Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Gobierno de Juan Manuel de Rosas, Monografías, Ensayos de Historia

Se presenta un informe con todos aquellos acontecimientos presentes durante los dos gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Tipo: Monografías, Ensayos

2022/2023

Subido el 16/11/2023

candela-vizcarra
candela-vizcarra 🇦🇷

2 documentos

1 / 13

Toggle sidebar

Documentos relacionados


Vista previa parcial del texto

¡Descarga Gobierno de Juan Manuel de Rosas y más Monografías, Ensayos en PDF de Historia solo en Docsity! GOBIERNOS DE JUAN MANUEL DE ROSAS BREBE BIOGRAFIA DE JUAN MANUEL DE ROSAS: Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793. Su madre fue doña Agustina López de Osornio (1769- 1845), y su padre, León Ortiz de Rozas (1760- 1839). Doña Agustina era celebrada por su belleza y contrajo matrimonio el 30 de septiembre de 1790 con Ortiz de Rozas, joven militar y hacendado, también porteño, heredero de una cuantiosa fortuna. Los dos patrimonios unidos constituyeron, en esa época, la mayor fortuna de la provincia de Buenos Aires. Tuvieron veinte hijos: diez varones y diez mujeres; de éstos, cinco murieron al nacer. Juan Manuel pasó hasta los nueve años en la estancia de sus padres y, en 1808, a los quince años, volvió a ella como administrador de los bienes de su padre. Éste se distinguió durante las invasiones británicas de 1806-1807 como capitán del Regimiento Fijo y jefe de Caballería, cargo que retuvo hasta 1809. PRIMER GOBIERNO DE ROSAS: El 8 de diciembre de 1829, a mediodía, una salva de artillería y repique general de campanas anunció la asunción del mando por el nuevo gobernador y capitán general. Dentro de un contexto, en el cual Buenos Aires, solo era apenas una factoría pampeana, rica de color y movimiento, penetrada de ambición. El núcleo urbano se componía de un puñado de manzanas, dispuestas junto al codiciado río. Casas chatas y anchas construidas en sólidos muros de adobe (barro y agua). La vida pública transcurría alrededor de la Plaza Mayor; la Recova acogía a las “naciones” negras (población africana: mozambiques, minas, mandingas y banguelas). Mientras que a “gente decente” habitaba cerca del Fuerte. Rosas llaga al poder, en medio de ruidosas demostraciones de regocijo popular. De pronto, varias personas se adelantaron al carruaje, desengancharon los caballos, y tiraron de él valiéndose de trenzas de seda roja que ataron a las varas. Ya en la Legislatura, su presidente, el doctor Felipe Arana, lo saludó como a «digno restaurador de las leyes». Luego de su ceremonia de juramento y, Rosas se trasladó al Fuerte, recibió el mando que le entregó Viamonte y finalmente arengó al pueblo reunido en la plaza: <Compatriotas, el camino de la ley se ha abierto. No se recuerde el tiempo funesto que ya pasó, sino para reproducir los juramentos de ser fieles a las instituciones patrias, y de que no vuelva a sentirse entre nosotros el soplo maléfico de la discordia. Ved, mis amigos la expresión de mis deseos: ser vuestro, y que los días de mi mando sean paternales. La salud de la provincia es mi única aspiración; y el bien, el reposo y la seguridad de todos, mi principal desvelo>. Sin embargo, la importadora furia que había traído de Europa Rivadavia, en sus tiempos se hizo sentir, ya que la oleada europea comenzó a poblar toda la ciudad de La Plata, cerca de 4.000 ingleses y cuarenta casas mayoristas, eran propiedad de británicos, adquiriendo poder a través de la Sala de Comercio Británica. Este conflicto entre las políticas de Rivadavia o Rosas se trató de una lucha entre las necesidades de la burguesía comercial porteña controlada por los británicos residentes, y la clase ganadera bonaerense. Estos dos grupos sociales fundaban su frente único en la posesión común del puerto de la ciudad de Buenos Aires, base del crédito público y del Tesoro Nacional. Sin embargo, tanto la provincia como la ciudad formaban una unidad que en tiempos del rey llamándose la Provincia-Metrópoli. No obstante, la rebelión tampoco aceptaba la penetración de mercancías europeas, destructoras de las economías regionales. En 1825 la revolución industrial inglesa hace bajar continuadamente los precios de las manufacturas que exporta, barriendo a su paso las débiles industrias nacionales. Sumado a la carencia de una burguesía industrial, producto de una industria criolla demasiado primitivas e inconexas como para decidir la política económica nacional, y de un núcleo de poder (concentrado en Buenos Aires), incapaz por sí mismo de subordinar al interés argentino los recursos cuantiosos de la gran ciudad. Es así como Rosas comprendió que la única salida del caos era encontrar un modo de transacción con la política proteccionista de las provincias mediterráneas y un status con las provincias ganaderas del litoral, que, excepto Corrientes, coincidían con el librecambismo bonaerense. Al mismo tiempo renunció a la intervención armada en el interior, dejando a los caudillos el control de las situaciones lugareñas. Reservándose a través de mil maniobras distintas el dominio completo de Buenos Aires y de su puerto, de sus rentas y del crédito público de ellas derivado, llamó federalismo a dicha estrategia. Además, éste protegió a los gauchos de las persecuciones desatadas por la ley de vagancia (1815), ofreciéndoles un oficio permanente a los que no tenían ninguno, y que por la expansión del sistema ganadero y de la propiedad de la tierra habían perdido el derecho de carnear sin trabas en la pampa. Tras estos acontecimientos, el Restaurador llego a contar con el apoyo unánime de todas las fuerzas bonaerenses: del pueblo rural, por gaucho; de los artesanos urbanos, por proteccionista; de los estancieros, por ser uno de los suyos. detuvo el carruaje. < ¡Alto!> gritó el jefe del grupo. Quiroga asomó la cabeza por la ventanilla de la diligencia y gritó: «¿Qué significa esto, quién manda esta partida?». Adivinó la situación y trató de tomar una de sus pistolas, pero un disparo le penetró por el ojo izquierdo y le atravesó la cabeza. De inmediato otro de los gauchos de la partida le hundió un cuchillo en la garganta. Sus últimas palabras fueron: «¡No maten a un genera!». Mientras tanto, su secretario era baleado en el vientre; otro de los acompañantes y el correo José María Luegues fueron degollados. Un niño de doce años que acompañaba a los postillones, en el trayecto de posta a posta, fue también degollado, a pesar de que clamaba lastimeramente por su madre. Todos fueron exterminados, pues no debía haber testigos. Pero el correo Agustín Marín y el ordenanza de Santos Ortiz, que viajaban detrás de la diligencia retrasados en sus cabalgaduras, advirtieron lo que pasaba y se ocultaron en unos matorrales, fueron testigos de la criminal acción. La noticia del asesinato de Quiroga llegó a Buenos Aires el 3 de marzo, y el acontecimiento impresionó hondamente a la opinión pública. El triunfo del Federalismo Con el triunfo de la tendencia federal se inició la nueva y prolongada etapa de la Confederación que, tal como la desearon los federales netos, se afirmó en todo el país con sus características inconfundibles de personalismo y radicalismo. Entre los gobernadores-caudillos provinciales descolló Rosas, gobernador de Buenos Aires. Su influencia extendida a toda la esfera nacional presupuso el predominio de Buenos Aires sobre las otras provincias. El asesinato de Quiroga, atribuido en los primeros momentos a intrigas de los unitarios, la conspiración con los opositores emigrados y el gobierno de Montevideo, en el litoral, y la intervención de López (o su ministro Cullen) en la confabulación, fueron factores que movieron a la Sala de Representantes a votar, el 7 de marzo de 1835, contrariando su criterio anterior, la elección de Rosas como gobernador, otorgándole facultades extraordinarias y la suma del poder público. Antes de aceptar el amplísimo poder que se le otorgaba, con las únicas limitaciones de defender la causa federal y la religión católica, Rosas pidió se meditara sobre esa grava concesión y se compartiera la responsabilidad e indicó el deseo de ser confirmado por Sala en pleno y por el voto directo de los ciudadanos. Ambos pedidos fueron satisfechos: la Sala lo confirmó por 36 votos contra 4, y el plebiscito popular, efectuado los días 26, 27 y 28 de marzo, también le fue favorable por 9.312 votos contra 8. La campaña no fue consultada, porque, según Rosas, allí la adhesión a su persona era total. SEGUNDO GOBIERNO DE ROSAS Rosas asumió el mando el 13 de abril y publicó una proclama en la cual encarecía la necesidad de ejercer un poder fuerte, sin límites ni formalidades, para perseguir a muerte «al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe». Uno de sus primeros actos consistió en castigar a los autores y cómplices del asesinato de Quiroga. Los presuntos culpables fueron remitidos a Buenos Aires, y Rosas interrumpió las relaciones con Córdoba mientras el gobernador Reinafé no cesase en sus funciones; esta actitud fue imitada por las demás provincias. Separado Reinafé, Rosas impuso a Manuel López como su sucesor. En el proceso instruido, Manuel Vicente Maza declaró culpables a los Reinafé, y a otras personas, y condenó a todos ellos a la pena de muerte, sentencia firmada por Rosas como <juez delegado de las provincias confederadas». Así, el 25 de octubre de 1837 fueron fusilados, en la plaza de mayo, Santos Pérez, José Vicente y Guillermo Reinafé. Los cuerpos ensangrentados quedaron colgados bajo los arcos del Cabildo durante seis horas. También fueron ejecutadas simultáneamente otras cinco personas en el Retiro. Los hermanos Reinafé eran cuatro; pero, de los otros dos, uno murió encerrado en la cárcel y el otro no pudo llegar a ser apresado. Indudablemente, en el año 1835, la mayoría acompañaba a Rosas; la gravedad de la situación, la naturaleza inusitada del plebiscito, el instante de tensión y de inminente guerra civil, más las amenazas dentro y fuera del país, impulsaron a la mayoría a resolver la situación apoyando al caudillo. Así surgió una fuerza centralizadora en las Provincias Unidas, ya no gracias al clásico partido unitario, sino por obra del partido federal, de su jefe máximo y de la Confederación, que se impusieron a los caudillos más autonomistas. LA LEY DE ADUANA Mientras Buenos Aires gozaba de una prosperidad relativa, el resto del país estaba estancado. Las causas eran varias: Pedro Ferré, de Corrientes, y los representantes de otras provincias hablan reclamado a Buenos Aires por el librecambismo, que anulaba a las industrias locales. Para reducir las protestas, Rosas dictó, el 18 de diciembre de 1835, la Ley de Aduana, que entraría en vigor al año siguiente, para proteger los productos e industrias de las provincias, aunque no las libraba de la hegemonía de Buenos Aires. Gravaba con altos derechos, y hasta prohibía Introducir en Buenos Aires artículos del externo que compitiesen con los del país, pero sólo el puerto de Buenos Aires estaba habilitado para manejar el comercio exterior y, así, obligaba a las provincias a someterse a su Línea económica. Lo que se prohibía en Buenos Aires era prohibido en todo el país. Rosas comprendió que no era posible limitar a los estancieros la protección oficial y en su mensaje de 1835 hizo público que la nueva Ley de Aduana tenía por objeto amparar la agricultura y la industria fabril, porque la clase media del país, por falta de capitales no podía dedicarse a la ganadería, en tanto que la concurrencia del producto extranjero le cerraba los restantes caminos. Coinciden a esta política los aplausos de las provincias del interior cuyos gobiernos volvieron a confiar al de Buenos Aires, la dirección de la guerra y las relaciones exteriores de la Confederación, conservando para sí las aduanas mediterráneas, garantía del ultra proteccionismo local. Conservándose de tal modo un mercado interno para los vinos, los aguardientes, los tejidos y los cueros manufacturados por las fábricas criollas. Muchas provincias enviaron notas de agradecimiento al gobernador de Buenos Aires, pues en esa ley velan respetadas muchas de sus antiguas reclamaciones a la ciudad-puerto. No todas las provincias se mostraron conformes con la Ley de Aduana. Santa Fe y Corrientes hicieron observaciones. El gobierno correntino, en la persona de Atienza, escribió el 18 de junio a Rosas quejándose de que la yerba mate y el tabaco de su provincia debían pagar, por entrar en Buenos Aires, el mismo tributo que se cobraba a los artículos similares procedentes del Paraguay: también protestaba por el excesivo impuesto, de un veinte por ciento, a los cigarrillos, industria a la que se dedicaba toda la provincia. Esto se debe a que Rosas beneficiaba con los mismos aranceles a la producción paraguaya, ya que nunca reconoció la independencia de Paraguay, al que consideraba parte integrante de la Confederación. De este modo, hasta la sanción de la ley aduanera, la industria territorial argentina había estado bajo la amenaza del liberalismo económico vigente en los gobiernos porteños desde 1811. En 1846 se establecen las primeras maquinas a vapor en el molino de San Francisco, las cuales ayudan a introducir los primeros vacunos Shorton, por lo que comienza el alambrado de los campos. Si bien Rosas rechazó las exigencias del comercio importador y del capital extranjero, interesado en el mercado interno argentino, promulgando la Ley de Aduanas de 1835, no es menos cierto que nada hizo para tecnificar nuestras primitivas industrias territoriales y buscar en el país una nueva base de sustentación acorde con el desarrollo mundial del capitalismo. Ya que fue la misma Ley de Aduanas la que fue anulada por Rosas a partir de los bloques de 1838. Es así, que durante este periodo los ganaderos de Buenos Aires eran el sector económicamente más fuerte del Río de la Plata, pero su fuente de ganancias se encontraba en el mercado exterior; su visión de los problemas nacionales no iba más allá del Arroyo del Medio. Por eso dictó la Ley de Aduanas para neutralizar a las provincias interiores, pero le hubiera resultado inconcebible volcar los recursos aduaneros a fin de echar las bases de la era maquinista capaz de transformar al país. Los mercaderes de opio bloquean el Río de la Plata Tras el segundo imperio colonial de Francia empieza con el reinado burgués de Luis Felipe. La diplomacia británica había reducido la capacidad de maniobra de Francia en el teatro continental. Desde su reducto insular, los ingleses manejaban Europa, y a través de Europa, el comercio mundial. Cuando Francia decide intervenir militarmente en el Río de la Plata, esta aventura marítima no respondía solamente a una política de prestigio, sino a la etapa de exportación de mercancías que precede a la aparición del imperialismo. El bandidaje francés en Argel y en México sería probado también por los argentinos. Estas empresas de rapiña tenían para Francia hasta una justificativa moral. pasó a Asunción. Urquiza procedió a cumplir así las cláusulas del tratado y después informó a Rosas; pero éste le desconoció las atribuciones para realizarlo y negó su consentimiento. Con el respaldo de Rosas, Justo José de Urquiza logró ser elegido gobernador de Entre Ríos, provincia de la cual era oriundo. Derrotó a las tropas antirrosistas de Francisco Solano López y del general Paz, frenando su avance. Sin embargo, Rosas, que desconfiaba del caudillo entrerriano, no se avino a un acuerdo con él. Urquiza terminó por aliarse con Brasil y Uruguay y se sumó a la oposición al Restaurador. Arriba, lanceros del general Urquiza. La batalla de Vences El caudillo entrerriano anuló lo hecho y reanudó las hostilidades, venciendo con siete mil soldados y excelente artillería a los Madariaga en la batalla del potrero de Vences el 27 de noviembre de 1847. Madariaga con- taba con 3.500 soldados de caballería, 900 infantes y 12 cañones; pero, a las diez de la mañana, Urquiza y el general Garzón atacaron entre esteros que parecían infranqueables y aniquilaron a los correntinos. La batalla se caracterizó por su violencia, y toda la ferocidad de Urquiza en Pago Largo e India Muerta fue pálida al lado de la crueldad demostrada en Vences. Sobre el campo de batalla, y durante varios días de persecución, los prisioneros fueron degollados, lanceados y fusila- dos con tal ensañamiento y barbarie como no hay otro ejemplo en los anales del Río de la Plata. Madariaga había comenzado su mensaje al gobierno provincial el 21 de octubre con las palabras «¡Patria, Libertad, Constitución!», y esto no respondía a los deseos de Rosas. Joaquín de Madariaga pudo eludir la persecución y se dirigió a Paraguay, y después al Brasil, muriendo en Puerto Alegre en 1848. El coronel Miguel Virasoro fue elegido gobernador de Corrientes, y Urquiza le remitió el 21 de diciembre a 48 oficiales y 1.915 soldados, incluido el batallón Unión con su banda de música completa, tomados prisioneros en Vences, y le envió, además, seis cañones con trescientos tiros de bala y me- tralla, trescientos fusiles y treinta mil cartuchos capturados también en aquella batalla. LA LLEGADA A CASEROS El ejército pasó el Arroyo del Medio y penetró en territorio de Buenos Aires el 19 de enero de 1852; los cuerpos argentinos des- plegaron sus banderas, dieron vivas a la libertad, se ejecutó el Himno Nacional y las bandas tocaron dianas y marchas. Muchos soldados y oficiales besaron la tierra exclamando: «¡Ésta es nuestra patria, al fin volvemos a verla para no dejarla jamás!». El día 14 de enero pasaron por San Nicolás, pueblo que se había declarado contra Rosas. El 20 de enero, el ejército entró en el pueblo de Pergamino, y dice César Díaz que la población se encerró en sus casas y pocas personas se asomaron a las ventanas para ver pasar a la enorme masa de soldados y material. Afirma Díaz que «pocas personas se asomaban a las puertas de las casas para vernos y si al- gunas lo verificaban, no era sino dando a sus fisonomías cierto aire de desdeñosa indiferencia o despreciativa compasión. Sólo se veían ancianos, mujeres y niños y todos estaban convencidos que nuestra pérdida era inevitable. Durante las cuatro o cinco horas que permanecimos en este lugar ningún hombre o mujer se acercó a nuestros vivaques. Recibían a los oficiales o soldados que iban al pueblo a proveerse de lo que necesitaban con profundo disimulo, sin dirigirles ninguna pregunta. Se veía claramente que el terror que Rosas había impuesto había echa- do allí raíces profundas». El 29 de enero, el ejército llegó a la Guardia de Luján y, lo mismo que en Pergamino, sólo había viejos, mujeres y niños y algunos italianos y vascos. Esta gente manifestaba sus du- das sobre el triunfo del Ejército Grande sobre Rosas; creían que el dictador era invencible. Las tropas de Rosas se retiraban continua- mente ante el avance de Urquiza. El coronel Hilario Lagos, con seis mil hombres, fue ata- cado el 31 de enero en los campos de Álvarez por las divisiones de López y Galarza, que con dos mil hombres dispersaron al cuerpo rosista. Quedaron en el campo doscientos muertos, se capturaron trescientos prisioneros, dos estandartes, muchas armas, varios carruajes y más de cuatro mil caballos. Las fuerzas victoriosas tuvieron 26 muertos. Después de este encuentro, la vanguardia del Ejército Grande tunas se parapetó a la artillería. El general Pacheco, jefe de la vanguardia, no comprendía la inactividad de Rosas y el 30 de enero tuvo una entrevista con él en la panadería de Rodríguez, entre Merlo y Morón. Allí Rosas se mantuvo en su idea de esperar al enemigo en Caseros. Pacheco estaba en desacuerdo con la estrategia, por lo que abandonó el mando de su tropa y se retiró a la quinta de Pinedo, cerca de Buenos Aires. LA BATALLA DE CASEROS El día 2 de febrero de 1852, el Ejército Grande atravesó el río de las Conchas por el puente de Márquez y sus cercanías. En la tarde pasó el descanso próximo al arroyo Morón; la exploración habla comprobado la presencia de numerosas tropas enemigas en las alturas de Caseros. En la noche del mismo día se reunieron con Rosas el general Pinedo y los coroneles Chilavert, Díaz, Lagos, Bustos, Hernández, Cortina y Maza. El coronel Chilavert aconsejó a Rosas no librar batalla en la posición de Caseros, pero dado lo avanzado de la noche no se podía llevar a cabo un audaz plan propuesto por este coronel. Rosas, en compañía de los jefes mencionados, se dirigió a Caseros a las diez de la noche para disponer sobre el terreno la colocación de los cuerpos para la batalla. Seguido de sus edecanes y ayudantes, llegó a la casa de Caseros y subió al mirador del edificio, desde donde podía fijar la posición del campamento enemigo por el fuego de algunos vivaques que brillaban en la semioscuridad de la noche. A ambos márgenes del arroyo Morón, 47.000 combatientes descansaban tranquilamente. Mientras, en una de las habitaciones de la casa, el general Pinedo, junto con Chilavert, Díaz y otros jefes con sus ayudantes, ultimaba los detalles, croquis y órdenes para la batalla. Rosas no durmió esa noche y se mostraba muy contento. Pocas horas antes del amanecer, los combatientes aliados se hallaban prestos para iniciar la marcha contra las posiciones enemigas. Los primeros preparativos El ejército de Urquiza se aprestó para el ataque y, con las primeras luces del alba, se dio lectura a la vibrante proclama del general: ¡Soldados!, hoy hace 40 días que en el Diamante cruzamos las corrientes del río Paraná y ya estáis cerca de la ciudad de Buenos Aires y al frente de vuestros enemigos, donde combatiréis por la libertad y por la gloria. ¡Soldados!, si el tirano y sus esclavos os esperan, enseñad al mundo que sois invencibles, y si la victoria por un momento es in- grata con alguno de vosotros, buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque el campo de batalla es el punto de reunión de los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir. Éste es el deber que os impone en nombre de la Patria vuestro general y amigo Justo José de Urquiza». El general Urquiza destacó a los regimientos de Caballería correntinos a las órdenes del coronel Virasoro, para distraer la atención del adversario sobre el opuesto flanco derecho, mientras simultáneamente el Ejército Grande cruzaba a la margen opuesta del arroyo Morón. Desde el mirador de Caseros, Rosas observaba a simple vista el pasaje de las columnas enemigas. Cruzado el arroyo por los primeros escalones de la caballería, Urquiza hizo lo propio seguido de su Estado Mayor. La margen opuesta es cenagosa y dificultaba el avance, la caballería podía eludir el obstáculo por sus nacientes o utilizando algunos vados reconocidos, pero la infantería y la artillería tenían que cruzar el arroyo por el único puente que había, a la vanguardia del ala derecha de la línea, lo cual obligó a un cambio hacia el sur y a su formación en columna. A tan corta distancia de las tropas rosistas, la maniobra era arriesgada, pero Urquiza no vaciló, seguro como estaba de la inactividad del enemigo. Las tropas de ambos ejércitos vestían uniforme de gala para entrar en acción. El Ejército Libertador había distribuido sus 24.000 hombres y sus 50 piezas de artillería en el siguiente orden: en el ala izquierda y frente al edificio de Caseros, la División Oriental; en el centro, la División Brasileña reforzada con la brigada argentina de Rivero y la masa de la artillería con 28 piezas, al mando de Pirán, teniendo a sus órdenes a Mitre y a Bernabé Castro; en la derecha, cinco batallones mandados por Galán y las divisiones de caballería de Medina, Galarza, Ávalos y Aráoz de Lamadrid, a disposición del comandante en jefe. A la retaguardia del ala izquierda, la reserva formada por la División de Caballería de López y Urdinarrain. Por su parte Rosas disponía de 23.000 hombres, 56 piezas de artillería y cuatro coheteras; su derecha se apoyaba en el edificio de Caseros, el cual era defendido por el batallón del teniente alcaldes y sostenido por el fuego de diez piezas de artillería. Al norte del edificio se había formado martillo con un grupo de carretas, un foso y dos batallones, teniendo además dos regimientos de Caballería como reserva de esa ala.
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved