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Orientación Universidad
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globalització, Apuntes de Psicología

Asignatura: Societat, salut i benestar, Profesor: Enric Pol, Carrera: Psicologia, Universidad: UB

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 30/12/2014

bertabover
bertabover 🇪🇸

3.5

(35)

10 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga globalització y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! 43 Antoni Talarn (2007) GLOBALIZACION Y SALUD MENTAL. Barcelona: Herder Capítulo III. La sociedad en el diván. Antoni Talarn. 1. Lecciones desde el Ladakh. 2. La cultura de McDonald's 2.1. Tendencia a la uniformidad. 2.2. Tendencia al perfil bajo. 2.3. La sociedad del miedo, la previsión y el control. 2.4. Todos al recreo. 2.5. Capitalismo de ficción y cultura del Yo. Referencias. 44 Capítulo III. La sociedad en el diván. Antoni Talarn. No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece. (Freud, 1930; pág. 3017). Tratábamos, en los dos capítulos anteriores, de trazar un esbozo de las principales fuerzas dinámicas en las que se articula el mundo actual. Nuestra intención en el presente es efectuar una tarea semejante con respecto a la sociedad occidental. Partiendo de la premisa de que las condiciones relatadas previamente, globalización y riesgos, son aplicables a nuestra sociedad, trataremos ahora de puntualizar con mayor detalle algunas de las características fundamentales que gobiernan la vida colectiva del habitante del primer mundo. Y a partir del estudio de las mismas señalaremos ciertos condicionantes psicológicos que se ciernen sobre el ciudadano promedio, valga la expresión. La tarea no nos parece sencilla. Ni novedosa1. Baste recordar que Freud con El malestar en la cultura (1930); Horney con La personalidad neurótica de nuestro tiempo ( 1937); Marcuse con Eros y civilización (1953) y Fromm con Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1955), por citar sólo a los clásicos, ya pusieron el acento en las influencias sociales sobre la vida psíquica de las gentes del mundo occidental. Y es que el psicoanalista, como resulta obvio, no puede sustraerse a la tentación de preguntarse por la situación de la sociedad en la que vive. Y si éste cuenta, además, con la ayuda del profesional de la sociología, la psicología social, la economía y algunos otros, las respuestas a sus preguntas serán lo más amplias y comprehensivas posibles. 1 En España no somos los primeros en vincular sociedad moderna y trastornos mentales. De las Heras (2005), aunque con un enfoque más psiquiátrico que el nuestro, también apunta en la misma línea. 47 En primer lugar, no es posible definir exactamente en que consiste eso que hemos llamado cultura norteamericana. Hablar de cultura norteamericana o de american way of life, en un sentido unitario sería un reduccionismo imperdonable, más propio del estereotipo que de la realidad de un país tan prolificamente creativo en todos las facetas de la vida. En segundo lugar, no es cierto que lo homogeneización cultural que estamos considerando sea absoluta. No es necesario recurrir al ejemplo de la sociedad japonesa para constatar que, a pesar de la influencia de la cultura occidental, los localismos pueden mantenerse, o según como y mediante una contra-reacción, aumentar su poder de convocatoria. En Europa y en el resto de las zonas del mundo desarrollado, a pesar de la difusión de ciertas tendencias estadounidenses, se siguen manteniendo multitud de usos y costumbres propias. Frente a la uniformidad cultural que se desprende y se publicita desde los medios de comunicación masivos, se alzan no pocos movimientos sociales que, basándose en identidades nacionales, raciales, religiosas, culturales o ideológicas, reivindican lo local, lo autóctono y lo propio. Promueven lo que se ha dado en llamar identidad de resistencia (Castells, 1998). En tercer lugar, la propia globalización lleva apareado un incremento de la oferta cultural. Robertson (1997) explica en base a cuatro variables la razón de ésta multiculturalidad: 1) la capacidad de los grupos locales de procesar de muy distintas formas las influencias que reciben; 2) los mayores productores de cultura global -la industria de Hollywood o MTV, por ejemplo-, adaptan sus productos a los mercados locales; 3) los símbolos nacionales se convierten en objeto de interpretación y consumo globales, perdiendo así su esencia nacional; y 4) la importancia de los flujos de ideas, personas y prácticas provenientes del tercer mundo, que arriban al primer mundo de la mano de la inmigración y los medios de comunicación. De ahí que algunos autores como Nederveen (1997) planteen la globalización como un proceso de hibridación cultural que implica el mestizaje las culturas asiáticas, europeas, americanas y africanas. Imperialismo cultural, pues, sólo hasta cierto punto. Mestizaje, creemos, muy moderado. Nos parece, más bien, que uno y otro son dos extremos de un continuum cultural en el que se mueve una parte del mundo occidental. La cuestión, a nuestro modo de ver, radica en poder discernir hacia dónde se inclina el fiel de esta especie de balanza cultural en nuestra sociedad. Queda claro, entonces, que estamos hablando de tendencias, de indicadores que apuntan en cierta dirección, de fenómenos colectivos y masivos, pero no omnímodos, que se pueden observar en todas las sociedades desarrolladas. Eso sí, estos fenómenos, en nuestra opinión, están muy mediatizados, por un determinado estilo de hacer las cosas. Un estilo empresarial muy semejante al funcionamiento de un restaurante McDonald's. Ritzer (1993) en su brillante ensayo sobre la racionalización de la vida cotidiana, sostiene que los parámetros de funcionamiento de un restaurante de fast food se han acabado aplicando a muchos otros aspectos de la vida de nuestra sociedad. De tal modo que la misma está, en gran medida, 48 gobernada por una serie de principios que aplicamos prácticamente de modo inconsciente y automatizado. Siguiendo el pensamiento de este autor veamos cuáles son estos principios: A. Eficacia: Se trata de disponer de los mejores medios para obtener los mejores fines. Por supuesto que se podría sostener una interminable discusión a propósito de cuales son los mejores medios y fines; pero en una empresa no suelen darse muchos matices: se trata de obtener beneficios económicos. Para que las empresas ganen dinero han de ser eficaces y permitir a sus clientes un consumo en óptimas condiciones. Así, la eficacia en nuestra sociedad incluye también la velocidad a la que realizamos las cosas - comer rápido-, la inmediatez con la que pasamos de un estado de necesidad a uno de satisfacción -desaparición casi instantánea de la sensación de hambre-, la escasa complicación de muchas de las acciones que debemos de realizar -pocos platos para elegir, facilidad de manipulación del alimento-. El principio de eficacia se aplica en diversos ámbitos del comportamiento social. Hay que ser eficaces cuando hacemos turismo, ver muchas cosas en poco tiempo, viajar rápido y aprovechar el tiempo, el clásico y popular viaje organizado responde a la perfección a estas supuestas necesidades. Se pretende ser eficaz en la educación, mediante los libros y materiales educativos programados y los exámenes universitarios tipo test que se evalúan mediante plantillas. Muchos periódicos del tipo Usa Today -versión europea: Metro, Qué!, 20 Minutos, ADN- presentan múltiples noticias breves y resumidas al máximo, llenas de atractivos gráficos y colores para que el lector no pierda mucho tiempo en su lectura. Hasta los servicios sanitarios ha llegado el concepto de eficacia: los médicos tienen un tiempo máximo de atención por paciente, las altas hospitalarias se programan en base a las enfermedades y no a los enfermos, y hasta los hospitales públicos se rigen mediante criterios gerenciales de empresa privada. B. Cuantificación. El tamaño es importante, más, en muchas ocasiones que la calidad. Los restaurantes de comida rápida ofrecen ingentes cantidades de comida por un precio relativamente módico. Del mismo modo en nuestra sociedad los aspectos cuantitativos son indispensables -y se suele abusar de ellos- para la valoración de nuestra conducta y situación social. Lo contabilizamos todo: las ciudades visitadas en un viaje, la audiencia de los programas de televisión, la cantidad de artículos que publica un científico, las notas que obtienen nuestros hijos en el colegio, las estadísticas sobre los encuentros deportivos. Y siempre con un mismo lema: más es mejor. Parece que olvidamos que la calidad humana o cultural de un viaje, de un espacio televisivo, de una aportación científica o de la educación de los niños no es siempre paralela a su correspondiente valor numérico. Uno de los aspectos más cuantificados en la sociedad actual es el tiempo. Y en un único sentido: la elevada velocidad. Cuanto más rápido mejor es el axioma de aplicación 49 universal en esta faceta del devenir humano. La comunicación: instantánea; los transportes: acelerados; las terapias: breves; la alimentación: rápida; el aprendizaje: intensivo; el diseño: cambiante; los servicios: al momento. Tanta es la velocidad a la que deseamos ir, tan rápido cambia, en algunas cosas, nuestra sociedad que algunos clásicos de la sociología, como Bell (1976) se preguntaban, ya hace años, si tanto cambio y a tanta velocidad nos permite adaptarnos y encontrar el modo de vivir mejor que antes. Estamos en una sociedad en rápido cambio, que se caracteriza por ser compleja, estar compuesta por múltiples grupos y ser socialmente móvil. En este contexto, las lógicas de instituciones como la iglesia, la familia y la escuela, que transmitían los usos y costumbres sociales, se ven corroídas por la confusión con respecto a los modos apropiados de comportarse, trabajar, divertirse, aprender, vestir, relacionarse con la autoridad, con los hijos, con el otro sexo, con los jóvenes, con los extraños y demás. Muñoz (2006) sugiere que en la psicopatología podríamos observar una polaridad entre los inadaptados a tanto cambio -trastornos adaptativos, sociopatas- y los hiperadaptados, que pagarían, eso si, un alto precio, -como los pacientes con trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico o trastornos psicosomáticos y funcionales-. A poco que nos detengamos unos instantes a reflexionar, cosa poco frecuente dada la escasez de tiempo con la que todos solemos vivir, salen a la luz los innumerables problemas que nos causa el exceso de velocidad. En lo económico, por ejemplo, productos mal controlados y poco testados producen pérdidas millonarias para sus fabricantes. En lo personal, multitud de personas aquejadas de estrés, hipertensión, problemas gastrointestinales y dolores por diversas zonas del cuerpo. La vida familiar sale especialmente malparada: poco tiempo para los hijos, la pareja o el sexo. Incluso los niños viven estresados por sus diversas actividades escolares y extraescolares. Las pautas alimentarías, marcadas por el fast food y la cocina rápida, inciden en la obesidad y otros problemas sanitarios. La falta de sueño provoca fatiga, errores y, al combinarse con la imperiosa velocidad al volante, accidentes de tráfico. Frente a tanta presión ya ha surgido, con fuerza relativa, el movimiento slow (Honoré, 2004). No preconiza la lentitud sin más, sino el equilibrio entre la rapidez cuando es necesaria y la lentitud para los aspectos de la vida que requieren tiempo y dedicación. C. Previsión. Se trata de saber qué ocurrirá en cualquier momento y en cualquier lugar. De igual manera a que en un fast food no hay imprevisto posible -todo sabe siempre igual en todas partes, sabemos qué podemos y que no podemos hallar en el menú-, la sociedad de los riesgos en la que nos hemos instalado busca también la certeza como un factor decisivo de su vida cotidiana. La sociedad de los riesgos, que mencionábamos en el capítulo anterior, nos impulsa a este intento, un tanto, desesperado, de control y predicción. Ritzer (1993), al que estamos siguiendo en estas disquisiciones, sugiere que las cadenas de hoteles -siempre iguales por doquier-, las secuelas cinematográficas - algunas con numeración romana-, los viajes programados -con itinerarios fijados de antemano-, los centros comerciales -idénticos unos a otros- e incluso la planificación urbanística -como más adelante veremos-, responden a una demanda social de previsibilidad, seguridad y confianza. 52 Hoy día, los niños, especialmente los urbanos, dificilmente pueden jugar en la calle. La televisión, la videoconsola, el ordenador son algunos de sus principales recursos recreativos, al menos fuera del horario escolar y en el ámbito doméstico. La factoria Disney es el ejemplo más paradigmático de industria cultural que se introduce en todas estas modalidades de entretenimiento infantil -y adulto- mediante videojuegos, películas, series de televisión y su correspondiente merchandasing. Y fuera del espacio del hogar esta especie de colonización de la vida mental de los niños prosigue: los parques temáticos Disney o Warner son el mejor ejemplo. Una auténtica inmersión en un mundo importado, idéntico para todos, donde el ocio infantil -y no tan infantil- deja sus mejores réditos económicos. Con los juguetes ocurre algo semejante. El fenómeno Barbie10, claro exponente de una mujer supuestamente ideal, bella, triunfadora y por encima de todo gran consumidora, -dado el imponente cúmulo de complementos disponible- arrasa en el mercado de las muñecas. Y ha pasado a la historia como el primer juguete globalizado (Pereira y Sueiro, 1999). Hoy existen Barbies de todas las razas, vestidas con infinidad de modelos y representando mil y una facetas de la vida femenina; pero todas son iguales, reconocibles, inconfundibles en su estilo. Barbie cuenta, como no, con sus propias películas, un club, una página web oficial y una revista que se edita en 30 países del mundo. Pero, ¿qué representa Barbie en realidad?. De acuerdo con Pereira y Pino (2004) consideramos que Barbie implica: el culto a la imagen; la primacía de lo efímero, lo novedoso y lo cambiante; el elogio de la perfección, la productividad y la eficacia; la mitificación de la juventud, del individualismo y la uniformidad. Otra contradicción más de nuestra sociedad. Por una parte, los educadores se esfuerzan en brindar a los niños una formación que se base en la tolerancia, la creatividad, el desarrollo del individuo y el criterio personal (Altarejos, Rodríguez y Fontrodona, 2003; Cardús, 2000). Por otra parte, invitamos a nuestros vástagos a jugar, divertirse y socializarse de modo uniforme, impersonal y estándar. Podríamos extendernos en muchos otros ejemplos de esta uniformización cultural. La moda es uno de los más evidentes. Las grandes firmas no solo se han abierto hacia nuevos mercados no occidentales - y hoy día se venden vaqueros, perfumes y complementos de estilo anglosajón en todo el mundo-, sino que han acabado por imponerse de modo definitivo en nuestra sociedad. En los tiempos que corren ir a la moda es sinónimo de distinción; algo bien curioso a poco que nos paremos a reflexionar. Otro ejemplo: el imperio del inglés. El idioma universal por excelencia11. Millones de personas lo estudian en todo el mundo, se impone en los entornos comercial, artístico y científico con un tenor tan voraz que no faltan voces críticas contra el mismo (Capel, 2004; Swales, 1997). Impregna de tal modo la vida cotidiana que hay quien habla de imperialismo lingüístico (Phillipson, 1992) y no falta quien le acusa, más o menos 10 La muñeca Barbie nació en el año 1959; creada por Ruth Handler y Elliot Mattel. Hoy día es uno de los juguetes más vendidos del mundo y la empresa Mattel la primera multinacional del juguete. Para más información véase Tosa (1999) 11 Chino, ingles, urdu, castellano y árabe son los cinco idiomas más usados del mundo (Graddol, 1997). 53 directamente, de la muerte de lenguas minoritarias (Hagège, 2000). En la red de internet es también el idioma más usado (Dehesa, 2000). ¿Y que decir de la producción artística? Mucho de lo que se produce en el mundo de la música o del cine no merece figurar bajo el epígrafe de arte. Sería más propio hablar de arte de masas en el sentido de Carroll (2002)12. Este tipo de arte es más una producción industrial que la obra de un creador. La industria cultural produce y distribuye, masiva y frenéticamente, los elementos que se lanzan al mercado: una nueva película o un grupo musical. No importa lo más mínimo que se trate de ritmos, argumentos, sonidos o escenas calcados unos de otros, clones ocultos bajo un ropaje de camuflaje. La publicidad nos los venderá como lo último, lo definitivo o la superación de lo anterior. La población lo consumirá masivamente13. Y no sólo el producto en sí mismo, una película pongamos por caso, sino todo lo que a la misma va asociado. En realidad, las películas de hoy son marcas. Un buen número de los films que se generan desde la industria de Hollywood son de alguna manera sus propias marcas: cuando logran el éxito, se convierten en una locomotora que arrastra a un sector de la población a consumir otros productos asociados: desde ropa, hasta comida rápida, pasando por libros y videojuegos. Un ejemplo de como el mercado cultural posee una tendencia la uniformidad en su producción es el que nos trae a colación el negocio de la música. De entrada algunos datos: más del 80% de los 40.000 millones de dólares que mueve la industria discográfica esta controlado por seis multinacionales: Sony, Polygram, Warner, BMG, Thorn-Emi y MCA (Throsby, 1998). Como señala Rifkin (2000) y es de sentido común, la música posee un marcado carácter de capital cultural y es un notable transmisor de significación social. Ahora bien, cuando la música de las diferentes partes del mundo, lo que se ha dado en llamar música étnica, es comercializada por estas grandes compañías, su valor cultural se difumina y corre el riesgo de perderse. Se conserva de la misma solo la apariencia, se banalizan sus contenidos y se adaptan al gusto del consumidor occidental. A su vez, los músicos locales, presionados por la industria y por su lógico afán de lucro, tienden a componer de un modo cada vez más oocidentalizado, desvinculándose de su tradición y formas de expresión más genuinas. Los consumidores del primer mundo creemos estar escuchando música auténtica de ciertos lugares del 12 Noël Carroll (2002) define así la obra de arte de masas: es una obra tipo o de múltiples ejemplares, producida y distribuida con la tecnología de masas, concebida intencionalmente para inclinarse por su estructura (por ejemplo, en la forma narrativa, el simbolismo, los afectos e incluso el contenido) hacia aquellas opciones que prometen la accesibilidad con menor esfuerzo, al menor contacto, al mayor numero de público sin instrucción (o relativamente poco instruido). 13 Un ejemplo: el ranking de taquilla del año 2006 en España, esta dominado por las producciones norteamericanas. Durante todo el año las películas norteamericanas coparon 3, 4 o 5 puestos entre las 5 películas más vistas. ( www.publicine.es/ranking-cine-box-office-2005,htm.) 54 mundo. En la mayoría de los casos, en realidad, consumimos híbridos perfectamente programados para su comercialización. 2.2. Tendencia al perfil bajo. Vivimos bajo la tiranía de la ley del mercado. Se incrusta en nuestra mente una idea: si hay mucha gente que consume un producto este ha de ser, por definición, de calidad. Deseable, por consiguiente. El mercado, esto es la población, escoge. Sólo los productos masivos tienen la supervivencia asegurada. Darwinismo cultural, lo llama Ramonet (2001). Puesto que en nuestra sociedad las condiciones económicas, políticas, sociales son muy similares para casi todos y nadie escapa al bombardeo de la publicidad, la mayoría acabamos consumiendo los mismos productos culturales. Y a poco que nos descuidemos terminamos pensando lo mismo, gracias, entre otras cosas, a los mal llamados medios de comunicación de masas. Siempre habrá una elite cultural, obviamente. Gentes que se resisten, o que desean algo más que la música de la MTV, las super producciones de Hollywood, las noticias de la CNN y los best- sellers editoriales. Pero son los menos, no hay duda. El resto, la gran mayoría, se contenta y deleita con productos de perfil bajo. ¿Qué significa perfil bajo? Como su nombre indica la idea apunta a algo simple, llano, sin dificultad ninguna. Tan simple como comerse una hamburguesa señala Ritzer (1993), desde su preparación -instantánea- a su ingestión -sin cubiertos-. Imágenes, noticias, ritmos, ideas, argumentos, exposiciones, debates, deportes14, actividades de ocio, y demás, fácilmente asimilables, comprensibles y consumibles. Todo efímero, intrascendente, renovable con celeridad. La ley del mínimo esfuerzo aplicada a la cultura occidental. La cultura actual es inmediata y vulgar, señala Verdú (2003) y orientada hacia el entertainment (2005). Un ejemplo con datos de nuestro país del año 2006: el periódico más vendido en España es Marca, deportivo y de entre los 5 periódicos más vendidos, 2 son de carácter deportivo. Las 5 publicaciones semanales más vendidas y leídas son: Pronto, Hola, 14 Lipovetsky (1992), no obstante, defiende una visión más compleja con respecto al espectáculo deportivo. Señala que el deporte de elite enardece a las masas pero no por su poder de embrutecimiento o su infantilismo, sino por simbolizar la expresión del triunfo individualista, la superación de las limitaciones corporales y lo que el llama el producto cero-defecto. El deportista de elite, excepcional y sacrificado, representaría el triunfo del individuo que se esfuerza, la distinción, la identidad vencedora en la competición con uno mismo y los demás. Esta idea no nos parece incompatible con la del infantilismo de tales shows deportivos (Verdú, 2003), que revisaremos más adelante. 57 Y, como no podría ser de otro modo, esta dimensión psicológica del miedo al otro -y su intento de control- tiene su expresión correlativa a nivel colectivo e institucional17. Buena muestra de lo que señalamos la encontramos en la arquitectura social y física de las ciudades actuales. Como señala Bauman (1998) las ciudades antaño se vinculaban con la noción de seguridad. Sus habitantes vivían juntos en el interior de las murallas y se defendían colectivamente. En la actualidad, bajo la cultura relacional de perfil bajo y el imperio del miedo dispersado como una fina lluvia por los medios de comunicación de masas, tendemos al aislamiento, en lugar de buscar refugio en la comunidad, para asegurar nuestra protección. De este modo, la élite de la sociedad, los más ricos, los más sabios, los más poderosos, tienden a desplazarse al exterior de las ciudades y allí levantan auténticas fortalezas, protegidas mediante seguridad privada y cámaras de video-vigilancia. Como señores feudales encerrados en sus castillos, escribe Bauman (1998) disponen de sus aposentos y torreones de vigilancia. Los que quedan al margen de estos centros de vida privilegiados se sienten excluidos y por lo tanto, a pesar de estar en libertad, quedan encerrados en una realidad donde escasean de posibilidades de progreso. Una situación humillante, que no hace sino mas que promover el sentimiento de envidia y hostilidad de los unos hacia los otros. No exageramos. Si se conoce con cierto pormenor cualquier gran ciudad occidental no se podrá menos que estar de acuerdo con esta fotografía urbana y social. Las ciudades están, cada día con más intensidad, marcadas por barrios y zonas perfectamente diferenciadas. La expresión máxima de estas diferencias la encontramos en los Common Interest Developments, Urbanizaciones de Interés Común, en su traducción más literal, o bien Gated Communities, Condominios Cerrados, en un lenguaje más técnico. Se trata de un conjunto de viviendas, bien sean pisos, casas adosadas o unifamiliares, que ocupan un espacio cerrado, vigilado, donde el acceso es exclusivo para los residentes. El concepto de bien público no existe, el propietario de una vivienda es copropietario de todo lo que las rodea. La urbanización en cuestión tiene sus propias reglas y obligaciones, que regulan hasta los más pequeños detalles de la vida cotidiana. Dispone, por supuesto, de todos los servicios necesarios: tiendas de todo tipo, escuelas, servicios sanitarios básicos y demás Se calcula que en Estados Unidos hay más de 30 millones de habitantes, el 12% de la población, viviendo en 150.000 de estas comunidades tan peculiares (Blakely y Snyder, 1997; McKenzie, 1996). Pero el fenómeno está llegando a Europa y Sudamérica (Cabrales, 2002; Hidalgo, Salazar, y Álvarez, 2003). Como señalan Rifkin (2000) y Verdú (2003) hay condominios de todo tipo y para todos los públicos: para parejas con niños o sin ellos, para ancianos y jubilados, para veteranos, cristianos, etc. Se da por supuesto el alto poder adquisitivo y nivel de renta de sus miembros. Los propietarios, como puede verse en las webs18 de este tipo de promociones, no adquieren sólo una casa: compran, y pagan un elevado precio por ello, un determinado tipo de vecindario, tranquilidad, una supuesta felicidad ideal en un 17 El programa Echelon es un notable ejemplo de esta especie de paranoia institucional en la que vivimos. Echelon es una red de dispositivos de vigilancia mundial gestionados por Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda con el fin de controlar el tráfico mundial de mensajes y comunicaciones electrónicas. Véase el Informe Echelon del Parlamento Europeo (2001) en: http://www.europarl.europa.eu/sides/getDoc.do?pubRef=-//EP//TEXT+REPORT+A5-2001- 0264+0+DOC+XML+V0//ES 18 Véase, por ejemplo: www.cidnetwork.com, una de las webs más significativas sobre esta nueva forma de propiedad. 58 entorno idílico y, sobretodo, seguridad, aislamiento del mundo externo que les resulta amenazante, hostil y zafio. Son los usuarios de la arquitectura del miedo (Elin, 1997). Otro ejemplo de la cultura del miedo y el control: el creciente número de personas presas. El encierro ha sido, desde tiempos inmemoriales, el método escogido para aislar de la sociedad a sus elementos más descontrolados. Hoy día el número de cárceles y de presos crece en todo el mundo, es un fenómeno global, una tendencia universal19. Y muy marcado en nuestra sociedad, que, además, tiende a privatizar los sistemas de seguridad y las instituciones penitenciarias (Hernández, 2001). En un mundo donde la movilidad es un valor absoluto y la privación de libertad el peor de los castigos, se criminalizan las acciones cometidas por los excluidos del sistema y se penan condiciones de clara raigambre social, como el consumo de drogas o la inmigración irregular y se acaba identificando pobreza con delito (Bauman, 1998). Ciertamente el violador o el asesino dan pavor y la sociedad debe defenderse de agresiones tan bizarras. Pero, curiosamente, este el único miedo que sienten muchas personas. Ignoran que otras amenazas nos acechan y quizás lo desconocen, entre otras cosas, porque este tipo de miedo es el único que se reconoce y, de algún modo, se fomenta, tal y como mostraba Michael Moore en su película Bowling for Columbine (Moore, 2002). Otras formas de crimen, más sutiles, no se difunden, no se conocen, no llegan al gran consumidor de masas, instalado en una cultura y una información light (Rojas, 1992). Gunter Grass habla de los nuevos asociales (Grass y Goytisolo, 1998), apuntando a los responsables de los movimientos que, con amarga lucidez, nos describe Bauman (1998): A robar los recursos de naciones enteras se le llama "promover el libre comercio", a dejar familias y comunidades enteras sin su medio de vida se le llama "redimensionar" o simplemente "racionalizar". Ninguna de estas dos acciones no ha constado jamás en relación alguna de actos criminales y punibles. (Bauman, 1998; pág. 168). Vivimos instalados en el miedo. En el miedo al otro, al desconocido, en el miedo al futuro y dominados por la incertidumbre. La ignorancia no hace sino aumentarlo, dejándonos, si cabe, aún más indefensos. Desesperados y miopes pugnamos por tenerlo todo previsto y controlado. Acabamos confiando en autoridades políticas, científicas y en el poder de la tecnología, desentendiéndonos e ignorando las verdaderas raíces del desconcierto y el riesgo. 2.4. Todos al recreo. Homogeneización, ignorancia y miedo. Una emulsión francamente sombría. De entrada no parece, precisamente, el mejor barniz para el mejor de los mundos posibles. Pero es 19 En www.amnistiainternacional.org, se pueden consultar multitud de datos sobre este tema. En España, como en el resto de Europa, la tendencia es claramente alcista. En el 2003, la población carcelaria de España creció más de un 10% -55.000 reclusos en total- convirtiendo a nuestro país en el segundo de Europa -tras el Reino Unido- con mayor número de personas (125 por cada 100.000) entre rejas en proporción a sus habitantes (De la Cal, 2004). Otro ejemplo: el estado de california gasta más en prisiones que en universidades (Zachary, 1995) 59 lo que tenemos en nuestro mundo real, o, al menos, en un prisma muy relevante del mismo. La psicología nos ha enseñado que un aspecto muy importante de la vida psíquica se organiza en pares antitéticos. Así frente a la frustración tendemos a buscar la satisfacción, al estrés se oponen las estrategias de afrontamiento y ante la incomodidad personal se alzan los mecanismos de defensa. La psicopatología abunda en ejemplos de esta dinámica mental. Así, en ciertas ocasiones, vemos como a la depresión se responde con la euforia excesiva; los sentimientos paranoicos de persecución son contrarrestados mediante la agresión; el abuso de todo tipo de sustancias o actividades es sustituido por la abstinencia más radical y la fobia más feroz se acompaña de conductas de alto riesgo. Ante el estado mental en el que vivimos en nuestra sociedad, incomodo, tal y como hemos visto, la respuesta es obligada. No se trata de una única respuesta, obviamente. Cada uno de nosotros se adapta a su manera a los tiempos que corren. En un extremo encontramos a aquellos que sostienen un compromiso radical con la lucha por un cambio en las condiciones de vida. En otro extremo se sitúan aquellos que, como señala Giddens (1990), viven en un cierto aturdimiento que les lleva a una aceptación pragmática de la realidad: se trata de sobrevivir, del mejor modo posible, centrándose únicamente en los problemas diarios y cotidianos. Entre ambos extremos, todos los matices posibles. Casi todos, no obstante, muestran una reacción unánime: el énfasis en la búsqueda de la felicidad, el bienestar, la diversión, el entretenimiento, el ocio que permita desconectar de la vida de cada día, del estrés, del trabajo. Lógico, si tenemos en cuenta todo lo expuesto anteriormente. El quid de la cuestión, no obstante, radica en que tipo de felicidad, bienestar, diversión, entretenimiento y ocio utilizamos para estos fines. La tesis principal de este apartado es que se trata, como no, de un ocio tipo McDonald's, esto es: eficaz, en cantidad, previsible y controlado. Efectivamente, en la cultura occidental, en la que el ocio ha entrado con fuerza inusitada en el mundo de los negocios (Gabler, 1998) y en la que se tiende a una cultura de perfil bajo, dominada por las grandes corporaciones de entretenimiento e información, el ocio está gobernado por las mismas premisas que las del mercado20: producción en serie, consumo masivo, asimilación simple, primacía de lo nuevo, sustitución rápida, superficialidad, estimulación poderosa, pero efímera. Resultado: nos entretenemos como una sociedad Peter Pan21. Aquello que nos divierte es de marcado carácter infantil. Verdú (2003) aporta cifras elocuentes: en los últimos años en nuestro país se han construido más de 60 parques de ocio -temáticos, acuáticos, de atracciones, zoológicos- que recibieron más de 21 millones de visitantes en 1999. 20 La industria del entretenimiento fue la que creció más en EE.UU durante la década de los noventa, con un gasto anual, por parte de los consumidores, superior al gasto en educación (Mandel, Landler, Gover, DeGeorge, Weber y Rebello, 1994). Analistas económicos como Wolf (1999) creen que el sector del entretenimiento alcanzará el 50% del PIB americano en el año 2015. 21 En 1983 Dan Kiley, psicólogo norteamericano describió el síndrome de Peter Pan: un adulto joven que se niega a crecer, a pasar de hijo a padre, a asumir responsabilidades, a implicarse emocionalmente y que trata de mantenerse en un plano de eterno adolescente. (Kiley, 1983; Polaino-Lorente, 1999 ). 62 Puenting, ala delta, parapente, rafting, espeleobuceo, heliesqui, salto base y demás deportes extremos son practicados, básicamente, por jóvenes urbanos que coquetean con la muerte y el riesgo. Los habituales estudios psicológicos (Goma, 1999; Kajtna, Tusak y Baric, 2004; Watson y Pulford, 2004) se limitan a informar de las características de personalidad de sus practicantes, personas extrovertidas y buscadores de sensaciones. Pero nos interesa más remarcar aquí el aspecto social de este boom deportivo. Creemos que esta nueva forma de diversión o escapismo enlaza con nuestra sociedad en la que, por una parte, todo esta -aparentemente- planificado y controlado; mientras que por otra, como ya hemos visto, nos enfrentamos a multitud de riesgos omnipresentes e incontrolables. Estos deportistas, al límite de sus posibilidades físicas -y de la física-, consiguen una sensación de control probablemente inigualable en nuestra sociedad. Del confort de sus hogares a los rigores más extremos, de la rutina de sus trabajos a la aventura de la supervivencia, buscan evadirse de una realidad programada, previsible y al mismo tiempo contradictoria y amenazante. Si juegan con su supervivencia y efectivamente, sobreviven, no solo se divierten, también obtienen una elevada cuota -aunque imaginaria- de dominio de su propia existencia. Como Peter Pan, esto es con una mentalidad infantiloide, acaban creyendo que nada malo les puede suceder y que no hay límite en sus aventuras y experiencias. Aunque, si bien es cierto que los deportistas de alto riesgo son una minoría en la sociedad occidental, no lo es menos que la aventura, en un sentido más laxo es solicitada por un número importante de clientes. Ya existen en todo el mundo agencias de viajes especializadas en organizar expediciones, rutas por parajes exóticos y excursiones con un componente de riesgo presente pero controlado. En el mundo del alpinismo, por ejemplo, se programan expediciones comerciales en las que, si se dispone de dinero suficiente, se puede intentar ascender el Everest (Krakauer, 1997). Los viajes turísticos al espacio ya son una realidad, aunque, de momento, sólo para millonarios de altos vuelos, nunca mejor dicho 2.5. Capitalismo de ficción y cultura del Yo. "El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción", es el título de un sugerente ensayo, ya citado en diversas ocasiones, de Vicente Verdú (Verdú, 2003). Este escritor y periodista demuestra en su libro, que vivimos bajo la égida de una nueva forma de capitalismo, transmutado no ya en un sistema económico, sino en un sistema de vida y en una cultura. En nuestro modo de vida el capitalismo no solo produce e invita al consumo de bienes tangibles; hoy día una parte fundamental del sistema consiste en producir y comercializar una nueva realidad que todo lo ocupa y que dispensa -mediante pago- sensaciones, bienestar psíquico, ilusión y fantasía. Una realidad eficaz, previsible, controlada y siempre disponible. El mercado trata de vendernos felicidad, equiparándola a la idea de posesión. Rojas (1992) incide en la diferencia entre felicidad y bienestar. Sugiere que el bienestar representa para muchos la formula moderna de la felicidad: buen nivel de vida, ausencia de molestias de todo tipo, satisfacción rápida de todas las necesidades, entretenimiento sin compromiso alguno. En definitiva una idea del 63 bienestar sostenida más por el tener, el experimentar, el consumir, que por el ser y su desarrollo. Pero ¿cuál es la ficción que trata de vendernos el nuevo sistema? Fundamentalmente una: la idea de ser únicos, especiales, exclusivos, dueños de nuestro propio destino, individuos libres, que escogen y deciden libremente porque el cliente siempre manda. En un mundo donde la imagen vale más que mil palabras, donde la apariencia dictamina la reglas del juego social, donde el tamaño y la cantidad adquieren una relevancia desbordante, donde las manufacturas y los productos no están destinados a expresar su máximo rendimiento, sino que son sencillamente sustituidos por el nuevo modelo; el sentirse parte de una masa informe, indiferenciada y gris es realmente insoportable. Como si de una especie de Matrix se tratase los mismos agentes económicos y sociales que nos embrutecen con la cultura McDonald's, son los encargados de hacernos vivir en una ilusión de identidad propia, autoestima y valoración personal por encima de todo y de todos. Ya en 1961, mucho antes de la era de internet, Boorstin insitía en el papel de la imaginación en el consumo de los norteamericanos. Denunciaba un mundo convertido en una especie de escenario donde todo es más aparente que real (Boorstin, 1961). Y en 1989, el mismo año de la caída del muro de Berlín, Mitroff y Bennis (1989) ya hablaban de la industria de lo imaginario28 al denunciar el hecho de que se nos vende una ilusión más que una realidad. Los restaurantes de comida rápida vendrán, de nuevo, en nuestro empeño ejemplificador: en sus centros creemos conseguir gran cantidad de comida a un buen precio cuando en realidad pagamos un precio astronómico por el producto servido29. Y en ellos no solamente se vende la ilusión de un producto bueno y barato sino también, como ya hemos visto, la de una experiencia diferente, divertida y original. Otro ejemplo: los viajes organizados30 nos venden una supuesta experiencia cultural e incluso unos recuerdos de la misma muy determinados, puesto que en realidad, más que visitar un país, se ha visitado un escenario dispuesto para una representación (Pine y Gilmore, 1999) El principal agente del capitalismo de ficción son las grandes marcas. Como señala Baricco (2002), las marcas son mundos. Cada marca se procura rodear de un cierto glamour que permite al cliente identificarse con el mensaje subyacente al logo de su marca favorita. En algunos casos puede tratarse de deportividad (Adidas, Reebok, Nike), en otros de exclusividad y, por consiguiente de poderío económico (Prada, Vuitton, Rolex, Ferrari). También se nos vende la idea de juventud (Tommy Hilfirger, Calvin Klein), la de feminidad (Chanel, Carolina Herrera) o masculinidad (Emilio Tucci, 28 Hasta tal punto llega la importancia de la idea, de la ficción que se nos vende, que se da el caso de que algunas de las grandes marcas en realidad no fabrican absolutamente nada, excepto, claro esta, el diseño y el mensaje que lo acompaña. Nike es el ejemplo más llamativo. Como empresa no posee ni maquinaria, ni equipamientos, ni prácticamente bienes inmuebles. Como señala Rifkin (2000) Nike vende conceptos y es una empresa virtual. Tommy Hilfiger es otra marca que trabaja y obtiene beneficios en parecidas circunstancias (Verdú, 2003). 29 Según Ritzer (1993) en los fast food se paga un precio entre un 400 y un 600% superior al valor del producto original. 30 Viajar por placer es el tercer gasto mayor de las economías familiares del mundo desarrollado, después de la casa y la alimentación (Krotz, 1996). 64 Antonio Miró), la de rebeldia e inconformidad (Levi Strauss), la de diferenciación (Appel, Loewe), de amistad y diversión nocturna (en muchas marcas de bebidas alcohólicas), de salud (Danone, Kellogg's), de la posibilidad de vivir momentos muy especiales (Nescafé, BMW), de innovación (Hugo Boss, Bang & Olufsen), de libertad (con los vehículos todoterreno, por ejemplo) o incluso la imagen de ecologista convencido (Body Shop) o la de solidario (pulseras solidarias). Visto lo visto, parece claro que las marcas ofrecen identidad. Ser portador de una u otra marca emite señales para uno mismo y para los demás. Señales que nos identifican, diferencian, nos hacen sentir exclusivos y, al mismo tiempo, pertenecientes a un restringido colectivo de gentes a las que no conocemos, pero con las que compartimos algo de importancia. Satisfacen, pues, en parte, las necesidades de identidad individual y las de pertenencia simultáneamente. Así, por ejemplo, las empresas y marcas se esfuerzan tanto por hacer sentir al cliente especial, personalizando el producto final que le venden, ya sea un coche, un perfume, un mueble, un ordenador o incluso los cereales del desayuno (Verdú, 2003), como en generar un sentimiento de pertenencia a una comunidad entre sus clientes. Comunidades compuestas por personas, aparentemente parecidas, que se vinculan por su interés en un determinado producto comercial. La cadena de hoteles Holiday Inn convoca a sus mejores clientes a convenciones de fin de semana; Burger King ha creado un club infantil, con más de 4 millones de miembros en 25 países y hay agrupaciones de propietarios de autocaravanas que pasan juntos sus vacaciones en instalaciones dispuestas por los fabricantes de las mismas (Rifkin, 2000). En España, por ejemplo, la cadena de gimnasios DIR organiza para sus clientes excursiones, actividades deportivas, vacaciones, fiestas y hasta cenas, todo ello sólo accesible para miembros del supuesto club. Mediante esta doble estrategia de marketing las empresas se aseguran la fidelización del cliente (Cross y Smith, 1995). Y es que en una sociedad globalizada, homogénea, que vive masificada en las grandes urbes, donde el papel de la familia, las tradiciones, la religión, las relaciones y hasta la sexualidad, han cambiado de modo significativo en poco tiempo (véase el apartado siguiente), la identidad de las personas y su sentido de pertenencia a un grupo humano se han visto trastocadas profundamente. Imposibilitados en el sentirnos parte de un colectivo que rige su propio destino y difuminados en nuestro afán de transcendencia personal, a no ser que formemos parte de la elite de los triunfadores -jóvenes, guapos y millonarios-, la identidad artificial31 y aparente acaba cubriendo estas necesidades psicológicas fundamentales. Giddens (1991) señala que hoy día todos necesitamos sentir, frente al dominio del mercado unificador y la publicidad, una experiencia personalizada. Verdú (2005) sugiere que el personismo es la primera revolución del siglo XXI. La modernidad, o la hipermodernidad, como prefiere llamarla Lipovetsky (Lipovetsky y Charles, 2004), da la posibilidad de realización de un proyecto de Yo individualizado pero en condiciones muy marcadas por los efectos normalizadores del capitalismo mercantilista y por la lógica del consumo. El proyecto de Yo se acaba transfiriendo, en mayor o menor grado, 31 La artificial o la manifiestamente falsa como sucede en los DMU (Dominio Multiusuario) del ciberespacio donde los participantes viven en mundos virtuales y en versiones on-line de su propia personalidad (Turkle, 1995). 67 Debord, G. (1988). Commentaires sur la societé du spectacle. Paris: Lebovici. Dehesa, G. (2000): Comprender la globalización. Madrid: Alianza. Elin, N. (1997). Architecture of fear. Princenton: Princenton Architectural Press. Enzensberger, H.M. (1988). Mittelmass und wahn. Frankfurt: Suhrkamp. Traducción castellana: Medicocridad y delirio. Barcelona: Anagrama, 1991. Fischler, C. (1993). 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