina forman parte integrante de la historia misma de la sociología. Las ciencias sociales —la antropología, la economía, la ciencia política, la sociología, la demografía, la historia— se definen hoy en gran medida por su ac­ titud científica. Ésta significa ante todo voluntad genuina de conocimiento obje­ tivo, lo cual entraña una disposición declarada a modificar las propias conviccio­ nes, si se aducen pruebas fehacientes contra ellas. Así, Karl Popper (n. 1902) afirmó en su Lógica del descubrimiento científico (1934) que cualquier interpre­ tación científica, es decir, teórica, para serlo sólo puede ser aceptada provisio­ nalmente. Su verificación con datos le puede conferir cierta solidez, pero lo que la hace de veras científica es su «falseabilidad», es decir, la posibilidad de que 582 HISTORIA DEL PENSAMIENTO SOCIAL Las de Comte han sufrido sin duda a causa de las actividades semirreligio- sas de su autor, que retrasaron la evaluación ecuánime de su aportación a la filo­ sofía de la ciencia, a la epistemología y a las ciencias sociales. Comte cayó en un misticismo matemático seudocientífico, dejó de leer en la creencia que ya había acopiado todo lo que necesitaba saber y empezó a mostrar señales de megalo­ manía. A causa de todo ello y de su difícil temperamento, vivió oscuramente, ayudándose con clases en instituciones de las que más tarde sería excluido. Las dio entonces privadas a grupos de discípulos fieles y consiguió también algunos ingresos menguados de las ventas de sus obras. Murió en París en 1857.5 Su influjo en vida fue evidente, pues fue leído, criticado o admirado por pensadores importantes de la época. Creó una escuela, la positivista, que combi­ naba una noción particular del saber —cientifista, naturalista hostil a la metafí­ sica— con una actitud moralista basada en la nueva ciencia sociológica, tal como él la proclamaba.6 Esta escuela, que tuvo pronto abundantes ramificaciones, in­ fluyó sobre el pensamiento de muchos países. Es interesante el eco que encontró en los de tradición hispánica. En el Brasil, por ejemplo, surgió un comtismo de tipo ideológico, que llegó a plasmarse en algunos aspectos de la vida política del país, y episodio del que queda aún hoy la divisa comtiana del «orden y progreso» inscrita sobre la insignia de aquel país. En la Argentina, el positivismo tuvo sin­ gular fortuna en el campo de los temas sociales, aunque allí arraigara combinado con otros influjos, entre los que descuella el de Spencer.7 3. La sociología en el marco del sistema comtiano de la ciencia Todos los escritores importantes posteriores a la Revolución francesa, desde Tocqueville hasta Marx, parten de la convicción de que el mundo presencia una gran crisis histórica. Comte no es una excepción. El título mismo de su temprano Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad indica su convencimiento de que el mundo moderno se halla desordenado y que ha me­ nester de una reforma importante. En esto Comte coincide con muchos de sus contemporáneos. Éstos, sin embargo, proponían dos soluciones diferentes: los li­ berales deseaban el cambio progresivo basado en las reformas legales, como en el caso de los utilitarios ingleses o del mismo Tocqueville; los revolucionarios, en cambio, proponían poner fin al orden burgués y a los restos de feudalismo a través de una revolución violenta. Comte, por su parte, propone un sistema de ac­ ción social que él llama «política positiva» y que se basa, fundamentalmente, en su concepción general de las ciencias y de su influjo sobre la humanidad. Comte preconiza, pues, un programa de reforma intelectual o, para usar su propio len­ guaje, de reorganización espiritual. Las instituciones sociales, según él, no pue­ den ser transformadas directamente; antes hay que transformar los espíritus y las voluntades, los cuales se hallan, de momento, agudamente divididos. En efecto, hay inteligencias que piensan aún en términos teológicos, mientras que otras lo CIENCIA Y PENSAMIENTO SOCIAL EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO 583 hacen en términos científicos. El caos mental de los tiempos modernos parece impedir todo entendimiento fructífero entre los hombres. Sin embargo, esa anar­ quía espiritual puede superarse mediante la educación general de la humanidad, un proceso que, a su vez, debe estribar en una concepción científicamente orde­ nada del conocimiento humano. Una teoría general del conocimiento es, pues, previa a la necesaria gran reforma de la sociedad. Y es precisamente en el seno de esa teoría donde surge, en la mente de Comte, la necesidad de la creación de una ciencia de la sociedad. La ciencia, para Comte, se funda en la observación de los fenómenos; ésta no debe ser sólo cumulativa, sino también sistemática. Hombre de ciencia es quien descubre y establece las relaciones invariables entre los fenómenos, o sea, las leyes de la naturaleza. En consecuencia, la razón humana debe intervenir ac­ tivamente en la observación científica, para que ésta no acabe en un mero empi­ rismo, o recogida de datos y actividad práctica, carente de mayor visión. De ahí la necesidad de teorías, que no son otra cosa que hipótesis acerca de la realidad, que pueden ser reformadas o eliminadas por aquellas nuevas observaciones que requieran una revisión de las nociones adquiridas. A medida que el proceso cien­ tífico avanza, muchas hipótesis ganan solidez y generan certeza. Es por ello por lo que el hombre, gracias a la ciencia, va estando en condiciones de prever los fenómenos que ocurrirán en el futuro. La ciencia no puede basarse en considera­ ciones teológicas o metafísicas, sino en la actividad científica del pasado y del presente, que conduce al enunciado de las leyes de la naturaleza. De dos clases son las leyes que gobiernan el mundo. Las unas rigen cada ni­ vel de la realidad estudiado por una ciencia particular; las otras, más generales, abarcan a varias o a todas las ciencias y ordenan sus relaciones mutuas. Estas se­ gundas leyes son descubiertas por la mente cuando ésta abandona el terreno es­ pecial de una ciencia particular y comienza a contemplar las ciencias en su con­ junto, es decir, el orden universal de los fenómenos. El saber se hace así armónico y homogéneo, en contraste con el mero conocimiento empirista, que es fragmentario, con lo cual podrá desterrarse todo resto de interpretación mágica o metafísica del mundo, así como la anarquía intelectual contemporánea. La visión global, llamada por Comte «positiva», del conocimiento será la base del sistema educativo del porvenir. Para poder alcanzar esta visión armónica de conjunto del saber humano, Comte traza su sistema de las ciencias o, como él lo llama, su «serie de las cien­ cias».8 Hay que distinguir, dice, dos géneros de ciencia natural: la abstracta, o general, cuyo objeto es el descubrimiento de las leyes que rigen los diversos ti­ pos de fenómenos, y la concreta, particular y descriptiva, que se designa normal­ mente con el nombre de ciencia natural propiamente dicha. Las primeras son las fundamentales, y no las específicas dentro de ellas. Son las que Comte intenta clasificar. Así, a efectos sistemáticos, le interesará la química, mas no la minera­ logía. Hecho esto, Comte traza un cuadro jerárquico de las seis ciencias funda­ mentales, a saber, la matemática, la astronomía, la física, la química, la biología 584 HISTORIA DEL PENSAMIENTO SOCIAL y la sociología. En esta serie, cada ciencia depende de la anterior, pero no vice­ versa, de modo que se establece un orden de especialidad y complejidad cre­ cientes o, lo que es lo mismo, un orden de generalidad y de simplicidad decre­ cientes. Cada ciencia es así «superior» a la anterior en el sentido de que, en su estudio, aparece todo un nuevo universo de fenómenos. Por ejemplo, la biología debe tener en cuenta todos los fenómenos de la química y además añadir todos los de la vida. A la vez, a medida que alcanzamos la cumbre de las ciencias, és­ tas van teniendo mayor interés humano, y los fenómenos, al ser más complejos, son mucho menos fáciles de prever y más difíciles de comprender. La sociología, o como Comte la llamó durante algún tiempo, la «física so­ cial», está en la cumbre de su clasificación, aunque, más tarde, él mismo coro­ nara su clasificación con una séptima ciencia, la moral. La sociología es, para Comte, una ciencia abstracta y general, como las otras cinco anteriores, pero es superior a ellas en el sentido lógico y progresivo en cuanto a su complejidad. Tiene por objeto la investigación de las leyes que rigen los fenómenos sociales, lo cual, en términos comtianos, equivale a decir que es la ciencia de todo lo hu­ mano. En efecto, para Comte, todo fenómeno humano es sociológico, dado que el hombre solo, individual y aislado, es una abstracción inexistente en la socie­ dad: el único objeto de investigación científica es la humanidad, la totalidad de la especie humana, única entidad que evoluciona. Es ésta una idea que se en­ cuentra en la concepción del progreso sostenida por Condorcet, reproducida por Saint-Simon, y que Comte celebra como una de las más fértiles del pasado. La ciencia sociológica, como todas las demás ciencias fundamentales, tiene su mé­ todo propio, y éste es el histórico. Por eso, en su análisis de la sociedad humana, Comte presenta la interpretación de los fenómenos de un modo histórico. La so­ ciología, pues, comienza en Comte —al igual que la ciencia social en Marx— con una conciencia histórica. En Comte, sin embargo, la sociología parte de la idea de que la naturaleza humana va evolucionando según leyes históricas, aun­ que ella misma en sí no se transforme. Los revolucionarios creen en una perfec­ tibilidad que entraña la capacidad de cambio de esa naturaleza, y Comte no par­ ticipa de tal creencia, aunque sí afirma que, aunque la naturaleza humana no cambia, por otra parte se desarrolla, se expande y descubre facultades antes la­ tentes gracias a la evolución de la sociedad. Esta base perenne del hombre frente al elemento siempre cambiante de la sociedad lleva a Comte a la subdivisión de su ciencia social en dos campos prin­ cipales de estudio, los cuales —proyectados al nivel político— corresponden a su antes mencionada divisa de «orden y progreso». La primera zona de estudio de la sociología será la estática social, que considera el orden humano «cual si fuera inmóvil». De ese modo se desentrañarán diversas leyes fundamentales, que son necesariamente comunes a todo tiempo y lugar, a todo grupo humano. Y esta base nos permitirá la explicación general de la evolución gradual de la sociedad. El estudio del cambio social es objeto de la segunda subdivisión de la sociología, la dinámica social, que caracteriza los estados sucesivos de la humanidad.9 La CIENCIA Y PENSAMIENTO SOCIAL EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO 587 inteligencia, su consagración de la esclavitud y su influjo sobre la naciente vida pública de los primeros pueblos civilizados. El estudio de la teocracia incluye el feudalismo, la formación del régimen de castas, la creación del dogma teológico, su proyección sobre el cuerpo político. El desarrollo del estado metafísico va ín­ timamente ligado en Comte a la historia occidental relativamente reciente y a su revolución intelectual, la cual supuso la verdadera ruptura con la Edad Media, y que llevó, finalmente, a la gran crisis de Occidente, plasmada en el vasto evento de la Revolución francesa. Tras esa crisis, el advenimiento del positivismo se hace ya inminente, es decir, el advenimiento de una mentalidad estrechamente re­ lacionada con la ciencia, con la educación racional de la mayoría, y basada en la cooperación y armonía de una humanidad imbuida de unos principios morales universalistas. 5. Misión y alcance de la sociología comtiana La dimensión universal de la Ley de los tres estados nos da la medida de la vasta pretensión de Comte con respecto de la sociología. Para él, la crisis del mundo moderno debe ser resuelta intelectualmente, mediante una reforma espiri­ tual y moral, basada en la ciencia, y no en una política de fuerza, típica de la men­ talidad militarista feudal, pero tampoco en una política religiosa, que engendra os­ curantismo y fanatismo. Es una reforma que va del conocimiento a las estructuras sociales más materiales, pero no al revés ni simultáneamente. Ahora bien, si esa reforma debe ser intelectual, lo lógico es que en ella tenga un papel preponderante la más destacada de las ciencias, o sea, a juicio de Comte, la sociología. Si Saint-Simon había propuesto un mundo gobernado platónicamente por ingenieros, científicos y sabios, lo mismo puede decirse de su más descollante discípulo. Este, sin embargo, concede un lugar prominente dentro de la clase de los expertos a los sociólogos, supuestos conocedores del funcionamiento de las leyes de la sociedad humana. Ello se justifica porque cada edad ha producido una casta superior, según las necesidades creadas por la mentalidad predominante. Así, durante las épocas teológicas, los sacerdotes estaban en las posiciones de po­ der y, durante las politeístas, los guerreros eran sus detentadores. Desde el mo­ mento en que los hombres comienzan a pensar en términos científicos, la activi­ dad más importante de las comunidades deja de ser la de la guerra entre hombres, y pasa a ser la guerra contra la naturaleza, la cual requiere un ejercicio sistemá­ tico de la razón para que la sociedad la pueda explotar para su propio bien.13 Aparte de su visión de la sociología como ciencia suprema (junto con la moral), o ciencia de las ciencias —concepción que ha sido abandonada por los sociólo­ gos posteriores, mucho más modestos en sus aspiraciones cognoscitivas—, Comte señala a la sociología una misión ética de justicia y liberación de la hu­ manidad. Según él, la misión de la sociología es indiscutible: es un conocimiento objetivo de la sociedad, cuya metodología es histórica, y que se justifica por es­ 588 HISTORIA DEL PENSAMIENTO SOCIAL tar en línea con el progreso moral y físico de la humanidad, y no por irle en zaga, sino por ser su adelantada. Todo esto no está en contradicción con el conservadurismo de Comte, para quien la sociedad posee un ritmo evolutivo interno incompatible con la revolu­ ción violenta. Lo cierto es que Comte concibe la sociedad siempre en términos armónicos. Armonía es una palabra que surge incesantemente en sus escritos y que refleja, además, su inclinación constante a establecer paralelos entre la so­ ciedad y la naturaleza orgánica. La vida de la sociedad refleja, según él, los di­ versos estadios de la vida de un hombre; por otra parte, los organismos no pue­ den cambiar bruscamente, sólo es posible en ellos la evolución paulatina, y piensa Comte que la sociedad no escapa a esta norma biológica. Sin embargo, para Comte, la sociedad no es exactamente un organismo, aunque su estructura sea orgánica. Los individuos independientes no existen más que como miembros de otros grupos, desde el familiar —unidad básica de la sociedad, según él— hasta el político. Estos grupos, y no los individuos aislados, son el verdadero ob­ jeto de la sociología. La concepción de la sociología como la disciplina que tiene por objeto el estudio de los grupos humanos encuentra su origen en Comte. Por otra parte, esta visión grupal de lo social fue una manifestación, por su parte, de su profunda insatisfacción con el individualismo liberal de su tiempo. La tendencia organicista de Comte abre paso a una larga fase de la ciencia sociológica durante la cual predominó el símil orgánico en las mentes de los so­ ciólogos, y aun en la de varios filósofos sociales. Pero el claro iniciador de tal período fue Herbert Spencer, el introductor en los países anglosajones de la nueva ciencia social, quien no obstante intentó aunar la visión organicista con el individualismo liberal a la sazón predominante en la Inglaterra. 6. Herbert Spencer Spencer es el más eminente de los sociólogos ingleses y fue, durante un tiempo, uno de los filósofos más influyentes en el ámbito cultural occidental, y aun en otros, pues su pensamiento fue pronto conocido en el Oriente. Nació en la ciudad de Derby, en 1820, y murió en 1903, de modo que su vida abarcó toda la época victoriana de Inglaterra, algunos de cuyos aspectos más característicos se reflejan con claridad en toda su obra. Sus padres eran maestros y pertenecían a una secta liberal anticonformista, lo cual hizo que Herbert Spencer estudiara de un modo asistemático y autodidáctico. Su espíritu rebelde y su poca salud le hi­ cieron renunciar a la vida estudiantil de Cambridge, de modo que nunca asistió a una universidad. Estudió entonces mecánica y llegó a ser ingeniero jefe de una compañía de ferrocarriles, sin abandonar los intereses humanísticos y literarios, los cuales, más fuertes, le hicieron abandonar su puesto, así como una promete­ dora carrera como inventor para pasar a ser columnista de la revista The Econo■ mist. Durante esta época produjo su primera obra sociológica, Estática social, CIENCIA Y PENSAMIENTO SOCIAL EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO 589 publicada en 1850 y comenzada dos años antes, cuyo título y contenido no son consecuencia de influjo comtiano directo. Si éste existió, se produjo más tarde. Poco después, Spencer se dedicó a la tarea de elaborar un sistema sintético de filosofía, fruto del cual fueron sus Primeros principios, que incluyen una dura crítica de la explicación teológica del mundo y despliegan su propia teoría evo­ lucionista del cosmos y de la sociedad. Esta última había sido desarrollada inde­ pendientemente por Spencer, con anterioridad a la de su admirador, el biólogo y zoólogo Charles Darwin (1809-1882), como este último reconoció siempre. Tras una vida de abnegada renuncia, dedicada al estudio y la indagación so­ ciológica, así como a causas radicales reformistas, sus obras comenzaron a co­ nocer un gran éxito. Su conexión de la sociología con las demás ciencias natura­ les y sociales sin pretender para ella privilegios desaforados —en abierto contraste con Comte— hizo mucho en pro de su aceptación entre los hombres de ciencia. Al mismo tiempo, la sociología llegó a muchos países unida al nombre de Spencer. Así ocurrió, por ejemplo, en Rusia y en España. En nuestra tierra, el influjo spenceriano, que había de ser muy intenso, comenzó hacia 1879 cuando los Primeros principios fueron publicados en castellano.14 En los Estados Unidos, los primeros sociólogos comenzaron su labor bajo la inspiración de la obra spen- ceriana, la cual tuvo allí una fortuna más duradera que en su país de origen, donde su nombre fue demasiado olvidado durante un largo tiempo. Los restos del filósofo evolucionista y liberal Herbert Spencer yacen en una tumba que se halla enfrente y a escasos pasos de la del revolucionario Karl Marx, en el cementerio londinense de Highgate. 7. La dimensión orgánica de la sociedad Las concepciones sociales de Spencer deben entenderse dentro de un marco general filosófico, el de una gran síntesis realizada por su autor para integrar los conocimientos de su tiempo en un todo significativo y coherente. Como en el caso de Comte, el interés de ese conjunto es hoy con frecuencia meramente his­ tórico, pero ello no es óbice para que tal esfuerzo enciclopédico no merezca aún atención. Así, encierra singular interés el hecho de que Spencer comenzó a ela­ borarlo desde la sociología misma. A su vez, los conocimientos procedentes de otras ciencias corrigieron, mejoraron o refrendaron los que él poseía sobre la so­ ciedad. Con ello, Spencer comenzó a aplicar el método científico a la sociolo­ gía.15 A partir de su obra, la especulación social no puede ignorar ya la ciencia como método de investigación social, lo cual no significa que especulación y ciencias sociales sean idénticas, ni tampoco que Spencer solucionara los proble­ mas metodológicos que habían de complicar el progreso de las ciencias sociales. El esfuerzo enciclopédico de Spencer le llevó a la formulación de una teo­ ría general de la evolución, que aparece en sus Primeros principios. Esta teoría se basa en tres proposiciones que él consideraba universalmente válidas para la 592 HISTORIA DEL PENSAMIENTO SOCIAL fue introducido por Spencer, quien lo incorporó de la geología, cuando, como in­ geniero de ferrocarriles, dirigió la apertura de trincheras y túneles para las vías.) El estado, cuyo origen es militar, al tomarse cada vez más complejo, tiene que atender mayor número de necesidades, muchas de ellas de índole no militar, pues en un momento dado muchas sociedades han conseguido un alto grado de pacificación interna. Es así cómo comienza una fase de la evolución que va del estado militar al estado que Spencer llama industrial, y que es un estado domi­ nado por la ley y no por la arbitrariedad del gobernante. Frente al estado autori­ tario surge así el estado civil, liberal. La era moderna presencia el nacimiento del estado industrial, lo cual no quiere decir que esté desprovista de militarismo. Al contrario, hay de él muchos y poderosos restos, que causarán aún muchos estra­ gos, pero ello no obsta para que la evolución nos vaya llevando hacia una socie­ dad en la que triunfe la paz y el individualismo porque, según Spencer, las so­ ciedades militaristas exigen una disciplina que implica la entrega ciega del individuo a la colectividad, mientras que las industriales en su forma más aca­ bada ponen la sociedad al servicio del individuo y de su libertad. Esta idea spen- ceriana de que el capitalismo industrial es inherentemente enemigo del milita­ rismo y del belicismo, así como de la expansión imperialista, llegó a alcanzar bastante predicamento en la época subsiguiente. Algunos observadores vinieron a concluir que la actividad industrial, mercantil y productiva del capitalismo es esencialmente pacífica. Según ellos, la actividad capitalista produce una meta­ morfosis, por sublimación, de los instintos agresivos y guerreros, que se plasman en los de competencia pacífica. Esa idea guía, por ejemplo, la argumentación del economista austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950) en su ensayo Imperialismo y clases sociales.™ Publicado en 1919, Schumpeter reitera, a pesar de la recién acabada Guerra Mundial, su fe en las posibilidades pacíficas y racionales del ca­ pitalismo. La «disposición pacífica» que, según él, éste despierta en quienes lo practican debe desplazar la ferocidad militarista e imperialista que es legado de tiempos pretéritos. 9. El individualismo spenceriano De este modo el evolucionismo de Spencer es también una hábil defensa del individualismo liberal. A primera vista, puede parecer que el organicismo es una actitud incompatible con el individualismo, a causa de su énfasis en las leyes que rigen a la especie, y ello es cierto de la mayoría de los seguidores de esta doc­ trina, mas no de Spencer. Este cree que la especie humana impone un tipo de evolución que proviene de la forzada cooperación de las comunidades militares y desemboca en la cooperación libre y sin coacción física de las sociedades in­ dustriales, no regidas por el mandato, sino por el contrato, que implica la liber­ tad de dos partes puestas de acuerdo para intercambiar prestaciones mutuas. Estas ideas representan una reelaboración del liberalismo tradicional, que no CIENCIA Y PENSAMIENTO SOCIAL EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO 593 sabía justificar históricamente sus pretensiones. No en vano Spencer representa el liberalismo aplicado a una sociedad industrial y capitalista, en su fase más competitiva. No sorprende, pues, la gran popularidad que sus teorías alcanzaron entre el empresariado nortemericano, que vieron en la filosofía spenceriana de la historia una teoría liberal del progreso que legitimaba su propia actividad como industriales, financieros y comerciantes. Por si ello fuera poco, la visión spence­ riana parecía refrendar a nivel sociológico las populares concepciones de Darwin sobre la concurrencia universal, la lucha por la vida y la supervivencia de los me­ jor dotados. Además, tras la quiebra de la vieja teoría del derecho natural, el evolucio­ nismo que triunfó durante el siglo xix inclinó a algunos pensadores a hallar so­ luciones evolucionistas y Spencer es el mejor defensor del individualismo en nombre de la evolución. Por eso hereda la tradición liberal antiestatista, que re­ coge en su libro El hombre contra el estado, de 1884, pero la justifica diciendo que la dura experiencia de la raza humana nos ha ido enseñando que el orden li­ beral es el menos perjudicial de todos. Estos principios los hace extensivos Spen­ cer a otras sociedades dominadas por las potencias europeas y en especial por In­ glaterra. A raíz de la guerra de los Boers, por ejemplo, Spencer hizo valer sus opiniones contra el imperialismo y la esclavitud de otros pueblos, de modo que sería totalmente injusto hacerle pasar por simple ideólogo del imperialismo Vic­ toriano. En esta y otras muchas ocasiones, Spencer mostraba su hostilidad contra el estado militarista, e intentaba hallar sustitutivos que paliaran la fuerza antiindivi­ dualista de su autoritarismo. Uno de ellos era la ciencia sociológica. La sociolo­ gía era para Spencer el gran instrumento de autoconocimiento que necesitaban los hombres para irse liberando de sus propios mitos y de sus propias cadenas. La verdadera vocación de la sociología es la de ser una disciplina liberadora, que nos puede arrancar de la trampa de la visión equivocada del mundo que nos ha impuesto nuestra clase social, la educación recibida, nuestras creencias hereda­ das y nunca examinadas. El hombre libre de hoy, dice Spencer en El estudio de la sociología, que publicó en 1873, necesita de la ciencia social.19 Junto a Comte y a Marx, Spencer lanza así la idea de que la ciencia social debe llegar a ser el humanismo del hombre de la era industrial. La sociología no debe, pues, justifi­ carse sólo por su capacidad de solucionar problemas concretos, sino muy espe­ cialmente por su valor educativo y moral, por su capacidad de acrecentar nuestra dignidad de hombres sociables, civiles y conscientes. La sociología, como refle­ xión sobre nuestra propia condición en la era moderna, constituye una fuerza mo­ ral, según Herbert Spencer. Hay buenas razones para discrepar de sus concepcio­ nes de la evolución de la humanidad (como de las de Marx y Comte), pero ya es más difícil hacerlo en lo que se refiere al ideal que él deseaba para la filosofía y la ciencia social. 594 HISTORIA DEL PENSAMIENTO SOCIAL 10. Organicismo y darwinismo social Durante su primera fase de existencia consciente como disciplina, la socio­ logía tuvo un marcado acento organicista, es decir, el símil, cuando no la equi­ paración, con los organismos naturales prevaleció sobre otras interpretaciones de la realidad. Aparte de razones tales como las del origen social de los primeros so­ ciólogos y sus conexiones con la burguesía, este fenómeno se debió, principal­ mente, a dos causas. La primera era el rumbo mismo que había tomado la socio­ logía en Comte y Spencer, el cual apuntaba claramente hacia un evolucionismo organicista. La segunda era el poderoso influjo causado por las doctrinas de Charles Darwin sobre las ciencias sociales. Sus cultivadores creyeron ver en la obra del biólogo británico una fuente inagotable de inspiración para explicar científicamente los fenómenos sociales. Surgió así una corriente que ha sido lla­ mada darwinismo social, y que no es exactamente idéntica a la del organicismo. Sus puntos de contacto son muchos, empero, y un buen número de autores las combinaron en la formación de sus teorías. Darwin mismo llegó a sus revolucionarias conclusiones gracias, en parte, a sus conocimientos de ciencia social. El fenómeno de que una ciencia social in­ fluya sobre un descubrimiento de una ciencia natural es poco frecuente. Darwin había rechazado la idea de que las especies animales son colectividades fijas, in­ capaces de evolucionar. Como otros científicos, Jean-Baptiste Lamarck (1744- 1829) principalmente, Darwin estaba convencido de que toda explicación teoló­ gica de una creación de especies animales era insostenible: las especies debían haberse formado por evolución. Lamarck afirmaba que esa evolución había te­ nido lugar a través de la adaptación progresiva de las especies al medio ambiente, una explicación que no convencía a Darwin. En 1838, Darwin se puso a leer el Tratado sobre la población de Malthus, cuyas explicaciones sobre la lucha por la existencia de los diversos grupos humanos despertaron en él la idea de que simi­ lares procesos se producen en el reino animal. Naturalmente, para llegar a esta conclusión Darwin ya poseía un vasto conocimiento de este último. Sus ideas acerca de la transformación de las especies se redondeó cuando, a la noción mal- thusiana de la lucha por la vida, Darwin añadió la de que, bajo tales circunstan­ cias de lucha, sobrevivirían los individuos más adecuados a ellas, o los más fuer­ tes, y perecerían los demás.20 En 1859 aparecía El origen de las especies, uno de los textos científicos más revolucionarios que se hayan publicado. En él, Darwin exponía claramente sus teorías sobre la evolución animal: la lucha por la vida, la selección natural, la so­ brevivencia de los mejor dotados. El debate levantado por este texto —aceptado sin ruido por los científicos de la época— alcanzó proporciones poco comunes cuando, en 1871, Charles Darwin publicó La ascendencia del hombre, en la que establecía nuestro parentesco con los animales inferiores y en particular con los simios. Quienes más se opusieron a esta teoría fueron los clérigos —tanto pro­ testantes como católicos— y las gentes de poca cultura. Años más tarde, cuando
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