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Escena Primera: La Cena de Harpagon, Apuntes de Psicología

Una transcripción de una escena de la comedia 'el burgués gentilhombre' de molière, donde se muestra una cena en la que harpagon, un hombre avaro y ambicioso, se enfrenta a sus sirvientes y familiares, dando órdenes y dando muestras de su carácter tacaño y despotismo. El documento también incluye diálogos entre los personajes, donde se discuten temas como la frugalidad en la comida, la importancia de la apariencia y la burla entre los personajes.

Tipo: Apuntes

2023/2024

Subido el 23/03/2024

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¡Descarga Escena Primera: La Cena de Harpagon y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! Objetivo aprendizaje Objetivo de aprendizaje 21 Comprender, comparar y evaluar textos orales y audiovisuales tales como exposiciones, discursos, documentales, noticias, reportajes, etc., considerando: --Su postura personal frente a lo escuchado y argumentos que la sustenten. --Los temas, conceptos o hechos principales. --El contexto en el que se enmarcan los textos. --Prejuicios expresados en los textos. --Una distinción entre los hechos y las opiniones expresados. --Diferentes puntos de vista expresados en los textos. --Las relaciones que se establecen entre imágenes, texto y sonido. --Relaciones entre lo escuchado y los temas y obras estudiados durante el curso. Lee el tercer acto de El Avaro e identifica la relación que se establece entre el contenido de la obra y la época en la que fue creada la obra. A la vez, extrae ejemplos que permitan afirmar que la obra es una comedia. ACTO TERCERO ESCENA PRIMERA HARPAGÓN, CLEANTO, ELISA, VALERIO, DOÑA CLAUDIA, con una escoba; MAESE SANTIAGO, MERLUZA y MIAJAVENA HARPAGÓN. Vamos, venid aquí todos que os comunique mis órdenes para luego y señale a cada cual su cometido. Acercaos, doña Claudia, y empecemos por vos. Bien; héteos ya con las armas en la mano. Os recomiendo el trabajo de limpiar por todas partes, y, sobre todo, tened cuidado de no frotar los muebles con demasiada fuerza, por miedo a desgastarlos. Además de eso, os encargo que administréis las botellas durante la cena; y si se extravía alguna o se rompe algo, os haré responsables de ello y lo descontaré de vuestro salario. MAESE SANTIAGO. (Aparte.) Hábil castigo. HARPAGÓN. (A doña Claudia.) Idos. ESCENA II Los mismos, menos DOÑA CLAUDIA HARPAGÓN. A vos, Miajavena, y a vos, Merluza, os encargo de lavar los vasos y de servir de beber; mas sólo cuando tengan sed y no siguiendo la costumbre de GUIA ciertos lacayos impertinentes, que van a provocar a las gentes avisándolas de que beban cuando no pensaban hacerlo. Esperad a que os lo pidan más de una vez y acordaos de servir siempre mucha agua. MAESE SANTIAGO. (Aparte.) Sí; el vino puro se sube a la cabeza. MERLUZA. ¿Nos quitamos los casacones de cuadra? HARPAGÓN. Si; cuando veáis llegar a las personas, y guardaos mucho de deteriorar vuestros trajes. MIAJAVENA. Ya sabéis, señor, que uno de los delanteros de mi ropilla tiene una gran mancha de aceite de la lámpara. MERLUZA. Y que yo, señor, tengo mis calzas rotas por detrás y que se me ve, dicho sea con vuestra licencia... HARPAGÓN. (A Merluza.) ¡Basta! Colocaos hábilmente contra la pared y mostraos siempre de frente. (A Miajavena, enseñándole cómo debe colocar su sombrero delante de su ropilla para tapar la mancha de aceite.) Y vos, sostened así vuestro sombrero cuando sirváis. ESCENA III HARPAGÓN, CLEANTO, ELISA, VALERIO y MAESE SANTIAGO HARPAGÓN. En cuanto a vos, hija mía, no perdáis de vista lo que se retire de la mesa y tened cuidado de que no haya ningún estropicio. Esto corresponde a las hijas. Mas, entretanto, preparaos a recibir bien a mi dueña, que debe venir a visitaros y a llevaros con ella a la feria. ¿Entendéis lo que os digo? ELISA. Sí, padre. ESCENA IV HARPAGÓN, CLEANTO, VALERIO y MAESE SANTIAGO HARPAGÓN. Y vos, hijo mío, el galancete a quien tengo la bondad de perdonar la historia reciente, no vayáis tampoco a ponerle mala cara. CLEANTO. ¿Yo, padre mío? ¡Mala cara! ¿Y por qué razón? HARPAGÓN. ¡Dios mío! Ya sabemos la disposición de los hijos cuyos padres se vuelven a casar y con qué ojos acostumbran mirar a la que se denomina madrastra. Mas si deseáis que olvide vuestra última ventolera, os recomiendo, sobre todo, que festejéis HARPAGÓN. (Volviendo a poner su mano sobre la boca de Maese Santiago.) ¿Más aún? VALERIO. (A Maese Santiago.) ¿Es que pensáis atiborrar a todo e1 mundo? ¿Y el señor ha invitado a unas personas para asesinarlas a fuerza de condumio? Id a leer un rato los preceptos de la salud y a preguntar a los médicos si hay algo más perjudicial para el hombre que comer con exceso. HARPAGÓN. Tiene razón. VALERIO. Sabed, maese Santiago, vos y vuestros compañeros, que resulta una ladronera una mesa llena de viandas en demasía; que para mostrarse verdaderamente amigo de los que uno invita es preciso que la frugalidad reine en las comidas que se den, y que, según el dicho antiguo, «hay que comer para vivir y no vivir para comer». HARPAGÓN. ¡Ah, qué bien dicho está eso! Acércate que te abrace por esa frase. Es la más hermosa sentencia que he oído en mi vida: Hay que vivir para comer y no comer para vi... No; no es eso. ¿Cómo has dicho? VALERIO. Que hay que comer para vivir y no vivir para comer. HARPAGÓN. (A Maese Santiago.) Sí. ¿Lo oyes? (A Valerio.) ¿Quién es el gran hombre que ha dicho eso? VALERIO. No recuerdo ahora su nombre. HARPAGÓN. Acuérdate de escribirme esas palabras: quiero hacerlas grabar en letras de oro sobre la chimenea de mi estancia. VALERIO. No dejaré de hacerlo. Y en cuanto a vuestra cena, no tenéis más que dejarme hacer; yo lo dispondré todo como es debido. HARPAGÓN. Hazlo, pues. MAESE SANTIAGO. ¡Tanto mejor! Menos trabajo tendré. HARPAGÓN. (A Valerio.) Harán falta cosas de esas que se comen apenas y que hartan en seguida; unas buenas judías magras con algún pastel en olla, bien provisto de castañas. VALERIO. Confiad en mí. HARPAGÓN. Y ahora, maese Santiago, hay que limpiar mi carroza. MAESE SANTIAGO. Esperad; esto va dirigido al cochero. (Maese Santiago se vuelve a poner su casaca.) ¿Decíais...? HARPAGÓN. Que hay que limpiar mi carroza y tener preparados mis caballos para llevar a la feria... MAESE SANTIAGO. ¡Vuestros caballos, señor! ¡Pardiez!, no se encuentran en estado de caminar. No os diré que estén echados en su cama: los pobres animales no la tienen, y sería mentir; mas los hacéis observar unos ayunos tan severos, que ya no son más que ideas, fantasmas o figuraciones de caballos. HARPAGÓN. ¡Van a estar muy enfermos no haciendo nada! MAESE SANTIAGO. Y, aunque no se haga nada, señor, ¿es que no se necesita comer? Mejor les valdría a las pobres bestias trabajar mucho y comer lo mismo. Me parte el corazón verlos así, extenuados. Pues, en fin: siento tal cariño por mis caballos, que me parece que soy yo mismo, cuando los veo sufrir. Me quito para ellos, todos los días, las cosas de la boca; y es tener, señor, un temple muy duro no sentir piedad alguna por el prójimo. HARPAGÓN. No será un trabajo grande ir hasta la feria. MAESE SANTIAGO. No, señor; no tengo valor para llevarlos, ni podría darles latigazos; en el estado en que se hallan, ¿cómo queréis que arrastren la carroza? ¡Si no pueden tirar de ellos mismos! VALERIO. Señor, rogaré al vecino Picard que se encargue de guiarlos, y de este modo podremos contar con éste aquí para preparar la cena. MAESE SANTIAGO. Sea. ¡Prefiero que se mueran bajo la mano de otro que bajo la mía! VALERIO. Maese Santiago es muy sensato. MAESE SANTIAGO. Y el señor intendente muy dispuesto y decidido. HARPAGÓN. ¡Haya paz! MAESE SANTIAGO. Señor, no puedo soportar a los aduladores; y veo que lo que él hace, sus continuas requisas sobre el pan y el vino, la leña, la sal y las velas son únicamente para halagaros y haceros la corte. Eso me enfurece, y me enoja oír a diario lo que se dice de vos, pues, en fin, os tengo afecto a mi pesar y, después de mis caballos, sois la persona a la que quiero más. HARPAGÓN. ¿Podría yo saber de vuestros labios, maese Santiago, lo que se dice de mí? MAESE SANTIAGO. Sí, señor, si tuviera la seguridad de que eso no os iba a enojar. HARPAGÓN. No; en modo alguno. MAESE SANTIAGO. Perdonadme; sé muy bien que os encolerizaría. HARPAGÓN. En absoluto. Al contrario, es darme gusto, y me complace saber cómo hablan de mí. MAESE SANTIAGO. Señor, ya que lo deseáis, os diré francamente que se burlan en todas partes de vos, que nos lanzan cien pullas a cuenta vuestra y que nada los embelesa tanto como morderos y estar murmurando siempre sobre vuestra tacañería. El uno dice que mandáis imprimir almanaques especiales, en los que hacéis duplicar las Témporas y las Vigilias, a fin de aprovecharos de los ayunos a que obligáis a vuestra gente; el otro, que siempre tenéis preparada una riña con vuestros criados en época de aguinaldos, o cuando salen de vuestra casa, para tener así un motivo de no darles nada. Aquél cuenta que una vez hicisteis emplazar judicialmente al gato de vuestro vecino por haberse comido en vuestra cocina los restos de una pierna de cordero. Éste, que se os ha sorprendido una noche sustrayendo vos mismo la avena a vuestros caballos, y que vuestro cochero, mi antecesor en el puesto, os dio en la oscuridad no se cuántos palos, lo cual no quisisteis divulgar. En fin: ¿queréis que os lo diga? No se puede ir a ningún sitio donde no se oiga haceros trizas. Sois el tema de irrisión de todo el mundo, y siempre se os designa bajo los nombres de avaro, roñoso, ruin y usurero. HARPAGÓN. (Golpeando a Maese Santiago.) Sois un necio, un bergante, un pícaro y un descarado. MAESE SANTIAGO. ¿Lo veis? ¿No lo había yo adivinado? No quisisteis creerme. Ya os dije que os enojaríais al deciros la verdad. HARPAGÓN. Aprended a hablar. ESCENA VI VALERIO y MAESE SANTIAGO VALERIO. (Riendo.) Por lo que puedo ver, maese Santiago, pagan mal vuestra franqueza. otro, y que contribuye, y no poco, a hacerme encontrar un tormento atroz en el esposo que quieren darme. FROSINA. ¡Dios mío! Todos esos boquirrubios son agradables y recitan bien su papel; mas la mayoría son pobres como ratas, y es preferible para vos escoger un marido viejo que os aporte un buen caudal. Os confieso que los sentimientos no hallan tan buena satisfacción por el lado que digo, y que habréis de soportar algunas pequeñas repugnancias con tal esposo; mas esto no durará mucho, y su muerte, creedme, os pondrá muy pronto en situación de tomar otro más agradable, que lo enmendará todo. MARIANA. ¡Dios mío, Frosina! Extraño negocio éste, en el que, para ser feliz, hay que desear o esperar el fallecimiento de alguien; y la muerte no sigue siempre a los proyectos que forjamos. FROSINA. ¿Queréis chancearos? Os casáis con él a condición tan sólo de que os deje viuda pronto y ésta habrá de ser una de las cláusulas del contrato. Sería muy impertinente si no muriese a los tres meses. Aquí llega en persona. MARIANA. ¡Ah, Frosina, qué cara! ESCENA IX HARPAGÓN, MARIANA y FROSINA HARPAGÓN. (A Mariana.) No os ofendáis, encanto mío, si os recibo con anteojos. Sé que vuestros hechizos saltan harto a la vista, son lo bastante visibles por sí mismos y que no se necesitan anteojos para verlos; mas, en fin, con anteojos se observan los astros, y yo sostengo y garantizo que sois un astro, pero un astro que es el más bello del país de los astros. (A Frosina.) Frosina, no me contesta nada; no demuestra, al parecer, ninguna alegría al verme. FROSINA. Es que está sobrecogida de sorpresa, y, además, a las doncellas les sonroja siempre revelar en seguida lo que encierra su alma. HARPAGÓN. (A Frosina.) Tienes razón. (A Mariana.) Aquí está, linda niña, mi hija, que viene a saludaros. ESCENA X HARPAGÓN, MARIANA, ELISA y FROSINA MARIANA. Efectúo, señora, tardíamente esta visita. ELISA. Habéis dicho, señora, lo que debí yo hacer, y me correspondía anticiparme. HARPAGÓN. Como veis, es muy alta; pero la mala hierba crece sin cesar. MARIANA. (Bajo, a Frosina.) ¡Oh, qué hombre más desagradable! HARPAGÓN. (Bajo, a Frosina.) ¿Qué dice la beldad? FROSINA. Que os encuentra admirable. HARPAGÓN. Me hacéis demasiado honor, admirable encanto. MARIANA. (Aparte.) ¡Qué animal! HARPAGÓN. Os quedo muy agradecido por esos sentimientos. MARIANA. (Aparte.) Yo no puedo resistir más. ESCENA XI HARPAGÓN, MARIANA, CLEANTO, ELISA, VALERIO, FROSINA y MIAJAVENA HARPAGÓN. Aquí está también mi hijo, que viene a cumplimentaros. MARIANA. (Bajo, a Frosina.) ¡Ah, Frosina, qué encuentro! Es precisamente el joven de quien te hablé. FROSINA. (A Mariana.) La aventura es maravillosa. HARPAGÓN. Veo que os extraña ver que tengo unos hijos tan mayores; mas dentro de poco me desharé de ambos. CLEANTO. (A Mariana.) Señora, a deciros verdad, es ésta una aventura que no me esperaba, sin duda, y mi padre me ha sorprendido bastante al decirme hace un rato el propósito que había forjado. MARIANA. Yo puedo decir lo mismo. Es un encuentro imprevisto que me asombra tanto como a vos, y no estaba preparada para semejante aventura. CLEANTO. Cierto es, señora, que mi padre no puede hacer mejor elección y que representa para mí una gran alegría sensible el veros; mas, con todo, no os aseguro que me regocije el deseo que podéis sentir de convertiros en mi madrastra. El parabién, os lo confieso, resulta harto difícil para mí, y es un título, con vuestra licencia, que no os deseo en modo alguno. Este discurso parecerá brutal a los ojos de ciertas personas; mas estoy seguro de que vos lo tomaréis como es debido; éste es un casamiento, señora, que, como os imaginaréis, me causa aversión; no ignoráis, sabiendo lo que soy, que ofende mis intereses; y tendré, en fin, que deciros, con permiso de mi padre, que, si las cosas dependiesen de mí, este himeneo no se celebraría. HARPAGÓN. ¡Vaya un cumplido impertinente! ¡Linda confesión le hacéis! MARIANA. Y yo, para contestaros, debo deciros que las cosas son muy semejantes y que, si os causa aversión considerarme como vuestra madrastra, no la sentiré yo menor, sin duda, considerándoos como hijastro mío. No creáis, os lo ruego, que soy yo quien intenta produciros esa inquietud. Me disgustaría grandemente causaros enojo, y, de no yerme obligada a ello por una fuerza irresistible, os doy mi palabra que no accederé en modo alguno al casamiento que os apesadumbra. HARPAGÓN. Tiene razón. A cumplido necio debe darse una respuesta a tono. Os pido perdón, encanto mío, por la impertinencia de mi hijo; es un joven necio que no conoce todavía el alcance de las palabras que pronuncia. MARIANA. Os aseguro que lo que me ha dicho no me ha ofendido en absoluto; al contrario, me complace que me explique así sus verdaderos sentimientos. Me agrada en él semejante confesión, y si hubiese hablado de otro modo, le estimaría mucho menos. HARPAGÓN. Es harta bondad en vos querer disculpar así sus faltas. El tiempo le hará más cuerdo, y ya veréis cómo cambia de sentimientos. CLEANTO. No, padre mío; no soy capaz de cambiar, y ruego encarecidamente a esta señora que me crea. HARPAGÓN. ¿Hase visto semejante extravagancia? (Eleva aún más el tono.) CLEANTO. ¿Queréis que traicione mi corazón? HARPAGÓN. ¡Y dale! ¿Vais a cambiar de una vez de discurso? CLEANTO. ¡Pues bien! Ya que deseáis que hable de otra manera, permitid, señora, que me coloque en el lugar de mi padre y que os confiese que no he visto HARPAGÓN. (Bajo, a su hijo, amenazándole.) ¡Bergante! CLEANTO. Señora, sois causa de que mi padre me reprenda. HARPAGÓN. (A Mariana.) Haréis que caiga enfermo. Por favor, señora, no lo rechacéis más. FROSINA. (A Mariana.) ¡Dios mío, qué melindres! Quedaos con la sortija, puesto que el señor lo desea! MARIANA. (A Harpagón.) Por no encolerizaros, me quedo con ella ahora, y ya buscaré ocasión de devolvérosla. ESCENA XIII HARPAGÓN, MARIANA, ELISA, CLEANTO, VALERIO, FROSINA y MIAJAVENA MIAJAVENA. Señor, ahí está un hombre que quiere hablaros. HARPAGÓN. Decidle que estoy ocupado y que vuelva otra vez. MIAJAVENA. Dice que os trae dinero. HARPAGÓN. (A Mariana.) Os pido perdón; vuelvo al instante. ESCENA XIV HARPAGÓN, MARIANA, CLEANTO, ELISA, VALERIO, FROSINA y MERLUZA MERLUZA. (Corriendo y derribando a Harpagón.) Señor... HARPAGÓN. ¡Ah, yo muero! CLEANTO. ¿Qué ocurre, padre mío? ¡Oh!, ¿os habéis hecho daño? HARPAGÓN. Al traidor le habrán dado seguramente dinero mis deudores para que me rompiese el cuello. VALERIO. (A Harpagón.) No será nada... MERLUZA. (A Harpagón.) Os pido perdón, señor; creí obrar bien acudiendo de prisa. HARPAGÓN. ¿Qué vienes a hacer aquí, verdugo? MERLUZA. A deciros que vuestros dos caballos están desherrados. HARPAGÓN. Que los lleven pronto al herrador. CLEANTO. Mientras los hierran voy a hacer por vos, padre mío, los honores de la casa y a acompañar a la señora al jardín, adonde diré que lleven la colación. ESCENA XV HARPAGÓN y VALERIO HARPAGÓN. Valerio, echa un vistazo a todo esto, y ten cuidado, por favor, de salvarme lo más que puedas, para devolvérselo al mercader. VALERIO. No digáis mas. HARPAGÓN. (Solo.) ¡Oh, hijo impertinente! ¿Quieres arruinarme?
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