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Góngora... ¿y Quevedo?, Ejercicios de Poética

Francisco de. Quevedo, Obra poética, ed. de J. M. Blecua (Madrid, 1971), III, p. 77. 4 Antonio Carreira, «Quevedo en la redoma: análisis de un fenómeno ...

Tipo: Ejercicios

2021/2022

Subido el 10/10/2022

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¡Descarga Góngora... ¿y Quevedo? y más Ejercicios en PDF de Poética solo en Docsity! CRITICÓN, 75, 1999, pp. 29-47. Góngora... ¿y Quevedo? Amelia de Paz «Opinar acerca de un escritor clásico es cosa fácil», decía Cernuda con ironía solo aparente1. En efecto, nuestra imagen de los clásicos reposa sobre el suelo firme de muchas opiniones ajenas, sedimentadas durante siglos: material de acarreo de muy desigual procedencia al que lo fácil es añadir un estrato más; lo difícil, casi siempre, descubrir al escritor en la solidez venerable del monumento. En el caso de una historia literaria hipertrofiada como la española, la apreciación cabal de un autor constituye una tarea generalmente ardua. El curioso que con ánimo veraz intenta adentrarse en el camposanto literario tropieza pronto con un severo cordón de seguridad, donde el dato certero, la hipótesis y la conjetura infundada se amalgaman vedando el acceso a ese reino de sombras. Sombra es el poeta Quevedo. La impronta de su prosa, la contundencia con que se nos impone su persona, real y legendaria, en ella y en el relato de su primer biógrafo, a menudo hacen olvidar la niebla que envuelve a una obra poética de la que quizá como de ninguna en las letras españolas puede con mayor fundamento afirmarse, parafraseando a Borges, que es menos una poesía que una dilatada y compleja conjetura. En la filología, donde motivos para el escalofrío no faltan, pocos correctivos al fetichismo habrá como las ilustraciones de Gonzalez de Salas al Parnaso español, biblia del quevedismo poético. Son, por un lado, testimonio de amistad: por ellas conocemos la cercanía de González de Salas a Quevedo y su propósito de consagrarse a dar a la imprenta los poemas del amigo, cuya muerte tan hondo vacío ha dejado en él. Pero aparte del desahogo elegiaco, incluyen valiosas confidencias de interés general, como el estado en que le llegan los poemas o que suya es su distribución definitiva en «Musas»2. No está González de Salas por ocultar nada —para él no es reprobable lo 1 «El crítico, el amigo y el poeta» (1948), ap. Poesía y literatura, Barcelona, 1975, p. 158. 2 He aquí alguna muestra: «De ruinas y de despojos débiles ha sido fuerza que se hubiese de construir fábrica tan insigne» (González de Salas, Preliminares e ilustraciones al Parnaso Español, 1648, ap. Francisco 30 AMELIA DE PAZ Criticón, 75,1999 que para nosotros, herederos del romanticismo, sí—, ni siquiera sus injerencias en los versos de Quevedo, que él siente como contribución al buen nombre del difunto: Estas dos coplas me repitió don Francisco alguna vez, y nunca otras más de este romance [«A los moros por dinero»], ocasionándolo a falta de memoria; de donde yo estuve persuadido que, o no le continuó, o que ha corrido la fortuna de otros que, hoy ocultos, solo hay noticia de que fueron. En esta duda, yo le suplí, por el donaire de su principio; como, para divertir el ánimo, a algunas otras poesías apliqué la misma diligencia, a unas más y a otras menos, conforme el defecto padecían .̂ Hoy puede parecer herejía a nuestra idea reverencial de la creación literaria, pero responde a la vigencia de una concepción artesanal, colectivista, del arte, donde, a pesar del culto al individuo obligado desde el renacimiento, sigue importando más el producto que el artífice. Aún queda mucho para que el romanticismo venga a invertir las tornas poniendo al genio en candelero. Pero no nos interesa aquí la solicitud de don Jusepe como documento de época, sino el alcance de su colaboración: esos poemas rescatados de borradores y enmendados por el editor para divertir el ánimo, y a los que llamamos auténticos, constituyen, como es sabido, nuestra base para determinar el peculio poético de Quevedo. Ellos, y los contenidos en Las tres musas últimas castellanas, editadas por Pedro Aldrete en 1670, cuyo rigor no será mayor. El número de poemas publicados por Quevedo en vida no llega a un diez por ciento del total conservado —de ellos, solo un escaso porcentaje lleva su nombre— y excluye los más largos, con una sola excepción, y los representativos de varias tendencias, como ha demostrado Antonio Carreira en un trabajo memorable que deshace el espejismo de la enorme fama poética de Quevedo en su tiempo4. Para el resto de los más de ochocientos, la dudosa solidez de la princeps, nuestra ignorancia ya sin remedio de su grado de fiabilidad nos abocan apenas sin salvaguarda al maremagno aún más insondable de una tradición manuscrita carente de codex optimus, donde conceder credenciales de autenticidad a un poema constituye a menudo empresa tan arriesgada como su fijación textual. de Quevedo, Obra poética, ed. de José Manuel Blecua, Madrid, 1969, I, p. 91); «en las poesías de que se halló dueño después su heredero, las que parecía que él destinaba para esta Musa se reducían todas a unos pocos sonetos, descuidadamente escritos, que después se cuidaron, sin que un verso de otra especie hubiese la iniquidad dejado para su honor y para su memoria... De manera que de destrozos y desperdicios esta, no sé si bien acordada música, que habernos suministrado a Thalía, más atención nos ha malogrado y diligencia que todas las otras Musas» (ibidem, p. 133); «admití yo, pues, el dictamen de don Francisco, si bien con mucha mudanza, ansí en las profesiones que se aplicasen a las Musas, en que los antiguos proprios estuvieron muy varios, como en la distribución de las obras, que en aquellos rasgos primeros y informes él delineaba; según yo juzgué por mejor la conveniencia y el acierto, lo dispuse» (ibidem, p. 92). ^ Nota de Gonzalez de Salas al romance «A los moros por dinero» (Blecua 769), ap. Francisco de Quevedo, Obra poética, ed. de J. M. Blecua (Madrid, 1971), III, p. 77. 4 Antonio Carreira, «Quevedo en la redoma: análisis de un fenómeno criptopoético», ap. W . AA., Quevedo a nueva luz: escritura y política, ed. de L. Schwartz y A. Carreira (Málaga, 1997), pp. 231-249. Confirma esta tesis el testimonio de primera mano del propio González de Salas: «La felicidad del ingenio de nuestro don Francisco, fuera es de toda duda que reinó en la poesía. Pocos creo que lo entendieron ansí, por comunicarle íntimamente pocos; pero yo lo tuve bien advertido siempre, aun cuando más presumió de otras erudiciones, y ansiosa y afectadamente las profesó, y se divirtió por mucha edad en ellas» (Parnaso español, «Prevenciones al lector», ap. Quevedo, ed. cit., I, p. 91). GÓNGORA... ¿Y QUEVEDO? 33 Jauralde alega, junto con otros muchos que hubiera podido añadir, dan fe, entre otras cosas, del conflicto que debió de padecer Quevedo intentando abrir brecha detrás de Góngora en el filón agotado de la poesía; que no fue el único que entró a saco en la obra gongorina es —insistimos— realidad probada, que Jauralde liquida en una frase, porque imaginar a Góngora sorprendido y molesto sólo por la intromisión de Quevedo es lo que le interesa11. Persuadido de que Góngora decidió castigar a Quevedo, supone Jauralde que el lector también lo está. Y así, con la confianza que da creer al interlocutor partícipe de las propias ideas, en esta monografía proliferan, indocumentadas, expresiones de corte astranesco: De modo que volvemos a la molesta sorpresa de Góngora al reconocer... versiones grotescas de sus propias criaturas poéticas (p. 130). Todo ello tiene continuidad en años posteriores, aunque a veces sea difícil datar el contrafacta [sic] quevediano, o el zarpazo gongorino (p. 133). No sabemos que, por ahora, Góngora le contestase; pero la herida quedaba abierta, permanentemente abierta, para que cada vez que cruzaran sus vidas nos dejaran una estela de odio y de insultos... Por el momento parecieron tranquilizarse los ánimos. Ya veremos que no será así. Cuantas veces se crucen, en adelante, no dejarán pasar la ocasión de hacérnoslo saber (p. 127). No parece ya que podamos conocer el detalle de la enemiga. Pero la chispa hubo de saltar, en algún momento, entre mayo y noviembre de 1603... Ese cruce de versos proseguirá a lo largo de veinticinco años, historia poética tan rica que ahora no voy a desmenuzar (pp. 128-129). ¿Cómo iba a reaccionar Góngora ante estas intromisiones? Por ahora, intentando aplastar a aquel joven insolente (p. 130). Ninguna de las afirmaciones subrayadas viene avalada por la contundencia de la prueba, y el lector tiene que creerlas, como si de un acto de fe se tratase. Difícilmente podría Jauralde demostrar esa enconada lucha que proclama: si se repasa la obra de Góngora —los cuatrocientos dieciocho poemas auténticos y el medio centenar largo que constituye el corpus de atribuidos de autenticidad probable— no se encuentran más que dos de los que se puede pensar con fundamento que están disparados por Góngora contra Quevedo: los sonetos «Anacreonte español, no hay quien os tope» (Mille LXII) y «Cierto poeta, en forma peregrina» (Mille LXXV)12. Ninguno aparece refrendado por 1 1 Ya que aduce materiales de una tesis doctoral acerca de los romances de Quevedo, al parecer inédita (la de Remedios Morales Raya, citada en pp. 131,133 y 135; sí está publicado, de la misma autora, al menos el opúsculo Fecha y circunstancia de los romances de Francisco de Quevedo, Univ. de Granada, 1993, 151 pp.), hubiera podido completar su documentación con solo hojear otra acerca de los romances de Góngora (Antonio Carreira, Univ. Complutense de Madrid, 1995, 2.167 pp.), antes de ponerse a espigar lugares gongorinos en la poesía de don Francisco. Las recreaciones quevedianas de romances de Góngora allí localizadas alcanzan el centenar, cifra a la que se suman las numerosas halladas en otros muchos autores, españoles y portugueses, testimonio de una inusitada recepción. Cf. ahora Luis de Góngora, Romances, edición crítica de A. Carreira en 4 volúmenes (Barcelona: Quaderns Crema, 1998), cuya numeración adoptamos en este trabajo. 1 2 El destinatario de las décimas «Musa que sopla y no inspira» (Millé XXII), fechadas con posterioridad a la composición de la letrilla de 1603 «Qué lleva el señor Esgueva» (Millé 121) a partir del epígrafe de un manuscrito que poseyó Foulché-Delbosc (el VE, f. 110; cf. Obras poéticas de don Luis de Góngora, ed. de R. 34 AMELIA DE PAZ Criticón, 75,1999 la autoridad de Chacón, que excluye las sátiras personales, pero figuran en excelentes manuscritos gongorinos —el primero también en la edición de Vicuña (1627)—, y tienen ambos el sello difícilmente falsificable de don Luis, aunque el primero algún manuscrito lo atribuya a Lope de Vega13. Este —una burla del Quevedo helenista— se considera inspirado por su Anacreón castellano, probablemente difundido a partir de abril de 1609, por lo que Ciplijauskaité fecha el soneto de Góngora, con reservas, en ese año; Carreira, siguiendo a Jammes, amplía el margen a 1609-1610; Millé había hecho llegar el término ad quem hasta 161714. La composición del segundo soneto se situaría en 1618, como posible respuesta a la concesión a Quevedo de un hábito de Santiago a finales del año anterior. Todavía un tercer envite, no tan directo, a don Francisco se localiza varios años antes, en el soneto «Con poca luz y menos disciplina» (Millé LXVI), posterior a la difusión de la primera Soledad en 1613, y que la mayoría de los manuscritos rotulan de modo genérico «contra los que dijeron mal de las Soledades» o con epígrafes parecidos; de los cuarenta cotejados por Biruté Ciplijauskaité, solo cinco son más explícitos15. Foulché-Delbosc, New York, 1921, III, n° 477), es más incierto. Ignoramos si Musa es, como se especula desde la conjetura de Artigas basada en el testimonio del mismo ms. VE, un seudónimo de Quevedo (cf. M. Artigas, Don Luis de Góngora y Argote. Biografía y estudio crítico, Madrid, 1925, p. 90). Señala Jauralde que «Jammes no añade razones de peso» que demuestren que no lo es (op. cit., p. 122, n. 9). A nuestro juicio, no corresponde a Robert Jammes ni a ningún otro probar que Musa no es Quevedo, sino demostrar de modo convincente que lo es —o al menos que Góngora viera en ese Musa a Quevedo— a quien así lo crea, como sin duda hará Pablo Jauralde en el capítulo al que remite de su próxima biografía quevediana (op. cit., p. 126, n. 14). Hasta entonces, que Góngora esté apuntando contra Quevedo no se desprende de modo palmario de la propia composición, sino de la réplica a esas cuatro décimas que comienza «En lo sucio que has cantado» (Blecua 827), suponiendo que esta a su vez sea de Quevedo (cf. infra). El ms. 3795 BNM, f. 173, señala a don Francisco también como punto de mira de otras décimas atribuidas a Góngora: «Por la estafeta he sabido» (Millé XXVI); su verdadero destinatario es el que indica el ms. 147 de la Biblioteca Universitaria de Barcelona: Juan de Jáuregui. 13 El ms. 2244 BNM, ff. 3v-4. Cf. Luis de Góngora, Sonetos, ed. de Biruté Ciplijauskaité, Madison, 1981, p. 515. En su artículo-reseña de esta edición, Antonio Carreira recuerda una noticia transmitida por A. Fernández-Guerra y Millé: «el sobrino de Quevedo atribuye a Pérez de Montalbán este soneto, del cual se habría vengado su tío con la Perinola. Por poco probable que parezca, es dato de primera mano» (Carreira: «Los sonetos de Góngora a través de sus variantes: notas de crítica textual a propósito de la nueva edición», £/ Crotalón, I, 1984, p. 1028). El dato, en efecto, no atañe tanto a la validez de la atribución gongorina como a la recepción del poema en los medios próximos a Quevedo. De prestarle fe, obligaría a replantear la presunta filiación quevediana de las sátiras antigongorinas en respuesta a dicho soneto. '4 Ciplijauskaité: loe. cit.; Carreira: Luis de Góngora, Antología poética, Madrid, 1986, p. 157; Millé: Obras completas de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, 1932, p. 559. Otra irrisión del prurito helenista de Quevedo se ha querido ver en el comienzo del romance de 1610 «Aunque entiendo poco griego» (Romances, 63), aunque parece excesiva la hipótesis de Jauralde, para quien constituye una «soberbia contestación poética... con que [Góngora] pisaba nuevamente el mismo terreno en el que le había emulado Quevedo, es decir, reconociendo que la insolencia poética del madrileño necesitaba de una lección superior» (op. cit., p. 130). Recoge la opinión contraria de A. Alatorre y otros datos el editor de los romances gongorinos (II, pp. 223-224). 15 Los mss. 3795 BNM, f. 187, RAE 22, f. 121v, y Mencndez Pelayo 108, f. 173, señalan a Quevedo como destinatario del soneto, y, con alguna vacilación, el 3922 BNM, f. 335, y el 4067, f. 68: «Contra Quevedo, al parecer» (cf. B. Ciplijauskaité, éd. cit., p. 524); en el ms. 19.004 BNM, f. 24v, la asignación procede de mano de A. Fernández-Guerra. La alusión más diáfana se encuentra en el segundo cuarteto: «las puertas le cerró de la Latina / quien duerme en español y sueña en griego, / pedante gofo, que, de pasión ciego, / la suya reza, y calla la divina», donde la perífrasis parece atraída por el concepto litúrgico. En todo G Ô N G O R A . . . ¿Y Q U E V E D O ? 35 El contenido de estos poemas es corriente: Góngora acusa a Quevedo de no entender la lengua de la que traduce, menciona con ingenio su cojera y lo tilda de bebedor. Bromear sobre la ignorancia del griego —al margen de lo que pueda tener de constatación objetiva en la España del xvn, donde no faltan los nietos de Pus todos como el doctorando del romance gongorino— es lugar recurrente en don Luis, tan poco propenso a pedanterías como gran aficionado a la irrisión de los venerados modelos donde se hallen, sea en clave filológica o mitológica. Quevedo, que ostenta las ínfulas de Lipsio español, constituiría sin duda un blanco a la medida de quien, por las mismas fechas, no tiene reparos en autoadministrarse la burla desde el comienzo de un romance: «Aunque entiendo poco griego» (Romances, 63). En cuanto a la cojera de Quevedo, debía de ser casi antonomasia: se encuentra en el Viaje del Parnaso de Cervantes, donde nada tiene de insulto, y hasta el propio Quevedo, de pertenecerle la sátira «Alguacil del Parnaso, Gongorilla» (Blecua 841) —cosa, por otro lado, harto improbable, como se verá más adelante—, la habría mencionado en perífrasis alusiva a sí mismo; y si no él, quien la sacó a colación era adepto suyo. Los juegos, por su parte, con el campo semántico de la bebida se cuentan entre los favoritos de la poesía conceptista. La inventio de los poemas dedicados por don Luis a Quevedo no parece, pues, muy personal. Eso sí: Góngora desarrolla esos lugares comunes con la agudeza que lo distingue, especialmente en el magistral «Cierto poeta, en forma peregrina» —también en el soneto en defensa de las Soledades, donde la posible pulla a Quevedo queda en segundo plano ante la coherencia del concepto. ¿Qué es lo que Góngora ve, pues, en don Francisco? ¿Un poeta que le haga sombra? Nótese bien el móvil de los sonetos que dirige al madrileño: una traducción y la consecución de un privilegio. Lo primero sólo en sentido amplio puede considerarse motivo humanístico, nada comparable, desde luego, a la carga literaria de sus invectivas contra Lope —al que, por cierto, no pierde Góngora la ocasión de acometer hasta en el soneto dedicado a Quevedo. En lo segundo, bajo la especie de poner en la picota los poco edificantes pormenores de la obtención del hábito, podría deslizarse una incursión chusca de don Luis en la recién estrenada polémica por el patronazgo, terreno donde Quevedo sostendrá contra otros, como Morovelli, por no decir contra todos, batallas airadas en favor de Santiago: correctivo muy gongorino al espíritu militante de Quevedo, que el burlón de don Luis sólo puede tomar con sorna, como con humor escribe sobre santa Teresa. Góngora, que tan distinto es a Quevedo, no parece tener nada, ni personal ni literario, contra Quevedo. En resumen, el rastro de Quevedo en la poesía gongorina se reduce a dos sonetos probables, es decir, veintiocho versos en una producción que ronda los veintiocho mil, una posible alusión en otro, y unas décimas de destinatario dudoso. Aun admitiendo estas, las cifras dan idea de la atención que Quevedo mereció a don Luis en cuarenta y seis años de actividad —la mitad última, compartida en la palestra. Si Góngora escribió 38 AMELIA DE PAZ Criticón, 75,1999 —ya que como de Quevedo admitimos los arreglos de su editor en otras ocasiones—, si no fuera porque en esta ocasión de la invectiva contra Góngora está en juego la bonhomía de don Francisco: de confirmarse las sospechas de Jammes, se habría cometido con su persona una monstruosa injusticia al adjudicarle dichas composiciones, en primer lugar, por lo que tienen de insultantes, pero también porque, como señala Jammes, «salvo una o dos excepciones, son poesías mal escritas, pesadas y totalmente desprovistas de gracia; se diría que el autor trató de disimular su falta de talento detrás de un cúmulo de groserías y ataques personales»22. El propio Jammes ha recordado que, entre las dieciocho sátiras antigongorinas que se atribuyen a Quevedo, solo hay una de la que podamos afirmar con certeza que le pertenece: la n° 825 de la edición de Blecua, «Quien quisiere ser culto en solo un día», ya que fue impresa en el Libro de todas ¡as cosas y otras muchas más en 1631, como parte de la Aguja de navegar cultos23. Es significativo que en ella, más que a don Luis, Quevedo embiste a sus imitadores, esos «poetas babilones» del v. 17, lo que coincide con la ausencia de ataques directos a Góngora que Jammes ha observado tanto en el Discurso de todos los diablos, como en La culta latiniparla, el episodio del «Poeta culto» de La hora de todos y el prólogo a las Obras de fray Luis de León —las demás contribuciones de Quevedo a la batalla contra el nuevo estilo24. Nos hallamos, pues, ante una falta de pruebas todavía más acusada que en la presunta agresión de don Luis a Quevedo: un único poema seguro, y más contra el gongorismo que ofensa personal a Góngora. La adjudicación a Quevedo de las diecisiete composiciones restantes presenta distintos grados de fundamento. De entrada, se impone una reflexión: en este punto habría que concluir cualquier especulación si adoptásemos el criterio, por cierto nada severo, de Eugenio Asensio, quien en su estudio de las silvas quevedianas establece la teoría del doble testimonio, manuscrito e impreso postumo, para conceder credenciales de autenticidad a un poema25. Ninguna de las composiciones que a continuación abordamos cumple ese requisito mínimo de profilaxis filológica, del que solo la singularidad derivada de su carácter satírico —por así decirlo, su clandestinidad— puede eximirlas, y ello a riesgo de convertir la filología en mero impresionismo. Pasando, pues, por alto, que ninguna se imprimió en el xvn, y teniendo que limitarnos a su difusión manuscrita, por el momento no parece lícito prestar fe a las diez recogidas solo —y lo que es más decisivo, sin atribución— en el ms. 108 de la biblioteca Menéndez Pelayo (Blecua 832-837, 839-841 y la versión del epigrama III, 9 de Marcial), así que la cifra queda reducida a siete poemas26. De estos, cuatro se inscriben 2 2 Luis de Góngora, Soledades, ed. cit., p. 677. 2 3 Jammes, ed. de las Soledades citada, pp. 676-677. El poema ha sido anotado por Ignacio Arellano, junto con los demás sonetos contra Góngora, en su edición de la Poesía satírico burlesca de Quevedo (Pamplona, 1984), pp. 520-540. A propósito de esta composición, así como para los núms. 828, 830, 832, 834-836 (ed. Blecua), véanse /as precisiones de Carreira a la exégesis de Arellano (Rilce, IV, 1, 1988, pp. 14S- 149). M" Pilar Celma Valero, por su parte, lleva a cabo un análisis de las sátiras intercambiadas en esta polémica, sin cuestionarse la legitimidad de las atribuciones («Invectivas conceptistas: Góngora y Quevedo», Studia Philologíca Salmanticensia, n° 6, 1982, pp. 33-66). 2 4 Cf. Jammes, loe. cit., pp. 680-685. 2 5 Eugenio Asensio, «Un Quevedo incógnito. Las Silvas», Edad de Oro, II (1983), pp. 13-48. 2 6 Los poemas rechazados son los que comienzan «Este cíclope, no siciliano», «Tantos años y tantos todo el día», «¿Socio otra vez? ¡Oh tú, que desbudelas!», «Verendo padre, a lástima movido», GÓNGORA... (Y QUEVEDO? 39 en el ciclo vallisoletano (Blecua 826, 827, 830 y 831), pero hay que eliminar el n° 830 («Dime, Esguevilla, ¿cómo fuiste osado») porque, en contra de lo que afirma Jauralde, en el único manuscrito en que figura (el 3795 BNM) tampoco consta su atribución a Quevedo27. El sentido de este soneto no es diáfano: se podría incluso ver en él una defensa de Góngora, y no un ataque, si no fuera por el enrevesado terceto último, que aparenta volver irónicamente el elogio en vilipendio, aunque el anacoluto de esos versos finales dificulta el veredicto. Con él parece relacionarse, como parte de una controversia seudofluvial, el que le sigue en el ms. 3795 BNM, «Vuestros coplones, cordobés sonado» (Blecua 831), que es además la sátira atribuida a Quevedo por un número mayor de testimonios, dentro de la parquedad que caracteriza la tradición seiscentista del madrileño. Su primer verso podría estar recogiendo, como el cuarteto inicial del anterior, un eco de «A vos digo, señor Tajo», romance gongorino no ajeno a tal tipo de diatribas28. Ignacio Arellano hace una lectura metafórica del soneto, entendiendo que en él es Quevedo quien reprocha a Góngora29. En nuestra opinión, se sostiene mejor «Sulquivagante, pretensor de Estolo», «Ten vergüenza, purpúrate, don Luis», «Esta magra y famélica figura», «Este que, en negra tumba, rodeado», «Alguacil del Parnaso, Gongorilla» y «Dice don Luis que me ha escrito» (cf. su transcripción por Artigas, op. cit., pp. 371-379), casi todos reacción contra las Soledades —excepto el primero, inspirado por el Polifemo (o más bien por el soneto gongorino en su defensa; cf. Carreira, Rilce, IV, 1, 1988, p. 149), y el último, que es una traducción intrascendente donde el Cinna del original se vuelve don Luis. De la autenticidad de la silva «Alguacil del Parnaso, Gongorilla» ya dudó Antonio Rodríguez-Moñino por razones internas (por ejemplo, el «dicen a los que somos cordobeses» de v. 104, o la alusión a la cojera de Quevedo en v. 124, «y me ha certificado el pobre cojo»), como recuerda Blecua, aunque para contradecirlo sin mejor argumento que una petición de principio (Quevedo, Obra poética, éd. cit., III, p. 246). A nuestro juicio, la similitud entre el v. 133 de esta sátira («quemó como pastillas Garcilasos») y el que cierra la Aguja de navegar cultos («quemamos por pastillas Garcilasos»), lejos de probar —como sostiene también Blecua— su filiación quevediana, explícitamente la desatribuye; eso, si no bastaba para desautorizarla la constante referencia a Quevedo en tercera persona —por el contexto, poco verosímil como estratagema—, o la torpeza del centón de versos de las Soledades. 2 7 Jauralde, op. cit., p. 128. El epígrafe dice simplemente «Contra el mesmo» (ms. 3795 BNM, f. 337v). Aunque atento a la huella de Góngora, Jauralde no señala en este soneto un probable guiño a los vv. 9-12 de «A vos digo, señor Tajo» (Romances, 35): «famoso entre los poetas, / tan leído como el Christus, /y de todos celebrado / como el día del domingo». La alusión («¿Dime, Esguevilla, ¿cómo fuiste osado / a subirte a las barbas del que ha sido / más escrito en España y más leído / y con más justo nombre celebrado?», Blecua 830, vv. 1-4) no se construye sobre la lectura 'Christus', adoptada por Carreira —mejorando a Chacón y los demás mss.— sobre la base del Ramillete de Flores, Quarto... parte de Flor de Romances nueuos... (Lisboa: Antonio Áluarez, 1593), y ampliamente documentada en su edición (I, pp. 552-553), sino sobre la lectio facilior 'escrito', difundida por todos los demás testimonios. No es la única imprecisión de Jauralde en su rastreo de fuentes: su filiación de la letrilla quevediana «Vuela, pensamiento, y dites» (op. cit., p. 120) no tiene en cuenta la palinodia del editor de las letrillas gongorinas, para quien la de Góngora de igual íncipit «fue parodiada por Alonso de Ledesma en su Romancero y monstro imaginado, de 1616... De esta parodia de Ledesma, y no del original de Góngora, se inspira una letrilla de Quevedo de estribillo semejante» (Góngora, Letrillas, éd. de Robert Jammes, Madrid, 1980, p. 67). El propio Jammes había escrito en 1963 «Quevedo semble avoir, de son côte, parodié directement Góngora» (Don Luis de Góngora y Argote, Letrillas, Paris, 1963, p. 73). 28 Esta vez se trataría del conocido chiste con el término sonado («en España más sonado / que nariz con romadizo», w. 7-8 de «A vos digo, señor Tajo»), familiar al Quevedo vallisoletano, como se ve en los dos lugares de su obra aducidos por Carreira (Góngora, Romances, éd. cit., I, p. 551). 2 9 Recordemos el poema, en la tradición preferida por Blecua (la que representa el citado ms. 3795 BNM), pero sin adoptar las alteraciones que sobre la versión de este ms. introduce el editor en w. 8 (hayan) y 12 (y así... el ver): 40 AMELIA DE PAZ Criticón, 75,1999 una lectura literal, donde el propio Esgueva personificado se defiende de las invectivas gongorinas; la doble redacción que los manuscritos transmiten de los tercetos parece avalar esta hipótesis30. Los otros dos poemas vallisoletanos atribuidos a Quevedo son las décimas «Ya que coplas componéis» (Blecua 826) y «En lo sucio que has cantado» (Blecua 827), tradicionalmente vinculadas a las gongorinas «Musa que sopla y no inspira» (Millé XXII), que ya mencionamos. Las primeras se adjudican a Quevedo en una media docena de manuscritos31. Con tales presupuestos, resulta arriesgado pronunciarse sobre su autoría, ni acudiendo siquiera a esas razones textuales, evidentes para Jauralde, que tan sospechosas resultan cuando de lo quevedesco se trata. Lo único que a nuestro juicio se puede afirmar con alguna evidencia atendiendo a los textos es que, en contra de lo que se suele repetir, las décimas de don Luis a Musa no parecen contestar a estas Vuestros coplones, cordobés sonado, sátira de mis prendas y despojos, en diversos legajos y manojos mis servidores me los han mostrado. Buenos deben de ser, pues han pasado por tantas manos y por tantos ojos, aunque mucho me admira en mis enojos de que cosa tan sucia haya limpiado. No los tomé, porque temí cortarme por lo sucio, muy más que por lo agudo, ni los quise leer, por no ensuciarme. Así, ya no me espanta ver que pudo entrar en mis mojones a inquietarme un papel, de limpieza tan desnudo. (Quevedo, Obra poética, éd. cit., III, pp. 239-240 y ms. 3795 BNM, f. 337v). Según Arellano, «los versos de Góngora se han entrado en los mojones, en el territorio de Quevedo, a inquietarlo; y porción compacta de excremento humano que se expele de una vez... Alude a la utilización que da Quevedo a los papeles de su rival» (nota a 'mojones', v. 13; Poesía satírico burlesca de Quevedo, éd. cit., p. 525). 3" La mayoría de los testimonios presenta una versión discrepante en los tercetos, que para Blecua es la primitiva: Confieso que son aguas propiamente las mías, pues que son las que hacen todos, pero también os digo juntamente que sois más sucio vos, pues que mis lodos, mi estiércol, mi inmundicia y mi corriente en la boca traéis de tantos modos. (Quevedo, Obra poética, éd. cit., III, p. 240). 3 1 Para Jauralde, que califica de profusa la difusión manuscrita de este poema, «no hay duda, además por razones textuales, de la atribución y de la ocasión» {op. cit., p. 123, n. 12). Lo indudable es que ninguno de los tres mss. que añade a los vistos por Blecua asigna el poema a Quevedo: el ms. 3795 BNM, ff. 172v- 173, lo atribuye a Jáuregui; en el 3985 BNM, f. 246v, aparece sin atribución, y en el 4044 BNM, f. 261v, figura a nombre de Lope de Vega. La relación exhaustiva de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid que incluyen poemas antigongorinos con atribución a Quevedo se debe a Isabel Pérez Cuenca [Catálogo de los manuscritos de Francisco de Quevedo en la Biblioteca Nacional, Madrid, 1997). GÓNGORA... ¿Y QUEVEDO? 43 de tal falseamiento de Góngora son notorias —recuérdese sin ir más lejos la aversión, paradigmática, de Menéndez Pelayo, Antonio Machado o Unamuno—, como conocidos son los hitos en su rehabilitación. Pero la satanización de Góngora perdura aún en el ambiente, difundida, todavía hoy, por manuales y la inercia. De forma celada, alcanza incluso al especialista, a quien en ocasiones librarse de prejuicios no resulta más fácil que al lector común. En el ensayo que venimos comentando como representativo de determinado quevedismo al uso se percibe esa herencia, quizá a despecho del propio autor. Jauralde no escatima, ciertamente, el elogio a don Luis, a quien sin duda no teme agraviar en sus cortas alabanzas —cortas, aunque las suba al grado más supremo. Pero las lisonjas que prodiga no nos engañan: siempre subyace la comparación con Quevedo en detrimento del cordobés37. De «soberbio romance» conceptúa a «Esperando están la rosa» (Romances, 60), que líneas después se rebaja a «retahila floral», frente a la parodia quevediana «Don Repollo y doña Berza» (Blecua 683)38. A veces, tampoco adjudica equitativamente su repertorio, como si todo fuera uno y lo mismo en la poesía de Góngora: «la primorosa finura lírica del cordobés», aplicado a un romance tan poco ambicioso como «Contando estaban sus rayos» (Romances, 70), suena a cumplido de compromiso39. El encomio podía haberse reservado para poemas de mayores vuelos, como el romance de Angélica y Medoro (Romances, 50), donde Jauralde sorprendentemente ve «tanta gracia como ironía»40. Su personal criterio lo lleva a. encarecer con admirativa sorpresa «una de las vetas más ricas de la poesía burlesca de Quevedo», por la cual «Quevedo hará hablar a los mantos, los burros, las telas, las verduras...» —campo trillado por la literatura helenística—, mientras que el romance que puso de moda ese recurso en España, «Murmuraban los rocines» (Romances, 39), es para él «como tantas cosas del poeta cordobés, rebrotes de la poesía representada por Castillejo» —y aquí ya no sabemos si se trata de parcialidad, estimativa gruesa o simple desatención a la historia literaria41. Esperemos que el desafortunado parentesco no se le haya ocurrido al profesor pensando en los respectivos Polifemos; a lo mejor tiene en mente las concomitancias epidérmicas de romances como «Apeóse el caballero» (Romances, 62) o «En tanto que mis vacas» (Romances, 47), y, en ese caso, quedaría igualmente manifiesta su animadversión. Animosidad que, por lo visto, autoriza al estudioso a obsequiar al lector con una perla como la que Jauralde, con quevedesca inspiración, se permite a propósito del romance de Góngora «Cuando la rosada aurora» (Romances, 53): «un tema con variaciones sobre la mierda»42. Para qué seguir. 3 7 En alguna ocasión, el subconsciente traiciona a Jauralde: «Ya vimos que Quevedo ensayó cuatro sonetos, hay que reconocer que ninguno tan definitivo como los dos que Góngora redactó para la misma ocasión [la muerte de la duquesa de Lerma]» (op. cit., p. 132): ¿por qué hay que reconocer nada? 38 Op. cit., p. 131. 3 9 Jauralde, op. cit., p. 134. 4 0 Op. cit., p. 132. Como gracia ve en el empleo del adjetivo caducas en el v. 9 de «Que se nos va la pascua, mozas» (Romances, 8), ignoramos por qué (Jauralde, op. cit., p. 120, n. 2). 41 Op. cit., p. Í31. 4 2 Jauralde, op. cit., p. 122. Puestos en clave quevedesca, este prurito escatológico parece cortado a medida de ciertos versos de la décima que inaugura la serie en que supuestamente Quevedo responde a la letrilla gongorina del Esgueva; esa donde, según Jauralde, Quevedo se pone a la altura de don Luis, 4 4 A M E L I A D E P A Z Criticón, 75,1999 No. El distinguido quevedista no parece simpatizar con la poesía gongorina. Al aceptar las posturas de la crítica decimonónica en cuanto a la atribución a Quevedo de ciertos poemas y a la existencia de una seudoguerra literaria entre este y Góngora, Jauralde termina asumiendo también, acaso sin advertirlo, los gustos de esa misma crítica, que ensalzan a Quevedo y disminuyen a Góngora. Ello no tendría mayor relevancia en nuestros días, cuando por medio mundo circulan ediciones de ambos autores y cada cual puede juzgar, si no fuera porque tal antipatía —involuntaria o no, mala consejera para calar en la entraña de un poeta—, da carta blanca a la incomprensión y deformación históricas, cuando no al anacronismo, que permiten a Jauralde presentar a Góngora no ya sólo, como se vio, «intentando aplastar a aquel joven insolente» que es Quevedo, sino desenvolviéndose «torpemente» en los medios cortesanos, o componiendo sus sátiras vallisoletanas como desfogue al verse privado de los «estallidos de luz y noches de aromas» de su Andalucía natal43. Pues, tan arbitrario como suponer que Góngora viese en Quevedo un rival, es el desmerecer sus dotes cortesanas, haciendo, nuevamente, acopio de más fe que razones. (Otro cantar bien distinto, que tal calidad no aumente a nuestros ojos el prestigio de Góngora, ni el de Quevedo.) Si el provinciano don Luis se movió con poca destreza «en el difícil círculo cortesano que Quevedo dominaba, desde su infancia»44, no es especulación, sino hecho probado, que su torpeza no le impidió conseguir dos hábitos militares, una capellanía real y la deferencia de la propia reina, quien le envía sus médicos en la última enfermedad, mientras que a don Francisco, «augur de los semblantes del privado» —como lo hubiera podido motejar el autor de la Epístola moral a Fabio—, su supuesta habilidad lo lleva a dar con sus huesos en la cárcel. Otras virtudes se le hallarán sin esfuerzo, pero hace falta bastante capacidad de sugestión para atribuir dominio cortesano, o clarividencia alguna, al Quevedo de la hermosa «Epístola satírica y censoria» (Blecua 146) enviada al conde de Olivares al comienzo de su privanza, o en la menos hermosa comedia al valido, de la que nos preguntamos qué pensaría hombre tan cultivado. Una lectura detenida de tales obras, como también de Política de Dios, la España defendida o la recién descubierta Execración contra los judíos, daría materia abundante para una revisión de este tipo de juicios que tan chico favor hacen a «alineándose con el tono refinadamente sucio de Góngora» (op. cit., pp. 124-125), aunque, en su sentir, «el poeta cordobés era, exquisitamente, mucho más soez» (op. cit., p. 125). No nos imaginamos cómo el veredicto se concilia con la finura lírica de antes, ni cómo se las ingeniaría Jauralde para probar tales oxímoros. Una opinión bien distinta sostiene Roben Jammes, para quien a esas décimas («Ya que coplas componéis», Blecua 826) «verdaderamente sucias y groseras... les falta el humor de Góngora y su habilidad en evitar las palabras indecentes» (Góngora, Letrillas, ed. española cit., p. 139). 4 3 Jauralde, op. cit., pp. 130, 128 y 122, respectivamente. No menos lamentable que tales desvarios es el desaliño formal de este trabajo, con el que Jauralde se suma a la dolorosa lista de quienes nos impiden ver claro. Huelga la boutade de citar por Millé, «aunque teniendo en cuenta el ms. Chacón» (op. cit., p. 120, n. 2); no ha de ser para salvar las erratas que se pudieran haber deslizado por manejar una edición postuma de Millé (la 5", de 1961, en vez de la Ia, 1932), pues Jauralde las aumenta: por ejemplo, ni Chacón —ni Millé— contienen en el romance «Apeóse el caballero» (Cfc II, p. 98; Millé 62) el disparate «muchos años de hermosura / en pocos siglos de edad» que Jauralde transcribe en p. 133. No se trata de un despiste ocasional, sino de la tónica en un trabajo de veintidós páginas donde las erratas de todo tipo —ortografía, concordancias sintácticas, tipografía, fechas, transcripciones y puntuación de poemas—, doblan con creces esa cifra. 4 4 Jauralde, op. cit., p. 128. GÓNGORA... ¿Y QUEVEDO? 45 Quevedo presentándolo como un lince contra toda evidencia; no creemos que su figura precise de tales componendas. Remedios tanto más contraproducentes cuanto que se basan, de nuevo, en maniqueísmos injustificados. Dudamos que en algo beneficie a Quevedo, ni que le haga justicia, el que, frente a su cacareada perspicacia, se oponga la impericia del menos indicado: Góngora, quien sin recurrir a arbitrios ni sofisterías cuenta a don Gaspar de Guzmán entre sus más fervientes admiradores. La presunta torpeza de don Luis no pasa de ser otro tópico —residuo, como tantas cosas, del romanticismo—, que servirá al Cernuda de Como quien espera el alba para su exaltación del Góngora maldito. Como lo es la ocurrencia de que «trasplantar un andaluz a tierras castellanas siempre ha sido una operación delicadísima» —por aquello de la renuncia a estallidos lumínicos y aromas—, según pretende Jauralde aduciendo casos actuales4*. Tal presupuesto parece deleznable como móvil de la sátira gongorina; no se comprende que la privación de Vecinguerra pueda inspirar invectiva alguna contra el Esgueva, como tampoco imaginamos a Góngora sumido en una juanramoniana depresión avant la lettre —el buen humor, en contra de lo que Jauralde cree, es uno de los fuertes de don Luis—, y se nos antoja peregrina la figura de un Góngora que «hace valer sin tapujos su andalucismo, como un valor que le sirve para todo»46. El supuesto alarde gongorino de andalucismo recuerda, en nuestro sentir, al de otros contemporáneos, andaluces y no andaluces, que, como Góngora, participan de una idea generalizada desde el siglo xvi: el enorme prestigio de lo andaluz47. Pero si cabe, el antagonismo regionalista que Jauralde propone resulta aun menos verosímil por el lado de Góngora que, como andaluz, parte, también en esto, de una posición aventajada: una vez más, es en todo caso Quevedo quien pudo sentir su inferioridad ante el cordobés, que lo llevase a esgrimir su castellanía, haciendo, como suele, de la necesidad, virtud48. No parece que en la arremetida de Góngora contra Valladolid aliente afán nacionalista alguno —concepto, como el que más, de tufillo romántico—, 4 5 Op. cit., p. 122. 4 6 Jauralde, op. cit., p. 123. 4 7 «Nace o se refuerza también entre los andaluces, en estos comienzos de la Edad Moderna, un sentimiento de autosatisfacción que los contemporáneos comprenden y comparten, que no es insolidario ni agresivo, que se manifiesta, por ejemplo, cuando, en la Junta de La Rambla, reunidas las ciudades andaluzas en enero de 1521, declaran que no deben ir a remolque de las ciudades comuneras de Castilla porque "muy mejores ciudades y de mayor autoridad hay en Andalucía". La personalidad de Andalucía en el siglo xvi es un hecho, aunque no a nivel político... La personalidad, la identidad se la conferían el renombre de riqueza, de prosperidad, la realidad de esa prosperidad, que atraía gentes de todas partes a sus puertos, a sus centros urbanos, desde picaros y mendigos hasta renombrados artistas, escritores y grandes mercaderes. Ser andaluz resultaba prestigioso. "A algunos les parece lo andaluz aumento, y siendo de Ribadavia dicen que son de Sevilla" (Remiro de Navarra: Los peligros de Madrid)» (A. Domínguez Ortiz, Andalucía ayer y hoy, Barcelona, 1983, p. 168). 4 8 Hipótesis regionalista que, además de engañosa, no es nueva, sino que remonta cuando menos a una intuición de Astrana, como señala el profesor López Ruiz: «El mismo Astrana ya insinuaba la oposición entre el andalucismo de Góngora y el castellanismo de Quevedo como posible razón inicial del enfrentamiento» (Antonio López Ruiz, «Quevedo versus Góngora», ap. Quevedo: Andalucía y otras búsquedas, Almería, 1991, p. 323).
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