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La Prensa Ilustrada del siglo XVIII en España: El Censor y la Revolución de 1808-1814 - Pr, Apuntes de Historia del Periodismo

Una detallada descripción de la evolución de la prensa ilustrada en españa durante el siglo xviii, con un enfoque especial en el periódico el censor y la revolución de 1808-1814. Se trata de una prensa dedicada a temas literarios y económicos, que alcanzó su máximo desarrollo en la segunda mitad del siglo xviii. Se analiza la desaparición de la prensa tradicional y la aparición de la 'opinión pública' y la prensa de cádiz durante las cortes.

Tipo: Apuntes

2012/2013

Subido el 08/05/2013

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¡Descarga La Prensa Ilustrada del siglo XVIII en España: El Censor y la Revolución de 1808-1814 - Pr y más Apuntes en PDF de Historia del Periodismo solo en Docsity! 1 2º Bloque de apuntes. Del Periodismo Moral a la Restauración absolutista de Fernando VII TEMA 6.- EL RESURGIR DE LA PRENSA Y EL CENSOR. 6.1. Prensa de divulgación e información 6.2. Prensa Literaria 6.3. Prensa Económica 6.4. El Censor Durante los últimos años del reinado de Carlos III y los primeros de su sucesor Carlos IV se extiende una de las etapas de máximo desarrollo periodístico del siglo XVIII. En el reinado de Carlos III los intelectuales ilustrados impulsaron la reforma de la enseñanza universitaria. Mientras, las Sociedades Económicas de Amigos del País fomentaban la educación primaria y profesional para las clases más modestas. En estos años abundan las obras sobre ciencias, sobre arte y literatura y se produce también un incremento de las publicaciones periódicas. Una de las características más destacadas de la prensa de la última década de este siglo es su especialización: existían publicaciones de carácter informativo dedicadas a la divulgación de temas literarios y políticos, periódicos dedicados a la crítica social y de costumbres, y revistas científicas y técnicas. Los periódicos críticos incluían por primera vez temas relacionados con la política. La prensa alcanza un alto grado de especialización y dedica una atención preferente a los problemas institucionales. Entre las causas que favorecen el desarrollo periodístico de estos años hay que señalar el crecimiento demográfico que incide en el aumento de la demanda informativa. De 1778 a 1791 se produce también una coyuntura económica favorable a la prensa: mejoran las condiciones editoriales al reducirse las tarifas postales, se promulga una legislación sobre prensa e imprenta capaz de relanzar las publicaciones periódicas, y en 1785 se crea, para éstas, un régimen especial de censura. A pesar de la abundancia de publicaciones, la prensa del siglo XVIII sigue siendo selectiva y minoritaria y no se transforma en auténtico medio de comunicación de masas hasta el siglo XIX. En el período final del reinado de Carlos III continúan publicándose algunos de los periódicos de la etapa anterior. Son publicaciones oficiales o vinculadas a la administración que renuevan su contenido, actualizan su presentación, perfeccionan su lenguaje, incluyen temas que pretenden atraer el interés de los lectores y alcanzan ahora una espléndida madurez. En esa línea se produce la evolución del Mercurio histórico dirigido desde 1773 por José Clavijo y Fajardo, que sustituyó a Tomás de Iriarte. El Mercurio se llamó desde 1784 Mercurio de España, amplió su contenido, renovó su estilo y abandonó su costumbre habitual de incluir artículos copiados literalmente del Mercure de La Haya. La Gaceta de Madrid y el 2 Mercurio histórico fueron instrumentos utilizados por el poder para la divulgación cultural y la promoción de su política informativa, y su lectura era habitual tanto entre el gran público como entre las minorías de intelectuales. El Mercurio fue perdiendo importancia en los últimos años del siglo XVIII por la competencia de publicaciones especializadas, como el Mercurio literario, que abarcaba todos los temas relacionados con la cultura. En 1807 desapareció por un Real Decreto. A pesar del carácter oficial de estas dos publicaciones periódicas, existía entre ellas una considerable diferencia de tiradas: en 1780, la Gaceta tiraba 10.000 ejemplares frente a los 5.000 del Mercurio; el Gobierno siempre había considerado a la Gaceta como su verdadero y más importante portavoz. Además de los periódicos oficiales, dedicados a la información y dirigidos desde la Administración, sigue publicándose en estos años el Diario de Madrid, continuación del famoso Diario noticioso de Nipho, cuyo socio Lozano Yuste muere en 1780. El Diario dejó de publicarse desde 1781 a 1786 y reapareció dirigido por el francés Jacques Thevin. A partir de 1788 comienza a titularse Diario de Madrid y adquiere una nueva dimensión periodística más en línea con las nuevas demandas informativas. En el Diario de Madrid alcanza gran importancia la sección dedicada a la correspondencia que había comenzado su andadura en los primeros tiempos del Diario noticioso de Nipho. Las cartas de los lectores planteaban una forma moderna de comunicación entre el periodista y su público. 6.1. Prensa de divulgación e información En el último tercio del siglo XVIII aparece el Correo de los ciegos llamado más adelante Correo de Madrid. Se trata de un periódico de especial interés por sus artículos dedicados a la divulgación de la actualidad literaria, económica, científica, técnica, etc., y que incluye además un amplio espacio para la correspondencia de los lectores y algunos importantes artículos sobre crítica social y de costumbres. Sin embargo, la gran innovación del Correo es la publicación de artículos dedicados a la crítica institucional: en forma de cartas o de discursos. El número uno del Correo se publica en Madrid el 10 de octubre de 1786; tenía periodicidad bisemanal y estaba formado por un número variable de páginas, entre 4 y 12 en tamaño 4º. El responsable de la publicación era Antonio de Manegat, y entre los redactores destacan los nombres de Manuel Casal y Manuel María Aguirre. Entre los colaboradores hay que señalar a varios autores neoclásicos tan importantes como Cadalso, Leandro Fernández de Moratín, Corner, Iriarte, etc. El Correo de los ciegos comienza a llamarse Correo de Madrid a partir de 1787, y deja de publicarse el 24 de febrero de 1791. 5 El Espíritu de los mejores diarios recibía protección oficial de Floridablanca, lo que le permitía una cierta capacidad de maniobra e independencia frente a las presiones de la Inquisición. Entre sus suscriptores se encontraban destacados intelectuales –Jovellanos, Campomames, Foronda-, clérigos, ilustrados, aristócratas, altos funcionarios, miembros de profesiones liberales, filósofos e hidalgos sin título, algunas instituciones como las Sociedades Económicas de Amigos del País y varios centros de estudios superiores. En 1788 tenía 765 suscriptores; en 1789, 630. El fundador y director de este periódico, Cristóbal Cladera, había nacido en La Puebla, Mallorca, en 1760. En 1808 fue elegido diputado para la Asamblea que debía elaborar la Constitución de Bayona, y en el reinado de José I ocupó cargos políticos importantes; fue expatriado durante la restauración fernandina, y volvió a su patria, donde murió en 1816. La Espigadera De 1790 a 1791 se publica La Espigadera, un periódico filosófico y liberal, cuyo autor pretendía ampliar las posibilidades de divulgación de la prensa incluyendo en sus páginas opúsculos españoles y extranjeros sobre diversas materias, con especial atención a los temas literarios. Bravo, su autor, planteaba un proyecto un tanto contradictorio, porque por una parte cuestionaba la capacidad de la prensa como elemento de divulgación y, al mismo tiempo, pretendía fomentar la cultura y la educación entre el pueblo y utilizaba muchos de los viejos recursos periodísticos de sus colegas: cartas al editor, diálogos, citas, tertulias, discursos y reflexiones. La Espigadera era una publicación original dentro del bloque de los periódicos de contenido literario. Publicó sólo 17 números, desde 1790 a 1791; de periodicidad semanal, estaba formado por un número variable de páginas, entre 32 y 40, y costaba un real. Desaparece también en febrero de 1791, al promulgarse la legislación sobre prensa e imprenta inspirada por Floridablanca. El semanario erudito (Prensa erudita) Coincidiendo con el desarrollo de los acontecimientos revolucionarios franceses y con la política restrictiva del gobierno en materia de prensa, se produce un giro importante en el contenido de algunas publicaciones de los últimos años del siglo XVIII. El público pierde interés por los periódicos críticos y busca la divulgación y promoción de las obras literarias nacionales. El precursor de estos periódicos eruditos era el Caxón de sastre. Bastantes años después, Antonio Valladares de Sotomayor creó un periódico de objetivo y contenido similares al de Nipho, en un contexto sociopolítico muy distinto. Los nuevos ilustrados exigían ahora un rigor en la selección de las obras literarias, y esperaban una valoración justa y un análisis profundo de sus contenidos. 6 El objetivo del Semanario era divulgar las obras olvidadas de los escritores españoles, sobre todo las del siglo XVII, desconocidas por sectores muy amplios de la sociedad. El Semanario sufrió, como todos sus colegas, las consecuencias del Decreto de febrero de 1791, y consiguió permiso para reaparecer por una Real Orden de 30 de junio de 1792, aunque no está comprobado que volviera a publicarse. El gabinete de lectura española. Es una publicación en la línea del Semanario erudito de Valladares. Su título completo es expresivo del contenido y de los objetivos de su autor: Gabinete de lectura española o colección de muchos papeles curiosos de escritores antiguos y modernos de la Nación. Comenzó a aparecer a finales de 1787, y publicó sólo seis números en seis años, 1787-1793. Cada ejemplar estaba formado por 50 ó 70 páginas precedidas de un prólogo. Parece que su autor fue Isidoro Bosarte, erudito, arqueólogo, hombre aficionado a la cultura, dedicado a las Bellas Artes y secretario de la Academia de San Fernando. El gabinete de lectura española es una interesante publicación sobre todo desde una perspectiva literaria; aunque en ocasiones carece de rigor, refleja con fidelidad el espíritu curioso y avisado de su autor, capaz de sintonizar con un sector importante de los ilustrados españoles. 6.3. La prensa económica. La prensa dedicada a temas económicos está vinculada al “proyecto” ilustrado y alcanza su máximo desarrollo en la segunda mitad del siglo XVIII. Los escritores del siglo XVIII denuncian las irritantes diferencias sociales y sugieren los medios de corregirlas. En la segunda mitad del siglo XVIII, la economía se transforma en ciencia útil en una sociedad en que la burguesía comienza a desempeñar un papel importante a partir del incipiente desarrollo industrial y comercial. Hasta la difusión de las doctrinas de Adam Smith, el pensamiento económico continúa vinculado al mercantilismo de inspiración oficial. En la primera mitad del siglo se desarrolla una literatura económica mercantilista superada años después por la doctrina fisiocrática, y desplazada hacia la década de los ochenta por las teorías de Adam Smith. La prensa económica del siglo XVIII comprende varios bloques de publicaciones: hojas y periódicos dedicados a avisos y anuncios, periódicos de información para comerciantes e industriales y periódicos críticos y doctrinales. Los dos primeros grupos están dedicados únicamente a publicar listas de “precios y navíos”, avisos, datos y noticias, a los que hay que añadir anuarios y guías muy útiles para la clase comerciante; es un periodismo meramente informativo superado definitivamente por la prensa crítica y doctrinal. 7 Los Discursos mercuriales de De Grae. De 1752, el Semanario económico de Pedro Araús y Juan Viceu, y las Memorias instructivas y curiosas redactadas por Jerónimo Suárez, tienen en común en esta primera etapa la variedad de los temas: agricultura, comercio, industria, química, botánica, historia natural. En general, son publicaciones poco originales que dependen de obras extranjeras. A finales de la centuria las publicaciones económicas alcanzan plena madurez. El Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos, fue encargado por Godoy a Juan Bautista Virio, Juan A. Melón y Domingo García Hernández, y tuvo como figura más importante a Melón, que se hizo cargo de la futura publicación en la fase de su preparación, en agosto de 1796. La vida del semanario se prolonga desde 1797 hasta 1808. El Semanario representa uno de los más importantes periódicos de contenido económico de los últimos años del siglo y está dedicado exclusivamente a los temas del campo. Otros periódicos económicos eran el Semanario económico, instructivo y comercial, de Mallorca, de 1779, y el Correo mercantil de España y sus Indias, que se inicia en 1792 y recibe protección e inspiración oficial desde 1795. En el despegue de este tipo de publicaciones juegan un papel decisivo las Sociedades Económicas de Amigos del País; muchos de los periódicos de contenido económico salieron gracias al estímulo de estas sociedades. 6.4. El Censor En 1781 se publica el primer número de El Censor, un periódico que aspira “a la propagación del buen gusto y la corrección de costumbre” y que propone como principal objetivo la regeneración de la sociedad española. El Censor se aparta de las publicaciones periódicas que en el último tercio del siglo XVIII se habían dedicado a la información y divulgación literaria desde una perspectiva más o menos erudita, y enlaza con los “espectadores” españoles, imitadores del Spectator inglés. La identidad de los autores del controvertido periódico ha sido objeto de numerosas hipótesis: mientras unos atribuyen su redacción a un colectivo entre cuyos miembros destaca la figura de Cañuelo, otros consideran que los únicos responsables de El Censor son Luís García del Cañuelo y Luís Pereira, abogados de los Reales Consejos. La publicación de este importante periódico representó un verdadero revulsivo para la sociedad de su tiempo. Sus autores hicieron realidad un ambicioso proyecto crítico, rompieron los límites del compromiso respetado por sus colegas y llegaron a cuestionar principios sociales, morales, políticos, económicos e religiosos considerados hasta entonces inamovibles. El Censor habla de los vicios de nuestra legislación; de los abusos introducidos con pretexto de Religión, de los errores políticos y de otros asuntos semejantes. 10 penoso y poco lucrativo, aunque con grandes posibilidades creadoras. En su opinión, el periodista debe de desempeñar una función educativa en todos los ámbitos de la vida ciudadana, debe contribuir a elevar el nivel económico del país, a proteger la moralidad y a fomentar la cultura. Nipho introduce muchas innovaciones en sus periódicos y contribuye, de forma decisiva, al desarrollo del periodismo dieciochesco: la periodicidad diaria, justificada por la eficacia, en el Diario noticioso y curioso…,el sistema de suscripciones, la utilización de formulas periodísticas originales, de las que Caxón de Sastre y el mismo Diario noticioso son ejemplos bien expresivos, la incorporación a los periódicos de ciertos rasgos de modernidad, como la correspondencia de los lectores y la publicidad gratuita, la elaboración de secciones diferenciadas inspiradas por los principios de variedad, exactitud y celeridad. Todo ello hace que muchos historiadores de la prensa consideren a Nipho como el fundador del periodismo moderno español. 11 TEMA 8.- LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y SU IMPACTO EN LA PRENSA ESPAÑOLA 8.1. España ante la Revolución. 8.2. La Resolución de Febrero de 1791 8.3. Restos del antiguo régimen. 8.1. España ante la Revolución Los acontecimientos revolucionarios franceses provocaron en España un primer momento de desconcierto. En algunos sectores ilustrados de la corte y en varios núcleos urbanos, la opinión parecía favorable a la iniciación de un cambio de rumbo e la política francesa, que podía significar un cambio general en la política europea. La radicalización de los sucesos franceses y su inequívoco espíritu revolucionario provocaron una inmediata reacción por parte del gobierno español y desencadenaron la política represiva del ministro Floridablanca. Cuando se producen los principales sucesos revolucionarios en Francia, la situación política española presentaba ya algunos síntomas de inestabilidad, coincidiendo con las manifestaciones de la gran crisis económica de 1789 (provocada por las malas cosechas de ese mismo año y del anterior). A lo largo de 1790 y 1791 el descontento político crecía entre los españoles. Mientras Floridablanca observaba con recelo los sucesos de Francia, en el país se producían algunos importantes disturbios. La crítica al sistema político vigente en la España del siglo XVIII, tenía también un amplio eco entre los sectores políticos ilustrados, que aspiraban a la incorporación de reformas profundas en el sistema. La crítica que se produce en los años finales del siglo esta vinculada a sectores intelectuales cualificados, y enlaza con una corriente de pensamiento que tiene sus raíces en el pasado. Desde esta perspectiva, la receptividad de los españoles a los principios revolucionarios franceses resulta coherente y ofrece una línea de continuidad entre el presente y el pasado inmediato. La tendencia a construir nuevas formas de organización social, política y económica no arranca en España de la revolución francesa, sino que obedece a la propia dinámica de pensamiento ilustrado. Desde el reinado de Carlos III, las ideas enciclopedistas habían penetrado en España, habían permanecido en estado latente durante algunos años, con breves brotes esporádicos, y habían proliferado entorno a 1788. A pesar del control gubernamental, la propaganda revolucionaria –inspirada por las consignas girondinas y por la declaración formal de la Convención de ayudar “a todos los pueblos deseosos de ganar la libertad”- había sido elaborada en Bayona y Perpignan en los Comités Espagnols d’Instrution Publique y había encontrado en España un campo favorable. 12 Junto al pueblo, los núcleos intelectuales, tertulias, academias y, sobre todo, las universidades, se mostraron también receptivos a la difusión de las ideas revolucionarias, y elaboraron folletos subversivos. La dinámica de los acontecimientos revolucionarios franceses tuvo un reflejo inmediato en la actitud de los españoles. El espíritu de subversión era general y tuvo una clara expresión en algunos conatos de rebelión, cuya manifestación más importante fue la proyectada y fracasada conspiración de Picornell de 1795. La paz de Basilea, firmada entre España y Francia en julio de 1795, y la recuperación cultural propiciada desde el poder, permitieron una breve distensión en la vida política nacional. 8.2. La Resolución de Febrero de 1791 La Real Resolución de 24 de Febrero de 1791, firmada por Floridablanca, establecía la prohibición de todos los periódicos, excepto el Diario de Madrid y los de carácter oficial, y contenía una condena radical de todas las publicaciones periódicas. A partir de Febrero de 1791 desaparecen todos los periódicos excepto los oficiales: la Gaceta, el Mercurio Histórico y Político y el Diario de Madrid, reducido en adelante a un mero cartel de anuncios de pérdidas y hallazgos. La restricción informativa era total para los asuntos relativos a Francia. La Gaceta de Madrid sólo podía utilizar como fuentes de información las gacetas de Ámsterdam, Colonia, Bajo Rin y Lisboa, todas las gacetas de Italia y ningún papel de Francia, y algo parecido ocurría con el Mercurio. Aunque la Real Resolución de 1791 había influido sobre los periódicos oficiales, tuvo sobre todo una repercusión inmediata y decisiva sobre los periódicos privados y provocó una interesante respuesta de protesta por parte de los afectados. Las peticiones fueron, en su mayoría, denegadas o silenciadas. Además de la prensa de Madrid, también los periódicos de provincias tenían que soportar los rigores de la censura; a la política publicística de los Borbones, inspirada por un profundo espíritu centralizador, se añadía ahora la imposición de una normativa restrictiva que impedía cualquier proyecto periodístico. En 1791 desaparece la prensa tradicional, dedicada a la información y divulgación, desaparecen los periódicos que se habían ocupado con entusiasmo de criticar la sociedad y sus costumbres al estilo de los “Espectadores” y fracasan los nuevos proyectos periodísticos sobre ciencia, arte y literatura, presentados en Madrid y en las provincias. Los años de la revolución en Francia resultaron especialmente duros para la prensa española; las licencias solicitadas entre 1791 y 1795 fueron en su mayoría denegadas. Además de la supresión radical de todos los periódicos, la Resolución de Febrero de 1791 tuvo otra importante consecuencia: la alianza entre el poder civil y el religioso. Tras 15 Liberal, y podrá en parte explicar la difusión que las ideas de la Revolución Francesa habían alcanzado entonces en amplios sectores. Pero los liberales intelectuales de las Cortes de Cádiz no habían necesitado esperar a la invasión francesa para recibir la semilla. La lectura de los sucesos de la Revolución estaba sin duda mucho más difundida de lo que podían suponer al otro lado de los Pirineos, como lo había estado la de los autores del siglo XVIII francés que habían preparado el terreno. Tras la Revolución Francesa se intentó cerrar a cal y canto las fronteras, estableciendo un especie de cordón sanitario para impedir la entrada de las ideas revolucionarias. Pero se inventaron las más variadas estratagemas para burlar las disposiciones1, y como el Tribunal de la Inquisición de Logroño informó a la Suprema: “la muchedumbre de papeles sediciosos que vienen de Francia no da lugar a informar todos los expedientes contra los sujetos que los introducen, retienen y divulgan, a lo que se junta la inopia de teólogos inteligentes en la lengua francesa que puedan calificarlos”. Martínez de la Rosa, en un artículo comunicado en el número VII de El Español de Blanco White, atribuye precisamente a la rígida censura el éxito de las ideas de la Revolución Francesa en España, así como el que no se sospechase de los verdaderos propósitos de Napoleón. 1 La vigilancia de aduanas tenía que extenderse a los sombreros, en cuyos forros podían ocultarse artículos de la Constitución; a los abanicos y cintas, que podían llevar consignas o palabras revolucionarias, etc. 16 2ª PARTE.- EL SIGLO DEL PERIODISMO. EL SIGLO XIX TEMA 9.- LA PRENSA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 9.1. El nacimiento de la prensa política 9.2. La prensa en el Cádiz de las Cortes 9.3. La Prensa fuera de Cádiz En el sexenio 1808-1814 se producen una serie de acontecimientos de enorme trascendencia: motín de Aranjuez por el que Carlos IV se ve obligado a abdicar en su hijo Fernando VII; devolución por parte de éste de la corona a su padre, que a su vez renunciará a sus derechos al trono español a favor de Napoleón; insurrección popular; creación de las Juntas Provinciales y de la Junta Central; convocatoria de Cortes que, reunidas en Cádiz, elaboran una Constitución revolucionaria basada en el principio de la soberanía nacional... El período se cerrará con el regreso de Fernando VII, y la vuelta durante otro sexenio al sistema del Antiguo Régimen. La invasión francesa, las abdicaciones de Bayona y la consiguiente insurrección popular proporcionan en España la gran ocasión a la revolución burguesa liberal que venía gestándose desde años atrás. Con independencia de la ideología de las personas que las constituyen, las Juntas Provinciales, que se improvisan para encauzar la espontánea resistencia popular, y la Junta Central que de ellas emana, son organismos revolucionarios por el hecho de su legitimación popular. Guerra y Revolución se inician, pues, al mismo tiempo en el decisivo año de 1808. En 1810, con la casi totalidad del territorio español ocupado por los franceses o en guerra contra ellos, hombres de tendencias reformistas o revolucionarias se dan cita en el clima propicio de Cádiz y proceden a trazar el gran cuadro teórico sobre el que pretenden modelar una nueva España. La labor de las Cortes gaditanas supone la coronación de todo el movimiento reformista ilustrado, pero también su desfasamiento. Algunos de los espíritus más clarividentes, como Jovellanos, vieron en esta coyuntura la gran oportunidad para el logro de los ideales reformistas, pero también el gran peligro de su desbordamiento, e intentaron en vano contener la corriente. Los fundamentos filosóficos y el programa social y económico de la legislación gaditana son los de la Ilustración. Pero ya no se trata de reforma, sino de revolución. Para los ilustrados, el instrumento de la reforma es el poder real, absoluto e indiscutido, que la imponga desde arriba. Los liberales se proponen llevarla a cabo mediante una previa transferencia de poder, una revolución, y no vacilarán en emplear esta palabra, tanto para referirse al levantamiento popular frente a lo convenido en Bayona, como en el sentido más estrictamente político de subversión de los principios del “régimen antiguo”. La revolución tiene para ellos un doble fin: liberarse de la “tiranía extranjera” y del “despotismo 17 interior”, en lucha no sólo por la “independencia”, sino por la “libertad”, distinción en la que insistirán. La Guerra de la Independencia es un fenómeno enormemente complejo. Por un lado, es una guerra internacional, librada por dos grandes potencias sobre el suelo de una potencia de segundo orden. Por otro, es una guerra civil. Ante la introducción en el trono de España de una nueva dinastía en la persona de José Bonaparte, los españoles se dividen en dos bandos: los que aceptan el cambio –los afrancesados- y los que se rebelan contra él. Entre los afrancesados hay que distinguir los que aceptan la situación forzados por el miedo, la necesidad o el conformismo y los que eligen esta opción por convencimiento de que es la más conveniente en aquellas circunstancias. En general, se trata de personas de mentalidad reformista ilustrada, que esperan de la nueva dinastía las “saludables reformas” que consideran necesarias, y que quieren evitar a su patria la catástrofe de una guerra en su opinión perdida. En el bando de los que conscientemente optan por la resistencia, el panorama es mucho más complejo todavía. Unos se levantarán para defender el sistema tradicional en contra de las reformas proyectadas por Napoleón. Otros, imbuidos de las ideas de la Revolución Francesa, aspiran no a unas reformas tímidas otorgadas desde el trono, sino a una revolución, y se levantarán en nombre del principio de soberanía nacional; serán los que se llamarán a sí mismos patriotas, con un neologismo de sentido procedente del francés, que durante mucho tiempo va a estar teñido de connotaciones revolucionarias. Ambos bandos se enfrentarán ideológicamente en las Cortes de Cádiz, adoptando los nombres de serviles y liberales. En la base, el pueblo, por primera vez protagonista de la historia. Los liberales afirmarán que el pueblo se ha levantado, reasumiendo su soberanía por tantos siglos usurpada, para defender su libertad y sus derechos imprescriptibles; los serviles asegurarán que luchan en defensa de las instituciones tradicionales y de su religión, con Inquisición incluida. El tiempo y los acontecimientos parecieron dar la razón a estos últimos. 9.1. El Nacimiento de la Prensa Política Como consecuencia del levantamiento popular de 1808, se establece de hecho casi inmediatamente una libertad de imprenta que trae consigo una proliferación extraordinaria de periódicos y folletos que, cualquier que sea su ideología, suponen el reconocimiento del principio revolucionario fundamental: antes de que se defina en las Cortes de Cádiz la “soberanía nacional”. El pueblo actúa como soberano, recogiendo y asumiendo la soberanía que sus reyes han dejado en el arroyo. Y a ese nuevo soberano se dirigen los innumerables escritos que tratan de ilustrarle, adoctrinarle, prevenirle. Un factor nuevo y ya fundamental ha hecho su aparición: la “opinión pública” y a formarla, encauzarla, dirigirla se dedica esta prensa de principios del siglo. Como ocurrió en Francia en 1789, el despertar súbito de la 20 incorporado antes, hubiera sido el gran orador de aquellas Cortes. En el corto tiempo que asistió, eclipsó a Argüelles. Por sus cualidades, por su temperamento impetuoso e insobornablemente revolucionario, resulta ésta una de las figuras más atractivas de aquella época. Intelectual, erudito, en el momento de la prueba no se refugió en su torre de marfil, sino que se comprometió en el combate. Odiado y atacado sañudamente en Mallorca por su participación en la Aurora, fue víctima de un intento de asesinato en la Isla de León al inaugurar sus sesiones las Cortes ordinarias en 1813, a las primeras de las cuales asistió como suplente. A causa de su salud muy precaria, murió al ser hecho prisionero en la represión de 1814. Enterrado en humilde fosa en el cementerio de su pueblo, Santa Eulalia, en la provincia de Teruel, en 1821 el Ayuntamiento constitucional exhumó el cadáver para darle sepultura con solemnidad en la capilla de sus antepasados en la iglesia. Pero durante la nueva reacción del 23, los realistas rompieron a martillazos su sepulcro, arrastraron los restos hasta la plaza pública y los arrojaron a una hoguera para esparcir luego al viento las cenizas. José María Blanco White es una de las personalidades más originales y conflictivas de esta época conflictiva. Espíritu crítico y atormentado fue uno de los mejores escritores de su tiempo, pese a lo cual ha sido olvidado o injustamente tratado. La Junta Central había propiciado la reaparición del Semanario en Sevilla como medio de preparar a la opinión pública para las reformas que se proyectaban. Pero pronto el insobornable espíritu revolucionario de sus redactores iba a chocar con aquel organismo de composición contradictoria y multiforme. Según el propio Blanco cuenta su muy interesante Autobiografía, Antillón y él, al hacerse cargo de la redacción del Semanario en Sevilla, declararon de común acuerdo que jamás aceptarían escribir al dictado, empeñando recíprocamente su honor en no publicar lisonja alguna de los hombres que ocupaban el poder y en impedir que el Semanario sirviese jamás para engañar al pueblo, lo que podemos considerar como la primera “cláusula de conciencia” en la historia del periodismo español. Las vicisitudes que llevaron a Blanco al cese del periódico, por no querer en modo alguno someterse a ninguna limitación ni mediatización por la Junta, han sido narradas por el propio Blanco en su Autobiografía. Aviso al público. Cuando empezamos este trimestre, ya preveíamos que el Semanario podía encontrar obstáculos insuperables en su continuación, y aun tuvimos que arrostrar entonces algunos para no abandonarle desde luego. Las circunstancias se han ido después complicando, de modo que nos vemos en la dura necesidad de anunciar al público que tenemos que suspender nuestros trabajos. El amor a la justa causa de nuestra Patria y cuando esto no fuera bastante, el agradecimiento al favor que la nación nos ha dispensado, nos hacían arrostrar cualquier género de inconvenientes, que sólo se limitasen a nuestra incomodidad o peligro; mas si quisiéramos desentendernos de los que al presente se ofrecen, el Semanario no podría llenar nuestras miras, ni sostenerse en la opinión de los que hasta ahora lo han favorecido. Cedamos, pues, a las circunstancias: nuestros amigos (tales llamados a los que nos han honrado con su aprecio) sufrirán mejor que se interrumpa otra vez el Semanario que verlo mudado en otra cosa que lo que hasta ahora sido. 21 El Semanario de la época sevillana no difiere sustancialmente del madrileño. Sigue dirigiéndose a un público ilustrado, de ideas avanzadas, sin concesiones para atraerse a un público más amplio. Su tono es si acaso más directo e impaciente, porque las circunstancias apremiaban más, la hora de la batalla decisiva entre los partidarios de las reformas y sus enemigos se aproximaban, y porque los temperamentos de Antillón y Blanco eran menos dados que el de Quintana a ninguna clase de prudencias o transigencias. Otros periódicos El Semanario Patriótico fue el periódico más estimado de estos años anteriores a la convocatoria de Cortes, pero existieron otros semejantes, si no en prestigio y difusión, si en carácter y propósitos. El hueco dejado por el Semanario en Sevilla, entonces capital de la España patriota, por residir en ella el gobierno, fue llenado en cierta manera por El Espectador Sevillano, de Lista, diario que empezó a publicarse el 2 de octubre de 1809, al parecer a instancias de la Junta Central, y que duró hasta finales de enero de 1810, interrumpida su publicación por la entrada de los franceses en Sevilla. Lista se afrancesó entonces y comenzó a publicar, el 13 de febrero, al servicio del gobierno intruso, la Gaceta de Sevilla. Contribuyeron también a llenar el hueco del Semanario Patriótico, el Diario de Sevilla y El Voto de la Nación Española. Todos estos periódicos eran, como el Semanario, doctrinales y políticos. Algunos de estos periódicos, como los publicados en Cádiz a partir de la instalación de las Cortes, tenían reimpresiones en otras ciudades españolas y americanas y contribuyeron enormemente a formar la opinión liberal que en América había de adoptar la forma independentista. El Voto de la Nación Española, publicado en Sevilla en 1809, fue reimprimido en México en 1810. La libertad de imprenta no se implantó en México hasta finales de 1812, pese a haber sido decretada por las Cortes en noviembre de 1810 y duró sólo dos meses. Durante este breve período se publicó, entre otros periódicos, El Pensador Mexicano, que dedicó cada uno de sus nueve números a un tema; en el primero, dedicado a la libertad de imprenta, se hacía eco de los argumentos de El Voto de la Nación Española. La difusión del pensamiento liberal en América debe sin duda muchísimo a esta primera prensa política española. 9.2. La Prensa en el Cádiz de las Cortes Primera legislación liberal de imprenta Al trasladarse el gobierno a Cádiz, y sobre todo después de reunidas las Cortes, surgen en esta ciudad, como es natural, multitud de periódicos. Constituidas primero en la Isla de León, hoy San Fernando, el 24 de septiembre de 1810, hasta que se trasladaron a Cádiz en 22 febrero de 1811, la prensa cumplía la misión de informar a los curiosos gaditanos y a los numerosos forasteros de lo que ocurría en el Congreso. Adelantado en esta tarea fue El Conciso, que clamaba por la libertad de prensa y hacía uso de ella antes de que fuera decretada. Una de las primeras tareas de las Cortes fue precisamente dar carácter legal a esa libertad que existía ya de hecho. El decreto se publicó el 10 de noviembre de 1810 y era de una gran amplitud. Los impresos podían publicarse sin sujeción a previa censura. Se establecía que hubiese en cada provincia una Junta de Censura y otra para todo el reino en la residencia del Gobierno nombrada por las Cortes, concerniendo sólo a las Juntas Provinciales la calificación de obras que les fueran denunciadas, y a la Suprema fallar en apelación de las calificaciones hechas por las subalternas, pasando en seguida a los tribunales ordinarios las causas, a fin de aplicar penas a los autores cuyas obras fueran consideradas delictivas. La Junta Suprema estaba constituida por nueve miembros, tres de ellos eclesiásticos, y las Provinciales por cinco, dos eclesiásticos. En toda obra debía figurar el pie de imprenta, de modo que hubiera siempre un responsable: el autor o el editor. La libertad de imprenta se limitaba a lo político. Los escritos sobre materia religiosa quedaban sujetos a la previa censura de los obispos, si bien se preveía la posibilidad de recurrir ante la Junta Suprema que, caso de disentir de la opinión del ordinario, podía remitirle la obra con una invitación a la recapacitación. Ello suponía un avance con respecto a la situación anterior en que la censura dependía del Tribunal de la Inquisición. A pesar de que el Tribunal de la Inquisición no había tenido nada que objetar a la Constitución de Bayona, y había dado su apoyo al régimen napoleónico y condenado el levantamiento popular, José Bonaparte, a su llegada el 4 de diciembre de 1808, publicó un decreto aboliéndolo y confiscando sus propiedades a favor de la corona, si bien este decreto no tuvo efecto en la práctica. Al decretar las Cortes de Cádiz la libertad de imprenta el 10 de noviembre de 1810, la Inquisición perdía su último recurso, el de la censura. La discusión sobre la abolición del Tribunal no fue abordada de manera definitiva hasta después de aprobada la Constitución y entre sus más apasionados detractores (de la Inquisición) estuvieron los clérigos ilustrados que tuvieron asiento en las Cortes, los Muñoz Torrero, Villanueva, Luján, Gallego, Oliveros, Ruiz Padrón, Ramos de Arizpe, Godillo, etc. Estos eran eclesiásticos que se consideraban obligados a luchar contra lo que juzgaban abusos, prácticas viciosas y supersticiones que desprestigiaban y desvirtuaban a la religión. La figura del cura liberal es muy característica de las Cortes de Cádiz. Todavía en el Trienio Liberal el clero desempeñó un papel importante en las filas del liberalismo, incluso en su rama exaltada, pero luego desapareció prácticamente de la vida política. La frontera entre reformistas y antirreformistas no siempre es fácil de trazar en las Cortes de Cádiz, pues muchos diputados aparecen encuadrados en un bando o en otro según la 25 y a finales de 1812 la polémica alcanza ya extremos lamentables, situación que se agrava a principios de 1813 con motivo de la discusión del proyecto para la abolición de la Inquisición, y la posterior campaña con vistas a la elección de diputados para las primeras Cortes ordinarias. El Conciso Fue el más batallador y el que más éxito obtuvo entre los periódicos liberales. Comenzó publicándose en días alternos, pero pronto pasó a ser diario. Su primer número es anterior a la apertura de Cortes, del 24 de agosto de 1810, y duró tanto como aquéllas, trasladándose a Madrid en enero de1814, en donde publicó su último número el 11 de mayo de este año, fecha en que apareció en la Gaceta el Real Decreto restableciendo el Antiguo Régimen. Su nombre estaba justificado por su reducido tamaño, que no daba lugar a ser muy difuso. Era este tamaño en cuarto, y al principio constaba sólo de medio pliego, es decir, cuatro páginas, que luego se aumentaron a ocho. Su fundador y principal redactor era don G. Ogirando. Colaboraban también José Robles y Francisco Sánchez Barbero, conocido como Floralbo Corintio, que pagó su labor en El Conciso con la prisión y la muerte en Melilla. Desde sus primeros números combatió con encendido lenguaje por la causa de la libertad de imprenta, poniendo todas sus esperanzas en las anunciadas Cortes. Cuando la ansiada libertad de imprenta fue decretada El Conciso la anunció al público con grandes manifestaciones de entusiasmo. Solía distribuir su escaso espacio en un resumen de las sesiones de Cortes, noticias sobre la guerra en la Península y otras internacionales, sobre la suerte de los ejércitos de Napoleón en Europa, transmisión de los rumores que corrían por Cádiz (“Run, run”), artículos comunicados, anuncios de libros, ataques a otros periódicos y respuestas a los que de ellos recibía, noticias fechadas en provincias y extractos de periódicos de provincias. Recién abiertas las Cortes, publicó un suplemento, El Concisín, que daba noticia a su papá de lo que iba pasando en el Congreso, reunido en la Isla. La Triple Alianza Breve fue la vida de La Tripe Alianza que publicó seis números a principios de1811. Reformista muy avanzado, se ocupaba especialmente de asuntos americanos, ya que estaba dirigido por el americano D. N. Alzaibar de la Fuente y detrás de él estaba el también americano diputado Mejía. Su número 2 provocó un ruidoso incidente en las Cortes por referirse a la inmortalidad del alma en términos que fueron considerados heréticos. Hubo diputados que propusieron quemar el periódico por mano de verdugo en la plaza pública; otros fueron partidarios de que se pasara a la Inquisición, que aunque no habían sido aún abolida no se hallaba de hecho en funcionamiento. Pasó el asunto a la Junta de Censura y a partir de este momento se inició el declive del periódico hasta su definitiva desaparición. 26 El Robespierre Español El Robespierre Español, amigo de las leyes, que se publicó entre 1811 y 1812 en la Isla de León y en Cádiz, no desmiente su título. Era obra de un curiosísimo personaje, el médico Pedro Pascasio Fernández Sardino, exaltado patriota y revolucionario, y de su esposa, la no menos entusiasta portuguesa María del Carmen Silva. En Badajoz había publicado Fernández Sardino en 1808 el Diario de Badajoz, y allí conoció a su esposa, que se hallaba refugiada huyendo de los franceses. Durante la primera reacción absolutista se refugió en Inglaterra, y publicó allí, hacía 1816 y 1817, el periódico El Español Constitucional. De regreso a España en el trienio constitucional, publicó El Redactor General y después El Cincinato. Todavía en la segunda emigración publicó en Londres nuevamente El Español Constitucional. Su tinta olía a sangre en su Robespierre, por lo mucho que clama porque ésta corra a raudales, con una insistencia que hace pensar en una mente un tanto desequilibrada. Las Cortes se ocuparon de los excesos de este periódico en la sesión secreta del 5 de julio de 1811 y el día 6 en sesión pública. Los ataques que en su número 7 dirige a los generales Carrafa y Urbina, pidiendo que fuesen juzgados públicamente y afirmando que, si resultara alguno culpable, “debe caminar con paso acelerado al alto patíbulo”, y al ministro de la guerra (“Heredia tiene perdida la confianza pública. Debe renunciar inmediatamente al Ministerio de la Guerra y pedir que se le juzgue en público. Si por desgracia resultase criminal, plegue al cielo que su pálido y yerto cadáver, expuesto tres días en un cadalso a la vista del pueblo, haga estremecer de pavor a todos los malvados que no sienten hervir en su pecho el inflamado amor a la Patria que a mí me devora”, motivan que el Gobierno le mande detener y confiscar sus papeles. En su número 8 había mostrado olímpico desprecio por las consecuencias que decir las verdad pudiera traerle. A partir del número 11, de 27 de septiembre de 1811, por la detención de Fernández Sardino, se hace cargo del periódico su esposa Carmen Silva, batallando con el mismo entusiasmo, si bien con expresión menos feroz, y quejándose continuamente por la por ella considerada injusta detención de su esposo, que estuvo preso al menos seis meses, enfermo. Los ataques a la aristocracia y el elogio del pueblo son unos de los temas favoritos del Robespierre, en un tono de la más desaforada demagogia. El erudito Gallardo descubrió que El Robespierre era un plagio nada menos que de las Empresas de Saavedra Fajardo. El Redactor General Salió diariamente desde el 15 de junio de 1811 al 31 de diciembre de 1813. Es el que más se aproxima a un periódico de nuestros días, por su tamaño, aproximado de un folio, mucho mayor que lo habitual en aquellos tiempos; su impresión a dos columnas y la distribución y variedad de materias. Sus secciones eran las siguientes: Variedades, Noticias, 27 Impresos, Comercio, Estadística, Establecimientos Públicos, Gobierno, Tribunales, Cortes, Calle Ancha (anecdotario), Avisos. Tenía unas veces cuatro páginas y otras ocho. Su mezcla de seriedad y amenidad lo hacían accesible a un público amplio y fue muy leído. Era su editor don Pedro Daza. Colaboraron en él escritores distinguidos o que habían de serlo, entre ellos Fernández Sardino, Alcalá Galiano y el marqués de Miraflores. Daba cabida a muchos artículos comunicados, y tuvo la feliz idea de dar extractos de lo más interesante de todos los demás periódicos. El Tribuno del Pueblo Español Se publicó del 3 de noviembre de 1812 al 1 de abril de 1814. Su título parece inspirado en Le Tribune du Peuple de Babeuf. Era de ideas liberales extremadas, expuestas en unos editoriales de gran profundidad doctrinal, atribuibles al parecer al economista Flórez Estrada. Atacó las en su opinión excesivas facultades, tanto militares como civiles, concedidas a lord Wellington, mostrándose portavoz del reducido grupo de personas que manifestaban su suspicacia con respecto a la influencia de la Gran Bretaña, a cuyo gobierno veía inclinado a proteger al bando antiliberal. Abeja Española El más célebre de los varios periódicos de este nombre que hubo durante la Guerra de la Independencia, absolutistas unos, liberales otros, fue el que publicó en Cádiz, a partir del 12 de septiembre de 1812, Bartolomé José Gallardo, y en el que hacía gala de su ingenio satírico. Se distinguió sobre todo por sus sátiras contra la Inquisición, a la que llamabas Freidero, Tostadero, Santa Chicharra, etc. Continuó en Cádiz hasta el 31 de agosto de 1813 y al trasladarse las Cortes a Madrid, se publicó allí con el título de La Abeja Madrileña. Con la Abeja Española se inicia en España el periodismo satírico-político, género que será muy cultivado a lo largo de todo el siglo. Diario Mercantil Había sido fundado hacia 1802, por un barón de la Bruère, de origen francés, que había publicado con anterioridad El Correo del Postillón. Antes de la instalación de las Cortes se ocupaba el Diario de los temas que podían interesar a los prósperos comerciantes gaditanos: los cambios de moneda, los precios de los productos en otros mercados, llegadas de buques y noticias de actualidad, dedicando especial atención a los asuntos americanos, tan ligados a los intereses gaditanos. Cuando se reunieron las Cortes pareció inclinarse en un principio hacia el servilismo, para pasar después al campo liberal. De todos modos, no dejó nunca de ocuparse de los temas comerciales y específicamente gaditanos. 30 tardíamente como diputado a las Cortes. Los dos bandos tomaron allí un nombre local y de circunstancias: inmunitarios y antiinmunitarios, con motivo de las polémicas que en septiembre de 1811 tuvieron lugar sobre la contribución a los gastos de la guerra con la plata de las iglesias. Después adoptaron los nombres de auroristas y seminaristas, de los periódicos Aurora Patriótica Mallorquina y Semanario Cristiano Político de Mallorca, que, en defensa de las ideologías liberal y servil, respectivamente, se hicieron violentísima guerra. Alma de la Aurora era el citado Isidoro de Antillón, junto con Victorica, que sería diputado en otras épocas constitucionales, y el joven poeta Guillermo Ignacio Montis, que murió prematuramente por entonces. Periódicos madrileños. En cuanto a Madrid, después de su liberación definitiva, se vieron aparecer multitud de periódicos, folletos y hojas sueltas. Todavía aumentó su número con el traslado de las Cortes y con ellas de muchos de los periódicos que se publicaban en Cádiz: El Conciso, El Redactor General, La Abeja –que tomó el nombre de Abeja Madrileña-, El Tribuno, El Procurador General, etc. Anteriormente, durante una de las evacuaciones de los franceses, José Mor de Fuentes comenzó a publicar El Patriota, que salió de 3 de octubre a 28 de noviembre de 1812. Después de la liberación definitiva, lo publicó de nuevo de 7 de julio a 29 de diciembre de 1813. Gozó este periódico de gran favor de público, así como La Pajarera, de gracia ingenua y un tanto chabacana. Aparte de los ya conocidos trasladados desde Cádiz, merece destacarse El Universal, que sumó sus fuerzas a los colegas liberales en lucha contra El Procurador, contra el cual insertaba en casi todos los números un artículo bajo el epígrafe de “El Anti- Procurador”. En el bando servil a El Procurador vino a sumarse la Atalaya de la Mancha, del furibundo ultrarrealista padre Castro, monje de San Jerónimo que había publicado en Ciudad Real la Gaceta de la Mancha. Desde que, liberado, Fernando VII cruza la frontera y deja entrever sus intenciones, El Procurador y la Atalaya se hacen más agresivos, para luego, a partir del 11 de mayo, dueños de la situación, ensañarse con los caídos incitando a la persecución, fraguando fantásticas historias de pretendidas conspiraciones republicanas. El Procurador y la Atalaya se convirtieron en el símbolo de la delación y la persecución para los liberales y en este sentido habrá múltiples alusiones a ellos en el Trienio. La prensa afrancesada En los territorios dominados por los franceses existieron pocos pero interesantes periódicos, bien escritos, ya que fueron muchos los hombres de pluma que la pusieron al servicio del invasor. 31 La censura que pesaba sobre los periódicos afrancesados, dura, como es natural, en lo relativo a las noticias de la guerra, parece haber sido suave en otros temas, aunque debió ser fuertemente mediatizada por las consignas de los generales napoleónicos. En Madrid, además de la Gaceta y el Diario de Madrid, naturalmente afrancesados durante la ocupación, se publicó El Imparcial, del 21 de marzo al 4 de agosto de 1809, del erudito fraile Estala, que había sido uno de los “triunviros” del Grupo de Moratín, protegido por Godoy. Entre todos los periódicos afrancesados merece destacarse por su calidad la Gaceta de Sevilla, obra de Lista que, según vimos, antes de afrancesarse al entrar las tropas del mariscal Soult en Sevilla, había publicado El Espectador sevillano. En Barcelona, el Gobierno francés se apoderó del Diario de Barcelona, fundado en 1792, que se publicó durante la ocupación en catalán, francés y castellano bajo el título de Diari de Barcelona y del Gobern de Catalunya. Don Antonio Brusi y Mirabent, dueño de una imprenta de Barcelona, la puso al servicio de la Junta al estallar la Guerra de la Independencia. Al invadir los franceses la ciudad, Brusi siguió a la Junta y publicó como órgano suyo el Diario de Tarragona y el Diario de Palma. En 1809 recibió el privilegio de publicar el Diario de Barcelona. Éste pasó entonces a ser propiedad de la familia Brusi hasta bien entrado el siglo XX. Por “el Brusi” sería popularmente conocido el periódico entre los barceloneses. Un periódico español de oposición en Londres: El Español, de Blanco White Cuando las tropas francesas ocuparon Sevilla, Blanco se traslada a Cádiz, último reducto de la resistencia contra el francés, como tantos otros patriotas y el Gobierno. Pero por una serie de razones muy complejas, tanto personales como políticas, opta por marchar seguidamente a Inglaterra, donde va a permanecer hasta el fin de sus días. Allí, tanto para procurarse recursos económicos como para tratar de influir en la medida de sus fuerzas en la marcha de los acontecimientos emprende la publicación de un periódico en español, al que se suele considerar el primer periódico de oposición de nuestra historia. El Español de Blanco White se publicó durante cuatro años, desde abril de 1810 hasta junio de 1814. Tenía periodicidad mensual y cada número constaba de 90 páginas en cuarto. Como el periódico defendía la causa de España y la alianza con Inglaterra frente a Napoleón, obtuvo una suscripción de cien ejemplares por parte del Gobierno inglés; personalidades inglesas y sociedades comerciales anglo-españolas se suscribieron también a numerosos ejemplares. Blanco se proponía difundir en la opinión pública las máximas que hacen aborrecible todo género de tiranía, oponiéndose a Bonaparte y, por otro lado, se propone, en nombre de los principios que animaron la Revolución francesa, criticar la dirección, o más bien la falta de dirección, con que el gobierno de la Regencia maneja los asuntos tanto militares como 32 políticos de España, y que amenaza en su opinión con apagar el fuego del patriotismo. Por último, quiere también dirigirse a los españoles de América, a los que pretende aconsejar, y cuya causa va a defender con calor y con lucidez. Estos dos objetivos son los que hicieron que tuviera desde su primer número repercusiones escandalosas en Cádiz y los que concitaron contra su autor la general adnimadversión, incluida la de muchos de sus antiguos amigos. La incomprensión primero, y el injusto olvido después, que ha durado hasta nuestros días, es el precio que Blanco hubo de pagar por la independencia y la originalidad de sus ideas. Ya en el primer número de abril de 1810, en unas “Reflexiones generales sobre la Revolución española”, la crítica feroz que hace de las Juntas Provinciales y de la Junta Central, y de algunos de sus individuos, en particular, pareció excesiva al mismo Quintana, su querido y admirado amigo. En este mismo artículo destruye el tópico, tan querido por los liberales, de que el pueblo se había alzado contra el francés en defensa no sólo de su independencia, sino de su libertad, luchando contra toda tiranía en defensa de sus derechos y para reasumir su soberanía. El tiempo le daría la razón, cuando en 1814 ese pueblo pidiese “alucinado”, como entonces se decía, sus “caenas” y, como Blanco diría en el último número de su periódico con frase certera, “el edificio que con tan estéril afán habían elevado [las Cortes] sobre arena, vino completamente a tierra”. Ese edificio, la Constitución de 1812, fue considerada por Blanco como bien intencionada en sus principios y buena en abstracto, pero imprudente por poco acomodada a las circunstancias reales de la nación. Si los primeros números de El Español provocaron ya indignación en Cádiz, ésta subió de punto a partir del número IV en que, tras la llegada a Londres de las noticias sobre la insurrección de Caracas, en abril de 1810, Blanco comienza a dar cuenta de los acontecimientos y a hacer reflexiones acerca de ellos. En sus comentarios, se mostraba muy comprensivo con la postura de los americanos, pero en absoluto partidario de la secesión, sino de una autonomía y una real igualdad de derechos entre españoles y americanos. Porque, si bien desde el principio de la guerra se declaró la igualdad entre españoles europeos y americanos, igualdad que luego las Cortes ratificaron solemnemente proclamando que España era “una nación en dos hemisferios”, y declarando abolidas las oprobiosas designaciones de “colonias” y aún las de “frutos coloniales”, sustituyéndolas por las de “España ultramarina” y “frutos ultramarinos”, todo ello no pasaba de declaraciones retóricas de principios. Los virreyes seguían allí reinando despóticamente, la libertad de imprenta no se llevaba a la práctica y se les negaba igualdad de representación no ya en estas Cortes, sino para las venideras. La independencia de la metrópoli es la versión americana de la revolución burguesa. Las abdicaciones de Bayona, allí como aquí, proporcionan la ocasión para llevarla a cabo; de 35 En el número de 29 de abril insertaba unas coplillas contra los liberales, a los que tachaba de “malvados que hacían la guerra contra Jesucristo y contra los Reyes, siguiendo las máximas de los impíos del pasado siglo”. Más soezmente atacaba a los liberales un papel salido de la misma imprenta de Francisco Brussola, bajo el título de Lucindo, del que se publicaron varios números, sin periodicidad fija, desde mediados de abril hasta los primeros días de mayo de 1814. Esta publicación era editada por Blas de Estolaza, clérigo diputado en las Cortes de Cádiz por el Perú y que fue uno de los más destacados oradores serviles. Fue unos de los principales blancos de las iras y las burlas de la prensa liberal y del público asistente a las sesiones. Con la vuelta al absolutismo se vengó con creces de las burlas de que había sido objeto, distinguiéndose por el encono con que persiguió a los liberales en 1814, singularmente a sus compañeros diputados, contra los que actuó como testigo de cargo. Gracias a estos méritos alcanzó gran favor del rey y ocupó el cargo de Inquisidor General y confesor de D. Carlos. A la muerte de Fernando abrazó el partido carlista y, víctima a su vez de atroces venganzas políticas, tuvo un final desastroso. Preso en las torres de Cuarte en Valencia, en 1835, sometido a un proceso por seducción y libertinaje, el pueblo asaltó la prisión y Estolaza fue fusilado. Concluida su misión en Valencia, se traslada con el rey El Fernandino a Madrid confiado en tener “la gloria de haber contribuido a la salvación de la patria, y a la ruina y exterminio de nuestros enemigos los liberales”. Publicó en Madrid al menos un número bajo el título de El Fernandino de Valencia en Madrid. Muy distinto tono que el prudente y críptico que utilizaban los liberales de Valencia era el de algunos de los periódicos de Cádiz, cuna de constitucionalismo y la ciudad más liberal de España. Alejados en esos momentos de los centros políticos, se expresaban con una virulencia extrema. Tal El Liberal, que el 16 de abril, justo cuando hacía su entrada triunfal en Valencia, advertía a Fernando: Si tú piensas que porque los españoles han derramado su sangre por tu libertad, has de ser tú por medio de ésta un rey tiránico y despótico, te has engañado miserablemente [...] No te quieren Soberano [...] y, si acaso algún día quisieses a instancia de algunos perversos armarte contra la Constitución [...] mira que los españoles violentados de cólera y soberbia contra ti, no repararán que eres Rey, sino como a un tirano castigarán el delito [...] En Madrid, Bartolomé José Gallardo, previendo lo que iba a ocurrir, dejó de publicar el 7 de mayo La Abeja Madrileña, despidiéndose de sus lectores con un gracioso suelto, de transparentes alusiones: Los redactores de este periódico están imposibilitados de proseguir su publicación porque se encuentran atacados de un cierto aire seco que sopla de Levante, viéndose precisados a mudar de aires y tomar aguas termales [...]. Porque el último mono se ahoga y más vale un me largo a tiempo que un ciento todo va ahora bien y cepos quedo. La Atalaya dedicó a ala Abeja un epitafio el día 9 que terminaba amenazadoramente: “Procúrate enmendar, liberal fuerte / mira que ya cercana está tu muerte”. 36 La mayoría de los periodistas liberales no fueron tan avisados como Gallardo y esperaron hasta que el golpe descargó sobre ellos. El último número de sus periódicos lleva la fecha de 11 de mayo de 1814, el día en que España, que se había acostado liberal, se levantó absolutista. Las Cortes aparentaban ignorancia. El 10 de mayo tuvieron una sesión ordinaria, acordaron los asuntos que habían de tratar al día siguiente y los diputados se retiraron a descansar, previendo los liberales la catástrofe próxima, pero sin saber de qué modo y con qué intensidad descargaría el golpe. En el silencio de la noche, las tropas del general Eguía, nombrado en secreto capitán general de Castilla la Nueva, irrumpieron en las casas de los regentes Agar y Ciscar, de los ministros, de los diputados más destacados de las Cortes ordinarias y extraordinarias y de otras personalidades liberales y los apresaron. Al día siguiente se hizo público el decreto de 4 de mayo y se declararon disueltas las Cortes. La prensa y la oratoria liberal enmudecieron. Sólo se oía la palabra de los absolutistas, que excitaban a la persecución y a la violencia. La Inquisición restablecida va a añadir una nueva y última página a su gloriosa historia, persiguiendo a una nueva clase de víctimas hasta entonces desconocida. La persecución alcanzó a todos los periódicos y folletos de tendencia liberal, publicados de 1808 a 1814, cuya lectura y posesión fue prohibida bajo pena de excomunión mayor y multa de 200 ducados. El Manifiesto de 4 de mayo, entre otras muchas cosas que no fueron cumplidas, prometía “justa libertad para comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro a saber de aquellos límites que la sana razón soberana e independiente prescribe a todos para que no degenere en licencia”. Por lo pronto, una Real Orden de la misma fecha suprimía la libertad de imprenta, aunque en su preámbulo no dejan de reconocerse “las grandes ventajas que puede producir”. La disposición tiene un cierto aire de provisionalidad: Desea Su Majestad que se eviten los grandes males que produciría el abuso de ella, especialmente en las presentes circunstancias y con este fin, mientras se arregla tan importante punto con la madurez y detención que exige... Lejos de cumplirse las esperanzas que se ofrecían, no sólo fue prohibida cualquier manifestación de pensamiento que remotamente pudiese poner en cuestión la causa del “Trono y del Altar”, sino que temiendo la extensión del liberalismo por vía de refutación, se prohibieron toda clase de periódicos, con la ya clásica excepción de la Gaceta y el Diario de Madrid, por decreto de 25 de abril de 1815. 10.2. Periódicos Científicos y Literarios Presos o desterrados por afrancesados o por liberales la casi totalidad de los escritores, pocos quedaban para cultivar las letras. Quizá el máximo representantes de los escritores que florecieron en aquella época de verdadero sueño intelectual era Diego Rabadán, pintoresco 37 personaje que glosaba los más mínimos detalles de la vida cotidiana de Fernando VII en el Diario de Madrid. No obstante el decreto de prohibición de 1815, antes de la nueva explosión de la prensa tras el triunfo de la revolución liberal en 1820, fueron autorizados cuatro periódicos: la continuación del Almacén de Frutos literarios (1818-1819), simple colección de documentos inéditos poco conocidos; La Minerva o El Revisor General, que comenzó a publicarse en 1817 por Pedro María Olive como continuación de la que había publicado de 1805 a 1808, que contenía, como entonces, artículos científicos, históricos, poesías y crítica literaria, de menor calidad que en su primera época. En 1819 comenzaron a publicarse la Miscelánea de Comercio, Arte y Literatura, de Javier de Burgos, y la Crónica Científica y Literaria, de José Joaquín de Mora. Estas dos últimas publicaciones, que entraron en el Trienio Liberal cambiando su orientación de literaria y científica en política, son las de más interés en aquel pobre panorama. Burgos, afrancesado, aunque condenado a destierro vivió en Madrid eludiendo su proscripción con consentimiento del rey. Mora había sido llevado a Francia como prisionero durante la Guerra de la Independencia y no había tenido ocasión de mostrar sus simpatías liberales, por lo que pudo regresar una vez liberado. Naturalmente ni se rozaban en estas publicaciones temas políticos de ninguna clase. Como en toda época de rígido control, la prensa se refugia en los temas científicos, técnicos y literarios. La Crónica tiene especial interés para la historia del Romanticismo español. Mora, que había de convertirse a las ideas románticas durante su exilio en Inglaterra después de 1823, defiende aquí el clasicismo frente a las extravagancias “osiánicas” o “romanescas”, adjetivos con que son designados en la Crónica los nuevos gustos y actitudes literarias, hasta que el 26 de junio de 1818 emplea por primera ver la palabra “romántico”. Más adelante, triunfante el liberalismo y transformada la Crónica en El Constitucional, definiría Mora su postura: El liberalismo es en la escala de las opiniones políticas lo que el gusto clásico es en las literarias.
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