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El Estado y la revolución: La supresión del Estado según Marx y Engels, Apuntes de Ciencia de la administración

En este texto, marx y engels discuten la naturaleza del estado y la supresión de este en el contexto de la revolución socialista. El estado no coincide directamente con la población armada y su organización espontánea. El socialismo reduce la jornada de trabajo y eleva a las masas a una nueva vida, lo que conduce a la extinción completa de todo estado. Se analiza la lucha por el poder entre los partidos burgueses y pequeñoburgueses y el fortalecimiento del poder ejecutivo, especialmente en el contexto del imperialismo.

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 05/06/2017

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¡Descarga El Estado y la revolución: La supresión del Estado según Marx y Engels y más Apuntes en PDF de Ciencia de la administración solo en Docsity! Ediciones Eléctricas Iskra http://www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/3554 V. I. Lenin El Estado y la revolución Nota de esta edición. La presente edición de El Estado y la revolución está tomada de la edición de 1972, realizada para la ‘colección ebro’ por Editions de la Libraire de Globe de París, que reproduce el texto de la edición española de las Obras Escogidas de Lenin, en dos tomos, publicadas por Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948, por la Editorial Progreso. El índice ( y por tanto el título de los Capítulos y Subcapítulos) ha sido tomado de la traducción al castellano de 1978 de Editorial Progreso, del texto publicado en el tomo 33, de la 5ª edición en ruso de las Obras Comple- tas de V. I. Lenin. Algunos párrafos han sido tomados, así mismo, de esta edición, que intentaremos sea el texto definitivo de esta edición, al conside- rarla de mayor calidad literaria. Las notas y el índice de nombres también corresponden a la citada edición de 1978. V. I. Lenin El Estado y la revolución 5 Prologo a la primera edición. La cuestión del Estado adquiere actualmente una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra imperialista ha acelerado y agudizado extraor- dinariamente el proceso de transformación del capitalismo mono- polista en capitalismo monopolista de Estado. La opresión mons- truosa de las masas trabajadoras por el Estado, que se va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de los capitalistas, cobra proporciones cada vez mas monstruosas. Los países adelantados se convierten —y al decir esto nos referi- mos a su «retaguardia»— en presidios militares para los obreros. Los inauditos horrores y calamidades de esta guerra intermina- ble hacen insoportable la situación de las masas, aumentando su indignación. Va fermentando a todas luces la revolución proletaria internacional. La cuestión de la actitud de ésta hacia el Estado adquiere una importancia práctica. Los elementos de oportunismo acumulados durante décadas de desarrollo relativamente pacífico crearon la corriente de socialchovinismo imperante en los partidos socialistas oficiales del mundo entero. Esta corriente (Plejánov, Pótresov, Breshkóvskaia, Rubanóvich y luego, bajo una forma levemente velada, los señores Tsereteli, Chernov y Cía., en Rusia; Scheidemann, Legien, David y otros en Alemania, Renaudel, Guesde, Vandervelde, en Francia y en Bélgica; Hyndman y los fabianos [2], en Inglaterra, etc., etc.), socialismo de palabra y chovinismo de hecho, se distingue por la adaptación vil y lacayuna de los «jefes» del «socialismo»,no sólo a los intereses de «su» burguesía nacional, sino, precisamente, a los intereses de «su» Estado, pues la mayoría de las llamadas grandes potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a mu- chas nacionalidades pequeñas y débiles. Y la guerra imperialista es precisamente una guerra por la partición y el reparto de esta clase de botín. La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la in- fluencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en 160 Indice Prologo a la primera edición. ........................................... 5 Prologo a la segunda edición. ........................................... 6 Capítulo I La sociedad de clases y el Estado. ........................................ 7 1. El Estado, producto del carácter inconciliable de las contradicciones de clase........................................................7 2. Los destacamentos especiales de hombres armados, las cárceles, etc...........................................................................11 3. El Estado instrumento de explotación de la clase oprimida...............................................................................14 4. La “extinción” del Estado y la revolución violenta.............18 Capítulo II El Estado y la revolución. La experiencia de los años 1848-1851.................................................................... 27 1. En vísperas de la revolución.................................................27 2. El balance de la revolución...................................................31 3. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852[*] .....................38 Capítulo III El Estado y la revolución. La experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx. ............................... 41 1. ¿En que consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?..........................................................................41 2. ¿Con que sustituir la máquina del Estado una vez destruida? ............................................................................45 3. La abolición del parlamentarismo.......................................51 4. Organización de la unidad de la nación...............................57 5. La destrucción del Estado parásito......................................61 V. I. Lenin El Estado y la revolución 6 particular, es imposible sin una lucha contra los prejuicios oportu- nistas relativos al «Estado». Comenzamos examinando la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado, deteniéndonos de manera especialmente minuciosa en los aspectos de esta doctrina olvidados o tergiversados de un modo oportunista. Luego, analizaremos especialmente la posición del principal representante de estas tergiversaciones, Carlos Kautsky, el líder más conocido de la II Internacional (1889-1914), que tan lamentable bancarrota ha sufrido durante la guerra actual. Final- mente, haremos el balance fundamental de la experiencia de la revolución rusa de 1905 y, sobre todo, de la de 1917. Esta última cierra, evidentemente, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, sólo puede comprenderse como uno de los eslabones de la cadena de las revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista. La cuestión de la actitud de la revolución socialista del proletariado ante el Estado adquiere, así, no solo una importancia política práctica, sino la importancia más candente como cuestión de explicar a las masas qué deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del capital. El Autor Agosto de 1917 Prologo a la segunda edición. Esta edición, la segunda, no contiene apenas modificaciones. No se ha hecho más que añadir el apartado 3 al capítulo II. El Autor Moscú, 17 de diciembre de 1918. 159 armada contra la Soviética. Hizo no pocos esfuerzos por restablecer la II Internacional. Webb, Beatriz (1858-1943): conocida personalidad social inglesa. Webb, Sidney (1859-1947): conocida personalidad social inglesa, refor- mista. En colaboración con su esposa, Beatriz, escribió diversas obras dedi- cadas a la historia y la teoría del movimiento obrero inglés. Ideólogo de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera, Sidney Webb expuso en sus obras la idea de la solución pacífica del problema obrero en el marco de la sociedad capitalista. Fue uno de los fundadores de la Sociedad Fabiana, de orientación reformista. Durante la guerra imperialista mundial sustentó po- siciones socialchovinistas. Formó parte de los dos primeros gobiernos labo- ristas: en 1924 y en 1929-1931. Simpatizaba con la Unión Soviética. Weydemeyer, José (1818-1866): destacada personalidad del movimiento obrero alemán y norteamericano, amigo y compañero de lucha de Marx y Engels. Zenzínov, V. M. (n. 1881): uno de los dirigentes del partido eserista, de cuyo Comité Central formó parte. Defensista durante la guerra imperialista mundial. En 1917, miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y partidario del bloque con la burguesía. Fue uno de los directores del periódi- co Dielo Naroda («La causa del Pueblo»), órgano de los eseristas. Después de la Revolución Socialista de Octubre, enemigo del Poder soviético y emi- grado blanco. V. I. Lenin El Estado y la revolución 7 Capítulo I La sociedad de clases y el Estado. 1. El Estado, producto del carácter inconciliable de las contradicciones de clase. Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores re- volucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportu- nistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un se- gundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctri- na, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy —¡bromas aparte!— “marxistas”. Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx “nacional-alemán” que, según ellos, educó estas aso- ciaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiña! Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las tergiversacio- nes del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es nece- sario citar toda una serie de pasajes largos de las obras mismas de 158 Struve, P. B. (1870-1944): economista y publicista burgués, uno de los líderes del Partido Demócrata Constitucionalista. En los años 90 fue destaca- do representante del «marxismo legal», hizo «adiciones» y «críticas» a la doctrina económica y filosófica de Carlos Marx, trató de adaptar el marxis- mo y el movimiento obrero a los intereses de la burguesía. Después de la Revolución Socialista de Octubre, enemigo furioso del Poder soviético, miem- bro del Gobierno contrarrevolucionario de Wrangel y emigrado blanco. Treves, Claudio (1868-1933): líder reformista del Partido Socialista Ita- liano. Centrista durante la guerra imperialista mundial. Acogió con hostili- dad la Revolución Socialista de Octubre. Al escindirse el Partido Socialista Italiano en 1922, fue uno de los líderes del Partido Socialista Unitario, de orientación reformista. Tsereteli, I. G. (1882-1959): líder menchevique. Centrista durante la gue- rra imperialista mundial. Al triunfar la revolución democrática burguesa de febrero de 1917 formó parte del Gobierno Provisional burgués como minis- tro de Correos y Telégrafos y, a raíz de los sucesos de julio, como ministro del Interior, siendo uno de los inspiradores de la campaña de persecuciones con- tra los bolcheviques. Después de la Revolución Socialista de Octubre, Tsereteli fue uno de los dirigentes del gobierno menchevique contrarrevolucionario de Georgia, convirtiéndose en emigrado blanco al triunfar el Poder soviético en dicha República. Tugán-Baranovski, M. I. (1865-1919): economista burgués ruso. Desta- cado representante del «marxismo legal» en los años 90. Perteneció al Parti- do Demócrata Constitucionalista durante la revolución de 1905-1907. Des- pués de la Revolución Socialista de Octubre dirigente activo de la contrarrevolución en Ucrania. Turati, Felipe (1857-1932): personalidad destacada del movimiento obre- ro italiano, uno de los organizadores del Partido Socialista Italiano (1892) y líder de su ala derecha, reformista. Centrista durante la guerra imperialista mundial. Adoptó una actitud hostil ante la Revolución Socialista de Octubre. Al escindirse el Partido Socialista Italiano (1922), encabezó el Partido Socia- lista Unitario, de orientación reformista. En 1936 emigró de la Italia fascista a Francia. Vandelvelde, Emilio (1866-1938): líder del Partido Obrero Belga y presi- dente del Buró Socialista Internacional de la II Internacional; sustentó posi- ciones oportunistas extremas. Socialchovinista durante la guerra imperialis- ta mundial, formó parte del gobierno burgués. Después de la revolución democrática burguesa de febrero de 1917 visitó Rusia para hacer agitación en pro de la continuación de la guerra imperialista. Acogió con hostilidad la Revolución Socialista de Octubre y contribuyó activamente a la intervención V. I. Lenin El Estado y la revolución 10 de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de la “conci- liación” de las clases “por el Estado”. Hay innumerables resolu- ciones y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y filistea de la “conciliación”. Que el Esta- do es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta democracia pequeñoburguesa no podrá ja- más comprender, La actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista. De otra parte, la tergiversación “kautskiana” del marxismo es bastante más sutil. “Teóricamente”, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por enci- ma de la sociedad y que “se divorcia cada vez más de la socie- dad”, es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposi- ble, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”. Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más completa, a base del aná- lisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta con- clusión es precisamente —como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes— la que Kautsky ... ha “olvidado” y fal- seado. 155 Mijailovski, N. K. (1842-1904): teórico destacado del populismo liberal, publicista, crítico literario, filósofo positivista y uno de los representantes de la escuela subjetivista en sociología. En 1892 encabezó la revista Rússkoie Bogatstvo («La Riqueza Rusa») desde la que sostuvo una encarnizada lucha contra los marxistas. Montesquieu, Carlos Luis (1689-1755): destacado sociólogo economista y escritor burgués francés. Representante del enciclopedismo burgués del siglo XVIII, teórico de la monarquía constitucional. Napoleón I (Bonaparte) (1769-1821): emperador de Francia en 1804- 1814 y en 1815. Napoleón III (Luis Bonaparte, Luis Napoleón) (1808-1873): emperador de Francia desde 1852 hasta 1870, sobrino de Napoleón I. Al ser derrotada la revolución de 1848, fue elegido Presidente de la República Francesa. En la noche del 1 al 2 de diciembre de 1851 dio un golpe de Estado. Palchinski, P. I. (m. 1930): ingeniero, organizador del consorcio Prodúgol, estrechamente vinculado a los medios bancarios. Después de la revolución democrática burguesa de febrero de 1917, viceministro de Comercio e Indus- tria en el Gobierno Provisional burgués. Inspiró el sabotaje de los industria- les y luchó contra las organizaciones democráticas. Pannekoek, Antonio (1873-1960): socialdemócrata holandés. Desde 1910 estuvo estrechamente vinculado a los socialdemócratas de izquierda alema- nes y colaboró activamente en sus órganos de prensa. Internacionalista du- rante la guerra imperialista mundial. Participó en la publicación de la revista Vorbote («El Precursor»), órgano teórico de la izquierda zimmerwaldiana. De 1918 a 1921 perteneció al Partido Comunista de Holanda y tomó parte en la labor de la Internacional Comunista. Sustentó una posición ultraizquierdista, sectaria. En 1921 abandonó el Partido Comunista y poco después se apartó de la vida política activa. Plejánov, J. V. (1856-1918): relevante personalidad del movimiento obre- ro ruso e internacional, primer propagandista del marxismo en Rusia. En 1883 constituyó en Ginebra la primera organización marxista rusa: el grupo Emancipación del Trabajo. Plejánov luchó contra el populismo y combatió el revisionismo en el movimiento obrero internacional. A comienzos de siglo perteneció a la redacción del periódico Iskra («La Chispa») y de la revista Zariá («La Aurora»). Desde 1883 hasta 1903, Plajánov escribió una serie de obras que desempe- ñaron un importante papel en la defensa y la propaganda de la concepción materialista del mundo. Sin embargo, ya entonces tenía serios errores que fueron el germen de sus posteriores opiniones mencheviques. Después del II Congreso del POSDR adoptó una posición de conciliación con el oportunis- mo, sumándose luego a los mencheviques. En el período de la primera revo- V. I. Lenin El Estado y la revolución 11 2. Los destacamentos especiales de hombres armados, las cárceles, etc. “En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de clan) [5] —prosigue Engels—, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales”... A nosotros, esta agrupación nos pare- ce ‘natural’, pero ella exigió una larga lucha contra la antigua organización en ‘gens’ o en tribus. “La segunda característica es la instauración de un Poder públi- co, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza arma da. Este Poder público es- pecial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población... Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coerciti- vas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía...” Engels desarrolla la noción de esa “fuerza” a que se da el nom- bre de Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esta fuerza? En destacamentos espe- ciales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros elementos. Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hom- bres armados, pues el Poder público propio de todo Estado “no coincide directamente” con la población armada, con su “organi- zación armada espontánea”. Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir la atención de los obreros conscientes precisa- mente hacia aquello que el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir que petrificados El ejército permanente y la policía son los instrumentos fundamenta- 154 de Weimar. Apoyó la política de la burguesía y luchó contra el movimiento revolucionario del proletariado. Liebknecht, Guillermo (1826-1900): destacado dirigente del movimiento obrero alemán e internacional, uno de los fundadores y guías del Partido Socialdemócrata Alemán. Miembro de su Comité Central y director de su órgano central, Vorwärts («Adelante»), desde 1875 hasta el fin de sus días. De 1867 a 1870 fue diputado al Reichstag de Alemania del Norte; a partir de 1874 se le eligió repetidas veces diputado al Reichstag alemán. Utilizó hábil- mente la tribuna del Parlamento para denunciar la reaccionaria política inte- rior y exterior de los junkers prusianos. Fue encarcelado varias veces por su labor revolucionaria. Participó activamente en la I Internacional y en la orga- nización de la II Internacional. Marx y Engels valoraban altamente a Guillermo Liebknecht, pero al mismo tiempo, criticaban algunos de sus erro- res de carácter conciliador y le ayudaban a adoptar una posición justa. Luis Napoleón: véase Napoleón III. Luxemburgo, Rosa (1871-1919): destacada dirigente del movimiento obre- ro internacional y uno de los líderes del ala izquierda de la II Internacional. Figuró entre los fundadores y dirigentes del Partido Socialdemócrata de Po- lonia. Desde 1897 participó activamente en el movimiento socialdemócrata alemán y, más tarde en la fundación del Partido Comunista de Alemania. En enero de 1919 fue detenida y bárbaramente asesinada por los contrarrevolucionarios. Marx, Carlos (1818-1883): fundador del comunismo científico, genial pensador, guía y maestro del proletariado internacional. Mehring, Franz (1846-1919): personalidad relevante del movimiento obre- ro alemán, uno de los líderes y teóricos del ala izquierda de la socialdemocra- cia alemana. Figuró entre los directores del órgano teórico del partido: la revista Die Neue Zeit («Tiempos Nuevos») .Desempeñó un papel destacado en la fundación del Partido Comunista de Alemania. Millerand, Alejandro Esteban (1859-1943): político francés. En los años 90 se adhirió a los socialistas y encabezó la corriente oportunista en el movi- miento socialista francés. En 1899 formó parte del Gobierno burgués reac- cionario de Waldeck-Rousseau, en el colaboró con el general Galliffet, ver- dugo de la Comuna de París. Lenin desenmascaró el millerandismo como una traición a los intereses del proletariado, como una expresión práctica del revisionismo y puso al desnudo sus raíces sociales. Al ser expulsado del Partido Socialista en 1904, Millerand y otros ex- socialistas (Briand, Viviani) formaron el grupo de los «socialistas indepen- dientes» .Fue ministro en 1909-1910, 1912-1913 y 1914-1915. Después de la revolución Socialista de Octubre figuró entre los organizadores de la inter- vención contra la Rusia Soviética. V. I. Lenin El Estado y la revolución 12 les de la fuerza del Poder del Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo? Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era completamente incomprensible esto de una “organización armada espontanea de la población”. A la pregunta de por qué ha surgido la necesidad de destacamentos especiales de hombres armados (policía y ejército permanente) situados por encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo del Occidente de Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un par de frases tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose a la complejidad de la vida social, a la diferenciación de funciones, etc. Estas referencias parecen “científicas” y adormecen magnífica- mente al filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de la sociedad en clases enemigas irreconciliables. Si no existiese esa división, la “organización armada espontánea de la población” se diferenciaría por su complejidad, por su eleva- da técnica, etc., de la organización primitiva de la manada de mo- nos que manejan el palo, o de la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible. Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida en clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento “espontáneo” conduciría a la lucha armada entre ellas. Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato del Estado, nos indica bien visiblemente cómo la clase dominante se esfuerza por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a su servicio, cómo la clase oprimida se es- fuerza en crear una nueva organización de este tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados. 153 Durante la guerra imperialista mundial, Kautsky mantuvo posiciones cen- tristas, encubriendo el socialchovinismo con frases sobre el internacionalismo. Es autor de la teoría reaccionaria del ultraimperialismo. Después de la Revo- lución Socialista de Octubre se pronunció abiertamente contra la revolución proletaria, la dictadura de la clase obrera y el Poder soviético. Kerenski, A. F. (1881-1970): eserista. Después de la revolución democrá- tica burguesa de febrero de 1917 fue ministro de Justicia, de la Guerra y Marina y, posteriormente, primer ministro del Gobierno Provisional y jefe supremo de las fuerzas armadas de Rusia. Al triunfar la Revolución Socialis- ta de Octubre, Kerenski luchó activamente contra el Poder Soviético y en 1918 huyó al extranjero. Kolb, Guillermo (1870-1918): socialdemócrata alemán, oportunista y revisionista recalcitrante; director del Volksfreund («El Amigo del Pueblo»). Socialchovinista durante la guerra imperialista mundial. Kropotkin, P. A. (1842-1921): uno de los principales líderes y teóricos del anarquismo. Chovinista durante la guerra imperialista mundial. Al regresar de la emigración en 1917 siguió sustentando posiciones burguesas; sin em- bargo, en 1920 dirigió una carta a los obreros europeos, en la que reconocía la significación histórica de la Revolución Socialista de Octubre y exhortaba a los obreros a impedir la intervención militar contra la Rusia Soviética. Kugelmann, Ludwig (1830-1902): socialdemócrata alemán, amigo de Carlos Marx; participó en la revolución de 1848-1849 en Alemania y fue miembro de la I Internacional. Lassalle, Fernando (1852-1864): socialista pequeñoburgués alemán, fun- dador de una de las variedades del oportunismo en el movimiento obrero alemán: el lassalleanismo. Lassalle figuró entre los organizadores de la Aso- ciación General de Obreros Alemanes (1863). La fundación de la Asociación fue positiva para el movimiento obrero; pero Lassalle, elegido presidente la encauzó por derroteros oportunistas. Lassalle apoyaba la política de unifica- ción de Alemania «desde arriba» bajo la hegemonía de la Prusia reacciona- ria. La política oportunista de los lasselleanos dificultaba la actividad de la I Internacional y la constitución de un auténtico partido obrero en Alemania y obstaculizaba que los obreros adquirieran conciencia de clase. Legien, Carlos (1861-1920): socialdemócrata de derecha alemán, líder sindical, revisionista. Desde 1890, presidente de la Comisión General Sindi- cal de Alemania. En 1903 fue elegido secretario, y en 1913, presidente del Secretariado Sindical Internacional. Desde 1893 hasta 1920 (con interva- los), diputado al Reichstag en representación del Partido Socialdemócrata Alemán. Socialchovinista extremista durante la guerra imperialista mun- dial. En 1919 y 1920 fue miembro de la Asamblea Nacional de la República V. I. Lenin El Estado y la revolución 15 Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada de los funcionarios como órganos del Poder del Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué los coloca por encima de la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue resuelta prácticamente por la Comuna de París en 1871 y cómo la esfumó reaccionariamente Kautsky en 1912: “Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los anta- gonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida...” No fueron sólo el Estado antiguo y el Estado feudal órganos de explotación de los escla- vos y de los campesinos siervos y vasallos: también “el moderno Estado representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo, excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna se equilibran hasta tal pun- to, que el Poder del Estado adquiere momentáneamente, como aparente mediador, una cierta independencia respecto a ambas” ... Tal aconteció con la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero y del segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania. Y tal ha acontecido también —agregamos nosotros— con el gobierno de Kerenski, en la Rusia republicana, después del paso a las persecuciones del proletariado revolucionario, en un momento en que los Soviets, como consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas pequeñoburgueses, son ya impotentes, y la burguesía no es todavía lo bastante fuerte para disolverlos pura y simplemen- te. En la república democrática —prosigue Engels— “la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más segu- 150 por reformas tendentes a mejorar la situación económica de los obreros bajo el capitalismo. Es autor de la fórmula oportunista «El movimiento lo es todo; el objetivo final, nada». Durante la guerra imperialista mundial mantuvo posiciones centristas, encubriendo el socialchovinismo con frases acerca del internacionalismo. En los años posteriores siguió apoyando la política de la burguesía imperialista y combatió la Revolución Socialista de Octubre y el Estado soviético. Bismarck, Otón Eduardo Leopoldo (1815, 1898): estadista y diplomático de Prusia y Alemaia. Su objetivo funadmental fue unificar «a sangre y fue- go» los pequeños Estados alemanes diseminados y formar el Imperio alemán único bajo la égida de la Prusia de los junkers (terratenientes). En enero de 1871 ocupó el cargo de canciller del Imperio alemán y durante veinte años dirigió toda la política interior y exterior de Alemania, orientándola en bene- ficio de los junkers y tratando, al mismo tiempo, de asegurar la alianza de estos con la burguesía. Al fracasr en sus intentos de estrangular el movimien- to obrero con la ayuda de la ley de excepción contra los socialistas, promul- gada por él en 1878, Bismarck presentó un programa demagógico de legisla- ción social y dictó una ley sobre el seguro obligatorio de algunas categorías de obreros. Sin embargo, su tentativa de corromper el movimiento obrero por medio de míseras limosnas no se vio coronada con el éxito. Fue destituido en 1890. Bissolati, Leónidas (1857-1920): uno de los fundadores del Partido Socia- lista Italiano; lider de su ala reformista, de extrema derecha. Expulsado del Partido Socialista Italiano en 1912, formó el Partido Social-Reformista. Du- rante la guerra imperialista mundial fue socialchovinista, propugnando la participación de Italia en la contienda al lado de la Entente. En 1916-1918 formó parte del gobierno como ministro sin cartera. Bonaparte, Luis: véase Napoleón III. Bracke, Guillermo (1824-1880): socialista alemán, editor y librero; figuró entre los fundadores y dirigentes del partido de los eisenacheanos (1869). Fue uno de los principales editores y distribuidores de las publicaciones del partido. Branting, Carlos Hjalmar (1860-1925): líder del Partido Socialdemócra- ta de Suecia y uno de los dirigentes de la II Internacional. Sustentó posicio- nes oporrtunistas. Desde 1887 hasta 1917 dirigió (con intervalos) el órgano del partido: el periódico Socialdemokraten («El Socialdemócrata»). De 1897 a 1925 fue diputado al Riksdag. Socialchovinista durante la guerra imperia- lista mundial. En 1917 formó parte del Gobierno de coalición liberal-socia- lista de Eden y apoyó la intervención militar contra la Rusia Soviética. Breshko-Breshkóvskaya, E. K. (1844-1934): organizadora y dirigente, entre otros , del partido eserista; perteneció a su ala de extrema derecha. Al V. I. Lenin El Estado y la revolución 16 ro”, y lo ejerce, en primer lugar, mediante la “corrupción directa de los funcionarios” (Norteamérica), y, en segundo lugar, me- diante la “alianza del gobierno con la Bolsa” (Francia y Norteamérica). En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han “desarrollado”, hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos métodos adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren. Si, por ejemplo, en los primeros meses de la repúbli- ca democrática rusa, en los meses que podemos llamar de la luna de miel de los “socialistas” —socialrevolucionarios y mencheviques— con la burguesía, en el gobierno de coalición, el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción contra los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir del ministerio, el señor Palchinski (sustituido, naturalmente, por otro Palchinski exactamente igual) fue “recompensado” por los capitalistas con un puestecito de 120.000 rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es un soborno directo o indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los consorcios o son “solamente” lazos de amistad? ¿Qué papel desempeñan los Chernov y los Tsereteli, los Avkséntiev y los Skóbelev? ¿El de aliados “directos” o solamente indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos? La omnipotencia de la “riqueza” es más segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura políti- ca de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este Poder. 149 Índice de Nombres Avxéntiev, N. D. (1878-1943): uno de los líderes del partido eserista y miembro de su Comité Central. Socialchovinista foribundo durante la guerra imperialista nundial. Después de la revolución democrática burguesa de fe- brero de 1917 fue presidente del Comité ejecutivo del Soviet de diputados campesinos de toda Rusia; ministro del Interior en el segundo Gobierno Provisional de coalición, y , más tarde, presidente del contrarrevolucionario «consejo Provisional de la República de Rusia» (anteparlamento). Organiza- dor de levantamientos contrarrevolucionarios después de la Revolución So- cialista de Octubre. Bakunin, M. A. (1814-1876): uno de los ideólogos del populismo y del anarquismo. Desde 1840 vivió ffuera de Rusia. Participó en la revolución de 1848-1849 en Alemania. Perteneció a la y Internacional, en la que actuó como enemigo rabioso del marxismo. Bakunin negaba todo Estado, incluida la dictadura del proletariado; no comprendía la misión histórica universal del proletariado y se oponía abiertamente a la creación de un partido político independiente de la clase obrera, defendiendo que los obreros, debían abste- nerse de participar en la vida política. Marx y Engels combatieron enérgica- mente las concepciones reaccionarias de Bakunin, que en 1872 fue explusado de la Internacional por su labor escisionista. Bebel, Augusto (1840-1913): destacadísima personalidad de la socialde- mocracia alemana y del movimiento obrero internacional. Empezó su activi- dad política en la primera mitad de la década de los 60 y fue mienbro de la y Internacional. En 1869 fundó, en unión de Guillermo Liebknecht, el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania («eisenacheanos»). Fue elegido repe- tidas veces diputado al Reichstag. En los años 90 del siglo pasado y a co- mienzos del XX combatió el reformismo y el revisionismo en las filas de la socialdemocracia alemana. Lenin consideraba que los discursos de Bebel contra los bernsteinianos eran «un modelo de defensa de las concepciones marxistas y de lucha por el verdadero carácter socialista del partido obrero» (V. y. Lenisn. Augusto Bebel). Berstein, Eduardo (1850-1932): Líder del ala oportunista extrema de la socialdemocracia alemana y de la II Internacional, teórico del revisionismo y del reformismo. Actuó en el movimiento socialdemócrata desde mediados de la década del 70. De 1881 a 1889 dirigió el órgano central del Partido Social- demócrata Alemán: Der Sozialdemokrat («El Socialdemócrata»). En 1896- 1898 publicó en la revista Die Neue Zeit («Tiempos Nuevos») la serie de artículos Problemas del socialismo, recopilados después en un libro titulado Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, en los que revisó abiertamente las bases filosóficas, económicas y políticas del marxis- mo. Declaró que la tarea principal del movimiento obrero consistía en luchar V. I. Lenin El Estado y la revolución 17 Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las ense- ñanzas de la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es “el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el Estado actual”. Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto, “más” del sufragio universal. Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, “en el Estado actual “, un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica. Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de manifiesto que esta afirmación de Engels completamente clara, precisa y concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los partidos socialistas “oficiales” (es decir, opor- tunistas). Una explicación minuciosa de toda la falsedad de esta idea, rechazada aquí por Engels, la encontraremos más adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado “actual “. En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus puntos de vista en los siguientes términos: “Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido so- ciedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder estatal. Al llegar a una determi- nada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesa- riamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acer- camos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una nece- V. I. Lenin El Estado y la revolución 20 Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensa- mientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socia- lista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Esta- do, según Marx, “se extingue”, a diferencia de la doctrina anar- quista de la “abolición” del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta “interpreta- ción” no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar de “extinción” del Estado, en un sentido corriente, genera- lizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución. Además, semejante “interpretación” es la más tosca tergiversa- ción del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el “resumen” contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad. En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasa- je que, al tomar el Poder del Estado, el proletaria do “destruye, con ello mismo, el Estado como tal”. “No es uso” pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo en absoluto o conside- rarlo algo así como una “debilidad hegeliana” de Engels. En reali- dad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamen- te en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la “destrucción” del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se “extingue”, según Engels, sino que “es des- truido “ por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario. 145 En la redacción de Pravda se concentró una parte considerable de la labor de organización del partido. Pravda sufrió constantes persecuciones policíacas. Fue suspendido el 8 (21) de julio de 1914, reapareciendo después de triunfar la revolución demo- crática burguesa de febrero de 1917. Desde el 5 (18) de marzo de 1917, el periódico se publicó como órgano del Comité Central y del Comité de San Petersburgo del POSDR. De julio a octubre de 1917, Pravda,perseguido por el Gobierno Provisional contrarevolucionario, cambió repetidas veces de título. Y sólo a partir del 27 de octubre (9 de noviembre) de 1917 reapareció con su viejo título. Pravda ocupa un importantísimo lugar en la historiadel partido bolchevi- que. La generación de obreros avanzados educada por Pravda desempeñó un papel relevante en la Gran Revolución Socialista de Octubre y en la edifica- ción del socialismo. [30] Véase la Introducción de F. Engels a la obra de C. Marx La guerra civil en Francia. [31] Lenin se refiere al discurso que pronunció el menchevique Tsereteli, ministro del Gobierno Provisional, el 11 (24) de junio de 1917 en una re- unión conjunta del Presidium del y Congreso de los Soviets de toda Rusia, del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados campesinos y de los burós de todos los grupos del congreso. Los líderes eseristas y mencheviques organi- zaron dicha reunión para, aprovechándose de que tenían mayoría en ella, asestar un golpe al partido bolchevique. En su discurso, de tono histérico, Tsereteli declaró que la manifestación anunciada por los bolcheviques para el 10 (23) de junio era «un complot de los bolcheviques con el fin de derribar el gobierno y tomar el poder». Todo el discurso de Tsareteli tuvo un carácter calumnioso y contrarrevolucionario. Los bolcheviques abandonaron la re- unión en señal de protesta contra las calumnias de Tsereteli y de otros líderes eseristas y mencheviques. Lenin no asistió a esta reunión y estuvo en contra de que se participara en ella. En una carta a la redacción de Pravda comuni- có que «mantenía la negativa por principio de los bolcheviques a participar en esta reunión, presentando una declaración por escrito en la que dijeran: no participamos en ninguna reunión dedicada a estas cuestiones (prohibi- ción de las manifestaciones)» (Carta a la redacción de «Pravda»,26 (13) de junio de 1917. [32] Los-von-Kirche-Bewegung (Movimiento en pro de la separación de la Iglesia) o Kirchenaustrittsbewegung (Movimiento en pro del abandono de la Iglesia): movimiento que adquirió carácter de masas en Alemania en víspe- ras de la primera guerra mundial. En enero de 1914, la revista Die Neue Zeit publicó un artículo del revisionista Paul Ghöre, titulado V. I. Lenin El Estado y la revolución 21 En segundo lugar, el Estado es una “fuerza especial de repre- sión”. Esta magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más completa claridad. Y de ella se deduce que la “fuerza especial de represión” del proletariado por la bur- guesía, de millones de trabajadores por un puñado de ricachos, debe sustituirse por una “fuerza especial de represión” de la bur- guesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste precisamente la “destrucción del Estado como tal”. En esto consiste precisamente el “acto” de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una “fuerza especial” (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, en modo alguno, bajo la forma de “extinción”. En tercer lugar, Engels, al hablar de la “extinción” y —con frase todavía más plástica y colorida— del “adormecimiento” del Esta- do, se refiere con absoluta claridad y precisión a la época poste- rior a la “toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la sociedad”, es decir, posterior a a la revolución socialista. Todos nosotros sabemos que la forma política del “Estado”, en esta época, es la democracia más completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por consiguiente, Engels hable aquí del “adormecimiento” y de la “extinción” de la demo- cracia. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto sólo es “incomprensible” para quien no haya comprendido que la de- mocracia también es un Estado y que, consiguientemente, la de- mocracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser “destruido” por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, sólo puede “extinguirse”. En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la “extinción del Estado”, Engels declara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas, como contra 144 proudhonismo para predicar la colaboración entre las clases. Marx hizo una crítica demoledora del proudhonismo en su obra Miseria de la Filosofía. [22] Lenin se refiere al artículo de Marx El indiferentismo en materia política y al artículo de Engels De la autoridad publicados en diciembre de 1873 en la recopilación italiana Almanacco Republicano per l’anno 1874,y en 1913, traducidos al alemán, en la revista Die Neue Zeit. [23] C. Marx. El indiferentismo en materia política. [24] F. Engels. De la autoridad. [25] F. Engels. De la autoridad. [26] Lenin alude a la obra de Marx Miseria de la Filosofía. [27] Programa de Erfurt: programa del Partido Socialdemócrata Alemán aprobado en el Congreso de Erfurt (octubre de 1891). Representó un paso adelante en comparación con el Programa de Gotha (1875). Se basaba en la doctrina marxista acerca del hundimiento inevitable del modo de producción capitalista y de su sustitución por el modo de producción socialista. En el Programa de Erfurt se recalcaba la necesidad de que la clase obrera desplega- ra la lucha política, se destacaba el papel del partido como dirigente de esta lucha, etc., pero en él se hacían también serias concesiones al oportunismo. Engels criticó detalladamente el proyecto inicial de este programa en su obra Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891,que fue, en el fondo, una crítica del oportunismo de toda la II Interna- cional. Sin embargo, los dirigentes de la socialdemocracia alemana oculta- ron a las masas del partido la crítica de Engels, y sus observaciones más importantes no fueron tomadas en consideración al redactarse el texto defi- nitivo del programa. Lenin consideraba que el silenciamiento de la dictadura del proletariado era el defecto principal del Programa de Erfurt, una conce- sión cobarde hecha al oportunismo. [28] La Ley de excepción contra los socialistas fue promulgada en Alema- nia en 1878 por el Gobierno Bismarck para luchar contra el movimiento obrero y socialista. En virtud de esta ley fueron prohibidas todas las organi- zaciones del Partido Socialdemócrata, las organizaciones obreras de masas y la prensa obrera; se confiscaron las publicaciones socialistas y se persiguió a los socialdemócratas por todos los medios. En 1890, bajo la presión del mo- vimiento obrero de masas, cada día más fuerte, la Ley de Excepción contra los socialistas fue derogada. [29] Pravda («la Verdad»): primer periódico bolchevique legal; empezó a publicarse en San Petersburgo el 22 de abril (5 de mayo) de 1912. Lenin dirigía ideológicamente Pravda,colaboraba en casi todos sus números, daba indicaciones a la redacción y se esforzaba por que el periódico tuviera un espíritu combativo, revolucionario. V. I. Lenin El Estado y la revolución 22 los anarquistas. Además, Engels coloca en primer plano la conclu- sión que, derivada de su tesis sobre la “extinción del Estado”, se dirige contra los oportunistas. Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar acerca de la “extinción” del Estado, nueve mil nove- cientos noventa no saben u olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus conclusiones deriva- das de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más probable es que nueve no sepan qué es el “Estado popular libre” y por qué el atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas. ¡Así se escribe la Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclu- sión contra los anarquistas se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las cabezas del modo más simpli- ficado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión contra los oportunistas la han esfumado y “olvidado”! El “Estado popular libre” era una reivindicación programática y una consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. En esta consigna no hay el menor contenido políti- co, fuera de una filistea y enfática descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto a “justificar”, “por el mo- mento”, esta consigna desde el punto de vista de la agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la in- comprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asala- riada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una “fuerza especial para la represión” de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del 70.[6] 143 por la diversidad de las condiciones sociales, les brindarán, sin duda, más peculiaridades que la revolución rusa». La historia confirma plenamente esta genial previsión de Lenin. [15] Se alude al Segundo Manifiesto del Consejo General de la Asocia- ción Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco-Prusiana. A todos los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Europa y los Estados Unidos, escrito por Marx en Londres entre el 6 y el 9 de septiembre de 1870.[ volver] [16] Lenin se refiere a las manifestaciones hechas por Jorge Plejánov en los artículos Nuestra situación y Una vez más acerca de nuestra situación (Carta al camarada X), publicados en noviembre y diciembre de 1905, en los números 3 y 4 de Dnievnik SotsialDemokrata («El Diario del Socialdemó- crata»).[ volver] [17] Véase la carta de C. Marx a L. Kugelmann del 12 de abril de 1871. [18] Dielo Naroda («La causa del Pueblo»): diario, órgano del partido eserista; se editó en Petrogrado desde marzo de 1917 hasta julio de 1918, cambiando de título varias veces. Sustentó una posición defensista y conci- liadora y apoyó al Gobierno Provisional burgués. Reanudó su publicación en octubre de 1918 en Samara (cuatro números) y en marzo de 1919 en Moscú (diez números), siendo suspendido por su labor contrarevolucionaria. [19] Girondinos:grupo político durante la revolución burguesa de fines del siglo XVIII en Francia. Los girondinos representaban los intereses de la burguesía moderada, vacilaban entre la revolución y la contrarevolución y siguieron la senda de las componendas con la monarquía [20] Blanquistas:partidarios de una corriente en el movimiento socialista francés, encabezados pos luis Augusto Blanqui (1805-1881), eminente revo- lucionario y destacado representante del comunismo utópico francés. Los blanquistas, decía Lenin, esperaban que «la humanidad se libraría de la es- clavitud asalariada por medio de un complot de una minoría de intelectuales, y no por medio de la lucha de clase del proletariado» (V. I. Lenin, A propósito del balance del congreso). Al sustituir la labor del partido revolucionario con las acciones de un puñado de conspiradores, no tenían en cuenta la situación concreta necesaria para el triunfo de la insurrección y menospre- ciaban los vínculos con las masas. [21] Proudhonianos:adeptos de una corriente anticientífica del socialismo pequeñoburgés que recibieron tal denominación del nombre de su ideólogo, el anarquista francés Proudhon. Este criticaba la gran propiedad capitalista desde un punto de vista pequeñoburgués; soñaba con perpetuar la pequeña propiedad privada; rechazaba la lucha de clases, la revolución proletaria y la dictadura del proletariado, y, como anarquista que era, negaba la necesidad del Estado. Los «teóricos» burgueses han utilizado mucho las ideas del V. I. Lenin El Estado y la revolución 25 implacablemente el oportunismo de este programa[9]), este pane- gírico no tiene nada de “apasionamiento”, nada de declamatorio, nada de arranque polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se mani- fiesta con singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta agitación. La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de “extinción”. Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolu- ción. Y esta parte de su doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a analizar. 140 [6] Lenin alude a las obras Crítica del programa de Gotha (capítulo IV, de C. Marx, y Anti-Düring, de F. Engels, así como a la carta de F. Engels a A. Bebel del 18-28 de Marzo de 1875. [7] C. Marx. El Capital t. I.[ volver] [8] Guerra de los treinta años (1618-1648): primera guerra europea, fruto del enconamiento de las contradicciones entre diferentes grupos de estados europeos. Adquirió la forma de lucha entre protestantes y católicos. La gue- rra empezó con un levantamiento en Bohemia contra la tiranía de la monar- quía de los Habsburgos y la ofensiva de la reacción católica. Los estados europeos que entraron después en la contienda formaron dos campos. El Papa, los Habsburgos españoles y austríacos y los príncipes católicos de Ale- mania, unidos bajo bandera del catolicismo, combatieron contra países pro- testantes: Bohemia, Dinamarca, Suecia, república de Holanda y varios Esta- dos alemanes que habían adoptado la Reforma. Los países protestantes fueron apoyados por los reyes franceses, enemigos de los Habsburgos. Alemania, escenario principal de esta guerra, fue objeto del pillaje bélico y de las preten- siones anexionistas de las participantes en la conflagración. La guerra termi- nó en 1648 con la firma de la paz de Westfalia, que refrendó el fracciona- miento político de Alemania. [9] Programa de Gotha: programa aprobado por el Partido Socialista Obrero de Alemania en su Congreso de Gotha (1875) en el que se unificaron los dos partidos socialistas alemanes existentes hasta entonces: los eisenacheanos (dirigidos por Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht e influenciados ideo- lógicamente por Marx y Engels) y los lassellanos. El programa adolecía de eclecticismo y era oportunista, pues los eisenacheanos hicieron concesiones a los lassellanos en las cuestiones más importantes y aceptaron sus fórmulas. Marx y Engels sometieron el proyecto de Programa de Gotha a una crítica demoledora /el primero, en su obra Crítica del Programa de Gotha; el se- gundo, en su carta a Bebel del 18-28 de marzo de 1875), viendo en él un considerable paso atrás en comparación con el programa eisenacheano de 1869.. [10] A fines del siglo XIX y comienzos del XX los medios gobernantes de la burguesía de diversos paises recurrieron a una complicada maniobra — dieron participación en gobiernos burgueses reaccionarios a algunos lideres reformistas de los partidos socialistas—, con el propósito de dividir el movi- miento obrero y, por medio de concesiones insignificantes, apartar al proleta- riado de la lucha revolucionaria. En 1892, en Inglaterra fue elegido diputado al Parlamento John Burns, uno de los «traidores manifiestos a la clase obre- ra, vendidos a la burguesía por una cartera ministerial» (V. I. Lenin, La reunión del Buró Socialista Internacional). En 1899, en Francia entró en el Gobierno burgués de R. Waldeck-Rousseau el socialista Alejandro Esteban V. I. Lenin El Estado y la revolución 139 la disociación del campesinado en clases y las contradicciones en su seno — entre los campesinos pobres y los kulaks (burguesía rural)— y rechazaban el papel dirigente del proletariado en la revolución. Eran peculiares de los eseristas el aventurerismo en política y, como principal método de lucha contra el zarismo, el terrorismo individual. Después de triunfar la revolución democrática burguesa de febrero de 1917, los eseristas, en unión de los mencheviques, fueron el principal punto de apoyo del Gobierno Provisional contrarrevolucionario, del que formaron parte los líderes de dicho partido. En los años de la intervención extranjera y de la guerra civil en Rusia, los eseristas lucharon contra el Poder soviético. Mencheviques: corriente oportunista en la socialdemocracia rusa, una de las tendencias del oportunismo internacional. Quedó formada en el II Con- greso del POSDR (1903) con adversarios de la Iskra leninista. Al elegirse en el congreso los organismos centrales del partido, los leninistas obtuvieron la mayoría («bolshinstvó»), en tanto que los oportunistas quedaron en minoría («menshinstvó»). Tal es el origen de las denominaciones «bolcheviques» (mayoritarios) y «mencheviques» (minoritarios). Los mencheviques recha- zaron el programa revolucionario del partido, la hegemonía del proletariado en la revolución y la alianza de la clase obrera y del campesinado, propug- nando un acuerdo con la burguesía liberal. Al ser derrotada la revolución de 1905-1907, los mencheviques pretendie- ron liquidar el partido revolucionario clandestino del proletariado. En 1917 colaboraron en el Gobierno Provisional burgués, y después de triunfar la Gran Revolución Socialista de Octubre se unieron a otros partidos contrarevolucionarios en la lucha contra el Poder soviético. [5] Organización gentilicia (de tribu o de clan) de la sociedad: régimen de la comunidad primitiva o primera formación socioeconómica que conoce la historia de la humanidad. La comunidad gentilicia era una colectividad de consanguíneos, unidos por lazos económicos y sociales. El régimen gentili- cio pasó por dos períodos de desarrollo: el matriarcado y el patriarcado. Este último culminó en la transformación de la sociedad primitiva en una socie- dad dividida en clases y en el surgimiento del Estado. La propiedad social de los medios de producción y la distribución igualitaria de los productos cons- tituían la base de las relaciones de producción del régimen primitivo, lo que correspondía, en lo fundamental, al bajo nivel de desenvolvimiento de las fuerzas productivas y a su carácter en aquel período. Véanse acerca del régimen de la sociedad primitiva: C. Marx, Extracto del libro de Conway Lloyd Morgan «La sociedad antigua»; F. Engels, «El ori- gen de la familia, la propiedad privada y el Estado». V. I. Lenin El Estado y la revolución 27 Capítulo II El Estado y la revolución. La experiencia de los años 1848-1851 1. En vísperas de la revolución. Las primeras obras del marxismo maduro, “Miseria de la Filoso- fía” y el “Manifiesto Comunista”, datan precisamente de la víspera de la revolución de 1848. Esta circunstancia hace que en estas obras se contenga, hasta cierto punto, además de una exposición de los fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la situa- ción revolucionaria concreta de aquella época; por eso será, qui- zás, más conveniente examinar lo que los autores de esas obras dicen acerca del Estado, inmediatamente antes de examinar las conclusiones sacadas por ellos de la experiencia de los anos 1848- 1851. “En el transcurso del desarrollo, la clase obrera —escribe Marx en ‘Miseria de la Filosofía’— sustituirá la antigua sociedad bur- guesa por una asociación que excluya a las clases y su antago- nismo; y no existirá ya un Poder político propiamente dicho, pues el Poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad burguesa” (pág. 182 de la edición alemana de 1885). Es interesante confrontar con esta exposición general de la idea de la desaparición del Estado después de la supresión de las clases, la exposición que contiene el “Manifiesto Comunista”, escrito por Marx y Engels algunos meses después, a saber, en noviembre de 1847: “Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proleta- riado, hemos seguido la guerra civil más o menos latente que existe en el seno de la sociedad vigente, hasta el momento en que 138 sintetizaciones de Lenin. Este utilizó los materiales reunidos como base de su libro El Estado y la revolución. Según el plan trazado por su autor, el libro debía tener siete capítulos, pero Lenin no escribió el séptimo, titulado La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Se han conservado sus planes detallados y el plan de la Conclusión. El libro apareció después de la Revolución Socialista de Octu- bre, de 1918, con una tirada de 30.700 ejemplares. La segunda edición apareció en 1919. Lenin agregó un nuevo apartado. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852, al segundo capítulo. [2] Fabianos; miembros de la Sociedad Fabiana, organización reformista inglesa fundada en 1884. Esta sociedad debe su nombre al caudillo romano Fabio Máximo (s. III a. n. e.), llamado Cunctátor (El Contemporizador) por su táctica expectante, que consistía en rehuir los combates decisivos n la guerra contra Anibal. Los miembros de la Sociedad Fabiana eran principal- mente intelectuales burgueses: científicos, escritores y políticos (S. y B. Webb, Bernardo Shaw, Ramsay MacDonald y otros); negaban la necesidad de la lucha de clase del proletariado y de la revolución socialista y afirmaban que el paso del capitalismo al socialismo es posible únicamente por medio de pequeñas reformas y transformaciones paulatinas de la sociedad. Lenin defi- nió el fabianismo como una «tendencia de oportunismo extremo». En 19000, la Sociedad Fabiana ingresó en el Partido Laborista. El «socialismo fabiano» es una de las fuentes de la ideología laborista. Durante la primera guerra mundial (1914-1918), los fabianos mantuvieron una posición socialchovinista. [3] Hegel expuso la teoría del Estado en la parte final del libro Grundlinien de Philosophiedes Rechts («Fundamentos de filosofía del Derecho»), publi- cado en 1821. Marx hizo un amplio análisis del libro de Hegel (pág. 261- 313, en las que trata del Estado) en su obra Crítica de la filosofía hegeliana del Derecho. Las conclusiones a que llegó Marx como resultado del análisis crítico de las concepciones de Hegel fueron comentadas por Engels, en su artículo Carlos Marx, con las siguientes palabras: «Partiendo de la filosofía hegeliana del Derecho, Marx llegó al covencimiento de que la clave para comprender el proceso del desarrollo histórico de la humanidad no hay que buscarla en el Estado, presentado por Hegel como «la culminación del edifi- cio», sino, por el contrario, en «la sociedad civil», de la que Hegel hablaba con tanto desprecio». [4] Eseristas (socialistas-revolucionarios): partido pequeñoburgués funda- do en Rusia a fines de 1901 y comienzos de 1902. Los eseristas reivindicaban la abolición de la propiedad privada de la tierra y la entrega de esta a las comunidades campesinas, según el principio de su usufructo igualitario. No veían las diferencias de clase entre el proletariado y el campesinado, velaban V. I. Lenin El Estado y la revolución 30 cuentemente la doctrina de la lucha de clases hasta llegar a estable- cer la doctrina sobre el Poder político, sobre el Estado. El derrocamiento de la dominación de la burguesía sólo puede llevarlo a cabo el proletariado, como clase especial cuyas condi- ciones económicas de existencia le preparan para ese derrocamiento y le dan la posibilidad y la fuerza de efectuarlo. Mientras la burgue- sía desune y dispersa a los campesinos y a todas las capas pequeñoburguesas, cohesiona, une y organiza al proletariado. Sólo el proletariado —en virtud de su papel económico en la gran pro- ducción— es capaz de ser el jefe de todas las masas trabajadoras y explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota, esclavi- za y oprime no menos, sino más que a los proletarios, pero que no son capaces de luchar por su cuenta para alcanzar su propia libera- ción. La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del Estado y de la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación política del proletariado, de su dictadura, es decir, de un Poder no compartido con nadie y apoya- do directamente en la fuerza armada de las masas. El derroca- miento de la burguesía sólo puede realizarse mediante la transfor- mación del proletariado en clase dominante, capaz de aplastar la resistencia inevitable y desesperada de la burguesía y de organizar para el nuevo régimen económico a todas las masas trabajadoras y explotadas. El proletariado necesita el Poder del Estado, organización cen- tralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplas- tar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner en marcha” la economía socialista. Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado, vanguardia capaz de tomar el Poder y de condu- cir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente, el jefe de todos los traba- 135 Palabras finales a la primera edición. Este folleto fue escrito en los meses de agosto y septiembre de 1917. Tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente, del VII: “La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917”. Pero, fuera del título, no me fue posible escribir ni una sola línea de este capí- tulo: vino a “estorbarme” la crisis política, la víspera de la RevoIución de Octubre de 1917. De “estorbos” así no tiene uno más que alegrarse. Pero la redacción de la segunda parte del folle- to (dedicada a “La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917”) habrá que aplazarla seguramente por mucho tiempo; es más agradable y más provechoso vivir la “experiencia de la revo- lución” que escribir acerca de ella. El Autor Petrogrado, 30 de noviembre de 1917. Esta obra fue escrita en agosto y septiembre de 1917. En 1918 fue publicada en forma de folleto por la editorial “Zhizn y Znanie (La Vida y la Ciencia)”. Se imprimió según el texto del folleto publicado por la editorial Kommunist (1919), confrontado con el manuscrito y con la edi- ción de 1918. V. I. Lenin El Estado y la revolución 31 jadores y explotados en la obra de construir su propia vida social sin burguesía y contra la burguesía. Por el contrario, el oportunis- mo hoy imperante educa en sus partidos obreros a los represen- tantes de los obreros mejor pagados, que están apartados de las masas y se “arreglan” pasablemente bajo el capitalismo, vendien- do por un plato de lentejas su derecho de primogenitura, es decir, renunciando al papel de jefes revolucionarios del pueblo contra la burguesía. “El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase do- minante”: esta teoría de Marx se halla inseparablemente vinculada a toda su doctrina acerca de la misión revolucionaria del proleta- riado en la historia. El coronamiento de esta su misión es la dicta- dura proletaria, la dominación política del proletariado. Pero si el proletariado necesita el Estado como organización especial de la violencia contra la burguesía, de aquí se desprende por sí misma la conclusión de si es concebible que pueda crearse una organización semejante sin destruir previamente, sin aniquilar aquella máquina estatal creada para sí por la burguesía. A esta conclusión lleva directamente el “Manifiesto Comunista”, y Marx habla de ella al hacer el balance de la experiencia de la revolución de 1848-1851. 2. El balance de la revolución. En el siguiente pasaje de su obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, Marx hace el balance de la revolución de 1848-1851, respecto a la cuestión del Estado, que es el que aquí nos interesa: “Pero la revolución es radical. Está pasando todavía por el pur- gatorio. Cumple su tarea con método. Hasta el 2 de diciembre de 1851 [día del golpe de Estado de Luis Bonaparte] había termi- nado la mitad de su labor preparatoria; ahora, termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección el Poder parlamentario, para poder derrocarlo. Ahora, conseguido ya esto, lleva a la per- 134 Si tenemos en cuenta esta circunstancia, tenemos derecho a lle- gar a la conclusión de que la Segunda Internacional, en la aplas- tante mayoría de sus representantes ofíciales, ha caído de lleno en el oportunismo. La experiencia de la Comuna no ha sido solamen- te olvidada, sino tergiversada. No sólo no se inculcó a las masas obreras que se acerca el día en que deberán levantarse y destruir la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por una nueva y convir- tiendo así su dominación política en base para la transformación socialista de la sociedad, sino que se les inculcó todo lo contrario y se presentó la “conquista del Poder” de tal modo, que se dejaban miles de portillos abiertos al oportunismo. La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión de la actitud de la revolución proletaria hacia el Estado no podían por menos de desempeñar un enorme papel en el momento en que los Estados, con su aparato militar reforzado a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían en monstruos guerreros, que devora- ban a millones de hombres para dirimir el litigio de quién había de dominar el mundo: sí Inglaterra o Alemania, si uno u otro capital financiero*. * El manuscrito continúa: “Capítulo VII La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. El tema indicado en el título de este capítulo es tan enormemen- te vasto, que sobre él podrían y deberían escribirse tomos enteros. En este folleto, habremos de limitarnos, como es lógico, a las en- señanzas más importantes de la experiencia que guardan una rela- ción directa con las tareas del proletariado en la revolución con respecto al Poder del Estado.” (Aquí se interrumpe el manuscrito. N. de la Redacción). V. I. Lenin El Estado y la revolución 32 fección el Poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión, lo aísla, se enfrenta con él, con el único objeto de concentrar contra él todas las fuerzas de destrucción [subrayado por nosotros]. Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará y gritará jubilosa: ¡bien has hozado, viejo topo! Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y la tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar”. La primera revolu- ción francesa desarrolló la centralización, “pero al mismo tiem- po amplió el volumen, las atribuciones y el número de servido- res del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado”. La monarquía legítima y la monarquía de julio “no añadieron nada más que una mayor división del trabajo...” “...Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del Poder del gobier- no. Todas Ias revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez dedestrozarIa [subrayado por nosotros]. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor” (“El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907). En este notable pasaje, el marxismo avanza un trecho enorme en comparación con el “Manifiesto Comunista”. Allí, la cuestión del Estado planteábase todavía de un modo extremadamente abstrac- to, operando con las nociones y las expresiones más generales. Aquí, la cuestión se plantea ya de un modo concreto, y la conclu- sión a que se llega es extraordinariamente precisa, definida, prácti- camente tangible: todas las revoluciones anteriores perfecciona- 133 Estado, para que el mismo proletariado armado sea el gobierno. Son “dos cosas muy distintas”. Kautsky quedará en la grata compañía de los Legien y los David, los Plejánov, los Pótresov, los Tsereteli y los Chernov, que están completamente de acuerdo en luchar por “un desplazamiento de la relación de fuerzas dentro del Poder del Estado”, por “ganar la mayoría en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del go- bierno”, nobilisimo fin en el que todo es aceptable para los oportu- nistas, todo permanece en el marco de la república parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura con los oportunistas; y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la lucha, no por “el desplazamiento de la relación de fuerzas”, sino por el derrocamiento de la burguesía, por la destrucción del parlamenta- rismo burgués, por una República democrática del tipo de la Co- muna o una República de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, por la dictadura revolucionaria del proletariado. * * * Más a la derecha que Kautsky están situadas, en el socialismo internacional, corrientes como la de los Cuadernos mensuales so- cialistas[48] en Alemania (Legien, David, Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos Stauning y Branting), los jauresistas[49] y Vandervelde en Francia y Bélgica, Turati, Treves y otros representantes del ala derecha del partido italiano, los fabianos y los “independientes” (“Partido Laborista Independiente”, que en realidad ha estado siempre bajo la dependencia de los liberales) en Inglaterra[50], etc. Todos estos señores, que desempeñan un papel enorme, no pocas veces predominante, en la labor parlamentaria y en la labor publicitaria del partido, niegan francamente la dictadu- ra del proletariado y practican un oportunismo descarado. Para estos señores, la “dictadura” del proletariado ¡¡”contradice” la democracia!! No se distinguen substancialmente en nada serio de los demócratas pequeñoburgueses. V. I. Lenin El Estado y la revolución 35 quilos y honorables, que colocan a sus poseedores por encima del pueblo. Fijaos en lo ocurrido en Rusia en el medio año transcurri- do desde el 27 de febrero de 1917[11]: los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente a los miembros de las centu- rias negras, se han convertido en botín de kadetes[12], mencheviques y socialrevolucionarios. En el fondo, no se pensaba en ninguna reforma seria, esforzándose por aplazadas “hasta la Asamblea Constituyente”, y aplazando poco a poco la Asamblea Constitu- yente ¡hasta el final de la guerra! ¡Pero para el reparto del botín, para la ocupación de los puestecitos de ministros, subsecretarios, gobernadores generales, etc., etc., no se dio largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente! El juego en torno a combina- ciones para formar gobierno no era, en el fondo, más que la expre- sión de este reparto y reajuste del “botín”, que se hacía arriba y abajo, por todo el país, en toda la administración, central y local. El balance, un balance objetivo, del medio año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917 es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los puestecitos burocráticos, y los “errores” del reparto se corrigieron mediante algunos reajus- tes. Pero cuanto más se procede a estos “reajustes” del aparato bu- rocrático entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses (entre los kadetes, socialrevolucionarios y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo ruso), con tanta mayor claridad ven las clases oprimidas, y a la cabeza de ellas el proletariado, su hostilidad irre- conciliable contra toda la sociedad burguesa. De aquí la necesi- dad, para todos los partidos burgueses, incluyendo a los más de- mocráticos y “revolucionario-democráticos”, de reforzar la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los acontecimientos obliga a la revolución “a concen- trar todas las fuerzas de destrucción “ contra el Poder estatal, la obliga a proponerse como objetivo, no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aplastarla. 130 sueldos equiparados al salario medio de un obrero, y, además de esto, la sustitución de las instituciones parlamentarias por “institu- ciones de trabajo, es decir, que dictan leyes y las ejecutan”[46]. En el fondo, toda la argumentación de Kautsky contra Pannekoek, y especialmente su notable argumento de que tampo- co en las organizaciones sindicales y del Partido podemos prescin- dir de funcionarios, revelan la repetición por parte de Kautsky de los viejos “argumentos” de Bernstein contra el marxismo en gene- ral. En su libro de renegado “Las premisas del socialismo”, Bernstein combate las ideas de la democracia “primitiva”, lo que él llama “democratismo doctrinario”: mandatos imperativos, fun- cionarios sin sueldo, una representación central impotente, etc. Como prueba de que este democratismo “primitivo” es inconsis- tente, Bernstein se refiere a la experiencia de las tradeuniones in- glesas, en la interpretación de los esposos Webb[47]. Según ellos, en los setenta años que llevan de existencia, las tradeuniones, que se han desarrollado, a su decir, “en completa libertad” (página 137 de la edición alemana), se han convencido precisamente de la inutili- dad del democratismo primitivo y han sustituido éste por el democratismo corriente: por el parlamentarismo, combinado con el burocratismo. En realidad, las tradeuniones no se han desarrollado “en com- pleta libertad”, sino en completa esclavitud capitalista, bajo la cual es lógico que “no pueda prescindirse” de una serie de concesiones a los males imperantes, a la violencia, a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los asuntos de la “alta” administración. Bajo el socialismo, revive inevitablemente mucho de la democracia “pri- mitiva”, pues por primera vez en la historia de las sociedades civi- lizadas la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia no sólo en votaciones y en elecciones, sino también en la labor diaria de la administración. Bajo el socialismo, todos inter- vendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija. V. I. Lenin El Estado y la revolución 36 No fue la deducción lógica, sino el desarrollo real de los aconte- cimientos, la experiencia viva de los años 1848-1851, lo que con- dujo a esta manera de plantear la cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx rigurosamente a la base efectiva de la experiencia histórica, se ve teniendo en cuenta que en 1852 Marx no plantea todavía el problema concreto de saber con qué se va a sustituir esta máquina del Estado que ha de ser destruida. La experiencia no suministraba todavía entonces los materiales para esta cues- tión, que la historia puso al orden del día más tarde, en 1871. En 1852, con la precisión del observador que investiga la historia na- tural, sólo podía registrarse una cosa: que la revolución proletaria había de abordar la tarea de “concentrar todas las fuerzas de destrucción” contra el Poder estatal, la tarea de “romper” la má- quina del Estado. Aquí puede surgir esta pregunta: ¿Es justo generalizar la experien- cia, las observaciones y las conclusiones de Marx, aplicándolas a zo- nas más amplias que la historia de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851? Para examinar esta pregunta, comenzaremos recordan- do una observación de Engels y pasaremos luego a los hechos. “Francia —escribía Engels en el prólogo a la tercera edición del ’18 Brumario’— es el país en el que las luchas históricas de clases se han llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio y donde, por tanto, las formas políticas varia- bles dentro de las que se han movido estas luchas de clases y en las que han encontrado su expresión los resultados de las mis- mas, y en las que se condensan sus resultados, adquieren tam- bién los contornos más acusados. Centro del feudalismo en la Edad Media y país modelo de la monarquía unitaria corporativa desde el Renacimiento, Francia pulverizó el feudalismo en la gran revolución e instauró la dominación pura de la burguesía bajo una forma clásica como ningún otro país de Europa. Tam- bién la lucha del proletariado que se alza contra la burguesía dominante reviste aquí una forma violenta, desconocida en otros países” (pág. 4, ed. de 1907) 129 guesía y empapada hasta el tuétano de rutina y de inercia), o si se la destruye, sustituyéndola por otra nueva. La revolución debe con- sistir, no en que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja máquina del Estado, sino en que destruya esta máquina y mande, gobierne con ayuda de otra nueva : este pensamiento fun- damental del marxismo se esfuma en Kautsky, o bien éste no lo ha comprendido en absoluto. La pregunta que hace a propósito de los funcionarios demuestra palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas de la Co- muna, ni la doctrina de Marx. “Ni en el Partido ni en los sindicatos podemos prescindir de funcionarios’... No podemos prescindir de funcionarios bajo el capitalismo, bajo la dominación de la burguesía. El proletariado está oprimido, las masas trabajadoras están esclavizadas por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la democracia se ve coartada, cohibida, truncada, mutilada por todo el ambiente de la esclavitud asalariada, por la penuria y la miseria de las masas. Por esto, y solamente por esto, los funcionarios de nuestras organizaciones políticas y sindicales se corrompen (o, para decirlo más exactamente, tienden a corrom- perse) bajo el ambiente del capitalismo y muestran la tendencia a convertirse en burócratas, es decir, en personas privilegiadas, di- vorciadas de las masas, situadas por encima de las masas. En esto reside la esencia del burocratismo, y mientras los capita- listas no sean expropiados, mientras no se derribe a la burguesía, será inevitable una cierta “burocratización” incluso de los funcio- narios proletarios. Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue habiendo funcio- narios electivos, esto quiere decir que bajo el socialismo sigue ha- biendo también burócratas, ¡que sigue habiendo burocracia! Y esto es precisamente lo que es falso. Precisamente sobre el ejemplo de la Comuna, Marx puso de manifiesto que bajo el socialismo los funcionarios dejan de ser “burócratas”, dejan de ser “funciona- rios”, dejan de serlo a medida que se implanta, además de la elegi- bilidad, la amovilidad en todo momento, y, además de esto, los V. I. Lenin El Estado y la revolución 37 La última observación está anticuada, ya que a partir de 1871 se ha operado una interrupción en la lucha revolucionaria del prole- tariado francés, si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye, en modo alguno, la posibilidad de que, en la próxima revolución proletaria, Francia se revele como el país clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo. Pero echemos una ojeada general a la historia de los países ade- lantados a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Veremos que, de un modo más lento, más variado, y en un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla el mismo proceso: de una parte, la formación del “Poder parlamentario”, lo mismo en los países republicanos (Francia, Norteamérica, Suiza) que en los monárqui- cos (Inglaterra, Alemania hasta cierto punto, Italia, los Países Es- candinavos, etc.); de otra parte, la lucha por el Poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se reparten y se vuelven a repartir el “botín” de los puestos burocráticos, de- jando intangibles las bases del régimen burgués; y finalmente, el perfeccionamiento y fortalecimiento del “Poder ejecutivo”, de su aparato burocrático y militar. No cabe la menor duda de que éstos son los rasgos generales que caracterizan toda la evolución moderna de los Estados capita- listas en general. En el transcurso de tres años, de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma rápida, tajante, concentrada, los mis- mos procesos de desarrollo característicos de todo el mundo capi- talista. Y en particular el imperialismo, la época del capital bancario, la época de los gigantescos monopolios capitalistas, la época de trans- formación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolis- ta de Estado, revela un extraordinario fortalecimiento de la “má- quina del Estado”, un desarrollo inaudito de su aparato burocrático y militar, en relación con el aumento de la represión contra el pro- letariado, así en los países monárquicos como en los países repu- blicanos más libres. 128 trata no es de saber qué estructura presentará el aparato admi- nistrativo del ‘Estado del porvenir’, sino de saber si nuestra lu- cha política destruirá [literalmente: disolverá, auflöst ] el Poder del Estado antes de haberlo conquistado nosotros [subrayado por Kautsky]. ¿Qué ministerio, con sus funcionarios, podría suprimirse?” Y se enumeran los ministerios de Instrucción, de Justicia, de Hacienda, de Guerra. “No, con nuestra lucha políti- ca contra el gobierno no eliminaremos ninguno de los actuales ministerios. .. Lo repito, para prevenir equívocos: aquí no se trata de la forma que dará al ‘Estado del porvenir’ la socialde- mocracia triunfante, sino de la que quiere dar al Estado actual nuestra oposición” (pág. 725). Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek había planteado precisamente la cuestión de la revolución. Así se dice con toda claridad en el título de su artículo y en los pasajes citados. Al saltar a la cuestión de la “oposición”, Kautsky suplanta precisamente el punto de vista revolucionario por el punto de vista oportunista. La cosa aparece, en él, planteada así: ahora estamos en la oposición; después de la conquista del Poder, ya veremos. ¡La revolución desaparece! Esto era precisamente lo que exigían los oportunistas. Aquí no se trata de la oposición ni de la lucha política en general, sino precisamente de la revolución. La revolución consiste en que el proletariado destruye el “aparato administrativo” y todo el apa- rato del Estado, sustituyéndolo por otro nuevo, formado por los obreros armados. Kautsky revela una “veneración supersticiosa” de los “ministerios”, pero ¿por qué estos ministerios no han de poder sustituirse, supongamos, por comisiones de especialistas adjuntas a los Soviets soberanos y todopoderosos de Diputados Obreros y Soldados? La esencia de la cuestión no está, ni mucho menos, en saber si han de seguir los “ministerios” o si ha de haber “comisiones de especialistas” o cualesquiera otras instituciones; esto es completa- mente secundario. La esencia de la cuestión está en si se mantiene la vieja máquina del Estado (enlazada por miles de hilos a la bur- V. I. Lenin El Estado y la revolución 40 cimiento de la lucha de clases al terreno de las relaciones burgue- sas. (¡Y dentro de este terreno, dentro de este marco, ningún libe- ral culto se negaría a reconocer, “en principio”, la lucha de clases!) El oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de cla- ses precisamente a lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento sin precedentes, en que ésta reviste formas agu- das nunca vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser inevitablemente un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictato- rial de una manera nueva (contra la burguesía). Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una cla- se es necesaria, no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la “sociedad sin clases”, del comunismo. Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esen- cia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no pue- de, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abun- dancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del proletariado[14]. 125 defendiendo la táctica revolucionaria, abrigaban unánimemente la convicción de que Kautsky se pasaba a la posición del “centro”, el cual, vuelto de espaldas a los principios, vacilaba entre el marxis- mo y el oportunismo. Que esta apreciación era exacta vino a de- mostrarlo plenamente la guerra, cuando la corriente del “centro” (erróneamente denominada marxista) o del “kautskismo” se reve- ló en toda su repugnante miseria. En el artículo “Las acciones de masas y la revolución” (“Neue Zeit”, 1912, XXX, 2), en el que se toca la cuestión del Estado, Pannekoek caracterizaba la posición de Kautsky como una posi- ción de “radicalismo pasivo”, como la “teoría de esperar sin ac- tuar”. “Kautsky no quiere ver el proceso de la revolución” (pág. 616). Planteando la cuestión en estos términos, Pannekoek abor- daba el tema que nos interesa aquí, o sea el de las tareas de la revolución proletaria respecto al Estado. “La lucha del proletariado —escribía— no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el Poder del Estado, sino una lu- cha contra el Poder del Estado... El contenido de la revolución proletaria es la destrucción y eliminación [literalmente: disolu- ción, Auflösung ] de los medios de fuerza del Estado por los medios de fuerza del proletariado... La lucha cesa únicamente cuando se produce, como resultado final, la destrucción comple- ta de la organización estatal. La organización de la mayoría de- muestra su superioridad al destruir la organización de la mino- ría dominante” (pág. 548). La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek adolece de defectos muy grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está clara, y es interesante ver cómo Kautsky la refuta. “Hasta aquí —escribe Kautsky— la diferencia entre los social- demócratas y los anarquistas consistía en que los primeros que- rían conquistar el Poder del Estado, y los segundos, destruirlo. Pannekoek quiere las dos cosas” (pág. 724). V. I. Lenin El Estado y la revolución 41 Capítulo III El Estado y la revolución. La experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx. 1. ¿En que consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros? Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870, Marx previno a los obreros de París; demostrándoles que la tentativa de derribar el gobierno sería un disparate dictado por la desesperación[15]. Pero cuando en marzo de 1871 se impuso a los obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron, cuando la insu- rrección fue un hecho, Marx saludó la revolución proletaria con el más grande entusiasmo, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se aferró a la condena pedantesca de un movimiento “extem- poráneo”, como el tristemente célebre renegado ruso del marxis- mo Plejánov, que en noviembre de 1905 había escrito alentando a la lucha a los obreros y campesinos y que después de diciembre de 1905 se puso a gritar como un liberal cualquiera: “¡No se debía haber empuñado las armas!”[16] Marx, por el contrario, no se contentó con entusiasmarse ante el heroísmo de los comuneros, que, según sus palabras, “asaltaban el cielo”[17]. Marx veía en aquel movimiento revolucionario de ma- sas, aunque éste no llegó a alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso práctico más impor- tante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar esta ex- periencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella su teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx. La única “corrección” que Marx consideró necesario introducir en el “Manifiesto Comunista” fue hecha por él a base de la expe- riencia revolucionaria de los comuneros de París. 124 Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky debe servir de medida para comparar lo que la socialde- mocracia alemana prometía ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (sin excluir al mismo Kautsky) al estallar la guerra. “La situación actual —escribía Kautsky, en el citado folleto— en- cierra el peligro de que a nosotros (es decir, a la socialdemocracia alemana) se nos pueda tomar fácilmente por más moderados de lo que somos en realidad”. ¡En realidad, el partido socialdemócrata alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más opor- tunista de lo que parecía! Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la era ya iniciada de las revoluciones, es tanto más característi- co que, en un folleto consagrado según sus propias palabras a analizar precisamente la cuestión de la “revolución política “, se eluda absolutamente una vez más la cuestión del Estado. De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de estas evasivas, resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del que hablaremos en seguida. Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky, declarase: Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en particular, el carácter inevitable de la revo- lución social del proletariado (1902). Reconozco que ha comen- zado la nueva era de las revoluciones (1909). Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en 1852, tan pronto como se plantea la cuestión de las tareas de la revolu- ción proletaria en relación con el Estado (1912). Así, en efecto, se planteó de un modo tajante la cuestión en la polémica de Kautsky con Pannekoek. 3. La polémica de Kautsky con Pannekoek. Pannekoek se levantó contra Kautsky como uno de los repre- sentantes de aquella tendencia “radical de izquierda” que contaba en sus filas a Rosa Luxemburgo, a Carlos Rádek y a otros, y que, V. I. Lenin El Estado y la revolución 42 El último prólogo a la nueva edición alemana del “Manifiesto Comunista”, suscrito por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio de 1872. En este prólogo, los autores, Carlos Marx y Fede- rico Engels, dicen que el programa del “Manifiesto Comunista” está “ahora anticuado en ciertos puntos”. “... La Comuna ha demostrado, sobre todo —continúan—, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal tal y como está y servirse de ella para sus propios fines” ... .” Las palabras puestas entre comillas, en esta cita, fueron tomadas por sus autores de la obra de Marx “La guerra civil en Francia”. Así, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigan- tesca a esta enseñanza fundamental y principal de la Comuna de París, que la introdujeron como corrección esencial en el “Mani- fiesto Comunista”. Es sobremanera característico que precisamente esta corrección esencial haya sido tergiversada por los oportunistas y que su senti- do sea, probablemente, desconocido de las nueve décimas partes, si no del noventa y nueve por ciento de los lectores del “Manifies- to Comunista”. De esta tergiversación trataremos en detalle más abajo, en el capítulo consagrado especialmente a las tergiversacio- nes. Aquí, bastará señalar que la manera corriente, vulgar, de “en- tender” las notables palabras de Marx citadas por nosotros consis- te en suponer que Marx subraya aquí la idea del desarrollo lento, por oposición a la toma del Poder por la violencia, y otras cosas por el estilo. En realidad, es precisamente lo contrario. El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper la “máquina estatal tal y como está” y no limitarse simplemente a apoderarse de ella. El 12 de abril de 1871, es decir, justamente en plena Comuna, Marx escribió a Kugelmann: 123 tiempo, para que, de este modo, nadie pueda convertirse en “bu- rócrata”. Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: “la Comuna era, no una corporación parlamentaria, sino una cor- poración de trabajo, que dictaba leyes y al mismo tiempo las ejecu- taba”[43]. Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el par- lamentarismo burgués, que asocia la democracia (no para el pue- blo) al burocratismo (contra el pueblo ), y el democratismo pro- letario, que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta la completa destrucción del burocratismo, has- ta la implantación completa de la democracia para el pueblo. Kautsky revela aquí la misma “veneración supersticiosa” hacia el Estado, la misma “fe supersticiosa” en el burocratismo. Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra los opor- tunistas, a su folleto titulado “El camino del Poder” (inédita, según creemos, en Rusia, ya que se publicó en pleno apogeo de la reac- ción en nuestro país, en 1909)[44]. Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no se habla de un programa revolucio- nario en general, como en el folleto de 1899 contra Bernstein, no se habla de las tareas de la revolución social, desglosándolas del momento en que ésta estalla, como en el folleto “La revolución social”, de 1902, sino de las condiciones concretas que nos obli- gan a reconocer que comienza la “era de las revoluciones”. En este folleto, el autor señala de un modo definido la agudiza- ción de las contradicciones de clase en general y el imperialismo, que desempeña un papel singularmente grande en este sentido. Después del “período revolucionario de 1789 a 1871” en la Euro- pa occidental, por el año 1905 comienza un período análogo para el Oriente. La guerra mundial se avecina con amenazante celeri- dad. “El proletariado no puede hablar ya de una revolución pre- matura”. “Hemos entrado en un período revolucionario”. “La era revolucionaria comienza”. V. I. Lenin El Estado y la revolución 45 En la Europa de 1871, el proletariado no formaba la mayoría ni en un solo país del continente. Una revolución “popular”, que arras- trase al movimiento verdaderamente a la mayoría, sólo podía serlo aquella que abarcase tanto al proletariado como a los campesinos. Ambas clases formaban en aquel entonces el “pueblo”. Ambas clases están unidas por el hecho de que la “máquina burocrático- militar del Estado” las oprime, las esclaviza, las explota. Destruir, romper esta máquina: tal es el verdadero interés del “pueblo”, de su mayoría, de los obreros y de la mayoría de los campesinos, tal es la “condición previa” para una alianza libre de los campesinos pobres con los proletarios, sin cuya alianza la democracia será precaria, y la transformación socialista, imposible. Hacia esta alianza precisamente se abría camino, como es sabi- do, la Comuna de París, si bien no alcanzó su objetivo por una serie de causas de carácter interno y externo. Consiguientemente, al hablar de una “revolución verdaderamente popular”, Marx, sin olvidar para nada las características de la pe- queña burguesía (de las cuales habló mucho y con frecuencia), tenía en cuenta con la mayor precisión la correlación efectiva de clases en la mayoría de los Estados continentales de Europa, en 1871. Y, de otra parte, constataba que la “destrucción” de la má- quina estatal responde a los intereses de los obreros y campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea común de suprimir al “parásito” y sustituirlo por algo nuevo. ¿Pero con qué sustituirlo concretamente? 2. ¿Con que sustituir la máquina del Estado una vez destruida? En 1847, en el “Manifiesto Comunista”, Marx daba a esta pre- gunta una respuesta todavía completamente abstracta, o, más exac- tamente, una respuesta que señalaba las tareas, pero no los medios para resolverlas. Sustituir la máquina del Estado, una vez destrui- da, por la “organización del proletariado como clase dominante”, 120 ¡¡de que estas formas concretas no podemos conocerlas de ante- mano!! Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la tarea del Partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución. Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky consa- grada también en gran parte a refutar los errores dei oportunismo: su folleto “La revolución social”. El autor toma aquí como tema especial la cuestión de la “revolución proletaria” y del “régimen proletario”. El autor nos suministra muchas cosas muy valiosas, pero soslaya precisamente la cuestión del Estado. En este folleto se habla constantemente de la conquista del Poder del Estado, y sólo de esto; es decir, se elige una fórmula que es una concesión hecha al oportunismo, toda vez que éste admite la conquista del Poder sin destruir la máquina del Estado. Precisamente aquello que en 1872 Marx consideraba como “anticuado” en el programa del “Manifiesto Comunista” es lo que Kautsky resucita en 1902[42]. En ese folleto se consagra un apartado especial a las “formas y armas de la revolución social”. Aquí se habla de la huelga política de masas, de la guerra civil, de esos “medios de fuerza del gran Estado moderno que son la burocracia y el ejército”, pero no se dice ni una palabra de lo que ya enseñó a los obreros la Comuna. Evidentemente, Engels sabía lo que hacía cuando prevenía, espe- cialmente a los socialistas alemanes, contra la “veneración supers- ticiosa” del Estado. Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante “conver- tirá en realidad el programa democrático”, y expone los puntos de éste. Ni una palabra se nos dice acerca de lo que el año 1871 aportó como nuevo en punto a la cuestión de la sustitución de la democracia burguesa por la democracia proletaria. Kautsky se contenta con banalidades tan “sólidamente” sonoras como ésta: “Es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación bajo las condiciones actuales. La misma revolución presupone largas V. I. Lenin El Estado y la revolución 46 “por la conquista de la democracia”: tal era la respuesta del “Ma- nifiesto Comunista”. Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de masas la respuesta a la cuestión de qué formas concretas habría de revestir esta organización del proletariado como clase dominante y de qué modo esta organización habría de coor- dinarse con la “conquista de la democracia” más completa y más consecuente. En su “Guerra civil en Francia”, Marx somete al análisis más atento la experiencia de la Comuna, por breve que esta experien- cia haya sido. Citemos los pasajes más importantes de esta obra: “En el siglo XIX, se desarrolló, procedente de la Edad Media, “el poder centralizado del Estado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura”. Con el desarrollo del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, “el Poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de un poder público para la opresión del trabajo, el carácter de una máquina de dominación de clase. Después de cada revolución, que marcaba un paso adelante en la lucha de clases, se acusaba con rasgos cada vez más salientes el carácter puramente opresor del Poder del Estado”. Después de la revolución de 1848-1849, el Poder del Estado se convierte en un “arma nacional de guerra del capital contra el trabajo”. El Segundo Imperio lo consolida. “La antítesis directa del Imperio era la Comuna”. Era la forma definida” “de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de la dominación de clase, sino la domina- ción misma de clase...” ¿En qué había consistido, concretamente, esta forma “definida” de la república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que había comenzado a crear? “...El primer decreto de la Comuna fue ... la supresión del ejér- cito permanente para sustituirlo por el pueblo armado...” 119 No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escan- daloso del pensamiento de Marx. Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la bernsteiniada? Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, cita- do por nosotros más arriba, del prólogo de Engels a “La guerra civil” de Marx, diciendo que, según éste, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina del Estado existente, pero que en general si puede tomar posesión de ella, y nada más. Kautsky no dice ni una palabra de que Bernstein atribuye a Marx exactamente lo contrario del verdadero pensamiento de éste, ni dice que, desde 1852, Marx destacó como misión de la revolución proletaria el “destruir” la máquina del Estado[41]. ¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más esencial entre el marxismo y el oportunismo en punto a la cuestión de las tareas de la revolución proletaria! “La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura proletaria —escribía Kautsky “contra “ Bernstein— es cosa que podemos dejar con completa tranquilidad al porvenir” (pág. 172 de la edición alemana). Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que es, en el fondo, una concesión hecha a éste, una entrega de posiciones al oportunismo, pues, por el momento, nada hay que tanto interese a los oportunistas como el “dejar con completa tranquilidad al por- venir” todas las cuestiones cardinales sobre las tareas de la revolu- ción proletaria. Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero Kautsky, en 1899, ante la traición completa de los oportunistas contra el marxismo en este punto, sustituye la cues- tión de si es necesario destruir o no esta máquina por la cuestión de las formas concretas que ha de revestir la destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad filistea “indiscutible” (y estéril) V. I. Lenin El Estado y la revolución 47 Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos que deseen llamarse socialistas. ¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice mejor que nada la conducta de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, que precisamente después de la revolución del 27 de febrero han renunciado de hecho a po- ner en práctica esta reivindicación! “...La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de París. Eran responsables y podían ser revocados en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o repre- sentantes reconocidos de la clase obrera... La policía, que hasta entonces había sido instrumento del gobierno central, fue despo- jada inmediatamente de todos sus atributos políticos y converti- da en instrumento de la Comuna, responsable ante ésta y revo- cable en todo momento... Y lo mismo se hizo con los funciona- rios de todas las demás ramas de la administración... Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeña- ban cargos públicos lo hacían por el salario de un obrero. Todos los privilegios y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron junto con éstos... Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, instrumentos de la fuerza material del antiguo gobierno, la Comuna se apresuró a destruir también la fuerza de opresión espiritual, el poder de los curas.. . Los funcionarios judiciales perdieron su aparente independencia... En el futuro debían ser elegidos públicamente, ser responsables y revocables...” Por tanto, la Comuna sustituye la máquina estatal destruida, apa- rentemente “sólo” por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este “sólo” representa un cambio gigantesco de unas instituciones por otras de un tipo distinto por principio. Aquí estamos precisamente ante uno de esos casos de “transformación de la cantidad en calidad”: la democra- 118 menores que le asaltaron antes de lanzarse a la campana contra Bernstein. Pero aun encierra una significación mucho mayor la circunstan- cia de que en su misma polémica con los oportunistas, en su plan- teamiento de la cuestión y en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de la más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una propensión sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión del Estado. Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el opor- tunismo, su libro “Bernstein y el programa socialdemócrata”. Kautsky refuta con todo detalle a Bernstein. Pero he aquí una cosa característica. En sus erostráticamente célebres “Premisas del so- cialismo”, Bernstein acusa al marxismo de “blanquismo “ (acusa- ción que desde entonces para acá han venido repitiendo miles de veces los oportunistas y los burgueses liberales en Rusia contra los representantes del marxismo revolucionario, los bolcheviques). Aquí Bernstein se detiene especialmente en “La guerra civil en Francia”, de Marx, e intenta —muy poco afortunadamente, como hemos visto— identificar el punto de vista de Marx sobre las ense- ñanzas de la Comuna con el punto de vista de Proudhon. Bernstein consagra una atención especial a aquella conclusión de Marx que éste subrayó en su prólogo de 1872 al “Manifiesto Comunista” y que dice así: “La clase obrera no puede limitarse a tomar simple- mente posesión de la máquina estatal existente y a ponerla en mar- cha para sus propios fines”. A Bernstein le “gustó” tanto esta sentencia, que la repitió nada menos que tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más tergiversado y oportunista. Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir, romper, hacer saltar (Sprengung : hacer estallar, es la ex- presión que emplea Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la cosa como si Marx precaviese a la clase obre- ra, con estas palabras, contra el revolucionarismo excesivo en la conquista del Poder. V. I. Lenin El Estado y la revolución 50 po que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del ca- pitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la sociedad, pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importan- cia en conexión con la “expropiación de los expropiadores” ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en propiedad social. “Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y la burocracia, la Comuna —escribe Marx— convirtió en realidad la consigna de todas las revoluciones burguesas: un gobierno barato”. Entre los campesinos, al igual que en las demás capas de la pe- queña burguesía, sólo “prospera”, sólo “se abre paso” en sentido burgués, es decir, se convierten en gentes acomodadas, en burgue- ses o en funcionarios con una situación garantizada y privilegiada, una minoría insignificante. La inmensa mayoría de los campesinos de todos los países capitalistas en que existe una masa campesina (y estos países capitalistas forman la mayoría), se halla oprimida por el gobierno y ansía derrocarlo, ansía un gobierno “barato”. Esto puede realizarlo sólo el proletariado, y, al realizarlo, da al mismo tiempo un paso hacia la transformación socialista del Esta- do. 3. La abolición del parlamentarismo. “La Comuna —escribió Marx— debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y eje- cutiva al mismo tiempo...” “...En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al pueblo en el parlamento, el sufragio uni- 115 Capítulo VI El envilecimiento del marxismo por los oportunistas. La cuestión de las relaciones entre el Estado y la revolución social y entre ésta y el Estado, como en general la cuestión de la revolución, ha preocupado muy poco a los más conocidos teóri- cos y publicistas de la II Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este proceso de desarrollo gradual del oportu- nismo, que llevó a la bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso cuando abordaban de lleno esta cuestión se esforza- ban en eludirla o no la advertían. En términos generales, puede decirse que de esta actitud evasiva ante la cuestión de las relaciones entre la revolución proletaria y el Estado, actitud evasiva favorable para el oportunismo y de la que se nutría éste, surgió la tergiversación del marxismo y su completo envilecimiento. Fijémonos, para caracterizar, aunque sea brevemente, este pro- ceso lamentable, en los teóricos más destacados del marxismo, en Plejánov y Kautsky. 1. La polémica de Plejánov con los anarquistas. Plejánov consagró a la cuestión de las relaciones entre el anar- quismo y el socialismo un folleto especial, titulado “Anarquismo y socialismo”, publicado en alemán en 1894. Plejánov se las ingenió para tratar este tema eludiendo en abso- luto el punto más actual y más candente, y el más esencial en el terreno político, de la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente las relaciones entre la revolución y el Estado y la cuestión del Es- tado en general! En su folleto descuellan dos partes. Una, históri- co-literaria, con valiosos materiales referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc. Otra, filistea, con torpes razona- V. I. Lenin El Estado y la revolución 51 versal debía servir al pueblo, organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los patronos para encon- trar obreros, inspectores y contables con destino a sus empre- sas”. Esta notable crítica del parlamentarismo, trazada en 1871, figu- ra también hoy, gracias al predominio del socialchovinismo y del oportunismo, entre las “palabras olvidadas” del marxismo. Los ministros y parlamentarios profesionales, los traidores al proleta- riado y los “mercachifles” socialistas de nuestros días han dejado íntegramente a los anarquistas la crítica del parlamentarismo, y sobre esta base asombrosamente juiciosa han declarado toda críti- ca del parlamentarismo ¡¡como “anarquismo” !!No tiene nada de extraño que el proletariado de los países parlamentarios “adelan- tados”, asqueado de “socialistas” como los Scheidemann, David, Legien, Sembat, Renaudel, Henderson, Vandervelde, Stauning, Branting, Bissolati y Cía., haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo, a pesar de que éste es hermano carnal del oportunismo. Pero para Marx la dialéctica revolucionaria no fue nunca esa vacua frase de moda, esa bagatela en que la han convertido Plejánov, Kautsky y otros. Marx sabía romper implacablemente con el anarquismo por su incapacidad para aprovecharse hasta del “establo” del parlamentarismo burgués —sobre todo cuando se sabe que no se está ante situaciones revolucionarias—, pero, al mismo tiempo, sabía también hacer una crítica auténticamente re- volucionario-proletaria del parlamentarismo. Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parla- mento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más democráticas. Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parla- mentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el V. I. Lenin El Estado y la revolución 52 punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dón- de está entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir de él? Hay que decir, una y otra vez, que ]as enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el “socialdemócrata” moderno (léase: para los actuales trai- dores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria. La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la aboli- ción de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charla- tanería en “corporaciones de trabajo”[46]. “La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiem- po”. “No una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo”: ¡este tiro va derecho al corazón de los parlamentarios modernos y de los “perrillos falderos” parlamentarios de la social- democracia! Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etc.: la verdadera labor “de Estado” se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores. En los parla- mentos no se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al “vulgo”. Y tan cierto es esto, que hasta en la república rusa, república democrática burguesa, antes de haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de manifiesto en seguida todos estos pecados del parlamentarismo. Héroes del filisteísmo podrido como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los Avkséntiev se las han arreglado para envilecer hasta a los Soviets, según el patrón del más sórdido parlamentarismo bur- gués, convirtiéndolos en vacuos lugares de charlatanería. En los Soviets, los señores ministros “socialistas” engañan a los ingenuos 113 ni nuestra meta final, sino sólo un escalón necesario para limpiar radicalmente la sociedad de la bajeza y de la infamia de la explota- ción capitalista y para seguir avanzando. A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir ellos mismos el Estado, hayan tomado ellos mismos este asunto en sus manos, hayan “puesto en marcha” el control sobre la minoría insignificante de capitalistas, sobre los señoritos que quie- ran seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre obreros profundamente corrompidos por el capitalismo, a partir de este momento comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en general. Cuanto más completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que deje de ser necesaria. Cuanto más de- mocrático sea el “Estado” formado por obreros armados y que “no será ya un Estado en el sentido estricto de la palabra”, más rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado. Pues cuando todos hayan aprendido a dirigir y dirijan en reali- dad por su cuenta la producción social, a llevar por su cuenta el registro y el control de los haraganes, de los señoritos, de los gan- dules y de toda esta ralea de “guardianes de las tradiciones del capitalismo”, entonces el escapar a este control y a este registro hecho por todo el pueblo será inevitablemente algo tan inaudito y difícil, una excepción tan extraordinariamente rara, provocará pro- bablemente una sanción tan rápida y tan severa (pues los obreros armados son hombres de realidades y no intelectualillos sentimen- tales, y será muy difícil que dejen que nadie juegue con ellos), que la necesidad de observar las reglas nada complicadas y funda- mentales de toda con vivencia humana se convertirá muy pronto en una costumbre. Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pa- sar de la primera fase de la sociedad comunista a la fase superior y, a la vez, a la extinción completa del Estado. V. I. Lenin El Estado y la revolución 55 El capitalismo simplifica las funciones de la administración del “Estado”, permite desterrar la “administración burocrática” y re- ducirlo todo a una organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad, a “obreros, inspectores y contables”. Nosotros no somos utopistas. No “soñamos” en cómo podrá prescindirse de golpe de todo gobierno, de toda subordinación, estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las ta- reas de la dictadura del proletariado, son fundamentalmente aje- nos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos. No, nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, con hombres que no puedan arreglárselas sin subordina- ción, sin control, sin “inspectores y contables”. Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los explotados y trabajadores: al proletariado. La “adminis- tración burocrática” específica de los funcionarios del Estado, pue- de y debe comenzar a sustituirse inmediatamente, de la noche a la mañana, por las simples funciones de “inspectores y contables”, funciones que ya hoy son plenamente accesibles al nivel de desa- rrollo de los habitantes de las ciudades y que pueden ser perfecta- mente desempeñadas por el “salario de un obrero” Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obre- ros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, ba- sándonos en nuestra propia experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el Poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas, “inspectores y conta- bles” responsables, amovibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los ti- pos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la “extinción” gradual de toda burocracia, a la creación 110 De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía! Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a los mar- xistas gentes que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar el contenido extraordinariamente profundo del marxis- mo. En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó caprichosamente al comunismo un trocito de “derecho burgués”, sino que tomó lo que es económica y política- mente inevitable en una sociedad que brota de la entraña del capi- talismo. La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera contra los capitalistas por su liberación. Pero la de- mocracia no es, en modo alguno, un límite insuperable, sino sola- mente una de las etapas en el camino del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo. Democracia significa igualdad. Se comprende la gran importan- cia que encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la con- signa de la igualdad, si ésta se interpreta exactamente, en el senti- do de destrucción de las clases. Pero democracia significa solamente igualdad formal. E inmediatamente después de realizada la igual- dad de todos los miembros de la sociedad con respecto a la pose- sión de los medios de producción, es decir, la igualdad de trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”. A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este elevado objetivo, es cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es comprender claramente cuán infinitamente mentirosa es la idea burguesa corriente que presenta V. I. Lenin El Estado y la revolución 56 gradual de un orden— orden sin comillas, orden que no se parece- rá en nada a la esclavitud asalariada—, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplifi- cadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funcio- nes especiales de una capa especial de la sociedad. Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70 del siglo pasado, dijo que el correo era un modelo de economía socia- lista. Esto es muy exacto. Hoy, el correo es una empresa organiza- da según el patrón de un monopolio capitalista de Estado. El im- perialismo va convirtiendo poco a poco todos los trusts en organizaciones de este tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa, entronizada sobre los “simples” trabajadores, agobia- dos de trabajo y hambrientos. Pero el mecanismo de la gestión social está ya preparado en estas organizaciones. No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obre- ros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la má- quina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y conta- bles y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de todos los funcionarios del “Estado” en general, con el salario de un obrero. He aquí una tarea concreta, una tarea práctica que es ya inmedia- tamente realizable con respecto a todos los trusts, que libera a los trabajadores de la explotación y que tiene en cuenta la experiencia ya iniciada prácticamente (sobre todo en el terreno de la organiza- ción del Estado) por la Comuna. Organizar toda la economía nacional como lo está el correo para que los técnicos, los inspectores, los contables y todos los funcio- narios en general perciban sueldos que no sean superiores al “sala- rio de un obrero”, bajo el control y la dirección del proletariado armado: he ahí nuestro objetivo inmediato. He ahí el Estado que nosotros necesitamos y la base económica sobre la que este Esta- 109 llegará a ser, con el tiempo, probablemente enorme; pero hoy, bajo el capitalismo, sería ridículo hacer resaltar esta diferencia, que sólo tal vez algunos anarquistas pueden destacar en primer plano (si es que entre los anarquistas quedan todavía hombres que no han aprendido nada después de la conversión “plejanovista” de los Kropotkin, los Grave, los Cornelissen y otras “lumbreras” del anar- quismo en socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha calificado Gue, uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la conciencia). Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara. A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llamaba la “primera” fase o la fase inferior de la sociedad comunis- ta. En tanto que los medios de producción se convierten en pro- piedad común, puede emplearse la palabra “comunismo”, siempre y cuando que no se pierda de vista que éste no es el comunismo completo. La gran significación de la explicación de Marx está en que también aquí aplica consecuentemente la dialéctica materialis- ta, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como algo que se desarrolla del capitalismo. En vez de definiciones escolásti- cas y artificiales, “imaginadas”, y de disputas estériles sobre pala- bras (qué es el socialismo, que es el comunismo), Marx traza un análisis de lo que podríamos llamar las fases de madurez económi- ca del comunismo. En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del “estrecho horizonte del derecho burgués “ bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el de- recho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. V. I. Lenin El Estado y la revolución 57 do tiene que descansar. He ahí lo que darán la abolición del parla- mentarismo y la conservación de las instituciones representativas, he ahí lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución de estas instituciones por la burguesía. 4. Organización de la unidad de la nación. “...En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna debía ser... la forma política hasta de la aldea más pequeña del país” ...Las comunas elegirían la “delegación nacional” de Pa- rís. “...Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad se ha dicho, sino que serían desempe- ñadas por funcionarios comunales, es decir, rigurosamente res- ponsables...” “...No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La uni- dad de la nación debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del Estado que pretendía ser la en- carnación de esta unidad, pero quería ser independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este Poder del Estado no era más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la nación...” “La tarea consistía en amputar los órganos pu- ramente represivos del viejo Poder estatal y arrancar sus legíti- mas funciones de manos de una autoridad que pretende colocar- se sobre la sociedad, para restituirlas a los servidores responsa- bles de ésta”. Hasta qué punto los oportunistas de la socialdemocracia actual no han comprendido —tal vez fuera más exacto decir que no han querido comprender— estos razonamientos de Marx, lo revela mejor que nada el libro erostráticamente célebre del renegado Bernstein: “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialde- mocracia”. Refiriéndose precisamente a las citadas palabras de 108 comunismo, y el pronóstico de los grandes socialistas de que esta fase ha de advenir, presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no sean los actuales filisteos, capa- ces de dilapidar “a tontas y a locas” la riqueza social y de pedir lo imposible, como los seminaristas de Pomialovski. Mientras llega la fase “superior” del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo, pero este control sólo debe comenzar con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino por el Estado de los obreros armados. La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgue- ses (y sus acólitos por el estilo de señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.) consiste precisamente en suplantar por discusio- nes y charlas sobre un remoto porvenir la cuestión más candente y más actual de la política de hoy : la expropiación de los capitalis- tas, la transformación de todos los ciudadanos en trabajadores y empleados de un gran “consorcio” único, a saber, de todo el Esta- do, y la subordinación completa de todo el trabajo de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados. En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, y tras ellos señores como los Tsereteli y los Chernov, hablan de utopías descabelladas, de las promesas demagógicas de los bolcheviques, de la imposibilidad de “implantar” el socialismo, se refieren precisamente a la etapa o fase superior del comunismo, que no sólo no ha prometido nadie, sino que nadie ha pensado en “implantar”, pues, en general, no se puede “implantar”. Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica existente entre el socialismo y el comunismo, cuestión a la que Engels alu- dió en el pasaje citado más arriba sobre la inexactitud de la deno- minación de “socialdemócrata”. Políticamente, la diferencia entre la primera fase o fase inferior y la fase superior del comunismo V. I. Lenin El Estado y la revolución 60 Y bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el Poder del Estado, se organizan de un modo absoluta- mente libre en comunas y unifican la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas, para entregar a toda la nación, a toda la socie- dad, la propiedad privada sobre los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no será el centralismo? ¿Acaso esto no será el más consecuente centralismo democrático, y además un centra- lismo proletario? A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la cabeza que sea posi- ble un centralismo voluntario, una unión voluntaria de las comu- nas en la nación, una fusión voluntaria de las comunas proletarias para aplastar la dominación burguesa y la máquina burguesa del Estado. Para Bernstein, como para todo filisteo, el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo. Marx subraya intencionadamente, como previendo la posibili- dad de que sus ideas fuesen tergiversadas, que el acusar a la Co- muna de querer destruir la unidad de la nación, de querer suprimir el Poder central, es una falsedad consciente. Marx usa intenciona- damente la expresión “organizar la unidad de la nación”, para con- traponer el centralismo consciente, democrático, proletario, al cen- tralismo burgués, militar, burocrático. Pero ... no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y los opor- tunistas de la socialdemocracia actual no quieren, en efecto, oír hablar de la destrucción del Poder del Estado, de la eliminación del parásito. 5. La destrucción del Estado parásito. Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí, las palabras de Marx relativas a este punto. “Generalmente, las nuevas creaciones históricas están destina- 105 reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido —y sólo en este sentido— desaparece el “derecho burgués”. Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, per- siste como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. “El que no trabaja, no come”: este principio socialista es ya una realidad; “a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos”: tam- bién es ya una realidad este principio socialista. Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el “derecho bur- gués”, que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo. Esto es un “defecto”, dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres apren- derán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho ; además, la abolición del capitalismo no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este cambio. Otras normas, fuera de las del “derecho burgués”, no existen. Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos. El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay clases y que, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase. Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persis- te aún la protección del “derecho burgués”, que sanciona la des- igualdad de hecho. Para que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo completo. V. I. Lenin El Estado y la revolución 61 das a que se las tome por una reproducción de las formas viejas, y aun ya caducas, de vida social con las cuales las nuevas insti- tuciones presentan cierta semejanza. Así, también esta nueva Comuna, que viene a destruir [bricht — romper] el Poder estatal moderno, ha sido considerada como una resurrección de las Comunas medievales... , como una federación de pequeños Es- tados, con arreglo al sueño de Montesquieu y los girondinos [19] ... , como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo...” “...Por el contrario, el régimen comunal habría devuelto al orga- nismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía devo- rando el ‘Estado’, parásito que se nutre a expensas de la socie- dad y entorpece su libre movimiento. Con este solo hecho habría iniciado la regeneración de Francia...” “...El régimen comunal habría colocado a los productores rura- les bajo la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría ofrecido aquí, en los obreros de la ciudad, los repre- sentantes naturales de sus intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un régimen de autono- mía local, pero no ya como contrapeso a un Poder del Estado que ahora sería superfluo...” “Destrucción del Poder estatal”, que era una “excrecencia para- sitaria”, su “amputación”, su “aplastamiento”, el “Poder del Esta- do que ahora sería superfluo”: he aquí cómo se expresa Marx al hablar del Estado, valorando y analizando la experiencia de la Comuna. Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo, pero hoy hay que proceder a verdaderas excavaciones para llevar a la con- ciencia de las grandes masas un marxismo no falseado. Las con- clusiones deducidas de la observación de la última gran revolución vivida por Marx fueron dadas al olvido precisamente al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del proletariado. “...La variedad de interpretaciones a que ha sido so metida la Comuna y la variedad de intereses que han encontrado su expre- 104 confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la “igualdad” y la “justicia” en general, Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a des- truir solamente aquella “injusticia” que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injus- ticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo “según el trabajo” (y no según las necesidades). Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profeso- res burgueses, entre los que se cuenta también “nuestro” Tugán, reprochan constantemente a los socialistas el olvidarse de la des- igualdad de los hombres y el “soñar” con destruir esta desigual- dad. Este reproche sólo demuestra, como vemos, la extrema igno- rancia de los señores ideólogos burgueses. Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el “socialismo”, en el sentido corriente de la pa- labra) no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del “derecho burgués”, el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos “según el trabajo”. “...Pero estos defectos —prosigue Marx— son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económi- ca y al desarrollo cultural de la sociedad por ella condiciona- do...” Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo) el “derecho burgués” n o se suprime completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de producción. El “derecho burgués” V. I. Lenin El Estado y la revolución 62 sión en ella demuestran que era una forma política perfectamen- te flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas esencialmente represivas. He aquí su verdade- ro secreto: la Comuna era en esencia el gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política, descubierta, al fin, bajo la cual podía llevarse a cabo la emancipación económica del trabajo...” “Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura”. .. Los utopistas habíanse dedicado a “descubrir” las formas políti- cas bajo las cuales debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendían del problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocra- cia actual tomaron las formas políticas burguesas del Estado de- mocrático parlamentario como el límite del que no podía pasarse y se rompieron la frente de tanto prosternarse ante este “modelo”, considerando como anarquismo toda aspiración a romper estas formas. Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer y que la forma transito- ria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será “el proletariado organizado como clase dominante”. Pero Marx no se proponía descubrir las formas políticas de este futuro. Se limitó a la investigación precisa de la historia francesa, a su análisis y a la conclusión a que llevó el año 1851: se avecina la destrucción de la máquina del Estado burgués. Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado, Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y de su patente debilidad, se puso a estu- diar qué formas había revelado. La Comuna es la forma, “descubierta, al fin”, por la revolución proletaria, bajo la cual puede lograrse la emancipación económica del trabajo. 103 les de artículos de consumo la cantidad correspondiente de pro- ductos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta. Reina, al parecer, la “igualdad”. Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la primera fase del comunismo), dice que esto es una “distribución justa”, que es “el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo”, Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error. “Aquí —dice Marx— tenemos realmente un ‘derecho igual’, pero esto es todavía ‘un derecho burgués’, que, como todo dere- cho, presupone la desigualdad.Todo derecho significa la aplica- ción de un rasero igual a hombres distintos, a hombres que en realidad no son idénticos, no son iguales entre sí; por tanto, el ‘derecho igual’ es una infracción de la igualdad y una injusticia”. En efecto, cada cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo social igual que el otro, la misma parte de producción social (después de hechas las deducciones indicadas). Sin embargo, los hombres no son todos iguales, unos son más fuertes y otros más débiles, unos son casados y otros solteros, unos tienen más hijos que otros, etc. “...A igual trabajo —concluye Marx— y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho tendría que ser no igual, sino desigual...” Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será posible ya la explota- ción del hombre por el hombre, puesto que no será posible apode- rarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Pulverizando la frase V. I. Lenin El Estado y la revolución 65 Capítulo IV Continuación. Aclaraciones complementa- rias de Engels. Marx dejó sentadas las tesis fundamentales sobre la cuestión de la significación de la experiencia de la Comuna. Engels volvió repetidas veces sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones de Marx e iluminando a veces otros aspectos de la cuestión con tal fuerza y relieve, que es necesario dete- nerse especialmente en estas aclaraciones. 1. “El problema de la vivienda” En su obra sobre la cuestión de la vivienda (1872), Engels pone ya a contribución la experiencia de la Comuna, deteniéndose va- rias veces en las tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante ver cómo, sobre un tema concreto, se ponen de relie- ve, de una parte, los rasgos de coincidencia entre el Estado prole- tario y el Estado actual —rasgos que nos dan la base para hablar de Estado en ambos casos&##151;, y, de otra parte, los rasgos de diferencia o la transición hacia la destrucción del Estado. “¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la socie- dad actual, exactamente lo mismo que otra cuestión social cual- quiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolu- ción social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos ocupamos en cons- truir ningún sistema utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios 100 veces con qué facilidad se habitúan los hombres a guardar las re- glas de convivencia necesarias si no hay explotación, si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y subleva- ciones, creando la necesidad de la represión. Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará por primera vez la demo- cracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuan- to más completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma. Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una clase por otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para que pueda prosperar una empre- sa como la represión sistemática de la mayoría de los explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad extraor- dinaria, una represión bestial, hagan falta mares de sangre, a través de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de es- clavitud, de servidumbre, de trabajo asalariado. Ahora bien, en la transición del capitalismo al comunismo, la represión es todavía necesaria, pero ya es la represión de una mi- noría de explotadores por la mayoría de los explotados. Es nece- sario todavía un aparato especial, una máquina especial para la represión, el “Estado”, pero éste es ya un Estado de transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la repre- sión de una minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos asalariados de ayer es algo tan relativamente fácil, sencillo y natu- ral, que costará muchísima menos sangre que la represión de las sublevaciones de los esclavos, de los siervos y de los obreros asa- lariados, que costará mucho menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la extensión de la democracia a una mayoría tan V. I. Lenin El Estado y la revolución 66 suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera ‘escasez de vivienda’: Esto sólo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y tan pronto como el prole- tariado conquiste el Poder político, esta medida, impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual” (página 22 de la edición alemana de 1887). Aquí Engels no analiza el cambio de forma del Poder estatal, sino sólo el contenido de sus actividades. La expropiación y la requisa de viviendas son efectuadas también por orden del Estado actual. Desde el punto de vista formal, también el Estado proleta- rio “ordenará” requisar viviendas y expropiar edificios. Pero es evidente que el antiguo aparato ejecutivo, la burocracia, vinculada con la burguesía, sería sencillamente inservible para llevar a la prác- tica las órdenes del Estado proletario. “...Hay que hacer constar que la ‘apropiación efectiva’ de todos los instrumentos de trabajo, la ocupación de toda la industria por el pueblo trabajador, es precisamente lo contrario del ‘resca- te’ proudhoniano. En éste, es cada obrero el que pasa a ser pro- pietario de su vivienda, de su campo, de su instrumento de tra- bajo; en la primera, en cambio, es el ‘pueblo trabajador’ el que pasa a ser propietario colectivo de los edificios, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfru- te se conceda, sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades, por lo menos durante el período de transición. Exactamente lo mismo que la abolición de la propiedad territo- rial no implica la abolición de la renta del suelo, sino su transfe- rencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones. La apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por el pueblo trabajador no excluye, por tanto, en modo alguno, la con- servación de los alquileres y arrendamientos” (ídem, pág. 68). 99 para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia no hay libertad ni hay democracia. Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como recordará el lector, que “mientras el proletariado ne- cesite todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir”. Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explo- tadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunis- mo. Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definiti- vamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desapare- cido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces “desapa- recerá el Estado y podrá hablarse de libertad “. Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente com- pleta, una democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo entonces la democracia comenzará a extinguir- se, por la sencilla razón de que los hombres, liberados de la escla- vitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, ab- surdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a la observación de las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin coac- ción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado. La expresión “el Estado se extingue” está muy bien elegida, pues señala el carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en torno a nosotros observamos millones de V. I. Lenin El Estado y la revolución 67 La cuestión esbozada en este pasaje, a saber: la cuestión de las bases económicas de la extinción del Estado, será examinada por nosotros en el capítulo siguiente. Engels se expresa con extrema- da cautela, diciendo que “es poco probable” que el Estado prole- tario conceda gratis las viviendas, “por lo menos durante el perío- do de transición”. El arrendamiento de viviendas de propiedad de todo el pueblo a distintas familias mediante un alquiler supone el cobro de estos alquileres, un cierto control y una determinada re- gulación para el reparto de las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado, pero no reclama en modo alguno un apa- rato militar y burocrático especial, con funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. La transición a un estado de cosas en que sea posible asignar las viviendas gratuitamente se halla vincu- lada a la “extinción” completa del Estado. Hablando de cómo los blanquistas[20], después de la Comuna y bajo la acción de su experiencia, se pasaron al campo de los princi- pios marxistas, Engels formula de pasada esta posición en los tér- minos siguientes: “...Necesidad de la acción política del proletariado y de su dicta- dura, como paso hacia la supresión de las clases y, con ellas, del Estado...” (pág. 55). Algunos aficionados a la crítica literal o ciertos “exterminadores” burgueses del marxismo encontrarán quizá una contradicción en- tre este reconocimiento de la “supresión del Estado” y la negación de semejante fórmula, por anarquista, en el pasaje del “Anti- Dühring” citado más arriba. No tendría nada de extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels entre los “anarquistas”, ya que hoy se va generalizando cada vez máute;s entre los socialchovinistas la tendencia de acusar a los internacionalistas de anarquismo. Que a la par con la supresión de las clases se producirá también la supresión del Estado, lo ha sostenido siempre el marxismo. El 98 prensa diaria, etc., etc., en todas partes veremos restricción tras restricción puesta al democratismo. Estas restricciones, excepcio- nes, exclusiones y trabas para los pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero en con- junto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la polí- tica, de su participación activa en la democracia. Marx puso de relieve magníficamente esta esencia de la demo- cracia capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años ¡qué miembros de la clase opresora han de repre- sentarlos y aplastarlos en el parlamento![36] Pero, partiendo de esta democracia capitalista —inevitablemen- te estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita y mentiro- sa— el desarrollo progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo “hacia una democracia cada vez mayor”, como quieren hacernos creer los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo, es decir, el desa- rrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proleta- riado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas. Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación del democratismo, que por vez primera se convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, V. I. Lenin El Estado y la revolución 70 ridad de que investimos a nuestros delegados, sino de un encar- go determinado’. Esta gente cree poder cambiar la cosa con cam- biarle el nombre...” [24] Habiendo puesto así de manifiesto que la autoridad y la autono- mía son conceptos relativos, que su radio de aplicación cambia con las distintas fases del desarrollo social, que es absurdo aceptar estos conceptos como algo absoluto, y después de añadir que el campo de la aplicación de las máquinas y de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las consideraciones gene- rales sobre la autoridad al problema del Estado. “...Si los autonomistas —escribe— se limitaran a decir que la organización social futura tolerará la autoridad únicamente en los límites fijados inevitablemente por las condiciones de la pro- ducción, sería posible entenderse con ellos. Pero se muestran ciegos con referencia a todos los hechos que hacen necesaria la autoridad y luchan apasionadamente contra esta palabra. ¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a gritar contra la au- toridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado y, junto con él, la autoridad política desaparecerán como consecuencia de la futura revolución so- cial, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político y se convertirán en funciones puramente administrati- vas, destinadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político sea abolido de un golpe, antes de que sean abolidas las relaciones sociales que han dado origen al mismo: exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad.¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución? Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución es un acto durante el cual una parte de la población impone su volun- tad a la otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante elementos extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve obligado a mantener su dominación por medio del temor que dichas armas infunden a los reaccionarios. 95 particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el ‘Estado actual’ cambia con las fronteras de cada país. En el imperio prusiano-alemán es completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completa- mente distinto que en los Estados Unidos. El ‘Estado actual’ es, por tanto, una ficción. Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que reposan sobre el terreno de la sociedad bur- guesa moderna, más o menos desarrollada en el sentido capita- lista. Tienen, por tanto, ciertas características esenciales comu- nes. En este sentido cabe hablar del ‘Estado actual’ por oposi- ción al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad burgue- sa, se extinguirá. Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces en pie, análogas a las funciones ac- tuales del Estado? Esta pregunta sólo puede contestarse científi- camente, y por mucho que se combine la palabra ‘pueblo’ con la palabra ‘Estado’, no nos acercaremos lo más mínimo a la solu- ción del problema...” Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre el “Estado del pueblo”, Marx traza el planteamiento del problema y en cierto modo nos advierte que, para resolverlo científicamen- te, sólo se puede operar con datos científicos sólidamente estable- cidos. Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la teoría de la evolución y por toda la ciencia en general —y lo que olvidaron los utopistas y olvidan los oportunistas de hoy, que temen a la revolución socialista— es el hecho de que, históri- camente, tiene que haber, sin ningún género de duda, una fase especial o una etapa especial de transición del capitalismo al co- munismo. V. I. Lenin El Estado y la revolución 71 Si la Comuna de París no se hubiera apoyado en la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿habría subsistido más de un día? ¿No tenemos más bien, por el contrario, el derecho de censurar a la Comuna por no haberse servido suficientemente de dicha autoridad? Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión, o lo saben y, en este caso, traicionan la causa del proletariado. Tanto en uno como en otro caso sirven únicamente a la reacción” (pág. 39) [25] . En este pasaje se abordan cuestiones que conviene examinar en conexión con el tema de la correlación entre la política y la econo- mía en el período de extinción del Estado (tema tratado en el capí- tulo siguiente). Son cuestiones tales como la de la transformación de las funciones públicas, de funciones políticas en funciones sim- plemente administrativas, y la del “Estado político”. Esta última expresión, especialmente expuesta a provocar equívocos, apunta al proceso de la extinción del Estado: al llegar a una cierta fase de su extinción, puede calificarse al Estado moribundo de Estado no político. También en este pasaje de Engels la parte más notable es el plan- teamiento de la cuestión contra los anarquistas. Los socialdemó- cratas que pretenden ser discípulos de Engels han discutido millo- nes de veces con los anarquistas desde 1873, pero han discutido precisamente n o como pueden y deben discutir los marxistas. El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no revolucionario : así es como plantea la cuestión Engels. En efecto, los anarquistas no quieren ver la revolución en su nacimiento y en su des arrollo, en sus tareas específicas con relación a la violencia, a la autoridad, al Poder y al Estado. La crítica corriente del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: “¡nosotros reconocemos el Estado; los anarquistas, no!” Se comprende que semejante vulgaridad tenga por fuerza que repugnar a obreros un poco reflexivos y revolucio- narios. Engels se expresa de otro modo: subraya que todos los 94 Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la “extinción” futura del Estado, tanto más cuanto que se trata, como es sabido, de un proceso largo. La aparente diferencia entre Marx y Engels se explica por la diferencia de los temas por ellos tratados, de las tareas por ellos perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar a Bebel de un modo palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de los prejuicios corrientes (compartidos también, en grado considerable, por Lassalle) acerca del Estado. Marx sólo toca de paso esta cuestión, interesándose por otro tema: el desarrollo de la sociedad comunista. Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo —en su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido— al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro. Ahora bien, ¿a base de qué datos se puede plantear la cuestión del desarrollo futuro del comunismo futuro? A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo. En Marx no encontramos ni rastro de intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como el naturalista plan- tearía, por ejemplo, la cuestión del desarrollo de una nueva espe- cie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y tal modo y se modi- fica en tal y tal dirección determinada. Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra en la cuestión de las relaciones entre el Estado y la socie- dad. “La sociedad actual —escribe Marx— es la sociedad capitalis- ta, que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificada por las V. I. Lenin El Estado y la revolución 72 socialistas reconocen la desaparición del Estado como consecuen- cia de la revolución socialista. Luego, plantea concretamente el problema de la revolución, precisamente el problema que los so- cialdemócratas suelen soslayar en su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su “estudio” a los anarquistas, y, al plantear este problema, Engels agarra al toro por los cuernos: ¿no hubiera debido la Comuna emplear más abundantemente el Poder revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado, or- ganizado como clase dominante? Por lo general, la socialdemocracia oficial imperante elude la cuestión de las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística evasiva de “¡ya veremos!” Y los anarquistas tenían derecho a decir de esta socialdemocracia que traicionaba su misión de educar revolucionariamente a los obreros. Engels se vale de la experiencia de la última revolución proletaria, precisa- mente, para estudiar del modo más concreto qué es lo que debe hacer el proletariado y cómo, tanto con relación a los Bancos como en lo que respecta al Estado. 3. Una carta a Bebel. Uno de los pasajes más notables, si no el más notable de las obras de Marx y Engels respecto a la cuestión del Estado, es el siguiente, de una carta de Engels a Bebel de 18-28 de marzo de 1875. Carta que —dicho entre paréntesis— fue publicada por vez primera, que nosotros sepamos, por Bebel en el segundo tomo de sus memorias (“De mi vida”), que vieron la luz en 1911, es decir, 36 años después de escrita y enviada aquella carta. Engels escribió a Bebel criticando aquel mismo proyecto de pro- grama de Gotha, que Marx criticó en su célebre carta a Bracke. Y, por lo que se refiere especialmente a la cuestión del Estado, le decía lo siguiente: 93 Capítulo V Las bases económicas de la extinción del Estado. La explicación más detallada de esta cuestión nos la da Marx en su “Crítica del Programa de Gotha” (carta a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no fue publicada hasta 1891, en la revista “Neue Zeit”, IX, 1, y de la que se publicó en ruso una edición aparte). La parte polémica de esta notable obra, consistente en la crítica del lassalleanismo, ha dejado en la sombra, por decirlo así, su parte positiva, a saber: su análisis de la conexión existente entre el desa- rrollo del comunismo y la extinción del Estado. 1. Planteamiento de la cuestión por Marx. Comparando superficialmente la carta de Marx a Bracke, de 5 de mayo de 1875, con la carta de Engels a Bebel, de 28 de marzo de 1875 examinada más arriba, podría parecer que Marx es mu- cho más “partidario del Estado” que Engels, y que entre las con- cepciones de ambos escritores acerca del Estado media una dife- rencia muy considerable. Engels aconseja a Bebel lanzar por la borda toda la charlatanería sobre el Estado y borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la palabra “comunidad”. Engels llega incluso a declarar que la Comuna no era ya un Estado, en el senti- do estricto de la palabra. En cambio, Marx habla incluso del “Esta- do futuro de la sociedad comunista”, es decir, reconoce, al pare- cer, la necesidad del Estado hasta bajo el comunismo. Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Exa- minándolo más atentamente, vemos que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y su extinción coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se refiere precisamente al Estado en extinción. V. I. Lenin El Estado y la revolución 75 los principios, en depurar esta lucha de los prejuicios oportunistas relativos al “Estado”. ¡Trabajo perdido! La carta de Engels se pasó 36 años en el fondo de un cajón. Y más abajo veremos que, aun después de publicada esta carta, Kautsky sigue repitiendo tenaz- mente, en el fondo, los mismos errores contra los que precavía Engels. Bebel contestó a Engels el 21 de septiembre de 1875, en una carta en la que escribía, entre otras cosas, que estaba “completa- mente de acuerdo” con sus juicios acerca del proyecto de progra- ma y que había reprochado a Liebknecht su transigencia (pág. 334 de la edición alemana de las memorias de Bebel, tomo II). Pero si abrimos el folleto de Bebel titulado “Nuestros objetivos”, nos en- contramos en él con consideraciones absolutamente falsas acerca del Estado: “El Estado debe convertirse de un Estado basado en la domina- ción de clase en un Estado popular “ (“Nuestros objetivos”, edi- ción alemana de 1886, pág. 14). ¡Así aparece impreso en la novena (¡novena!) edición del folleto de Bebel! No es de extrañar que esta repetición tan obstinada de los juicios oportunistas sobre el Estado haya sido asimilada por la socialdemocracia alemana, sobre todo cuando las explicaciones revolucionarias de Engels se mantenían ocultas y las circunstan- cias todas de la vida diaria la habían “desacostumbrado” para mu- cho tiempo de la acción revolucionaria. 4. Crítica del proyecto de Programa de Erfurt. La crítica del proyecto del programa de Erfurt[27], enviada por Engels a Kautsky el 29 de junio de 1891 y publicada sólo después de pasados diez años en la revista “Neue Zeit”, no puede pasarse por alto en un análisis de la doctrina del marxismo sobre el Estado, pues este documento se consagra de modo principal a criticar pre- 90 de enero de 1894, es decir, escrito año y medio antes de morir Engels, éste escribía que en todos los artículos se emplea la pala- bra “comunista” y no la de “socialdemócrata”, pues por aquel en- tonces socialdemócratas se llamaban los proudhonistas en Francia y los lassalleanos[34] en Alemania. “...Para Marx y para mí —prosigue Engels— era, por tanto, sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto de vista especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se presenta de otro modo, y esta palabra [‘socialdemócra- ta’] puede, tal vez, pasar [mag passieren ], aunque sigue siendo inadecuada [unpassend ] para un partido cuyo programa econó- mico no es un simple programa socialista en general, sino un programa directamente comunista, y cuya meta política final es la superación total del Estado y, por consiguiente, también de la democracia. Pero los nombres de los verdaderos [subrayado por Engels] partidos políticos nunca son absolutamente adecuados; el partido se desarrolla y el nombre queda”. El dialéctico Engels, en el ocaso de su existencia, sigue siendo fiel a la dialéctica. Marx y yo —nos dice— teníamos un hermoso nombre, un nombre científicamente exacto, para el partido, pero no teníamos un verdadero partido, es decir, un Partido proletario de masas. Hoy (a fines del siglo XIX), existe un verdadero parti- do, pero su nombre es científicamente inexacto. No importa, “puede pasar”: ¡lo importante es que el Partido se desarrolle, lo que im- porta es que el Partido no desconozca la inexactitud científica de su nombre y que éste no le impida desarrollarse en la dirección certera! Tal vez haya algún bromista que quiera consolarnos también a nosotros, los bolcheviques, a la manera de Engels: nosotros tene- mos un verdadero partido, que se desarrolla excelentemente; pue- de “pasar”, por tanto, también una palabra tan sin sentido, tan monstruosa, como la palabra “bolchevique”, que no expresa abso- lutamente nada, fuera de la circunstancia puramente accidental de V. I. Lenin El Estado y la revolución 76 cisamente las concepciones oportunistas de la socialdemocracia en la cuestión de la organización del Estado. Señalaremos de paso que Engels hace también, en punto a los problemas económicos, una indicación importantísima, que de- muestra cuán atentamente y con qué profundidad seguía los cam- bios que se iban produciendo en el capitalismo moderno y cómo ello le permitía prever hasta cierto punto las tareas de nuestra épo- ca, de la época imperialista. He aquí la indicación a que nos referi- mos: a propósito de las palabras “falta de planificación” (Planlosigkeit ), empleadas en el proyecto de programa para ca- racterizar al capitalismo, Engels escribe: “Si pasamos de las sociedades anónimas a los trusts, que domi- nan y monopolizan ramas industriales enteras, vemos que aquí terminan no sólo la producción privada, sino también la falta de planificación” (“Neue Zeit”, año 20, t. I, 1901-1902, pág. 8). En estas palabras se destaca lo más fundamental en la valoración teórica del capitalismo moderno, es decir, del imperialismo, a sa- ber: que el capitalismo se convierte en un capitalismo monopolis- ta. Conviene subrayar esto, pues el error más generalizado está en la afirmación reformista-burguesa de que el capitalismo monopo- lista o monopolista de Estado no es ya capitalismo, puede llamarse ya “socialismo de Estado”, y otras cosas por el estilo. Naturalmen- te, los trusts no entrañan, no han entrañado hasta hoy ni pueden entrañar una completa sujeción a planes. Pero en tanto trazan pla- nes, en tanto los magnates del capital calculan de antemano el volumen de la producción en un plano nacional o incluso en un plano internacional, en tanto regulan la producción con arreglo a planes, seguimos moviéndonos, a pesar de todo, dentro del capi- talismo, aunque en una nueva fase suya, pero que no deja, induda- blemente, de ser capitalismo. La “proximidad” de tal capitalismo al socialismo debe ser, para los verdaderos representantes del pro- letariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la 89 El proletariado victorioso, lo mismo que lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en con- diciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado”. Engels prevenía a los alemanes para que, en caso de sustitución de la monarquía por la República, no olvidasen los fundamentos del socialismo sobre la cuestión del Estado en general. Hoy, sus advertencias parecen una leccióacute;n directa a los señores Tsereteli y Chernov, que en su práctica “coalicionista” ¡revelan una fe supersticiosa en el Estado y una veneración supersticiosa por él! Dos observaciones más. 1) Si Engels dice que bajo la República democrática el Estado sigue siendo, “lo mismo” que bajo la mo- narquía, “una máquina para la opresión de una clase por otra”, esto no significa, en modo alguno, que la forma de opresión sea indiferente para el proletariado, como “enseñan” algunos anarquistas. Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia, más libre, más abierta facilita en proporciones gigan- tescas la misión del proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general. 2) La cuestión de por qué solamente una nueva generación esta- rá en condiciones de deshacerse en absoluto de todo este trasto viejo del Estado, es una cuestión relacionada con la superación de la democracia, que pasamos a examinar. 6. Engels y la superación de la democracia. Engels se expresó acerca de esto en relación con la cuestión de la inexactitud científica de la denominación de “socialdemócrata”. En el prólogo a la edición de sus artículos de la década de 1870 sobre diversos temas, predominantemente de carácter “interna- cional” [Internationales aus dem Volksstaat, prólogo fechado el 3 V. I. Lenin El Estado y la revolución 77 viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tole- rancia ante los que niegan esta revolución y ante los que encubren las lacras del capitalismo, como hacen todos los reformistas. Pero volvamos a la cuestión del Estado. De tres clases son las indicaciones especialmente valiosas que hace aquí Engels: en pri- mer lugar, las que se refieren a la cuestión de la República; en segundo lugar, las que afectan a las relaciones entre la cuestión nacional y la estructura del Estado; en tercer lugar, las que se refie- ren al régimen de autonomía local. Por lo que se refiere a la República, Engels hacía de esto el cen- tro de gravedad de su crítica del proyecto del programa de Erfurt. Y, si tenemos en cuenta la significación adquirida por el programa de Erfurt en toda la socialdemocracia internacional y cómo este programa se convirtió en modelo para toda la II Internacional, podremos decir sin exageración que Engels critica aquí el oportu- nismo de toda la II Internacional. “Las reivindicaciones políticas del proyecto —escribe Engels— adolecen de un gran defecto. No se contiene en él [subrayado por Engels] lo que en realidad se debía haber dicho”. Y más adelante se aclara que la Constitución alemana está, en rigor, calcada sobre la Constitución más reaccionaria de 1850 que el Reichstag no es, según la expresión de Guillermo Liebknecht, más que la “hoja de parra del absolutismo”, y que el pretender llevar a cabo la “transformación de todos los instrumentos de tra- bajo en propiedad común” a base de una Constitución en la que son legalizados los pequeños Estados y la federación de los pe- queños Estados alemanes, es un “absurdo evidente”. “Tocar esto es peligroso”, añade Engels, que sabe perfectamente que en Alemania no se puede incluir legalmente en el programa la reivindicación de la República. No obstante, Engels no se contenta sencillamente con esta evidente consideración, que sa- 88 en la práctica, etc.: todo esto forma parte integrante de las tareas de la lucha por la revolución social. Por separado, ningún democratismo da como resultante el socialismo, pero, en la prác- tica, el democratismo no se toma nunca “por separado”, sino que se toma siempre “en bloque”, influyendo también sobre la econo- mía, acelerando su transformación y cayendo él mismo bajo la influencia del desarrollo económico, etc. Tal es la dialéctica de la historia viva. Engels prosigue: “...En el capítulo tercero de ‘La guerra civil’ se describe con todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar [Sprengung ] el viejo Poder estatal y sustituirlo por otro nuevo realmente de- mocrático. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros Según la con- cepción filosófica, el Estado es la ‘realización de la idea’, o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración supers- ticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, venera- ción supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tan- ta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios retribuidos con buenos puestos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la Re- pública democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proleta- riado que haya triunfado en su lucha por la dominación de clase. V. I. Lenin El Estado y la revolución 80 Respecto a la cuestión de la República federativa, en conexión con la composición nacional de la población escribía Engels: “¿Qué es lo que debe ocupar el puesto de la actual Alemania?” [con su Constitución monárquico-reaccionaria y su sistema igual- mente reaccionario de subdivisión en pequeños Estados, que eterniza la particularidad del “prusianismo”, en vez de disolver- la en una Alemania formando un todo]. “A mi juicio, el proleta- riado sólo puede emplear la forma de la República única e indi- visible. La República federativa es todavía hoy, en conjunto, una necesidad en el territorio gigantesco de los Estados Unidos, si bien en las regiones del Este se ha convertido ya en un obstá- culo. Representaría un progreso en Inglaterra, donde cuatro na- ciones pueblan las dos islas y donde, a pesar de no haber más que un parlamento, coexisten tres sistemas de legislación. En la pequeña Suiza, se ha convertido ya desde hace largo tiempo en un obstáculo, y si allí se puede todavía tolerar la República federativa, es debido únicamente a que Suiza se contenta con ser un miembro puramente pasivo en el sistema de los Estados euro- peos. Para Alemania, un régimen federalista al modo del de Sui- za significaría un enorme retroceso. Hay dos puntos que distin- guen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que cada Estado que forma parte de la unión tiene su propia legisla- ción civil y criminal y su propia organización judicial, y que además de cada parlamento particular existe una Cámara fede- ral en la que vota como tal cada cantón, sea grande o pequeño”. En Alemania, el Estado federal es el tránsito hacia un Estado completamente unitario, y la “revolución desde arriba” de 1866 y 1870 no debe ser revocada, sino completada mediante un “mo- vimiento desde abajo”. Engels no sólo no revela indiferencia en cuanto a la cuestión de las formas de Estado, sino que, por el contrario, se esfuerza en analizar con escrupulosidad extraordinaria precisa mente las for- mas de transición, para determinar, con arreglo a las particularida- 85 con mayor frecuencia a una torcida interpretación filistea de la célebre fórmula que declara la religión “asunto de incumbencia privada”. En efecto, esta fórmula se interpretaba como si la cues- tión de la religión fuese un asunto de incumbencia privada ¡¡tam- bién para el Partido del proletariado revolucionario!! Contra esta traición completa al programa revolucionario del proletariado se levantó Engels, que en 1891 sólo podía observar los gérmenes más tenues de oportunismo en su Partido, y que, por tanto, se expresaba con la mayor cautela: “Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excep- ción, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proleta- rio. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar por vil cobardía y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de in- cumbencia puramente privada; otros iban encaminados a salva- guardar directamente los intereses de la clase obrera, y en parte socavaban profundamente el viejo orden social...” Engels subraya intencionadamente las palabras “con respecto al Estado”, asestando con ello un golpe certero al oportunismo ale- mán, que declaraba la religión un asunto de incumbencia privada con respecto al Partido y con ello rebajaba el Partido del proleta- riado revolucionario al nivel del más vulgar filisteísmo “librepen- sador”, dispuesto a tolerar el aconfesionalismo, pero que renuncia a la tarea del Partido de luchar contra el opio religioso que embru- tece al pueblo. El futuro historiador de la socialdemocracia alemana, al investi- gar las raíces de su vergonzosa bancarrota en 1914, encontrará no pocos materiales interesantes sobre esta cuestión, comenzando por las evasivas declaraciones que se contienen en los artículos del jefe ideológico del Partido, Kautsky, en las que se abre de par en par V. I. Lenin El Estado y la revolución 81 des históricas concretas de cada caso, de qué y hacia qué es transi- ción la forma transitoria de que se trata. Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del prole- tariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la República única e indivisible. Considera la República federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo, bien como transición de la monarquía a la República centralista, como un “progreso”, en determinadas circunstancias especiales. Y entre estas circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional. En Engels como en Marx, a pesar de su crítica implacable del carácter reaccionario de los pequeños Estados y del encubrimien- to de este carácter reaccionario por la cuestión nacional en deter- minados casos concretos, no se encuentra en ninguna de sus obras ni rastro de tendencia a eludir la cuestión nacional, tendencia de que suelen pecar frecuentemente los marxistas holandeses y pola- cos al partir de la lucha legítima contra el nacionalismo filisteamente estrecho de “sus” pequeños Estados. Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la co- munidad de idioma y la historia de muchos siglos parece que de- bían haber “liquidado” la cuestión nacional en las distintas peque- ñas divisiones territoriales del país; incluso aquí tiene en cuenta Engels el hecho claro de que la cuestión nacional no ha sido su- perada aún, razón por la cual reconoce que la República federativa representa “un progreso”. Se sobreentiende que en esto no hay ni rastro de renuncia a la crítica de los defectos de la República federativa ni a la propaganda y a la lucha más decidida en pro de la República unitaria, centralista-democrática. Pero Engels no concibe en modo alguno el centralismo demo- crático en el sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, incluyendo entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el centralismo no excluye, ni mucho menos, esa amplia autonomía local que, en la defensa vo- luntaria de la unidad del Estado por las “comunas” y las regiones, 84 cialmente contra la “fe supersticiosa en el Estado”, tan difundida en Alemania, puede ser llamado con justicia la última palabra del marxismo respecto a la cuestión que estamos examinando. “En Francia —señala Engels—, los obreros, después de cada revolución, estaban armados”; “por eso el desarme de los obre- ros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado. De aquí el que, después de cada revolución ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que acababa con la derrota de estos...” El balance de la experiencia de las revoluciones burguesas es tan corto como expresivo. El quid de la cuestión entre otras cosas también en lo que afecta a la cuestión del Estado (¿tiene la clase oprimida armas? ), aparece enfocado aquí de un modo admira- ble. Este quid de la cuestión es precisamente el que eluden con mayor frecuencia lo mismo los profesores influidos por la ideolo- gía burguesa que los demócratas pequeñoburgueses. En la revolu- ción rusa de 1917, correspondió al “menchevique” y “también marxista” Tsereteli el honor (un honor a lo Cavaignac) de descu- brir este secreto de las revoluciones burguesas. En su discurso “histórico” del 11 de junio, a Tsereteli se le escapó el secreto de la decisión de la burguesía de desarmar a los obreros de Petrogrado, presentando, naturalmente, esta decisión ¡como suya y como ne- cesidad “del Estado” en general![31] El histórico discurso de Tsereteli del 11 de junio será, natural- mente, para todo historiador de la revolución de 1917, una de las pruebas más palpables de cómo el bloque de socialrevolucionarios y mencheviques, acaudillado por el señor Tsereteli, se pasó al lado de la burguesía contra el proletariado revolucionario. Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también con la cuestión del Estado, se refiere a la religión. Es sabido que la socialdemocracia alemana, a medida que se hundía en la charca, haciéndose más y más oportunista, derivaba cada vez V. I. Lenin El Estado y la revolución 82 elimina en absoluto todo burocratismo y toda manía de “ordenar” desde arriba. “...Así, pues, República unitaria —escribe Engels, desarrollan- do las ideas programáticas del marxismo sobre el Estado—, pero no en el sentido de la República francesa actual, que no es más que el imperio sin emperador fundado en 1798. De 1792 a 1798, todo departamento francés, toda comuna [Gemeinde ] poseía completa autonomía, según el modelo norteamericano, y eso es lo que debemos tener también nosotros. Norteamérica y la pri- mera República francesa nos demostraron, y hoy Canadá, Aus- tralia y otras colonias inglesas nos lo demuestran aún, cómo hay que organizar la autonomía y cómo se puede prescindir de la burocracia. Y esta autonomía provincial y municipal es mucho más libre que, por ejemplo, el federalismo suizo, donde el cantón goza, ciertamente, de gran independencia respecto a la federación [es decir, respecto al Estado federativo en conjunto], pero también respecto al distrito y al municipio. Los gobiernos cantonales nombran jefes de policía de distrito y prefectos, cosa absoluta- mente desconocida en los países de habla inglesa y a lo que en el futuro también nosotros debemos oponernos decididamente, así como a los consejeros provinciales y gubernamentales prusianos” [los comisarios, los jefes de policía, los gobernadores, y en gene- ral, todos los funcionarios nombrados desde arriba].” De acuerdo con esto, Engels propone que el punto del progra- ma sobre la autonomía se formule del modo siguiente: “Completa autonomía para la provincia, distrito y municipio con funcionarios elegidos por sufragio universal. Supresión de todas las autoridades locales y provinciales nombradas por el Esta- do”. En “Pravda”[29], suspendida por el gobierno de Kerenski y otros ministros “socialistas” (núm. 68, del 28 de mayo de 1917)hube de 83 señalar ya cómo, en este punto —bien entendido que no es, ni mucho menos, solamente en éste—, nuestros representantes seudosocialistas de una seudodemocracia seudorrevolucionaria se han desviado escandalosamente del democratismo. Se comprende que hombres que se han vinculado por una “coalición” a la bur- guesía imperialista hayan permanecido sordos a estas indicacio- nes. Es sobremanera importante señalar que Engels, con hechos a la vista, basándose en los ejemplos más precisos, refuta el prejuicio extraordinariamente extendido, sobre todo en la democracia pequeñoburguesa, de que la República federativa implica incuestionablemente mayor libertad que la República centralista. Esto es falso. Los hechos citados por Engels con referencia a la República centralista francesa de 1792 a 1798 y a la República federativa suiza desmienten este prejuicio. La República centralis- ta realmente democrática dio mayor libertad que la República federativa. O dicho en otros términos: la mayor libertad local, pro- vincial, etc., que se conoce en la historia la ha dado la República centralista y no la República federativa. Nuestra propaganda y agitación de partido no ha consagrado ni consagra suficiente atención a este hecho, ni en general a toda la cuestión de la República federativa y centralista y a la de la auto- nomía local. 5. Prefacio de 1891 a “La Guerra Civil” de Marx. En el prólogo a la tercera edición de “La guerra civil en Francia” —este prólogo lleva la fecha de 18 de marzo de 1891 y fue publi- cado por vez primera en la revista “Neue Zeit”—, Engels, a la par que hace de paso algunas interesantes observaciones acerca de cuestiones relacionadas con la actitud hacia el Estado, traza, con notable relieve, un resumen de las enseñanzas de la Comuna[30]. Este resumen, enriquecido por toda la experiencia del período de veinte años que separaba a su autor de la Comuna y dirigido espe-
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