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la fragilidad del yo, Apuntes de Psicología

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Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 04/03/2020

frida-a-l
frida-a-l 🇲🇽

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¡Descarga la fragilidad del yo y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! La fragilidad del yo Conferencia impartida por el Prof. F. J. Rubia Vila en la Real Academia Nacional de Medicina – 14.V.2002 Se suele decir que la vida humana está basada en tres grandes ilusiones: La ilusión del amor romántico, la ilusión del libre albedrío y la ilusión del yo. Seguramente somos más proclives a pensar que la primera, la ilusión del amor romántico, es la más merecedora de nuestro escepticismo; con respecto a la segunda, la ilusión del libre albedrío, muy probablemente las opiniones se dividirán y el resultado no será el mismo si lo hacemos dependiente de la definición de qué es el libre albedrío. Hoy voy a ocuparme de la tercera, la ilusión del yo, que es probablemente la experiencia que nos hace más humanos y para la que más difícil parece encontrar algún sustrato cerebral. El año pasado en este mismo lugar decía que nada en la naturaleza permanece constante y, sin embargo, tenemos la sensación subjetiva de que somos los mismos en cuerpo y mente desde la niñez a la senectud. Como decía Platón en “Cratilo”: “¿Cómo, pues, atribuir el ser a lo que no está nunca en el mismo estado?” Y en otro lugar, en “Teeteto”: “Todo lo que nosotros decimos que es, es un resultado de la traslación de la mezcla y del movimiento mutuos; de ahí que nuestra afirmación sea falsa, porque nada es jamás, sino que siempre está en devenir”. El pasaje más extenso y concreto se encuentra en “El Banquete” en donde Platón dice: “La naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal. Y solamente puede conseguirlo con la procreación, porque siempre deja un ser nuevo en el lugar del viejo. Pues ni siquiera durante este período en que se dice que vive cada uno de los vivientes y es idéntico a sí mismo, reúne siempre las mismas cualidades; así, por ejemplo, un individuo desde su niñez hasta que llegue a viejo se dice que es la misma persona, pero a pesar de que se dice que es la misma persona, ese individuo jamás reúne las mismas cosas en sí mismo, sino que constantemente se está renovando en un aspecto y destruyendo en otro, en su cabello, en su carne, en sus huesos, en su sangre y en la totalidad de su cuerpo. Y no sólo en el cuerpo, sino también en el alma, cuyos hábitos, costumbres, opiniones, deseos, placeres, penas, temores, todas y cada una de estas cosas, jamás son las mismas en cada uno de los individuos, sino que unas nacen y las otras perecen. Pero todavía mucho más extraño es el hecho de que los conocimientos no solo nacen unos y perecen otros en nosotros, de suerte que no somos idénticos a nosotros ni siquiera en conocimientos, sino que también les sucede a cada uno de ellos lo mismo”. Si nada es permanente, entonces la conclusión lógica a la que podemos llegar es que el yo es una ilusión, tal y como lo postuló la filosofía hindú hace miles de años; en palabras más modernas: una construcción del cerebro que no tiene ninguna realidad fuera de él. El filósofo inglés David Hume, en su “Tratado de la naturaleza humana”, llega a una conclusión similar. Citémoslo literalmente: “En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas las percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada”. Por tanto, para Hume el yo no es otra cosa que la suma de las percepciones y sin éstas, el yo no existiría. Hay varios argumentos que parecen confirmar que el yo es una construcción cerebral y de ellos voy a ocuparme a continuación. El primero es que el yo tiene un desarrollo ontogenético y aparece sólo tras algunos años de vida. El segundo es que parece ser una construcción cultural, es decir, que la experiencia de nuestra propia persona depende del entorno cultural en el que esta persona se desarrolla. Y el tercero es que este yo no es indivisible, sino que puede aparecer dividido en dos, en el caso de los enfermos con cerebro partido o escindido, o en múltiples yos en la enfermedad conocida como trastorno de personalidades múltiples. 1.- Desarrollo ontogenético del yo Es sabido que el psicólogo suizo Jean Piaget dedicó su vida al análisis del desarrollo de la mente infantil. Pues bien, para Piaget, el niño actúa al principio impulsado por reflejos básicos subcorticales del tipo estímulo-respuesta. A medida que va desarrollando su corteza cerebral, se desarrollan también la capacidad de la representación de los objetos para darle un mayor contenido y complejidad a la respuesta. La consciencia surgiría como parte de este crecimiento, al comienzo con el aumento de la memoria semántica y luego con la memoria episódica. Por tanto, la consciencia del yo surgiría en el niño de forma gradual. Para Piaget en la primera infancia el niño es egocéntrico, es decir, que no entiende las opiniones y pensamientos de otras personas como diferentes de los suyos, pero esta opinión fue contestada en los años 70 cuando se descubrió que lo que se llama “teoría de la mente”, es decir, la capacidad del niño de entender lo que los demás piensan o sienten, ya se desarrolla en edad comprendida entre los dos años y medio y los cuatro años. Esta sería, pues, la edad en la que el niño adquiere una imagen de sí mismo, es decir, la supuesta consciencia del yo. Como ya mencioné en otra ocasión en este mismo lugar, los chimpancés también poseen esta autoimagen y, por tanto, presumiblemente también la consciencia del yo. Si se colocan chimpancés poco antes de la adolescencia frente a un espejo, tras los chillidos corrientes como de si otro animal se tratase, comienzan a expurgarse ante el espejo, a inspeccionar partes del cuerpo mirando al espejo y quitándose partículas de comida de entre los dientes. Si se les pinta con color rojo partes de la cara, estos animales que han estado diez días ante el espejo, intentan quitarse las manchas mirándose al espejo, mientras que chimpancés que no habían tenido esta experiencia no prestaban atención a las manchas, lo que hace suponer que esta autoimagen la adquirieron durante los días que estuvieron delante del espejo. Esta autoimagen de los chimpancés parece que depende del contexto en el que se desarrolla. Así, por ejemplo, los chimpancés que se criaron con humanos se consideran a sí mismo humanos. Washoe, un célebre chimpancé entrenado a usar el Lenguaje Americano de Signos llamaba a otros chimpancés, mediante los signos, “bichos negros”. Otra chimpancé, también criada con humanos, colocó una imagen de su padre entre otras de elefantes y caballos, pero la suya la juntó con otras imágenes de humanos. Este hecho nos lleva a la segunda consideración sobre la fragilidad del yo, a saber, la dependencia cultural de esa consciencia de la propia persona. Es un misterio aún la localización de aquellas regiones corticales que presumiblemente son el sustrato de esta experiencia subjetiva del yo tan frágil que es susceptible de modificarse profundamente, como hemos visto, por las diferentes culturas. John Taylor, profesor emérito de la Universidad de Londres, presume que, en términos freudianos, el superyo estaría localizado en las regiones mediales de la corteza órbitofrontal, por su inhibición del sistema límbico, el ego lo sitúa en redes neuronales localizadas en las regiones dedicadas a la acción del lóbulo frontal y el ello en el complejo hipotálamo-sistema autonómico y sistema visceral, fuente de los instintos y que, según Freud, están bajo el control tanto del ego como del superego. En resumen podemos decir que el yo es una cualidad emergente de nuestro cerebro con la que no nacemos, sino que se desarrolla a partir de estructuras corticales y en interacción con el entorno, dependiendo por tanto de la cultura en la que la persona se desarrolla. Sin duda, nuestra civilización occidental ha acentuado enormemente esta cualidad, generando unos individuos especialmente poco sensibles a los intereses colectivos. Precisamente por ser algo individual, que nos diferencia de los demás, también nos separa de ellos. En palabras del psiquiatra E.E. Hadley: “la tragedia de la ilusión de la individualidad es que lleva al aislamiento, al temor, a la sospecha paranoica y a odios totalmente innecesarios”. Y otro autor, H.S. Sullivan, dice: “La individualidad enfatizada de cada uno de nosotros, el “yo”, es la madre de las ilusiones, la fuente siempre fecunda de ideas preconcebidas que invalidan casi todos nuestros esfuerzos para comprender a los demás”. En la época que nos ha tocado vivir, de egoísmos feroces y de violencias, no está mal recordar las palabras del místico alemán Maestro Eckhart cuando dice: “La Sagrada Escritura pide a gritos liberarse del yo”. Bibliografía Harré, R. Personal Being: A Theory for Individual Psychology Oxford, Blackwell, 1983 Hallowell, I. Contributions to Anthropology Univ. Chicago Press, 1976 Morris, B. Anthropology of the Self Pluto Press, London, Boulder, 1994 Read, K.E. Morality and the Concept of the Person among Gahuku-Gama Oceania 25: 233-282, 1955 Taylor, J. The race for Consciousness MIT Press, Cambridge, Mass., 1999 Coomaraswamy, A. K. El Vedānta y la tradición occidental Siruela, Madrid, 2001 Hacking, I. Rewriting the Soul Princeton Univ. Press, Princeton, N.J., 1995
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