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Orientación Universidad
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la interpretación de los sueños, Traducciones de Psicología Cognitiva

libro de Sigmund Freud sobre los sueños

Tipo: Traducciones

2018/2019

Subido el 02/04/2019

anagonzalezmarin
anagonzalezmarin 🇪🇸

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¡Descarga la interpretación de los sueños y más Traducciones en PDF de Psicología Cognitiva solo en Docsity! SIGMUND FREUD LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Flectere si nequeo superos, acheronta movebo 1898–9 [1900] PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN (1900) AL proponerme exponer la interpreta- ción de los sueños no creo haber trascendido los ámbitos del interés neuropatológico, pues, el examen psicológico nos presenta el sueño como primer eslabón de una serie de fenó- menos psíquicos anormales, entre cuyos ele- mentos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes, con- ciernen al médico por motivos prácticos. Des- de luego, como ya lo demostraremos, el sue- ño no puede pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor teórico como paradigma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las imágenes oníri- cas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas, los delirios, y por ejercer sobre esa estos fenómenos un posible influjo terapéutico. EL hecho de que aun antes de comple- tarse el primer decenio haya sido necesario editar por segunda vez este libro de tan difícil lectura, no se lo debo al interés de los círcu- los profesionales, a quienes me había dirigido con las presentes páginas. Mis colegas de la psiquiatría no parecen haberse esforzado por superar la extrañeza inicial que despertó mi nueva concepción del sueño; los filósofos de profesión, por su parte, acostumbrados a dar cuenta de la vida onírica cual si fuera un apéndice de los estados conscientes, conce- diéndole tan sólo unas pocas palabras –casi siempre las mismas que usan los psiquiatras– , no advirtieron a todas luces, que precisa- mente este hilo conduce a muchas cosas que han de provocar un profundo trastrueque de nuestras doctrinas psicológicas. La actitud de la bibliocrítica científica sólo prometía para esta obra mía la condena del silencio; la pri- mera edición de este libro tampoco habría sido agotada por el pequeño grupo de animo- sos prosélitos que siguen mi guía en la apli- cación médica del psicoanálisis y que inter- pretan sueños de acuerdo con mi ejemplo, para utilizar estas interpretaciones en el tra- tamiento de los neuróticos. En consecuencia, estoy en deuda con ese vasto círculo de per- sonas ilustradas y ávidas de saber cuyo apo- yo es para mí una invitación a emprender otra vez, al cabo de nueve años, esta tarea difícil y de tan múltiples aspectos fundamen- tales. Me complace poder decir que hallé po- cos motivos para introducir modificaciones. Aquí y allá inserté nuevo material, agregué algunos conocimientos surgidos de mi expe- riencia más extensa, intenté revisiones en unos pocos puntos; mas todo lo esencial so- bre el sueño y sobre su interpretación, así como las doctrinas psicológicas derivadas del mismo, no sufrieron cambio alguno; por lo menos subjetivamente, han resistido la prue- ba del tiempo. Quien conozca mis restantes trabajos (sobre la etiología y el mecanismo de las psiconeurosis) sabrá que jamás hice pasar lo fragmentario por algo acabado y que siempre me esforcé por modificar mis formu- laciones de acuerdo con el progreso de mis conocimientos; en el terreno de la vida oníri- ca, en cambio, pude atenerme a mis palabras originales. En los largos años de mi labor con los problemas de la neurosis, muchas veces llegué a vacilar y en múltiples ocasiones me encontré confundido, pero siempre recuperé mi seguridad acudiendo a La interpretación de los sueños. Por consiguiente, mis adversa- rios científicos dan muestras de instintiva prudencia al no querer seguirme justamente en el terreno de la investigación onírica. También el material de este libro –estos sueños propios, desvalorizados o superados en gran parte por sucesos ulteriores, estos sueños que me sirvieron para ilustrar las re- glas de la interpretación onírica– demostró poseer, al revisarlo, una tenacidad que se oponía a toda modificación contundente. Para mí, este libro tiene, en efecto, una segunda importancia subjetiva que sólo alcancé a comprender cuando lo hube concluido, al comprobar que era una parte de mi propio análisis, que representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un hombre. Al recono- cerlo me sentí incapaz de borrar las huellas de tal influjo. Mas para el lector será indife- rente en qué material aprende a considerar y a interpretar los sueños. ediciones de La interpretación de los sueños – siempre que resulten necesarias–. Por un lado habrán de perseguir una vinculación más estrecha con el rico material de la poesía, del mito, los usos del lenguaje y el folklore; por otro, tratarán las relaciones del sueño con la neurosis y los trastornos mentales, aún más detenidamente de lo que aquí fue posible. El señor Otto Rank me ha prestado grandes servicios en la selección de los agre- gados y ha tomado a su exclusivo cargo la corrección de las pruebas de imprenta. Tanto él como muchos otros que contribuyeron con colaboraciones y rectificaciones comprometen mi gratitud. Viena, primavera de 1911. PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN 1914 EL año pasado (1913) el doctor A. A. Brill, de Nueva York, concluyó la traducción inglesa de este libro (The interpretation of dreams, G. Allen & Co., Londres). En esta ocasión el doctor Otto Rank no sólo se encargó de las correcciones, sino que también aportó al texto dos contribuciones propias (apéndice del capítulo VI). Viena, junio de 1914. PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN 1918 EL interés por La interpretación de los sueños tampoco ha decrecido durante la gue- rra mundial, planteando la necesidad de una nueva edición aun antes de que terminara aquella. Sin embargo, en esta edición no se pudo considerar plenamente la nueva litera- tura ulterior a 1914, pues, en lo que a la ex- tranjera se refiere, ni siquiera llegó a conoci- miento mío o del doctor Rank. Una traducción húngara por los docto- res Hollós y Ferenczi está próxima a su publi- cación. En mi Introducción al psicoanálisis, editada en 1916–17 por H. Heller, de Viena, la segunda parte, que comprende once confe- rencias, está dedicad a exponer el sueño de manera más elemental y en conexión más íntima con la teoría de las neurosis. En su conjunto estas conferencias constituyen un resumen de La interpretación de los sueños, aunque en determinados puntos presenten una conexión aún más minuciosa. No pude decidirme a efectuar una re- elaboración concienzuda de este libro, que si bien lo elevaría al nivel de nuestras concep- ciones psicoanalíticas actuales, destruiría, en cambio, su peculiaridad histórica. Creo que en su existencia de casi dos decenios ha que- dado cumplida su misión. Budapest–Steinbruch, julio de 1918. PRÓLOGO A LA SEXTA EDICIÓN 1921 LAS dificultades que actualmente aque- jan a las empresas editoriales tuvieron por consecuencia que esta nueva edición se re- tardara mucho más de lo que habría corres- pondido a la demanda y que por vez primera sea publicada como reimpresión fiel de la precedente. Tan sólo el índice bibliográfico, al final del volumen, ha sido completado y am- pliado por el doctor O. Rank. Mi presunción de que este libro habría cumplido su misión en casi dos decenios de existencia, no ha sido, pues, confirmada. Po- PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN INGLESA DE «LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS (*)» 1931 EN el año 1909 G. Stanley Hall me invi- tó a la Universidad de Clark, en Worcester, para que pronunciara allí mis primeras confe- rencias sobre psicoanálisis. El mismo año el doctor Brill publicó la primera de sus traduc- ciones de obras mías, que al poco tiempo había de ser seguida por otras. Si el psicoa- nálisis desempeña hoy un papel en la vida intelectual de Estados Unidos o si está desti- nado a desempeñarlo en el futuro, gran parte del mérito deberá atribuirse a ésta y las de- más actividades del doctor Brill. Su primera traducción de La interpretación de los sueños apareció en 1913. Mucho ha ocu- rrido desde entonces en el mundo y mucho han cambiado nuestros conceptos acerca de las neurosis. Este libro, empero, con su nue- va contribución a la psicología, que tanto sor- prendió al mundo cuando fue publicado (1900), sigue subsistiendo sin modificaciones esenciales. Aún insisto en afirmar que contie- ne el más valioso de los descubrimientos que he tenido la fortuna de realizar. Una intuición como ésta el destino puede depararla sólo una vez en la vida de un hombre. FREUD. Viena, 15 de marzo de 1931. CAPÍTULO I LA LITERATURA CIENTÍFICA SOBRE LOS PROBLEMAS ONÍRICOS (*) EN las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sue- ños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar per- fectamente determinado en la actividad aní- mica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una con- clusión sobre la naturaleza de aquellas fuer- zas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conse- guido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de bus- carse por el examen de un distinto material. Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el ciones y agrupaciones de los sueños, confor- me a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación. En los dos estudios que Aristóteles con- sagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revela- ción sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la activi- dad anímica del durmiente durante el estado de reposo. Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímu- los percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las lla- mas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente altera- ción física, no advertida durante el día. Los autores antiguos anteriores a Aris- tóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habre- mos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revela- ción del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al su- jeto o causar su perdición. Gruppe (Griechische Mithologie und Re- ligonsgeschichte, pág. 390) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio de significación con respecto al porvenir, perte- necían los enupnia, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satis- facción, y los fantasmata, que amplían fan- tásticamente la representación dada; por ejemplo la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del por- venir, y en ella se incluían: 1º, el oráculo di- recto, recibido en el sueño (crhmatismos, oraculum); 2º la predicción de un suceso fu- turo (orama, visio), y el 3º, el sueño simbóli- co, con necesidad de interpretación (oneiros, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos.» De esta diversa estimación de los sue- ños surgió la necesidad de una «interpreta- ción onírica». Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelacio- nes, pero no siendo posible lograr una inme- diata comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber se un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido in- comprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consi- deró como máxima autoridad en la interpre- tación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nues- modo, si quisiera atenerme al orden cronoló- gico de los autores y exponer sintéticamente las opiniones de cada uno de ellos, tendría que renunciar a ofrecer al lector un claro cua- dro de conjunto del estado actual del conoci- miento de los sueños, y, por tanto, he prefe- rido adaptar mi exposición a los temas y no a los autores, indicando en el estudio de cada uno de los problemas oníricos el material que para la solución del mismo podemos hallar en obras anteriores. Sin embargo, y dado que no me ha sido posible dominar toda la literatura existente sobre esta materia –literatura en extremo dispersa, y que se extiende muchas veces a objetos muy distintos–, he de rogar al lector se dé por satisfecho, con la seguri- dad de que ningún hecho fundamental ni nin- gún punto de vista importante dejarán de ser consignados en mi exposición. Hasta hace poco se han visto impulsa- dos casi todos los autores a tratar conjunta- mente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio de estos últi- mos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los dominios de la Psico- patología (alucinaciones, visiones, etc.). «En cambio, en los trabajos más modernos apare- ce una tendencia a seleccionar un tema res- tringido, y no tomar como objeto sino uno solo de los muchos problemas de la vida oní- rica; transformación en la que quisiéramos ver una expresión del convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo definitivos. Una de tales investigaciones par- ciales y de naturaleza especialmente psicoló- gica es lo que aquí me propongo ofreceros. No habiendo tenido gran ocasión de ocupar- me del problema del estado de reposo – problema esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico–, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura existente sobre tal problema. El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones que siguen, interdependientes en parte: a) Relación del sueño con la vida des- pierta. El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo filósofo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil des- cripción de los problemas oníricos, ha expre- sado esta convicción en una frase, muy citada y conocida (pág.474): «…nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espiri- tuales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combi- naciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las cir- cunstancias reales.» J. H. Fichte (1–541) habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergänzungsträume) y los considera como uno de los secretos benefi- ciosos de la Naturaleza, autocurativa del espí- ritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für Psychoanalyse.) Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Rades- tock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia , se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, im- pulsado a realizar por continuos sueños alen- tadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida.» En el poema didáctico de Lucrecio titu- lado De rerum natura hallamos los siguientes versos (IV, v. 959): Et quo quisque fere studio devinctus adhaeret, aut quibus in rebus multum summus ante moratti atque in ea rationes fut contenta megis mens, in somnis eadem plerumque videmur obire; causidice causas agere et compone- re leges. induperatores pugnare ac proelia obire, etc. Y Cicerón De Divinatione, II. anticipán- dose en muchos siglos a Maury, escribe: Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogitavimus aut egimus. La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de la vida despierta parece realmente incon- ciliable. Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), se- gún el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción» (pág. 8). «La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y la indiscutible ínti- ma dependencia que simultáneamente obser- vamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos de- cir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una histo- ria vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo re- al…» A continuación expone Hildebrandt có- mo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena, para ofrecer al cautivo empera- dor Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamen- te por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas inte- resantes ilusiones. Una vez despiertos com- paramos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado ja- más una travesía, y si hubiéramos de em- prenderla no eligiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino al contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bona- recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad pro- ductiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la consciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que con- fesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar. Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida, las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy gustado por los lacértidos. En su sueño conocía incluso el nombre de dicha planta: asplenium ruta mu- ralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este géne- ro que habían acudido a los restos del hele- cho por él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pa- red,y, por último, quedó cubierta la calle en- tera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección. El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de as- plenium.Mas, con gran asombro, comprobó que existía un helecho así llamado –el asple- nium ruta muraria– nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pen- sar en la coincidencia casual , resultaba para Delboeuf un misterio el origen del conoci- miento que el nombre asplenium había poseí- do en su sueño. Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en algunas regio- nes de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo sintió surgir en su me- moria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el asplenium de su sueño, recono- ciendo, además, su propia letra, manuscrita en el nombre latino escrito al pie de la pági- na. En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Del- boeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente, se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nom- bre correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección de un botánico que le fue dictando dichos nom- bres. Otra de las felices casualidades que tan- to interés dan a este ejemplo permitió a Del- boeuf referir un nuevo fragmento de su sueño a su correspondiente origen olvidado. En 1877 cayó un día en sus manos una antigua colección de una revista ilustrada, y al hojearla tropezó con un dibujo que represen- taba aquella procesión de lagartijas que había visto en su sueño del año 1862. El número de la revista era de 1861, y Delboeuf pudo re- rostro, pero me fue imposible reconocerlo. Luego, al volver a conciliar el reposo, se repi- tió la misma imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pre- gunté si había tenido el placer de verla ante- riormente en algún lado. «Ciertamente –me respondió–; acuérdese de la playa de `Por- nic.' Inmediatamente desperté y recordé con toda claridad las circunstancias reales rela- cionadas con aquella amable imagen onírica.» El mismo autor (según Vaschide, pág. 233) nos relata lo siguiente: «Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció com- pletamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber teni- do nunca dicha colección entre sus manos.» En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the Society for psychical research) ha publicado Myers una amplia serie de tales sueños hipermnés- ticos. A mi juicio, todo aquel que haya dedi- cado alguna atención a estas materias tiene que reconocer como un fenómeno muy co- rriente este de que el sueño testimonie po- seer conocimientos y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos psicoanalíticos rea- lizados con sujetos nerviosos, trabajos de los que más adelante daré cuenta, se me presen- ta varias veces por semana ocasión de de- mostrar a los pacientes, apoyándome en sus sueños, que conocen citas, palabras obsce- nas, etc., y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las hayan olvidado. A continuación citaré un inocente caso de hipermnesia onírica, en el que fue posible hallar con gran facilidad la fuente de que procedía el conocimiento acce- sible únicamente al sueño. Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía un kontuszowka. Al relatarme su sueño me pre- guntó qué podía ser aquello, respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y que era imposible lo hubiese inventado en su sueño, pues yo lo conocía por haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algunos días más tarde, después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día. En mis propios sueños he podido com- probar lo mucho que el descubrimiento de la procedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. Así, mucho antes de pensar en escribir la presente obra, me persiguió durante varios años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitec- tura, que no podía recordar haber visto nunca y que después reconocí bruscamente en una pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre 1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más tarde, hallándome ya consa- grado intensamente al estudio de los sueños, llegó a hacérseme molesta la constante apa- rición de la imagen onírica de un singular lo- cal. En una precisa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un vago y lejanísimo recuerdo al que no me decidía a dar crédito, me decía que tal habitación constituía el ac- más tempranas, que no llegaron a adquirir sino una escasa consciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas hace ya largo tiempo, y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubrimos su primitivo origen.» Volkelt (pág. 119): «Muy notable es la predilección con que los sueños acogen los recuerdos de infancia y juventud, presentán- donos así, incansablemente, cosas en las que ya no pensamos y ha largo tiempo que han perdido para nosotros toda su importancia.» El dominio del sueño sobre el material infantil, que, como sabemos, cae en su ma- yor parte en las lagunas de la capacidad consciente de recordar, da ocasión al naci- miento de interesantes sueños hipermnési- cos, de los que quiero citar nuevamente al- gunos ejemplos: Maury relata (pág. 92) que, siendo ni- ño, fue repetidas veces desde Meaux, su ciu- dad natal, a la próxima de Trilport, en la que su padre dirigía la construcción de un puente. Muchos años después se ve en sueños jugan- do en las calles de Trilport. Un hombre, vesti- do con una especie de uniforme, se le acerca, y Maury le pregunta cómo se llama. El desco- nocido contesta que es C…, el guarda del puente. Al despertar, dudando de la realidad de su recuerdo, interroga Maury a una anti- gua criada de su casa sobre si conoció a al- guna persona del indicado nombre. «Ya lo creo –responde la criada–; así se llamaba el guarda del puente que su padre de usted construyó en Trilport.» Un ejemplo igualmente comprobado de la precisión de los recuerdos infantiles que aparecen en el sueño nos es relatado también por Maury, el que fue comunicado por un se- ñor F., cuya infancia había transcurrido en Montbrison. Veinticinco años después de haber abandonado dicha localidad, decidió este individuo visitarla y saludar en ella a antiguos amigos de su familia, a los que no había vuelto a ver. En la noche anterior a su partida soñó que había llegado al fin de su viaje y encontraba en las inmediaciones de Montbrison a un desconocido que le decía ser el señor T., antiguo amigo de su padre. Nues- tro sujeto sabía que de niño había conocido a una persona de dicho nombre, pero una vez despierto no le fue posible recordar su fiso- nomía. Algunos días después, llegado real- mente a Montbrison, halló de nuevo el lugar en que la escena de su sueño se había des- arrollado, y que le había parecido totalmente desconocido, y encontró a un individuo al que reconoció en el acto como el señor T. de su sueño. La persona real se hallaba únicamente más envejecida de lo que su imagen onírica la había mostrado. Por mi parte, puedo relatar aquí un sueño propio, en el que la impresión que de recordar se trataba quedó sustituida por una relación. En este sueño vi una persona de la que durante el mismo sueño sabia que era el médico de mi lugar natal. Su rostro no se me aparecía claramente, sino mezclado con el de uno de mis profesores de segunda enseñan- za, al que en la actualidad encuentro aún de cuando en cuando. Al despertar me fue impo- sible hallar la relación que podía enlazar a ambas personas. Habiendo preguntado a mi madre por aquel médico de mis años infanti- les, averigüe que era tuerto, y tuerto también el profesor cuya persona se había superpues- to en mi sueño a la del médico. Treinta y ocho años hacía que no había vuelto a ver a energía han expresado el asombro que este hecho les causaba. Hildebrandt (pág. 11): «Lo más singular es que el sueño no toma sus elementos de los grandes e importantes sucesos, ni de los intereses más poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios o, por decirlo así, de los residuos sin valor del pretérito inmediato o lejano. La muerte de una persona querida, que nos ha sumido en el más profundo desconsuelo, y bajo cuya triste impresión conciliamos el reposo, se extingue en nuestra memoria durante tal es- tado, hasta el momento mismo de despertar vuelve a ella con dolorosa intensidad. En cambio, la verruga que ostentaba en la frente un desconocido con quien tropezamos, y en el que no hemos pensado ni un solo instante, desempeña un papel en nuestro sueño…» Strümpell (pág. 39): «…casos en los que la disección de un sueño halla elementos del mismo que proceden, efectivamente, de los sucesos vividos durante el último o el pe- núltimo día, pero que poseían tan escasa im- portancia para el pensamiento despierto, que cayeron en seguida en el olvido. Estos suce- sos suelen ser manifestaciones casualmente oídas o actos superficialmente observados de otras personas, percepciones rápidamente olvidadas de cosas o personas, pequeños tro- zos aislados de una lectura, etc.» Havelock Ellis (1889, pág. 727). «The profound emotions of waking life, the ques- tions and problems on which we spread our chief voluntary mental energy, are not those which usually present themselves at once to dreamconsciousness. It is so far as the im- mediate past is concerned, mostly the trifling, the incidental, the forgotten impressions of daily life wich reappear in our dreams. The psychic activities that are awake most in- tensely are those that sleep most pro- foundly.» Binz (pág. 45) toma estas peculiarida- des de la memoria en el sueño como ocasión de mostrar su insatisfacción ante las explica- ciones del sueño, a las que él mismo se ad- hiere: «El sueño natural nos plantea análogos problemas. ¿Por qué no sonamos siempre con las impresiones mnémicas del día inmediata- mente anterior, sino que sin ningún motivo visible nos sumimos en un lejanísimo pretéri- to, ya casi extinguido? ¿Por qué recibe tan frecuentemente la consciencia en el sueño la impresión de imágenes mnémicas indiferen- tes, mientras que las células cerebrales, allí donde las mismas llevan en sí las más excita- bles inscripciones de lo vivido, yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco tiempo antes las haya excitado en la vida despierta de un agudo estímulo?» Comprendemos sin esfuerzo cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la depen- dencia del sueño de la vida diurna, y des- pués, a dificultar, por lo menos en cada caso, la demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible que en la estadística de sus sueños (y de los de su co- laborador), formada por miss Whiton Calkins, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está seguramente en los cierto cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las imágenes oníricas. Claro sobre el hecho de que el sueño no nos mues- tra nunca la repetición de un suceso vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino fragmentos de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos uti- lizarlo como base de una construcción teóri- ca. Sin embargo, también aquí hallamos ex- cepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como pudiera hacerlo nuestra memoria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de sus colegas de Universidad pasó en un sueño por la exacta repetición de un accidente, del que milagro- samente había salido ileso. Calkins cita dos sueños, cuyo contenido fue exacta reproduc- ción de un suceso del día anterior, y por mi parte, también hallaré oportunidad más ade- lante de exponer un ejemplo de retorno oníri- co no modificado de un suceso de la infancia. Estímulos y fuentes de los sueños. Aquello que estos conceptos significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que «los sueños vienen del estó- mago». En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturba- ción del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación. La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la investigación biológica. En efec- to, los antiguos que consideraban el sueño como un mensaje divino no necesitaban bus- car para el estímulo ninguno, pues veían su origen en la voluntad de los poderes divinos o demoníacos, y atribuían su contenido a la intención o el conocimiento de los mismos. En cambio, para la Ciencia se planteó en seguida la interrogación de si el estímulo provocador de los sueños era siempre el mismo o podía variar, y paralelamente la de si la explicación causal del fenómeno onírico corresponde a la Psicología o a la Fisiología. La mayor parte de los autores parece aceptar que las causas de perturbación del reposo, esto es las fuentes de los sueños, pueden ser de muy distinta naturaleza, y que tanto las excitaciones físi- cas como los sentimientos anímicos son sus- ceptibles de constituirse en estímulos oníri- cos. En la referencia dada a una y otras de estas fuente y en la clasificación de las mis- mas por orden de su importancia como gene- ratrices de sueño es en lo que ya difieren más las opiniones. La totalidad de las fuentes oníricas pue- de dividirse en cuatro especies; división que ha servido también de base para clasificar los sueños: 1. Estímulo sensorial externo (objetivo). 2. Estímulo sensorial interno (subjeti- vo). 3. Estímulo somático interno (orgánico). 4. Fuentes de estímulo puramente psí- quicas. 1. LOS ESTÍMULOS SENSORIALES EXTERNOS. 2. Strümpell el Joven, hijo del filósofo del mismo nombre y autor de una obra sobre los sueños, que nos ha servido muchas veces de Tomándola de Jessen (pág. 527), re- produciré aquí una colección de estos sueños imputables a estímulos sensoriales objetivos más o menos accidentales. Todo ruido vaga- mente advertido provoca imágenes oníricas correspondientes; el trueno nos sitúa en me- dio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse en un grito de angustia y el chi- rriar de una puerta hacernos soñar que han entrado ladrones en nuestra casa. Cuando nos destapamos soñamos quizá que andamos desnudos o hemos caído al agua. Cuando nos atravesamos en la cama y sobresalen nues- tros pies de los bordes de la misma, soñamos a lo mejor que nos hallamos al borde de un temeroso precipicio o que caemos rodando desde una altura. Si en el transcurso de la noche llegamos a colocar casualmente nues- tra cabeza debajo de la almohada, soñaremos que sobre nosotros pende una enorme roca, amenazando con aplastarnos. La acumulación del semen engendra sueños voluptuosos; y los dolores locales, la idea de sufrir malos tratamientos, ser objeto de ataques hostiles o de recibir heridas… «Meier (Versuch einer Erklärung des Nachtwandels, Halle, 1858, pág. 33) soñó una vez ser atacado por varias personas que le tendían de espaldas, le introducían por el pie, por entre el dedo gordo y el siguiente, un palo, y clavaban luego éste en el suelo. Al despertar sintió, en efecto, que tenía una paja clavada entre dichos dedos. Este mismo sujeto soñó, según Hennings, 1784 (pág. 258), que le ahorcaban una noche en que la camisa de dormir le oprimía un poco el cuello. Hoffbauer soñó en su juventud que caía des- de lo alto de un elevado muro, y al despertar observó que, por haberse roto la cama, había caído él realmente con el colchón al suelo… Gregory relata que una vez que al acostarse colocó a los pies una botella con agua calien- te soñó que subía al Etna y se le hacía casi insoportable el calor que el suelo despedía. Otro individuo que se acostó teniendo una cataplasma aplicada a la cabeza soñó ser ata- cado por los indios y despojado del cuero cabelludo. Otro que se acostó teniendo pues- ta una camisa húmeda creyó ser arrastrado por la impetuosa corriente de un río. Un suje- to en el que durante la noche se inició un ataque de podagra soñó que la Inquisición le sometía al tormento del potro (Macnish).» La hipótesis explicativa basada en la analogía entre el estímulo y el contenido del sujeto queda reforzada por la posibilidad de engendrar en el durmiente, sometiéndole a determinados estímulos sensoriales, sueños correspondientes a los mismos. Macnish y después Girón de Buzareingues han llevado a cabo experimentos de este género. Girón «dejó una vez destapadas sus rodillas y soñó que viajaba por la noche en una diligencia». Al relatar este sueño añade la observación de que todos aquellos que tienen la costumbre de viajar saben muy bien el frío que se siente en las rodillas cuando se va de noche en un carruaje. Otra vez se acostó dejando al des- cubierto la parte posterior de su cabeza y soñó que asistía a una ceremonia religiosa al aire libre. En el país en que vivía era, en efec- to, costumbre conservar siempre el sombrero puesto, salvo en ocasiones como la de su sueño. Maury comunica nuevas observaciones de sueños propios experimentalmente provo- y hallar en él su apropiada e indispensable culminación lógica y su fin natural.» Con un distinto propósito citaré tres de estos sueños provocados por un estímulo que pone fin al reposo. Volkelt (pág. 68): «Un compositor soñó que se hallaba dando clase y que al acabar una explicación se dirigía a un alumno pre- guntándole: `¿Me has comprendido?' El alumno responde a voz en grito: `¡Oh, sí! ¡Orja!' Incomodado por aquella manera de gritar, le manda que baje la voz. Pero la clase entera grita ya a coro: `¡Orja!' Después: `¡Eurjo!' Y, por último,`¡Feuerjo! (¡Fuego!)' En este momento despierta por fin el sujeto, oyendo realmente en la calle el grito de `¡Fuego!'» Garnier (Traité des facultés de l'âme, 1865) relata que cuando se intentó asesinar a Napoleón, haciendo estallar una máquina infernal al paso de su carruaje, iba el empe- rador durmiendo y la explosión interrumpió un sueño en el que revivía el paso del Ta- gliamento y oía el fragor del cañoneo austriaco. Al despertar sobresaltado, lo hizo con la exclamación: «¡Estamos exterminados!» Uno de los sueños de Maury ha llegado a hacerse célebre (pág. 161 ). Hallándose enfermo en cama soñó con la época del terror durante la Revolución francesa, asistió a es- cenas terribles y se vio conducido ante el tri- bunal revolucionario, del que formaban parte Robespierre, Marat, Fourquier–Tinville y de- más tristes héroes de aquel sangriento perío- do. Después de un largo interrogatorio y de una serie de incidentes que no se fijaron en su memoria, fue condenado a muerte y con- ducido al cadalso en medio de una inmensa multitud. Sube al tablado, el verdugo le ata a la plancha de la guillotina, báscula ésta, cae la cuchilla y Maury siente cómo su cabeza queda separada del tronco. En este momento despierta presa de horrible angustia y en- cuentra que una de las varillas de las cortinas de la cama ha caído sobre su garganta análo- gamente a la cuchilla ejecutora. Este sueño provocó una interesante dis- cusión que en la Revue Philosophique sostu- vieron Le Lorrain y Egger sobre cómo y en qué forma era posible al durmiente acumular en el corto espacio de tiempo transcurrido entre la percepción del estímulo despertador y el despertar una cantidad aparentemente tan considerable de contenido onírico. En los ejemplos de este género se nos muestran los estímulos sensoriales objetivos advertidos durante el reposo como la más comprensible y evidente de las fuentes oníri- cas, circunstancia a la que se debe que sea ésta la única que ha pasado al conocimiento vulgar. En efecto, si a un hombre culto, pero desconocedor de la literatura científica sobre estas materias, le preguntamos cómo nacen los sueños, nos contestará seguramente ci- tando alguno de aquellos casos en los que el sueño queda explicado por un estímulo sen- sorial objetivo comprobado al despertar. Pero la observación científica no puede detenerse aquí y halla motivo de nuevas interrogaciones en el hecho de que el estímulo que durante el reposo actúa sobre los sentidos no aparece en el sueño en su forma real, sino que es sustituido por una representación cualquiera distinta relacionada con él en alguna forma. Pero esta relación que une el estímulo y el resultado onírico es, según palabra de Maury, «une affinité quelconque, mais qui n'est pas unique et exclusive (pág. 72). Después de leer los tres sueños interruptores del reposo hace; pero su respuesta no me quita de se- guirla con una mirada inquieta. En efecto, al llegar a la puerta del comedor tropieza, y la frágil vajilla cae, rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo y produciendo un gran estrépi- to, que se sostiene hasta hacerme advertir que se trata de un ruido persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse y parecido más bien al de un timbre. Al desper- tar compruebo que es el repique del desper- tador.» El problema que plantea este error en que con respecto a la verdadera naturaleza del estímulo sensorial objetivo incurre el alma en el sueño ha sido resuelto por Strümpell –y casi idénticamente por Wundt– en el sentido de que el alma se encuentra con respecto a tales estímulos, surgidos durante el estado de reposo, en condiciones idénticas a las que presiden la formación de ilusiones. Para que una impresión sensorial quede reconocida o exactamente interpretada por nosotros, esto es, incluida en el grupo de recuerdos al que, según toda nuestra experiencia anterior, per- tenece, es necesario que sea suficientemente fuerte, precisa y duradera y que, por nuestra parte, dispongamos de tiempo para realizar la necesaria reflexión. No cumpliéndose estas condiciones, nos resulta imposible llegar al conocimiento del objeto del que la impresión procede, y lo que sobre esta última construi- mos no pasa de ser una ilusión. «Cuando al- guien va de paseo por el campo y distingue imprecisamente un objeto lejano, puede su- ceder que al principio lo suponga un caballo.» Visto luego el objeto desde más cerca, le pa- recerá ser una vaca echada sobre la tierra, y, por último, esta representación se convertirá en otra distinta y ya definitiva, consistente en la de un grupo de hombres sentados. De igual naturaleza indeterminada son las impre- siones que el alma recibe durante el estado de reposo por la actuación de estímulos ex- ternos, y fundada en ellas, construirá ilusio- nes, valiéndose de la circunstancia de que cada impresión hace surgir en mayor o menor cantidad imágenes mnémicas, las cuales dan a la misma su valor psíquico. De cuál de los muchos círculos mnémicos posibles son ex- traídas las imágenes correspondientes y cuá- les de las posibles relaciones asociativas en- tran aquí en juego, son cuestiones que per- manece aun después de Strümpell, indeter- minables y como abandonadas al arbitrio de la vida anímica. Nos hallamos aquí ante un dilema. Po- demos admitir que no es factible perseguir más allá la normatividad de la formación oní- rica y renunciar por tanto a preguntar si la interpretación de la ilusión provocada por la impresión sensorial no se encuentra sometida a otras condiciones. Pero también podemos establecer la hipótesis de que la excitación sensorial objetiva surgida durante el reposo no desempeña, como fuente onírica, más que un modestísimo papel y que la selección de las imágenes mnémicas que se trata de des- pertar queda determinada por otros factores. En realidad, si examinamos los sueños expe- rimentalmente generados de Maury, sueños que con esta intención he comunicado tan al detalle, nos inclinamos a concluir que el ex- perimento realizado no nos descubre propia- mente sino el origen de uno solo de los ele- mentos oníricos, mientras que el contenido restante del sueño se nos muestra más bien demasiado independiente y demasiado de- terminado en sus detalles para poder ser es- clarecido por la única explicación de su obli- análogos e idénticos –pájaros, mariposas, peces, cuentas de colores, flores, etc.–; en estos casos, el polvillo luminoso del campo visual oscuro toma una forma fantástica, y los puntos luminosos de que se compone quedan encarnados por el sueño en otras tantas imágenes independientes que a causa de la movilidad del caos luminoso son consi- derados como dotadas de movimiento. Aquí radica quizá también la gran preferencia del sueño por las más diversas figuras zoológi- cas, cuya riqueza de formas se adapta fácil- mente a la especial de las imágenes lumino- sas y subjetivas.» Las excitaciones sensoriales subjetivas poseen, desde luego, en calidad de fuentes de las imágenes oníricas, la ventaja de no depender, como las objetivas, de causalida- des exteriores. Se hallan, por decirla así, a la disposición del esclarecimiento del sueño siempre que para ello las necesitamos. Pero, en cambio, presentan, con respecto a las ex- citaciones sensoriales objetivas, el inconve- niente que su actuación como estímulos oníri- cos nos resulta susceptible –o sólo con gran- des dificultades de aquella comprobación que la observación y el experimento nos propor- cionan en las primeras. El poder provocador de sueños de las excitaciones sensoriales subjetivas es demos- trado principalmente por las llamadas aluci- naciones hipnagógicas, que han sido descritas por J. Müller como «fenómenos visuales fan- tásticos», y consisten en imágenes, con fre- cuencia muy animadas y cambiantes, que muchos individuos suelen percibir en el pe- ríodo de duermevela anterior al dormir y pue- den perdurar durante un corto espacio de tiempo después que el sujeto ha abierto los ojos. Maury, en quien eran frecuentísimas tales alucinaciones, las estudió cuidadosa- mente, y afirma su conexión y hasta su iden- tidad con las imágenes oníricas, teoría que sostiene también J. Müller. Para su génesis dice Maury es necesaria cierta pasividad anímica, relajamiento de la atención (págs. 59 y sigs.). Pero basta que caigamos por un segundo en un tal letargo para percibir, cualquiera que sea nuestra dis- posición de momento, una alucinación hipna- gógica, después de la cual podemos desper- tar, volver a aletargarnos, percibir nuevas alucinaciones hignagógicas, y así sucesiva- mente, hasta que acabamos por conciliar, ya profundamente, el reposo. Si en estas cir- cunstancias despertamos de nuevo al cabo de un intervalo no muy largo podremos compro- bar, según Maury, que en nuestros sueños durante dicho intervalo han tomado parte aquellas mismas imágenes percibidas antes como alucinaciones hipnagógicas. Así sucedió una vez a Maury con una serie de figuras gro- tescas, de rostro desencajado y extraños pei- nados, que, después de importunarle antes de conciliar el reposo, se incluyeron en uno de sus sueños. Otra vez en que, hallándose sometido a una rigurosa dieta, experimenta- ba una sensación de hambre, vio hipnagógi- camente un plato y una mano, armada de tenedor, que tomaba comida con él. Luego, dormido, soñó hallarse ante una mesa rica- mente servida y oyó el ruido que los invitados producían con los tenedores. En otra ocasión, padeciendo de una dolorosa irritación de la vista, tuvo antes de dormirse una alucinación hipnagógica, consistente en la visión de una serie de signos microscópicos que le era pre- ciso ir descifrando uno tras otro con gran es- fuerzo. Una hora después, al despertar, re- El carácter cambiante y capaz de infini- tas variaciones de la excitación de la luz pro- pia corresponde exactamente a la inquieta huida de imágenes que nuestros sueños nos presentan. Si admitimos la exactitud de estas observaciones de Ladd, no podemos por me- nos de considerar muy elevado el rendimien- to onírico de esta fuente de estímulo subjeti- va, pues las imágenes visuales constituyen el principal elemento de nuestros sueños. La aportación de los restantes dominios senso- riales, incluso el auditivo, es menor y más inconstante. 3. ESTÍMULO SOMÁTICO INTERNO (ORGÁNICO).– 4. Habiendo emprendido la labor de bus- car las fuentes oníricas dentro del organismo y no fuera de él, habremos de recordar que casi todos nuestros órganos internos, que en estado de salud apenas nos dan noticia de su existencia, llegan a constituir para nosotros, durante los estados de excitación o las en- fermedades, una fuente de sensaciones, dolo- rosas en su mayoría, equivalentes a los estí- mulos de las excitaciones dolorosas y sensiti- vas procedentes del exterior. Son muy anti- guos conocimientos los que, por ejemplo, inspiran a Strümpell las manifestaciones si- guientes (pág. 107): «El alma llega en el estado de reposo a una consciencia sensitiva mucho más amplia y profunda de su encarnación que en la vida despierta, y se ve obligada a recibir y a dejar actuar sobre ella determinadas impresiones excitantes, procedentes de partes y altera- ciones de su cuerpo de las que nada sabía en la vida despierta.» Ya Aristóteles creía en la posibilidad de hallar en los sueños la indicación del.comienzo de una enfermedad de la que en el estado de vigilia no experimentábamos aún el menor indicio (merced a la ampliación que el sueño deja experimentar a las impre- siones), y autores médicos de cuyas opinio- nes se hallaba muy lejos el conceder a los sueños un valor profético, han aceptado esta significación de los mismos como anunciado- res de la enfermedad (cf. M. Simon, pág. 31, y otros muchos autores más antiguos). Tampoco en la época moderna faltan ejemplos comprobados de una tal función diagnóstica del sueño. Así, refiere Tissié, to- mándolo de Artigues (Essai sur la valeur se- méiologique des rêves), el caso de una mujer de cuarenta y tres años que durante un largo período de tiempo, en el que aparentemente gozaba de buena salud, sufría de horribles pesadillas, y sometida a examen médico, re- veló padecer una enfermedad del corazón, a la que poco después sucumbió. En un gran número de sujetos actúan como estímulos oníricos determinadas perturbaciones impor- tantes de los órganos internos. La frecuencia de los sueños de angustia en los enfermos de corazón y pulmón ha sido generalmente ob- servada, y son tantos los autores que recono- cen la existencia de esta relación, que creo poder limitarme a citar aquí los nombres de algunos de ellos (Radestock, Spitta, Maury, M. Simon, Tissié). Este último llega incluso a opinar que los órganos enfermos imprimen al contenido del sueño un sello característico. Los sueños de los cardíacos son, por lo gene- ral, muy cortos, terminan en un aterrorizado despertar y su nódulo central se halla casi siempre constituido por la muerte del sujeto en terribles circunstancias. Los enfermos de pulmón sueñan que se asfixian, huyen angus- tiados de un peligro o se encuentran en me- de imágenes oníricas. Admitido esto, sólo nos quedarían por investigar las reglas conforme a las cuales se transforman los estímulos or- gánicos en representaciones oníricas. Esta teoría de la génesis de los sueños ha sido siempre la preferida por los autores médicos. La oscuridad en la que para nuestro conocimiento se encuentra envuelto en nódu- lo de nuestro ser, el moi splanchnique, como lo denomina Tissié, y aquella en que queda sumida la génesis de los sueños, se corres- ponden demasiado bien para que se haya dejado de relacionarlas. La hipótesis que hace de la sensación orgánica vegetativa la instan- cia formadora de los sueños presenta, ade- más, para los médicos, el atractivo de permi- tirles unir etiológicamente los sueños y las perturbaciones mentales, fenómenos entre los que pueden señalarse múltiples coinciden- cias, pues también se atribuye a alteraciones de dicha sensación y a estímulos emanados de los órganos internos una amplia importan- cia en la génesis de la psicosis. No es, pues, de extrañar que la paternidad de la teoría de los estímulos somáticos pueda adjudicarse con igual justicia a varios autores. Para muchos investigadores han servido de normas las ideas desarrolladas en 1851 por el filósofo Schopenhauer. Nuestra imagen del mundo nace de un proceso en el que nuestro intelecto vierte el metal de las impre- siones que del exterior recibe en los moldes del tiempo, el espacio y la causalidad. Los estímulos procedentes del interior del orga- nismo, del sistema nervioso simpático, exte- riorizan a lo más, durante el día, una influen- cia inconsciente sobre nuestro estado de ánimo. En cambio por la noche, cuando cesa el ensordecedor efecto de las impresiones diurnas, pueden ya conseguir atención aque- llas impresiones que llegan del interior análo- gamente a como de noche oímos el fluir de una fuente, imperceptible entre los ruidos del día. A estos estímulos reaccionará el intelecto realizando su peculiar función; esto es, trans- formándolos en figuras situadas dentro del tiempo y el espacio y obedientes a las nor- mas de la causalidad. Tal sería, pues, la gé- nesis del fenómeno onírico. Scherner y luego Volkelt han intentado después penetrar en la más íntima relación de los estímulos somáti- cos y las imágenes oníricas, relación cuyo estudio dejaremos para el capítulo que hemos de dedicar a las teorías de los sueños. Des- pués de una consecuente investigación ha derivado el psiquiatra Krauss la génesis de los sueños, así como la de los delirios e ideas delirantes, de un mismo elemento: de la sen- sación orgánicamente condicionada. Según este autor apenas podemos pensar en una parte del organismo que no sea susceptible de constituir el punto de partida de una ima- gen onírica o delirante. La sensación orgáni- camente condicionada «puede dividirse en dos series: 1ª, las de los estados de ánimo (sensaciones generales); 2ª, la de las sensa- ciones específicas inmanentes a los sistemas capitales del organismo vegetativo, sensacio- nes de las que hemos distinguido cinco gru- pos: a), las sensaciones musculares; b), las respiratorias; c), las gástricas; d), las sexua- les; e), las periféricas» (pág. 33 del segundo artículo). El proceso de la génesis de las imáge- nes oníricas sobre la base de los.estímulos somáticos es explicado por Krauss en la for- ma siguiente: la sensación provocada des- pierta, conforme a una ley asociativa cual- quiera, una representación afín a ella, con la que se enlaza para constituir un producto consciencia de la sensación de presión epi- dérmica, separamos un brazo del cuerpo o estiramos una pierna, movimiento con el que se hace de nuevo consciente dicha sensación, siendo este paso de la misma a la consciencia lo que toma cuerpo psíquicamente como sue- ño de caída Strümpell, pág. 118). La debili- dad de estos plausibles intentos de explica- ción reside claramente en que, sin mayor fundamento, arrebatan a la percepción psí- quica o acumulan a ella grupos enteros de sensaciones orgánicas, hasta lograr constituir la constelación favorable al esclarecimiento buscado. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre los sueños típicos y su génesis. M. Simon ha intentado derivar de la comparación de una serie de sueños análogos algunas reglas relativas al influjo de las exci- taciones orgánicas sobre la determinación de sus consecuencias oníricas. Así, dice (pág. 34): «Cuando cualquier aparato orgánico, que normalmente torna parte en la expresión de un afecto, se encuentra durante el reposo y por una distinta causa cualquiera en aquel estado de excitación en el que es de costum- bre colocado por dicho afecto,.el sueño que en estas condiciones nace obtendrá represen- taciones adaptadas al efecto de referencia.» Otra de estas reglas dice así (pág. 35): «Cuando un aparato orgánico se halla duran- te el reposo en estado de actividad, excita- ción o perturbación, el sueño contendrá re- presentaciones relacionadas con el ejercicio de la función orgánica encomendada a dicho aparato.» Mourly Vold (1896) emprendió la labor de demostrar experimentalmente, con rela- ción a un solo punto concreto, la influencia de que la teoría de los estímulos somáticos atri- buye a éstos sobre la producción de los sue- ños. Con este propósito realizó experimentos en las que, variando la posiciones de los miembros del durmiente, comparaba luego entre sí los sueños consecutivos. Como resul- tado de esta labor nos comunica las siguien- tes conclusiones: 1. La posición de un miembro en el sueño corresponde aproximadamente a la que el mismo presenta en la realidad. Soña- mos, pues, con un estado estático del miem- bro que corresponde al real. 2. Cuando soñamos con que el movi- miento de un miembro es siempre igual di- cho movimiento, es que una de las posiciones por las que el miembro pasa al ejecutarlo corresponde a aquella en que realmente se halla. 3. En nuestros sueños podemos transfe- rir a una tercera persona la posición de uno de nuestros miembros. 4. Podemos asimismo soñar que una circunstancia cualquiera nos impide realizar el movimiento de que se trata. 5. Uno de nuestros miembros puede tomar en el sueño la forma de un animal o un monstruo. En este caso existirá siempre una analogía entre la forma y la posición verdade- ras y las oníricas correspondientes. 6. La posición de uno de nuestros miembros puede sugerir en el sueño pensa- mientos que poseen con el mismo una rela- ción cualquiera. Así, cuando se trata de los dedos, soñamos con números o cálculos. De esos resultados deduciría yo que tampoco la teoría de los estímulos somáticos consigue suprimir por completo la contingen- Siendo éstas todas las fuentes oníricas conocidas, advertimos en todas las explica- ciones de los sueños contenidas en la litera- tura científica exceptuando quizá la de Scher- ner, que más adelante citaremos se observa una extensa laguna en lo referente a la deri- vación del material de imágenes de represen- tación más característico para el sueño. En esta perplejidad muestran casi todos los au- tores una tendencia a reducir cuanto les es posible la participación psíquica en la génesis de los sueños. Como clasificación principal distinguen ciertamente, entre sueños de es- tímulo nervioso y sueños de asociación, fijan- do la reproducción como fuente exclusiva de estos últimos (Wundt, pág. 365), pero no logran libertarse de la duda «de si pueden o no surgir sin un estímulo físico impulsor» (Volkelt, pág.127). Tampoco resulta posible establecer una característica fija del sueño de asociación: «En los sueños de asociación pro- piamente dichos no puede ya hablarse de un tal nódulo firme, pues su centro se halla tam- bién constituido por una agrupación inconexa. La vida de representación, libertada ya, fuera de esto, de toda razón e inteligencia, no es contenida aquí tampoco por aquellas excita- ciones somáticas y psíquicas llenas de peso, y queda de este modo abandonada a su propia arbitraria actividad y a su caprichosa confu- sión» (Volkelt, página 118). Wundt intenta después minorar la participación psíquica de la génesis de los sueños al manifestar «que los fantasmas oníricos son considerados, qui- zá erróneamente, como puras alucinaciones. Probablemente, la mayoría de las representa- ciones oníricas son, en realidad, ilusiones emanadas de las leves impresiones sensoria- les que no se extinguen nunca durante el reposo» (págs. 359 y siguientes). Weygandt hace suya esta opinión y la generaliza, afir- mando, con respecto a todas las representa- ciones oníricas, que la causa inmediata de las mismas se halla constituida «por estímulos sensoriales a los que sólo después se enlazan asociaciones reproductoras» (pág. 17). Tissié va aún más allá en la reducción de las fuen- tes psíquicas de estímulos (pág. 183): Les réves d'origine absolument psychique n'exis- tent pas. Y en otro lugar (pág. 6): Les pen- sées de nos rêves nous viennent du dehors. Aquellos autores que, como Wundt, adoptan una posición intermedia no olvidan advertir que en la mayoría de los sueños ac- túan conjuntamente estímulos somáticos y estímulos psíquicos desconocidos o conocidos como intereses diurnos. Más adelante veremos cómo el enigma de la formación de los sueños puede ser re- suelto por el descubrimiento de una insospe- chada fuente psíquica de estímulos. Mas por lo pronto no hemos de extrañar el exagerado valor que para la formación de los sueños se concede a los estímulos no procedentes de la vida.anímica, pues, aparte de que son los más fáciles de descubrir y pueden ser expe- rimentalmente comprobados, la concepción somática de la interpretación de los sueños corresponde en un todo a la orientación inte- lectual dominante hoy en la psiquiatría. En esta ciencia constituye regla general acentuar intensamente el dominio del cerebro sobre el organismo, pero todo lo que pudiera suponer una independencia de la vida anímica de las alteraciones orgánicas comprobables o una espontaneidad en sus manifestaciones asusta hoy al psiquiatra, como si su reconocimiento hubiera de traer consigo nuevamente los tiempos del naturalismo y de la esencia me- tafísica del alma. La desconfianza del psiquia- tra ha colocado al alma como bajo tutela y
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