¡Descarga HISTORIA DE MI PUEBLO y más Resúmenes en PDF de Filosofía del lenguaje solo en Docsity! LA SIRENA Y EL BORRACHO Desde tiempos remotos los aymaras han tenido la creencia de que por el lago Titicaca, existía la SIRENA. Era una mujer muy bonita, de cabellera larga y rubia, de ojos celestes de la cintura para abajo, era pez. Esta mujer fantasma, se hacía encontradiza a las personas que caminaban borrachas por la orilla del lago, muy tarde o en la noche. Gervasio, del que habla este cuento “La Sirena y el Borracho”, tenía la costumbre de asistir a todas las fiestas de su comunidad y también a las de las comunidades vecinas. Algunas veces iba acompañado de su esposa Inocencia, pero mayormente lo hacía solo. Económicamente era la mejor familia del lugar, por ese motivo derrochaban el dinero en las fiestas, con su tradicional “arco”. Cierto día, Gervasio había estado en la fiesta de la comunidad Ch`allla Pampa, a orillas del lago Titicaca, tomando parte en un presterío con su tradicional “arco” de dinero. Ese mismo día, también había asistido a la fiesta de un matrimonio. Después de haberse divertido en ambas fiestas, se retiraba muy borracho y muy tarde, casi de noche, rumbo a su casa, viviendo sus momentos de fantasía. De pronto se le hizo presente, llamándolo por su nombre, una mujer desconocida. Pensó que se trataba de una señora del pueblo que acostumbraba poseer chacras en las comunidades campesinas. Ella se acercó y, cuando Gervasio la vio junto a sí, la mujer se envolvió con su extraordinaria belleza, y Gervasio cayó en la tentación del fantasma. Al amanecer, resultó estar abrazando a una piedra y helado de frío. Llevado a su casa, su mujer fue a buscar al “Yatiri” para que lo curara y no volviera más a gastar el dinero en borracheras. Gervasio prometió cambiar y vivir como Dios manda. CUENTO DE “LA COCA” ¿Conocen la tristeza?, pues de ese color eran los ojos de Coca, una joven india, bellísima, que vivía en una aldea de la región del Kollasuyu. Dicen que su rostro no tenía la mínima peca y su cutis, terso como la cáscara de los frutos, lucha el color moreno de la miel que las abejas ocultan debajo de la tierra, cuando saben que está madura. Coca era vanidosa, risueña y egoísta; no tomaba en serio la vida y su afán era bailar y divertirse. Se burlaba de cuanto varón se le acercara a pedirla de esposa. Se reía de todos y las penas nunca habían ensombrecido sus días que eran de constante alegría. Se levantaba con el alba, cantando a coro con los Chiwancos (gorriones autóctonos); recogió flores de gladiolas o amapolas para prenderse el pecho o entrelazar en sus negros cabellos, tan negros como una noche sin luna. Igual que todas las jóvenes del imperio, cumplía con sus obligaciones: hilaba lana de vicuña y alpaca en una primorosa rueca de fina madera; tejía telas suntuosas combinando materiales raros en un áureo telar que el hijo del Inca había mandado fabricar para ella con los mejores orfebres del país. Todos los atardeceres, Coca subía a una pequeña colina y allí quedaba horas contemplando el paisaje o aguardando a sus amantes; siempre muy adornada, colgando de sus orejas centelleantes zarcillos y ciñendo su frente con una cinta cincelada en el oro más puro. Las Pallas, princesas del Imperio, celosas miraban acrecentar cada día la belleza de Coca, y no gustaban que hasta el hijo del Inca dijera piropos a la joven que no era princesa, sino la hija de un buen vasallo.