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Historia del deporte chileno, Apuntes de Historia

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 09/07/2019

murcielagonegro
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¡Descarga Historia del deporte chileno y más Apuntes en PDF de Historia solo en Docsity! Historia del deporte Chileno Entre la ilusión y la pasión Cuadernos Bicentenario Primera edición: junio de 2007 I.S.B.N.: Registro de Propiedad Intelectual N°: Editor y Compilador: Edgardo Marín Concepto Visual y Diseño: Departamento de Arte Empresa Periodística La Nación S.A. Diseño de portada: Juan Pablo Canales Fotografía de portada: Hugo Espinoza Coordinadores Periodísticos: Bárbara Muñoz y Luis Alvarado Impresión : Gráfica Puerto Madero Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada ni transmitida por sistema alguno de recuperación de información en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Bicentenario. Comisión Bicentenario. Presidencia de la República. Nueva York 9, piso 17. Santiago de Chile. Teléfono: (56-2) 672 9565. Fax: (56-2) 672 9623 Correo electrónico: comision@bicentenario.gov.cl Introducción In tr od uc ci ón 6 No deja de ser curioso. En 1968, Iván Moreno, como semifinalista en 100 y 200 metros en los Juegos Olímpicos, fue “el atleta blanco más veloz del mundo”. En 1998, Sebastián Keitel, al correr los 200 metros en 20.15, se transformó en “el atleta blanco más veloz del mundo”. Dos chilenos, dos épocas, el mismo logro. ¿Un país de atletas? Claro que no. El atletismo chileno no estaba en esos años, ni estuvo nunca, entre los más competitivos del mundo. Se trató, por lo tanto, de dos chilenos, dos épocas... dos excepciones. Dos productos del propio esfuerzo y no de un proyecto, de un ambiente o de un plan. La victoria que se asoma H is to ri a de l d ep or te C hi le no 7 Mucho antes, a partir de 1910, Chile había liderado al atletismo sudamericano, demostrando poseer una población generosamente dotada. En medio de la eufo- ria de los triunfos, sin embargo, no faltaron voces que advertían que, antes que la victoria, lo importante eran las marcas. Poco después, en efecto, el país ya había perdido el liderato y empezaba a caer en los escalafones regionales. En los años cincuenta el básquetbol chileno se situó entre los mejores del mundo, con hombres y mujeres particularmente hábiles. Hoy, en los albores del siglo XXI, sólo aspira a ubicarse en la medianía de las tablas sudamericanas. Algo pasó. ¿Fue Chile un país deportivo y dejó de serlo? ¿Lo fue alguna vez? Obsesivamente preocupados del “mejoramiento de la raza”, el deporte aparece en escena para los chilenos, a fines del siglo XVIII, como la gran carta a jugar. No sólo porque nos haría fuertes y sanos, manteniendo la tradición de consagrados guerreros de todas las guerras, particularmente la de 1879, sino porque mantendría las virtudes morales que el alcoholismo y la holganza amenazaban. Pistas y canchas aparecen como alternativa a las tabernas donde la raza se degenera. El Ejército y la Marina, que se surten del pueblo sano, propician el ejercicio físico en sus filas y entran pronto en el ambiente competitivo del deporte. La idea del mejoramiento de la raza, inevitablemente ligada a la de soberanía, lleva a que las actividades físicas queden regidas por las instituciones de la Defensa, lo que prác- ticamente atravesaría el siglo XX. De otro lado, las colonias extranjeras, particularmente la inglesa, desarrollan la práctica del “sport”, el ejercicio por el placer de practicarlo, que exporta desde la isla a todo el mundo. Ya por la lucha a favor de la raza, ya por placer, el deporte entra en el paisaje nacional con fuerza. Ha encontrado aquí campo propicio, según algunos, por el carácter del mapuche. Se recuerda que Caupolicán fue Toqui tras cumplir dos días de caminata con un pesado tronco al hombro, lo que se entiende como una “prueba deportiva”. Se recuerda que la chueca era deporte indiscutido a la llegada de los españoles y que sus resultados dirimían importantes asuntos. Pronto, ya en los primeros años del siglo XX, surgen quienes plantean la actividad física como componente de la educación. Es decir, son defensores de la cultura física. Del desarrollo del cuerpo en conjunto con el conocimiento, en una visión integral del ser humano. No parece ser para ellos el deporte un asunto meramente instrumental, al servicio de la Defensa ni en la lucha contra el alcoholismo. Es un bien en sí. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 9 Alentado por los ingleses residentes desde la segunda mitad del siglo XX, el deporte se instala en las preferencias de los chilenos y llega a las salas de clases hasta desbordar la capacidad del país para acoger a sus cultores. En 1909, se reúnen las organizaciones de la actividad física para reclamar atención en un gran desfile por las calles de la capital. Parte I Puertasadentro Alentado por los ingleses residentes desde la segunda mitad del siglo XX, el deporte se instala en las preferencias de los chilenos y llega a las salas de clases hasta desbordar la capacidad del país para acoger a sus cultores. En 1909, se reúnen las organizaciones de la actividad física para reclamar atención en un gran desfile por las calles de la capital. Parte I Puertasadentro Pa rt e I 14 En Diario de un tenista, Carlos Ossandón rememoró la atmósfera del círculo inglés en torno al tenis naciente: “Todo era serio en ese tenis, hasta los fabricantes de raquetas, que las elabo- raban una a una. Desde Valparaíso iba el pedido al sucucho londinense, de donde respondían: -Comenzaremos a fabricar un racket para usted dentro de tres meses. Las mujeres usaban faldas hasta el suelo, cintura muy estrecha y faldas infladas. Las llamaban ‘relojes de arena’. Sobresalía Ethel Sutherland Harper, que jugaba en la cancha de su padre construida hacia 1890. Ethel osó acortar el ruedo de sus faldas y debió soportar airada crítica. Se casó con un jugador de tenis, el señor Robertson, profesor del colegio MacKay”. La afición tenista no demoró en unificarse y en 1885, bajo el alero hípico del Sporting Club, se fundó el Viña del Mar Lawn Tennis Club, que construyó su cancha en los terrenos del exclusivo Gran Hotel de Viña y permaneció allí más de treinta años. En torno al tenis, los socios, en su mayoría británicos, reforzaron la identidad de grupo extranjero usando un reglamento escrito en inglés y practicando el honor del fair play. En Santiago, con algunos años de diferencia, el núcleo inglés también constituyó su agrupación tenística en torno al Club Hípico, en 1892, bajo el nombre de Círculo de la Unión Aurelio Lizana, antes que su famosa sobrina Anita, fue uno de los mejores tenistas de Chile y Sudamérica entre 1908 y la década del treinta. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 15 Central. Entre 1888 y 1891 esta agrupación había tenido una cancha de ladrillos en la esquina de Agustinas con Ahumada. En 1904, el Círculo de la Unión Central se refundó con el nombre de Royal Lawn Tennis Club Santiago. Permaneció con sede en el Club Hípico hasta 1910, cuando se trasladó al Parque Cousiño. Al igual que en Valparaíso, también existieron canchas de tenis particulares en Santiago, pero no hay referencias de las residencias en que se construyeron. El Santiago Lawn Tennis tuvo su alma en Aurelio Lizana, tío de la famosa Anita, campeona de Forest Hill. Aurelio Lizana fue entre 1908 y los siguientes veinte años, uno de los mejores tenistas de Chile y Sudamérica. Aurelio, en 1904, a la edad de once años, empezó a trabajar en las canchas de tenis cuando la sede estaba en el Club Hípico. A los quince años era el único empleado del club, haciéndolas de pelotero, cuidador, cantinero y encargado de cobrar las cuotas. Todo esto, sin contar que jugaba amablemente con los socios que se lo pedían. comienzos del siglo XX, el deporte en Chile tuvo una importante vinculación con la actividad militar y defensiva. El desarrollo del tiro al blanco, la esgrima, la lucha grecorromana y la gimnasia alemana fueron disciplinas deportivas de aplicación práctica en tiempos en que aún resonaban los ecos de la pasada Guerra del Pacífico. Los proble- mas fronterizos, tanto al norte como al sur del país, no hacían descartable la posibilidad de un nuevo conflicto que llamara al reclutamiento de los civiles. De ahí que entre sus cartas de legitimación, el deporte justificara su utilidad social como herramienta de for- talecimiento físico ciudadano. Está el caso del dirigente Felipe Casas Espínola, fundador en 1878 del Club de Tiro de Revólver y Pistola de Santiago. En 1884 creó también en la capital el Club Gimnasia y Esgrima, dedicado también al tiro al blanco. Sin embargo, el deporte no arraigó por sus “utilidades” sino más bien por convicciones más profundas que se hallaban establecidas en la sociedad. Se trataba del sentimiento patriótico con que el Estado construyó su ideario en el siglo XIX. Tal ideario, como señala Mario Góngora, basó su identidad en la Guerra de Arauco y la mencionada Guerra del Pacífico, a través de las cuales, la naciente chilenidad dio a conocer sus rasgos indómitos. Los deportistas no fueron la excepción a su tiempo y en sus luchas de amateurs se identificaron plenamente con héroes como Arturo Prat y Caupolicán. Felipe Casas Espínola, dirigente deportivo y uno de los organizadores de la marcha de los deportistas de 1909. A Patriotismo deportivo Pa rt e I 16 Tenista autodidacta, Aurelio se hizo rival imbatible de cualquier desafío: “En 1907”, recuerda Carlos Ossandón,”don Francisco de Borja Cifuentes lo lleva a Viña. En la cancha del Gran Hotel, desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde, uno a uno se presentan los mejores del puerto. Los vence a todos. El alemán Teodoro Petersen, campeón de Viña a la sazón, es el único que logra hacerle la pelea”. Si bien las carreras hípicas desde su comienzos en Chile presentaron un componente exclusivo, donde sus sostenedores fueron comerciantes extranjeros y personajes adinerados, quizás con aspiraciones a emular el “deporte de los reyes”, el naciente espectáculo nunca dejó de convocar a un público masivo y festivo. El éxito de las primeras carreras a la inglesa del 8 de octubre de 1864, que llevó mas de dos mil personas al llano de la Placilla, animó a los organizadores a constituirse en la sociedad Valparaíso Spring Meeting. En 1866, para la tercera versión, se calculó una asistencia de seis mil personas. Cada inauguración de temporada hípica, que coincidía con la llegada de la primavera, transformaba al puerto en una verdadera fiesta popular. El comercio cerraba sus puertas temprano y se aceleraba el movimiento en la población del puerto para trasladarse a los alrededores de Viña del Mar. En su Historia del Turf en Chile, Luis Soto recogió de una crónica de El Mercurio de Valparaíso del 20 de octubre de 1882, la descripción del ambiente de chilenidad convocado en torno al nuevo deporte: “El campo estaba preciosísimo y concurrido como jamás se ha visto igual. Las ramadas, carpas, fondas, ventorrillos, carruajes, todo ha estado en mucho mayor número que otros años. Como en ningún año también ha sido el número de los huéspedes, especialmente de Santiago, llamando la atención algunas beldades de la capital. Nuestra elegante sociedad se hallaba también dignamente representada. Entre los concurrentes vimos también al ministro Balmaceda, a don José Francisco Vergara, al general Sotomayor, al señor intendente, al comandante Latorre y muchas, muchísimas personas de distinción. Como se sabe, todos los clubs de Valparaíso tenían sus ramadas especiales, agregándose una que llevaba por título Fraternidad y que llamaba la atención por las dos banderas que había enarbolado: la chilena y la española. La cuna de los deportes H is to ri a de l d ep or te C hi le no 19 Plazas, calles o cualquier sitio despejado en Valparaíso o Viña del Mar hicieron de canchas improvisadas para jugar a la pelota igual que los gringos. En 1889 apareció Valparaíso F.C., el primer equipo de fútbol de Chile, que debutó el 10 de julio de ese año en la cancha del Sporting Club. No obstante, hay ante- cedentes de que el fútbol ya tenía equipos en el colegio Mackay y en varias casas comerciales inglesas entre 1885 y 1886. En Playa Ancha, el Parque Alejo Barrios, el Picadero Alemán, la cancha de la Aduana y frente al muelle en la Cancha del Empedrado se jugaron los primeros encuentros porteños. En Santiago, la renovación urbana que abrió nuevos espacios de recreación al aire libre, como el Parque Cousiño, la Quinta Normal y el Parque Forestal, también permitió la organización de populares encuentros entre los nacientes equipos escolares del Santiago College (1884), Instituto Inglés, Santiago Club (1893), Instituto Nacional F.C. (1896), Thunder, de los Padres Franceses (1897) y Seminario (1897). Como clubes adultos, apa- recieron también en 1897, el cuadro de la Escuela Nacional de Preceptores (que pasa a llamarse Magallanes en 1904) y el Atlético Unión F.C. de los hermanos Ramsay. En 1900, los socios del Club Hípico también fundaron su equipo, llamado Santiago National. A medida que el fútbol fue traspasando todas las capas de la sociedad chilena, despla- zándose de norte a sur, pasando de “gringos” a criollos, encantando a niños y grandes, enseñándose entre profesores y alumnos, juntando a jefes con empleados y obreros fuera de las jornadas laborales, se dio una instancia inédita de asociación libre en torno a una actividad no productiva. Cada grupo, reunido por el interés en común de jugar y desa- fiarse con otros equipos, desarrolló una identidad que compartía la procedencia de sus integrantes, y mejor todavía si esta identidad estaba asociada al prestigio del triunfo. Naturalmente que los noveles futbolistas de Valparaíso y Santiago quisieron medir fuerzas en un primer duelo intercities . En dos reuniones realizadas en 1894, los porteños se impusieron sobre los capitalinos por 7-2 en el Parque Cousiño y 5-0 en el Sporting Club de Viña del Mar. Valparaíso Football Club, 1893. Primera agrupación futbolística fundada en Chile en 1889. Sus primeros integrantes fueron todos de origen inglés. Pa rt e I 20 En los años siguientes, el enfrentamiento anual entre las selecciones de las dos ciudades se volvió un clásico y marcó la fecha más importante del calendario del fútbol de la época. Asimismo, cada ciudad del país comenzó a identificarse con los equipos locales más po- pulares. Valparaíso con Santiago Wanderers (1892), Santiago con Magallanes -ex Escuela Normal-, Concepción con Arturo Fernández Vial (1903), Talca con Rangers (1902). Una crónica del diario Las Últimas Noticias, con fecha 12 de junio de 1905, dio cuenta de un encuentro dominical entre Badminton de Viña del Mar y Santiago National de la capital: “A pesar del mal estado del tiempo se jugó ayer este match en Viña del Mar que con más preci- sión se podría llamar un match de water-polo, pues la cancha del Badminton tenía más de 40 centímetros de agua. Por informaciones particulares sabemos que el resultado favoreció al Badminton por tres goals, uno de ellos off-side. El resultado oficial no se nos ha comunicado aún, pues a causa del atraso de los trenes algunos de los jugadores santiaguinos hubieron de atrasar el viaje de regreso”. Contraalmirante Arturo Fernández Vial. Destacado dirigente deportivo y social. En la foto, al centro, aparece Fernández Vial con una mano en su chaleco, rodeado del equipo penquista que lleva su nombre. estacado dirigente deportivo, el perfil del marino Arturo Fernández Vial (1859-1931) representó con fidelidad el espíritu de su época, impregnada de heroísmo patrio y sensibilidad social. Sobreviviente del Combate Naval de Iquique, Fernández Vial alcanzó el grado de contra- almirante de la Armada Nacional. Tras cuarenta años de servicios, en 1916 se retiró de la institución naval para dedicarse de lleno a las obras sociales. En Valparaíso, contribuyó a la fundación de catorce escuelas nocturnas para obreros, además de sociedades de tem- perancia y clubes de atletismo. En Santiago, fue uno de los fundadores de la Federación Atlética Nacional (1918) e integró también la Liga de Acción Cívica y cargos de gobierno municipal. Fue conferencista y colaborador de prensa en temas relacionados con el me- joramiento de la raza y de las costumbres. D Un marino atípico H is to ri a de l d ep or te C hi le no 21 Las ciudades, además, reforzaron sus identidades futbolísticas con la fundación de sus respectivas asociaciones. Así, el 19 de junio de 1895, en el Café Pacífico de Valparaíso los clubes Valparaíso F.C., Chilean National, Mac Kay and Sutherland y Colegio San Luis firmaron la creación de Foot-Ball Asociation of Chile (FAC), afiliada a la Asociación Inglesa y después a la FIFA. Siguieron a Valparaíso la Asociación Provincial de Coquimbo (1898), Liga de Iquique (1902), Asociación Santiago (1903), Asociación Concepción (1906) y Asociación de Talca (1907). Mientras la hípica y el fútbol arrastraban a una concu- rrencia masiva al espectáculo de sus carreras y partidos, el atletismo hizo su aparición como número anexo a estas competencias. El primer antecedente que se tiene de una prueba atlética fue la prueba de la milla corrida alrededor de la pista de Placilla en 1864, durante las primeras carreras a la inglesa de Chile. El relato de El Mercurio de Valparaíso es citado por Luis Soto en El Turf en Chile: “Esta prueba despertó un gran entu- siasmo, particularmente entre nuestros huasos, que no están acostumbrados a estos espectáculos y que deseosos de presenciarlos, se agruparon en derredor de los corredores hasta impedir que la carrera tuviera el éxito que se esperaba. De los cinco jóvenes que se disputaron el premio, el que más pujanza y habi- lidad demostró fue el señor Betteley, que recorrió la milla en 6 minutos 13 segundos”. Con un carácter recreativo, pero siempre apegado al registro exacto del cronómetro y la huincha de medir, las primeras pruebas atléticas fueron 60, 100 y 120 yardas planas, “salto en largo”, stee-plechase pedestre de 800 metros, 200 yardas planas y salto en altura. Junto a estas especialidades, Heriberto Rojas, primer campeón de boxeo en Chile. Al borde de la cancha Pa rt e I 24 Poco después, en 1899, las clases de boxeo también llegaron a Santiago, con sede en el subterráneo del hotel Melossi en el barrio Estación Central. Los alumnos, de procedencia social acomodada, tenían ahora la opción de defender el honor con sus propios puños y no puramente a pistola, como era lo usual. La demanda por instructores de boxeo motivó al profesor Budinich y sus ayudantes a establecerse en Santiago con un local en calle Merced esquina Las Claras (Mac Iver), llamado La Filarmónica del Huaso Rodríguez. Para 1902, el pugilismo despertaba tanto interés que se organizó en el Teatro Santiago el primer duelo entre profesionales, con el profesor Juan Budinich y “el negro” Frank Jones como contrincantes. Escribió Renato González en El boxeo en Chile: “El encuentro fue encarnizado y hasta sangriento, y la gente que lo presenció rugió de entu- siasmo ante tan novedosos espectáculo. Budinich logró derrotar a su oponente por K.O.”. El primer campeón nacional de boxeo fue el colchagüino Heriberto Rojas. En 1904, apenas ingresado al cuerpo de la policía de Santiago, Rojas fue avistado por Amadeo Pellegrini, instructor de lucha grecorromana de esa institución. Su con- textura fuerte en 1,72 metros lo hizo recomendable para ser entrenado por Juan Budinich y el “Maestro” Concha. Al cabo de un año, Rojas debutó en un duelo a finish con el experimentado James Perry. Al 17° round, Rojas logró dejar K.O. a su oponente, más por bravura que por técnica. El público delirante premió a Rojas con una lluvia de tejos de plata, las monedas de un peso de la época. Las primeras bicicletas que circularon en Chile datan de 1886. Tiempo después, durante la Exposición Industrial de Santiago en 1894, la exhibición de estos llamativos aparatos causó tanta sensación que al año siguiente fueron vendidas en la Exposición Anual del la Sociedad Nacional de Agricultura. Probablemente, los compradores ya habían visto los paseos del Club Velocipedista de Santiago formado en 1892. Entre sus miembros estuvieron Marcelino Larrazábal Wilson, los hermanos abogados José y Paulino Alfonso y el profesor de Educación Física Joaquín Cabezas. El Club Velocipedista se disolvió en 1896, pero se creó a cambio el Velo Sport Francés, que duró hasta 1901 y llegó a tener 80 socios. Otras agrupaciones que siguieron fueron el Club Ciclista Internacional Cóndor (1902), Club Santiago, Club Estrella de Chile (1904) y Club Independencia (1905). Los cuatro formaron la Unión Ciclista de Chile en 1905, que contó con el apoyo fundamental de los dueños de las casas comerciales de importación y fabricación de bicicletas. Bertrand Tisné, los hermanos Carlos y Arturo Friedemann y Julio Hamel fueron ciclistas, dirigentes y auspiciadores de competencias. Pedaleos en el Parque H is to ri a de l d ep or te C hi le no 25 El Parque Cousiño, la Quinta Normal y cualquier calle asfaltada fueron los lugares más propicios para estos primeros paseantes a pedal. Para los que gustaban de los desafíos más sacrificados, se organizaron excursiones por los caminos de tierra de San José de Maipo, Colina, Melipilla, Cartagena y Rancagua. Los viajes en bicicleta por estas rutas inapropiadas eran de incierto final. Por ejemplo, una excursión a Colina salida desde Santiago podía tardar doce horas en regresar. Otra modalidad ciclista fueron las carreras de velocidad alrededor del Club Hípico o en el velódromo Combier vecino al Parque Cousiño. La realización de estas carreras alrededor de la elipse del Parque Cousiño estaban llenas de riesgo para sus competidores, según El Mercurio de 1° de mayo de 1905: “(...) una pista áspera, llena de barro, hojas y polvo, atravesada a menudo por imprudentes tran- seúntes que hacían detener el tren y desmejorar el tiempo. Pero, a pesar de tantos contratiempos, los competidores hicieron una buena marca de 28,5 kilómetros por hora”. La primera década del siglo XX, “un siglo lleno de esperanzas”, marcó hitos fundamentales para la consolidación de la afición deportiva en Chile. La espontaneidad y el entusiasmo que convocó a los primeros deportistas se hizo insu- ficiente para el creciente número de cultores del fútbol, las carreras a pie y en bicicleta que llenaban las canchas escolares, parques y plazas cada fin de semana. Más grave aún que el problema de la falta de un espacio público exclusivo para los deportes, era la obtención de credibilidad para esta actividad ociosa. En medio de una incipiente sociedad industrial, donde los derechos laborales eran inexistentes y el con- cepto de salir de vacaciones se limitaba a la elite social, se consideraba impensable la abierta dedicación al pasatiempo de los deportes. Recién el 6 de agosto de 1907 se dictó la primera ley de descanso dominical, que después fue derogada y sustituida por otra el 5 de noviembre de 1917. Con anterioridad a la legalización del descanso dominical, era común la práctica del “San Lunes”, mediante la cual los trabajadores se tomaban días de trabajo para descansar. Muchas de las ausencias se debían al alcoholismo, altamente desarrollado entre los sectores populares. No obstante, con la garantía del domingo como día de descanso, la práctica fue desapareciendo. En ese ambiente discutible para la práctica del deporte se decretó el 20 de marzo de 1906 la creación del Instituto Nacional de Educación Física. Su fundador, el profesor normalista Joaquín Cabezas García, también integrante del Club Velocipedista de Santiago, pasó por incontables obstáculos para ver realizado su empeño. La cruzada de la Educación Física Pa rt e I 26 Hasta entonces, los trabajos manuales, la economía doméstica, los juegos, la gimnasia para niños y niñas tenían escaso valor en la enseñanza, a pesar de que desde la reforma educacional de 1885 estos cursos ya habían sido introducidos por pedagogos traídos desde Alemania por el gobierno. En 1886, Cabezas, recién egresado de la Escuela Normal, comenzó a enseñar en una escuela rural de Quilpué que bien podía representar la realidad de la mayoría de los establecimientos públicos de entonces: “(...) La decepción fue grande. En vez de la escuela luminosa, aireada y sonriente que nos pin- taban los distinguidos maestros alemanes y con la cual nos hicieron soñar, encontramos una casa sucia, vieja y obscura, con piso disparejo de ladrillo de muralla, sin agua de bebida para los muchachos y en la cual faltaban en absoluto los servicios higiénicos. El mobiliario estaba formado por enormes bancos en los que tomaban asiento doce o catorce niños; no tenían respaldo, no eran proporcionados a la talla de los alumnos y constituían una verdadera tortura muscular por las actitudes deformadas impuestas y por los esfuerzos exigidos para mantener el equilibrio. No había patio de recreo, y por cierto, comodidad de ninguna especie para los juegos y rudimentos de gimnasia que entonces conocía”. En 1889, el profesor Cabezas, especializado en la gimnasia alemana de Jahn impartida en la Escuela Normal y en el ejército chileno, recibió el encargo de los educadores Claudio Matte y Abelardo Núñez de viajar a Estocolmo para asistir a la famosa Escuela Normal de Trabajo Educativo. Tras cuatro años en Europa, Cabezas regresó con los últimos conocimientos en la enseñanza del Dibujo, Trabajo Manuales, Canto, Caligrafía, Economía Doméstica y Trabajo a Telar. El Instituto Nacional fue el primer establecimiento fiscal que tuvo clases de gimnasia sueca a cargo de Cabezas y contó con un gimnasio apropiado. Desde ese momento, se inició entre los partidarios de la educación física un debate sobre cuál era la gimnasia más apropiada para ser enseñada. Hasta entonces, las escasas horas impartidas improvisadamente en algunos establecimientos tenían en base a la escuela alemana un marcado carácter militar. A pesar del apoyo recibido por los maestros Claudio Matte, Abelardo Núñez y Valentín Letelier, para el Congreso de educación pública de 1902, Joaquín Cabezas describió la situación de insuficiencia en que se mantenía la enseñanza de la gimnasia: “Era causa del desprestigio de la Gimnasia el aislamiento en que se le mantenía, haciéndole figurar entre los nuevos voluntarios, sin valor para la promoción del alumno al curso siguiente. El profesor del ramo científico miraba con marcada indiferencia a su colega de Gimnasia consi- derándolo como algo innecesario. Aun el Estado mismo es culpable de ello ya que el sueldo que se le había fijado correspondía a los dos tercios del fijado del maestro científico, ignorando tal vez que el sujeto preparado para este cargo posee conocimientos científicos completos y tiene las mismas exigencias y necesidades que todos sus colegas (...)”. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 29 En dos jornadas, el programa de los Juegos desarrolló principalmente las pruebas clásicas del atletismo, mientras los demás deportes realizaron sus competencias en otros recintos. El principal resultado de los Juegos fue la continuidad de su comisión organizadora, integrada por Carlos Amtmann, Felipe Casas Espínola, Fernando Schultz, Carlos Silva Baltra, Contraalmirante Arturo Fernández Vial, Ignacio Marchant Scott, José Alfonso, Erasmo Arellano, Silvestre Morales, Armando Venegas y Guillermo Martínez. El paso siguiente de la lucha de estos sportsmen a favor del deporte sería el Meeting del 20 de mayo de 1909. La marcha congregó a la mayoría de los estamentos deportivos de la capital, represen- tados por el Club Nacional de Tiro al Blanco, las asociaciones Nacional de Foot-Ball de Santiago, de Foot-Ball Obrera y Asociación de Foot-Ball Arturo Prat, clubes de gimnasia, clubes de lawn-tennis, polo, paperchase, box, lucha, esgrima y ciclismo. Asimismo, también cerraron filas los principales establecimientos de educación santiaguinos, tales como el Instituto de Educación Física, Instituto Pedagógico, universidades de Chile y Católica, liceos de Aplicación, Amunátegui y Santiago, Internado Nacional Barros Arana, Escuela Superior Nº3, Escuela de Artes y Oficios, Escuela Normal, Escuela Agrícola de la Quinta Normal y colegios particulares. Todas estas agrupaciones, identificadas con sus respectivos estandartes, se reunieron a la una de la tarde al pie de la estatua del general San Martín, en Alameda esquina Teatinos. La marcha, acompañada a paso marcial por las bandas de los regimientos Buin y Pudeto, se desplazó ordenadamente por Teatinos hasta llegar a la Plaza Montt Varas, frente al palacio de los Tribunales. Después, siguió camino hasta el frontis del diario El Mercurio -sede de importantes reuniones de los sportsmen- para dejar allí su saludo de reconocimiento. Lo mismo hizo en los diarios Ilustrado y La Unión, para finalizar frente a la estatua de los hermanos Amunátegui, en calle Arturo Prat, al costado oriente de la Casa Central de la Universidad de Chile. Mientras el desfile atraía la curiosidad de los transeúntes que se aglomeraban alre- dedor, los jóvenes deportistas entre gritos y pancartas hacían su llamado: “Buenos tiradores, buenos defensores”. “Sin correr, ni saltar, no se puede estudiar”. “Domingo sport, lunes trabajo”. “Salud pública, suprema lei”. “Campos de juegos, dadnos luego”. “Stadium necesitamos”. Pa rt e I 30 Durante el trayecto, además de detenerse en los diarios mencionados, la marcha entregó su petitorio al Congreso, la Municipalidad de Santiago, el Arzobispado de Santiago y el Consejo de Instrucción Pública. La demanda deportiva del 20 de mayo resumía las inquietudes sociales y morales de la época, mencionadas anteriormente y enfocaban a la actividad física como una solución positiva en la cual el Estado debía tomar parte decidida. Más campos de juego en todas las provincias del país, financiamiento para la construcción de un Stadium nacional, supresión del impuesto a los artículos deportivos –cuya fa- bricación era principalmente extranjera– y un día semanal de actividad deportiva para todos los escolares. La crónica de El Mercurio de Santiago del 21 de mayo de 1909 resumió las impre- siones y propósitos del inédito acontecimiento: “La ciudad de Santiago vio ayer pasar por sus calles el des- file más simpático y más consolador que haya presenciado jamás. Unos tres mil niños y jóvenes marchaban en apretadas columnas, con paso militar, con sus estandartes e insignias para pedir a los poderes públicos campos de juego para los sports atléticos y liberación de derechos de aduana para los útiles que se emplean en esos juegos. (...) Es una esperanza de alborada la que iba pasando por las calles con aquellos hombres de mañana que no quieren formarse en la taberna ni en el ocio enfermizo de las oficinas, sino al aire libre, en las sanas rivalidades del sport, donde ellos van a mantener y acaso restaurar la pujanza de su raza amenazada por el alcoholismo y el raquitismo. Sus lemas hablaban un lenguaje nuevo para las jeneraciones ya entradas en años, que se criaron en la inercia física y bajo la presión del surmenage de nuestros viejos programas. Sus gritos y aclamaciones saludaban la esperanza de que algún día se comprenda debidamente por los hombres dirigentes toda la importancia social y patriótica de este feliz movimiento. Sus discursos y las conclusiones de su meeting anunciaban la poderosa iniciativa de una jeneración culta, sana, que quiere salud, que la reclama, que la exije, que está dispuesta a arrebatarla a la inercia y a la falta de comprensión de los dirigentes. La asamblea del sport H is to ri a de l d ep or te C hi le no 31 Saludamos la manifestación sportiva de ayer como un paso de progreso, como una muestra de alta cultura, como la aurora de nuevos tiempos mejores en que veremos menos jóvenes en los cafés y más en los campos de juego, menos locos alcohólicos en nuestros manicomios y más vigorosos obreros en los talleres, menos charlatanes en todas partes y más hombres de acción a la cabeza de la República. Las peticiones hechas ayer a los poderes públicos son justísimas y es casi una vergüenza que haya sido necesario pedir en un comicio público que se den facilidades para los juegos atléticos, cuando desde hace tanto tiempo la prensa, en la cual este diario reclama su puesto como iniciador de las corrientes sportivas, venía señalando a las autoridades centrales y comunales sus deberes a este respecto. La campaña queda iniciada. No habrá en Chile un diario, un centro de influencias, un hombre patriota que no entre con entusiasmo en el movimiento comenzado ayer por las asociaciones sportivas de Santiago. Y llegaremos a obtener lo que se pide, por- que la justicia se abre paso siempre, sobre todo cuando es la justicia para el bien social, para la salvación de la raza, y cuando la pide el corazón ardoroso, entusiasta y siempre inspirado por móviles de generosidad de la juventud. La falange de ayer, que tiene otras falanges hermanas en cada punto del territorio de la República, es la más bella esperanza de este país. Escuchar su justo reclamo es un deber imperioso para los poderes públicos”. Los deportistas de los Juegos Olímpicos de 1909 y del Meeting habían demostrado su capacidad de convocatoria y organización de un amplio sector transversal de la sociedad, pero sin el apoyo material de las autoridades, las posibilidades educativas y formativas al alero del deporte particular serían limitadas. La campaña de convencimiento de las autoridades recién había empezado y tardaría casi dos décadas en materializarse. Más tiempo que el que tomó al sport propagarse al despuntar el siglo XX. Pilar Modiano Sudamérica Parte II escenarioesel Pa rt e II 34 “... y el Presidente don Pedro Montt me llamó a su palco para felicitarme”. Rodolfo Hammersley recuerda con emoción y orgullo aquel momento de 1908, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Santiago. Lo emociona la amabilidad del Presidente de la República. Bate palmas don Pedro aquella tarde en el Club Hípico, tal vez con la misma fuerza con que un año antes había ordenado personalmente el desembarco en Iquique de las tropas de los transportes Maipú y Rancagua y del crucero Zenteno para sitiar a los trabajadores huelguistas del norte. Unos dos mil obreros portuarios y mineros morirían luego bajo el fuego militar en la escuela Santa María de Iquique. “Se trataba de lanzar el dardo”, relata Hammersley al redactor de la revista Los Sports, “y no había más competidores que el actual profesor de Educación Física, don Máximo Kahni, y yo. El señor Kahni era hombre corpulento, de recia musculatura y había entre nosotros una diferencia enorme de cuerpos y de fuerza, aparentemente. El público, a grandes voces, decía que no cabía competencia y me colocaron en una situación tal que, en realidad, yo no tenía chance”. Pero Kahni lanzó 28 metros y Hammersley 37. “Naturalmente, el público, sorpren- dido, me hizo una ovación, que instantáneamente de haber lanzado todo el mundo se paró de sus asientos”. Sudamérica es el escenario H is to ri a de l d ep or te C hi le no 35 Nunca se ha hecho justicia al gran atleta Rodolfo Hammersley, normalmente igno- rado o minimizado al momento de los balances y reseñas. Y él está, sin discusión, con su laureada estampa, en la portada del estreno internacional del deporte chileno. Lo que siempre se recuerda de ese estreno es la actuación del fútbol en aquellos torneos de mayo de 1910, en Buenos Aires, en celebración del Centenario de la Independencia argentina. Sin embargo, mientras nuestro fútbol iba sólo a aprender, el atletismo iba a ganar. Hasta 1910 la contienda deportiva internacional es casi inexistente entre las todavía jóvenes repúblicas sudamericanas. El único testimonio competitivo lo dan Argentina y Uruguay, vecinos ribereños del Río de La Plata, que se enfrentan desde 1901 con sus futbolistas y que en 1907 y Notable figura atlética internacional de Chile a partir de 1910 fue Rodolfo Hammersley. Con triunfos en cinco prue- bas, dos segundos lugares y un tercero llegó a valer “media delegación” en un sudamericano Los atletas nacen grandes Pa rt e II 38 la Asociación Atlética y de Football de Chile (heredera de la Football Association of Chile). Los desencuentros entre ambas entidades son frecuentes y afectan en innumerables oportunidades las relaciones deportivas internacionales del país. En Estocolmo, así, el deporte sudamericano hace su estreno olímpico de tan singu- lar manera y motiva los sorprendidos comentarios de todo el mundo. Lo único que vuelve a saberse es que Downey y Friedeman terminan entre los primeros cincuenta en una rutera. Y las acusaciones contra Máximo Kahni que formula al regreso Leopoldo Palma, criticado en El Mercurio como “atleta gastado por los sufrimientos fisicos y morales” por el tirador Alegría. Dos años más tarde el atletismo se independiza totalmente y nace, en 1914, la Asociación de Sports Atléticos, en cuya gestación participan, por parte de la FSN, Héctor Arancibia Lazo, parlamentario radical de permanente participación en la cosa deportiva, y Carlos Fanta, periodista deportivo, árbitro internacional de fútbol, dirigente y polemista frecuente. Así independizado concurre el atletismo chileno al Campeonato Internacional de mayo de 1918, en Buenos Aires, para medirse contra los locales y Uruguay. Presidida por Alfredo Betteley, llamado luego “el padre del atletismo chileno”, la delegación de sólo 15 atletas tiene un desempeño inmejorable: logra 51 puntos, más que la suma de argentinos (37, con 48 atletas) y uruguayos (11, con 29 deportistas), para ganar la Copa América. De entrada se luce Juan Jorquera, al ganar fácilmente la milla, sacándole 30 metros de ventaja al segundo, el también chileno Manuel Moraga. Y se luce Marcelo Uranga, ganador de 100 y 200 metros. Y Rodolfo Hammersley en el disco. En el segundo día se suman puntos con primeros lugares en 800 metros (Moraga), salto largo (Harold Rosenquist), garrocha (Enrique Sansot), salto alto (Rendich) y 400 metros vallas (Rosenquist), aunque lo más notable está en el cierre del torneo, cuando Juan Jorquera entra al abarrotado estadio de Gimnasia y Esgrima encabezando con larga ventaja a los maratonistas. Lo del suplementero es notable, pues gana con 2 horas 23 minutos 5”4/5, tiempo de nivel mundial que en el momento se proclama como la mejor marca mundial, aunque finalmente no es homologada “porque Chile no estaba afiliado a la institución respectiva”, como recordaría más tarde el propio Jorquera; por “faltar a la distancia algunos centímetros”, en el recuerdo posterior de Marcelo Uranga, aunque lo oficial es que la distancia ha sido mal medida y a los 42 kilómetros y doscientos metros le faltan dos mil metros. Con todo, la marca es de nivel mundial y el desempeño chileno es notable: a continuación de Jorquera entran sus compatriotas Ernesto Lamilla y Luis Urzúa. Parlamentario y dirigente deportivo, Héctor Arancibia es uno de los pocos hombres de la política que logró que se considerara al deporte. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 39 Aquellos días de gloria para el deporte chileno hacen en Buenos Aires el marco de la fundación de la Confederación Sudamericana de Atletismo, que se estrena al año siguiente con su Primer Campeonato Sudamericano en Montevideo. Chile repite en 1919 su triunfo del año anterior –ahora no participa Argentina–, derrotando a Uruguay con 67 puntos contra 45. Se destacan especialmente Harold Rosenquist, Julio Kilian, Teodoro Scheihing, Juan Baeza, Eugenio Fonck y Alberto Warnken en una delegación de 42 chilenos entre los cuales se identifica fácilmente a Marcelo Uranga, Ricardo Müller, Hugo Krumm, Armando Camus, Adolfo Reccius, Arturo Medina, Evaldo Momberg, Manuel Moraga y Carlos Stevens. El triunfo atlético chileno se hace una costumbre y, nuevamente con 42 atletas, la historia se repite en abril de 1920 en los Campos de Sport de Ñuñoa, con diez pruebas ganadas y siete récords sudamericanos mejorados. Y aparecen en escena dos hombres que seguirían asegurando medallas en el futuro: Manuel Plaza y Héctor Benaprés. En 1922 Brasil se integra a la Confederación Sudamericana de atletismo y celebra deportivamente, en septiembre, su Centenario, con lo que denomina Primeros Juegos Olímpicos Latinoamericanos. Y nos quedamos hile aparece invencible en las primeras competencias atléticas. Pero parece dormirse en los laureles, según advierte el articulista A.S.B. en la revista Los Sports en abril de 1923, señalando que más vale hacer buenos tiempos que ganar (“es más honroso llegar segundo en los 100 metros de un ganador de 11”, que ser primero con 11 4/5”.), y establece marcas que deberían cumplir nuestros atletas: “En bala, 12 metros; en disco, 37 metros; en dardo, 50 metros, y en martillo, 37 metros; éstas son distancias mínimas que tomamos en consideración sobre la base de nuestros competidores continentales”. Y anuncia: “Muchos lectores se dirán que es demasiado pedir en algunos tiempos y distancias, y que con menos vencimos en todos los campeonatos en que nos hemos presentado. A ellos les hacemos presente que el atletismo está incluido dentro de los progresos humanos y que cada día nuestros probables competidores, ayudados por inteligentes y científicos entrenadores, con gimnasios, estadios, dinero y gran entusiasmo, progre- san más y más. Nuestro deber es no quedarnos atrás en el camino que las especiales condiciones de nuestra raza nos ha permitido recorrer triunfantes a la vanguardia del atletismo sudamericano; para mantener este predominio es que les pedimos a nuestros entusiastas aficionados que se entrenen en forma cuidadosa y científica y que en los torneos internos de sus Asociaciones no olviden lo que hemos dicho al comenzar: substituir el espíritu de ganar solamente, por el de ganar haciendo tiempos y distancias y en ejecutar las pruebas en forma que la inteligencia conduzca el vigor al éxito”. Trece meses más tarde Chile perdía, por primera vez, el título de campeón sudameri- cano a manos de Argentina. C De la gloria al dolor Pa rt e II 40 Chile envía una delegación de atletas, futbolistas, ciclistas, equitadores y tiradores al blanco. El atletismo lleva 33 deportistas entrenados por Carlos Strutz, llegado de Alemania en 1919 y llamado a revolucionar los sistemas conocidos en Chile. Entre sus dirigidos están Manuel Plaza, Harold Rosenquist, Arturo Medina, Evaldo Momberg, Juan Bravo, Ernesto Goycoolea, Benjamín Acevedo, Floridor Castillo, Osvaldo Kolbach, Juan Baeza, Hernán Orrego, Enrique Sansot. En la nómina hay un masajista, Luis Flores, conocido profesional de los círculos deportivos. Lamentablemente, la Confederación no interviene en los Juegos, por lo que no hay resultados oficiales y sólo se dispone de la información de la Asociación de Deportes Atléticos –ADA, nombre de la agrupación atlética chilena desde 1920–, la que se retira del torneo denunciando “La desorganización más completa, la actitud del jurado, el desconocimiento que éste reveló de la reglamentación de las pruebas...” Manuel Plaza gana la maratón y otras cuatro pruebas, tres de ellas con récord sudamericano... si se hubieran homologado. Pero para Plaza habría mucho más en los años venideros. Ya en 1924 hay cosechas valiosas para el suplementero volador, cuando gana las tres pruebas en las que compite, dos de ellas con récord sudamericano, en el Tercer Campeonato Sudamericano, en el Estadio del Club San Isidro, organizado por la Federación Atlética Argentina, que invita atletas de Chile y Uruguay. Pero no todos sonríen, pues Chile es relevado del primer lugar por primera vez: Argentina gana con 141 puntos; Chile, 112; Uruguay, 36 puntos. Chile protesta por irregularidades ocurridas durante el torneo, pero finalmente lamenta “las incidencias ocurridas en el último Congreso y en nombre de la armonía continental” pide que se entregue la Copa América a la Federación argentina. Con o sin irregularidades, en el país queda la sensación de que las cosas no van bien con el atletismo, que nos estamos quedando mientras Argentina progresa, pues, como se apunta en un comentario de prensa, “aún en el caso de sumar a nuestro haber los puntos de las pruebas dudosas, Argentina mantendría siempre el puesto de leader”. No es sólo asunto del atletismo, sino del país: “¿incurro en error si digo que contemplo detenido nuestro progreso, perturbados los espíritus, abatidos los caracteres i estraviados los rumbos sociales i políticos?”, se había quejado y denunciado Enrique Mac Iver en agosto de 1900 en su discurso sobre La Crisis Moral de la República, agregando: “En el desarrollo humano el adelanto de cada pueblo se mide por el de los demás; quien pierde su lugar en el camino del progreso, retrocede i decae. ¿Qué éramos, comparados con los países nuevos como el Brasil, la Arjentina, Méjico, Australia, el Canadá? Ninguno de ellos nos superaba; marchábamos delante de unos y a la par de los otros”. Y si duele perder el primer puesto en Sudamérica en abril de 1924, más duele el “fracaso” de París tres meses más tarde. Porque es olímpico. “El fracaso de nuestros atletas merece este adjetivo pues no se han adjudicado un solo triunfo, se debe a la falta de entrenamiento y falta de organización del viaje”, reclama Los Sports. “Han llegado en la hora undécima y fueron H is to ri a de l d ep or te C hi le no 43 Si el atletismo es el deporte que más triunfos brinda al país en la época del Centenario, es el boxeo el que le proporciona los campeones más queridos, los que más profundamente se meten en el corazón del pueblo. In- tenso, dramático, el pugilismo entrega historias personales que siempre resultan conmovedoras porque suelen referirse a hombres modestos que explotan su cuerpo con mejor crédito que sus hermanos de origen. Manuel Sánchez es el primer campeón de gran popularidad en Chile. Ciclista y boxeador en sus comienzos, deja la bicicleta por ser “peligrosa para un boxeador”. En 1914 ya es campeón sudamericano de peso liviano, título que gana en Monte- video, y hace luego una extensa campaña, que tal vez no alcanza los niveles ni la espectacularidad de otros boxeadores, pero los supera a todos en acogida popular. Jack Martínez, chileno trotamundos y manager de boxeo durante lagos años, lo retrata en entrevista de prensa como “el ídolo más popular que ha tenido el box chileno, y ello por su inmensa simpatía y porque era un muchacho sano, alegre, amigo de todos y siempre dispuesto a ayudar al prójimo. Y, por sobre todo, porque fue un campeón brillante, un exponente del box científico y también un peleador de fibra. Su cualidad más destacada era su velocidad; además, poseía pegada y mucha resistencia para absorber castigo. Sus clásicas tupidas fueron famosas”. Valiente, Sánchez jamás rehÚye el combate y su fama logra trascender al tiem- po, según más tarde apuntaría el cronista Renato González, Míster Huifa, en la legendaria revista Estadio: “La generación actual también fue conquistada por ese peso liviano de rostro moreno, de nariz quebrada y orejas de coliflor, que sólo conoce a través de las referencias y las fotografías”. Son espectaculares sus peleas con Joe Daly y Kid Moró, que terminan empatadas, aunque hay “una que resultó inolvidable, por lo sangrienta y dramática, la sostuvo a quince rounds con Carlos Polite. Un combate salvaje, que dejó a ambos adversarios inconocibles a consecuencia de los golpes. También se falló en empate. Aquella noche Manuel Sánchez quedó marcado con cara de boxeador: se la esculpió a golpes Carlos Polite”, según el recuerdo del mismo Jack Martínez. Ya retirado, Sánchez se hace entrenador de boxeadores, dirige en más de una ocasión a selecciones nacionales en campeonatos sudamericanos y es aplaudido incondicionalmente cada vez que sube a un rincón: “Yo no sé”, dice en esos días, “por qué el pueblo de Chile tiene en este modesto campeón de ayer, todas sus simpatías. Yo no sé qué lazo misterioso me une a la muchedumbre de mi patria”. En 1914 Manuel Sánchez decide darle categoría mundial a su carrera y viaja con Jack Martínez a Francia. Mala época. Ya viene el tronar de cañones de la primera gran guerra y es mejor volver a casa. Un lazo misterioso Pa rt e II 44 Hay un tercer hombre en ese viaje, Heriberto Rojas, formalmente el primer campeón del boxeo chileno, en 1905, y que extiende su reinado hasta 1917, legando la imagen de hombre fuerte y duro, aunque Juan Budinich (otro chileno trotamundos, figura legendaria), sale al paso de los comentaristas en 1926 y fundamenta lo contrario: “En 1908 hice un viaje rápido a Chile y todo el tiempo que permanecí en Santiago viví en la casa del campeón”. “Le enseñé lo que aprendí como sparring-partner de Philadelfia Jack O’Brian, considerado el boxeador más científico del mundo en todas las fases de la pelea”. Curiosamente, Heriberto Rojas es reconocido como campeón sudamericano de peso completo en 1918, un año después de su retiro... Pero no es cotizado el boxeo sudamericano a nivel mundial y los peleadores estadounidenses que viajan presen- tándose por el mundo lo desdeñan. Cuando Rojas se enfrenta a uno de ellos, Bob Devere, un boxeador del montón en Estados Unidos, es derrotado fácilmente. El último combate de Rojas es en septiembre de 1917, contra Calvin Respress, campeón de Chicago y ex entrenador de Jack Johnson. Más tarde Respress llega a ser sparring-partner del argentino Luis Ángel Firpo, que sería mundialmente conocido como “El Toro Salvaje de las Pampas” y cuya carrera comienza en Chi- le de la mano de Felipe Zúñiga, un apasionado del boxeo que le pule algo de su torpeza a este gigantón que en 1923 pelea con el indiscutido Jack Dempsey por el título mundial del peso pesado. Dura sólo dos rounds, pero queda en la galería de los ricos y famosos. Favorecido por la prohibición del boxeo en Argentina, Chile recibe gran actividad en los años diez y acusa un notable crecimiento. A diario se fundan Centros de Boxeo en los barrios y son centenares los jóvenes y niños que quieren acercarse a un cuadrilátero para desafiar a un campeón. O para participar en una “battle-royal”: Filarmónicas y battle-royal Manuel Sánchez recibe el cinturón, los diplomas, las medallas y las flores que lo proclaman campeón sudame- ricano de peso liviano. Sánchez fue la más popular figura del boxeo de su época. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 45 Censo electoral propósito de una elección en el siempre convulsionado mundo directivo, un candidato saca las cuentas del respaldo de cada postulante. Uno cuenta con: “Automovilistas, 1 club, 80 socios; Excursionistas 7 clubs, 300 socios; Náuticos de VaIdivia, 3 clubs, 300 socios; Federación de Football de Chile, cinco Ligas. 5.000 socios; Box, una tercera parte; Federación Atlética de Chile, 200 socios. Total, unos diez mil aficionados”. El más poderoso: “Asociación de Football de Chile, 45 Ligas (Ligas y no liguitas), 30.000 socios, las Asociaciones de Ciclistas de Santiago y Valparaíso; Asociación de Lawn Tennis de Chile 30 clubs, 4.000 socios; Clubs Gimnásticos Alemanes 18 clubs, 2.000 socios; Federación de Box, 5.000 socios; Asociación de Deportes Atléticos (ADA), 15 Ligas, 6.000 socios; Asociación de Natación y Water polo, 3.000 socios; Asociación de Basket ball 3 Ligas 3.000 socios; Asociación de Polo, 500 socios; Asociación de Automovilistas (Valparaíso y Santiago 500 a 600 so- cios; Clubs de Regatas, 7 instituciones, 1.000 socios; Aero Club,150 socios; en formación, Federación de Tiro, hay comprome- tidos 24 clubs. Resumen, más de 50.000 miembros afiliados”. Cuentas de agosto de 1924, cuando la población del país se acercaba a los 4 millones de habitantes. A unos cuantos chiquillos (diez o doce), enguantados, suben al ring y reparten gol- pes de puño para todos lados. Uno a uno van quedando fuera de combate. El que queda en pie es, por cierto, el vencedor. Una pizca más de crueldad solía agregarse al hacerlos subir con los ojos vendados. El público lo pedía. Se pelea en muchos lugares. En circos, donde se instalan rings bajo la carpa. En teatros. En gimnasios de distinta calidad en los barrios. Hasta en las “Filarmónicas”, aquellos salones de baile nacidos durante la Colonia y que la revista Los Sports describe con molestia: “He aquí una idea en bosquejo de lo que son esos antros del vicio. Funcionan, por regla general en edificios viejos. El salón para el baile tiene forma rectangular y con un solo boquete por donde entran y salen las personas; entra y sale también el aire, que se calienta y corrompe con el humo del cigarro, con el polvo que se levanta y con exhalaciones alcohólicas de los danzantes desenfrenados. Los movimientos que se practican al descompás de una música ejecutada al piano son grotescos y deformantes. En lugar de funcionar contiguamente al salón de baile la famosa cantina, en que se expenden bebidas alcohólicas, debieran instalarse baños. En otros Pa rt e II 48 términos, el ideal o fin deportivo en las filarmónicas es nulo y el Consejo Superior de Educación Física y Moral debe interesarse en ‘sanear’ estas instituciones”. Pero el local pugilístico por excelencia sería el Hippodrome Circo, instalado en el po- pular sector de Artesanos con Avenida La Paz y que llegaría a hacerse legendario. Allí hace su carrera Humberto Plané, una figura atractiva de la época, que cuenta en entrevista periodística que sus ganancias no son tantas porque “casi siempre me he batido solo. No he tenido, como no tiene casi ninguno de los profesionales chilenos, una persona de situación que nos ayude. Así, para lograr un contrato nos cuesta un triunfo”. La revista le encuentra razón y agrega: “Casi todos los profesionales carecen de un representante de prestigio que dirija sus negocios. Ellos no pueden y no saben ocuparse de estas cosas, y así vemos a profesionales eminentes que pasean su atorrantismo por falta de alguna persona que sepa organizarles algún trabajito”. Las cuentas de Juan Beiza, un bravo peso liviano que se pasea por rings de América, dan más luces sobre el tema luego de una derrota en Nueva York: “En este encuentro gané ciento cincuenta dólares. A mi manager tuve que darle cincuenta y en entrenamiento gasté setenta. Calculen Uds.”. Si Manuel Sánchez es la gran figura al abrir los años 10, es el mismo Juan Beiza el que marca su ocaso cuando lo derrota al despuntar la década de los 20. Sin embargo, el comienzo del fin del gran campeón, que se pasa de pluma a welter, que llena todos los locales donde se presenta, bonachón, generoso y balmacedista, se produce a manos de uno de los hombres del futuro: Luis Vicentini, que en 1922 le arrebata el título de campeón sudamericano de los livianos, que había ganado en 1914. Entre una y otra fecha, varios púgiles seducen a la multitud. Humberto Guzmán, “el Ñato”, un bravísimo campeón sudamericano de peso mosca que defendería ese título durante 10 años; los hermanos Guillermo y Domingo Osorio, Alberto Downey, José Duque Rodríguez, Santiago Mosca, el “Bull Dog” Abelardo Hevia. Estilistas unos, peleadores otros, bravos todos. Algunos abren los años veinte con ambiciones mayores. Luis Vicentini arrastra multitudes y reúne millares de compatriotas para enterarse de los resultados de sus peleas, aunque está distante aún de ser “el escultor de mentones”. Quintín Romero ya no es un cargador de caliche en la pampa salitrera y empieza a despachar postales de París y Nueva York, pero le queda mucho por recorrer por cuadriláteros extran- jeros en busca del título de campeón mundial del peso pesado. Y Estanislao Loayza Aguilar ya no toma sangre de toro en el matadero de Iquique: recién se embarca en el Teno con un contrato de 600 dólares por una pelea semanal en un viaje que busca la gloria. Ellos son pasajeros de la historia que viene. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 49 Je suis boxeur uis Correa participó en los Juegos Olímpicos de París, pero no viajó con la delegación, según cuenta al regreso: “Mejor no quisiera acordarme. ¡Me pasaron tantas cosas! Fíjense que yo me fui solo a Francia”. El viaje, bueno, pero “fue a la llegada a Marsella donde empezaron mis sufrimientos”, pues lo desespera no hablar francés. “Me rodearon entre muchos y por más que decía que me llevaran a la estación para ir a París, no podía dejarme entender. Pasé momentos amargos. Llovía fuertemente. ..” Hasta que un cochero le entiende y “ya en la estación, aquel buen hombre se permitió cobrarme cincuenta francos. Comprendí que no era para menos, pues había sido el único que entendió mis señas”. Nadie lo esperaba, pero no sufrió más “pues alguien me había enseñado en el tren que debía hacer mi presentación diciendo. “Je suis boxeur juegos olímpics”. ¿Y lo puso en práctica? “No tuve más remedio. Sin embargo, me costó mucho decirlo. Tenía vergüenza...”. Fue sólo después de un largo batallar con cocheros y choferes, que me atreví a decir aquello. Un grito de “¡ohhh!”... salió de todos los que me rodearon. Me llevaron a una sastrería cuyo dueño sabía portugués y español. Con él me trencé a hablar. Fue aquella mi primera alegría en Francia. Algo así como si el hablar me hubiera vuelto después de alguna larga enfermedad a la lengua...”. Y después... “Supieran ustedes lo que es sentirse nombrado en un ring tan distante de la patria y que nadie esté al lado de nosotros.... Cuando el anunciador llamó a Luis Correa, chilien, yo tomé una toalla, me la eché al hombro y entré completamente solo al ring”. “Mi adversario, el francés Rosignone, pagó todo lo que a mí me pasaba, pues le pegué fuerte y duro. En el primer round cayó casi fuera de combate. En los siguientes, la ventaja mía fue tanta, que pasé todo el tiempo riéndome de alegría...”. La risa del vencedor. Es imposible disimularla cuando se gana de corazón, interrum- pimos. “Sí, Pero cuando terminó la pelea y vi levantarse la bandera francesa en lugar de la chilena, lloré de rabia por la injusticia. El público me aplaudió a mí. Los argentinos se me acercaron a decirme que el presidente de la delegación podía reclamar de aquel verdadero robo... Más tarde, cuando le dije a don Luis Harnecker, éste me contestó: “No conviene meter bulla. Venimos de muy lejos y debemos ser diplomáticos”. L Pa rt e II 50 Y si el boxeo le aporta profundos contenidos humanos y el atletismo le da victorias internacionales al deporte chileno, es el fútbol el que le regala más portadas en la prensa, las asistencias más numerosas en sus canchas, la mayor cantidad de cultores, el más grande número de clubes. Es también el mayor productor de ídolos, con fuerte efecto en niños y jóvenes. No en vano se pide en la prensa ayuda para sus menores: “Campos depor- tivos adecuados, salas de reuniones culturales, examen médico y biblio- tecas juveniles, son las principales aspiraciones de las Ligas Infantiles de Football, porque son las instituciones deportivas de nuestra juventud que más adeptos tienen en su seno”. Es el fútbol, también, el mayor productor de suspicacias, como se aprecia, más allá del humor, en esta entrevista a Carlos Aguirre, presi- dente de la Liga Metropolitana: -¿Cree usted en los “tongos” footballísticos? “Cuando veo que teams de primera categoría empatan a uno de tercero o cuarto orden, llego a veces a pensar en ello. ¡Hay tantos mercaderes del deporte!”. ¿Cree Usted que difundiendo el deporte se combate al alcohol? “Yo creo que no”. El juego de los hijos del pueblo No en vano Abelardo Hevia era apodado “el bulldog”. Peleador incansable y bravo, era garantía de espectáculo y fue de los primeros en presentarse en Buenos Aires. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 53 jugadores. Así, la Selección viaja en 1913 sin footballers de Valparaíso. En Santos el 10 de septiembre y en Río de Janeiro al día siguiente, el equipo chi- leno es recibido “con muitos festejos” y produce sorpresa que tres integrantes de la delegación –el presidente, Jorge Díaz Lira, y los jugadores Enrique Abelló y Carlos Hormazábal– sean profesores. “Aclamados por el pueblo” en los pa- seos cariocas, atiborrada la agenda de compromisos sociales, los seleccionados chilenos anotan las primeras victorias internacionales, al ganar al América de Río y a un Combinado Paulista. Paradójicamente, en el Sporting de Viña del Mar, al mismo tiempo Chile pierde un amistoso con Argentina... Es el seleccio- nado que forma la despechada Football Association of Chile y que pierde por “dos goals contra ninguno”. No sería la última vez que Chile tuviera dos seleccionados jugando simultáneamente. La paradoja iba a ser su forma de vida. Notablemente, en 1916 los entes rectores se unen para responder a una invitación de Argentina y se forma un seleccionado con jugadores de Santiago, Valparaíso, Talcahuano y Coquimbo, las zonas más generosas en la producción de juga- dores. Así, la Roja, ahora “blanca, con escudo tricolor”, parte a Buenos Aires para consagrar a Manuel Guerrero, mecánico y arquero del famoso La Cruz, que vuelve como “el Maestro”, a pesar de las goleadas sufridas. Los agudos co- mentarios de la prensa argentina son precisos al detectar en el equipo chileno: “La falta de picardía, diríamos la viveza o la suspicacia necesaria para engañar a los contrarios y prever la acción ofensiva del rival. Juega confiadamente, de buena fe, sin querer acercarse al ejemplo de la rapidez en la acción contraria, que obra adivinando el fin perseguido”. Si este comentario es el retrato fiel de una mentalidad, el del cronista de La Unión de Valparaíso lo es de un defecto técnico que atravesaría el siglo para sostenerse hasta el XXI: “El team chileno jugó con cinco backs y cinco forwards. Los halfs backs no saben su papel y los backs se contentan con alejar la pelota de su ciudadela”. El primer Campeonato Sudamericano deja al fútbol chileno con 11 goles en contra y dos a favor, con la prueba de su vocación integradora al participar de la fundación de la Confederación Sudamericana y con la confirmación internacional de su En los primeros campeonatos sudamericanos de fútbol Chile recibió muchas derrotas y muchos goles. Aun así, su gran faigura fue su arquero, Manuel Guerrero “el Maestro”. Pa rt e II 54 ingenuidad: “Los comentarios de la prensa bonaerense sobre nuestros jugadores han producido una penosa impresión en la capital del Plata, y se ha querido desautorizar esa falta de cortesía festejando a la comitiva y jugadores chilenos con las más exquisitas atenciones”. Reyes de los ingenuos. Pero un año más tarde algunas cosas son distintas. Tras negociaciones en la organización, la represen- tación del fútbol la tiene la FAC (que es la misma Football Association of Chile, a la que ahora se llama Asociación de Foot-ball de Chile), al paso que la Federación Sportiva Nacional se queda con la tuición del resto de los deportes. La FAC queda a cargo de preparar la actuación nacional en el Campeonato Sudame- ricano programado en Montevideo y hace un trabajo de selección que comprende a jugadores de las Ligas de Taltal, Tarapacá, Los Andes, Caldera, Concepción y Santiago. Y contrata un entrenador, el uruguayo Julián Bértola, profesor de Edu- cación Física y entrenador de Nacional de Montevideo. No sirve de mucho: Chile recibe 10 goles y no marca ninguno. Los comentarios montevideanos no son mejores que los bonaerenses. La Razón dice: “El cuadro chileno mostró poquísimos progresos respecto al año último. Se advertía pobreza absoluta en todas sus líneas, aunque empuje le sobra”. Y El Día: “Los uruguayos se veían más preocupados de esquivar los golpes que de quitar la pelota”. Sin embargo, El Uruguayo Sport remarcaba un aspecto distinto: “Los chilenos lucharon con tesón extremo, con voluntad extraordinaria. La insignia de la Patria, colocada en sus camisetas al lado del corazón, hacía brotar de los chilenos, a medida que se aproximaba la derrota, más entusiasmo y energía”. Y por si esa no fuera la más dulce melodía para los inocentes oídos chilenos, el periódico insiste en que “cuando eran fuertemente aporreados, se levantaban en el acto, revelando pertenecer a una raza fuerte y valiente”. Sólo el despierto y cauteloso diputado radical Héctor Arancibia Lazo sabe eludir las lisonjas y las ironías para comentar: “Pasarán años aún antes de que los footballers chilenos puedan medirse con posibilidades de éxito con Argentina y Uruguay”. Cierto. Seguirían pasando. De todos modos, un hombre regresa feliz de Montevideo: Manuel Guerrero nue- vamente ha sido un “Maestro” en el arco chileno. Y eso lo hace indiscutido cuando en 1919 se forma el seleccionado que debe ir a un nuevo Sudamericano, esta vez en Río de Janeiro, que para los chilenos resulta ser una increíble aventura. El Maestro y el diputado H is to ri a de l d ep or te C hi le no 55 De partida, deben pernoctar en la comisaría de Los Andes, en su primera para- da, por falta de mejor albergue. Y la travesía desde Montevideo a Brasil, junto a uruguayos y argentinos es “una larga y penosa navegación de diez días” a bordo del Florianápolis. Ya en Río, el calendario del torneo deja a Chile para el lucimiento de Brasil en el estreno. Efectivamente, ganan los locales “pelo elevado score de 6 a 0”. No importa, porque “Hemos perdido el match, pero en cambio cada día conquistamos mayores simpatías en todos los círculos”. Y cuando perdemos con Uruguay (1-2) y con Argentina (1-4) se debe a que “por tercera vez nos tocó jugar con el sol en contra, lo que, como nadie ignora, es una gran ventaja”. De regreso, la delegación queda varada durante 15 días en Buenos Aires por mal tiempo en la cordillera. Deciden viajar a Los Andes de todos modos y telegrafían: “La travesía la haremos en mula”. Pero quedan anclados en Mendoza: la obstrucción es en el lado chileno. Nuevo telegrama: “Estamos haciendo gestiones para irnos por Bolivia. Estamos desesperados”. Trece días en Mendoza, hasta que se les permite viajar en tramos: en tren de carga, en mula (consiguen 22 en Zanjón Amarillo) y a pie (“nos perdíamos en la nieve y a cada rato rodábamos como bolas”), recordaría luego el dirigente Romeo Borgheti. Llegan a Valparaíso el 9 de julio. Habían partido el 19 de abril. Un récord. En 1920, ninguna de las incidencias vividas por el fútbol chileno podría repetirse, pues esta vez el Campeonato Sudamericano por la Copa Amé- rica se jugaría en Chile. En cancha del Sporting Club de Viña del Mar, hasta donde el público podría trasladarse en “remolcadores, vaporcitos, etc., que podrán transportar a miles de aficionados desde el muelle Prat hasta la población Vergara” Y Chile se pone a la altura de las circunstancias. Por primera vez se hace un serio trabajo de selección, dirigido por un entrenador especialmente contratado a ese efecto, el uruguayo Juan Carlos Bertone, que vaticina en su presentación con los periodistas: “Estoy seguro que los chilenos, el día que se presenten a un match bien entrenados tomarán la punta en Sudamérica, como la tienen con el atletismo”. El trabajo se hace con entusiasmo y disciplina, aunque dos jugadores son elimina- dos por escapar de la concentración impulsados por una sed irresistible. La prensa se prepara y La Unión de Valparaíso anuncia el progreso: “Un redactor de este diario estará a la orilla del field y comunicará por teléfono todas las incidencias. El público podrá estacionarse en los alrededores de nuestra imprenta, desde cuyos balcones “se cantará” el match. ¿Qué tal?” Y hasta en Santiago se recibiría el relato del partido: “En el Hipó- dromo Circo se dará una trascripción telefónica del partido, para lo cual un entendido desde El triunfo moral entra en escena Pa rt e II 58 en el Matadero de Iquique la musculatura que lo impulsa hasta los cuadriláteros estadounidenses tras un título del mundo. Juan Jorquera y Manuel Plaza corren voceando diarios y así ganan la resistencia que los lleva a ser figuras internacionales. Realidades distintas, por cierto, a las que pueden aspirar normalmente un minero, un matarife o un suplementero. Tan cierto es, que algunos parecen recelar de estos gustos que el roto se puede dar. Es en 1925 cuando la Revista Los Sports publica un artículo en el que su autor reflexiona: “En efecto, mientras nuestros paseos o sitios deportivos están llenos de gente del pueblo, que se da a los ejercicios del football, del pedestrismo, del box, el Básket-ball u otro deporte por el estilo, ¿en dónde están nuestros elementos sociales de la clase media o de la aristocracia?”. Y acusa: “Es bien sensible que los elementos llamados a dirigir las multitudes de nuestro país en los casos de un grave conflicto internacional o de una revuelta interna, lleven una vida de molicie y de inercia y no sigan el ejemplo de potencia y de energía que les da el pueblo”. Finalmente, lamenta la escasa difusión del polo, la aviación, la esgrima y hace una sugerencia que apunta al corazón de un tema social que vincula orígen-instrucción- dirigencia: “Esos deportes deberían figurar en el programa educativo de los colegios destinados a formar a los que, con el tiempo, serán nuestros dirigentes”. Como sea, los deportistas constituyen un sector especial de esta sociedad chilena que abre los años 10 con la bonanza del salitre y los cierra en la incertidumbre por la menor demanda que se produce después de la guerra. No todos, por cierto, proceden de las capas menos favorecidas de la población. El tenis se radica en las preferencias de los sectores más pudientes o de clase media –en casos muy particulares–, lo mismo que la equitación, el automovilismo, el motociclismo, en razón de su costo, a pesar de lo cual reciben un trato generoso de parte de la prensa, tal vez por la cercanía de sus cultores con los propietarios de los medios de comunicación. De este sector deportivo, es el tenis el que más se acerca al gusto de las mayorías. Tal vez porque sus instalaciones van saliendo de las instalaciones muy exclusi- vas para radicarse en sectores más céntricos. El International Tennis Club, por ejemplo, se construye en Bellavista en 1916 (donde permanece noventa años más tarde). El Club Royal se traslada en 1910 al Parque Cousiño y pasa a llamarse Santiago Lawn Tennis Club, de cuya mantención se encarga Aurelio Lizama, que sería por décadas el mejor tenista de Chile y Sudamérica, aunque no puede hacer una carrera de proyecciones por sus múltiples obligaciones en el club. Pero sí tiene tiempo para ocuparse de una sobrina que llegaría a ser una auténtica estrella: Anita Lizana. Raquetas y bicicletas H is to ri a de l d ep or te C hi le no 59 Otro importante cultor y difusor del tenis es Carlos Ossandón Barros, iniciador del corretaje de propiedades en el país, cuyo hijo Carlos Ossandón Guzmán llegaría a ser gran figura. Precisamente a Carlos Ossandón, entonces alumno del Instituto Nacional, enfrenta Domingo Torralva, del Colegio Alemán, en la final del Campeonato Escolar de 1916. Gana Torralva en medio del griterío de los estudiantes. Al año siguiente, con 15 de edad, debuta su hermano Luis, y en 1918 obtienen el Campeonato de dobles de Chile. Y nadie para en adelante a los aventajados hermanos. Ganan todo en dobles y hasta deben enfrentarse en las finales de singles de los torneos nacionales. En 1923, jugando en Buenos Aires, ganan la Copa Mitre (Campeonato Sudamericano de varones) derrotando en la final a Argentina por 4-1, que es el gran triunfo del tenis chileno en la época. Al regreso son recibidos como héroes. Sus méritos los llevan a representar a Chile en los Juegos Olímpicos de París en 1924. Luis pierde ante el extraordinario Jean Borotra en un partido reñidísimo (7-5,7-5 y 7-5) y en dobles caen en cuatro sets. En la aparición de Chile en el escenario del tenis internacional, los hermanos To- rralva (exitosos arquitectos) son dos de sus figuras más distinguidas. El ciclismo, en cambio, ofrece mayor cantidad de deportistas aunque menos éxito internacio- nal. Siempre se reclama –en una queja que atraviesa los siglos– que no hay recursos y que no hay un velódromo adecuado. Es, con todo, un deporte de atracción masiva, que permite a sectores populares acceder al mundo de las máquinas, mágica atracción que los acom- pañará por siempre, incluso sobe los futuros avances tecnológicos. Los ciclistas corren en cualquier parte, pero se concentran en el Parque Cousiño y, más tarde, en un velódromo en Valparaíso, donde la actividad es escasa, según se reconoce en nota periodística al retiro del gran campeón Alberto Benítez: “Benítez habría duplicado sus trofeos si hubiera actuado en la capital como punto de residencia, pues es sabido que en Valparaíso Distinguido ciclista en sus comienzos, motociclista más tarde, Francisco Juillet derivó a las acrobacias en moto, con las que sorprendía y deleitaba al público santiaguino. Pa rt e II 60 los torneos ciclistas han sido muy escasos, por no disponer las instituciones del pedal de un velódromo de su propiedad”. Alejandro Vidal, Luis Mantelli, Edmundo Maillard, Alfredo Massanés, Luis Rubio, Florentino y Ricardo Bermejo, Francisco Juillet (más tarde automovilista y mo- tociclista), Jesús Magaña, Marcelo Uranga (más tarde destacado atleta), Alberto Downey (que luego derivaría al boxeo), Félix Fourey, Luis Arredondo, Luis Alberto Acevedo, Julio Pau, Víctor Ternavasio, Carlos Méndez, Lorenzo Bocca, Alejandro Vidal, llamado “el Zorro” por sus virajes muy cerrados, son algunas de las figuras de una especialidad que resulta gustadora para el público de estos primeros años, que concurre a los torneos que “se hacían en la pista improvisada del Parque Cousiño, frente a las tribunas de los Arsenales de Guerra”. Nadie duda de que el deporte es un compo- nente social importante. Lo tiene claro, o así parece, el mundo político. Lo considera, al menos, instrumental, como lo señala Arturo Alessandri Palma en 1923, durante su primer período presidencial: “Es necesario establecer algunas zonas secas en las minas de carbón y para alejar al obrero de las tabernas, para hacerlo sobrio y digno, ahí está el sport, que lo estimula y distrae como ninguna otra cosa. Tengo el más vehemente deseo de que ese Proyecto, que envié al Congreso hace más de un año, sea cuanto antes Ley de la República, porque sé cuánto vale para el futuro de nuestra población, que se va diezmando paulatinamente, debido a las malas condiciones de trabajo y al exceso de bebidas alcohólicas”. Lo dice el Presidente a propósito del despacho de la Ley de Educación Física. Y al año siguiente se ve al Mandatario en la Pileta Policial, acompañado de sus hijos, en las finales de la temporada atlética. El cronista recuerda haberlo visto en el sud- americano de fútbol de 1920, en las peleas Fernández-Vicentini y Vicentini-Mosca y en la inauguración de la temporada de natación. Pedro Aguirre Cerda, en 1924, como Ministro del Interior y presidente de la So- ciedad Nacional de Profesores, inaugura un Parque en Vitacura para la práctica del deporte escolar, con canchas de fútbol, atletismo, básquetbol, piscina. “El hecho de que el terreno esté cercano a la capital, será sin duda uno de los motivos por los cuales lo veremos muy concurrido”, comenta la prensa, que describe la inauguración: “La concurrencia se desplazaba desde la Plaza Italia en camiones, que se veían atestados de público que concurría a la ceremonia”. Hay, por cierto, iniciativas a favor del deporte. Pero son escasas y producidas, principalmente, por la inercia. A fin de cuentas, no hay gobierno que no construya algún camino, algunos puentes, una que otra escuela... y algún gimnasio. Pero la convicción no se observa. A lo más, se lo ve instrumentalmente (contra el alco- holismo y el ocio), electoralmente quizás, pero no como un bien social en sí, no como integrante del hombre sano. Historia de piedras y proyectos H is to ri a de l d ep or te C hi le no 63 H is to ri a de l d ep or te C hi le no 63 Estanislao Loayza en disputa de un título mundial de boxeo en 1925; Colo Colo en gira por Europa en 1927; la participación en los JJOO de Ámsterdam en 1928 y en el Mundial de Fútbol de 1930 en Montevideo abren las aspiraciones internacionales del deporte chileno, alcanzando su clímax con el record mundial ecuestre de Alberto Larraguibel en 1949. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 67 nombre fuera considerado para disputar el título mundial de la categoría de los li- vianos. Algo notable para un púgil que ni siquiera había sido campeón en su país. Por ello, tantas esperanzas. Por ello, tanta expectación. Porque el 13 de julio de 1925, por primera vez un deportista chileno se encontraba a las puertas de un título mundial. Pero algo pasó. Frente al estadounidense Jimmy Goodrich, en el Estadio Queens- boro de Long Island, Nueva York, aquella noche Loayza no pudo hacer una pelea normal. Al poco rato, se hizo evidente que cojeaba y que no se podía mover con facilidad. El relato de su propio manager es decidor: Las radiografías de Estanislao Loayza tras disputar el título mundial de boxeo en 1925. El diagnóstico es claro: fractura de fíbula. Pa rt e II I 68 “El referee los separa. Ambos estudian... Loayza coloca dos jabs izquierdos... y entran en un clinch. Tani, al salir, recibe un pisotón de Goodrich. Siente un dolor agudo pero no le da importancia y vuelve a la carga con un derecho... Goodrich le coge la delantera con la misma mano y le descarga el golpe en el codo izquierdo, que Loayza ha recogido hacia su cuerpo... El golpe ha cogido a Loayza fuera de balance, es decir, apoyado sólo sobre el pie izquierdo; el choque... lo inclina hacia el lado derecho, su pierna no puede soportarlo y cae sobre ella, posiblemente agravando la lesión sufrida a la salida del clinch. Loayza, tendido sobre la lona, está ahora preso de terrible dolor. Estira su pierna y la mueve de un lado a otro, creyendo que así podrá componerla y se levanta a la cuenta de dos segundos”. La versión del pisotón involuntario de Goodrich al separarse (y quizás agravado por la costumbre del “Tani” de saltar) fue variando con el correr de los años, hasta llegar a otras según las cuales Loayza enredó una zapatilla con la lona, lo que le provocó una caída que lo mermó para el resto de la pelea, o la más popular de todas: que el mismo juez de la contienda, Gumboat Smith (ex peso pesado), al tratar de separar a los boxeadores pisó involuntariamente al chileno. Esto fue lo que siempre repitió el mismo “Tani”: “Llevé a las cuerdas a mi adversario para golpearlo en ‘clinch’, que era donde mejor usaba mi golpe de izquierda. Fue entonces cuando el árbitro, Gumboat Smith, un grandote de más de 1,90 m. y con más de 100 kilos, me pisó y nos empujó hacia atrás. Mi pie hizo pa- lanca y me fracturé el peroné. Sentí el golpe. Pero seguí peleando y volví luego a mi rincón saltando en un pie”. Después del incidente, el chileno cayó cinco veces a la lona en el primer round. En el segundo, sus asistentes decidieron retirarlo, tirando la toalla. La situación era tan previsible que el árbitro tomó en el aire el pedazo de tela blanca que volaba. Loayza sufrió una fractura, Goodrich se quedó con el título y a miles de kilómetros de distancia, los aficionados chilenos mascullaron la desazón de perder un título que para muchos era victoria segura. La multitud congregada a las afueras de los prin- cipales diarios capitalinos, adonde llegaban primero las noticias, se retiró triste. Pero Estanislao Loayza fue un sinónimo de esperanza, de una nueva era. Demostró que era posible que un chileno disputara un título mundial. Y junto a él, varios empezarían a mostrarse fuera de nuestros límites. Porque, pese a la cordillera y el mar, al desierto y a los hielos australes, ahora pareciera que el deporte en Chile ya no tiene fronteras. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 69 El desarrollo deportivo chileno parecía ne- cesitar nuevos rumbos organizativos. Había algunos buenos resultados, se institucionali- zaban ciertas competencias e incluso ya había técnicos medianamente especializados, pero faltaba adecuar, crear o reformular instancias para la dirección de estas actividades. Principalmente, porque ya no se veía a la actividad deportiva como algo netamente recreativo. Por el contrario: se entendía al deporte como fomento del bienestar social, que “fortificaba la raza chilena”, que mejoraba al pueblo, alejándolo de los vicios. Además, dadas las tensiones con países vecinos, el mejorar el estado físico de los chilenos era una forma de prepararlos para la defensa. Desde entonces, por ello, la relación entre el departamento de deportes y el Ministerio de Defensa. En la prensa no es raro encontrar de forma corriente estos párrafos: “La fortificación de la raza en el deporte (...) La raza chilena, glorificada por sus héroes en cien combate y batallas se ve hoy, laborando bajo la rama de oliva del país, glorificada por sus hijos que, volviéndole la espalda a los vicios tentadores que degeneran y matan, pasean muy en alto sus colores en extranjeras tierras. La raza decae, degenera y se consume lentamente minada por los vicios sensuales y el alcohol, claman al cielo los agoreros. No, este pueblo, tallado en el roble augusto de las selvas milenarias del Arauco, no muere, no decae, su fiereza, su pujanza, su brazo arrollador, lo atestiguan sus soldados, sus obreros y lo confirman sus atletas (...) Glorifiquemos la raza en el deporte”. Se hacía necesario conocer las técnicas de cada disciplina, iniciar la especializa- ción de los deportistas. O como se decía en estas épocas, buscar un “deporte más científico”, donde la preparación y el entrenamiento, más la competencia activa, permitieran obtener resultados. Así lo entendió la mayor parte de los dirigentes deportivos, generando cambios y originando instituciones Teniendo ya una federación, el tenis comprendió que el roce internacional era vital, por lo que en 1927 decidió afiliarse a la Federación Internacional de Tenis. Con Asociación desde 1914, el atletismo también decidió que era hora de una re- novación y el 29 de octubre de 1930 se aprobó el estatuto de la Federación Atlética de Chile. Algo similar ocurrió con los deportes ecuestres, que reformularon los estatutos de su Asociación de Paperchase el 30 de noviembre de 1934, cambiando además el nombre por el actual: Federación Nacional de Deportes Ecuestres. Al año siguiente, se afilió a la Federación Ecuestre Internacional. Hacia un deporte más “científico” Pa rt e II I 72 Educación Física, la necesidad de una federación por cada rama deportiva y los requisitos para la formación de nuevos clubes, entre otros puntos. El decreto Nº 3.470, del 25 de junio de 1930, organizó un Consejo de Educación Física Postescolar, presidido por el Director General de Educación Física y compuesto por la totalidad de los presidentes de las federaciones deportivas. El 30 de mayo de 1931 vio la luz la Ley Nº 4.945, que entregaba los servicios de Educación Física a un Consejo Superior de Educación Física, formado por un Oficial General del Ejército o de la Armada, que debía presidirlo, más el Director de la Escuela de Educación Física y 10 consejeros nombrados por el propio Presidente de la República, aunque con una característica singular: no tenían derecho a remuneración. La Dirección General de Educación Física cesó en sus funciones en julio de 1932. Se deben esperar algunos años para que en agosto de 1939 se cree un organismo de reem- plazo: la comisión de “Defensa de la raza y aprovechamiento de las horas libres”: “... es deber del Estado velar por el desarrollo y perfeccionamiento de las cualidades que constituyen las virtudes de la raza”, “La Defensa de la Raza y Aprovechamiento de las Horas Libres es una organización nacional, apolítica, eminentemente patriótica, cuya misión principal es elevar el coeficiente físico, moral, intelectual y social de todos los chilenos”. En agosto de 1942 se crea de la Dirección de Información y Cultura, con un Depar- tamento de Deportes que tiene a su cargo “el fomento de las prácticas deportivas en el país; la educación y cultura física en todo aquello que no corresponda a los Ministerios de Educación Pública y Defensa Nacional; la vinculación del deporte privado con el Estado y la distribución de los subsidios que se otorguen al deporte nacional”. Sumado a eso, debía vigilar el transcurso de las actividades deportivas tanto en profesionales como en aficionados, la administración de campos de juegos y gimnasios de dominio fiscal, la autorización para giras deportivas hacia y desde el extranjero y el fomento de cursos, entre otras actividades. Por ello, no fue raro que el Estado apoyara tan encendidamente una campaña generada en la revista Estadio, llamada “El chileno físicamente apto” y realizada entre 1942 y 1945, que tenía como objetivo buscar a ciudadanos que fueran ejemplos atléticos y que demostraran su pericia en una serie de competencias. Pero el deporte se respiraba en el ambiente y era claro que el Departamento de Deportes manejado por el Ministerio del Interior era insuficiente, siendo disuelto el 31 de enero de 1948. El vacío no duraría mucho tiempo. Ya en su programa de gobierno, Gabriel González Videla había señalado que se preocuparía por la “defensa de las condiciones biológicas de nuestro pueblo y eli- minación de los malos hábitos sociales por el desarrollo de la cultura física”. Es en su gobierno cuando se creó una comisión con el objetivo de estudiar una posible organización definitiva para el deporte nacional, la que lanzó humo blanco en junio de 1948. Dependiente del Ministerio de Defensa Nacional, fue en esa fecha H is to ri a de l d ep or te C hi le no 73 cuando nació el Departamento de Deportes, posterior Dirección de Deportes, correspondiéndole al general de brigada aérea Osvaldo Puccio tener el honor de ser el primer Director de Deportes. El área deportiva ya era parte del Estado. El asunto no se quedó sólo en eso y el Ejecutivo comenzó una serie de obras para mejorar la infraestructura deportiva. El Estadio Militar se inauguró en 1925 y se le agregó una pileta tiempo después. La natación era importante, como lo demostró el hecho que en 1929 Carlos Ibáñez del Campo inaugurara la “Piscina Escolar”, una obra que sigue en funcionamiento en las cercanías de la Estación Mapocho de Santiago, el mismo año que salió a la luz pública la revista Educación Física, órgano oficial de la Dirección General de Educación Física. En uno de los pocos actos destacables de su efímero gobierno, Juan Esteban Montero fue el invitado de honor el miércoles 25 de diciembre de 1931 a la inauguración del Estadio de Valparaíso, ubicado en el Cerro Playa Ancha. Pero la capital debía tener un recinto de grandes proporciones, polideportivo y que fuera estatal. Ya había deportes, especialmente el fútbol, que generaban asistencias de masas considerables, las que muchas veces desbordaban la capacidad de los esta- dios. La mejor prueba estuvo el 8 de diciembre de 1932, cuando en el partido que definiría al campeón amateur del fútbol santiaguino, la multitud superó con creces lo permitido en el estadio del club Audax Italiano, que disputaba el primer lugar con el popular Colo Colo. El partido terminó siendo suspendido en el minuto 35, cuando se desplomaron las tribunas de primera clase por el exceso de espectadores, cayendo hormigón desde siete metros de altura. Ahí quedó en claro que se necesitaba el siempre prome- tido Stadium Nacional. En las cercanías de la Estación Renca del ferrocarril, seguían descansando las primeras piedras del intento de 1916. Luego, donde actualmente se encuentra la Facultad de Derecho de la Universidad Un elefante para Chile El 3 de diciembre de 1938 fue la inauguración del Estadio Nacional. Pa rt e II I 74 de Chile, en las proximidades de la Plaza Baquedano, estuvo durante algún tiempo el llamado Estadio Nacional, un recinto de pequeña capacidad donde se realizaron de preferencia encuentros de boxeo. El Parque Cousiño, actual Parque O’Higgins, siempre fue percibido como el lugar idóneo para un estadio de gran capacidad, pero topaba con la decisión del Ejército, propietario de esos terrenos y que no vería con buenos ojos la pérdida de la emblemática elipse para los actos de Fiestas Patrias. También estaba la Quinta Normal, administrada en gran parte por la Universidad de Chile. Finalmente, las miradas se posaron en la Chacra Valdivieso, ubicada en la comuna de Ñuñoa. Ayudaba el hecho de que el 29 de agosto de 1934, el gobierno de Arturo Alessandri designó una comisión para estudiar la construcción de un estadio moderno en la capital. El propio diario manejado por el gobierno, La Nación, incluso había empezado por su propia cuenta una campaña que creó la conciencia de la necesidad de un recinto amplio. El 25 de febrero de 1937 se iniciaron las obras. Ramón Palma Soto, periodista y uno de los principales artífices de la campaña, récordaba de la siguiente manera esa época: “Los meses previos a la inauguración yo prácticamente no dormía. Lo único que deseaba era ver el estadio lleno y con la gente alborozada por el que sería ‘su’ Estadio Nacional, uno de los más cómodos y más grandes del mundo en su época. Cuando llegó el día de la inauguración lloré de alegría”. Un estadio cómodo, amplio. Con una capacidad superior a las cuarenta mil perso- nas y con un velódromo para ciclismo; además con bastante terreno aledaño para otros deportes. La idea era que partiendo de este estadio, esa zona se convirtiera en un laboratorio del deporte en general. Pero, ¿no es muy grande? ¿No se habrá exagerado? ¿Alguna vez llegarán sobre las cuarenta mil personas? Cuando se está cerca de la inauguración, no son pocos los que piensan que se ha construido un estadio desproporcionado. El mismo Presidente Arturo Alessandri se contagió con el pesimismo y a sus cercanos les dijo una frase que le dará el apodo a esta construcción: “Lo único que deseo es que este elefante blanco se pueda llenar algún día”. Pero el “Elefante Blanco” demostró que se hizo lo correcto. El 3 de diciembre de 1938 se produjo la inauguración. Con entrada liberada, se realizó una exhibición y desfile de federaciones y clubes, además de una revista de gimnasia. Y pareció no dar abasto. El mismo Palma Soto nos lleva con sus palabras a ese día: “Fue algo maravilloso. La cancha de fútbol, el velódromo, las aposentadurías totalmente colmadas por más de 60 mil personas. Desfilaron diez mil deportistas de todas las disciplinas. Hicieron uso de la palabra Ministros de Estado, diplomáticos, el Ministro de Hacienda, H is to ri a de l d ep or te C hi le no 77 venía de vuelta. Incluso por privilegiar su carrera en Estados Unidos, perdió en 1925 el título sudamericano de los livianos, por no responder a los desafíos de otros púgiles. El 26 de octubre de 1930 se produjo el esperado acontecimiento. Ese día, ocupando los Campos Sports de Ñuñoa, ante más de 20.000 espectadores, Loayza noqueó a Vicentini y marcó su supremacía de modo contundente. Incluso quienes no estu- vieron en Santiago pudieron gozar de las imágenes en los días siguientes, cuando en los cines se proyectó la grabación de la pelea, realizada por Andes Film y que, cosa rara para Chile, afortunadamente se conserva hasta el día de hoy. Un año después se repitieron la instancia y el resultado. Un nuevo KO en favor del “Tani” lo dejó como indiscutible número 1 del boxeo chileno. Vicentini se retiró de los rings en 1932 y se perdió en el anonimato, hasta su muerte en 1938. Un deceso apresurado, en gran parte, por la vida licenciosa que empezó a llevar, récordada de la siguiente manera por el periodista Renato González: “(tras sus derrotas con Loayza) ... Es el fin. Quizás si su pena inmensa necesitaba ahora el sedante de la inconsciencia que da el licor. De cantina en cantina, en los bajos fondos ve llegar el fin definitivo”. En un torneo en Uruguay, uno de los boxeadores chi- lenos parecía ser demasiado débil, con cara de niño. Los charrúas y el resto de los participantes lo llamaron “Botija”, apenas un niño. Pero Carlos Uzabeaga Berríos (1907 – 1964) no estaba para chiquilladas y ya en 1924 era campeón sudamericano amateur en la categoría gallo. El 14 de septiembre de 1926, el “Botija” se presentó en Buenos Aires para enfrentar al peruano Manuel Jiménez, disputando el título sudamericano de peso pluma profesional que se encontraba vacante. Uzabeaga ganó por puntos y Chile tuvo un monarca subcontinental que se mantuvo hasta 1928, cuando cayó en Lima contra el local Melitón Aragón. Pero ya había escrito su nombre con letras doradas, incluyendo combates memorables, como el que tuvo el 6 de octubre de 1926, también en Buenos Aires, en el que derrotó por puntos al francés Eugene Criqui, ex monarca mundial. También ganó a Vicentini en 1932 y a Domingo “Chumingo” Osorio en 1934, meses antes de su retiro. Sin embargo, hubo un hecho curioso en la vida del “Botija”. Su propio hijo Carlos nos lo relata: “Mi padre me hizo heredar la pasión por el boxeo y yo también me puse los guantes, alcan- zando a pelear algunas veces. Siempre me quejaba de que no había tenido la oportunidad de verlo sobre el ring, lo que me hubiera servido de ejemplo. Tanto se lo dije que a mediados de la década de 1940 decidió volver a pelear sólo para que yo lo viera. Recuerdo que su primer encuentro fue contra Pablo Garrido en el Teatro Caupolicán y mi padre ganó. Sólo por mis quejas...”. Un “Botija” y un “Routier” Pa rt e II I 78 Su última pelea conocida fue en 1944, cuando empató con Mario Guajardo. La última por “culpa” de su hijo. Pero si eso es curioso, más lo es la carrera de Alejandro Romero Castillo, nacido en 1905 y conocido como “Routier”. Un par de peleas en Chile y terminó trasladándose a Estados Unidos, donde se radicó y desarrolló la mayor parte de su carrera como boxeador. Debutó el 23 de octubre de 1926 empatando con Mickey Mc Garr. Su gran y sorprendente momento ocurrió en 1928. El 9 de abril de ese año se presentó como oponente a Izzy “Corporal” Schwartz, en Saint Nicholas Arena de Nueva York, por el título mundial de la categoría mosca en un duelo a 15 asaltos. Romero fue avisado sólo unos días antes que pelearía por el cetro, ya sin tiempo para adquirir un nivel que le hubiera permitido mayores posibilidades. Su última pelea había sido en enero. Pero “Parrita” o “Rury”, como lo llamaban, seguía teniendo su estilo valiente, suicida y preocupado de dar espectáculo. Resistió todo el combate y cayó final- mente por puntos. Siguió peleando con resultados disímiles, e incluso en julio de 1931 pudo hacer historia, ya que le correspondió enfrentar al célebre Frankie Genaro por el título mundial de los moscas de la Asociación Mundial de Boxeo, cayendo por KO en el cuarto round. Su última pelea fue en 1937. De vez en cuando volvía a Chile y en su viaje de 1964 puso en duda todo lo que se sabía: dijo que se llamaba Alejandro Enrique González y que había nacido en Tocopilla. Su rastro se perdió entre sus múltiples nombres y su radicación en Estados Unidos. Pero perdura su registro e incluso sus recuerdos en los archivos de revistas: “¿Por qué me fui?... De pat’e perro no más. De aventurero. De “routier” que era. Don Anto- nio González (un abogado de Puerto Rico radicado en Estados Unidos) me puso en buenas manos. Tuve en el rincón a ‘Doc’ Buggle, lo de ‘Doc’ es abreviatura de Doctor, que así lo llamaban porque sabía mucho. Hice como doscientas peleas en todos los Estados –menos en California –, en Canadá y en Centroamérica. Gané entre 300 y 5.000 dólares de aquellos tiempos por pelea. Me trencé con el que viniera, sin preguntar quién era (...) No fui campeón, pero disfruté de la vida como un príncipe. Lo único que me quedó fue... esta cicatriz en el ojo izquierdo (...) ¿Los dólares?... Fueron ‘lo que el viento se llevó’. ¡Qué quiere! Con tantísima tentación. Quedaron en las ‘boites’ y en las carnosidades humanas...”. La historia rescata otros nombres. Como el del copiapino Eulogio Cerezo, que el 14 de abril de 1934 cayó frente al peruano “Peter Johnson” al diputar el título sudamericano de peso pesado. O Domingo “Chumingo” Osorio, que el 12 de diciembre de ese mismo año perdió por puntos la oportunidad de ser campeón H is to ri a de l d ep or te C hi le no 79 sudamericano de pesos ligeros, cuando enfrentó sin suerte al argentino Juan Bautista Pathenay. Surgieron entonces dos hombres que se mantienen inalterables en el recuerdo de los aficionados al deporte de los puños. Dos cuya trayectoria y estilo hacen que sean quizás los represen- tantes de lo mejor del boxeo chileno en toda su historia. El primero es la técnica, la depuración, la inteligencia. Se decía que sus rivales no temían a sus golpes, sino a no poder golpearlo. A la gente que piensa que el boxeo es una masacre, bien le hubiera venido ver a un púgil que lo hacía parecer más un arte, con belleza y gracia en sus movimientos, lo suficiente como para que su apodo fuera “El Eximio”. Antonio Fernández Álvarez (1911 – 1976), más adelante conocido como “Fer- nandito”, ganó un nombre al ser campeón chileno y sudamericano de los pesos plumas amateurs en 1928. Debutó como profesional en 1929 y ya al año siguiente era campeón chileno de los livianos. En 1931 hizo noticia cuando en dos ocasiones venció sin apelación al mismísimo “Tani” Loayza, incluso por KO en una de ellas. Sin embargo, le costó ganarse al público. Su boxeo era demasiado alejado de lo que esperaba el espectador. Pero el rechazo se transformó en respeto, el que aumentó El arte y el empuje Antonio Fernández fue campeón chileno y sudamericano de los pesos plumas amateurs en 1928. Pa rt e II I 82 Pero no importó. Ya se había hecho un nombre tan grande que lo volvieron a llamar de Estados Unidos, esta vez para algo muy serio. El 9 de febrero de 1940, Arturo Godoy tuvo la oportunidad de ungirse campeón mundial de los pesos pesados. Pero el rival no era cualquiera. Apodado “El Bombardero de Detroit”, Joe Louis quería demostrar por qué iba camino a la leyenda, por qué apenas tenía una derrota en su bitácora y por qué era el campeón indiscutido. Arturo Godoy se preparó por meses. Su último lance había sido el mencionado contra Primo, el 19 de agosto de 1939. El Madison Square Garden de Nueva York volvió a ser el escenario de las ilusiones chilenas. Los aficionados nacionales ahora ya no sólo tienen las oficinas de los diarios para seguir el transcurso del combate, sino que la radio permite escuchar las transmisiones. Algunas municipalidades llegaron a instalar parlantes públicos. Hasta el Presidente de la República, Pedro Aguirre Cerda, no aguantó la expectación y en pleno Palacio de Cerro Castillo, en Viña del Mar, decidió poner un aparato de radio con el volumen alto, para que todos los presentes no se perdieran algo que podía ser histórico. En la previa, Joe Louis había señalado: “Sé que Godoy es duro, pero no tendré compasión alguna y terminaré la pelea lo más rápido posible. Si puedo liquidarlo en el primer round, lo haré”. Godoy no se quedó atrás en su respuesta: “Entraré a pelear llevando mi corazón por delante... Vencer o morir”. Lo que se vio en Nueva York desde las 21.45 hora del este, con 15.657 espectadores controlados, es algo que sorprendió: Louis no noqueó a Godoy. Por el contrario, el chileno le aguantó y se dio maña para golpearlo, ganando incluso algunos rounds. Sabiendo que el hombre de Detroit iba directo a aniquilarlo, Arturo luchó de la forma en que más le convenía: casi agachado, impidiendo que el campeón le asestara de lleno sus golpes. Por eso, con el correr de la pelea, muchos del público están con el chileno. Porque Louis no sabe responder a su fama y porque queda en evidencia que si algo tiene el iquiqueño, eso es coraje y valentía, que no le teme al monarca negro. Godoy resistió los 15 rounds. Todo quedó en manos de los tres jueces, pero ni ellos mismos estuvieron muy de acuerdo. En los únicos rounds donde coincidieron en su veredicto fueron el 3°, 8° y 14°, siendo los dos primeros para el sudamericano. Incluso uno, Tommy Shortell, señaló que Godoy era el ganador del combate por 10-2. Para varios periodistas presentes, quizás un empate hubiera sido justo. Al conocerse la opinión de los otros jueces, Louis retuvo la corona. Pero eso no disminuyó la meritoria actuación de esa noche, no frenó las silbatinas del público que consideró que Godoy merecía mejor suerte, ni tampoco el apoyo total de los periodistas al hijo de Caleta Buena. Si al “Tani” Loayza lo había perjudicado el H is to ri a de l d ep or te C hi le no 83 árbitro quebrándole la pierna y a “Fernandito” le habían tenido miedo, a Godoy le han robado la pelea. Ése es el mito que surge fuerte, teniendo como razón para ello la rivalidad existente entre el Madison Square Garden y el Luna Park de Buenos Aires. Una victoria de Godoy significaba que el eje boxeril se venía a Argentina. El presidente Aguirre Cerda le envió una carta apenas terminado el encuentro, resumiendo el sentir general de un pueblo orgulloso de su campeón (“Su valien- te y pujante pelea demuestra extremos de vigor a que llegaría nuestro pueblo, debidamente cuidado en salud y bienestar”), mientras que la prensa mostró su admiración: “El campeón chileno dominó en todo momento, golpeando fieramente al negro... El público estuvo de parte del chileno y recibió indignado el fallo. La pelea debió haberse declarado empate”. (Diario La Hora). “Se ha robado el triunfo a Godoy”. (Diario La Calle, de La Paz, Bolivia). “A Godoy le escamotearon la victoria; esa es la verdad”. (Diario Universal, Lima, Perú). “Arturo ‘De Los Andes’... sorprendió a Louis”. (New York Times). Arturo Godoy declaró apenas se bajó del ring que “Mientras peleaba, pensaba en mi madre y en mi patria con el deseo de que ambas se sintieran orgullosas de mí”, para luego lanzar un desafiante “No me moveré de este país hasta que nos veamos nuevamente en un ring y dejar bien esclarecida mi victoria”. Días después llegó la película del match a los cines chilenos: “La fría objetividad del lente ha recogido la actuación brillante de Arturo Godoy, el hombre del momento”. El 20 de junio de 1940 vino la revan- cha. Con sangre en el ojo, Joe Louis salió a reventar al chileno. Y lo logró. Vaya uno a saber la razón, pero Godoy cambió su estilo de pelea, tratando de permanecer erguido y de igual a igual. Muchos sospechan que los empresarios lo llevaron a una decisión bajo todo punto de vista suicida, para asegurarse que habría espectáculo. El negro de Detroit demostró las razones de su éxito y el asunto fue una masacre . En el octavo round, Godoy cayó a la lona en dos ocasiones y el árbitro detuvo la pelea para protegerlo, pues quería seguir luchando pese a estar apenas consciente. Arturo Godoy fue uno de los grandes exponentes del boxeo chileno. Pa rt e II I 84 Pero había llegado lejos. Y el haberle dado dura pelea a Louis lo hizo hasta filmar en Hollywood una película para la productora Republic Pictures, que usaba a los derrotados por el campeón de los pesados en sus filmes. Arturo Godoy y su esposa de ese entonces, la argentina Leda Urbinatti, fueron parte de la comedia “Grandpa goes to town” (traducida como “El campeón en apuros”), en la que ambos mos- traron sus dotes de bailarines. Si bien nunca volvió a tener otra opción como ésa, Godoy siguió siendo un púgil respetado, más cuando el 28 de febrero de 1943 recuperó el cetro sudamericano de los pesados al vencer una vez más a Alberto Lovell en Santiago, título que retuvo hasta su retiro definitivo en 1953. Su última pelea en Estados Unidos fue en 1949, mientras que la última de su carrera fue en 1951, mostrando apenas 12 derrotas en 123 encuentros, con 88 victorias, 49 por KO. A finales de la década de 1920 se apagaba la estrella de Quintín Romero Rojas (1893 – 1972), a quien la revista deportiva Match describía en 1929 como “en deplora- ble situación económica y con las facultades mentales visiblemente trastornadas, como consecuencia de los golpes que recibió en uno de sus últimos combates”. También fue la época de figuras como Simón Guerra Montecinos (1910 – 1998), el “Ciclón del Matadero”, que el 16 de diciembre de 1933 disputó el título mundial de los livianos con el italiano Luigi Marfuit, que lo derrotó por KO. Al año siguiente el talquino, con su boxeo simple y directo, ganó el renombrado “Cinturón Luna Park”. Es, también, la época de Raúl Carabantes Reyes (1914 – 1975), “El estilista valdi- viano”, que había tratado de ser jockey en su juventud, hasta que el crecimiento de su cuerpo lo hizo tomar los guantes. Campeón amateur de peso pluma, el 16 de noviembre de 1935 ganó por puntos el título de campeón sudamericano, su- perando al peruano Anselmo Casares en el desaparecido Estadio de Carabineros de Santiago; en 1936 sumó el cetro subcontinetal de los welters cuando venció al argentino Carlos Martínez. Con carrera entre 1933 y 1948, Carabantes también estuvo en Cuba, Estados Unidos y Panamá, teniendo tan buenos resultados que la prestigiosa revista norteamericana “The Ring” lo presentó como el mejor welter latinoamericano de la época. En una declaración de antología, Raúl Carabantes mostraba su defensa del boxeo: “Dicen que los boxeadores se ponen tontos con los golpes y yo no creo eso, por- que antes de boxear yo era mucho más tonto que ahora. Figúrese que cuando Los “otros” ilustres H is to ri a de l d ep or te C hi le no 87 Cuando Chile organizó el V Sudamericano al año siguiente, en el mes de abril, el chileno repitió sus victorias con calco. Su imbatibilidad fue uno de los principales aportes para que la escuadra chilena terminara alzándose como la triunfadora del certamen con 77 puntos, dejando en segundo lugar a Argentina con 60. Plaza concentró la atención de los aficionados. Mucho más cuando se decidió enviar una delegación a los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928. Cuando partió hacia el lance olímpico, Manuel Plaza no iba muy conforme. Hu- biera preferido embarcarse con la delegación anterior, donde iban los futbolistas, lo que le hubiera permitido departir con más gente en el largo viaje en barco desde Buenos Aires. Se preocupó mucho más cuando su compañero de competencia, Óscar Molina, se lesionó en tierras holandesas, dejándole toda la responsabilidad de hacer una buena presentación en sus manos. En una carta a su hermano Luis, fechada el 22 de julio en Amsterdam, señaló a la distancia: “En estos momentos en que te escribo estoy en vísperas de mi gran carrera y sólo espero de correr para ver si puedo darle a Chile algún puesto de honor. Solo me cabe de encargarte de que cuides de mi trabajo, lo desempeñes de la mejor forma posible, no contraríes a la Rosa, hace lo que ella te diga y vigila de que los chiquillos se porten bien i no agan pasar rabias a mi esposa”. La carrera se fijó para el domingo 5 de agosto. Quince días antes, a Plaza le comenzó a doler una rodilla, producto del clima holandés y del reumatismo. Además, le había costado mantener el ánimo al hombre nacido en Lampa: se le había “concentrado” por una semana, alejándolo del cigarro y de las escapadas por la ciudad para que sólo pensara en el deporte. Manuel Plaza entra al Estadio Olímpico de Amsterdam, para obtener la medalla de plata en el maratón olímpico de 1928. Pa rt e II I 88 En los primeros kilómetros, las cosas no eran alentadoras. Con el número 686 en su camiseta, Manuel Plaza iba en el puesto 51 entre 69 maratonistas. En un autobús de la prensa, el dirigente chileno Carlos Fanta le indicó que debía empezar a subir su ritmo, ya que marchaba a 600 metros atrás de los punteros. Ahí se comenzó a cimentar la proeza. Pese al dolor de la rodilla y contra la opi- nión de todos los periodistas especializados, que señalaban al chileno como un corredor sin opción, vino un repunte espectacular. A los ocho kilómetros, ya había avanzado al puesto 48. En el control “F”, ubicado entre el kilómetro 15 y medio, Plaza estaba en el lugar 28; para el kilómetro 27, el chileno era noveno, a sólo 400 metros de los punteros. Cuando las fuerzas flaquearon, aparecían las palabras de Fanta para animarlo. Y cuando no estaba el dirigente – periodista, vino un apoyo impensado: varios compa- triotas ubicados a lo largo de la ruta, que lo apoyaban “a la chilena”. Entusiasmado con las palabras y tonos familiares, más uno que otro improperio para subirle el ánimo, Manuel Plaza inició el sprint final en el kilómetro 35,5. Los recuerdos de Carlos Fanta, reproducidos en el diario La Nación, reflejan la emoción que fue aflorando con el paso de los minutos: “En esta parte de la carrera y hasta el estadio había no menos de treinta chilenos escalonados en distintos puntos que estimulaban frenéticamente y a gritos a nuestro corredor. Al iniciarse la avenida, a tres kilómetros de la meta, seguía en punta el japonés Yamada, a 12 metros del norteamericano Ray; a 80 el francés El Ouafi; cuarto el finlandés Martellin; y quinto venía el chileno, a un minuto 20 del puntero. Plaza avanzaba con seguridad pasmosa (...) a los dos kilómetros, El Ouafi igualaba posiciones con Yamada y Plaza se ubicaba tercero, a 80 metros del puntero. Luego el puntero japonés cede y es aventajado por el argelino y por el chileno; faltaban 1.500 metros. La carrera estaba decidida entre estos dos hombres (...) Faltaba un kilómetro, y fue éste, sin duda, el momento más emocionante de la prueba. Nuestro compatriota se acercó a sesenta metros del puntero, y por su tranco elástico daba la impresión que esperaba el momento oportuno para pasar. Todos los periodistas extranjeros, en el autobús, empezaron a solicitar apresura- damente datos sobre Plaza, y mientras estimulaba a grandes voces al campeón, apenas si podía contestar a las preguntas de los colegas que deseaban saber edad, estatura, peso, raza. Cuando les dije que era chileno neto, exclamaron: ‘¡Es indio puro, entonces!’”. El argelino-francés Ahmed El Ouafi no soltó la punta y logró una ventaja cercana a los 80 metros que conservó hasta el final. Pese a todo, Plaza no se desanimó y entró al estadio más entero, con más ánimo, logrando un segundo lugar histórico, la primera medalla olímpica para las vitrinas chilenas, una de plata, obtenida cuando todo hacía pensar en un fiasco. Sólo el error táctico de empezar su arremetida muy tarde quizás le privó de la presea dorada, llegando cerca de 35 segundos atrás del vencedor. H is to ri a de l d ep or te C hi le no 89 No paró allí. Mientras El Ouafi apenas pudo cruzar la meta para luego lanzarse al suelo, Manuel Plaza tuvo fuerzas para dar una vuelta olímpica y saludar al público, al mismo tiempo que era rodeado por una bandera chilena, siendo saludado por todos los sudamericanos que lo felicitaban por el triunfo a nombre del Cono Sur. El himno nacional comenzó a sonar, Plaza se instaló en el podio y en la historia, mientras por primera vez la bandera tricolor de la estrella solitaria se izó en el mástil del triunfo internacional. Luego, el festejo bien merecido: “Desde la puerta del camarín hasta la entrada del estadio hay más o menos 400 metros. Plaza fue llevado en hombros, mientras todos los chilenos cantábamos la canción nacional y el himno de Yungay. El entusiasmo era tan grande, que el desfile continuó por las calles durante seis cuadras, y, al paso del campeón, de muchos balcones le lanzaron flores. En la noche, en el hotel, se festejó la hazaña con una comida, y los representantes diplomáticos de Chile le ofrecieron una copa de champaña. Se brindó en forma elocuente por el héroe, por la familia Plaza, por Chile y por todos los que han cooperado por el deporte nacional”. A su regreso, el 18 de septiembre de 1928 fue recibido con honores. Más de 30 mil personas en la Estación Mapocho del ferrocarril, con el saludo del Presidente, General Carlos Ibáñez del Campo, además de todas las instituciones deportivas e incluso de los veteranos de la Guerra del Pacífico. Su arribo a Santiago fue anun- ciado por el cañón del Cerro Santa Lucía. Luego el Estado le obsequió una casa, su fama se agigantó y el respeto lo acompa- ñaría hasta su muerte, ocurrida en 1969. No abandonó el atletismo, aunque tuvo que hacer una pausa debido a la mala situación económica, tanto personal como del país, entre 1930 y 1932. En el Sudamericano de Montevideo en 1933, demostró que seguía siendo imbatible cuando se preparaba adecuadamente, siendo campeón en las pruebas de “road race” y cross country. Plaza, el que iba con porotos en las manos cuando corría (soltándolos cuando rebasaba a algún rival); Plaza, el que se vendaba la cabeza con un trapo bañado en esencia de manzanilla; Plaza, apodado el “campeón de los pobres”; Plaza, un ejemplo y un atleta excepcional. Manuel Plaza, simplemente una leyenda. La época de “Potrerillos” - ¿Cuál es su apellido? - Salinas, señor. Pa rt e II I 92 ganó los 200 con un tiempo que por largos años fue récord nacional: 21 segundos y 7 décimas. Pero Montevideo no había visto todo de “Potrerillos”, que en su espe- cialidad (los 400 metros) marcó 48’’ 6, ganando la carrera y estableciendo un récord chileno que se mantuvo por 22 años. En el ranking mundial de ese año, Salinas se ubicaba en el puesto 8°. Su última gran actuación fue en el Sudamericano efectuado en Santiago en 1935, en el Estadio Militar. Fue segundo en los 100 metros planos, ganó los 200, venció en los 400 y también en los 400 con vallas, además de colaborar en la posta 4 x 100 y 4 x 400, ambas ganadas por Chile, que resultó campeón, en gran parte gracias a lo realizado por el nortino. Era una figura admirable y reconocida. Su tez morena lo hacía resaltar a la distan- cia, sus actuaciones no dejaban dudas de su capacidad y su técnica era observada por todos los jóvenes atletas. De hecho, una chiquilla llamada Marlene Ahrens no se perdía carrera de “Potrerillos”, reparando en un detalle: para recuperar fuerzas entre una carrera y otra, José Vicente Salinas se comía una cebolla como si fuera una manzana. Un chileno típico que se hizo imbatible. Un grito que recorrió las pistas de Sudamé- rica: “¡Potrerillos! ¡Potrerillos!”. Si bien Plaza y Salinas fueron las figuras notables de la primera época de este período, hubo otros que también colaboraron, ayudados además por la estructuración definitiva de la Federación Atlética de Chile en 1930. Los torneos nacionales se consolidaron y el ser sede de varios campeonatos internacionales hizo progresar el nivel de los chilenos. Entre 1925 y 1939, la prueba más difícil fue los 100 metros planos, donde ningún chileno obtuvo la victoria. Sólo los segundos lugares de Rodolfo Wagner (1927) y de Roberto Valenzuela (1939) se destacaron. Algo similar ocurrió en los 200 metros, donde salvo “Potrerillos” Salinas no hubo más deportistas chilenos con medallas de oro en su pecho. En los 400 metros con vallas, Carlos Müller ganó la prueba en 1927, en aquel Sud- americano ganado por Chile donde además de Plaza destacaron las actuaciones de Óscar Alvarado (campeón en salto largo), Benjamín Acevedo (primero en bala, triunfo que ya había cosechado en 1926), Erwin Gevert (ganador en el decatlón) y el equipo de los 3.000 metros en carrera de equipo, que también habían sido los ases continentales el año anterior en tierras charrúas. Las carreras largas eran la marca chilena. Belisario Alarcón dominó los 1.500 me- tros en el torneo de 1933, además de los 3.000, 5.000 y el cross country en 1929. Luego, apareció uno de los mejores fondistas chilenos. Un hombre que se dedicó al La organización y los hombres H is to ri a de l d ep or te C hi le no 93 Los héroes decatletas del V Sudamericano de Atletismo realizado en Santiago en 1927: Erwin Gevert, Carlos Yahnke y Serapio Cabello. Pa rt e II I 94 atletismo precisamente por admirar a Manuel Plaza y que tendría la característica de competir con los brazos hacia abajo: Miguel Castro Bascuñán. Castro debutó en un torneo de novicios en 1931, sin destacar. Pero su perseverancia y ganas lo hicieron atleta. En el Sudamericano de Santiago de 1935, ganó en 1.500 y 3.000 metros, aunque su mejor actuación fue en Lima en 1939. Allí, repitió sus dos victorias anteriores, sumándole ahora los 5.000 metros. Más adelante tendría otras par- ticipaciones notables y establecería el récord chileno para 3.000 metros con 8’ 35’’. Campeones no faltaron. En los sudamericanos oficiales, en el “road race” Manuel Ramírez tuvo el cetro sudamericano en 1939; en salto alto, Alfonso Burgos hizo lo propio en 1933; en salto con garrocha, ese mismo 1939 vio el triunfo de Erwin Raimer; salto largo, Juan Moura (1929); salto triple, Juan Reccius (1935); lanzamien- to de la bala, Kurt Pollack (1929); en el disco, Waldo Schönfeldt (1935); martillo, Pedro Goic (1931) y Antonio Barticevic (1935); jabalina, Tomás Median (1929) y Efraín Santibáñez (1933 y 1935); en decatlón, Osvaldo Wenzel (1935) y Juan Colín (1939); además del triunfo en la posta 4 x 100 en 1935; las victorias en la posta 4 x 400 en 1929, 1931 y 1935; los primeros podios en los 3.000 metros en carrera de equipos en 1926, 1927, 1935 y 1939, más los cross country de René Millas (1935) y Manuel Carreño (1939). Y en los torneos extraordinarios, a lo ya reseñado se sumaron los logros en 1931 de Armando Sorucco (110 metros vallas), Carlos Müller (400 metros vallas), Alfonso Burgos (salto alto), Adolfo Schlegel (garrocha) y Guillermo Otto (bala). En gran parte, era el fruto del trabajo de Carlos Strutz, capaz de generar un talen- to como Juan Conrads, que batió en cinco ocasiones el récord sudamericano del lanzamiento de la bala, llegando a establecer 14,94 metros, cifra que por décadas fue insuperada a nivel nacional, aunque nunca pudo llegar a ser campeón. Viajó a Berlín 1936, pero se enfermó en el barco y en tierras germanas debió pasar dos meses internado en una clínica; al año siguiente, se cortó el tendón de Aquiles. Eso no impidió que en Chile fuera insuperable, ganando los torneos nacionales de 1931, 1932, 1933, 1934 y 1935. Récordando su entrenamiento, Conrads señaló a una revista: “Yo iba todos los días al Deutscher Sport Verein para ayudar a tomar la huincha a don Carlos (Strutz), y él me llevaba diariamente a los faldeos del San Cristóbal a hacer ejercicios respiratorios. Los obreros, que en ese entonces estaban construyendo el Observatorio, nos creían adoradores del sol”. Sería en los lanzamientos donde surgiría otro nombre destacado, un campeón cuyo ejemplo y apoyo aparecerían nuevos nombres. Cuando el año 1918 regresaron por primera vez triunfantes unos atletas chilenos del extranjero, un muchachito del Internado Barros Arana decidió que se haría deportista. Figura desde su rutilante aparición en 1919, Héctor Benaprés se volvió
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