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La cárcel en la literatura peruana, Apuntes de Literatura

La cárcel en la literatura peruana

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 15/07/2021

alondra-quispe-1
alondra-quispe-1 🇵🇪

5

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¡Descarga La cárcel en la literatura peruana y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! archives-ouvertes LAS CÁRCELES PERUANAS Y SU FICCIONALIZACIÓN Isabelle Tauzin-Castellanos » To cite this version: Isabelle Tauzin-Castellanos. LAS CÁRCELES PERUANAS Y SU FICCIONALIZACIÓN. Isabelle TAUZIN CASTELLANOS. Prisons d'Amérique latine: du réel á la métaphore de Venfermement, Presses Universitaires de Bordeaux, pp.135-170, 2008. halshs-00714655 HAL Id: halshs-00714655 https: //halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00714655 Submitted on 5 Jul 2012 HAL is a multi-disciplinary open acc T'archive ouverte pluridisciplinaire HAL, est archive for the deposit and dissemination of sci- destinée au dépót et á la diffusion de documents entific research documents, whether they are pub- scientifiques de niveau recherche, publiés ou non, lished or not. The documents may come from émanant des établissements d'enseignement et de teaching and research institutions in France or recherche francais ou étrangers, des laboratoires abroad, or from public or private research centers. publics ou privés. LAS CÁRCELES PERUANAS Y SU FICCIONALIZACIÓN: UNA IMAGEN DEL PERÚ CONTEMPORÁNEO Isabelle TAUZIN Febrero de 2008 Université de BORDEAUX EA 3656 suman los testimonios orales y escritos de militantes apristas difundidos a lo largo de cincuenta años''. La organización a la que habían llegado los presos apristas en los penales era conocida además por los senderistas. El cierre de El Sexto, anunciado a lo largo de los años no se produjo en forma definitiva hasta marzo de 1984, cuando tuvo lugar un motín que la población vivió en directo por la presencia de las cámaras de televisión. Los presos se convirtieron en actores de la pieza que representaban presionando con ello a la opinión pública hechizada por la pequeña pantalla. El desenlace fue de 22 muertos. El armamento empleado por los amotinados (dinamita, revólveres y cuchillos) fue estimado entre 20 y 30 millones de soles, cantidad que sólo podía pagar el “rey del penal” que gozaba de un régimen de favor, con una celda aislada del resto y vida apacible. Años más tarde, el poeta José Watanabe participó en Reportaje a la muerte, una película inspirada en el amotinamiento de El Sexto, con énfasis en la influencia corruptora de las transmisiones en directo y la espiral de la violencia. El Frontón Como consecuencia del asalto a la cárcel de Ayacucho, el gobierno de Fernando Belaunde decidió reabrir el penal de El Frontón cerrado en los 70s por vetusto e insalubre. El apartamiento de ese islote yermo, a unos kilómetros de las playas del Callao y rodeado por las aguas frías del Pacífico, le había asignado el destino de presidio a principios del siglo XX. Era un lugar de siniestra memoria; su peculiaridad eran las celdas de castigo inundadas por la marea. En los 30s y más adelante, allí habían sido detenidos apristas y comunistas. Un edificio, denominado en adelante el Pabellón Azul, fue construido para recibir a los senderistas. A finales del 82, a los pocos meses de remodelado, el número de reclusos ya ascendía a unos 480. Un periodista, Gustavo Gorriti'*, pudo visitar El Frontón y dio cuenta de cómo los presos estaban imponiendo su orden: como en la novela de Arguedas, “cantaron cerca de una hora un coro preciso y solemne'*”. Ante la ineficiencia de la administración penitenciaria dotada del presupuesto más exiguo del Estado, los presos se repartían y preparaban lo que les traían las visitas. Instituyeron una organización paralela, o mejor dicho por encima de la administración penitenciaria, incompetente para atender sus demandas y que terminó por quedar fuera, incapaz de acceder a parte del penal. Los investigadores de una comisión parlamentaria apuntaron luego cómo se había llegado a perder el control de las cárceles en los detalles más nimios de la vida cotidiana: Desde la ingestión de alimentos a la lectura de revistas y periódicos e incluso a la recepción de cartas, todo se hallaba regimentado por el colectivo. Se podía llegar al castigo corporal de aquellos que no cumplieran satisfactoriamente las decisiones del partido. Esta actitud se acentuaba en la relación con los disidentes, quienes eran hostigados incluso físicamente!*. Aquellos espacios de encierro se convertían en espacios de libertad, escuelas de la subversión o, retomando la metáfora guerrera inventada por los líderes del movimiento, pasaron a ser las “luminosas trincheras de combate” (LTC). Según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación : los internos del Pabellón Azul se habían preparado con meses de anticipación para un enfrentamiento armado con las fuerzas del orden. Esta preparación consistió en el reforzamiento de las paredes del pabellón; la construcción de un refugio a manera de sótano y pasadizos en todo el contorno por debajo de la losa de concreto del primer piso, así como túneles por fuera del perímetro del pabellón; y, el reforzamiento de las puertas de ingreso con planchas metálicas y piedras. Asimismo, la elaboración de chalecos “blindados” con piedras y armas artesanales como lanzas, flechas, dardos y lanzallamas rudimentarios, así como bombas “molotov” y artefactos explosivos caseros —los llamados “quesos rusos”-, entre otros. Adicionalmente, los internos contaban con una abundante provisión de agua, alimentos y medicinas”, 1 José Luis Rénique señala esa vinculación con numerosas referencias bibliográficas en el epílogo de La voluntad encarcelada, Lima, IEP, 2003. 2 Gustavo Gorriti se convirtió en uno de los expertos sobre Sendero. Sus investigaciones lo llevaron al exilio antes del reconocimiento internacional de su labor como periodista (premio Rey de España). B Citado por José Luis Rénique, “La voluntad encarcelada. Las luminosas trincheras de combate de Sendero Luminoso del Perú”. Presentado en la reunión de LASA de 2003 en Dallas, documento PDF, 10. http://www.uoregon.edu/-caguirre/renique.pdf 1 R, Ames y otros, Informe al Congreso sobre los sucesos de los penales, Lima, 1988. Citado por José Luis Rénique, art. cit,, 13. 15 Informe de la CVR , 2.67, Las ejecuciones extrajudiciales del penal de El Frontón y El Lurigancho (1986)”, 741-742. http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VICasos%201lustrativos- UIE/2.67.FRONTON%20Y %20LURIGANCHO.pdf Tal situación llevó a la serie de motines que culminó en junio de 1986 con la intervención de la Marina y la muerte de más de un centenar de reclusos en un amotinamiento coordinado entre los distintos penales de Lima. Al poco tiempo, el narrador Dante Castro noveló la represión del motín en un cuento titulado “Angel de la isla” que evocaremos más adelante, junto con otras ficcionalizaciones. La película Alias la gringa dirigida por Alberto Durant y con guión de José Watanabé reconstruyó el motín de El Frontón”, San Pedro de Lurigancho El penal de San Pedro fue construido en Lurigancho, un distrito pobre de las afueras de Lima. En 1964 se preveía que acogiera a 1800 reclusos. A comienzos de los 80 albergaba a más de 6000. El hacinamiento se sigue comprobando con más de 8000 presos en la actualidad. En los 80s la Guardia Republicana estaba encargada del mantenimiento del orden, pero en la cárcel misma los propios presos lo organizaban todo. La descripción de las condiciones de vida en ese penal fue hecha por José Luis Pérez Guadalupe en La construcción social de la realidad carcelaria, una tesis doctoral dedicada a las cárceles del Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Brasil. Este sociólogo peruano que hacía a la vez de agente pastoral en Lurigancho, llevó a cabo una investigación a lo largo de 5 años (1987-1992) con entrevistas a los presos. Apunta el estado de total anomia observado en momentos de la investigación. La administración penitenciaria asigna los alimentos por número de reclusos en sendos pabellones y luego los internos hacen el reparto de forma desigual, según las reglas que ellos mismos deciden. Los pabellones de Lurigancho son edificios de tres pisos; los más antiguos divididos en ocho cuadras de 20 m? por piso, donde los presos dividen el espacio vital en “carretajes” mediante frazadas; los pabellones más recientes cuentan 48 celdas por piso, con un espacio de 3 m? para un mínimo de dos internos; en los pabellones de castigo, las celdas son más pequeñas y sin ventanas. Cada pabellón está dominado por un barrio, ya que, en el penal, los internos se agrupan según su lugar de origen. Por pabellón eligen un delegado general, el más instruido, que cumple así el rol de autoridad administrativa ante la dirección del penal. Pero el verdadero poder está en manos de un “taita”, el jefe oculto del edificio. Al delegado general del pabellón lo ayudan otros delegados con cargos peculiares (alimento, disciplina, derecho, mantenimiento, salud...) y que coordinan todos los aspectos de la vida de los presos mediante el pago con “pasta”, o sea pasta básica de cocaína, la moneda informal circulante entre los presos comunes de San Pedro como de los demás penales del Perú. Toda la historia de la cárcel de Lurigancho desde los 80s hasta la actualidad es la de una sucesión de motines. Los que tuvieron más relevancia fueron aquellos coordinados por los senderistas en las mismas fechas. La geografía carcelaria que ubicaba a los presos según su distrito o barrio de procedencia no coincidía con el logro de aquéllos de vivir separados de los delincuentes comunes, organizar una vida al interior de la cárcel y obtener el reconocimiento de “presos especiales”. Los senderistas querían oponerse a todo trance a cualquier traslado y separación. Entre sus demandas estaban el derecho a administrar el dinero asignado por el Estado para la alimentación y el aumento de ese presupuesto. Estas peticiones de mejoras y el propósito de evitar una requisa de armas fueron causas de los motines de 1985 y 1986. El 4 de octubre de 1985 murieron 32 acusados de terrorismo en Lurigancho, a los que exaltó en adelante Abimael Guzmán. Proclamó el “Día del Prisionero Político” y planteó que sus partidarios eran “prisioneros de guerra”, heroicas víctimas de “genocidio” en la “guerra popular” que enfrentaba a los pobres del Perú con el “reaccionario gobierno aprista”. De hecho, como lo mostraron las fotos del pabellón derruido, la Guardia Republicana no se contentó con restablecer el orden sino que incendió el pabellón donde estaban los presos, para borrar las huellas de los sucesos. La espiral de la violencia continuó en junio de 1986, cuando se dieron motines simultáneos en El Frontón, Lurigancho y el penal de mujeres, Santa Bárbara, en momentos que debían de ser apoteósicos para el Presidente de la República, Alan García. Había conseguido que se reuniera en Lima por primera vez a la Internacional Socialista, con jefes de gobiernos y líderes del mundo entero. Entonces, las matanzas de los penales causaron más de 200 víctimas. La Comisión de la Verdad y Reconciliación concluye en su informe que 1 Agradezco a Cecilia Moreano por haberme señalado esta película. se sobredimensionó el peligro y las posibilidades de resistencia armada de los internos, así como la repercusión de los motines hacia el exterior de los penales. Los comunicados oficiales difundieron información falsa acerca de estos aspectos y crearon una atmósfera de zozobra e inseguridad que no correspondía a la realidad. De acuerdo con la opinión de los propios jefes militares involucrados, los motines suscitados no habrían constituido un grave peligro para la seguridad y el orden interno desde el punto de vista militar"? La Comisión denuncia las ejecuciones extrajudiciales ocurridas en Lurigancho después de la debelación del motín: En el exterior del pabellón, a la salida de más de un centenar de internos rendidos, un contingente de la Guardia Republicana al mando del Coronel GRP Rolando Cabezas Alarcón procedió a ejecutarlos en una explanada cercana [...]. La muerte de las víctimas se produjo cuando se hallaban bajo la custodia de los miembros de la Guardia Republicana, en circunstancias que les resultaba imposible defenderse o resistir y que no constituían en modo alguno amenaza a la vida o la integridad de los citados efectivos policiales!*, En el penal de El Frontón el enfrentamiento duró un día más. La Marina encargada de restablecer el orden en la isla, cometió los mismos asesinatos, previa designación de los dirigentes senderistas: La muerte de las víctimas se produjo cuando se hallaban bajo la custodia de los miembros de la Marina de Guerra, en circunstancias que les resultaba imposible defenderse o resistir y que no constituían en modo alguno amenaza a la vida o la integridad de los citados efectivos militares. Luego de producidas las ejecuciones y de introducir los cadáveres en el sótano del Pabellón Azul, miembros de la Marina de Guerra procedieron a demoler el edificio mediante cargas explosivas”, Los sobrevivientes fueron trasladados a otro penal, el de Canto Grande. El líder de Sendero Luminoso exaltó en adelante el Día de la Heroicidad que reemplazó el Día del Prisionero Político. Los mártires habían demostrado por su sacrificio la falacia de la democracia regentada por el partido aprista. Canto Grande Inaugurado en enero de 1986, el penal de Canto Grande o Castro Castro había de ser una cárcel de alta seguridad en la que todo estaría bajo control. Pero los equipos eléctricos previstos no fueron instalados por falta de dinero y corrupción; las rejas eléctricas y detectores de metales fueron reemplazados por policías. Evitar el traslado a Canto Grande fue uno de los motivos de los amotinamientos de junio de 1986. Como lo ha apuntado el historiador José Luis Rénique, quien lo visitó en 1988, ese penal se convirtió en “vitrina de la revolución triunfante”. Rénique describe Canto Grande: Unos cuatro minutos toma recorrer a través de una especie de tierra de nadie flanqueada por elevados cercos camino a la rotonda o patio central. Deambulan a ambos lados algunos cuantos internos, casi en harapos, con aspecto alucinado [...] Cada pabellón en que el máximo de las instalaciones puede ser observado desde un punto central”%, El estado de abandono del conjunto contrasta con la organización y limpieza de la nueva “luminosa trinchera de combate” en el pabellón asignado a los senderistas: Un oasis en la apabullante suciedad circundante. Deportes y artes marciales son arte de la rutina diaria tanto como el entrenamiento militar y la capacitación política [...] Dentro del edificio, citas de Mao cubren todas las paredes”, El intento de acallar a Sendero Luminoso ha fracasado del todo y los presos muestran al contrario su capacidad de organizarse invirtiendo el desorden en orden a su favor. Controlan las entradas y se oponen al ingreso de reclusos sobre quienes no tienen información. Al recién llegado se le hacen preguntas y “es sometido a un período de discusión y esclarecimiento ideológico”; se analiza “su estilo de argumentar y hasta las palabras que utiliza” (ibid). Un antiguo preso recuerda el horario que hacía más llevadero el encierro: Desde el amanecer estaba programado todo. Por turnos los presos practicaban deportes, cocinaban, enseñaban o aprendían a leer, escribir y todo lo que pudieran. Igualmente se participaba en actividades culturales y por supuesto todos éramos adoctrinados [...] . Todos los días se daba a conocer el pensamiento del día”. El pabellón 4B se convierte así en universidad popular y taller industrial. El recluso que no se conforma con las reglas es expulsado y enviado con los presos comunes. Los senderistas han llegado a Y http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIl/Casos%20Mustrativos- UIE/2.67.FRONTON%20Y %20LURIGANCHO.pdf, 747. % Ibid, 755. 1 Ibid, 763. 2 Rénique, José Luis, “La voluntad encarcelada. Las luminosas trincheras de combate de Sendero Luminoso en el Perú”, presentado en LASA, 2003, Dallas, 18, http://www.uoregon.edu/-caguirre/renique.pdf ” Ibid, 20. 2 Testimonio de Mario Vilcara citado por Vicky Peláez “Morir en Canto Grande”, recopilado por José Luis Rénique, art. cit., 21, 2. FICCIONALIZANDO LAS CÁRCELES En 1986 empezaron a salir cuentos y novelas relacionados con la violencia senderista. Entre 1986 y 1999 se publicaron unas treinta novelas y numerosísimos cuentos, obras de más de sesenta autores”. Santiago Roncagliolo, representante de los escritores nacidos en los 70s, confirma la distancia entre la literatura que se escribía en Lima y en provincia: Entre los escritores limeños de mi edad, el tema de moda era la cocaína [...]. En la sierra se escribía sobre la violencia política, pero en Lima nos daba igual. Ni siquiera se reseñaban esos libros en los diarios. No figuraban en los escaparates”. Y también han nacido una literatura y un arte carcelarios, obra de los presos que llega a difundirse más que todo por internet. El incremento exponencial de las ficciones sobre la violencia en el Perú ha dado lugar a polémicas y enjuiciamientos de unos por otros, entre catones e incrédulos, escritores andinos y partidarios de la novela total. El encuentro de narradores peruanos celebrado en Madrid en 2005 resultó uno de los momentos más flagrantes de ese enfrentamiento cuya historia puede leerse en la página web dedicada al evento”. Rosa Cuchillo (1997) Una de las primeras novelas que trató de la guerra interna en el Perú fue Rosa Cuchillo. Recibió una muy buena acogida de la crítica con el Premio de Novela de la Universidad Nacional Federico Villareal en 1997. El autor, Oscar Colchado Lucio, lleva al lector urbano a la región de Ayacucho, con la protagonista epónima. Rosa Wanka cuenta que ha recibido el apodo de “Rosa Cuchillo” por el arma que acostumbraba usar para defenderse de los galanes. Sólo cedió a los avances del dios montaña, el wamani Pedro Orcco, que se le apareció en una noche de tormenta con forma humana. De tal unión nació Liborio, alistado en las filas senderistas. La humilde pastora acaba de morir de pena y, en el tránsito al mundo de los muertos, dialoga con aquéllos a los que encuentra en su camino y que fueron víctimas del conflicto. De inmediato la novela causa extrañeza ya que estamos obligados a entrar en un imaginario cultural diferente con marcas lingiísticas quechuas. Alterna el presente con los recuerdos de Rosa e instantáneas de Liborio. El destino trágico de éste se desvela en las primeras páginas gracias al diálogo de Rosa con su perro muerto, Wayra, que le sirve de guía en esa última etapa de la existencia humana, conforme a la imaginería andina: —Rosa, ¿y de qué se murió Liborio? —Lo mataron los tropakuna, Wayra, en la quebrada Balcón, cerca de Minas Canaria”, Los topónimos abundan a lo largo de la novela y, en la memoria colectiva, son suficientes para ubicar la acción en los primeros tiempos de la guerra, en el departamento de Ayacucho”. También salen al escenario personajes de la vida real, líderes locales y campesinos victimados a sangre fría en aquellos años terribles. El protagonista entra en la guerrilla por equivocación, engañado por los senderistas que visten de guardias civiles y fingen detenerlo para llevarlo a la cárcel. Así pone de manifiesto Colchado la enajenación en que están los campesinos, confundidos por símbolos y lenguajes ajenos: Los uniformados te llevan derecho por una calle donde hay un carro esperándolos [...] Por fin caes en la cuenta. Y comprendes que estás ante guerrilleros. Sí, guerrilleros del Partido Comunista del Perú “Sendero Luminoso*?. 3 Datos recopilados por Mark Cox en el artículo redactado en 1999 “Creando y desenmascarando imágenes sobre Sendero Luminoso”. “Roncagliolo, Santiago, La cuarta espada, Barcelona, 2007, 61-62 «Primer encuentro de narradores peruanos en Madrid”, Omnibus, Madrid, 2005, http://www.omni- bus.com/congreso/debate/indicedebate.html %* Colchado Lucio, Oscar, Rosa Cuchillo, Lima, Universidad Nacional Federico Villareal, 1997, 14. Las notas se refieren a esta primera edició % En la quebrada Balcón tuvo lugar una de las primeras masacres a manos de la policía. “La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha llegado a determinar que en noviembre de 1983, un total de treinta y dos campesinos, entre hombres y mujeres, del distrito de Socos, ubicado a 18 kilómetros de la ciudad de Huamanga en el departamento de Ayacucho, fueron ejecutados arbitrariamente por once miembros de la ex Guardia Civil destacados en el puesto policial del lugar. Si bien las instancias judiciales condenaron a los responsables, no se ha cumplido con la ejecución de la pena de inhabilitación que la resolución impuso y hasta el momento los familiares de las víctimas no han recibido la reparación civil que les fue asignada”, Informe de la CVR; tomo 7,2.7, 53. % Ibid, 18-19. Un hito de la novela es el asalto a la cárcel de Ayacucho, desde los preparativos hasta la huida después del éxito. El relato del hecho de armas se extiende en varias páginas. Liborio se ve a sí mismo y se desdobla tuteándose a lo largo de la narración. Con ello Colchado hace más cercano el personaje y facilita la identificación pese a las distancias etnosociales con los lectores limeños. El discurso político dominante está transcrito primero, tal y cual, con toda su fiereza. La rememoración de Liborio se mimetiza; adopta el léxico militar senderista, tan distante del mundo rural: Apenas veinte iban a participar en el operativo. Pero eso sí, contarían con gente de apoyo de la misma ciudad [...] . También iban a apoyar la gente de los barrios pobres, “compañeros consecuentes y decididos que posteriormente serán incorporados a la lucha?” Antes del paso a la acción, se enjuicia de forma sumaria a quien se opone al asalto. Al remedar aquella fraseología, el escritor evita la intromisión de algún juicio; no hace falta porque resurge la pesadilla con la simple reproducción de los lemas propagados por todo el Perú en los años 80: Lucho lanzó una arenga: Compañeros, todos habían dado su compromiso ante el camarada Gonzalo y el Partido, reafirmados en la invencible ideología del marxismo-leninismo-maoísmo-Pensamiento guía, conscientes de que nuestra integración a las guerrillas potenciará la lucha armada. La sangre derramada heroicamente derramaría la revolución”. Luego viene la narración pormenorizada del operativo, los torreones y la puerta del penal dinamitados, la matanza de los policías, la liberación desordenada de los presos de una cárcel comparada con un laberinto en medio del humo, griterío y balacera. El protagonista libera a las mujeres que corean por la revolución senderista. Malherido, exhausto, llega a salvarse gracias a la ayuda de un hombre extraño que lo carga en la espalda. Pero nadie aparte de Liborio ha visto tal escena. Colchado pone así de manifiesto el abismo mental que separa al campesino de sus compañeros: tú llegaste solo, casi arrastrándote, nadie te trajo. Entonces, algo como un temblor te sacude: ¿sería Pedro Oreco?¿el taita dios montaña? Los demás van entonando una canción revolucionaria” A lo épico se suma lo mágico, en tanto realidad a la que se adhiere del todo el protagonista y que siembra la duda en la mente del lector arrastrado en la representación de un mundo en el que no tiene la menor referencia. La barca (2007) La lectura mágica del mundo también explica la evasión de la cárcel de El Frontón de la heroína de La barca, novela recién publicada por el profesor de literatura Eduardo Huarag*. Alejandra, la protagonista ayacuchana, cuadro de Sendero Luminoso, trata de huir del Perú y desaparece una noche, a bordo de una barca que había de llevarla al otro lado del lago Titicaca. Pero probablemente fue una trampa para eliminarla como a los demás pasajeros. La novela pinta la vida cotidiana de los senderistas, los enfrentamientos militares, las huidas, las traiciones, los interrogatorios policiales y los encarcelamientos. Alejandra llega al penal de El Frontón y vive soñando con evadirse. “Un ventarrón intenso” la lleva en medio de la noche y la traslada hasta las alturas de Accos, donde su comunidad sobrevive, colaborando ahora con el comando militar. Esos dos acercamientos que mezclan la realidad racional y lo maravilloso y representan sendas evasiones de la cárcel, contrastan con la inmersión en el espacio carcelario de otros relatos. “Angel de la isla” (1986-1991) El tema de los amotinamientos en los penales de Lima es el núcleo del cuento que Dante Castro Arrasco —Premio Casa de las Américas en 1992- escribió en 1986 después de la represión de junio y que publicó con el título “Angel de la isla” en Parte de combate (1991)*. El narrador asume el punto de vista de uno de los reclusos de El Frontón ametrallado por los infantes de marina. Herido en la fosa común, trata de salir en “una lucha cuerpo a cuerpo contra todos los muertos dentro de la garganta de la tierra”. El protagonista, Mario, oriundo de Huancavelica, descubre que no está solo en esa antesala de la muerte e intenta salvar a los compañeros que gimen conforme tantea pedazos de cuerpos sangrantes. Y Ibid, 73. * Ibid, 73. % Ibid, 77. “ Eduardo Huarag, La Barca, Lima, San Marcos, 2007. % Castro Arrasco, Dante, “Angel de la isla”, http://www.angelfire.com/dc/combate/Isla. html 10 El relato de Dante Castro enfatiza la barbarie de una represión ciega y la humanidad de los supervivientes. La trinchera luminosa se ha convertido en zanja mortífera de la que el recluso termina por salir. Le ha ayudado el perro del pabellón, igualmente sepultado bajo tierra. Sin truculencia aunque con gran crudeza, la narración resulta convincente. Culmina el patetismo con un último lance. Apenas desenterrados, Mario y el perro son sorpendidos por los soldados. El protagonista aguarda a la muerte, pero Negro es la única víctima. Un atisbo de fe salva al preso de las balas de modo que uno de los infantes de marina lo arrastra gritando: Puta que eres huevón, baboso de mierda... ¡Tanto muerto y tú llorando por un perro!... ¡Corre, corre, carajo! ¡A mi paso, Lázaro, a mi paso! Concluye el relato con esta nota de ironía trágica: “Atrás quedaba la fosa, el cuerpo del Negro tendido de costado y el sol muriendo detrás suyo, más allá de los escombros sobre el mar”. Abril rojo (2006) Otra representación de la cárcel en medio de una novela es la que ofrece Santiago Roncagliolo en Abril rojo. La novela ha sido galardonada en 2006 con el premio Alfaguara, merecido tanto por la construcción narrativa como por la complejidad del tema. Roncagliolo define así la novela: Siempre quise escribir un thriller, es decir, un policial sangriento con asesinos en serie y crímenes monstruosos. Y encontré los elementos necesarios en la historia de mi país: una zona de guerra, una celebración de la muerte como la Semana Santa, una ciudad poblada de fantasmas. La acción está situada en momentos de las elecciones presidenciales del 2000, años después de que quedara desarticulado Sendero Luminoso. Una nota del autor al final de la novela hace hincapié en que ha acudido a “citas tomadas de documentos senderistas o de declaraciones de terroristas, funcionarios y miembros de las Fuerzas Armadas del Perú que participaron en el conflicto*?”, El protagonista, el fiscal Félix Chacaltana Saldívar intenta dilucidar un crimen atroz ocurrido en Ayacucho. Se enfrenta a una serie de obstáculos; conforme avanza la investigación, aparecen nuevas víctimas mortales. Atando cabos, el fiscal decide entrevistar a un preso, dirigente local de Sendero Luminoso. A diferencia de las ficciones anteriormente citadas, Roncagliolo no relata una evasión o un motín sino que recrea el ambiente carcelario. El narrador impersonal empieza describiendo el penal de alta seguridad construido en un no man's land y que ha reemplazado a la cárcel de Huamanga, lugar de la primera fuga histórica de senderistas. El lector visualiza de inmediato el espacio con “los muros de diez metros de altura y las torres de vigilancia en sus esquinas**”, la descripción se repetirá después de unas páginas con especial énfasis en “la Tierra de Nadie”, “una zona gris y árida de ocho metros de ancho donde todo lo que se moviese tenía orden de recibir bala”. El visitante asume por un instante la visión desesperada de los reclusos: Al fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar, la Tierra de Nadie le pareció un primer aviso del infierno. Los presos prendidos de las rejas de los pabellones, sus miradas vacías que no habían visto más que esos muros durante diez años. [...] Para dieciséis presos del pabellón E, condenados a cadena perpetua, ese canchón desértico no era más que la única franja de terreno relativamente libre que verían, sólo para nunca olvidar que no volverían a pisarla“*, Antes de la planicie grisácea eternizada por los verbos en imperfecto, fuimos testigos de la agobiadora rutina de los trámites burocráticos. Aunque se ha anotado en el cuaderno de visitas, Chacaltana se entera de que no puede visitar a los presos porque no es día de visitas. Empecinado, sigue avanzando y exige ver a la autoridad administrativa. La narración pone de relieve la kafkiana organización. El Instituto Penitenciario no tiene un solo empleado en el penal; quien manda es un alto oficial de la policía al que se debe pedir permiso por fax, lo que implica regresar a Ayacucho y esperar la respuesta de Lima. La viveza criolla y la prepotencia son las únicas formas de salir del atolladero. El protagonista hace oídos sordos y exige hablar de inmediato con el coronel, amenazando a la vez al policía: Repentinamente, el policía pareció recuperar la conciencia. Ya no se veía dormido. —¿Perdone? — preguntó sagazmente. — Deme sus datos. Los voy a anotar aquí y le transmitiré al coronel Olazábal su negligencia para apoyar investigaciones ordenadas por la superioridad, * Abril rojo, Alfaguara, Madrid, 2006, 329. * Ibid, 140. * Ibid, 143. * Ibid. 13 pronto el narrador periodista se da cuenta de que no podrá realizar la anhelada entrevista, dado el escándalo que se armaría en torno al enemigo número 1 del Perú, internado en la Base Naval del Callao”. Los primeros renglones del libro enfatizan la incomunicación absoluta que se le ha impuesto al líder senderista: La cárcel que encierra a Abimael Guzmán fue construida especialmente para él, y es la más segura del mundo. Para fugarse, Guzmán tendría que atravesar paredes de cuarenta centímetros de espesor hechas de concreto armado resistente a explosivos. Después se enfrentaría a siete puertas metálicas custodiadas y a un muro de ocho metros rematado por alambre de púas y vigilado desde varias torres%, Si bien Roncagliolo no llegará hasta Guzmán, se entrevistará con todos aquellos que lo conocieron, sus familiares que huyeron de él, los policías que lo detuvieron, algunos cuadros de Sendero Luminoso entre los más conocidos, y las “masas”, según la terminología despectiva que designaba a los militantes de base. Los testimonios de los reclusos están presentados en hábil gradación, con alternancia de diálogos, relatos retrospectivos y notas biográficas. Previsto como un simple reportaje propuesto a El País, la investigación ha llegado a configurar un libro construido en tres partes. Tenemos primero “La escala del terror” que refiere los años de formación del líder senderista y la eclosión de Sendero Luminoso. La segunda parte se titula “La guerra” y remata en la captura de Abimael Guzmán. La última parte es “La cárcel” y lleva al lector por distintos penales de Lima. El último capítulo está definido como “epílogo”, palabra con connotación literaria más bien que periodística. De hecho, ese epílogo tiene un título enigmático “La abeja reina”, y encadena una sucesión de increíbles encuentros. Pero, antes de esta culminación, el escritor ha expuesto su método de investigación, enfrentado continuamente a versiones contradictorias de los mismos sucesos: Es muy difícil alcanzar la verdad en este tema. Sólo hay posiciones, versiones. [...]¿A quién debo creer? Y si no creo a nadie, ¿qué puedo llegar a saber? Metodológicamente, decido creer a todas las partes. Pero eso no resuelve las disyuntivas. Uno toma posición desde el vocabulario que escoge. [...] Lo que unos llaman terrorismo otros lo llaman guerra. No existe un lenguaje neutral, esterilizado, que prescinda de una posición. No hay un código cero, sin opinión, sin matices personales”, La modestia o el pudor — título de una novela de Roncagliolo — son las pautas que rigen la redacción de La cuarta espada, el reconocimiento de los límites de la investigación y la aceptación de una ineludible subjetividad en toda actividad intelectual. El personalismo del reportaje, que hace de Roncagliolo a la vez un sujeto activo y un testigo que rememora su adolescencia y primeros años de adultez, no contradice la impresión de pudor, sino que facilita la identificación del lector con el narrador que se pone en escena cuestionando a gente de su entorno. Roncagliolo recurre a las estrategias narrativas de la escritura periodística para plasmar la realidad. Frases breves, con léxico sencillo y predominio de verbos de acción. El presente de indicativo actualiza a menudo el relato; la forma dialogada hace más auténtico el intercambio de información. El texto escrito aparenta un reportaje televisivo en directo: Ahora bien, el interior del penal no es fácil de controlar. Sus doce pabellones están organizados en torno a lo que debía haber sido un panóptico central [...] Pronto reinó la confusión y la multiplicidad de mandos no ayudó a serenar las acciones. —¿Qué encontró usted al llegar a la cárcel? — Los terroristas tenían bombas caseras y un fusil G3 que le habían quitado a un policía, Roncagliolo refiere aquí las circunstancias de la detención de un alto dirigente, único superviviente de la cúpula senderista masacrada en el penal. El fiscal Chacaltana de Abril rojo se ve sustituido ahora por un testigo de excepción : Edilbrando Vásquez, quien arrestó a Osmán Morote, uno de los ideólogos de Sendero Luminoso, después de debelado el motín de Canto Grande. Con brevísimas preguntas (“¿Y entonces?” “¿Disparó Usted?”), reactiva el diálogo con el héroe de un día, el policía que pudo matar a Morote. La noticia es sensacional pero el escritor no transgrede los límites del sensacionalismo. Se baraja la hipótesis de un complot del que hubieran sido víctimas el dirigente y el policía a quien otro uniformado alcanza un arma militar : Me negué a disparar. Minutos después, me rodearon mis propios compañeros de la DINOES, para matarme. Pero nadie lo hizo. No íbamos a matamos entre nosotros. Entregamos a Morote a la enfermería. —En otras % En 2008 también están internados en la Base Naval el ex-presidente Alberto Fujimori y su asesor, Vladimiro Montesinos. % Roncagliolo, Santiago, La cuarta espada, ed. cit., 15. % Ibid., 214. * Ibid., 158. 14 circunstancias, ¿lo habría matado? —No soy un santo, y no me habría importado. [...] Salvé a Morote simplemente porque no quería ir a la cárcel, La culminación de ese relato se aparenta a la continuación de otro escrito, como la segunda cara del díptico pintado primero por José Luis Rénique quien reportó el testimonio de Morote desde la cárcel de Yanamayo en La Voluntad encarcelada. A Roncagliolo se le presenta otra oportunidad: conocer los detalles de la vida cotidiana de las reclusas del penal de Chorrillos más de doce años después del arresto de la cúpula de Sendero Luminoso. En el capítulo titulado “La luminosa trinchera” describe primero la cárcel, desde afuera, idéntica a todas las demás, con los muros altísimos “decorados con alambre de púas**”. Luego viene el cacheo riguroso y la evocación del interior del penal, más hospitalario que antes con “pequeños jardincitos y [...] un quiosco en el que las visitas pueden comprar unas galletas o una bebida para sus internas%”. El clima ha cambiado; ha desaparecido la añeja marcialidad y asoman los dramas individuales de vidas rotas como esa interna que lleva diecinueve años en la cárcel con una hija de veinte afuera. La dialogización refuerza el patetismo de la confesión. El periodista se hace informador al que acorralan con preguntas esas mujeres que sobreviven en otro siglo, fuera del segundo milenio, ignorándolo todo sobre Al Qaeda y Bin Laden, encerradas algunas desde antes de la caída del muro de Berlín. Ellas mismas se identifican con las presas republicanas pintadas por la española Dulce Chacón en La voz dormida. El arte, la literatura, la pintura o la fabricación de artesanías son los campos en que se liberan de forma simbólica. Por ese medio comunican su sentir y dialogan con el mundo exterior: Finalmente, visitamos un comedor. Hay una exposición de sus últimos trabajos plásticos. Los cuadros tienen temas recurrentes: las luchas sociales, manifestaciones y marchas sindicales; y la distancia de sus familias: abrazos, despedidas, separaciones [...]. En el fondo del salón hay cuadros más densos y elaborados. Dibujan figuras sombrías, humanas pero etéreas, de colores pesados e intensos. [...] Son las acuarelas de Elena Iparraguirre, camarada Miriam. Se cierne la presencia invisible de la compañera de Abimael Guzmán. Ésta va a hacerse cada vez más sensible y terminará por captar la atención, conforme avanza la lectura de La cuarta espada. Las demás reclusas, las otras dirigentes son figuras de sustitución, como dobles de Elena Iparraguirre cuyos poemas, entre sociales e intimistas, cita Roncagliolo. La escritura es un paliativo; Abimael Guzmán se dedica a escribir la historia de Sendero Luminoso. Otro dirigente, “el camarada Feliciano ha escrito unas memorias*””; “el hermanastro de Guzmán dice que Abimael ha escrito un libro sobre la globalización*”. Elena Iparraguirre referirá que escribe una novela autobiográfica. Cada cual necesita dar su versión de la historia, justificar la vida que escogió. El reto que representa el proyecto de documental de Roncagliolo se concreta en la figura de Elena, la camarada Myriam, unánimemente odiada por la responsabilidad — además plenamente asumida — de la catástrofe histórica de Sendero Luminoso. No obstante, como todo ser de excepción inasequible, Iparraguirre resulta fascinante. Roncagliolo analiza la mutación que opera en él y se traslada a la escritura: Me parecía estar persiguiendo un grupo de psicópatas, de fanáticos sanguinarios. Sin embargo, cuando hablas con alguien, inevitablemente le atribuyes humanidad. [...] Algo en tus defensas morales se viene abajo cuando te ves obligado a reconocer que el monstruo habla tu idioma, tiene amigos; en suma, no es tan distinto de ti”. La reflexión sirve de enlace; permite crear un efecto de suspense en torno a Iparraguirre y enfocar a su pareja, Abimael Guzmán. El capítulo “Luchar por un acuerdo de paz” recuerda las circunstancias de la “captura” del líder, palabra usada por la prensa en setiembre de 1992 en lugar de “detención”, como si se tratara de una fiera salida de la selva. La presentación pública de los líderes causó el mayor revuelo en la opinión pública. Con actitud vengativa e infantil, para poner fin al trauma nacional, las autoridades quisieron dar cuerpo y forma al modismo “entre rejas”: Guzmán fue exhibido con el traje a rayas de los presos de caricatura y encerrado en una jaula. [...] Desde que se abrió el telón que cubría la jaula, empezaron a provocarlo con pifias y silbidos. — ¡Asesino!¿Te gusta tu uniforme? Guzmán $ Ibid., 159-160. % Ibid., 171. $ Ibid., 172. % Ibid., 180. % Ibid., 222. $ Ibid., 222. % Ibid., 187. 15 escuchaba con las manos en la espalda, sobrevolado por helícopteros. Afuera, el edificio estaba rodeado de tanquetas y carros de combate”, La actitud del preso fue a la medida de la vergiienza sufrida. Dañó la imagen de fuerza que el Estado se había querido dar: como un general derrotado, el líder de Sendero aprovechó la oportunidad para arengar en vivo y en directo a todo el Perú. Hacia el exterior se desprestigió el Perú sólo capaz de acallar al Presidente Gonzalo corriendo la cortina de la jaula de gruesos barrotes de fierro. Después de recordar ese acontecimiento, Roncagliolo sintetiza las entrevistas con un policía y el abogado de Abimael Guzmán sobre la etapa del encierro. Éste iba a ser fusilado sin juicio pero “el Consejo de Ministros se negó a firmar la orden”. El criminal integró otra cárcel con todas las precauciones imaginables: Lo encerraron en una celda muy pequeña de la que no salía en todo el día. Dos mil soldados provistos de armas automáticas, junto con un submarino, custodiaban la isla, y para llegar a la celda había que abrir veinte candados, cada uno en manos de un oficial distinto”. Como buen novelista, Roncagliolo agrega esa nota tragicómica: En el desayuno, almuerzo y cena, entraban los agentes a interrogarlo. El reo se aburría tanto que los recibía ansioso de hablar”. Primero se celebró un juicio con un tribunal sin rostro que pronunció una pena a cadena perpetua. Luego, en 2004, después del informe de la CVR, tuvo lugar un segundo proceso conforme a los derechos humanos. Los senderistas reafirmaron a grito pelado su combate político desafiando a la prensa y al país entero. El horror vivido diez años atrás pareció resurgir en las pantallas de televisión, se atemorizó la población. Como castigo, la pareja de líderes fue separada en sendas cárceles. El epílogo de La cuarta espada se ubica después de una elipsis de un año. Santiago Roncagliolo vuelve al Perú aureolado con el premio Alfguara y participa en una campaña de promoción de Abril rojo. Entre el público que acude a la Feria del Libro, se presenta un agente pastoral. Éste le propone dar una charla en la cárcel de mujeres donde organiza actividades culturales. El narrador destaca la iniciativa de su admirador como una paradoja: hablar de una novela sobre el terrorismo a “presas por terrorismo”. La realidad se parece entonces a la ficción, a no ser que Roncagliolo ficcionalice la realidad. En todo caso, el efecto de sorpresa es total; impacta al lector que cree ver el final del túnel. Participa del entusiasmo del escritor listo para entrevistar a los dirigentes senderistas, después de haber renunciado a tales visitas por los obstáculos administrativos. Como por arte de magia, entra en los penales de máxima seguridad para “contrast[ar] y complet[ar] el grueso de [su] libro”. Observa: Las prisiones son buenos lugares para conocer un país, porque guardan todo lo que una sociedad no quiere ver de sí misma”. El humorismo del escritor contrasta con la seriedad inquebrantable de las presas, “el sentido casi monacal de la existencia”*”, Apunta las diferencias generacionales y sociales, la desconfianza matizada por la curiosidad y la opción de comunicar con el mundo de fuera, pese lo que pese. Además, la fama lo cambia todo y permite lo imposible. La investigación de Roncagliolo culmina con una feliz coincidencia. De milagro conoce a la dirigente más temida de Sendero Luminoso, Elena Iparraguirre. El escritor hábilmente teatraliza el encuentro. Describe a una desconocida que espera tranquila su Charla. Por el atuendo sobrio de “señora”, la confunde con una funcionaria de la cárcel. Las primeras palabras, tal como las transcribe, son extraordinarias: —El señor Guzmán ha leído su novela. —¿En serio? ¿A usted le permiten verlo? —Sólo en las sesiones del juicio. En una de ellas me pidió su novela, y yo se la hice llegar”. Roncagliolo se queda atónito en esa escena en la que de repente está catapultado al status de personaje de novela. La autoirrisión con que se rebaja le granjea todas las simpatías: No supe qué responder. Como es habitual en esos casos, dije lo más estúpido que me vino a la mente: —Espero que le haya gustado”. 7 Ibid., 192. 7 Ibid., 193. ” Ibid. * Ibid., 226. % Ibid. 7 Ibid., 230. 7 Ibid.
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