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Orientación Universidad
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Explicación poemas Catulo, Apuntes de Idioma Latín

Asignatura: Lengua Clásica (Latín), Profesor: Ana Perez Vega, Carrera: Estudios Ingleses, Universidad: US

Tipo: Apuntes

2014/2015

Subido el 25/03/2015

diego12js
diego12js 🇪🇸

3.1

(14)

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¡Descarga Explicación poemas Catulo y más Apuntes en PDF de Idioma Latín solo en Docsity! En la poesía romana del s. I a.C. el tema de amor, la materia amorosa, no sólo ocupa un lugar preponderante, sino que adquiere formas sin precedentes en la poesía latina o en la griega. Ninguno de los grandes poetas de fines de la república y comienzos del principado –que fue el período más importante de la poesía latina– se desentiende del tema del amor (baste recordar la atención que le conceden Lucrecio en suepos didáctico y Virgilio en su epos heroico, para hablar de géneros poéticos más bien extraños a la materia amorosa) y al mismo tiempo muchos de esos grandes poetas componen colecciones exclusivamente amorosas: aludo, por supuesto, a las colecciones elegíacas de Galo, Propercio, Tibulo y Ovidio, a través de las cuales la elegía se caracteriza en Roma como ‘género amoroso’ o ‘erótico’, diferenciándose netamente de la tradición elegíaca griega, en la que el tema del amor está presente pero no es dominante. Pero hay un aspecto más significativo, dentro de este cuadro general: a partir de Catulo y seguramente a consecuencia de Catulo, en la producción lírica y en la producción elegíaca romana de contenido amoroso el amor es asumido por el poeta como experiencia personal, o sea, el poeta desarrolla el discurso amoroso desde el lugar de amante. Dicho de otro modo: en la escritura amorosa de Catulo, de Horacio y de los elegíacos la persona loquens es el poeta enamorado, un rasgo que, otra vez, casi no tiene precedentes ni en la poesía griega ni en la romana. Este rasgo peculiar va acompañado, además, de una nueva valoración de la experiencia amorosa. Hasta ese momento la literatura en general había espejado el concepto del amor más común en la cultura grecorromana: una fuerza funesta e irresistible, que se impone tanto a hombres como a dioses, triunfando sobre la voluntad y el entendimiento y arrastrando, por ende, a conductas humillantes y hasta monstruosas; en todo caso, incompatibles con una vida decente. En Roma, en particular, por amor se entiende primariamente el deseo sexual –decente en el varón, indecente en la mujer– cuya satisfacción el varón de buena familia debía procurarse mediante el uso de prostitutas y/o esclavas o esclavos. En un contexto ideológico semejante se comprende que los poetas antiguos anteriores a la época que estamos considerando casi nunca hayan tratado el amor en primera persona, sino a través de personajes, míticos o de ficción, y por lo general para mostrar los aspectos negativos de la pasión amorosa o, como en el caso de la comedia, para provocar hilaridad. La literatura griega, sin embargo, ofrece dos excepciones que cabe destacar: por una parte, en la lírica arcaica, tenemos el caso de la célebre poeta Safo, de la que nos han llegado fragmentos de bellísimos poemas en los que se confiesa, con toda convicción, ‘enamorada’; por otra parte, en el epigrama helenístico, el tema del amor –que ocupa dos enteros libros de la Antología Palatina (V y XII)– adquiere particular relevancia y a menudo se enuncia desde la posición del poeta enamorado. No es casual, entonces, que Catulo, al inaugurar en la poesía latina el discurso de amor en primera persona y, a través de ese discurso, una nueva valoración de la experiencia amorosa misma, se muestre programáticamente deudor tanto de Safo como de la epigramática helenística: de su herencia sáfica habla el pseudónimo elegido para su amada (Lesbia) y la utilización de la estrofa sáfica en dos poemas claves (11 y 51), el segundo de los cuales, en sus primeras cuatro estrofas, es casi una traducción de la poeta de Lesbos (fr. 31 Voigt); de su herencia epigramática habla la masiva presencia de motivos eróticos del epigrama helenístico tanto en la primera como en la tercera sección del corpus catuliano (cc. 1-60 y 69-116), la segunda de ellas compuesta enteramente de epigramas. El lector moderno, familiarizado y yo diría incluso saturado de poesía en la que el poeta declara su amor, tiene dificultad para percibir la absoluta novedad que comportaba, en la Roma del s. I a.C., la aparición de una poesía de ese tipo. Pero tenemos que hacer el esfuerzo de trasladarnos en el tiempo y comprender que Catulo, para decir poéticamente su amor, no tenía casi nada a sus espaldas, tenía que inventar un nuevo lenguaje, y tenía que hacerlo con la conciencia de que ese lenguaje seguramente iba a ser entendido por muy pocos. En este sentido es notable el esfuerzo de Catulo por definir la especificidad de su experiencia amorosa, en un contexto de ideas y valores que se mostraba extraño e incluso hostil a semejante experiencia. ¿Pero qué era lo extraño, lo distinto, de la experiencia amorosa catuliana? En este punto me parece necesario despejar un equívoco muy común. Como bien sabemos, Catulo recurre abundantemente al lenguaje obsceno en su poesía de invectiva, que él engloba bajo el término iambi(‘yambos’; cf. cc. 40, 2; 54, 6). Víctimas de esos ataques catulianos son algunos enemigos y también algunos falsos amigos del poeta; pero ocasionalmente él recurre a ese lenguaje también para castigar a su amada, en los momentos en que se siente traicionado por ella (cf. cc. 11, 17-20; 37; 58). Una sensibilidad literaria como la actual, que gusta de los lenguajes crudos y violentos, ante este aspecto del discurso catuliano se ve inducida a ver la peculiaridad de dilexi tum te non tantum ut vulgus amicam, sed pater ut gnatos diligit et generos. nunc te cognovi; quare, etsi impensius uror, 5 multo mi tamen es vilior et levior. qui potis est, inquis ? quod amantem iniuria talis cogit amare magis, sed bene velle minus. Decías en otros tiempos, Lesbia, que sólo a Catulo te entregabas, y que en mi lugar ni a Júpiter querías tener entre tus brazos. Te quise entonces, no como el hombre común a su amante, sino como un padre quiere a sus hijos y a sus yernos. Ahora he llegado a conocerte; por eso, aunque ardo por ti sin mesura, 5 sin embargo para mí tienes mucho menos valor y menos importancia. ¿Preguntas cómo es posible? Porque una traición semejante hace que el enamorado desee más pero quiera bien menos. Sin duda los tiempos felices evocados tienen la connotación del placer sexual, a través del particular significado que adoptan aquí los verbos nosco y teneo (he traducido el primero por ‘entregarse’ y el segundo por ‘tener entre los brazos’); sin embargo, cabe notar que lo evocado por Catulo, estrictamente, es el ‘decir’ de la amada (Dicebas …), el hecho de que ella construyera, con su palabra, un compromiso de fidelidad que hacía al poeta completamente feliz. ¿De qué modo correspondía Catulo a ese compromiso? Para explicarlo el poeta escoge un verbo (diligo), que equivaldría aproximadamente a nuestro verbo ‘querer’, pues puede usarse tanto para el ‘querer’ de las relaciones eróticas cuanto para el ‘querer’ de los vínculos familiares. Precisamente el objetivo de Catulo es diferenciar y oponer esos dos tipos de ‘querer’. El primer tipo, mediante las figuras del vulgus y la amica, queda definido como el de las relaciones, esencialmente de placer sexual, que la generalidad de los hombres (vulgus) tiene con sus amantes, pues aquí el término amica hace referencia sin duda a la amante o concubina, figura más que presente en la sociedad romana y muy frecuente en la comedia de Plauto y de Terencio. En el extremo opuesto se ubica el segundo tipo de ‘querer’, el cual, mediante las figuras del pater y de los gnatos et generos (‘hijos y yernos’), queda definido como el de los vínculos parentales en el seno de la familia romana (el detalle de los yernos habla, obviamente, de la particular ideología familiar, que no es el caso tratar ahora). Aquí está precisamente lo extraño, lo diferente, lo que podía causar estupor y rechazo en la mentalidad de la época. El poeta está diciendo que, en el apogeo de sus amores con Lesbia, sentía por su amante (porque no cabe duda de que ella era su amante) un afecto tan puro, tan casto, tan serio, tan incondicional, tan ilimitado como el de un padre para con sus hijos y yernos. Sin duda la principal preocupación del poeta en este poema es que su propia amada (a ella esta dirigido el discurso) confunda su amor con el de un común amante por su querida; para despejar ese equívoco tiene que apelar a la analogía con un mundo de afectos completamente diferente del de las relaciones eróticas y, al mismo tiempo, muy presente en la sensibilidad romana, como era el mundo de los vínculos de familia. Concluida la evocación del pasado feliz, en la segunda mitad del poema se desarrolla la situación actual del poeta-amante (v. 5 nunc). En deliberado contraste con el verbo nosco, que en el v. 1 hacía referencia al ‘conocimiento’ físico originado en la unión sexual, el poeta utiliza en el v. 5 un verbo de la misma etimología (cognosco) para indicar que en el presente ha llegado a conocer cabalmente a su amada (se trata de un perfecto resultativo), o sea que ha comprendido su verdadera realidad. Esa realidad se le ha manifestado a través de su iniuria (v. 7), es decir la traición de la amada a la fidelidad declarada en otros tiempos. Con el uso del término iniuria, de evidente raigambre jurídica, Catulo debía sorprender una vez más a los lectores de su época, al instalar implícitamente el vínculo amoroso con Lesbia en un terreno institucional, lo que transforma las promesas de fidelidad evocadas al comienzo del poema en una especie de compromiso legal. Pero el poeta reserva una sorpresa más para el final: los últimos versos desarrollan el efecto que ha tenido en él la iniuria de Lesbia. La traición de la amada ha producido en el amante la separación y polarización de dos constitutivos básicos de su amor, que en los tiempos felices estaban en armonía: por un lado el deseo, fuente de placer físico (que aquí se designa mediante el verbo amo), por otro lado el afecto, el cariño, fuente de respeto y compromiso moral (que aquí se designa mediante la perífrasis verbal bene velle, que se reitera en otros poemas, como el 75, siempre en oposición a amare). Mientras Catulo tuvo la fidelidad de Lesbia, el deseo y el afecto, el placer y el sentimiento fueron de la mano y en equilibrio, pero rota la reciprocidad, por un lado su pasión, representada con la típica metáfora del arder (v. 5 uror), crece desmesuradamente (impensius), por el otro lado el objeto de su deseo pierde valor, pierde importancia (v. 6mi tamen es vilior et levior). La pasión (amare) de Catulo por Lesbia crece, su sentimiento (bene velle), su afecto por ella disminuye. Entonces, a la luz de este poema, me parece evidente que la especificidad del ‘amor catuliano’ no está en su ‘voltaje erótico’ (como se diría hoy), sino en su ‘voltaje afectivo, sentimental, ético’, un voltaje que era inconcebible en una relación que, al mismo tiempo, era relación de placer; tan inconcebible que la propia amada parece no haberlo entendido. De hecho, el poema 72 es un intento de explicárselo. Pasemos a otro poema en que Catulo intenta definir la especificidad de su amor, me refiero al poema 109. La situación de los amantes en este caso es menos clara. La crítica en general entiende que estamos en un momento de reconciliación, luego de una ruptura. Esto es muy probable porque, como veremos, el poeta se muestra esperanzado pero, a la vez, temeroso en cuanto al futuro de la relación. Esta vez cito por la edición de Mynors. [3] Iucundum, mea vita, mihi proponis amorem hunc nostrum inter nos perpetuumque fore. di magni, facite ut vere promittere possit, atque id sincere dicat et ex animo, ut liceat nobis tota perducere vita 5 aeternum hoc sanctae foedus amicitiae. Lleno de felicidad, vida mía, me planteas que ha de ser este amor nuestro y perpetuo entre nosotros. Dioses, haced que pueda prometerlo de veras, y que lo diga con sinceridad y de corazón, para que nos sea dado prolongar toda la vida 5 este pacto eterno de sagrada amistad. Hay analogías muy significativas con el poema que vimos antes: aquí nuevamente el poeta se dirije a su amada y evoca el ‘decir’ de ella (v. 1 proponis; v. 3 promittere), un ‘decir’ en el que radica toda posible felicidad de los amantes. Lesbia promete un amor feliz y perpetuo (iucundum … perpetuumque …). Llama la atención aquí el énfasis puesto en definir el amor como lazo íntimo de los amantes (vv. 1-2 amorem hunc nostrum … inter nos), en lo que se evidencia fundamentalmente el anhelo de Catulo. Pero las afirmaciones de la amada ya no se sustraen a las dudas del poeta-amante: de hecho en el poema 70, probablemente un poco posterior al que estamos viendo, él denunciará, luego de un inicio análogo al nuestro, la
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