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Orientación Universidad
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La Celestina, Apuntes de Filología hispánica

Asignatura: Literatura española medieval, Profesor: , Carrera: Filología Hispánica, Universidad: USAL

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 26/06/2017

samu7-9
samu7-9 🇪🇸

3.7

(10)

13 documentos

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¡Descarga La Celestina y más Apuntes en PDF de Filología hispánica solo en Docsity! 1 LA CELESTINA (versión teatral de Darío Galo) ESCENAS: 0. Prólogo. 1. El primer encuentro: Calisto cae enamorado de Melibea. 2. Calisto cuenta sus penas a Sempronio. 3. La presentación de Celestina. Sempronio se alía con Celestina. 4. El trato con Calisto. 5. Celestina se gana a Pármeno y lo une a Areúsa. 6. El conjuro de la bruja. 7. Celestina engatusa a Melibea. 8. Melibea embrujada. 9. La recompensa de Celestina. 10. El encuentro tras la reja de Calisto y Melibea. 11. El ajuste de cuentas. La muerte de Celestina. La muerte de los criados. 12. La maldición de las criadas. 13. La consumación de los amantes. La muerte de Calisto. 14. El suicidio de Melibea. 15. Epílogo. 2 0. Prólogo: CELESTINA: En esta historia que hoy nos ocupa contaré los amores entre Calisto y Melibea. Jamás habrán escuchado en nuestra lengua una historia tan sutil, con un lenguaje tan elegante y lleno de nuevas y provechosas sentencias, de consejos contra la hipocresía de los sirvientes lisonjeros y de avisos contra las mujeres falsas, contra las hechiceras y alcahuetas. Habrá quien piense que no deba robarle tiempo a mis venerables compromisos de trabajo, entretenida en estos desahogos juglarescos. Puede pasarme como a la hormiga, que cansada de sus trabajos subterráneos pidió alas para volar y encontró la muerte en el pico de un pájaro. Tal vez haya buscado honor en esta empresa y sólo encuentre reproches, malas lenguas y tachas. Sírvame de excusa la buena intención, porque decidí contar los amores de Calisto y Melibea pensando en su cristiana filosofía, en el interés de nuestra patria común, afectada por una muchedumbre de galanes y jóvenes enamorados, y en el servicio a ustedes, que también esconden en su silencio y en sus secretos las ambiciones envenenadas del amor y carecen de la cordura necesaria para defenderse de sus fuegos. Aprendamos hoy de la experiencia ajena. Veamos a Calisto entrar en el huerto de Melibea, en busca de un halcón perdido, y acabar enfermo de melancolía en una cárcel de amor. 1. El primer encuentro: Calisto cae enamorado de Melibea. CALISTO: En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. MELIBEA: ¿En qué, Calisto? CALISTO: En que concedió a la Naturaleza el poder de crear una hermosura tan perfecta como la tuya y en que me ha concedido a mí la merced de verte aquí, en tu huerto, para manifestarte mi secreto dolor. MELIBEA: ¿Por tan gran premio tienes este encuentro, Calisto? CALISTO: Si Dios me diese una silla en el cielo, no sentiría tanta felicidad. MELIBEA: Una silla en el cielo te daré yo también si perseveras. CALISTO: ¡Oh, bienaventuradas orejas mías, qué indignamente habéis oído tan grandes palabras! MELIBEA: Más desventuradas se sentirán cuando me acabes de oír, porque mis palabras serán tan fieras como merece tu loco atrevimiento. Calisto, mal has empleado tu ingenio al intentar pervertir la virtud de una mujer como yo. ¡Vete, 5 CALISTO: ¿Y cuando veré yo eso en Melibea? SEMPRONIO: Llegará el tiempo en que la aborrezcas más de lo que ahora la amas. Cuando sea tuya, la verás con otros ojos, libre del engaño en el que estás. Y para que no desesperes, yo quiero encargarme de cumplir tu deseo. CALISTO: Dios te lo premie. El jubón de brocado que ayer vestí, será para ti. SEMPRONIO (aparte): Mucho más quiero sacarte. Si eres generoso, te traeré a Melibea hasta la cama. CALISTO: ¿Y cómo piensas ayudarme? 3. La presentación de Celestina. Sempronio se alía con Celestina. SEMPRONIO: Hace mucho que conozco a una vieja barbuda… ¡Discreta! ¡Astuta! ¡Sabia en cuantas maldades hay! Que convierte a las duras peñas en pozos de lujuria. Tiene esta buena dueña una casa apartada en la cuesta del río, Es maestra en seis oficios… …costurera, perfumera… conoce mucho en hierbas, cura niños… …alcahueta, y un poquito hechicera. En todo parece más que mujer. CELESTINA: ¡Yo soy Celestina! No es otro mi oficio sino servir a los semejantes. Vienen a mí muchos hombres y mujeres, y una sola soy en este limpio trato… A unos demando el pan que muerden… …y de esto vivo, y de esto me arreo… A otros sus ropas, a otros sus cabellos… …aunque digan en mi ausencia otra cosa. A otros pinto en la palma letras con azafrán… Pinto figuras, digo palabras en tierra… ¿Me había de mantener del viento? A otros doy unos corazones de cera llenos de agujas quebradas… ¿Heredé otra cosa? Los mismos diablos me tienen miedo… Soy una vieja como Dios me hizo… no peor que otras. 6 Vivo de mi oficio, como cada cual del suyo, muy limpiamente. En esta ciudad nacida, en ella criada, manteniendo la honra como todo el mundo sabe, ¿acaso no soy conocida? Quien no sepa mi nombre y casa, tengan por seguro que es extranjero. Si bien o mal vivo, ¡Dios es testigo de mi corazón! SEMPRONIO: Madre, quiero que te olvides de todos tus otros asuntos y que me atiendas, porque ya sabes que desde que te conozco siempre me acuerdo de ti para los mejores negocios. CELESTINA: Y Dios se acuerde de ti, que no sin causa lo hará, aunque sólo sea por la piedad que tienes con esta vieja pecadora. Cuéntame y ve al grano, que entre tú y yo no hacen falta preámbulos, ni excusas. Vanamente se dice con muchas palabras lo que se puede entender con pocas. SEMPRONIO: Así es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti y de mí tiene necesidad. Como a los dos nos necesita, los dos nos aprovecharemos, que las buenas oportunidades hacen la fortuna de los hombres. CELESTINA: Bien has dicho. Ya entiendo el negocio, y la verdad es que me alegro de estas nuevas como los cirujanos se alegran con los descalabros. Conviene primero resaltar la gravedad del mal, para que luego parezca mejor el remedio. Esto haremos con Calisto. Alarguemos su desesperación. Si pierde al principio la esperanza, agradecerá mejor nuestras promesas. Bien me entiendes. CELESTINA: El imperio del amor todas las cosas vence, no sólo en la tierra, más aún: los mares traspasa con su poder… Sabed, si no sabéis, que es forzoso para el hombre amar a la mujer, y la mujer al hombre, y que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite. Y esto es obra de la Naturaleza, y la Naturaleza la ordenó Dios, y Dios no hizo cosa mala. 4. El trato con Calisto. CALISTO: ¡Sano estoy, vivo me siento! ¡Qué reverenda persona! Por la fisonomía se conoce la virtud interior. ¡Vejez virtuosa! ¡Virtud envejecida! ¡Gloriosa esperanza de mi deseado fin! Desde hoy adoro la tierra que pisas. CELESTINA (aparte): Este amo quiere engañarme con palabrería. ¿De qué se cree que vivo yo? Habrá que decirle que cierre la boca y comience a abrir la bolsa. 7 CALISTO: ¿Qué decías, madre? CELESTINA: Que los que ofrecen demasiadas palabras suelen dar poco premio. CALISTO: Pues yo calmaré tus dudas. Te daré cien monedas como dádiva pobre de aquel que con ella la vida te ofrece. CELESTINA: Agradezco mucho este regalo, no por su valor, sino porque viene de ti y es fruto de tu generosidad. CALISTO: Ve ahora, madre, y consuela tu casa, y vuelve luego a consolar la mía. CELESTINA: Queda con Dios. CALISTO: Que él me haga el favor de guardarte. (Sale) 5. Celestina se gana a Pármeno y lo une a Areúsa. CELESTINA: Me alegro de quedarme a solas contigo, Pármeno. Sé que eres un buen muchacho, y por eso espero que no le hablarás a Calisto de mis malas artes, y que por necia lealtad no aconsejarás mal a tu amo. Has de saber que Calisto anda enfermo de amor, una dolencia muy común, porque es forzoso que los hombres busquen a las mujeres y las mujeres a los hombres. ¿Y tú, Pármeno? ¿No sabes todavía nada del mundo y sus deleites? Necio, putico, acércate, que tienes la voz ronca y las barbas ya te apuntan. ¿No quieres que te busque una muchacha? Mal sosegadilla debes de tener la punta de la barriga. PÁRMENO: ¡Como la cola de un alacrán! CELESTINA: Y aun peor, que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses. PÁRMENO: ¡Ji, ji, ji! CELESTINA: ¿Te ríes, desvergonzado? PÁRMENO: Calla, madre. Aunque soy mozo, no me tengas por idiota, ni me culpes. Amo a Calisto porque le debo fidelidad, porque me trata bien, porque me une a él una cadena de amor y agradecimiento. Ahora lo veo perdido, corriendo tras un deseo que no puede tener buen fin. 10 Nunca puse los ojos en uno sólo, que dos son mejor que uno, y cuatro mejor que dos. Tienes dos orejas, dos pies, dos manos, dos muslos, dos tetas, dos sábanas en la cama, ¿y vas a conformarte con un solo hombre? A más moros, más ganancia y una golondrina no hace verano. ¡Entra, hijo, Pármeno! Aquí estoy yo para quitarte la vergüenza, y para quitársela a él, que es otro pusilánime. ¡Acércate más, burro! No seas tímido, que el hombre vergonzoso nada gana en palacio. Oídme los dos. Ya sabes, Pármeno, lo que te prometí, y tú hija, lo que te he rogado. Él siempre ha vivido penando por ti; viendo ahora su pena, sé que no lo querrás matar. ¿A que es guapo? No te pesará que se quede esta noche en la casa. Ven aquí, vergonzoso, que quiero ver de lo que eres capaz antes de irme. ¡Buen cuerpo se lleva Areúsa! ¡Retózala en esa cama! Déjate de cuentos, Areúsa, que mañana tú amanecerás sin dolor y él sin color. Aprovéchate. Es tan putillo, tan joven, tan necesitado, que en tres días no se le bajará la cresta. ¡Ay, si yo conservara mi juventud! Parece, hija, que nunca vi yo a un hombre y una mujer, y que no sé bien lo que hacen y lo que dicen, y que jamás pasé por ello, ni gocé de lo que tú gozas, ¡parece que nací ayer, según tu retraimiento! Por hacerte la honesta, me dejas a mí de necia, como si no supiera guardar secretos. ¡Dios os bendiga, cómo lo reís y holgáis, putillos, loquillos, traviesos!... Este es el deleite, que lo otro, mejor lo hacen los asnos en el prado. Besaos y abrazaos, que a mí no me queda otra cosa sino gozarme de verlo. Me voy que me hacéis dentera con vuestro besar y retozar. Aún me quedan recuerdos y sabores en la boca que no perdí con las muelas… Camino es, hijos, que nunca me harté de andar, nunca me vi cansada… Y aún así, vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo… 6. El conjuro de la bruja. CELESTINA: A ti te conjuro, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, gobernador de los tormentos y atormentador de las ánimas pecadoras. Yo, Celestina, tu más conocida clienta, te conjuro por la virtud y la fuerza de estas letras, por la sangre del murciélago con que están escritas, 11 por la gravedad de los nombres y los signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras, por el aceite con el que unto este hilado… ven sin tardanza a obedecer mi voluntad, y escóndete aquí hasta que Melibea lo compre, para que se le abra el corazón a mis peticiones y sienta el crudo amor de Calisto. Haz que olvidada de toda honestidad, se entregue a mí, y me ruegue, y me agradezca mis pasos y mensajes. Si me concedes esto, responderé yo también a tu voluntad; si no me lo concedes, seré tu peor enemiga, heriré con luz tus cárceles oscuras, denunciaré cruelmente tus continuas mentiras, despreciaré tu horrible nombre con ásperas palabras… Y así, confiando en el poder de este conjuro, voy a casa de Melibea con mi hilado, donde creo que te llevo escondido. 7. Celestina engatusa a Melibea. CELESTINA: Ahí va la hechicera, Celestina, dándole vueltas en la cabeza a todos sus temores, porque el miedo aguza la inteligencia y las cosas poco pensadas no pueden salir bien. La mucha especulación nunca carece de buen fruto. Celestina sabe que el asunto es peligroso y que las alcahuetas suelen jugarse la vida en el tablero de las honras. Amargas serían las cien monedas de Calisto si la vieja acabase en el patíbulo, o emplumada o manteada o azotada cruelmente. Pero esta existencia mortal es siempre riesgo, y la fortuna ayuda a los audaces. Ahí va la vieja sin desmayo, con los ojos bien abiertos, interpretando todos los agüeros que le ofrece la calle. No ha ladrado ningún perro, no ha visto a ningún pájaro alarmante, ni cuervo, ni vampiro, ni ninguna otra ave nocturna. De cuatro hombres con los que se ha cruzado, tres se llaman Juan y dos son cornudos. Todo parece sonreírle. (En casa de Melibea) 12 CELESTINA: Buena señora, que la gracia de Dios sea contigo, y él te deje gozar tu noble juventud y florida mocedad, que es el tiempo en que los mayores deleites se alcanzan. ¿Te acuerdas de mí, Melibea? MELIBEA: Claro, madre, tú eres Celestina, la que vivía antes en la cuesta del río. CELESTINA: Me alegro de que me reconozcas, aunque el tiempo haya pasado galopando por mi cara como un caballo sin riendas. En dos años he perdido los restos de hermosura que me quedaban. MELIBEA: Dos años no son poco tiempo, y es verdad que yo la recordaba más joven, con menos arrugas y el pelo menos blanco. CELESTINA: Señora, detén el tiempo y detendré yo las arrugas de mi cara. Llega el día en que no te reconoce ni tu propio espejo. Por eso es locura desaprovechar la juventud, que si no nos vence la vejez con sus miserias, nos vence la muerte. Nadie es tan joven que no pueda morirse o tan viejo que no pueda vivir otro año más. MELIBEA: Celestina, amiga, me ha alegrado tu visita y el verte con tanta salud. No protestes de la vejez, que muchos hubieran deseado llegar así a tus años. Toma el dinero y vete con Dios, que me parece que no debes de haber comido. CELESTINA: ¡Oh, angélica niña! Prefiero hablar contigo a comer pobremente en mi casa. Tus palabras me alimentan. Ya sabes que no sólo de pan vive el hombre. A mí me gusta ayunar al servicio de causas ajenas. Siempre quise trabajar favoreciendo a otros, y si tú me das licencia te diré el motivo verdadero de mi visita. MELIBEA: Di, madre, todas tus necesidades, que si yo las puedo remediar, de buen grado lo haré. CELESTINA: ¿Mías, señora? Necesidades ajenas, que las mías me las guardo en mi casa sin que nadie las sienta. MELIBEA: Pide lo que quieras, sea para quien sea. CELESTINA: ¡Doncella amable y de alto linaje! Hay un enfermo de muerte que puede sanar con una sola palabra tuya. MELIBEA: Vieja honrada, no te entenderé si no hablas más claro. Habla sin miedo. 15 CELESTINA: ¿Qué te ocurre, señora? MELIBEA: Hace días que como sin gana y duermo sin sosiego… ¡Me siento muy fatigada y con un dolor en el corazón! CELESTINA: Si me cuentas tu mal, sabré encontrarle remedio. MELIBEA: Me devoran el corazón las serpientes que tengo dentro del cuerpo. Alégrame tú, vieja honrada, que me han hablado mucho de tus grandes saberes… CELESTINA: El único sabio verdadero es Dios, pero como sus lecciones están repartidas por el mundo algo he aprendido yo de su poder para remediar dolencias. MELIBEA: Pues olvida todas las demás y preocúpate de la mía. CELESTINA: Para que sea posible la cura, es muy importante que el enfermo tenga voluntad de salvarse y que le cuente al médico, como si fuera un confesor, toda la verdad de su mal. MELIBEA: Mi mal es de corazón, y aunque se ha fijado en el pecho izquierdo, lanza sus rayos a todas partes. Es un dolor nuevo para mí, nunca pensé que un dolor pudiera turbar mi voluntad y mi prudencia. No he dormido, no quise comer, tengo el rostro descompuesto, huyo de las risas y de las alegrías… Pero la causa de mi mal no sabría decirla. CELESTINA: Tu herida es grande, necesitarás mucho valor para cerrarla, porque un clavo saca otro clavo, un dolor acaba con otro dolor, y no hay molestia que se cure sin molestias. MELIBEA: Di, por Dios, lo que quieras… que ninguna desgracia será tan amarga como este tormento. ¡Aunque mate mi honra, aunque dañe mi fama, aunque lastime mi cuerpo y rompa mis carnes! CELESTINA: ¡Ay, amor, amor…! No sé si hieres con hierro o si quemas con fuego… sana dejas la ropa cuando lastimas el corazón… MELIBEA: ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor? CELESTINA: Amor… Es un fuego escondido, una herida agradable, un sabroso veneno, una dulce y fiera llaga, un alegre tormento. MELIBEA: ¡Ay, pobre de mí! Que si es verdad lo que dices, difícil será mi remedio, porque el dolor y la felicidad parecen inseparables. 16 CELESTINA: Conozco una flor nacida del mundo, que de todo puede liberarte… MELIBEA: ¿Y cuál es? CELESTINA: No me atrevo a decírtelo. MELIBEA: Di, no temas. CELESTINA: ¡Calisto!... ¡Por Dios, señora, Melibea, ¿qué te ocurre? MELIBEA: Mi nueva amiga, mi cómplice, de nada sirve intentar encubrirte lo que tú conoces perfectamente. Muchos días han pasado desde que ese noble caballero me habló de amor… La cólera que sentía al pensar en Calisto se convirtió después en amor. CELESTINA: Señora mía, no te preocupes, confía en mí, echa tus secretos en mi regazo, y pon en mis manos el concierto de tus deseos. MELIBEA: ¡Oh, mi amor y señor Calisto! Te lo suplico, si en algo tienes mi vida, haz que nos podamos ver en breve. CELESTINA: Ver y hablar. MELIBEA: ¿Cómo? CELESTINA: Ya lo tengo pensado: por entre las puertas de tu casa. MELIBEA: ¿Cuándo? CELESTINA: Esta noche, a las doce. 9. La recompensa de Celestina. CELESTINA: ¡Jamás al esfuerzo desayudó la fortuna!... ¡Muchachas, muchachas… bobas! ¡Venid pronto!... La Naturaleza huye de lo triste y busca los placeres… Gozad vuestras frescas mocedades, el buen día, la buena noche, el buen comer y beber, que quien tiempo tiene y mejor lo espera, tiempo viene en que se arrepiente. Cuando podáis hacerlo, no lo dejéis, se pierda lo que se pierda, 17 que eso os llevaréis de este mundo. Mientras hoy tengamos de comer, no pensemos en mañana… Gocemos y holguemos, que la vejez pocos la ven, y de los que la ven, ninguno murió de hambre. También se muere el que mucho tiene como el que pobremente vive, y el doctor como el pastor, y el papa como el sacristán, y el señor como el siervo, y el de alto linaje como el de bajo… No vamos a vivir para siempre… No quiero en este mundo sino noches y vino, y parte del paraíso. (En casa de Calisto) CELESTINA: Mi señor, Calisto: todo el día llevo trabajando en tu negocio y a muchos dejé enfadados por tenerte a ti contento…he perdido más ganancia de la que piensas. CALISTO: ¡Amiga mía, socorro de mis pasiones! Dime con qué vienes, que te veo alegre y no sé en qué está mi vida. CELESTINA: ¡En mi lengua! CALISTO: ¡Madre, abrevia tu razón, o toma una espada y mátame! CELESTINA: Mala espada mate a tus enemigos y a quien mal te quiere. CALISTO: De rodillas quiero escuchar tu respuesta. CELESTINA: Todo sea en buena hora, porque puedo darte un buen recado. Y óyeme, que en pocas palabras te lo diré… A Melibea dejo a tu servicio. CALISTO: ¿Qué es lo que oigo? CELESTINA: Que es más tuya que de sí misma. CALISTO: ¡Oh, señor, padre celestial! Te ruego que esto no sea un sueño… Madre, yo sé bien que jamás podré pagar tus servicios pero quiero darte una cadenilla de oro como señal de tus méritos y de mi agradecimiento. CELESTINA: Señor, eres muy generoso con esta pobre vieja, y me siento feliz por no haberte defraudado. Melibea pena por ti más que tú por ella. 20 MELIBEA: Tampoco yo he podido apartarte de mi corazón. Te suplico ordenes y dispongas de mi persona como quieras. Maldigo esta puerta que impide nuestro gozo y sus fuertes cerrojos y mis flacas fuerzas, porque si pudiera abrirla ni tú estarías quejoso ni yo descontenta. CALISTO: ¡Molestas y enojosas puertas, quiera Dios que el fuego os abrase para que no me deis más guerra! MELIBEA: ¡Estaos quieto, señor! ¿Quieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? CALISTO: ¿Piensas que voy a consentirle a unas maderas que impidan nuestra felicidad? MELIBEA: No sueltes ahora las riendas de la voluntad, conténtate con volver mañana. Si rompes la puerta, aunque nadie nos oiga, las sospechas resultarán inevitables cuando amanezca y mi deshonra será publicada por toda la ciudad. CALISTO: Me veo obligado, señora, a separarme de ti. Y bien sabe Dios que no es el miedo a la muerte lo que me empuja, sino el cuidado de tu honra. Los ángeles queden en tu presencia. Volveré mañana por la noche. MELIBEA: Ve con Dios. CALISTO: ¡Conmigo llevo tu corazón, contigo dejo el mío! 11. El ajuste de cuentas. La muerte de Celestina. La muerte de los criados. CELESTINA: Nunca viene placer sin contraria zozobra en esta triste vida acompañada. A los alegres, serenos y claros soles, nublados, oscuros y lluvias vemos suceder; a los solaces y placeres, dolores y muertes los ocupan; a las risas y deleites, llantos y lloros y pasiones mortales los siguen; a mucho descanso y sosiego, mucho pesar y tristeza… Pues así es el mundo, pues que siga, ande su rueda, giren sus arcabuces, 21 unos llenos, otros vacíos… La ley de la fortuna dice que ninguna cosa permanece, su orden es mudanzas. Un antiguo proverbio dice que cuanto al mundo pertenece, o crece o decrece… Todo tiene sus límites, todo tiene sus grados… Mi honra llegó a la cumbre, y es necesario que ahora mengüe y baje… Por eso veo que me queda poca vida, cerca ando de mi fin… Porque sé bien que subí para descender, florecí para secarme, gocé para entristecerme… nací para vivir, viví para crecer, crecí para envejecer, envejecí para morirme. Y puesto que subí, florecí, gocé, crecí y viví, sufriré con menos pena mi mal… (Llaman a la puerta) CELESTINA: ¿Quién es?... ¿Quién anda ahí? SEMPRONIO: ¡Son tus hijos! CELESTINA: No tengo yo hijos que alboroten tan a deshora. PÁRMENO: ¡Somos Pármeno y Sempronio! CELESTINA: ¡Entrad, entrad! ¿Cómo venís a esta hora, que ya amanece? Decidme, ¿qué habéis hecho? SEMPRONIO: Todavía me hierve la sangre en el cuerpo. ¡Nos hemos visto en muy grande afrenta! PÁRMENO: De la alteración en las piernas no me puedo ni tener en pie… CELESTINA: ¡Me espanto yo de veros tan fieros! Dime, Sempronio, por mi vida, ¿qué os ha pasado? 22 SEMPRONIO: Tuvimos un mal encuentro… con algunos bellacos que pasaban voceando… Traemos, señora, todas las armas inservibles. Tendré que comprarlo todo de nuevo para acompañar a mi amo en su próxima cita, y no tengo un maravedí que gastarme. CELESTINA: Pídeselo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se rompieron las armas. Ya sabes que es muy generoso y te dará más de lo que necesites. SEMPRONIO: Pero es que Pármeno ha perdido también las suyas, y con este cuento se le irá la hacienda en armas. ¿Cómo quieres que le pida más de lo que ya nos ha dado? Nos dio primero las cien monedas, después la cadena de oro… CELESTINA: ¡Qué gracioso es el asno! Parece que en vez de acompañar a tu amo, has estado bebiendo. ¿Qué tiene que ver tu dinero con mi salario, tu sueldo con mis regalos? ¿Estoy yo obligada a pagar vuestras armas? Si algo me dio vuestro amo es mío; yo no os pido nada de lo vuestro. Sirvamos todos, que él a todos nos dará según vea los merecimientos. SEMPRONIO: ¡Cuando pobre, generosa; cuando rica, avarienta! Ayer decías que me llevase todo el provecho del negocio, pensando que iba a ser poco; ahora que lo ves crecido, no quieres darme nada. Verdaderamente la codicia es el pecado de los viejos. CELESTINA: Las frases hechas, Sempronio, las palabras educadas y de buen amor no obligan. ¿Por qué voy a repartir mi dinero? Éste es mi oficio, a esto me dedico y de esto como. PÁRMENO: Que te dé la parte prometida, o lo cogeremos todo. Ya te decía yo cómo era esta vieja. CELESTINA: No paguéis conmigo el enfado, que yo no tengo la culpa de que vuestras armas estén rotas. Aunque empiezo a sospechar de qué pié cojeáis… No es por falta de dinero, ni tampoco codicia, sino ganas de atemorizarme para que me sienta en deuda con vosotros y os siga buscando mujeres. ¿De verdad pensáis que os quiero tener toda vuestra vida encadenados a Elicia y Areúsa? Pues quedaos tranquilos, que quien os consiguió estas dos amantes os conseguirá otra diez. SEMPRONIO: No cambies de conversación y deja para otros tus halagos y tus burlas. Danos ahora mismo nuestra parte en este negocio, si no quieres que se descubra quién eres tú. 25 ¡Que las hierbas donde robáis el calor al sol se conviertan en culebras! ¡Los cantares se vuelvan llanto! ¡Los árboles del huerto se sequen con vuestra vista! ¡Y que sus flores se vuelvan de negro color! 13. La consumación de los amantes. La muerte de Calisto. MELIBEA: Ten cuidado. Sube poco a poco por la escala, no vengas con tanta prisa. CALISTO: ¡Mi señora y mi gloria! MELIBEA: Señor, señor mío, espera, no quieras perderme por tan breve deleite; que las cosas mal hechas, después de cometidas no tienen arreglo. CALISTO: Señora, el único sentido de mi vida, lo único que me importa es conseguir esta merced. MELIBEA: ¡Por Dios, que aunque hable tu lengua cuanto quiera, no obren las manos lo que pueden! CALISTO: ¿Qué quieres, señora? ¿Que no se calme mi pasión? MELIBEA: Aléjate. CALISTO: ¿Por qué? (Pasa el tiempo mientras se aman carnalmente. Canta el gallo)... Ya quiere amanecer. No me parece que llevemos aquí ni una hora, y ya el reloj da las tres. MELIBEA: Soy tu sierva, tu cautiva. De dicha me deshago… CALISTO: ¡Oh, gozo sin par tener tu cuerpo en mi poder! MELIBEA: Yo soy la que gozo, yo la que gano… CALISTO: Jamás querría, señora, que amaneciese… MELIBEA: ¿Qué es eso que en la calle suena? ¡Una reyerta callejera! CALISTO: Son mis criados. Necesitan mi ayuda. 26 MELIBEA: ¡Por Dios, ten cuidado que estás en peligro!... ¡No vayas allí sin tu coraza, vuélvete a armar! CALISTO: ¡Lo que no hace espada y corazón, no lo hacen corazas y cobardía! MELIBEA: No salgas a responder a la pelea. Espera, señor, no bajes. Agárrate bien a la escala. (Tropieza con la escala y cae por el balcón. Melibea lanza un grito desgarrador) MELIBEA: ¡No! 14. El suicidio de Melibea. MELIBEA: ¡¡¡Dios!!!... Padre mío… ¿Oyes sus tristes cantares?... ¿Oyes ese clamor de campanas, ese aullido de perros, ese estrépito de armas?... Rezando llevan con responso a mi bien todo, muerta llevan mi alegría… Yo soy la causa de que la tierra goce por siempre del más noble cuerpo que el mundo ha criado… ¡Oh, Fortuna! Cortaste sus hilos, cortaste su vida y mi gloria… ¡¡¡Padre mío, muy amado!!! Ha llegado mi fin, su muerte invita a la mía… llegada es la hora de mi alivio y de tu pena, llegado es mi descanso y tu dolor… ¡Oh, mi amor y señor Calisto! He de alegrarte en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida… Os ruego, por el amor que me tuvisteis en vida, que pongáis juntas nuestras sepulturas… Dios quede contigo y con mi madre. A él ofrezco mi alma. (Y salta desde el torreón) 15. Epílogo. CELESTINA: No repito solamente lo que otros dijeron sobre el amor. Yo cuento lo que he visto. Por experiencia sé cómo acaban las compras y ventas en su feria engañosa. Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que encontró para este envenenado servicio. 27 Sempronio y Pármeno quedaron degollados en la plaza por acuchillar a la guía de su ganancia y su desilusión. A Calisto lo sorprendió el amanecer en las tapias del huerto, para robarle la vida y las mentiras de su sueño. Y Melibea ha decidido cerrar la puerta, morir de amor, dejarse caer en el abismo. Que nadie dude en contar lo lascivo de esta historia, que nadie se avergüence de los cuerpos y de las pasiones desatadas, porque al mostrar la danza del amor he pretendido una lección honesta. Publiquemos todos la tragicomedia de Calisto y Melibea, hagamos que el amador no quiera amar, salvemos de la tristeza al triste penado, despertemos las almas de los que viven dormidos. Quien me juzgue por impúdica, no habrá separado el grano limpio de las burlas y las mezquindades. He querido contar un mundo nuevo que habla entre dientes, para que se comprenda mejor la verdad, esa verdad que se llora y se grita cuando el dolor desnuda a las palabras.
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