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Globalización, crisis y despertar del progreso: Análisis de Alipio Sánchez Vidal. - Prof. , Apuntes de Psicopedagogía

En este documento, alipio sánchez vidal de la universidad de barcelona analiza la globalización y su relación con la crisis económica, el auge de las tics y internet, la desregulación neoliberal y el fin de la historia del capitalismo. El autor explica cómo la globalización ha supuesto un giro revolucionario en la conexión simbólica y la relación humana, así como la irrupción de internet en la última década del siglo xx.

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 22/09/2014

paqui69
paqui69 🇪🇸

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¡Descarga Globalización, crisis y despertar del progreso: Análisis de Alipio Sánchez Vidal. - Prof. y más Apuntes en PDF de Psicopedagogía solo en Docsity! Globalización, crisis económica y despertar del sueño del progreso Alipio Sánchez Vidal Universidad de Barcelona Modernidad/industrialismo – Postmodernidad/postindustrializmo – globalización Globalización La aparición de la “globalización” como clave para entender el mundo de finales del siglo XX marca el retorno de la economía al primer plano. No es que desaparezcan las agonías y rebeldías posmodernas, sino que quedan relegadas a un segundo plano de la conciencia colectiva por la irrupción de otros eventos y preocupaciones. Si la posmodernidad era expresión cultural de la fragilidad humana ante las poderosas fuerzas tecnológicas, económicas e intelectuales desatadas por la modernidad y el industrialismo y de la rebelión psicológica contra la mecanización, el racionalismo y la uniformidad social que aquellos generaron, la globalización devuelve al primer plano el entramado técnico económico (ECONOMÍA) que, de todos modos, siempre estuvo ahí como trasfondo de la modernidad y como condicionante, si no causante, del desconcierto y la rebelión posmoderna. El contrapunto (CONTRASTE) socio-económico de la posmodernidad cultural es la sociedad postindustrial, una idea del sociólogo Daniel Bell (1976). Bell había descrito las sociedades industriales modernas como entramados formadas por tres esferas relativamente autónomas: la técnico-económica, dedicada a la organización de la producción y distribución de bienes y servicios, cuyo principio axial es la racionalidad; la política ligada al uso legítimo del poder para resolver conflictos y realizar la justicia social, cuyos principios rectores son la legitimidad y búsqueda de igualdad personal; y la cultural ligada a formas simbólicas que dan sentido a las situaciones existenciales básicas, incluyendo una vertiente expresiva encarnada por el arte, la religión o la ciencia. La sociedad industrial desplaza la lucha contra la naturaleza por la relación con los objetos manufacturados creando un mundo técnico, racional y mecánico, regido por el tiempo del reloj en el que la energía externa reemplaza a la fuerza muscular y se pasa de la artesanía a la producción en masa. Es un mundo regido por los valores de racionalidad y progreso y por los horarios, la programación y la coordinación de personas y materiales en un mercado en que los hombres son tratados como cosas. La sociedad post-industrial que surge en la segunda parte del siglo XX gira, en cambio, en torno a los servicios humanos y profesionales, siendo la información y el conocimiento las bases del proceso productivo y la organización, la negociación colectiva, la cooperación y la participación en los procesos sociales básicos. Si la religión es el eje cosmológico de las sociedades preindustriales y el trabajo el de las industriales, la cultura (posmoderna) vertebra la del mundo postindustrial. Causas y orígenes Tres elementos clave para entender el tránsito del postindustrialismo a la globalización (que se solapan temporal y temáticamente) son el auge de las “tecnologías de la información y la comunicación” (TICs) e Internet en la vertiente técnica, la crisis del petróleo de 1973 -- y la desregulación y el monetarismo acompañantes-- en la vertiente económica y el estruendoso hundimiento del socialismo a partir de 1989 en la vertiente política. Si la aparición del ordenador digital y la conversión de la información en mercancía habían propiciado tras la Segunda Guerra Mundial una vertiginosa expansión de la información y el conocimiento circulantes convertidos, por un lado, en mercancía fundamental y motor de la nueva sociedad postindustrial y asociados, por otro, a la disolución de significados y certezas postmodernas, la irrupción de Internet en las última década del siglo XX supone un vuelco revolucionario al posibilitar un nivel de conexión simbólica y “relación” humana sin precedentes. La crisis de 1973 deja claro al Occidente rico que el petróleo barato que alimenta su industria ya no puede ser la base del crecimiento económico, siendo entonces esa materia prima sustituida por las finanzas y el dinero cuya masiva circulación mundial sin trabas se asegura a nivel tecnológico mediante la conectividad electrónica permitida las TICs e Internet y a nivel social eliminando las reglas sociales y políticas (desregulación neoliberal) que pudieran dificultarla. Impulsado por esa desregulación, por las directrices neoliberales del “consenso de Washington” y el sostén de instituciones ideológicamente afines como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el capitalismo industrial del siglo XIX se transforma en capitalismo financiero cuyos hilos son movido desde los centros neurálgicos de Wall Street y la City londinense. Margaret Thatcher y Ronald Reagan promueven un “capitalismo popular” que alimenta un peligroso endeudamiento consumista e infla las burbujas (inmobiliaria, puntocom, bancario-financiera, etc.) cuyo estallido en al final de la primera década del siglo XXI, precipita la gran crisis económica y social en que estamos sumidos. El hundimiento de la alternativa socialista a partir de la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética y la euforia consumista de Occidente alientan la idea de que el capitalismo ha triunfado y no hay alternativa al pensamiento único neoliberal ( Forma moderna de liberalismo,que concede al Estado una intervención limitada en asuntos jurídicos y económicos. ) (reminiscencia (recuerdo de algo casi olvidado) de la sociedad unidimensional descrita por Herbert Marcuse en los años 60). Es el truculento “fin de la historia” cuya segunda parte es el fracaso estruendoso del capitalismo en la primera década del siglo XXI que, sin embargo y como los zombis, se mantiene “vivo” porque nadie, en el fondo, desea su muerte: ni los bancos y grandes acreedores que lo alimentaron y quieren cobrar sus deudas, ni los deudores o el hombre común atrapados entre la espada de esas deudas y la nostálgica pared de la euforia y el bienestar que lo acompañaron en sus años dorados. Tampoco se puede decir que no estuviéramos advertidos: los anuncios del “fin de la historia” se limitaría a confirmar la agonía del liberalismo y el marxismo como grandes ideologías del siglo XIX anunciada por observadores sociales como Wrigth Mills (1961) o Daniel Bell en el siglo pasado. Esencia y efectos Sea como fuere, la convergencia de esos (y otros) factores da como resultado una ampliación a nivel mundial de los intercambios económicos e informativos acompañada de una extensión de la comunicación e interrelación física (tráfico aéreo) y, sobre todo, simbólica que se conoce como globalización y que mientras unos asocian a la extensión de la democracia liberal, el capitalismo y la libertad, otros más críticos, la limitan a la libre y asimétrica circulación de mercancías, dinero y productos culturales sin el necesario complemento, la globalización de los derechos humanos esenciales. Como toda moda intelectual que se precie, la globalización se vende como inevitable y se reviste (ya sucedió con la modernidad, la información, el ordenador o Internet y sus acompañantes y divertimentos) de una aureola explicativa y benefactora casi mágica: en un comodín que todo lo explica y que no admite crítica u oposición pues, al basarse en una tecnología “superior” que extiende la libertad y la democracia, sus efectos sólo pueden ser universalmente benéficos. Pero esa palabrería empalagosa, sospechosamente partidista y omnipotente, no ha podido resistir (como la propia Europa) el actual encontronazo con la realidad. Desde luego la actual no es la globalización sino de una globalización más en la historia, con numerosos precedentes que van desde la ruta de la seda, las cruzadas, el invento de la imprenta, el descubrimiento de América, al ferrocarril, el correo, o la primera explosión de medios comunicativos que crea “la aldea global”. No se trata tampoco de un proceso irreversible: de la misma manera que ciertos aspectos o áreas se han globalizado se pueden volver a replegar a sus sedes locales o formas de vida preexistentes si así lo desean o demandan los agentes sociales o económicos. Es lo que de hecho se observa con la “construcción” de Europa, otrora notable ejemplo de globalización política y que ahora se debate entre la mera supervivencia o el repliegue nacionalista, de una parte, y la apuesta por una mayor unidad, de otra. La suntuosa retórica globalista obliga, por otro lado, a cuestionar su verdadera naturaleza y extensión preguntándose ¿qué es lo que se globaliza realmente? Esencialmente se han globalizado los flujos informativos y de datos (a través de las La crisis económica nos ha despertado del sueño globalizador --o, al menos, de su carácter benéfico e inevitable— en que estábamos sumidos (uno de sus rasgos característicos es el “desacople” de los “países emergentes” –Brasil, China, India, Rusia, Chile, etc.— del conjunto del mundo “desarrollado” y sacudido por el seísmo financiero). La globalización parecía culminar las ideas e ideales modernos de racionalidad, ilustración, democracia y progreso para todos. Pero, en realidad y vista desde el abismo crítico, cunde la desagradable sospecha de que respondía al programa del gran capital y las multinacionales a las que servía casi monolíticamente el poder político (y algunos sectores intelectuales y mediáticos) que es quién –con la impagable y bobalicona complicidad del pueblo llano-- se ha acabado beneficiando de la bonanza impulsando a la gente a jugar al gran juego de la especulación inmobiliaria y financiera y del entretenimiento mediático y digital. De forma que la globalización podría ser también vista como un gran lema publicitario que si, por un lado, enterró la postmodernidad, por otro y tras la ruptura crítica, puede acabar --temporalmente al menos-- con las ilusiones de ilimitado poder y progreso que Occidente entretenía desde hace siglos. Creo que el empobrecimiento colectivo, el aumento de la injusticia y la desigualdad, la destrucción de derechos sociales y económicos que llevó tanto tiempo conseguir, el debilitamiento de la vinculación interpersonal y la pertenencia comunitaria, la devastación ambiental y la irresponsable inundación de “información” (en gran parte propaganda, manipulación ideológica y comercial y desechos informativos) que dificultan, sino imposibilitan, el verdadero conocimiento y la construcción de significado deben hacernos replantear la ideas de progreso social (que fue una esperanza luminosa) y empezar a construir un concepto, no exclusivamente materialista de desarrollo humano. ¿Soluciones? Control social y moral como garantía de la libertad Quizá el efecto más grave de la crisis actual es la sensación del hombre común de ser espectador impotente de hechos y acontecimientos desencadenados por fuerzas y grupos anónimos en apariencia todopoderosos (“los mercados”, “la troika”, las grandes corporaciones y los reguladores económicos, etc.) que eluden el control democrático en lo político, y el control ético en lo personal. El fatalismo y sentimiento de impotencia resultante --reverso del tan cacareado empoderamiento--, es el caldo de cultivo de reacciones políticas y psicológicas irracionales y extremas como el populismo y fascismo político, la negación del propio poder o la violencia el racismo o la xenofobia. La superación de ese fatalismo exige un doble control, social y moral, de los grupos económicos y fuerzas sociales que tan irresponsable e impunemente han usado la libertad (concedida por la desregulación neoliberal) y el poder (obtenido del control de la tecnología y la economía) para enriquecerse e imponer a la sociedad sus propios fines e intereses destrozando los equilibrios económicos y políticos existentes y causando tanto sufrimiento personal y devastación social. Hay que restablecer unas reglas que, por un lado, devuelvan a la gente la libertad de elegir y realizar un proyecto de vida autónomo, y, por otro, la justicia social (por las vías de la legislación y el empoderamiento popular) en la distribución del poder y beneficios aportados por la tecnología, la ciencia o la economía ahora usurpados por ciertas élites y grupos. Las reglas morales, la ética, lejos de ser un obstáculo para la autonomía, la justicia social y el progreso colectivo como el economicismo neoliberal dominante intenta hacernos creer, son la única manera de garantizarlas; son hoy tan necesarias como siempre lo han sido. El camino de reconstruir las convicciones democráticas y los valores morales recorrido desde el Renacimiento (pasando por la Ilustración del siglo XVIII) para desterrar la ignorancia, la miseria y la impotencia y para desplazar la moralidad religiosa y los privilegios feudales debe ser retomado. La indignación social provocada por la crisis y la crítica posmoderna del racionalismo y la uniformidad no pueden ser un punto de llegada --ni un punto muerto a secas--, sino el punto de partida y el acicate para la doble tarea de reconstruir una democracia política --en que el dinero esté sometido a la voluntad popular y no a la inversa- y una moral social asumible (y asumida) que asume el esfuerzo personal, el diálogo interpersonal e intergrupal y la asunción de responsabilidades personales y colectivas que impida la “corrupción” institucional que ya hace media década denunciaba Wright Mills. La ciencia, la tecnología, la economía, el mercado o la planificación son fuerzas poderosas pero ciegas y deshumanizadas, incapaces por sí solas de resolver los problemas humanos u orientar nuestro futuro común. Necesitan el control político y moral que las ponga al servicio de los ideales forjados en común para evitar que, al amparo de lemas abstractos como la libertad, la competitividad, el progreso o la utilidad, queden en manos de élites y grupos y ventajistas que, al amparo de esos lemas y sirviéndose de su poder legislativo y social y de su influencia política, usen egoístamente el tremendo potencial y dinamismo de las fuerzas económicas y tecnológicas en su propio beneficio y en detrimento del resto de los mortales. Referencias Bell, D. (1976). El advenimiento de la sociedad post-industrial.. Madrid: Alianza Universidad Doyal, L. y Gough, I. (1989). Teoría de las necesidades humana.. Londres: McMillan. Mills, C. Wright, (1961). La imaginación sociológica. México: Fondo de Cultura Económica. Sánchez Vidal, A. (2013). ¿Es posible el empoderamiento en tiempos de crisis? Repensando el desarrollo humano en el nuevo siglo. Universitas Psicológica, 12, 285-300. Sen, A. (1997). Bienestar, justicia y mercado. Barcelona: Paidós. Vallés, J. M. (2010). ¿Cuánto mercado puede tolerar la democracia? El País, 10 de junio.
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