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Orientación Universidad
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Interpretacion de los sueños, Apuntes de Psicología

Asignatura: Desarrollo Cognitivo, Profesor: Rafael Alarcón, Carrera: Psicología, Universidad: UMA

Tipo: Apuntes

2016/2017
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Subido el 17/01/2017

rcabrerag
rcabrerag 🇪🇸

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¡Descarga Interpretacion de los sueños y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! SIGMUND FREUD ' LA INTERPRETACIÓN É DE LOS E SUEÑOS A enn se La primera edición de Die Traumdeutung (La interpretación de los sueños) se publicó unos días antes del siglo, aunque en la portada constara ya la fecha «1900». Es posible observar en esta pequeña licencia algún indicio del valor inaugural que el mismo Freud, clarividente, reservaba a su obra cumbre. La primera edición tuvo una desastrosa acogida por parte del público y la crítica. En una carta a su amigo Fliess, pocos días después de la publicación del libro, el autor se lamentaba: «No hemos adelantado demasiado a nuestro tiempo…». No obstante era también consciente de que, de uno u otro modo, el enigma de los sueños había sido por fin desvelado y que el destino de La interpretación de los sueños era convertirse inexorablemente, en la obra pionera del psicoanálisis. Hoy es también una de las obras maestras de la literatura y el pensamiento del siglo XX. Los progresos científicos alcanzados no han conseguido restar valor ni actualidad a la exposición freudiana de los temas oníricos, aquí presentada en la magistral traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres, que mereciera ya en 1923, un comentario elogioso del mismo Freud. Unas palabras del Dr. Freud sobre la versión al castellano de sus Obras Completas. Sr. D. Luis López-Ballesteros y de Torres: Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal «Don Quijote» en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora —ya en edad avanzada— comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo, no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión, ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura. Freud Viena, 7 de mayo de 1923 I. LOS SUEÑOS 1 En tiempos que podemos llamar precientíficos, la explicación de los sueños era para los hombres cosa corriente. Lo que de ellos recordaban al despertar era interpretado como una manifestación benigna u hostil de poderes supraterrenos, demoníacos o divinos. Con el florecimiento de la disciplina intelectual de las ciencias físicas, toda esta significativa mitología se ha transformado en psicología, y actualmente son muy pocos, entre los hombres cultos, los que dudan aún de que los sueños son una propia función psíquica del durmiente. Pero desde el abandono de la hipótesis mitológica han quedado los sueños necesitados de alguna explicación. Las condiciones de su génesis, su relación con la vida psíquica despierta, su dependencia de estímulos percibidos durante el sueño, las muchas singularidades de su contenido que repugnan al pensamiento despierto, la incongruencia entre sus representaciones y los afectos a ellas ligados y, por último, su fugacidad y su repulsa por el pensamiento despierto, que considerándolos como algo extraño a él los mutila o extingue en la memoria, son problemas que desde hace muchos siglos demandan una satisfactoria solución, aún no hallada. El más interesante de todos ellos es el relativo a la significación de los sueños, el cual entraña dos interrogaciones principales. Refiérese la primera a la significación psíquica del acto de soñar, al lugar que el sueño ocupa entre los demás procesos anímicos y a su eventual función biológica. La segunda trata de inquirir si los sueños pueden ser interpretados; esto es, si cada uno ellos posee un «sentido», tal como estamos acostumbrados a hallarlo en otros productos psíquicos. Tres distintas orientaciones se han seguido en el estudio de los sueños. Una de ellas, que ha conservado como un eco de la antigua valoración de este fenómeno, ha sido adoptada por varios filósofos, para los cuales la base de la vida onírica es un estado especial de la actividad psíquica, al que incluso consideran superior al normal. Tal es, por ejemplo, la opinión de Schubert, según el cual el sueño sería la liberación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento del alma de las cadenas de la materia. Otros pensadores no van tan lejos, pero mantienen el juicio de que los sueños nacen de estímulos anímicos y representan manifestaciones de fuerzas psíquicas (de la fantasía onírica, Scherner, Volkelt) que durante el día se hallan impedidas de desplegarse libremente. Numerosos observadores conceden también a la vida onírica una capacidad de rendimiento superior a la normal por lo menos en determinados rutas mentales ocultas a la conciencia, que ponen en comunicación las ideas morbosas con el restante contenido psíquico, equivale a una solución de los síntomas patológicos, solución que trae consigo el dominio de la hasta entonces irrefrenable idea. Así, pues, el procedimiento de que me serví para la interpretación de los sueños procedía de la psicoterapia. Este método es fácil de describir, aun cuando para emplearlo con éxito sea necesario conocerlo a fondo y haberlo ejercitado. Cuando se emplea en tercera persona (por ejemplo, en un enfermo con representaciones angustiosas), se demanda al paciente que dirija su atención sobre la idea de referencia; mas no, como ya lo ha hecho tantas veces, para meditar sobre ella, sino para observar claramente y comunicar al médico, sin excepción alguna, todo aquello que se le ocurra con respecto a ella. A la afirmación que quizás haga entonces el enfermo de que su atención no logra despertar en él ocurrencia alguna, se opone con la mayor energía la seguridad de que una tal carencia de representaciones es en absoluto imposible. En efecto, no tardan en presentarse numerosas ocurrencias, a las que se ligan otras nuevas, pero que regularmente van acompañadas de un desfavorable juicio del autoobservador que las tacha de insensatas, nimias e impertinentes, y dice que se le han ocurrido casualmente y fuera de toda conexión con el tema tratado. Obsérvase en el acto que tal crítica es no sólo lo que ha excluido hasta el momento dichas ocurrencias de toda exteriorización, sino también lo que con anterioridad les impidió hacerse conscientes. Si puede conseguirse que el sujeto renuncie en absoluto a ella y continúe tejiendo las series de ideas que en él surgen mientras prosigue con su atención fija en el tema dado, se obtendrá un material psíquico que se enlazará claramente a la idea morbosa, revelará sus conexiones con otras ideas y permitirá, por último, sustituirla por una nueva que se incluya de una manera inteligible en el acervo ideológico del paciente. No es esta corta exposición lugar apropiado para examinar detalladamente las hipótesis sobre las que se funda este experimento ni las consecuencias que se deducen de su constante éxito. Tenemos, pues, que limitarnos a consignar el hecho de que la aplicación de este método a cada una de las ideas morbosas nos procura material suficiente para su solución en cuanto dirigimos nuestra atención sobre aquellas asociaciones involuntarias que, fuera de este caso, son siempre rechazadas por la crítica como escorias sin valor alguno, que perturban nuestra reflexión. En la autoaplicación de este procedimiento, el mejor auxilio es ir escribiendo en el acto las propias ocurrencias, incomprensibles al principio. Expondré ahora los resultados de emplear este método en la investigación de los sueños. Cualquier sueño podría servirme de ejemplo; mas por diversos motivos escogeré uno propio que parezca falto de todo sentido y cuya brevedad facilite la tarea. Quizá llene estas condiciones lo soñado por mí en la noche pasada. El contenido de este sueño, que fijé por escrito inmediatamente después de despertar, es el siguiente: Varias personas comiendo juntas. Reunión de invitados o mesa redonda… La señora E. L. se halla sentada junto a o mesa redonda… La señora E. L. se halla sentada junto a mí, y coloca con toda confianza una de sus manos sobre mi rodilla. Yo alejo su mano de mí, rechazándola. Entonces dice la señora: «¡Ha tenido usted siempre tan bellos ojos!…» En este punto veo vagamente algo como dos ojos dibujados o el contorno de los cristales de unos lentes… Esto es todo el sueño, o por lo menos, todo lo que de él recuerdo, pareciéndome oscuro y falto de sentido, pero, sobre todo, extraño. La señora E. L. es una persona con la que apenas he tenido relaciones de amistad, y jamás, que yo sepa, he deseado tenerlas más íntimas. No la he visto hace largo tiempo y no creo que en los últimos días hablase yo o me hablasen de ella para nada. El fenómeno onírico no fue en este caso acompañado por afecto ninguno. El reflexionar sobre este sueño no lo aproxima en nada a mi inteligencia. Sin propósito determinado y absteniéndome de toda crítica iré, pues, anotando las ocurrencias que surjan en mi auto- observación. Al comenzar a hacerlo observo en seguida que es muy ventajoso dividir el sueño en sus elementos y buscar las ocurrencias que se enlazan a cada uno de ellos. Reunión de invitados o mesa redonda. A ello se enlaza en el acto el recuerdo de un pequeño suceso con el que terminó la tarde de ayer. Había yo abandonado, en unión de un amigo mío, una reunión poco numerosa. Mi amigo se ofreció a tomar un coche y conducirme en él a mi casa. «Prefiero un taxímetro — dijo—. El verlo funcionar entretiene mientras se va en el coche.» Al subir al vehículo y abrir el cochero el aparato, dejando ver la cifra de 60 céntimos, que constituye la suma inicial del precio de copa antigua con ojos pintados en derredor. Reciben estas copas el nombre de occhiale y era creencia de que rechazaban el mal de ojo. Mi amigo es, además, oculista, y aquella misma tarde le había preguntado por una paciente a la que había enviado a su consulta para que le graduara la vista y le indicara los lentes que debía usar. Observamos que ya se hallan incluidos casi todos los trozos del contenido del sueño en su nuevo contexto. Mas podría preguntarse aún por qué el plato que en el sueño se servía a la mesa era precisamente espinacas. Tal preferencia débese al recuerdo de una escena que se había desarrollado en nuestra mesa familiar poco tiempo antes, y en la que un hijo mío —y aquel del que sí podía decirse con justicia que poseía unos hermosos ojos— se negó a probar dicha verdura. También yo, cuando niño, compartí largo tiempo este horror a las espinacas, hasta que mucho después se transformó mi gusto y llegaron a ser uno de mis platos favoritos. La mención de este plato establece así una aproximación entre mi niñez y la de mi hijo. «Ya puedes alegrarte de tener qué comer, aunque sean espinacas —había dicho mi mujer al pequeño gourmet—. Hay muchos niños que se contentarían con ellas.» De este modo se me recuerdan las obligaciones de los padres para con sus hijos, y las palabras de Goethe: «Nos introducís en la vida y dejáis que el desdichado llegue a ser deudor», muestran en esta conexión un nuevo sentido. Haremos alto aquí para revisar los resultados obtenidos hasta ahora en el análisis del sueño. Siguiendo las asociaciones que se enlazan a cada uno de los elementos del sueño, separado que se enlazan a cada uno de los elementos del sueño, separado de la totalidad, he llegado hasta una serie de pensamientos y recuerdos en los que tengo que reconocer valiosas manifestaciones de mi vida anímica. Este material, hallado por medio del análisis del sueño, se muestra en íntima relación con el contenido del mismo; pero dicha relación es de tal naturaleza, que del contenido del sueño nunca hubiese podido yo deducir directamente lo hallado. El sueño estaba desprovisto de todo afecto y era incoherente e incomprensible; en cambio, mientras que desarrollo los pensamientos tras de él ocultos voy experimentando intensos y fundados movimientos afectivos y los pensamientos mismos van formando, con admirable docilidad, cadenas lógicamente eslabonadas, en las cuales se repiten como centrales determinadas representaciones. Ideas de este género no representadas por sí mismas en el sueño son en nuestro ejemplo la antítesis egoísta-desinteresada y los elementos ser deudor y hacer de balde. En el tejido cuya trama nos descubre claramente el análisis podría yo ahora separar más los hilos y demostrar que van a unirse todos en un nudo único; pero consideraciones de naturaleza no científica, sino privada, me impiden llevar a cabo en público tal labor. Al efectuarla revelaría muchas cosas íntimas que prefiero permanezcan secretas; cosas de que tampoco yo me había dado clara cuenta hasta que el desarrollo de este análisis las ha puesto ante mis ojos y que aún a mí mismo me cuesta trabajo confesarme. ¿Por qué, pues, no he elegido mejor otro sueño cuyo análisis fuera más comunicable y, por tanto, más apropiado para hacer surgir una convicción sobre el sentido y la conexión del material descubierto? La sobre el sentido y la conexión del material descubierto? La respuesta a esta interrogación es que todo sueño con el que emprendiera mi labor investigadora conduciría sin remedio a cosas difícilmente publicables, imponiéndome la necesidad de ser discreto. Tampoco evitaría estas dificultades escogiendo para analizarlo un sueño de otra persona, a menos que las circunstancias permitieran prescindir de todo velo sin daño alguno para el que en mí se confiara. La teoría que sobre los sueños sugiere en principio todo esto es la de que son una especie de sustitutivos de aquellas series de pensamientos tan significativas y revestidas de afecto a las cuales hemos llegado al final de nuestro análisis. Aún no conocemos el proceso que ha hecho surgir el sueño de estos pensamientos, pero ya vemos que es injusto considerarlo como un fenómeno puramente físico, exento de toda importancia psíquica y nacido de la actividad aislada de algunas células cerebrales despertadas del reposo en que continúa sumido el resto del organismo. Aún he observado dos cosas más: que el contenido del sueño es mucho más breve que aquellos pensamientos cuyo sustitutivo he convenido en declararle y que el análisis ha descubierto como estímulo provocador del sueño (Traumerreger) un nimio suceso del día anterior al mismo. Claro es que una tan amplia conclusión no he podido fijarla con un único análisis. Mas cuando la experiencia me ha demostrado que por la persecución exenta de crítica de las asociaciones de todo sueño se puede llegar a tal cadena de debilitada o fragmentaria y, sin embargo, no oponemos nunca objeción alguna a su carácter de sueños ni los confundimos con productos de la vigilia. Un segundo grupo está formado por aquellos sueños que, aunque presentan coherencia y poseen un claro sentido, nos causan extrañeza por no saber cómo incluir dicho sentido en nuestra vida psíquica. Un tal caso es, por ejemplo, cuando soñamos que un querido pariente nuestro ha muerto de la peste, no teniendo nosotros ningún fundamento para esperarlo, temerlo o sospecharlo y haciéndonos el sueño preguntarnos, llenos de asombro, cómo se nos puede haber ocurrido aquello. Al tercer grupo pertenecen, por último, aquellos sueños que carecen de ambas cualidades: sentido y comprensibilidad, y se nos muestran incoherentes, embrollados y faltos de sentido. La inmensa mayoría de nuestros sueños presenta estos caracteres negativos que motivan nuestro despreciativo juicio sobre ellos y han servido de base a la teoría médica de la actividad psíquica limitada. Sobre esto, los productos oníricos más largos y complicados sólo raras veces dejan de presentar la más absoluta incoherencia. La distinción entre contenido manifiesto y contenido latente no tiene desde luego significación más que en los sueños de la segunda y tercera categorías, y especialmente, en estos últimos. En ellos es donde surgen aquellos enigmas que no desaparecen hasta que se sustituye el contenido manifiesto por el contenido ideológico latente. Un sueño de esta clase, confuso e incomprensible, fue el que antes sometimos al análisis. Mas, contra lo que esperábamos, tropezamos con motivos que nos vedaron llegar al completo conocimiento de las ideas latentes, y vedaron llegar al completo conocimiento de las ideas latentes, y la repetición de idéntica experiencia conduce a la hipótesis de que entre el carácter incomprensible y confuso del sueño y la dificultad de comunicar las ideas del mismo existe una íntima y regular conexión. Antes de investigar la naturaleza de la misma nos conviene dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, más fácilmente comprensibles, en los que el contenido latente coincide con el manifiesto, no existiendo, por tanto, elaboración. La investigación de estos sueños es recomendable todavía desde otro punto de vista. Los sueños de los niños pertenecen precisamente a este género, poseyendo un claro sentido y no causando extrañeza ninguna, cosa que, dicho sea de paso, constituye un nuevo argumento contra la reducción del sueño a una actividad disociada del cerebro, pues no hay razón alguna para suponer que tal depresión de las funciones psíquicas ha de constituir un carácter de los sueños de los adultos y no, en cambio, de los sueños infantiles. Por otro lado, debemos abrigar las mayores y más justificadas esperanzas de que la aclaración de los fenómenos psíquicos en el niño, en el cual deben de hallarse esencialmente simplificados, demuestre ser una labor preliminar indispensable para la psicología del adulto. Expondré, pues, algunos ejemplos de sueños infantiles por mí reunidos. Una niña de diecinueve meses es tenida a dieta durante todo el día, a causa de haber vomitado al levantarse por haberle hecho daño, según declaró la niñera, unas fresas que había comido. En la noche de aquel día de abstinencia se le oye había comido. En la noche de aquel día de abstinencia se le oye murmurar en sueños su nombre y añadir: «Fresas, frambuesas, bollos, papilla.» Sueña, pues, que está comiendo y hace resaltar en su menú precisamente aquello que supone le será negado por algún tiempo. Análogamente sueña con una prohibida golosina un niño de veintidós meses que el día anterior había sido encargado de ofrecer a su tío un cestillo de cerezas, de las cuales, como es natural, sólo le habían dejado probar tres o cuatro. Al despertar exclama, regocijado: «Germán ha comido todas las cerezas.» Una niña de tres años y tres meses había hecho durante el día una travesía por el lago, que debió de parecerle corta, pues rompió en llanto cuando la hicieron desembarcar. A la mañana siguiente relató haber navegado por la noche sobre el lago; esto es, haber continuado el interrumpido paseo. Un niño de cinco años y tres meses no pareció muy satisfecho durante una excursión a pie por las inmediaciones de una montaña conocida con el nombre de la Dachstein; cada vez que aparecía a la vista una nueva montaña preguntaba si aquélla era la Dachstein, y se negó después a andar hasta una cascada que visitaron los que con él iban. Achacóse al cansancio esta conducta del niño, pero su verdadero motivo se reveló cuando a la mañana siguiente contó el sueño que había tenido y que era el de haber subido a la Dachstein. Sin duda había esperado que el fin de la excursión fuera el de subir a esta montaña y le disgustó mucho no llegar siquiera a verla. Su sueño le compensó de lo que el día le había negado. Idéntico fue el sueño de una niña de seis años, cuyo padre tuvo que interrumpir su paseo, por lo avanzado de la hora, cuando ya llegaban al fin que se habían es, en el lugar en que efectivamente debían hallarse. En la noche anterior a un viaje se suele soñar haber llegado ya al punto de destino, y antes de una representación teatral o una reunión que se esperan con interés, el sueño anticipa no raras veces — impaciente— el placer esperado. Otras veces expresa el sueño la realización del deseo de un modo algo más indirecto, y para reconocer en él tal carácter es necesario el establecimiento de una relación y, por tanto, un comienzo de labor interpretativa. Así, cuando un marido me relata que su mujer ha soñado que se le presentaba la menstruación, he de suponer que la esposa piensa en que si dicho periódico fenómeno no se le presenta es que ha quedado embarazada, y entonces el sentido del sueño es el de mostrar realizado el deseo de no hallarse aún encinta. En circunstancias extraordinarias y extremas se hacen especialmente frecuentes tales sueños de carácter infantil. El director de una expedición polar cuenta, por ejemplo, que durante la invernada entre los hielos, y sometidos a una monótona y escasa alimentación, soñaban él y sus compañeros con suculentas comidas, montañas de tabaco y cómoda estancia en sus hogares. Con no escasa frecuencia resalta en un largo sueño complicado, y en general confuso, un trozo especialmente claro, que contiene una innegable realización de deseos, pero que está ligado con el restante material incomprensible. Cuando se intenta analizar también los sueños, impenetrables en apariencia, de los adultos, se ve con asombro que sólo raras veces son tan sencillos como los infantiles, y que detrás de la realización de deseos deben de esconder aún otro sentido. deseos deben de esconder aún otro sentido. Sería una simple y satisfactoria solución del enigma de los sueños el que el análisis nos hiciese posible reducir también los sueños de los adultos, confusos y faltos de sentido, al tipo infantil del cumplimiento de un intenso deseo del día. Mas todas las apariencias son contrarias a esta esperanza. Los sueños presentan, en su mayoría, el más extraño e indiferente material, y nada hay en su contenido que pueda considerarse como la realización de un deseo. No quiero abandonar los sueños infantiles, que son francas realizaciones de deseos, sin hacer mención de un carácter capital del sueño, ha largo tiempo observado, y que precisamente es en este grupo donde con más claridad se muestra. Cada uno de estos sueños lo podemos sustituir por una frase optativa: «¡Ojalá hubiera durado más tiempo el paseo por el lago!» «Me gustaría estar ya lavado y vestido.» «Si hubiera podido conservar para mí las cerezas, en lugar de dárselas a mi tío.» Pero el sueño muestra algo más que este optativo; muestra el deseo realizado ya, ofrece su realización real y presente, y el material de la representación onírica consiste predominantemente —aunque no con exclusividad— en situaciones e imágenes visuales. También en este grupo existe, pues, una especie de transformación, que puede considerarse como elaboración del sueño. Una idea en optativa es sustituida por una visión en presente. 4 Nos inclinamos a suponer que también en los sueños confusos se ha verificado una tal transmutación, aunque no sepamos todavía si en ellos se trataba asimismo de un optativo. El primero de nuestros ejemplos, cuyo análisis iniciamos, nos hace suponer en dos ocasiones algo semejante. En el análisis aparece el recuerdo de una escena en que mi mujer se dirigió, desatendiéndome, a sus vecinos en la mesa redonda; el sueño contiene la absoluta antítesis de este suceso, mostrándome a la persona que en él sustituye a mi mujer, únicamente dedicada a mí. ¿Y a qué deseo puede mejor dar motivo un suceso desagradable que al de que sucediera todo lo contrario, como aparece cumplido en el sueño? En idéntica relación contraria se halla mi amarga reflexión de que nunca he tenido nada de balde, con la frase de la señora en mi sueño: «¡Ha tenido usted siempre tan bellos ojos!» Una parte de las contradicciones entre el contenido manifiesto y el latente podría, pues, reducirse también de este modo a la realización de deseos. Más visible es todavía otra función de la elaboración onírica, por medio de la cual se forman los sueños incoherentes. Si en un ejemplo cualquiera comparamos el número de los elementos de representación del contenido manifiesto con el de las ideas latentes cuya huella aparece en el sueño y que nos han sido descubiertas por el análisis, no podemos dudar de que la elaboración del sueño ha llevado a cabo una magna comprensión o condensación (Verdichtung) , proceso de cuya magnitud no llega uno en un principio a darse cuenta exacta, pero que nos va revelando su extrema importancia conforme vamos ahondando B), debe sustituirse, para la interpretación, tal alternativa por una agregación (el elemento A y el elemento B), tomando cada uno de los miembros de la aparente alternativa como punto de partida independiente de una serie de ocurrencias. En aquellos casos en que las ideas latentes carecen de tales elementos comunes, la elaboración del sueño se ocupa en crearlos para hacer posible la representación común en el contenido manifiesto. El camino más cómodo para aproximar dos ideas del sueño que no tienen aún nada común consiste en variar la expresión verbal de una de ellas; operación a cuyo éxito coadyuva la otra por una correlativa transformación a otra forma expresiva. Es éste un proceso análogo al que tiene lugar en la composición de aleluyas, en las cuales la rima sustituye muchas veces al elemento común buscado. Una gran parte de la elaboración del sueño consiste en la creación de tales ideas intermedias, a veces muy chistosas, pero con gran frecuencia harto retorcidas y forzadas, que alcanzan desde la representación común en el contenido del sueño hasta las ideas del mismo, de diferente forma y esencia, y motivadas por los estímulos del sueño. También en el análisis de nuestro ejemplo hallamos un tal caso de transformación de una idea encaminada a hacerla coincidir con otra totalmente extraña a ella. Continuando el análisis, tropezamos con la idea de que yo quisiera también conseguir alguna vez algo de balde; pero esta forma es inutilizable para el contenido del sueño, y, por tanto, es sustituida por otra: Quisiera gozar de algo sin que me «costase» nada. La palabra «costar» («kosten» = costar o probar, «Kost» = plato, manjar) se adapta, con su segundo probar, «Kost» = plato, manjar) se adapta, con su segundo significado, al ciclo de representaciones de la «mesa redonda», y puede hallar su representación en las espinacas servidas en el sueño. Cuando en mi casa se sirve algún plato que mis hijos rechazan, intenta primero su madre hacérselo comer con las palabras: Aunque no sea más que probarlo (kosten). Parece extraño que la elaboración del sueño aproveche tan sin titubeos el doble sentido de las palabras, pero el análisis de los sueños nos muestra que se trata de un proceso regular y corriente. Por la labor de condensación del sueño se explican también determinados componentes del contenido del mismo que le son peculiares y no se hallan en la ideación dispuesta. Son éstos las personas colectivas y mixtas, y los singulares productos híbridos; creaciones análogas a las composiciones zoomórficas de la fantasía de los pueblos orientales. Mas éstas han llegado a concretarse en nuestro pensamiento como unidades sintéticas, al paso que las composiciones oníricas presentan una inagotable riqueza de nuevas formas. Todos conocemos tales productos por nuestros propios sueños, siendo muy diversos los procesos por medio de los que llegan a constituirse. Podemos formar una tal persona compuesta formando rasgos de dos o más diferentes y atribuyéndoselos a una sola, dándole la figura de una y pensando en nuestro sueño en el nombre de la otra, o representándonos exactamente la imagen de un determinado individuo, pero colocándolo en una situación de la que otro fue protagonista. En todos estos casos es muy significativa tal síntesis de varias personas en una sola, que las representa a todas en el contenido del sueño, y su sentido es el de un «y» o un «también»; esto es, una confusión de las personas originales con respecto a una determinada cuestión, que por otra parte puede hallarse indicada asimismo en el sueño. Mas por lo general esta comunidad, existente entre las personas fundidas en una sola, no se descubre sino en el análisis, no hallándose indicada en el contenido del sueño más que por la formación de la persona colectiva. Igual regla analítica es aplicable a las formaciones mixtas del contenido del sueño, de tan rica composición, y de las que no creo necesario citar ejemplo alguno. Su singularidad desaparece por completo cuando nos decidimos a no colocarlas al lado de los objetos de la percepción despierta, sino que recordamos que representan un rendimiento de la condensación onírica, y hacen resaltar sintéticamente un carácter común de los objetos así combinados; comunidad que también aquí no aparece más que en el análisis. El contenido del sueño nos dice tan sólo que todas aquellas cosas tienen una X común. La descomposición de tales productos mixtos por medio del análisis conduce con frecuencia por el camino más corto al significado del sueño. Así, soñé yo una vez que me hallaba sentado, con uno de mis antiguos profesores universitarios, en un banco, que se movía rápidamente hacia adelante entre otros muchos. Era esto una especie de combinación de un aula con un trottoir roulant . Otra vez soñé hallarme en un vagón del ferrocarril, llevando sobre mis rodillas un objeto de la forma de un sombrero de copa, pero del más transparente cristal. La situación me recordó más penetrante, pues entonces hallamos realizado en las ideas del sueño todo el contenido del mismo, y representadas casi todas las ideas por dicho contenido. Sin embargo, queda siempre alguna disparidad. Aquello que en el sueño se presentaba amplia y precisamente como contenido esencial, tiene que contentarse después del análisis con un papel muy secundario entre las ideas del sueño, y lo que mis sentimientos me hacen ver como lo más importante entre dichas ideas resulta que no se halla representado en el contenido manifiesto, o lo está solamente por una lejana alusión y en la parte más imprecisa del mismo. Este hecho puede describirse en la forma siguiente: Durante la elaboración del sueño pasa la intensidad psíquica desde las ideas y representaciones, a las que pertenece justificadamente, a otras que, a mi juicio, no tienen derecho alguno a tal acentuación. Ningún otro proceso contribuye tanto a ocultar el sentido del sueño y a hacer irreconocible la conexión entre el contenido manifiesto y las ideas latentes. Durante este proceso, que denominaré desplazamiento del sueño (Traumverschiebung) veo asimismo transformarse la intensidad psíquica, la importancia y la capacidad de afecto de las ideas en vitalidad material. Lo más claro del contenido del sueño se me aparece a primera vista como lo más importante; pero el análisis nos muestra que un impreciso elemento del sueño constituye con frecuencia el más directo representante de la principal idea latente. Lo que he denominado desplazamiento del sueño hubiera podido calificarlo también de transmutación de los valores psíquicos. Mas, para dejar totalmente caracterizado este fenómeno, debo añadir que su actuación varía mucho de intensidad en los diferentes sueños. En algunos de ellos no tiene lugar el menor desplazamiento, y éstos son al mismo tiempo los más llenos de sentido y más comprensibles; por ejemplo, aquellos que hemos reconocido como realizaciones no disfrazadas de deseos. En otros sueños no hay un solo elemento de las ideas latentes que haya conservado su propio valor psíquico, y a veces todo lo esencial de dichas ideas aparece sustituido por elementos secundarios. Entre estos caracteres extremos existe toda una serie de grados intermedios. Cuanto más oscuro y confuso es un sueño, más participación debe atribuirse en su formación al factor desplazamiento. En el ejemplo que hemos hecho objeto de nuestro análisis aparece como efecto del desplazamiento el hecho de que su contenido se halla diferentemente centrado por las ideas. El contenido del sueño muestra en primer término una situación, en la que parece que mi compañera de mesa me hace una velada declaración amorosa; lo más importante en las ideas del sueño reposa en el deseo de gozar alguna vez un amor desinteresado, que no «cueste nada», y esta idea se oculta detrás de la frase hecha «por mis bellos ojos» y la lejana alusión «espinacas». Cuando por medio del análisis podemos seguir paso a paso el proceso del desplazamiento, llegamos a adquirir datos seguros sobre dos discutidísimos problemas de los sueños: sus estímulos y su conexión con la vida despierta. Existen sueños que revelan inmediatamente su enlace con los sucesos del día anterior; pero inmediatamente su enlace con los sucesos del día anterior; pero en otros no se descubre la menor huella de un tal enlace. Acudiendo en estos últimos al análisis puede mostrase que todo sueño, sin excepción alguna, está ligado a una impresión de los últimos días, o quizá más precisamente del último día antes del sueño (día del sueño). Esta impresión, que constituye el estímulo del sueño puede ser de una tal importancia que no nos maraville el ocuparnos de ella fuera del mismo, y en este caso decimos con razón que nuestro sueño continúa los importantes intereses de la vida despierta. Mas en general, cuando en el contenido del sueño aparece una relación con una impresión diurna, suele ser ésta tan insignificante, nimia y merecedora de ser olvidada, que ni siquiera podemos recordarla sino con esfuerzo. El mismo contenido del sueño parece entonces ocuparse —aun en los casos en que se muestra coherente y comprensible— con las más ociosas nimiedades, las cuales serían indignas de nuestro interés despierto. A esta preferencia por lo indiferente y fútil en el contenido del sueño obedece en gran parte el desprecio con que miramos los fenómenos oníricos. El análisis destruye la apariencia en que se funda este juicio despreciativo. Donde el contenido del sueño presenta en primer término una impresión indiferente como estímulo, el análisis revela siempre el suceso importante —justificado como estímulo —, que, sustituido por la impresión indiferente, ha entrado en conexión con sus enlaces asociativos. Asimismo, en aquellos sueños cuyo contenido manifiesto actúa con un material de representaciones desprovisto de importancia e interés, descubre el análisis las numerosas rutas de enlace, por medio de las cuales suceso diferente, que había actuado como estímulo del sueño, y en el cual se trataba de la amilena. Pero al ciclo de ideas del mismo sueño pertenece también el recuerdo de mi primera visita a Munich, en la que los propileos atrajeron mi atención. Los resultados siguientes del análisis me hicieron admitir que el desplazamiento de amilena a propilena era debido a la influencia del segundo ciclo de representaciones sobre el primero. Propilena es, por decirlo así, la representación intermedia entre amilena y propileos, y como tal se ha introducido a modo de transacción y por una condensación y un desplazamiento simultáneos en el contenido del sueño. Con mayor fuerza aún que al tratar de la condensación se impone aquí, al examinar el proceso del desplazamiento, la necesidad de hallar un motivo para todos estos misteriosos esfuerzos de la elaboración del sueño. 6 Si al proceso de desplazamiento se debe principalmente el que no se hallen o no se reconozcan en el contenido del sueño las ideas del mismo —sin que pueda adivinarse el motivo de tal deformación—, otra forma menos intensa de la transformación que sufren las ideas del sueño nos conduce al descubrimiento de una nueva función, más fácilmente comprensible, de la elaboración del mismo. Las primeras ideas latentes que el análisis revela suelen extrañar por su poco corriente apariencia. No parecen presentarse en las tímidas formas expresivas, de las No parecen presentarse en las tímidas formas expresivas, de las que se sirve preferentemente nuestro pensamiento, sino que se muestran representadas simbólicamente por medio de comparaciones y metáforas, como en un lenguaje poético, rico en imágenes. No es difícil hallar las causas que obligan a adoptar esta forma expresiva a las ideas del sueño. El contenido del mismo se compone casi siempre de situaciones visuales y, por tanto, las ideas del sueño tienen, ante todo, que adoptar una disposición que las haga utilizables para esta forma expositiva. Si intentamos sustituir las frases de un artículo político o de un informe forense por una serie de dibujos, comprenderemos fácilmente las transformaciones que la elaboración del sueño se ve obligada a llevar a cabo ante la necesidad de que el material dado pueda ser expuesto en el contenido. Entre el material psíquico de las ideas latentes se encuentran regularmente recuerdos de sucesos impresionantes, que datan con frecuencia de la más temprana niñez, y han sido percibidos por el sujeto —dado su carácter de sucesos exteriores— como situaciones visuales en su mayor parte. Estos elementos de las ideas latentes ejercen siempre que les es posible una influencia determinante sobre la conformación del contenido del sueño, y actúan como núcleo de cristalización sobre el material de las ideas latentes. La situación del sueño no es, con frecuencia, más que una repetición de un tal suceso, modificada y complicada por numerosas intercalaciones. Sólo raras veces nos trae, en cambio, el sueño reproducciones fieles y no mezcladas de escenas reales. Mas el contenido del sueño no consta exclusivamente de situaciones, sino que encierra fragmentos exclusivamente de situaciones, sino que encierra fragmentos inconexos de cuadros visuales, discursos y hasta trozos de ideas no transformados. Será quizá muy interesante exponer aquí lo más rápidamente posible los medios de representación de que dispone la elaboración del sueño para reproducir en la peculiar forma expresiva del mismo las ideas latentes. Estas ideas que el análisis nos revela se nos muestran como un complejo psíquico de una complicadísima estructura, cuyos componentes se hallan unos con otros en las más diversas relaciones lógicas, constituyendo el primero y el último término las condiciones, las divagaciones, las aclaraciones y las objeciones. Casi siempre aparece junto a una ruta mental su reflejo contradictorio. No falta a este material ninguno de los caracteres que nos son conocidos por pertenecer a nuestro pensamiento despierto. Si de todo ello ha de nacer un sueño, sufre este material psíquico una comprensión, que lo condensa; una fragmentación y un desplazamiento internos, que crean nuevas superficies, y una influencia seleccionadora, ejercida por los componentes utilizables para la formación de la situación. Dada la génesis de este material, debe darse a un tal proceso el nombre de regresión. Los lazos lógicos, que hasta ahora habían mantenido unido el material psíquico, se pierden en esta transformación, de la cual surge el contenido del sueño. La elaboración onírica no toma a su cargo más que el contenido objetivo de las ideas latentes. Al análisis incumbe luego restablecer la conexión destruida por la elaboración. Así pues, los medios de expresión del sueño pueden considerarse escasísimos en comparación con los que el idioma hallan, respecto a este punto, más sutil o descuidadamente elaborados, se ciñen más o menos al texto dado y hacen un mayor o menor uso de los medios auxiliares de la elaboración. En el último caso resultan oscuros, confusos e incoherentes. Mas cuando el sueño aparece claramente absurdo, encerrando en su contenido un franco contrasentido, es que se ha formado así intencionadamente, y expresa por medio de su aparente negligencia de todas las reglas lógicas un trozo del contenido intelectual de las ideas latentes. El absurdo en el sueño significa contradicción, injuria o burla en las ideas latentes. Dado que esta explicación nos proporciona la objeción más fuerte contra la teoría que hace surgir al sueño de una actividad psíquica disociada y exenta de crítica, la apoyaremos con la exposición de un ejemplo: Uno de mis conocidos, el señor M., ha sido atacado en un artículo nada menos que por el propio Goethe. Todos reconocemos que la violencia del ataque es injustificada; pero como es natural, dada la personalidad del atacante, M. ha quedado totalmente hundido, y se lamenta amargamente de la injusticia sufrida ante varias personas, reunidas alrededor de una mesa. Sin embargo, no ha disminuido su veneración por Goethe. Intento aclarar las circunstancias de tiempo, que me parecen inverosímiles. Goethe murió en 1832. Dado que su ataque contra M. tuvo que tener lugar antes de esta fecha. M. debía de ser entonces muy joven. Me parece probable que tuviera unos dieciocho años. Mas no sé con seguridad el año en que nos hallamos actualmente, y de este modo, todo mi cálculo se hunde en las tinieblas. El ataque a M. se halla contenido en el ensayo de Goethe titulado Naturaleza. La falta de sentido de este sueño aparece aún con mayor precisión sabiendo que M. es un hombre de negocios muy apartado de todo interés poético o literario. Mas al penetrar en el análisis puede demostrarse cuánto método se oculta detrás de tal falta de sentido. El sueño extrae su material de tres fuentes: 1.a M., al que conocí en una comida, me pidió un día que reconociera a su hermano mayor, que presentaba señales de perturbación mental. En mi diálogo con el enfermo tuvo lugar una penosa escena, en la cual me reveló, sin que yo diese motivo ni ocasión para ello, las faltas de su hermano, aludiendo a su disipada juventud. En este reconocimiento hube de preguntar al paciente la fecha de su nacimiento (año de la muerte en el sueño), haciéndole verificar diversos cálculos, con objeto de investigar el grado de debilidad de su memoria. 2.a Una revista médica, en la que figuraba yo como colaborador, había publicado una abrumadora crítica, obra de un joven redactor, sobre un libro de mi amigo F., de Berlín. Habiendo reprochado yo al autor del artículo su encarnizamiento, me expresó su pesar por haberme disgustado, pero no pudo prometerme poner remedio alguno a lo hecho. A consecuencia de esto rompí mis relaciones con la revista y expresé en la carta en que notificaba mi separación la esperanza de que lo sucedido no influiría para nada en nuestras relaciones personales. Ésta es la verdadera fuente del sueño. La despreciativa crítica del libro de mi amigo me había causado La despreciativa crítica del libro de mi amigo me había causado una profunda impresión, pues a mi juicio contenía su obra un descubrimiento biológico fundamental, que comienza ahora — pasados muchos años— a ser aceptado por sus colegas. 3.a Una paciente me había contado hacía poco tiempo la historia de la enfermedad de su hermano, el cual había sido atacado de locura frenética, sumiéndose en ella con el grito de ¡Naturaleza, naturaleza! Los médicos habían opinado que tal exclamación provenía de la lectura del citado ensayo de Goethe, y constituía una indicación del exceso de trabajo que había pesado sobre el enfermo en sus estudios. Por mi parte, había yo observado que me parecía más plausible dar a la exclamación ¡Naturaleza! aquel otro sentido sexual, conocido por los hombres, hasta por los de menor cultura. El hecho de que el infeliz paciente se mutilara después los genitales pareció darme la razón. Cuando sufrió el ataque inicial tenía este individuo dieciocho años. En el contenido del sueño se oculta primeramente detrás del yo el amigo mío tan maltratado por la crítica. Intento aclarar un poco las circunstancias de tiempo. El libro de mi amigo trata precisamente de las circunstancias temporales de la vida y cita repetidamente a Goethe en relación con determinadas opiniones sobre biología. Mas este yo es comparado a un paralítico. («No sé con seguridad el año en que nos hallamos.») Por tanto, el sueño representa que mi amigo se conduce como un paralítico y flota en el absurdo. Mas los pensamientos del sueño expresan sueño ya formado. Su función es entonces la de ordenar los componentes del sueño de manera que se reúnan aproximadamente para formar una totalidad, una composición onírica. El sueño recibe así una especie de fachada, que de todos modos no cubre por completo el contenido, y sufre al mismo tiempo una primera interpretación provisional que es apoyada por intercalaciones y ligeras variantes. Esta elaboración del contenido del sueño deja subsistir todos sus enigmas y arbitrariedades y no proporciona más que una equivocada inteligencia de las ideas latentes, siendo necesario prescindir de esta tentativa de interpretación al emprender el análisis. Esta parte de la elaboración del sueño deja transparentarse mejor que ninguna otra su motivación, que es el intento de que el sueño resulte comprensible . El descubrimiento de esta motivación nos revela la procedencia de la actividad a que la misma da origen, la cual se conduce con el contenido del sueño dado, como nuestra actividad psíquica normal con cualquier contenido de una percepción que se sitúe ante ella. Nuestra actividad psíquica acoge dicho contenido empleando determinadas representaciones previas y lo ordena ya, al percibirlo, entre las hipótesis comprensibles. Mas, al hacerlo así, corre peligro de falsearlo, y cae, efectivamente, en los más singulares errores, cuando no puede situarlo al lado de algo ya conocido. Sabido es que no podemos contemplar una serie de signos extraños, ni oír una serie de palabras desconocidas, sin falsear primero su percepción, situándolos al lado de algo que nos es conocido, impulsados por la preocupación de la comprensibilidad. comprensibilidad. Aquellos sueños que han experimentado esta elaboración por parte de una actividad psíquica totalmente análoga al pensamiento despierto pueden denominarse bien compuestos. En otros sueños falta por completo tal actividad; no se ha intentado siquiera establecer en ellos un orden ni una interpretación, y al despertar, sintiéndonos identificados con esta parte de la elaboración onírica, juzgamos que nuestro sueño ha sido «confuso y embrollado». Mas para el análisis tienen tanto valor aquellos sueños que semejan un desordenado montón de fragmentos incoherentes como los que presentan una lisa superficie continua. En el primer caso, nos ahorramos el esfuerzo de destruir de nuevo, por medio del análisis, la elaboración del contenido manifiesto. Sería, sin embargo, un error no ver en estas fachadas de los sueños más que tales elaboraciones, realmente confusas y asaz arbitrarias, del contenido manifiesto por la instancia consciente de nuestra vida anímica. Para la construcción de la fachada del sueño se emplean con frecuencia fantasías optativas que se hallan ya formadas en las ideas latentes y que son del mismo género que las que conocemos por pertenecer a nuestra vida despierta y llamamos, apropiadamente, «sueños diurnos». Las fantasías optativas que el análisis descubre en los sueños nocturnos revelan ser repeticiones y transformaciones de escenas infantiles, y de este modo nos muestra inmediatamente la fachada del sueño, en algunos de éstos, el verdadero nódulo del mismo, desfigurado por la mezcla con otro material. Las cuatro actividades mencionadas son las únicas que pueden descubrirse en la elaboración del sueño. Si sostenemos nuestra definición de que el concepto «elaboración del sueño» significa la traslación de las ideas del sueño al contenido del mismo, tendremos que decirnos que dicha elaboración no es, en modo alguno, creadora: no desarrolla ninguna fantasía propia, no juzga ni concluye nada y su función se limita a condensar el material dado, desplazarlo y hacerlo apto para la representación visual, actividades a las que se agrega el último trozo, inconstante, de elaboración interpretativa. Algo hallamos también en el contenido del sueño que quisiéramos considerar como el resultado de una distinta y más elevada función intelectual, pero el análisis demuestra siempre convincentemente que estas operaciones intelectuales han tenido lugar ya en las ideas del sueño habiéndose limitado el contenido del sueño a acogerlas en sí. Una consecuencia, en el sueño no es otra cosa que la repetición de una conclusión que ha tenido lugar en las ideas latentes, apareciendo incontrovertible cuando ha pasado al sueño sin sufrir transformación alguna, e insensata cuando ha sido desplazada sobre otro material por la elaboración. Una operación aritmética incluida en el contenido manifiesto no significa otra cosa sino que entre las ideas latentes se encuentra un cálculo, el cual es siempre exacto, mientras que la operación que aparece en el sueño puede dar los más absurdos resultados, por condensación de sus factores y desplazamientos, sobre otro material, del modo de realizarla. Ni siquiera las frases que se hallan en el contenido del sueño son de nueva composición, pues razones económicas las que habían llevado a la señora a rechazar la indicación de la directora del colegio y las que motivaban la pequeñez de la cantidad que aparecía en el sueño. 3. Una joven señora, casada hacía varios años, supo que una amiga suya, de su misma edad, Elisa L., había celebrado sus esponsales. Esta noticia motivó el sueño siguiente: «Se halla en el teatro con su marido. Una parte del patio de butacas está desocupada. Su marido le cuenta que Elisa L. y su prometido hubieran querido ir también al teatro, pero no habían conseguido más que muy mala localidad, tres por 1 florín 50 céntimos, y no quisieron tomarlas. Ella contesta que el no haber podido ir aquella noche al teatro no es ninguna desgracia.» Nos interesa averiguar, en este sueño, de qué ideas latentes proceden los números que aparecen en el contenido manifiesto y cuáles han sido las transformaciones por las que dichas ideas han pasado. ¿De dónde procede la cantidad 1,50 florines? De un motivo indiferente del día anterior. Su cuñada había recibido, como regalo de su hermano, el marido de la protagonista del sueño, la suma de 150 florines y se había apresurado a gastarlos comprándose un objeto de adorno. Observaremos que 150 florines son 100 veces 1 florín 50 céntimos. Para el número tres, de los billetes del teatro, no se encuentra más enlace que el de que Elisa L., la amiga prometida, es precisamente tres meses más joven que la sujeto del sueño. La situación que en éste aparece es la reproducción de un pequeño suceso que motivó las burlas de su esposo. En una ocasión se había apresurado a tomar, con gran anticipación, billetes para una representación tomar, con gran anticipación, billetes para una representación teatral, y cuando entraron en el teatro vieron que una parte del patio de butacas quedaba casi vacía. No había, pues, necesidad de haberse apresurado tanto a tomar las localidades. No dejaremos, por último, pasar inadvertido el absurdo detalle del sueño, de que dos personas tengan que tomar tres localidades. Veamos ahora las ideas latentes de este sueño. Ha sido un disparate casarme tan joven; no tenía necesidad alguna de apresurarme tanto. En el ejemplo de Elisa L., veo que no me hubiese faltado un marido, y, además, uno cien veces mejor (Schatz = marido, novio, tesoro), si hubiera esperado. Tres maridos como ése hubiera podido comprarme con el mismo dinero (dote). 8 Después del estudio de la elaboración del sueño, que hemos llevado a cabo en los capítulos que anteceden, nos hallaremos inclinados a considerarla como un proceso psíquico especial, sin precedente alguno en nuestro conocimiento. De este modo, recae ahora sobre la elaboración onírica la extrañeza que solía antes despertar en nosotros su producto, o sea el sueño mismo. De toda una serie de procesos psíquicos a los que debe atribuirse la formación de los síntomas histéricos y de las ideas angustiosas, obsesivas y delirantes, la elaboración del sueño es el primero a cuyo conocimiento nos ha sido dado llegar. La primero a cuyo conocimiento nos ha sido dado llegar. La condensación, y sobre todo el desplazamiento, son caracteres que nunca faltan en estos otros procesos. En cambio, la conversión de ideas en imágenes visuales es privativa de la elaboración onírica. Si de nuestras investigaciones resultase la posibilidad de incluir los fenómenos oníricos entre aquellos que deben su origen a la enfermedad psíquica, tanto más importante sería para nosotros averiguar las condiciones esenciales de procesos como el de la formación de los sueños. Pero aunque parezca extraño y casi increíble, ni el dormir ni la enfermedad pertenecen a estas indispensables condiciones. Una gran cantidad de fenómenos de la vida cotidiana de los sanos: el olvido, las equivocaciones orales, los actos de aprehensión errónea y una determinada clase de errores, deben su génesis a un mecanismo psíquico análogo al sueño y a los demás procesos que constituyen la serie antes citada. El corazón del problema se halla en el desplazamiento, la más singular de las funciones de la elaboración del sueño. Cuando se penetra suficientemente en la materia, se ve que la condición esencial del desplazamiento es puramente psicológica y de la naturaleza de una motivación, cuyas huellas aparecen en cuanto se presta atención a ciertos resultados del análisis de los sueños, que no pueden pasar inadvertidos. En el primero de los análisis expuestos tuve que interrumpirme en la comunicación de las ideas latentes, por haber entre ellas algunas que prefería mantener secretas y que no podía revelar sin herir importantes consideraciones. Añadí luego que no traería ventaja ninguna elegir otro ejemplo para comunicar su análisis, pues en todo de los tres billetes de teatro por un florín cincuenta céntimos, tiene el análisis que aceptar que estima en poco a su marido, que lamenta haberse casado con él y que le cambiaría gustosa por otro. Ella afirma, ciertamente, que ama a su marido y que en su vida sentimental no existe desprecio alguno para él (¡otro cien veces mejor!), pero todos sus síntomas conducen a la misma solución que el sueño, y después de hacer resurgir en ella el recuerdo reprimido de una época durante la cual experimentó hacia su marido un desamor totalmente consciente, quedaron suprimidos tales síntomas y desapareció la resistencia que se oponía en ella a la interpretación del sueño. 9 Después de haber fijado el concepto de la represión y haber relacionado la deformación del sueño con el material psíquico reprimido, podemos expresar ya, con toda generalidad, el resultado capital del análisis de los sueños. De aquellos que se muestran comprensibles y presentan un claro sentido, hemos averiguado que son francas realizaciones de deseos; esto es, que la situación del sueño constituye en ellos la satisfacción de un deseo conocido de la conciencia, que ha quedado sin realizar en el día y es digno de interés. Sobre los sueños oscuros y embrollados nos enseña también el análisis algo análogo: la situación del sueño presenta también realizado un deseo que surge regularmente de las ideas latentes, pero la representación es irreconocible, no pudiendo aclararse sino por medio del es irreconocible, no pudiendo aclararse sino por medio del análisis, y el deseo ha sucumbido a la represión y es extraño a la conciencia o está íntimamente ligado a ideas reprimidas que lo sustentan. La fórmula para tales sueños será, pues, la siguiente: son realizaciones disfrazadas de deseos reprimidos . Es muy interesante observar aquí que la opinión popular está en lo justo cuando considera el sueño como predicción del porvenir. En realidad, es el porvenir lo que el sueño nos muestra, mas no el porvenir real, sino el que nosotros deseamos. El alma popular se produce aquí, según su costumbre, creyendo lo que desea. Por su carácter de realización de deseos se dividen los sueños en tres clases: en primer lugar, aquellos que muestran francamente un deseo no reprimido. En segundo, los que exteriorizan disfrazadamente un deseo reprimido; esto es, la mayoría de aquellos que necesitan del análisis. Y en tercer lugar, aquellos otros que, si bien representan un deseo reprimido, lo hacen sin disfraz alguno o con un disfraz insuficiente. Estos últimos sueños suelen presentarse acompañados de angustia, sensación que acaba por interrumpirlos, y que es aquí un sustitutivo de la deformación, siendo evitada, por la elaboración, en los sueños de la segunda clase. Puede demostrarse, sin gran dificultad, que el contenido ideológico que nos produce angustia o terror fue en su día un deseo y sucumbió después a la represión. Existen también sueños cuyo contenido es claro y penoso, pero no produce sensación desagradable alguna. No pueden éstos, por tanto, contarse entre los sueños de angustia, y han servido siempre para demostrar la insignificancia y la falta de servido siempre para demostrar la insignificancia y la falta de valor psíquico de los sueños. El análisis de un tal ejemplo mostrará que se trata de realizaciones, bien disfrazadas, de deseos reprimidos, esto es, de sueños pertenecientes a la segunda de las clases establecidas, y nos hará ver, asimismo, con toda claridad, cuán excelentemente lleva a cabo el proceso de desplazamiento la ocultación del deseo prohibido. Una muchacha soñó que había muerto el único hijo que le quedaba a su hermana, de dos que había tenido, y que su cadáver se hallaba colocado en la misma forma y rodeado por las mismas personas que el de su hermano, fallecido anteriormente. Tal sueño no produjo ningún sentimiento de dolor a la muchacha, pero ésta se resistió luego a aceptar que correspondiera a un deseo suyo. Esto es hasta cierto punto real, pues la verdad del caso es que años atrás había visto y hablado por última vez al hombre a quien amaba junto al ataúd del niño que había muerto. Si ahora muriera el otro, volvería ella, seguramente a encontrar a aquel hombre en casa de su hermana. Anhela este encuentro, pero sus sentimientos rechazan la triste ocasión en que podría verificarse. El mismo día del sueño había tomado una entrada para una conferencia que iba a dar aquel hombre, al que seguía amando. Su sueño es, por tanto, un simple sueño de impaciencia, como suelen presentarse de costumbre antes de los viajes, representaciones teatrales u otros placeres vivamente esperados. Mas para ocultar su anhelo, queda desplazada la situación a una ocasión impropia de todo sentimiento de regocijo y que realmente se ha presentado ya una vez. Obsérvese, además, que los efectos que aparecen en el hemos esforzado en traducir nuestra impresión en una teoría psicológica, grosera aún; pero, por lo menos, claramente definida. Sea lo que quiera aquello con lo que un más transparente conocimiento de la materia nos permita identificar nuestras dos instancias, esperamos quede confirmada una parte de nuestra hipótesis: la relativa al hecho de que la segunda instancia rige el acceso a la conciencia y puede impedírselo a la primera. Cuando el sujeto despierta, la censura recobra rápidamente toda su intensidad, y puede de nuevo destruir todo aquello que durante su debilidad ha dejado escapar. Una experiencia innumerables veces confirmada muestra que nuestro olvido del sueño demanda, por lo menos en par, esta explicación. Durante el relato de un sueño, o durante su análisis, sucede con frecuencia que de repente vuelve a surgir un fragmento del sueño que se creía olvidado. Este fragmento, hurtado al olvido, contiene siempre el mejor y más rápido acceso a la significación del sueño, y precisamente por ello estaba destinado al olvido, esto es, a una nueva represión. 11 Si conceptuamos el contenido del sueño como la exposición de un deseo realizado y atribuimos su oscuridad a las transformaciones impuestas por la censura al material reprimido, no nos será ya muy difícil deducir la función del sueño. En extraña oposición a las oposiciones corrientes, que consideran extraña oposición a las oposiciones corrientes, que consideran los sueños como perturbadores del reposo del durmiente, tenemos que reconocer que los sueños son los protectores del dormir. Para los sueños infantiles será fácilmente aceptada nuestra afirmación. El niño concilia el sueño obedeciendo a una decisión de dormir, que le es impuesta por una autoridad exterior o es hecha surgir espontáneamente en él por sensaciones de fatiga. Mas para que tal decisión llegue a cumplirse es imprescindible la ausencia de toda excitación que pudiera impulsar al aparato psíquico hacia fines distintos del dormir. Los medios que sirven para alejar las excitaciones externas nos son a todos conocidos. Mas ¿cuáles son, en cambio, aquellos de que disponemos para mantener dominadas las excitaciones psíquicas internas que se oponen a la conciliación del sueño? Obsérvese a una madre que duerme a su hijo. El niño manifiesta sin cesar deseos o necesidades, quiere otro beso, le gusta jugar un ratito más. Estos deseos son satisfechos en parte, y en parte aplazados, por la autoridad materna, para el día siguiente. Es indudable que los deseos o las necesidades en actividad constituyen un obstáculo a la conciliación del sueño. ¿Quién no conoce la divertida historia del niño caprichoso que, despertándose a media noche, grita desde su cama: Quiero el rinoceronte? Un niño más juicioso, en vez de despertarse y alborotar, hubiera soñado que jugaba con el deseado animal. El sueño, que muestra cumplido el deseo, goza del completo crédito mientras el sujeto duerme, y haciendo cesar durante este tiempo el impulso optativo, consigue que el reposo no se interrumpa. No puede negarse que la imagen del reposo no se interrumpa. No puede negarse que la imagen del sueño es aceptada como verdadera, pues se reviste con la apariencia de una percepción, y el niño no posee la facultad, que se adquiere más tarde, de distinguir entre fantasía, alucinación y realidad. El adulto sabe ya establecer esta diferenciación; ha comprendido también la inutilidad de desear, y ha aprendido, tras de largos esfuerzos, a aplazar sus impulsos hasta que la transformación de las circunstancias exteriores facilite su realización. Esta experiencia del adulto hace que sean muy raras en él las realizaciones de deseos por el corto camino psíquico del sueño, y hasta es posible que no se presenten nunca y que todo lo que en nuestros sueños aparece formado conforme al patrón de los infantiles precise de una mucho más complicada solución. En cambio, en el adulto —y sin excepción alguna en todo hombre de plena capacidad mental— se ha formado una diferenciación del material psíquico, que no existía en el niño, constituyéndose una instancia psíquica que, instruida por la experiencia de la vida, ejerce con celosa severidad una influencia dominadora y coercitiva sobre los sentimientos anímicos, y posee, por su posición con respecto a la conciencia y a la movilidad contingente, los máximos medios de potencia psíquica. Una parte de los sentimientos infantiles ha sido reprimida, como inútil para la vida, por esta instancia, y todo el material de ideas que de dicha parte se deriva se halla en estado de represión. Mientras la instancia, en la que reconocemos nuestro yo normal, se doblega al deseo de dormir, parece obligada, por las escasos resultados seguros de la investigación médica del sueño, a los cuales se ha concedido, sin embargo, un exagerado valor. Pero a este descubrimiento se ha ligado un problema no resuelto hasta el día. El estímulo sensorial que el experimentador hace actuar sobre el durmiente no es acertadamente reconocido en el sueño, sino que sucumbe a una interpretación cualquiera, cuya determinación aparece abandonada al capricho psíquico. Mas sabemos que no existe una tal arbitrariedad psíquica. El durmiente puede reaccionar de muy diversos modos a un estímulo sensorial exterior. O se despierta, o consigue, a pesar de todo, proseguir durmiendo. En el último caso, puede servirse del sueño para suprimir la excitación exterior, y esto también de muy diversos modos. Puede, por ejemplo, llevar a cabo tal supresión soñando hallarse en una situación totalmente incompatible con el estímulo excitante. Así, un sujeto cuyo reposo nocturno corría peligro de ser perturbado por el dolor de un absceso que padecía en el periné, soñó que iba a caballo, sirviéndole de silla de montar la cataplasma que se le había puesto para mitigar sus molestias, y de este modo logró superar la excitación producida. O también —y esto es lo más frecuente — experimenta el estímulo exterior un cambio de sentido, que le incluye en el contexto de un deseo reprimido que espía su realización. Tal cambio de sentido despoja entonces al estímulo de su realidad, y lo trata como un fragmento del material psíquico. De este género es el ejemplo siguiente: un individuo sueña que ha escrito una comedia, en la que defiende una determinada tesis. La obra es representada en el teatro, y acaba de terminar el primer acto, con clamoroso éxito. Los aplausos de terminar el primer acto, con clamoroso éxito. Los aplausos ensordecen… En este sueño, el durmiente debió de conseguir prolongar su reposo más allá de la perturbación, pues al despertar no oyó ya ruido alguno, pero juzgó, muy razonablemente, que debían de haber sacudido o vareado un tapiz o un colchón en las cercanías de su cuarto. A los sueños que se producen inmediatamente antes que un intenso ruido despierte al durmiente han intentado todos negarles el esperado estímulo perturbador del reposo, buscándole otra explicación, y retrasar así un poco más el momento de despertar. 12 Aquellos que acepten nuestra hipótesis de que la enigmática oscuridad y confusión de los sueños es debida principalmente a la existencia de una censura, no se extrañarán de ver entre los resultados de la interpretación onírica el de que la mayoría de los sueños de los adultos se revelan en el análisis como dependientes de deseos eróticos. Esta afirmación no se refiere a los sueños de franco contenido sexual que todos conocemos por propia experiencia, y que hasta ahora han sido considerados como los únicos «sueños sexuales». No obstante su claro contenido, también estos sueños despiertan nuestra extrañeza por su arbitrariedad en la elección de las personas que convierten en objetos sexuales, su desprecio de todas las barreras ante las que en la vida despierta contiene el sujeto sus necesidades sexuales y sus numerosos detalles orientados hacia lo denominado «perverso». Mas el análisis nos muestra que muchos otros sueños que no dejan transparentar nada erótico en su contenido manifiesto se revelan, al ser desenmascarados por la labor interpretativa, como realizaciones de deseos sexuales. Por otra parte, muchas de las ideas sobrantes como restos diurnos (Tagesreste) del trabajo mental despierto no llegan a exteriorizarse en el sueño más que por el auxilio de deseos eróticos reprimidos. En explicación de este estado de cosas indicaremos que ningún otro grupo de instintos ha experimentado un más amplio sojuzgamiento por las exigencias de la educación civilizada como precisamente los sexuales; pero haremos también constar que tales instintos son los que mejor saben escapar, en la mayoría de los hombres, al dominio de las más elevadas instancias psíquicas. Desde que hemos llegado al conocimiento de la sexualidad infantil, que regularmente pasa inadvertida o es mal comprendida, podemos decir justificadamente que casi todo hombre civilizado ha conservado en algún punto la conformación infantil de la vida sexual y comprendemos de este modo que los deseos sexuales infantiles reprimidos proporcionan las más frecuentes y poderosas fuerzas instintivas para la formación de los sueños[3]. Si aquellos sueños que exteriorizan deseos eróticos consiguen aparecer inocentemente asexuales en su contenido manifiesto, ello no puede suceder más que de una sola manera. El material de representaciones sexuales no debe ser producido de civilización o que hablan un mismo idioma, y otros de limitadísima aparición individual, que han sido formados por el sujeto aislado utilizando su material de representaciones propio. Entre los primeros se distinguen aquellos cuya iniciación en representar lo sexual se halla suficientemente justificada por los usos del idioma (por ejemplo, los símbolos procedentes de la agricultura: reproducción, semilla), y otros cuya relación con lo sexual parece alcanzar a los más antiguos tiempos y a las más oscuras profundidades de la formación de nuestros conceptos. La fuerza creadora de símbolos no ha desaparecido aún en nuestros días. Puede observarse que determinados descubrimientos modernos (tales como los globos dirigibles) son elevados en el acto a la categoría de símbolos sexuales de empleo universal. Será equivocado esperar que un más fundamental conocimiento del simbolismo del sueño («del lenguaje de los sueños») nos permita prescindir de interrogar al sujeto por sus asociaciones y nos conduzca de nuevo y por completo a la técnica de la antigua interpretación de los sueños. Aparte de los símbolos individuales y de las variantes en el empleo de los universales, no se sabe nunca si un elemento del sueño debe interpretarse simbólicamente o conforme a su verdadero sentido, y se sabe, en cambio, con seguridad, que no todo el contenido del sueño debe interpretarse simbólicamente. El conocimiento del simbolismo del sueño nos proporcionará tan sólo la traducción de algunos componentes del contenido manifiesto, pero no hará innecesarias las reglas técnicas antes expuestas. En cambio, constituirá el más importante medio auxiliar de la cambio, constituirá el más importante medio auxiliar de la interpretación en aquellos casos en que faltan o son insuficientes las ocurrencias del sujeto. El simbolismo del sueño resulta también imprescindible para la inteligencia de los llamados sueños «típicos» de los hombres y de los sueños «repetidos» del individuo aislado. Si el estudio de la forma expresiva simbólica del sueño ha resultado demasiado incompleto en esta breve exposición, ello está justificado por un hecho que pertenece a los más importantes entre los que con estos problemas se relacionan. El simbolismo onírico va mucho más allá de los sueños. No pertenece a ellos como cosa propia, sino que domina de igual manera la representación en las fábulas, mitos y leyendas, en los chistes y en el folklore permitiéndonos descubrir las relaciones íntimas del sueño con estas producciones. Mas debemos tener en cuenta que no constituye un producto de la elaboración del sueño, sino que es una peculiaridad —probablemente de nuestro pensamiento inconsciente— que proporciona a dicha elaboración el material para la condensación, el desplazamiento y la dramatización[4]. 13 No aspiro a haber esclarecido todos los problemas de los sueños, ni tampoco a haber resuelto convincentemente los expuestos y discutidos en estos ensayos. Aquellos a quienes interese la literatura sobre los sueños en toda su amplitud pueden consultar el libro de Sancte de Sanctis titulado I sogni (Turín, consultar el libro de Sancte de Sanctis titulado I sogni (Turín, 1899), y los que quieran hallar una más honda cimentación de la teoría por mí expuesta pueden ver mi obra titulada La interpretación de los sueños. Por último, indicaré en qué dirección creo debe proseguirse mi labor investigadora. Cuando fijo como labor de una interpretación de los sueños la sustitución del sueño por las ideas latentes del mismo, o sea la solución de lo que la elaboración del sueño ha tejido, planteo, por un lado, una serie de nuevos problemas psicológicos que se refieren tanto al mecanismo de esta elaboración del sueño como a la naturaleza y condiciones de la llamada represión, y por otro lado afirmo la existencia de las ideas latentes como un rico material de formaciones psíquicas del orden más elevado, y provistas de todas las características de una función intelectual, material que escapa a la conciencia hasta que le da noticias de sí por medio del contenido del sueño. Debo asimismo admitir que tales pensamientos existen en todo individuo, dado que casi todos los hombres, hasta los más normales, sueñan. A lo inconsciente de las ideas del sueño y a su relación con la conciencia y con la representación se enlazan otros problemas de gran importancia para la Psicología, pero cuya solución habrá de aplazarse hasta que el análisis haya esclarecido la génesis de otras formaciones psicopáticas, tales como los síntomas histéricos y las ideas obsesivas. muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica[2]. Admitían éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación. En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo[3]. Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día[4]. Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición. Gruppe (Griechische Mithologie und Religonsgeschichte, pág. 390) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio de significación con respecto al porvenir, pertenecían lo s ενυπια, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los φαντασματα, que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se incluían: 1.º, el oráculo directo, recibido en el sueño (ηοιματισμςο, oraculum); 2.º la predicción de un suceso futuro (οραμα, visio), y el 3.º, el sueño simbólico, con necesidad de interpretación (ονειροζ, somnium). Esta teoría se ha mantenido interpretación (ονειροζ, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos.» De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica». Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber se un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido[5]. La concepción precientífica de los antiguos sobre los sueños se hallaba seguramente de completo acuerdo con su total concepción del Universo, en la que acostumbraban proyectar como realidad en el mundo exterior aquello que sólo dentro de la vida anímica la poseía. Esta concepción del fenómeno onírico tomaba, además, en cuenta la impresión que la vida despierta recibe del recuerdo que del sueño perdura por la mañana, pues en este recuerdo aparece el sueño en oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y procedente de un mundo distinto. Sería, sin embargo, equivocado suponer que esta teoría del origen sobrenatural de los sueños carece ya de partidarios en nuestros días. Haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos —que obran consecuentemente, defendiendo los últimos reductos de lo sobrenatural hasta que reposo —problema esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico—, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura existente sobre tal problema. El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones que siguen, interdependientes en parte: a) Relación del sueño con la vida despierta. El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo filósofo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase, muy citada y conocida (pág.474): «… nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias reales.» J. H. Fichte (1-541) habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergänzungsträume) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, autocurativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños (pág.16), obra que goza justamente de un general renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la consciencia despierta…» Página 17: «En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al ordenado contenido de la consciencia despierta y de su funcionamiento normal…» Página 19: «La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta…» La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así, Haffner (pág. 19): «Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la consciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior.» Weygandt (pág.6) contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella.» Maury (pág.56) dice en una sintética fórmula: Nous rêvons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1885, pág. 530), manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.» sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.» El filósofo J. G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: «La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado con el objeto de sus tiernas esperanzas… Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für Psychoanalyse.) Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia, se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida despierta.» En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla… Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormente.» b) El material onírico. La memoria en el sueño. Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido —recordado— en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa y atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de peculiaridades que la capacidad de recordar muestra en el sueño, y que, aunque generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento. Creo interesante estudiar detenidamente tales caracteres. Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la consciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar[6]. Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida, las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy gustado por los lacértidos. En su sueño conocía incluso el nombre de dicha planta: Asplenium ruta muralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pared, y, por último, encaminaban hacia la hendidura de la pared, y, por último, quedó cubierta la calle entera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección. El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de asplenium. Mas, con gran asombro, comprobó que existía un helecho así llamado —el asplenium ruta muraria— nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pensar en la coincidencia casual, resultaba para Delboeuf un misterio el origen del conocimiento que el nombre asplenium había poseído en su sueño. Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en algunas regiones de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo sintió surgir en su memoria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el asplenium de su sueño, reconociendo, además, su propia letra, manuscrita en el nombre latino escrito al pie de la página. En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente, se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nombre correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección de un botánico que le fue dictando dichos nombres. «Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció completamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha colección entre sus manos.» En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the Society for psychical research ) ha publicado Myers una amplia serie de tales sueños hipermnésicos. A mi juicio, todo aquel que haya dedicado alguna atención a estas materias tiene que reconocer como un fenómeno muy corriente este de que el sueño testimonie poseer conocimientos y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos psicoanalíticos realizados con sujetos nerviosos, trabajos de los que más adelante daré cuenta, se me presenta varias veces por semana ocasión de demostrar a los pacientes, apoyándome en sus sueños, que conocen citas, palabras obscenas, etc., y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las hayan olvidado. A continuación citaré un inocente caso de hipermnesia onírica, en el que fue posible hallar con gran facilidad la fuente de que procedía el conocimiento accesible únicamente al sueño. Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía un kontuszowka. Al relatarme su sueño me preguntó qué podía ser aquello, respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y que era imposible lo hubiese inventado en su sueño, pues yo lo conocía por haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algunos días más tarde, después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día. En mis propios sueños he podido comprobar lo mucho que el descubrimiento de la procedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. Así, mucho antes de pensar en escribir la presente obra, me persiguió durante varios años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitectura, que no podía recordar haber visto nunca y que después reconocí bruscamente en una pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre 1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más tarde, hallándome ya consagrado intensamente al estudio de los sueños, llegó a hacérseme molesta la constante aparición de la imagen onírica de un singular local. En una precisa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un vago y lejanísimo recuerdo al que no me decidía a dar crédito, me decía que tal habitación constituía el acceso a una cervecería, pero no me era posible esclarecer lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde procedía. En 1907 hice un viaje a Padua, ciudad que contra mi deseo no me había sido posible volver a visitar desde 1895. En mi primera visita había quedado insatisfecho, pues cuando me dirigía a la iglesia de la Madonna insatisfecho, pues cuando me dirigía a la iglesia de la Madonna dell’Arena con objeto de admirar los frescos de Giotto que en ella se conservan, hube de volver sobre mis pasos al enterarme de que por aquellos días se hallaba cerrada. Doce años después, llegado de nuevo a Padua, pensé, ante todo, desquitarme de aquella contrariedad y emprendí el camino que conduce a dicha iglesia. Próximo ya a ella, a mi izquierda, y probablemente en el punto mismo en que la vez pasada hube de dar la vuelta, descubrí el local que tantas veces se me había aparecido en sueños, con sus grotescas esculturas. Era realmente la entrada al jardín de un restaurante. Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil. Citaré tan sólo algunos de los autores que han observado y acentuado esta circunstancia. Hildebrandt (pág. 23): «Ya ha sido manifestado expresamente que el sueño vuelve a presentar ante el alma, con toda fidelidad y asombroso poder de reproducción, procesos lejanos y hasta olvidados por el sueño, pertenecientes a las más tempranas épocas de su vida.» Strümpell (pág. 40): «La cuestión se hace aún más interesante cuando observamos cómo el sueño extrae de la profundidad a que las sucesivas capas de acontecimientos posteriores han ido enterrando los recuerdos de juventud, intactas y con toda su frescura original, las imágenes de localidades, cosas y personas. Y esto no se limita a aquellas impresiones que adquirieron en su nacimiento una viva
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