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Orientación Universidad
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la interpretacion de los sueños, Apuntes de Psicología

Asignatura: psicologia, Profesor: metaaprendizaje metaaprendizaje, Carrera: Antropología Social y Cultural, Universidad: UDIMA

Tipo: Apuntes

2015/2016

Subido el 18/10/2016

wyatt_sguay
wyatt_sguay 🇪🇸

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¡Descarga la interpretacion de los sueños y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity! El trabajo del sueño (continuación). El miramiento por la figurabilidad. Hasta aquí estuvimos indagando el modo en que el sueño figura las relaciones {lógicas} entre los pensamientos oníricos. Pero al hacerlo debimos incursionar, una y otra vez, en un tema más vasto: la alteración que el material onírico en general experimenta a los fines de la formación del sueño. Ahora sabemos que el material onírico, despojado de buena parte de sus relaciones, sufre una compresión, mientras que al mismo tiempo desplazamientos de intensidad sobrevenidos entre sus elementos fuerzan en él una subversión de los valores psíquicos. Los desplazamientos antes estudiados resultaron ser sustituciones de una determinada representación por otra que, de algún modo, le era vecina en la asociación; se volvían aprovechables para la condensación puesto que así, en lugar de dos elementos, conseguía ser recogido en el sueño uno solo, algo común intermedio entre ambos. Aún no hemos hablado de que haya otro tipo de desplazamiento. Sabemos de su existencia por el análisis: se anuncia por una permutación de la expresión lingüística de los pensamientos respectivos. En ambos casos se trata de un desplazamiento a lo largo de una cadena asociativa; el proceso es el mismo, pero se cumple en esferas psíquicas diversas y el resultado de tal desplazamiento es, en el primer caso, la sustitución de un elemento por otro, mientras que en el segundo un elemento permuta las palabras que lo expresan por las que expresan a otro. Este segundo tipo de desplazamiento que se presenta en la formación del sueño posee gran interés teórico; más aún: contribuye notablemente a esclarecer esa apariencia de absurdo fantástico con que el sueño se disfraza. El desplazamiento se consuma, por regla general, siguiendo esta dirección: una expresión incolora y abstracta del pensamiento onírico es trocada por otra, figural y concreta. La ventaja -y con ella el propósito- de esa sustitución es patente. Para el sueño, lo figural es susceptible de figuración, puede insertarse en una situación; en cambio, la expresión abstracta ofrecería a la figuración onírica dificultades parecidas a las que opondría, por ejemplo, el artículo político de fondo de un periódico a su ilustración. Pero no sólo la figurabilidad, también los intereses de la condensación y de la censura pueden ganar con ese trueque. Si el pensamiento onírico, inutilizable en su expresión abstracta, es remodelado en un lenguaje figural, entre esta nueva expresión y el resto del material onírico pueden establecerse con mayor facilidad que antes los contactos e identidades que el trabajo del sueño requiere y que él se crea toda vez que no los encuentra ya dados; en efecto, en cualquier lenguaje, en virtud de su evolución, los términos concretos son más ricos en anudamientos que los conceptuales. Cabe imaginar entonces que en la formación del sueño buena parte del trabajo intermedio, que procura reducir los pensamientos oníricos aislados a la expresión más unitaria y escueta posible, se produce de esta manera, a saber, mediante la apropiada remodelación lingüística de cada uno de ellos. Un pensamiento, cuya expresión acaso está fijada por otras razones, influirá sobre las posibilidades de expresión de otro distribuyéndolas o seleccionándolas, y ello quizá de antemano, como sucede en el trabajo del poeta. Si una poesía ha de crearse respetando la rima, la segunda serie de versos está atada a dos condiciones: debe expresar el sentido que le corresponde y hallar la consonancia con los versos de la primera serie. Las mejores poesías son sin duda aquellas en que no se nota el propósito de hallar la rima, sino que los dos pensamientos han seleccionado de antemano, por inducción recíproca, su expresión lingüística, tras lo cual una ligera reelaboración permite hacer surgir la consonancia. En algunos casos, la permutación de la expresión facilita la condensación onírica por una vía aún más corta: cuando permite hallar una construcción léxica que por su multivocidad pueda servir de expresión a varios pensamientos oníricos. Todo el ámbito del chiste verbal queda entonces al servicio del trabajo del sueño. No cabe asombrarse ante el papel que toca a la palabra en la formación del sueño. La palabra, como punto nodal de múltiples representaciones, está por así decir predestinada a la multivocidad, y las neurosis (representaciones obsesivas, fobias) aprovechan tan desprejuiciadamente como el sueño las ventajas que la palabra ofrece así a la condensación y al disfraz. (ver nota)(1) Es fácil mostrar que la desfiguración onírica saca también provecho del desplazamiento de la expresión. Ya induce a engaño el que una palabra multívoca reemplace a dos unívocas; y la sustitución de los giros expresivos usuales y sobrios por una expresión figural suspende nuestra comprensión, en particular porque el sueño nunca enuncia si los elementos que ofrece han de interpretarse en sentido literal o traslaticio, ni si es preciso referirlos al material onírico directamente o por mediación de giros lingüísticos intercalados. (ver nota)(2) En general, en la interpretación de un elemento onírico cualquiera es dudoso: a. Si debe ser tomado en sentido positivo o negativo (relación de oposición). b. Si debe interpretárselo históricamente (como reminiscencia). c. Si debe serlo simbólicamente. d. O si debe aplicárselo partiendo de su enunciación literal. A pesar de esta multiplicidad de vertientes, puede decirse que la figuración característica del trabajo del sueño, si bien es cierto que no lleva el propósito de que se la comprenda, no ofrece a su traductor dificultades más grandes que las que ofrecía a sus lectores la escritura jeroglífica de los antiguos. Ya he citado muchos ejemplos de figuraciones oníricas que sólo por una ambigüedad de la expresión se mantienen cohesionadas («La boca se abre bien», en el sueño de la inyección; «Y no puedo marcharme», en el último sueño, etc.) Comunicaré ahora un sueño en cuyo análisis la remodelación figural del pensamiento abstracto desempeña un papel más importante. La diferencia entre esta interpretación del sueño y la interpretación por medio del simbolismo puede precisarse mejor: en la interpretación simbólica, la clave de la simbolización es escogida arbitrariamente por el intérprete; en nuestros casos de disfraz lingüístico, en cambio, esa clave es de todos conocida y la procuran unos hábitos idiomáticos arraigados. Si uno atrapa en la oportunidad justa la ocurrencia que viene al caso, es posible resolver total o fragmentariamente los sueños de este tipo, aun con independencia de las informaciones que pueda proporcionar el soñante. He aquí el sueño de una dama de mi amistad: Ella se encuentra en el teatro. Representan una obra de Wagner. La función ha durado hasta las 7 y cuarto de la mañana. En la platea y los palcos bajos hay mesas donde se come y se bebe. Su primo, que acaba de volver a casa tras su viaje de bodas, está sentado a una de estas con su joven esposa; junto a ellos, un aristócrata. De este se dice que la joven se lo trajo de su viaje de bodas desembozadamente, como habría podido hacerlo con un sombrero. En mitad de la platea se alza una alta torre; encima, una plataforma rodeada por un enrejado de hierro. Ahí, arriba de todo, está el director de la orquesta, con los rasgos de Hans Richter; de continuo corre de un lado al otro tras su enrejado, traspira terriblemente y desde ese puesto dirige la orquesta desplegada en la base de la torre. La soñante está sentada {sitzen} en un palco con una amiga (también de mi conocimiento). Su hermana menor quiere alcanzarle desde la platea un gran pedazo de carbón, aduciendo que ella no sabía que eso se prolongaría tanto y seguramente. estaría ahora muriéndose de frío. (Como si los palcos, durante esa prolongada 2 La figuración por símbolos en el sueño. Otros sueños típicos (ver nota)(21) El análisis del sueño biográfico mencionado en último término vale como prueba de que ya desde el comienzo advertí el simbolismo en el sueño; pero sólo poco a poco lo aprecié en todo su alcance e importancia, cuando mi experiencia se amplió e influido por los trabajos de W. Stekel (1911a), acerca de los cuales corresponde decir aquí unas palabras.[1925.] Este autor, que quizás ha traído al psicoanálisis tantos perjuicios como beneficios, aportó gran número de traducciones simbólicas insospechadas; al principio no hallaron crédito, pero después en su mayoría se corroboraron y debieron admitirse. No menoscaba el mérito de Stekel la observación de que la reserva escéptica de los otros no era gratuita. En efecto, muchos de los ejemplos en que apoyó sus interpretaciones no eran convincentes, y se sirvió de un método dudoso desde el punto de vista científico, Stekel descubrió sus interpretaciones simbólicas por vía de la intuición, en virtud de una facultad, que le es propia, de comprensión inmediata de los símbolos. Pero un arte así no puede presuponerse en todos los individuos, su modo de operar no admite ser sometido a la crítica y, por tanto, sus resultados no pueden exigir credibilidad. Es como si se quisiese fundar el diagnóstico de las enfermedades infecciosas en las impresiones olfativas que se obtienen en el lecho del enfermo, aunque sin duda hubo clínicos a quienes el sentido del olfato, atrofiado en la mayoría de los hombres, rindió mejores servicios que a otros, y que realmente estaban en condiciones de diagnosticar por el olfato un tifus abdominal. [1925.] La experiencia cada vez más rica del psicoanálisis nos hapermitido descubrir pacientes que exhiben en grado asombroso esa comprensión directa del simbolismo onírico. Con frecuencia padecían de dementia praecox, por lo cual durante un tiempo se tendió a sospechar esa afección en todos los soñantes que poseían tal comprensión de los símbolos. (ver nota)(22) Pero esto es incorrecto; se trata de una dote o característica personal sin significado patológico discernible. [1925] Cuando uno se ha familiarizado con el generoso empleo que del simbolismo se hace en el sueño para la figuración del material sexual, por fuerza se preguntará si muchos de estos símbolos no aparecen, como los «estenogramas» de la taquigrafía, con un significado establecido de una vez para siempre; y uno se ve tentado de bosquejar un nuevo libro de los sueños siguiendo el método del descifrado. Frente a ello debe observarse: Este simbolismo no pertenece en propiedad al sueño, sino al representar inconciente, en especial del pueblo; y más completo que en el sueño lo hallaremos en el folklore, en los mitos, sagas y giros idiomáticos, en la sabiduría del refranero y en los chistes que circulan en un pueblo. [1909]. Por tanto, tendríamos que rebasar en mucho la tarea de la interpretación de los sueños si quisiéramos dar cuenta del significado del símbolo y elucidar los incontables problemas, aún irresueltos en buena parte, que atañen a su concepto. (ver nota)(23) Aquí nos limitaremos a decir que la figuración mediante un símbolo pertenece a las figuraciones indirectas, pero que toda clase de indicios nos alertan para que no confundamos en indistinción la figuración simbólica con los otros modos de figuración indirecta, sin haber podido aprehender todavía con claridad conceptual esos rasgos diferenciales. En una serie de casos, lo común entre el símbolo y lo genuino que él remplaza es manifiesto, pero en otros casos está oculto; la elección del símbolo parece entonces enigmática. Precisamente estos casos tienen que poder echar luz sobre el sentido último de la referencia simbólica; indican que esta es de naturaleza genética. Lo que hoy está conectado por vía del símbolo, en tiempos primordiales con probabilidad estuvo unido por una identidad conceptual y lingüística(24). La referencia simbólica parece un resto y marca de una identidad antigua. Acerca de ello puede observarse que en muchos casos la comunidad en el símbolo se alcanza a través de la comunidad de lenguaje, como ya lo afirmó Schubert(25) (1814). Algunos símbolos son tan viejos como la formación misma del lenguaje, pero otros son recreados de continuo en -el presente (p. ej., el aeróstato, el Zeppelin). [1914] Ahora bien, el sueño se sirve de este simbolismo para la figuración disfrazada de sus pensamientos latentes. Y es el caso que entre los símbolos así usados hay muchos que por regla general o casi siempre quieren significar lo mismo. Sólo que no debe perderse de vista la peculiar plasticidad del material psíquico [en los sueños]. Con bastante frecuencia, un símbolo que aparece dentro del contenido onírico no debe interpretarse simbólicamente, sino en su sentido genuino; y en otros casos un soñante, partiendo de un material mnémico especial, puede crearse el derecho de usar como símbolo sexual todo cuanto le sirva para ello y que en general no recibe ese uso. (ver nota)(26) Toda vez que para figurar un contenido se ofrezcan a su elección varios símbolos, se decidirá por el que muestre, además, vinculaciones temáticas con algún otro material de pensamientos, y por tanto admita una motivación individual junto a la vigente en sentido típico. [1909; la última oración es de 1914] Si las más recientes investigaciones sobre el sueño, después de Scherner, han obligado a admitir el simbolismo onírico -aun H. Ellis confiesa que no puede caber duda de que nuestros sueños rebosan de simbolismo-, debe concederse, empero, que la existencia de los símbolos en el sueño no sólo facilita la tarea de interpretarlo; también la dificulta. La técnica de interpretación que se guía por las ocurrencias libres del soñante nos deja las más de las veces en la estacada respecto de los elementos simbólicos del contenido del sueño; y, por razones de crítica científica, está excluida la vuelta a la arbitrariedad del intérprete tal como se la practicó en la Antigüedad y como parece revivir en las interpretaciones silvestres de Stekel. Así, los elementos presentes en el contenido del sueño que han de aprehenderse como símbolos nos obligan a una técnica combinada que, por una parte, se apoya en las asociaciones del soñante y, por la otra, llena lo que falta con la comprensión de los símbolos por el intérprete. Recaudos críticos en la resolución de los símbolos y un estudio cuidadoso de estos en ejemplos de sueños particularmente trasparentes tienen que conjugarse para desvirtuar el reproche de arbitrariedad en la interpretación. Las incertidumbres todavía adheridas a nuestra actividad de intérpretes del sueño proceden en parte del carácter incompleto de nuestro conocimiento, que 5 una progresiva profundización podrá salvar, y en parte dependen precisamente de ciertas propiedades de los símbolos oníricos. Estos a menudo son multívocos, de modo que, como en la escritura china, sólo el contexto posibilita la aprehensión correcta en cada caso. Con esta multivocidad de los símbolos se enlaza también la capacidad del sueño para admitir sobreinterpretaciones, para figurar en un solo contenido diferentes formaciones de pensamiento y mociones de deseo, a menudo de naturaleza muy dispar. [1914] Tras estas restricciones y advertencias anoto: El emperador y la emperatriz (el rey y la reina) figuran de hecho, la mayoría de las veces, a los padres del soñante; él mismo es el príncipe o la princesa. [1909.] Pero esa alta autoridad que se atribuye al emperador se otorga también a grandes hombres, y por eso en muchos sueños aparece Goethe, por ejemplo, como símbolo del padre (Hitschmann [1913c]). [1919] - Todos los objetos alargados, bastones, troncos de árbol, paraguas ( ¡por la erección que semeja el abrirlo! quieren ser los subrogados del miembro masculino [1909 como también todas las armas largas y puntudas: cuchillos, puñales, picas. [1911] Un símbolo de lo mismo, no bien comprensible, es la lima de uñas ( ¿por el restregar y frotar? ). [1909] Los estuches, cajitas, cofres, armarios, hornos, corresponden al vientre femenino [1909], como también cavidades, barcos y toda clase de recipientes. [1919] - Las habitaciones son en los sueños casi siempre mujeres, y si están descritas sus diversas entradas y salidas difícilmente nos engañemos en esta interpretación. [1909] (ver nota)(27) En este contexto, es bien comprensible el interés en que la habitación esté «abierta» o «cerrada(28)». No necesitamos, entonces, nombrar expresamente la llave que abre la habitación; este simbolismo de la llave y la cerradura fue empleado con la más atrevida salacidad por Uhland en la canción del «Conde Eberstein». [1911] - El de pasar por una serie de habitaciones es un sueño de burdel o de harén. [1909] Pero también es usado, como lo mostró H. Sachs [1914] con bellos ejemplos, para figurar el matrimonio (por oposición). [1914.] - Una relación interesante con la investigación sexual infantil se establece cuando se sueña con dos habitaciones que antes eran una, o el soñante ve partida en dos la habitación de una casa conocida, o a la inversa. En la infancia se creyó que los genitales femeninos (la cola(29)) formaban un espacio único (la teoría infantil de la cloaca(30)), y sólo después se supo que esta región del cuerpo comprendía dos cavidades y aberturas separadas. [1919] - Las escalas de cuerda, las escaleras de mano y las escaleras interiores de las casas, y el ir por ellas, y por cierto tanto en sentido ascendente cuanto descendente, son figuraciones simbólicas del acto sexual(31). - Paredes lisas por las que uno se encarama, fachadas de casas por las que se descuelga (a menudo con fuerte angustia), corresponden a cuerpos humanos erguidos, y probablemente repiten en el sueño el recuerdo del niño pequeño que se trepaba a sus padres y niñeras. Los muros «lisos» son hombres; a los «saledizos» de las casas no rara vez nos aferramos en la angustia del sueño. [1911] - Mesas, mesas preparadas para una comida y tablas son asimismo mujeres, sin duda por la oposición que aquí cancela las redondeces del cuerpo. [1909.1 «Madera» -parece ser en general, por sus referencias lingüísticas, un subrogado del material femenino (materia). El nombre de la isla Madeira significa eso en portugués, madera. [1911] Puesto que «mesa y cama» constituyen el matrimonio, a menudo en el sueño la primera sustituye a la segunda y, hasta donde es posible, el complejo de representaciones sexuales es traspuesto al complejo de la comida. [1909] - Entre los adminículos de la vestimenta, el sombrero de una mujer muy frecuentemente ha de interpretarse con certeza como los genitales, y por cierto del hombre. Lo mismo el manto {Mantel}, respecto del cual queda en suspenso la parte que le toca en este uso simbólico a la homofonía de la palabra {Mann, hombre(32)} En sueños de hombres encontramos muchas veces que la corbata simboliza el pene, y no sólo porque es algo alargado que pende y es característica del varón, sino también porque puede elegírsela a gusto, una libertad que la naturaleza nos niega en cuanto al original de este símbolo. (ver nota)(33) Las personas que emplean las corbatas como símbolo en el sueño suelen usarlas en su vida con mucha magnificencia y poseer colecciones enteras de ellas. [1911] - Todas las maquinarias y aparatos complicados de los sueños son con gran probabilidad genitales -por regla general masculinos [1919]-, en cuya descripción el simbolismo onírico se muestra tan inagotable como el trabajo del chiste(34). [1909] Es igualmente incontrastable que todas las armas e instrumentos se usan como símbolos del miembro masculino: arados, martillos, fusiles, revólveres, dagas, sables, etc. [1919] - Asimismo, muchos paisajes de los sueños, en particular los que muestran puentes o los montes boscosos, se reconocen sin trabajo como descripción de los genitales. [1911] Marcinowski [1912a] ha reunido una serie de ejemplos en que los soñantes ilustraron sus sueños con dibujos destinados a figurar los paisajes y los lugares que aparecían en ellos. Tales dibujos hacen bien patente la diferencia entre significado manifiesto y significado latente en los sueños. Si considerados sin prevención parecen ofrecer planos, mapas, etc., ante una investigación más penetrante se revelan como figuraciones del cuerpo humano, de los genitales, etc., y sólo después que se los aprehende así permiten comprender el sueño. (Véanse sobre esto los trabajos de Pfister [1911-12 y 1913a] sobre criptografía y cuadros enigmáticos.) [1914] En el caso de las creaciones léxicas incomprensibles, estamos autorizados a pensar que pueden hallarse compuestas por ingredientes de significado sexual. [1911] - Los niños que aparecen en los sueños no suelen significar sino genitales, así como hombres y mujeres tienen la costumbre de designar mimosamente a sus genitales como su «pequeño». [1909] En el «hermanito», Stekel [1909, pág. 473] individualizó con acierto al pene. [1925] jugar con un niño pequeño, pegarle, etc., son muchas veces figuraciones oníricas del onanismo. [1911] - La calvicie, el cortarse el cabello, la caída de dientes y la decapitación son usados por el trabajo del sueño para figurar la castración. Debe verse una protección contra esta en el hecho de que uno de los símbolos usuales para el pene aparezca en el sueño en número doble o múltiple. (ver nota)(35) También la aparición de la lagartija -un animal al que vuelve a crecerle la cola después que se la cortaron- tiene en el sueño el mismo significado.- Entre los animales que en la mitología y el folklore se emplean como símbolos genitales, muchos cumplen ese papel también en el sueño: el pez, el caracol, el gato, el ratón (por el vello pubiano), pero sobre todo el símbolo más significativo del miembro masculino, la serpiente. Anímales pequeños, la sabandija, son los subrogados de niños pequeños, por ejemplo del hermanito no deseado; ser atacado por la sabandija equivale muchas veces al embarazo. [1919] - Como símbolo reciente de los genitales masculinos debe citarse al aeróstato, que justifica ese empleo tanto por su relación con el vuelo cuanto, eventualmente, por su forma. [1911.] Stekel ha indicado y ejemplificado una serie de otros símbolos, parte de los cuales no han sido todavía suficientemente verificados. [1911] Sus escritos, en particular su libro Die Sprache des Traumes (1911a), contienen la más rica colección de resoluciones de símbolos, colegidas muchas de ellas con agudeza y que el examen posterior corroboró; por ejemplo, los de la sección sobre el simbolismo de la muerte. La defectuosa cautela crítica de este autor y su tendencia a establecer generalizaciones a toda costa vuelven, empero, dudosas o inutilizables otras de sus interpretaciones, de modo que es aconsejable la prudencia al usar estos trabajos. Sólo destacaré, pues, algunos ejemplos. [1914.] 6 Derecha e izquierda, según Stekel, han de entenderse en el sueño en sentido ético. «El camino a diestra significa siempre el camino de lo justo; el camino a siniestra es el del crimen. Así, el izquierdo puede figurar homosexualidad, incesto, perversión, y el derecho, el matrimonio, el comercio con una prostituta, etc. Siempre juzgado ello desde el punto de vista moral individual del soñante» (Stekel, 1909, págs. 466 y sigs.). - En el sueño, los parientes en general desempeñan las más de las veces el papel de genitales. En este significado sólo he podido confirmar al hijo, la hija, la hermanita(36) vale decir, hasta donde alcanza el campo de aplicación del «pequeño». En cambio, ejemplos seguros permiten reconocer a las hermanas como símbolos de los pechos, y a los hermanos como símbolos de los hemisferios mayores. - El no alcanzar un coche lo resuelve Stekel como lamentación por una diferencia de edad inalcanzable. - El equipaje con que se viaja -sostiene- es la carga de pecados que nos abruma (loc. cit.). [1911.] Pero precisamente el equipaje del viajero se revela a menudo como símbolo inequívoco de los genitales propios. [1914] - También a los números, de aparición frecuente en los sueños, atribuyó Stekel significados simbólicos fijos, aunque esta resolución no parece bastante certificada ni universalmente válida, si bien en casos individuales esa interpretación puede admitirse como probable la mayoría de las veces. [1911]. (ver nota)(37) El número tres, por lo demás, es un símbolo bien comprobado de los genitales masculinos(38). Una de las generalizaciones que emprende Steke1 se refiere al doble significado de los símbolos de genitales. [1914] «¿Cuál sería el símbolo -se pregunta- que no pudiese emplearse (con tal que la fantasía lo permitiese en alguna medida) tanto en sentido masculino como femenino?» Stekel, 1911a. Sin duda, la frase entre paréntesis resta a esa afirmación buena parte de su certeza, pues la fantasía precisamente no siempre lo permite. Pero no juzgo superfluo hacer constar que, de acuerdo con mis experiencias, el enunciado universal de Stekel tiene que dejar sitio al reconocimiento de una mayor diversidad. Además de símbolos que con igual frecuencia hacen las veces de genitales masculinos y femeninos, hay otros que predominantemente o de manera casi exclusiva designan a uno de los sexos, y los hay también de los que no se conoce sino el significado sólo masculino o sólo femenino. Es que la fantasía no admite usar objetos alargados y rígidos, o armas, como símbolos de los genitales femeninos, ni cavidades (estuches, cajitas, polveras, etc.) como símbolos de los genitales masculinos. [1911] Es cierto que la inclinación del sueño y de las fantasías inconcientes a usar bisexualmente los símbolos sexuales deja traslucir un rasgo arcaico; en efecto, en la niñez se ignora la diferencia de los genitales y se atribuye a ambos sexos genitales idénticos. [1911] También puede extraviarnos y llevarnos al supuesto erróneo de un símbolo bisexual el olvidar que en muchos sueños ocurre una inversión general de los sexos, de suerte que lo masculino es figurado por lo femenino y a la inversa. Tales sueños expresan, en una mujer por ejemplo, el deseo de ser un hombre. [1925] Los genitales pueden estar subrogados en el sueño también por otras partes del cuerpo; el miembro masculino, por la mano o el pie; el orificio genital femenino, por la boca, la oreja y aun el ojo. Las secreciones -mucosidad, lágrimas, orina, esperma, etc.- pueden sustituirse unas a otras en el sueño. Esta tesis de Stekel [1911a, pág. 49], correcta en líneas generales, experimentó una justificada restricción crítica por unas observaciones de R. Reitler (1913b). En lo esencial, se trata de sustituir las secreciones plenas de significado, como el semen, por una indiferente. [1919] Ojalá basten estas indicaciones, muy incompletas, para alentar a otros a un trabajo de recolección más cuidadoso. [1909] (ver nota)(39) En mis Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [M conferencia] ) intenté una exposición más detallada del simbolismo onírico. [1919] Ahora insertaré algunos ejemplos del uso de tales símbolos en los sueños; habrán de mostrar cuán imposible es obtener la interpretación del sueño si uno se niega a aceptar el simbolismo onírico, y cuán incontrastablemente se impone este en muchos casos. [1911] Pero al mismo tiempo quisiera advertir de manera expresa que no debe exagerarse la importancia de los símbolos para la interpretación del sueño, como si el trabajo de traducir este hubiera de limitarse a la traducción de símbolos, desechando la técnica que recurre a las ocurrencias del soñante. Las dos técnicas de interpretación de los sueños deben complementarse; pero tanto en la práctica como en la teoría la precedencia sigue correspondiendo al procedimiento que describimos primero, el que atribuye la importancia decisiva a las proferencias del soñante, viniéndose a agregar como medio auxiliar la traducción de símbolos que acabamos de introducir. [1909.] I. El sombrero como símbolo del hombre (de los genitales masculinos) [1911] (Fragmento del sueño de una mujer joven, agorafóbica a consecuencia de una angustia de tentación.) (ver nota)(40) Es verano y voy de paseo por la calle; llevo un sombrero de paja de forma extraña: su copa es puntiaguda y sus alas penden hacia abajo (la descripción se hace aquí vacilante), y de tal modo que una cae más que la otra. Yo estoy alegre y con talante aplomado; en eso, paso junto a un grupo de oficiales jóvenes, y pienso entre mí: «Nada podéis hacerme vosotros todos». Puesto que ella no puede producir ocurrencia alguna relativa al sombrero, le digo: «El sombrero es, sin duda, un genital masculino con su parte media enhiesta y las dos partes laterales colgantes. Que el sombrero haya de ser un hombre es quizás extraño, pero suele decirse: "Unter die Haube kommen" {"casarse"; literalmente, "ponerse la toca"}». Deliberadamente omito en la interpretación el detalle de la caída desigual de las partes laterales, aunque son tales detalles, en su determinación, los que han de señalar el camino a la interpretación. Prosigo: «Si usted tiene un marido con unos genitales tan magníficos, no necesita temer nada de los oficiales, vale decir, no necesita desear nada de ellos, pues en todo otro caso son esencialmente sus fantasías de tentación las que le hacen abstenerse de andar sin protección y sin compañía». Este último esclarecimiento de su angustia ya había podido brindárselo repetidas veces, apoyándome en otro material. Ahora bien, es muy notable la conducta que adoptó la soñante tras esta interpretación. Se retractó de la descripción del sombrero y pretendió no haber dicho que las dos alas pendían hacia abajo, Yo estoy bien seguro de lo que he oído corno para dejarme confundir, y me atengo a eso. Ella guarda silencio un momento y después encuentra coraje para preguntar qué significa 7 dormir y el incansable estímulo despertador, soporta ya a una canoa, después a una góndola, a un buque de vela y por último a una gran transatlántico. El travieso artista ha representado ingeniosamente, en esas imágenes, la lucha entre la obstinada necesidad de dormir y el incansable estímulo despertador. VII. Un sueño de escaleras [1911] (Comunicado e interpretado por Otto Rank.) (ver nota)(54) «Al mismo colega de quien procede el sueño por estímulo dentario debo el siguiente sueño de polución, de parecida trasparencia que el mencionado: »"Doy caza escaleras abajo a una niña pequeña que me ha hecho algo; quiero castigarla. Abajo, al final de la escalera, alguien (¿una persona adulta del sexo femenino?) me detiene a la niña; le echo mano, pero no sé si le he pegado, pues de repente me encuentro en mitad de la escalera, donde (como si fuera en el aire) copulo con la niña. En verdad no era un coito, sino que me limitaba a frotar mis genitales contra sus genitales externos, por lo cual yo se los vi con toda nitidez, como vi su cabeza echada hacia atrás y caída hacia un lado. Durante el acto sexual vi a la izquierda, encima de mí (también como en el aire), dos pequeños cuadros colgados, paisajes, que figuraban una casa en medio de un parque. En la parte inferior de uno, más pequeño, en vez de la firma del pintor estaba mi propio nombre, como sí me estuviera destinado a manera de regalo de cumpleaños. Después, delante de ambos cuadros pende todavía un cartelito donde se lee que hay también cuadros más baratos; (me veo entonces, con extrema falta de nitidez, como si yaciera en cama, arriba, sobre el descanso de la escalera) y me despierto por la sensación de mojadura, que proviene de la polución habida". »Interpretación La tarde del día del sueño el soñante había estado en la tienda de un librero donde, mientras esperaba, examinó algunos de los cuadros expuestos, que figuraban motivos parecidos a los cuadros del sueño. Un cuadrito pequeño le había gustado particularmente; se acercó a él y buscó la firma del pintor, pero le resultó por completo desconocido. »Esa misma tarde, algo después, estando de tertulia había oído contar que una sirvienta de Bohemia se jactó de que su hijo, extramatrimonial, "fue hecho en la escalera". El soñante quiso saber los detalles de este episodio insólito, y se enteró de que la sirvienta había ido con su novio a casa de los padres de ella, donde no se les ofreció ocasión para el comercio sexual; y el hombre, excitado, consumó el coito en la escalera. Escuchado esto, nuestro soñante, aludiendo en broma a la maliciosa expresión que se usa para indicar la falsificación de un vino, manifestó que el hijo se había fabricado realmente "en la escalera de la bodega". »Estos son los anudamientos diurnos, subrogados con bastante insistencia en el contenido del sueño; el soñante los reproduce sin vacilación. Pero con igual facilidad produce un viejo fragmento de recuerdo infantil que también encontró uso en el sueño. La escalera es la de aquella casa en que pasó la mayor parte de su infancia y donde, en particular, había alcanzado su primera familiaridad conciente con los problemas sexuales. En esa escalera solía jugar; entre otras cosas, se descolgaba patinando por ella a caballo sobre el pasamanos, y haciéndolo sentía excitación sexual. En el sueño se precipita escaleras abajo con esa misma enorme 10 rapidez, tanta que, según él mismo indica nítidamente, ni roza los escalones sino, como suele decirse, "vuela" o patina por ellos. Sí se considera la vivencia infantil, -este comienzo del sueño parece figurar el momento de la excitación sexual. Ahora bien, en esa misma escalera y en la vivienda a que pertenecía, el soñante solía armar con los niñitos de la vecindad violentos juegos sexuales, en los que se satisfacía de manera parecida a la que muestra el sueño. »Por las investigaciones de Freud sobre el simbolismo sexual (1910d) sabemos que las escaleras y -el subir por ellas casi siempre simbolizan en el sueño al coito. Entonces este sueño se vuelve trasparente. Su fuerza impulsora es, como ya lo muestra su efecto (la polución), de naturaleza puramente libidinosa. Dormido, en el soñante despierta la excitación sexual (figurada en el sueño por el precipitarse -patinar- escaleras abajo), cuyo sesgo sádico, sobre la base de aquellos juegos violentos, es indicado por la persecución y el sometimiento de la niña. La excitación libidinosa aumenta y empuja a la acción sexual (figurada en el sueño por la captura de la niña y su traslado hasta la mitad de la escalera). Hasta aquí, podría decirse, -el sueño fue de puro simbolismo sexual y por completo impenetrable para el intérprete poco ejercitado. Pero a la excitación libidinosa exacerbada no le basta con esa satisfacción simbólica que había velado por el descanso del durmiente. La excitación lleva al orgasmo, y así todo el simbolismo de la escalera se descubre como subrogación del coito. Freud destaca como uno de los fundamentos del uso sexual del símbolo de la escalera el carácter rítmico de ambas acciones, y este sueño parece particularmente probatorio de ello: según la indicación expresa del soñante, el ritmo de su acto sexual, el refregar para arriba y para! abajo, fue el elemento más nítidamente perfilado de todo el sueño. »Todavía una observación sobre los dos cuadros, que, prescindiendo de su significado real, valen también en sentido simbólico como "Weibsbilder(55)", según lo prueba ya el hecho de que se trata de un cuadro grande y de uno pequeño, así como en el contenido del sueño aparecen una mujer grande (adulta) y una niña pequeña. Que haya disponibles cuadros más baratos lleva al complejo de representaciones referidas a las prostitutas, como, por otra parte, el nombre del soñante escrito en el cuadro pequeño y el pensamiento de que le está destinado para su cumpleaños apuntan al complejo paterno (ser concebido en la escalera = engendrado en el coito). La escena final no nítida, donde el soñante se ve yacente en cama sobre el descanso de la escalera y siente la mojadura, parece remitirnos todavía más atrás del onanismo infantil, y presumiblemente tiene por modelo escenas placenteras de mojarse en la cama». VIII. Un sueño de escaleras modificado [1911] A uno de mis pacientes, un abstinente, enfermo grave, cuya fantasía [inconciente] está fijada a su madre y que repetidas veces ha soñado que sube escaleras en compañía de ella, le hago la observación de que una masturbación moderada probablemente lo perjudicaría menos que su forzada continencia. Esa insinuación le provocó el siguiente sueño: Su maestro de piano le reprocha que descuide ejercitarse, y no ensaye los estudios de Moscheles ni el «Gradus ad Parnassum» de Clementi. Sobre esto observa que Gradus es también una escalera, como el teclado mismo, puesto que contiene una escala. Puede decirse que ningún círculo de representaciones es refractario a la figuración de hechos y deseos sexuales. IX. Sentimiento de la realidad y figuración de la repetición [1919] Un hombre que ahora tiene 35 años cuenta un sueño que recuerda bien, y dice que lo soñó a los cuatro años: El notario a quien su padre confió el testamento -el soñante perdió al padre a la edad de tres años- trajo dos grandes peras, y a él le dieron a comer una. La otra quedó en el alféizar de la ventana de la sala de estar. Despertó convencido de que era realidad lo soñado, y obstinadamente pidió a la madre la segunda pera, que sin duda seguiría sobre el alféizar. La madre se rió de ello. Análisis El notario era un señor mayor, jovial, que, según creía recordarlo, una vez trajo realmente peras. El alféizar era tal como lo vio en sueños. Otra cosa no se le ocurre sobre ello; quizá solamente que la madre poco antes le había contado un sueño. Dos pájaros se han posado sobre su cabeza y ella se pregunta cuándo se volarán; mas no lo hacen, sino que uno vuela hasta su boca y chupa de ella. El fracaso de las ocurrencias del soñante nos da el derecho de intentar la interpretación por sustitución de símbolos. Las dos peras -«pommes ou poires(56)»- son los pechos de la madre, que lo amamantó; el alféizar es la saliencia del busto, análogamente a los balcones en el sueño de casas. Su sentimiento de realidad al despertar tiene justificación, pues la madre lo amamantó de hecho, incluso bastante más tiempo que el usual, y acaso el pecho materno estaría aún disponible. (ver nota)(57) El sueño ha de traducirse así: «Mamá, dame (enséñame) de nuevo el pecho del que antes bebí». El «antes» está figurado por el acto de comerse una pera, y el «de nuevo» por el pedido de la otra. La repetición temporal de un acto se convierte en el sueño, por lo general, en la multiplicación del número de un objeto. Es muy llamativo, desde luego, que el simbolismo ya desempeñe un papel en el sueño de un niño de cuatro años, pero esta no es la excepción sino la regla. Puede decirse que el soñante dispone del simbolismo desde el comienzo. Cuán temprano se sirve el hombre de la figuración simbólica, aun fuera de la vida onírica, puede 11 enseñárnoslo el siguiente recuerdo, no influido, de una dama que ahora tiene 27 años: Tiene entre tres y cuatro años. La niñera los lleva al retrete a ella, a su hermanito' once meses menor y a una prima cuya edad es intermedia entre ambos, para que hagan allí sus pequeños menesteres antes de salir de paseo. Siendo la mayor, ella se sienta en el inodoro, y los otros dos lo 1,acen en bacinillas. Ella pregunta a la prima: «¿Tienes tú también Un MONEDERO? Walter tiene una SALCHICHITA, YO tengo un monedero». Respuesta de la prima: «Sí, yo también tengo un portamonedas». La niñera los oyó riendo y contó la conversación a la mamá, quien reaccionó con una recia reprimenda. Intercalemos ahora un sueño (registrado en un artículo de Alfred Robitsek, 1912) cuyo bello simbolismo permitió una interpretación con escasa ayuda de la soñante. X. «Sobre la cuestión del simbolismo en los sueños de personas sanas» [1914] «Una objeción que suelen presentar los oponentes del psicoanálisis -últimamente también Havelock Ellis (1911a, pág. 168)- es que el simbolismo onírico es quizás un producto de la psique neurótica, pero en modo alguno rige para las personas normales. Ahora bien, si la investigación psicoanalítica no establece entre la vida anímica normal y la neurótica diferencias de principio, sino sólo cuantitativas, el análisis de los sueños, donde tanto en los sanos cuanto en los enfermos operan de igual modo los complejos reprimidos, muestra la plena identidad de mecanismos como el del simbolismo. Y aun los sueños despreocupados de personas sanas suelen contener un simbolismo mucho más simple, trasparente y característico que los de personas neuróticas, en quienes el mayor rigor con que opera la censura y la más acusada desfiguración onírica resultante suelen traer por consecuencia un simbolismo torturado, oscuro y difícil de interpretar. El sueño que a continuación comunico sirve para ilustrar este hecho. Proviene de una muchacha no neurótica, de naturaleza más bien mojigata y reservada; en el curso del diálogo supe que -está comprometida, pero han surgido obstáculos capaces de diferir el casamiento. Me cuenta espontáneamente el siguiente sueño: »"I arrange the centre of a table with flowers for a birthday"(58) ("Arreglo el centro de una mesa con flores para un cumpleaños"). Preguntada, me revela que en el sueño estuvo como si fuera en su hogar (que para ese tiempo no tenía) y experimentó un "sentimiento de dicha". »El simbolismo "popular" me permite traducir por mí mismo el sueño. Es la expresión de sus deseos de novia: la mesa con el centro floral la simboliza a ella y a sus genitales; figura como cumplidos sus deseos para lo venidero, pues ya le ocupa el pensamiento de que nacerá un niño; por tanto, las bodas se consumaron hace tiempo. »Le hago notar que "the centre of a table" es una expresión insólita, y lo admite; desde luego, en este punto no puedo seguir indagándola directamente. Evito con cuidado sugerirle el significado de los símbolos, y sólo le pregunto por lo que se le ocurre sobre las partes singulares del sueño. En el curso del análisis, su reserva dejó sitio a un vivo interés por la interpretación y a una franqueza posibilitada por la seriedad del diálogo. Al preguntarle qué clase de flores eran, respondió primero: "expensive flowers, one has to pay for them" (flores caras, hay que pagar por ellas"), y después, que eran "lilies of the valley, violets and pinks or carnations" ("lirios del valle, violetas y claveles(59)"). Conjeturé que la palabra "lirio" aparecía en este sueño en su significado popular de símbolo de la castidad; ella corrobora esto, pues para "lirio" se le ocurre "purity" ("pureza"), "Valley", el valle, es un frecuente símbolo de la mujer; así, el hecho accidental de que ambos símbolos se conjuguen en el nombre "lirios del valle" es aprovechado en el simbolismo onírico para destacar su preciosa virginidad -"expensive flowers, one has to pay for them"- y expresar la esperanza de que el hombre sepa apreciar su valor. La frase "expensive flowers, etc." tiene, como veremos, un significado diverso para cada uno de los tres símbolos florales. »En cuanto al sentido oculto de "violets", en apariencia totalmente asexual, busqué explicármelo -con mucha osadía, me pareció- mediante una relación inconciente con el francés "vioI". Para mi sorpresa, la soñante asoció "violate", equivalente inglés de "violación". El sueño aprovecha la gran semejanza entre las palabras "vioIet" y "violate" (en la pronunciación inglesa apenas se distinguen por una diferencia de acentuación en la última sílaba) para expresar "por la flor" el pensamiento de la violencia de la desfloración (también esta palabra se sirve del simbolismo floral) y aun, quizás, un rasgo masoquista de la muchacha. He ahí un bello ejemplo de los puentes verbales por donde atraviesan los caminos que llevan a lo inconciente. El "one has to pay for them" significa aquí la vida, con que ella ha de pagar el hacerse mujer y madre. »Con respecto a "pinks", que ella después llamó "carnations", se me ocurre la relación de esta palabra con "carnal". Pero la ocurrencia de ella es "colour" ("color"). Agrega que "carnations" son las flores que su prometido le obsequió "con frecuencia y en gran cantidad". Al final del día confiesa de pronto, espontáneamente, que no me ha dicho la verdad; no se le había ocurrido "colour", sino "incarnation" ( "encarnación"), la palabra que yo había esperado; por lo demás, tampoco "colour" anda descaminado como ocurrencia: lo determina el significado de "carnation" ("color carne"), y, por tanto, el mismo complejo. Esa falta de veracidad muestra que la resistencia era máxima allí, lo cual responde a la circunstancia de que el simbolismo es aquí en extremo trasparente y la lucha entre libido y represión alcanzó su mayor reciedumbre en torno de este tema fálico. La observación de que tales flores le habían sido obsequiadas con frecuencia por su prometido es, junto al doble significado de "carnation", otro indicio del sentido fálico que cobran en el sueño. La ocasión diurna del obsequio floral es aprovechada para expresar el pensamiento del obsequio sexual y la retribución de este: ella obsequia su virginidad y espera a cambio una rica vida amorosa. También aquí el "expensive flowers, one has to pay for them" pudo cobrar quizás un significado (sin duda concreto, financiero). Por consiguiente, el simbolismo floral del sueño contiene el símbolo de la virginidad femenina, el símbolo masculino y la referencia a una desfloración violenta. Cabe apuntar que en el simbolismo sexual de las flores, por lo demás harto difundido, los órganos sexuales humanos se simbolizan mediante flores, órganos sexuales de las plantas; probablemente el regalarse flores los amantes tenga este significado inconciente. »El cumpleaños {birthday, día del nacimiento} que ella prepara en sueños significa sin duda el nacimiento de un niño. Ella se identifica con el novio y lo figura como preparándola para un nacimiento, vale decir, poseyéndola sexualmente. El pensamiento latente podría formularse así: 12 II) Está con toda su familia en ... ing, debe llegar a las once y medía a la Schottentor(65) donde se ha citado con cierta dama, pero sólo se despierta cerca de las once y media. Se dice: «Ahora es muy tarde; mientras llegas, serán las doce y medía». En el momento que sigue ve a toda la familia reunida a la mesa, con particular nitidez a la madre y a la mucama con la sopera. Se dice entonces: «Y bien, si ya comemos, no es hora de ir». Análisis: Está seguro de que ya el primer sueño tiene relación con la dama de su cita (soñó la noche anterior a la esperada cita). El estudiante a quien impartió enseñanza es un tipo particularmente repugnante; le dijo: «No es lo correcto», puesto que el magnesio aún estaba intacto, y el estudiante le respondió, como si nada le importase: «Y bueno, no es lo correcto». Ese estudiante tiene que ser él mismo -tan indiferente hacia su análisis como el otro hacia su síntesis- y, en cambio, el que aparece en el sueño como él mismo, el que realiza la operación, he de ser yo. ¡Cuán repugnante tiene que ser para mí su indiferencia hacia el resultado! Por otra parte, él es eso mismo con que se hace el análisis (síntesis). Se trata del éxito de la cura. Las piernas del sueño le recuerdan una impresión de la tarde de ayer. En la academia de baile se encontró con una dama a quien quiso conquistar; la apretó contra sí tan fuerte que ella hubo de gritar una vez. Pero cuando dejó de oprimirle las piernas, sintió la fuerte contrapresión de ella hasta arriba de la rodilla, en los lugares señalados en el sueño. Dentro de esta situación, por tanto, el magnesio de la retorta es la mujer; por ahí andan las cosas, en definitiva. El es femenino hacia mí, como es viril hacia la mujer. Tal como andan las cosas con la dama, así andan con la cura. El palparse y las percepciones en sus rodillas apuntan al onanismo y se corresponden con su fatiga del día anterior, La cita se había convenido realmente para las once y media. Su deseo de quedarse dormido y de permanecer junto a los objetos sexuales hogareños (o sea, de quedarse con el onanismo) responde a su resistencia. Acerca de la repetición de «fenil», informa: «Todos esos radicales en "il" siempre me gustaron mucho, son muy cómodos para usarlos: bencil, acetil, etc.». Ahora bien, esto nada explica, pero cuando yo le propongo el radical Schlemihl(66) ríe mucho y me cuenta que durante el verano leyó un libro de Prévost, donde, en el capítulo «Les exclus de Famour» {Los excluidos del amor) se hablaba de los «Schlémiliés», con motivo de cuya descripción él se dijo: «Es mi caso». Es que habría sido cosa de pobre diablo el faltar a la cita. Parece que el simbolismo sexual ha encontrado ya una corroboración experimental directa. En 1912, el doctor en filosofía K. Schrötter, por inspiración de H. Swoboda, produjo sueños en personas bajo hipnosis profunda; por sugestión les instiló un encargo que establecía buena parte del contenido del sueño. Cuando el encargo consistía en soñar con un comercio sexual normal o anormal, el sueño lo cumplía remplazando el material sexual por los símbolos ya familiares en la interpretación psicoanalítica de los sueños. Por ejemplo, tras la sugestión de que se soñase un comercio homosexual con una amiga, apareció esta en el sueño llevando en la mano una raída maleta de viaje de la cual pendía un cartelito; ahí se leían estas palabras: «Sólo para damas». Cabe presumir que la soñante ni había oído hablar del simbolismo onírico ni de la interpretación de los sueños, El desgraciado hecho de que el doctor Schrötter se suicidara poco después hace difícil justificar esta importante investigación. Apenas contamos, para sus experimentos sobre el sueño, con una comunicación provisional en Zentralblalt für Psychoanalyse (Schrötter, 1912). [1914] Resultados parecidos publicó G. Roffenstein en 1923. Ahora bien, particular interés presentan los experimentos de Betiheim y Hartmann ( 1924), porque en ellos se dejó de lado la hipnosis. Estos autores contaron a enfermos que padecían el síndrome de Korsakoff historias de grosero contenido sexual, observando la desfiguración con que después reproducían lo contado. Quedó demostrado que los símbolos ya familiares en la interpretación de los sueños salían a la luz (montar escaleras, pinchar y tirar al blanco como símbolos del coito; cuchillos y cigarrillos como símbolos del pene). Atribuyen valor particular a la aparición del símbolo de la escalera porque, como observan con acierto, «una simbolización de esa índole sería inalcanzable para un deseo conciente de desfiguración». [1925] Sólo ahora, tras haber apreciado el simbolismo en el sueño, podemos retomar el tratamiento de los sueños típicos, interrumpido en. Creo justificado clasificar a grandes líneas estos sueños en dos clases: los que realmente poseen siempre idéntico sentido, y los que a pesar de su contenido idéntico o parecido tienen que experimentar todavía las más variadas interpretaciones. Entre los sueños típicos de la primera clase, ya traté en profundidad el sueño de examen. [1909.] Por su semejanza en cuanto a la impresión afectiva, los sueños en que no alcanzamos un tren merecen clasificarse junto con los de examen. Y su esclarecimiento justifica esa aproximación. Son sueños que nos consuelan de otra moción de angustia sentida mientras dormimos: la angustia ante la muerte. «Partir» es, para la muerte, uno de los símbolos más corrientes y que mejor pueden fundamentarse. El sueño nos dice entonces, consoladora mente: «Sosiégate, no morirás (no partirás) », como el sueño de examen nos tranquilizaba: «Nada temas, tampoco esta vez te ocurrirá nada». La dificultad que ofrece la comprensión de estos dos tipos de sueños se debe a que a la expresión del consuelo se anuda precisamente el sentimiento de angustia. [1911]. (ver nota)(67) El sentido de los «sueños por estímulo dentario(68)» que hartas veces hube de analizar en mis pacientes se me escapó durante mucho tiempo porque, para mi sorpresa, regularmente oponían a la interpretación unas resistencias excesivas. Por último, abrumadoras pruebas establecieron fuera de toda duda que en los hombres la fuerza impulsora de estos sueños proviene de la concupiscencia onanista de la pubertad. Me propongo analizar dos de tales sueños, uno de los cuales es al mismo tiempo un «sueño de vuelo». Ambos provienen de la misma persona, un joven de marcada homosexualidad, pero que él inhibe en su vida. Asiste a la representación de «Fidelio». Está en la platea junto a L., una personalidad que le es simpática y cuya amistad bien querría granjearse. De pronto se vuela de través por la platea hasta el final, y entonces se agarra la boca y se extrae dos dientes. El mismo describe el vuelo como si fuera «lanzado» por el aire. Puesto que se trata de una representación de Fidelio, viene a cuento el verso: 15 «Wer ein boldes Weib errungen ... (69)». Pero conseguir una mujer, aun la más dulce, no está entre los deseos del soñante. Otros dos versos armonizan mejor con ellos: « Wem der grosse Wurf gelungen, Eines Freundes Freund zu sein ... ». (ver nota)(70) Ahora bien, el sueño contiene esta «grossen Wurl», esta gran suerte, pero no es sólo un cumplimiento de deseo. Tras él se oculta también una reflexión penosa (ya hartas veces sus requerimientos de amistad le hicieron desgraciado, fue «lanzado afuera» {«hinausgeworlen»} ) y el temor de que ese destino pueda repetirse con el joven junto al cual goza de la representación de Fidelio. Y ahora se acopla a ello la confesión, vergonzosa para el delicado soñante: en una ocasión, después que un amigo rompió con él, añorándolo se masturbó dos veces, una tras otra, presa de excitación sexual. El otro sueño: Dos profesores universitarios conocidos de él lo tratan en mi remplazo. Uno hace algo con su miembro; siente angustia ante una operación. El otro le golpea la boca con una varilla de hierro, por lo que pierde uno o dos dientes. Está atado con cuatro bandas de seda. El sentido sexual de este sueño es indudable. Las bandas de seda corresponden a una identificación con un homosexual que él conoce. El soñante, que nunca practicó el coito, y tampoco ha buscado en la realidad comercio sexual con hombres, se representa el comercio sexual según el modelo del onanismo de la pubertad con que estuvo familiarizado. Opino que las frecuentes modificaciones del sueño típico de estímulo dentario (p. ej., que otra persona extrae un diente al soñante, y cosas parecidas) se vuelven comprensibles por esa misma explicación. (ver nota)(71) Ahora bien, puede parecer enigmático que el «estímulo dentario» alcance este significado. Llamo la atención aquí sobre el traslado de abajo a arriba, tan común, y que es tá al servicio de la represión sexual(72); en virtud de él, en la histeria toda clase de sensaciones y de intenciones destinadas a jugarse en los genitales pueden realizarse al menos en otras partes del cuerpo que están libres de objeción. Un caso de traslado de esa índole se presenta también cuando en el simbolismo del pensamiento inconciente los genitales son sustituidos por el rostro. El uso lingüístico contribuye a ello, pues en las nalgas {Hinterbacken, mejillas de atrás} discierne el homólogo de las mejillas, y además de los labios que enmarcan la cavidad bucal conoce otros, los de la vulva. En incontables alusiones la nariz es equiparada al pene, y en un caso y otro la formación pilífera perfecciona la semejanza. Sólo un detalle escapa a toda comparación: los dientes; y precisamente esa superposición de concordancias y discordancias hace a los dientes aptos para los fines de la figuración bajo el acicate de la represión sexual. Ahora bien, no quiero decir que la interpretación del sueño por estímulo dentario como sueño de onanismo, de cuya justificación no puedo dudar, se haya vuelto por entero trasparente(73). Yo consigno todo cuanto sé acerca de su explicación, y tengo que dejar un resto irresuelto. Pero debo apuntar también otro nexo, contenido en la expresión lingüística. En los países de habla alemana hay una designación grosera para el acto masturbatorio: «sich einen ausreissen» o «sich einen herunterreissen» {«sacarse una» o «quitarse una(74)»}. No sé de dónde provienen estos giros ni conozco la figuración que está en su base, pero al primero de ellos convienen muy bien los «dientes». La creencia popular interpreta los sueños de extracción o de caída de dientes como anuncio de la muerte de un familiar, pero el psicoanálisis no puede concederles ese significado sino, a lo sumo, en el sentido paródico antes señalado. En relación con ello intercalo aquí uno de los «sueños por estímulo dentario» que Otto Rank ha puesto a nuestra disposición. (ver nota)(75) «De un colega que desde hace algún tiempo ha empezado a interesarse vivamente por los problemas de la interpretación de los sueños he recibido el siguiente informe: »"Hace poco soñé: Estoy en el consultorio del dentista, quien me excava una de las últimas muelas de la mandíbula inferior. Pero trabaja tanto que termina por inutilizármela. Entonces toma las pinzas y me la extrae con una facilidad tan grande que me maravilla. Me dice que no debe importarme, pues ese no es el diente que verdaderamente me trataba. Acto seguido lo pone sobre la mesa, donde el diente (ahora me parece un incisivo superior) se fragmenta en varias capas. Me levanto del sillón, me acerco con curiosidad y le hago, interesado, una pregunta médica. El odontólogo me explica, mientras separa los diversos fragmentos del diente llamativamente blanco y los aplasta (pulveriza) con un instrumento, que eso tiene que ver con la pubertad y que sólo antes de la pubertad los dientes se sacan con tanta facilidad; en las mujeres el momento decisivo para ello es el nacimiento de un hijo. »-Reparo entonces (según creo, en duermevela) que ese sueño se acompañó de una polución, pero no puedo asignarla con seguridad a un lugar determinado del sueño; lo más probable, me parece, es que sobrevino cuando me extrajeron el diente. »"Sigo soñando con algo que ya no puedo recordar, y concluye así: Abandonando en algún lugar (posiblemente en el guardarropas del consultorio odontológico) sombrero y saco con la esperanza de que me serán devueltos, y cubierto sólo con el sobretodo, me apresuro a alcanzar un tren que parte. A último momento logro saltar al vagón posterior, donde ya hay alguien. Pero ya no pude introducirme en el interior del vagón, sino que debí hacer el viaje en una posición incómoda, de la que intentaba liberarme hasta que por fin lo conseguí. Atravesábamos un gran túnel, y en eso en sentido contrario pasaron dos trenes como a través del nuestro, cual si este fuera el túnel. Miro dentro del vagón como desde fuera, por una ventanilla. »"Como material para interpretar este sueño se presentan las siguientes vivencias y pensamientos del día anterior: »"I.- Es verdad que desde hace poco tiempo estoy bajo tratamiento odontológico, y para la época del sueño tuve continuos dolores en esa muela de la mandíbula inferior que es excavada en él; también en la realidad el dentista trabajó allí más tiempo del que yo hubiera querido. La 16 mañana del día del sueño hice una nueva visita al odontól9go a causa de los dolores, y él me sugirió que me hiciese extraer otro diente de la misma mandíbula (no el que estaba bajo tratamiento), del cual probablemente provenía el dolor. Era una 'Muela del juicio' que estaba cortando. Y en esa oportunidad, además, le hice una pregunta relativa a su conciencia médica. »"Il.- La tarde del mismo día me vi obligado a mencionar mi dolor de muelas a una dama como disculpa de mi mal humor, con motivo de lo cual ella me contó que tenía miedo de hacerse extraer una raíz cuya corona se había desmoronado casi del todo. Creía que la extracción era particularmente dolorosa y peligrosa en el caso de los colmillos, aunque por otra parte una conocida le ha dicho que todo anda más fácil con los dientes de la mandíbula superior (y ella tiene su problema en uno de estos). Pero esta conocida le contó también que una vez, luego de anestesiarla, le extrajeron un diente equivocado, relato que no hizo sino multiplicar su horror ante esa operación necesaria. Me preguntó después si por colmillos {Augenzähnen} había que entender molares o caninos {Backen oder Eckzähne}, y qué se sabía sobre ellos. Le hice notar el sesgo supersticioso de todas esas opiniones, aunque sin dejar de reconocer el núcleo de verdad que contienen muchas intuiciones populares. Sobre esto me dijo que conocía una creencia popular, muy antigua y difundida según creía: Cuando una embarazada tiene dolor de muelas, le nacerá un varoncito. »"III.- Este refrán me interesó con referencia al significado típico de los sueños por estímulo dentario como sustitutos del onanismo, comunicado por Freud en La interpretación de los sueños. Es que esa sentencia popular [la mencionada por la dama] establece cierta relación entre los dientes y el genital masculino {Bub; Bube, varoncito}. Por eso al atardecer del mismo día leí los pasajes respectivos de La interpretación de los sueños y allí encontré, entre otras, las apuntaciones que a continuación reproduzco, y cuya influencia sobre mi sueño es tan fácil de reconocer como la de las dos vivencias antes mencionadas. Acerca de los sueños por estímulo dentario, escribe Freud que 'en los hombres la fuerza impulsora de estos sueños proviene de la concupiscencia onanista de la pubertad. Y después: 'Opino que las frecuentes modificaciones del sueño típico de estímulo dentario (p. ej., que otra persona extrae un diente al soñante, y cosas parecidas) se vuelven comprensibles por esa misma explicación. Ahora bien, puede parecer enigmático que el 'estímulo dentario' alcance este significado. Llamo la atención aquí sobre el traslado de abajo a arriba, tan común, y que está al servicio de la represión sexual; en virtud de él, en la histeria toda clase de sensaciones y de intenciones destinadas a jugarse en los genitales pueden realizarse al menos en otras partes del cuerpo que están libres de objeción'. Pero debo apuntar también otro nexo, contenido en la expresión lingüística. En los países de habla alemana hay una designación grosera para el acto masturbatorio: 'sich einen ausreissen' o 'sich einen herunterreissen' {'sacarse una' o 'quitarse una'}'. Ya de adolescente me era familiar esta expresión para designar el onanismo, y partiendo de aquí el intérprete de sueños ejercitado descubrirá sin dificultad el acceso al material infantil que pueda estar en la base de este sueño. Sólo he de consignar que la facilidad con que en el sueño se saca el diente que después de la extracción se muda en un incisivo superior me trae a la memoria un episodio de mi niñez, cuando yo mismo me extraje, con facilidad y sin dolor, un incisivo superior que tenía flojo. Este suceso, que todavía hoy recuerdo con nitidez en todos sus detalles, ocurrió en ese período temprano a que en mi caso se remontan los primeros ensayos concientes de onanismo (recuerdo encubridor). »"La referencia de Freud a una comunicación de C. G. Jung según la cual los sueños por estímulo dentario tienen en las mujeres el significado de sueños de nacimiento, así como la creencia popular en el significado del dolor de muelas en las embarazadas, ocasionaron dentro del sueño la contraposición del significado femenino frente al masculino (pubertad). En relación con esto recuerdo un sueño anterior; poco después de terminar un tratamiento odontológico, soñé que se me caían justo las dos coronas de oro que acababan de implantarme y ello me causaba gran enojo, a causa del considerable gasto, del que aún no me había resarcido del todo. Ahora me resulta comprensible este sueño relacionándolo con una cierta vivencia: reconoce las ventajas materiales de la masturbación respecto del amor de objeto, que es en todas sus formas más perjudicial en lo económico (coronas de oro), y creo que lo dicho por aquella dama acerca del significado del dolor de muelas en las embarazadas evocó de nuevo en mí esta ilación de pensamientos". »Hasta aquí la interpretación del colega, cabalmente esclarecedora y, según creo, inobjetable. Nada tengo que agregar, como no sea, quizá, una referencia al sentido probable de la segunda parte del sueño, que a través de los puentes léxicos Zahn-(ziehen-Zug; reissen-reisen) {diente-( extraer- tren; arrancar-partir) } figura, según todo parece indicarlo, el paso que el soñante consumó, en medio de dificultades, desde la masturbación hasta el comercio sexual (el túnel por el cual los trenes entran y salen en distintas direcciones), así como los peligros de este último (embarazo; sobretodo). »En lo teórico, por otra parte, el caso me parece interesante en dos sentidos. En primer lugar, es probatorio del nexo descubierto por Freud, a saber, que en el sueño se produce la eyaculación junto con el acto de extracción de un diente. Y por cierto que debemos ver en la polución, cualquiera que sea la forma en que sobrevenga, una satisfacción masturbatoria que se lleva a cabo sin el auxilio de estimulaciones mecánicas. A ello se suma que en este caso la satisfacción polutoria no se consuma, como es lo habitual, con relación a un objeto aunque sólo sea imaginado, sino que sucede sin objeto y es, si se nos permite la expresión, puramente autoerótica; a lo sumo deja reconocer un leve sesgo homosexual (dentista). »He aquí el segundo punto que creo merece ponerse de relieve: Resulta tentador objetar que es por completo superfluo empeñarse en ver validada aquí la concepción de Freud, puesto que las vivencias del día anterior se bastan por sí solas para hacernos comprensible el contenido del sueño. La visita al dentista, la conversación con la dama y la lectura de La interpretación de los sueños explicarían suficientemente que el durmiente, desasosegado también de noche por su dolor de muelas, produjese este sueño; y hasta puede argüirse que lo hizo para alejar de sí el dolor que le perturbaba el dormir (mediante la representación del alejamiento del diente dolorido, y dando tinte libidinal a la temida sensación de dolor). Ahora bien, por más concesiones que se hagan en este sentido, no puede defenderse con seriedad la tesis de que la lectura de los esclarecimientos de Freud estableció en el soñante el nexo entre extracción del diente y acto masturbatorio, o siquiera le confirió eficacia. Ello no habría podido ocurrir si el soñante, como él mismo lo confiesa (en su frase "sich einen ausreissen” no tuviera preformado ese nexo desde mucho antes. Más bien pudo haberlo reactualizado, aparte de la conversación con la dama, lo que después comunica: cuando leyó la interpretación de los sueños, razones por demás comprensibles hicieron que no quisiera dar entero crédito a este significado típico de los sueños por estímulo dentario, y se engendró en él el deseo de saber si dicho significado convenía a todos los sueños de ese tipo. Ahora bien, el sueño se lo confirmó, al menos para su persona, y 17 (ver nota)(85) De un trabajo de E. Jones(86) [1910b] tomo otro sueño de nacimiento, junto con su interpretación: «Ella estaba a orillas del mar y vigilaba a un niño pequeño, que parecía ser el suyo, mientras él se adentraba en el agua. Y lo hizo tanto que el agua llegó a cubrirlo, de manera que no veía más que su cabeza, que emergía y se sumergía. La escena se mudó después al vestíbulo lleno de gente de un hotel. Su marido la abandona, y ella traba conversación con un extraño. La segunda mitad del sueño se reveló sin más en el análisis como figuración del acto de fugarse de su esposo y anudar relaciones íntimas con una tercera persona. La primera parte era manifiestamente una fantasía de nacimiento. Así en los sueños como en la mitología, el parto del niño desde el líquido amniótico suele figurarse por medio de una inversión, como ingreso del niño en el agua; entre muchos otros, los nacimientos de Adonis, de Osiris, de Moisés y de Baco ofrecen bien conocidos ejemplos de ello. El emerger y sumergirse la cabeza del niño en el agua recuerda enseguida a la paciente la sensación de los movimientos del feto, que ella experimentó durante su único embarazo. El pensamiento del niño que se adentra en el agua le evoca una ensoñación en que se vio a sí misma sacándolo del agua, después lo llevaba a un cuarto de niños, lo lavaba, lo vestía, y por último lo conducía a casa de ella. »La segunda mitad del sueño figura, pues, pensamientos que atañen al acto de escapar, vinculado con la primera mitad de los pensamientos oníricos encubiertos; y la primera mitad del sueño corresponde al contenido latente de la segunda mitad, la fantasía de nacimiento. Además de la inversión antes mencionada, en cada una de las mitades del sueño se producen sendas inversiones. En la primera, el niño entra en el agua y su cabeza bailotea; en los pensamientos oníricos que están en la base, primero emergen los movimientos fetales y después el niño abandona el agua (una inversión doble). En la segunda mitad, su marido la abandona; en los pensamientos oníricos ' ella abandona a su marido». (Traducido {al alemán} por O. Rank.) Otro sueño de nacimiento es el que cuenta Abraham [1909, págs. 22 y sigs.], de una joven señora que espera su primer parto. Desde un lugar del piso de la habitación, un canal subterráneo lleva directamente al agua (canal genital - líquido amniótico). Quita una trampa del piso, y al instante aparece una criatura cubierta por una piel pardusca, que se asemeja a una foca. Este ser se revela como el hermano menor de la soñante, hacia quien ella siempre mantuvo una actitud maternal. [1911] Rank E [1912d] ha mostrado, para una serie de sueños, que los de nacimiento se sirven del mismo simbolismo que los de estímulo vesical. El estímulo erótico es figurado en aquellos como estímulo vesical; la estratificación del significado en estos sueños responde a un cambio de significado que el símbolo experimentó desde la niñez. [1914] Aquí podemos retomar el tema que habíamos interrumpido(87) acerca de la participación de los estímulos orgánicos perturbadores del dormir en la formación del sueño. Los sueños producidos bajo tales influjos no sólo nos exhiben abiertamente la tendencia al cumplimiento de un deseo y el carácter de la comodidad; hartas veces presentan, también, un simbolismo por entero trasparente: no es raro que provoque el despertar un estímulo cuya satisfacción bajo un disfraz simbólico ya se había intentado en vano en el sueño. Esto vale para los sueños de polución, así como para los desencadenados por presión vesical o intestinal. «El carácter peculiar de los sueños de polución no sólo nos permite desenmascarar directamente ciertos símbolos sexuales ya reconocidos como típicos, aunque todavía susciten ásperas controversias; también es apto para convencernos de que muchas situaciones oníricas en apariencia inocentes no son más que el preludio simbólico de una escena crudamente sexual que, no obstante, casi nunca alcanza figuración directa si no es en los sueños de polución, relativamente raros, mientras que con harta frecuencia se trueca en un sueño de angustia que de igual modo provoca el despertar». [Rank] El simbolismo del sueño por estímulo vesical es de particular trasparencia y desde siempre se lo coligió. Ya Hipócrates sustentó la opinión de que el soñar con fontanas y manantiales significa una perturbación de la vejiga (H. Ellis [1911a, pág. 164]). Scherner [1861, pág. 189] estudió la diversidad del simbolismo por estímulo vesical, y aseveró asimismo que «un estímulo vesical de intensidad mayor siempre se vuelca en la estimulación de la esfera sexual y de sus productos simbólicos. ( . . . ) El sueño por estímulo vesical suele ser al mismo tiempo el representante del sueño sexual». O. Rank, cuyas elucidaciones, contenidas en su trabajo acerca de la estratificación simbólica en el sueño de despertar [1912d], sigo aquí, logró prestar considerable verosimilitud a esta tesis: buen número de los «sueños por estímulo vesical» en verdad son causados por un estímulo sexual que busca satisfacerse primero por el camino de la regresión a la forma infantil del erotismo uretral. Particularmente instructivos son entonces los casos en que el estímulo vesical así producido hace que el soñante despierte y desagote su vejiga, a pesar de lo cual el sueño prosigue y exterioriza su necesidad en imágenes eróticas no disfrazadas. (ver nota)(88) De manera enteramente análoga, los sueños por estímulo intestinal descubren el simbolismo correspondiente, corroborando el nexo entre oro y mierda(89), vastamente documentado también en la psicología de los pueblos. «Así, el sueño de una mujer en la época en que estaba bajo tratamiento médico a causa de un trastorno intestinal: en las cercanías de una cabañita de madera, que se parece a los escusados aldeanos, alguien entierra un tesoro. Una segunda parte del sueno tiene este contenido: ella le limpia el trasero a su hijita, que se ha ensuciado». [Rank, 1912d] A los sueños de nacimiento se enlazan los sueños de «rescate». Rescatar, en particular rescatar del agua, tiene el significado de parir si la soñante es mujer, pero este sentido se modifica si es hombre. (ver nota)(90) [1911] Los ladrones, los asaltantes nocturnos y los fantasmas que dan miedo antes de meterse en cama y que en ocasiones también asedian al durmiente provienen de una misma reminiscencia infantil. Son los visitantes nocturnos que despertaron al niño para sentarlo a la bacinilla a fin de que no mojase la cama, o que levantaron las cobijas para inspeccionar cuidadosamente qué hacía, dormido, con sus manos. Por los análisis de algunos de estos sueños de angustia hasta logré que se identificase a la persona del visitante nocturno. El ladrón era siempre el padre, y los fantasmas, con preferencia personas del sexo femenino que llevaban blancos camisones. [1909] 20 Ejemplos. Cuentas y dichos en el sueño. (ver nota)(91) Antes de situar el cuarto de los factores que presiden la formación del sueño en el lugar que le corresponde, quiero referir algunos ejemplos de mi colección de sueños, que en parte elucidan la cooperación de los tres factores que ya conocemos y en parte pueden proporcionar pruebas para tesis consignadas de pasada, o explicitar consecuencias irrecusables de ellas. En mi anterior ex posición sobre el trabajo del sueño me fue muy difícil ejemplificar mis descubrimientos. Los ejemplos para cada uno de los enunciados sólo son probatorios en el contexto de la interpretación de un sueño; arrancados de él pierden su bondad, y una interpretación, por poco profunda que sea, enseguida se extiende tanto que nos hace perder los hilos del discurso a cuya ilustración debía servir. Si en lo que sigue enhebro en dispersión toda clase de cosas que sólo reciben coherencia por su vínculo con el texto de la sección precedente sírvame de disculpa el motivo técnico que he dicho. [ 1900.] Primero, algunos ejemplos de modos de figuración onírica particularmente curiosos o inhabituales. Una dama sueña: Una mucama está sobre una escalera como para limpiar una ventana y tiene junto a sí a un chimpancé y a un gato gorila {Gorillakatze} (después corrige: gato de Ailgora {Angorakatze} ). Echa los animales encima de la soñante; el chimpancé se estrecha contra ella, y eso es muy asqueroso. Este sueño ha alcanzado su fin por un medio en extremo sencillo; en efecto, ha tomado al pie de la letra un giro idiomático, figurándolo según suenan sus palabras. «Mono», y los nombres de animales en general, son palabras insultantes {Schimpfwörter; Schimpanse: chimpancé}, y la situación onírica no quiere decir sino «cubrir de insultos» {«cubrir de chimpancés»}. Dentro de la misma serie vendrán enseguida otros ejemplos de este simple artificio usado por el trabajo onírico. [1900] De manera por entero semejante procede otro sueño: Una mujer con un niño cuyo cráneo está llamativamente malformado; acerca de ese niño oyó que quedó así por su posición en el cuerpo de la madre, Por compresión, dice el médico, podría darse al cráneo mejor forma, sólo que ello lesionaría el cerebro. Piensa que es un varón, y eso le perjudica menos. Este sueño contiene la figuración plástica del concepto abstracto «impresiones infantiles» que la soñante ha oído en las explicaciones de la cura. [1900] Un camino algo diverso emprende el trabajo onírico en el ejemplo que sigue. El sueño contiene el recuerdo de una excursión al Hilmteich(92), cerca de Graz: Hace un tiempo horrible afuera; un hotel miserable, de las paredes gotea agua, las camas están húmedas. (El último fragmento del contenido no es en el sueño tan directo como yo lo expuse.) El sueño significa «superfluo» {«überflüssig»}. Lo abstracto que se encuentra en los pensamientos oníricos es primero forzado hasta hacerlo equívoco, quizá se lo remplazó por «überfliessend» {«rebosante»} o por «flüssig und überflüssig» {«fluencia y superfluencia»}, y después se lo figura por acumulación de impresiones de igual suerte. Agua afuera, agua dentro de las paredes, agua como humedad en las camas, todo fluido y «super»-fluo. [1900.] Que a los fines de la figuración en el sueño la ortografía ceda con mucho a la pronunciación no ha de asombrarnos, pues la rima, por ejemplo, se toma libertades semejantes. En el sueño de una doncella, que Rank (1910a, pág. 482) comunica en detalle y analiza muy a fondo, se cuenta que ella va de paseo por los campos, donde corta hermosas espigas Wren} de cebada y de trigo. Un joven amigo viene en dirección a ella, y quiere evitar encontrarlo. El análisis muestra que se trata de un beso honroso {Kuss in Ehren(93)}. Las Ähren, que no deben arrancarse sino segarse, sirven en este sueño como tales y en su condensación con Ehre {honor}, Ehrungen {homenajes}, para figurar toda una serie de otros pensamientos [latentes]. [1911] En otros casos el lenguaje facilita mucho al sueño la figuración de sus pensamientos, pues dispone de toda una serie de palabras que originariamente se entendieron de manera figural y concreta y hoy se usan en sentido desvaído y abstracto. El sueño no tiene más que devolverles su pleno significado primitivo, o descender un peldaño en la evolución de su significado. Por ejemplo, alguien sueña que su hermano está dentro de una caja {Kasten}; en el trabajo de interpretación la caja se sustituye por un «armario» {«Schrank»; en sentido abstracto, también «barrera» o «restricción»}; ahora bien, el pensamiento onírico es que ese hermano -y no el soñante- debe «restringirse» {«sich einschränken(94)»}. [1909] Otro soñante escala un monte desde el cual tiene un panorama extraordinariamente amplio. Es que se identifica con un hermano que edita una revista {Rundschau; literalmente, «panorama», «mirar en torno»} que se ocupa de las relaciones con el Lejano Oriente. [1911] En un sueño de Der Grüne Heínrich(95), un caballo brioso {übermütíg; también, «petulante»} se revuelca en la más hermosa avena: cada grano es «una almendra dulce, una pasa de uva y un centavo nuevo», todo «envuelto en seda roja y atado con un pedacito de cerda de chancho». El autor (o el soñante) nos da enseguida la interpretación de esta figuración onírica; en efecto, el caballo siente una agradable cosquilla, y por eso exclama: «Der Hafer sticht mich!(96)», [1914] Las viejas sagas nórdicas hacen (según Henzen [ 1890] un uso particularmente generoso de sueños con giros idiomáticos y chistes verbales; apenas hay en ellas un ejemplo de sueño sin doble sentido o sin juego de palabras. [1914] Requeriría un trabajo especial reunir esos modos de figuración y ordenarlos de acuerdo con los principios que los presiden. [1909]. Muchas de estas figuraciones han de llamarse casi retruécanos. Se tiene la impresión de que nunca se habría acertado con ellas de no haber sabido comunicarlas el soñante [1911]. 21 1.- Un hombre sueña que se le inquiere por un nombre, del que empero no puede acordarse. El mismo explica que ello quiere decir: «No se me ocurre ni en sueños». [1911] 2. Una paciente(97) cuenta un sueño en que todas las personas actuantes eran particularmente grandes. «Quiere decir», acota, «que ha de referirse a un acontecimiento de mi primera infancia, pues desde luego fue entonces cuando todos los adultos me parecieron así, enormemente grandes». Su propia persona no intervenía en el contenido de este sueño. - El traslado a la infancia se expresa en otros sueños de diverso modo, a saber, traduciendo el tiempo al espacio. Vemos a las personas y escenas respectivas como en la lejanía, al final de un largo camino o como si se las mirase por unos prismáticos puestos al revés. [1911] 3. Un hombre que en la vigilia se inclinaba por modos de expresión demasiado abstractos e imprecisos, aunque estaba dotado de buen ingenio, sueña en cierto contexto que va a una estación a la que está entrando un tren. Pero entonces el andén es acercado al tren, que permanece quieto, una inversión absurda de lo que realmente ocurre. También aquí, este detalle no es sino el anunciador de que alguna otra cosa del contenido onírico debe invertirse. El análisis del mismo sueño lleva a recuerdos de libros de estampas donde había figurados unos hombres que andaban sobre las manos, cabeza abajo. [1911] 4. El mismo soñante nos informa de otro sueño, breve, que casi recuerda a la técnica de un acertijo. Su tío le da un beso en el automóvil. Apunta inmediatamente esta interpretación, que yo jamás habría hallado: Autoerotismo. Habría podido ser una broma hecha en la vigilia. (ver nota)(98) [1911] 5. El soñante saca al descubierto (hervorz¡ehen} a una mujer por detrás de la cama. Significado: le da la preferencia { vorziehen(99)} 10 [1914] 6, El soñante, como oficial de las Fuerzas Armadas, se sienta a una mesa enfrente del emperador. Se pone en oposición al padre. [1914.] 7. El soñante trata a otra persona por la fractura de un hueso {Knochenbruch}. El análisis revela a esa fractura como figuración de una ruptura matrimonial (Ehebruch; más exactamente, «adulterio»}, etc. (ver nota)(100) [1914] 8. Las horas del día con mucha frecuencia hacen las veces, en el contenido del sueño, de las edades de la infancia. Así, en el caso de un soñante las cinco y cuarto de la mañana significaban la edad de cinco años y tres meses, el significativo momento en que le nació un hermanito. [1914] 9. Otra figuración de edades en el sueño: Una mujer anda con dos niñas pequeñas, cuya diferencia es de quince meses. La soñante no encuentra ninguna familia conocida a la que esto se le aplique. Ella misma interpreta que las dos niñas figuran a su propia persona y el sueño le dice que los dos acontecimientos traumáticos de su infancia estuvieron separados por ese tiempo (a los tres años y medio, y a los cuatro años y nueve meses). [1914] 10. No es asombroso que personas bajo tratamiento psicoanalítico sueñen a menudo con él, y se vean llevadas a expresar en el sueño todos los pensamientos y expectativas que él suscita. La imagen escogida para la cura es por regla general la de un viaje, la mayoría de las veces en automóvil, en su calidad de vehículo novedoso y complejo; y entonces la referencia a la velocidad del automóvil deja campo libre a la ironía del paciente. Si es el «inconciente», como elemento de los pensamientos de vigilia, el que ha de encontrar figuración en el sueño, muy oportunamente se lo sustituye por sitios «subterráneos» que en otro caso, y sin relación alguna con la cura psicoanalítica, habrían significado el vientre de la mujer o el seno materno. «Abajo» en los sueños se refiere hartas veces a los genitales, y lo opuesto, «arriba», al rostro, la boca o el pecho. Mediante animales salvajes el trabajo del sueño simboliza por lo común pulsiones pasionales, así las del soñante como las de otras personas, que él teme; y por tanto, con un mínimo desplazamiento, simbolizan a las personas mismas que son las portadoras de esas pasiones. De aquí a la figuración del padre temido mediante animales feroces, perros, caballos salvajes, que se asemeja al totemismo, no hay gran distancia(101). Podría decirse que los animales salvajes sirven para figurar la libido temida por el yo, combatida por represión. También la neurosis misma, la «persona enferma», es escindida muchas veces del soñante y mostrada en el sueño como una persona independiente. [1919] 11. Dice H. Sachs (1911): «Por La interpretación de los sueños [de Freud] sabemos que el trabajo onírico conoce diversos caminos para figurar de manera sensible e intuitiva una palabra o un giro idiomático. Por ejemplo, aprovechando la circunstancia de que la expresión a figurar es ambigua, y siguiendo el "cambio de vía" del doble sentido, puede recoger en el contenido manifiesto del sueño el segundo sentido; no el primero, que aparece en los pensamientos oníricos. »Es lo que :sucedió en el breve sueño que comunico a continuación, donde se aprovechan muy hábilmente, como material figurativo, las impresiones diurnas recientes aptas para ello. »El día del sueño había sufrido un resfriado y por eso al final del día decidí no dejar la cama en toda la noche, mientras me fuese posible. El sueño, en apariencia, no hizo sino proseguir mi trabajo diurno; había estado ocupándome de pegar en un álbum recortes de revistas, con el cuidado de asignar a cada recorte el lugar correspondiente. He aquí el sueño: »Me esfuerzo por pegar un recorte en el álbum; pero no cabe en la página {er geht aber nicht aut die Seite}, lo que me causa gran dolor. »Me desperté y hube de comprobar que el dolor del sueño perduraba como un real dolor corporal que me obligaba a ser infiel a mi propósito. El sueño, como "guardián del dormir", había entretenido el cumplimiento de mi deseo de permanecer en cama mediante la figuración de las 22 »Ya la partición del número 2262 en el relato del sueño permite inferir que cada uno de los elementos tiene un significado propio. He aquí la ocurrencia del soñante: Ayer, en el trabajo, habían hablado sobre el tiempo de servicio de cada cual. Causa de la charla fue un inspector que había pasado a retiro a los 62 años. El soñante tiene solamente 22 años de servicio, y todavía necesita 2 años y 2 meses para obtener una pensión del 90 %. Ahora bien, el sueño le pinta en primer lugar el cumplimiento de un deseo largamente acariciado: tener la jerarquía de inspector. El jefe que lleva en la solapa el número 2262 es él mismo; desempeña su servicio en la calle, lo que es también un deseo, una predilección de él; ha cumplido sus 2 años y 2 meses y ahora puede jubilarse con pensión completa, como el inspector de 62 años». (ver nota)(110) Si cotejamos estos ejemplos y otros parecidos (como los que después expondremos estamos autorizados a decir: El trabajo onírico no hace cuentas ningunas, ni correctas ni erróneas; se limita a componer en la forma de un cálculo unos números que aparecen en los pensamientos oníricos y pueden servir como alusiones a un material no figurable [de otra manera]. Trata entonces a los números como material para la expresión de sus propósitos; es exactamente lo mismo que hace con todas las otras representaciones, aun con los nombres y los dichos reconocibles en calidad de representaciones-palabra. Es que el trabajo onírico tampoco puede crear un dicho. Por más dichos y réplicas que aparezcan en los sueños, y que en sí pueden tener sentido o ser irracionales, el análisis muestra en todos los casos que el sueño no ha hecho sino tomar de los pensamientos oníricos fragmentos de dichos realmente pronunciados u oídos, procediendo con ellos de manera en extremo arbitraria. No sólo los arrancó de su contexto y los fragmentó, acogió unos fragmentos y desestimó otros, sino que con harta frecuencia los compuso de nuevo, de tal suerte que los dichos oníricos que parecen coherentes se descomponen en el análisis en tres o cuatro trozos. En este uso nuevo, a menudo deja de lado el sentido que las palabras tenían en los pensamientos oníricos y presta a su literalidad un sentido por completo novedoso. (ver nota)(111) En un estudio más atento, distinguimos en los dichos de los sueños unos ingredientes más nítidos, compactos, de otros que sirven como medios de unión y probablemente se completaron como solemos hacerlo en la lectura con las letras y sílabas omitidas. Así, el dicho del sueño tiene la estructura de una roca de brecha, en que grandes fragmentos de diversos materiales se cohesionaron mediante una masa intermediaria endurecida. Empero, esta descripción es válida en sentido estricto solamente para aquellos dichos {Rede} que tienen algo del carácter sensible del habla {Rede} y pueden describirse como «proferencias» {«Rede»}. Los otros, los que por así decir no se percibieron como oídos o como pronunciados (no tienen en el sueño ninguna inflexión acústica o motriz), son simplemente pensamientos como los que acuden a nosotros en la actividad mental de vigilia y pasan inalterados a muchos sueños. Para el material de dichos que en el sueño aparecen con carácter de indiferentes, la lectura parece ser también una fuente copiosa y difícil de rastrear. Pero, por otro lado, todo aquello que en el sueño se destaca llamativamente de un modo cualquiera como un dicho admite ser reconducido a dichos reales, pronunciados por uno mismo u oídos. Ejemplos de esta derivación de los dichos del sueño hallamos ya en análisis que comunicamos con otros fines. Así, en el «inocente sueño del mercado» de, donde el dicho «De eso no tenemos más» sirve para que la soñante me identifique con el carnicero, mientras que un fragmento del otro dicho: «A eso no lo conozco y no lo llevo», no hace sino cumplir la tarea de volver inocente al sueño. En efecto, la víspera la soñante había replicado a su cocinera, frente a alguna insinuación de esta, con las palabras: «A eso no lo conozco, pórtese decorosamente»; y ocurrió que de este dicho se recogió en el sueño el primer fragmento, que sonaba indiferente, a fin de aludir así al segundo fragmento, el cual conviene muy bien a la fantasía que está en la base del sueño pero también la habría delatado. Vaya un ejemplo parecido en remplazo de muchos, puesto que todos desembocan en lo mismo: Un vasto patio donde se incineran cadáveres. El soñante dice: «Yo me voy {geh' ich weg}, no puedo ver eso». (Esto no es un dicho nítido.) Después encuentra a dos aprendices de carnicero y pregunta: «Vaya, ¿gustó eso?», Y uno responde: «Qué va, no estaba bueno». Como si hubiera sido carne humana. He aquí la ocasión inocente de ese sueño: Después de cenar hace con su mujer una visita a los honrados, pero en modo alguno apetitosos, vecinos. La anciana y hospitalaria dama se encuentra justamente en su comida nocturna y lo fuerza (entre hombres se usa jocosamente para ello una palabra compuesta, de acento sexual(112)) a probar algo. El se rehusa, ya no tiene más apetito. «Pero ándele {gehn S' weg}, todavía podrá digerirlo», o cosa parecida. Debe entonces probar, y después le elogia lo ofrecido: «Pero está bueno». De nuevo a solas con su mujer, echa pestes contra la importuna insistencia de la vecina y también contra la calidad del manjar que hubo de probar. «No puedo ver eso», tampoco en el sueño emerge como algo genuinamente dicho; es un pensamiento que se refiere a los encantos físicos de la invitante dama, y habría que traducirlo diciendo que no está ganoso de mirarlos. Más instructivo resultará el análisis de otro sueño que comunico aquí a causa del dicho muy nítido que forma su punto central, pero que sólo será esclarecido cuando consideremos los afectos en los sueños. Soñé con mucha claridad: He ido de noche al laboratorio de Brücke y abro la puerta, después que golpearon suavemente, al (difunto) profesor Fleischl quien entra con varios amigos y luego de algunas palabras se sienta a su mesa. Sigue otro sueño: Mi amigo FI. [Fliess] ha llegado a Viena en julio, de incógnito; lo encuentro por la calle en coloquio con mi (difunto) amigo P., y voy con ellos a alguna parte, donde se sientan a una pequeña mesa frente a frente, y yo en la cabecera, sobre el lado más angosto de la mesita. FI. cuenta acerca de su hermana v dice: «En tres cuartos de hora quedó muerta», y después algo como «Ese es el umbral». Como P. no le entiende, El. se vuelve a mí y me pregunta cuánto de sus cosas he comunicado entonces a P. Y tras eso yo, presa de extraños afectos, quiero comunicar a FI. que P. (nada puede saber porque él) no está con vida. Pero digo, notando yo mismo el error: «NON VlXIT». Miro entonces a P. con intensidad, y bajo mi mirada él se torna pálido, difuso, sus ojos se ponen de un azul enfermizo . . . y por último se disuelve. Ello me da enorme alegría, ahora comprendo que también Ernst Fleischl era sólo un aparecido, un resucitado(113), y hallo enteramente posible que una persona así no subsista sino por el tiempo que uno quiere, y que pueda ser eliminada por el deseo del otro. Este bello sueño reúne en ~u contenido tantos caracteres enigmáticos -la crítica ejercida en el 25 sueño mismo, que repare en mi error de decir «Non vixit» en lugar de «Non vivit(114)», el trato despreocupado con difuntos que el sueño mismo declara taIes, lo absurdo de la conclusión final y el gran contento que me depara- que bien querría yo, «daría la vida», por comunicar la solución completa de este enigma. Pero en la realidad soy incapaz de sacrificar a mi orgullo, como hago en el sueño, el miramiento por personas tan queridas. Ahora bien, un escamoteo cualquiera echaría a perder el sentido del sueño, que yo bien conozco. Por eso me contentaré con extraer, primero aquí y más adelante luego, algunos elementos del sueno para interpretarlos. El centro del sueño lo forma una escena en que yo aniquilo a P. con una mirada. Sus ojos se ponen entonces extraña y siniestramente azules, y al final se disuelve. Esta escena es la copia inequívoca de una realmente vivenciada. Yo era ayudante en el Instituto de Fisiología, cumplía mi servicio desde la mañana temprano, y Brücke se había enterado de que algunas veces yo llegaba tarde al laboratorio pedagógico. Entonces, en una ocasión llegó puntualmente para abrir y me esperó. Lo que me dijo fue breve y categórico; pero no importaban las palabras. Lo imponente eran los terribles ojos azules con que me miró y ante los cuales quedé aniquilado ... como P. en el sueño que, para mi alivio, ha trocado los papeles. Quien recuerde los ojos maravillosamente bellos del gran maestro, que conservó aun de anciano, y alguna vez lo haya visto encolerizado, con facilidad revivirá los afectos del joven pecador. Pero por mucho tiempo no hubo caso de poder derivar el «Non vixit» con que en el sueño dicto aquella sentencia; hasta que al fin recordé que estas dos palabras, no como oídas o proferidas, sino como vistas, habían tenido suma nitidez en el sueño. Y al punto supe su proveniencia. En el pedestal del monumento que en el Palacio Imperial de Viena recuerda al emperador José se leen estas hermosas palabras: «Saluti patriae vixit non diu sed totus». (ver nota)(115) De esa inscripción saqué yo lo que convenía a una de las series -hostil- de los pensamientos oníricos; ella pudo ser: «El tipo ya no está para contar el cuento, él no está con vida». Y entonces hube de recordar que el sueño me sobrevino pocos días después que se descubrió el monumento a Fleischl en el peristilo de la Universidad(116); con ese motivo había vuelto a ver el monumento a Brücke y (en el inconciente) debió de apesadumbrarme que mi amigo P., tan altamente dotado y consagrado por entero a la ciencia, hubiese perdido por su muerte prematura la fundada pretensión a un monumento en ese lugar. Entonces le erigí ese monumento en el sueño; mi amigo P. se llamaba Josef {José}. (ver nota)(117) Empero, por las reglas de la interpretación de los sueños no estaría aún justificado para sustituir el «Non vivit» que necesito por «Non vixit», que el recuerdo del monumento a José pone a mi disposición. Algún otro elemento de los pensamientos oníricos tiene que haber contribuido a posibilitar ese paso. Ahora bien, hay aquí algo que me obliga a reparar en que la escena del sueño conjuga una corriente de pensamientos hostiles y otra de pensamientos tiernos hacia mi amigo P.; de ellas la primera es superficial, la segunda está escondida, y logran su figuración en idénticas palabras: «Non vixit». Porque ha hecho méritos científicos le erijo un monumento; pero porque se hizo culpable de un mal deseo (que se expresa al final del sueño) lo aniquilo. Acabo de formar una frase de cuño muy particular, para lo cual tiene que haberme influido algún modelo. ¿Y dónde hay una antítesis parecida, en que se ponen una junto a la otra dos reacciones contrapuestas hacia la misma persona, y ambas pretenden estar plenamente justificadas y no obstante dicen no estorbarse una a la otra? En un único pasaje que se graba profundamente en el lector; en el discurso justificatorio de Bruto, en el julio César de Shakespeare [acto III, escena 2]: «Porque César me amó, lloro por él; porque fue afortunado, regocíjome; porque fue valiente, lo venero; mas porque fue ambicioso lo maté». ¿No es esta la misma construcción de las frases y la misma oposición de ideas incluidas en el pensamiento onírico que yo he descubierto? Hago entonces de Bruto en el sueño. ¡Si pudiera descubrir en el contenido de este alguna otra pista que corroborase este sorprendente enlace colateral! Creo que podría ser la siguiente: Mi amigo FI. vino a Viena en julio. Pero este detalle no encuentra apoyo ninguno en la realidad. Que yo sepa, mi amigo Jamás estuvo en Viena en el mes de julio. Pero el mes de julio se llama así por julio César, y muy bien podría ser este el subrogado de la alusión que busco al pensamiento intermediario, el de que yo hago el papel de Bruto. (ver nota)(118) Y, cosa extraña, en la realidad hice una vez de Bruto. Ante un auditorio infantil representé la escena de Bruto y César, tomada de una obra de Schiller(119); fue cuando yo tenía catorce años, y lo hicimos junto con mi sobrino, un año mayor que yo, que por entonces había venido a visitarnos de Inglaterra; era también un revenant, pues con él reaparecía el compañero de juegos de mi primera infancia. Hasta mi tercer año cumplido fuimos inseparables, nos amábamos y reñíamos, y esta relación infantil, como señalé, fue determinante para todos mis sentimientos posteriores en el trato con personas de mi edad. Desde entonces mi sobrino John(120) encontró muchas encarnaciones que revivían ora este aspecto, ora estotro, de su ser fijado de manera indeleble en mi recuerdo inconciente. Por momentos ha de haberme tenido muy a mal traer, y yo debo de haber dado muestras de arrojo contra mi tirano, pues años después me fue contado muchas veces un breve dicho justificatorio con que me defendía cuando mi padre -su abuelo- me pedía cuentas: «¿Por qué le pegaste a John?». Y venía la justificación, en el lenguaje del niño que aún no llegaba a los dos años: «Le pegué porque él me pegó». Debe ser esta escena infantil la que desvía el «Non vivit» al «Non vixit», pues en el lenguaje de los niños mayores «pegar» {«Schlagen»} se dice «Wichsen» {«sobar»; se pronuncia «vixen»}; el trabajo onírico no desdeña usar tales conexiones. La hostilidad, tan poco fundada en la realidad, hacia mi amigo P., quien muchas veces me venció y por eso pudo espejar una reedición de los juegos infantiles, retrocede con seguridad hasta mi compleja relación infantil con John. (ver nota)(121) Como he dicho, volveré luego sobre este sueño. 26 Sueños absurdos. Las operaciones intelectuales en el sueño. (ver nota)(122) En las interpretaciones de sueños emprendidas hasta aquí tropezamos tantas veces con el elemento de lo absurdo en el contenido onírico que no queremos posponer por más tiempo el estudio de su origen y su eventual significado. Recordamos bien que lo absurdo de los sueños proporcionó a sus menospreciadores un argumento clave para no ver en ellos más que productos sin sentido de una actividad mental aminorada y fragmentada. Empiezo con algunos ejemplos en que lo absurdo del contenido del sueño no es sino una apariencia que se desvanece enseguida cuando se profundiza mejor en el sentido de aquel. Son algunos que versan -por azar, según parece al comienzo- sobre el padre muerto. [I] Sueño de un paciente que perdió a su padre seis años antes: Al padre le ocurrió una gran desgracia. Viajaba en el tren nocturno, se produjo un descarrilamiento, los asientos se entrechocaron y le aplastaron la cabeza de través. Lo ve yacente en el lecho, con una herida sobre el arco superciliar izquierdo, que corre verticalmente. Le asombra que el padre se haya malogrado (pues ya está muerto, según completa en el relato). Y los ojos están tan claros. De acuerdo con el criterio imperante acerca de los sueños, habría que esclarecer así el contenido de este: El soñante olvidó primero, mientras se representaba el accidente de su padre, que este desde mucho antes vacía en la tumba; cuando el sueño prosigue, ese recuerdo se evoca y hace que él, soñando todavía, se asombre de su propio sueño. Pero el análisis enseña que es notoriamente superfluo recurrir a tales explicaciones. El soñante había encargado a un artista un busto de su padre, y dos días antes del sueño había ido a mirarlo. Este fue el que se le antojó malogrado. El escultor nunca había visto a su padre y trabajaba según fotografías que le presentaron. Y aun el día anterior al sueño el piadoso hijo había enviado al atelier a un vicio servidor de la familia para probar si también él pronunciaba el mismo fallo sobre la cabeza marmórea, a saber, que se la veía demasiado estrecha en el sentido trasversal, de una sien a la otra. Y ahora sigue el material mnémico que contribuyó a la construcción de este sueño. El padre tenía el hábito, cuando el cuidado de sus negocios o las dificultades familiares lo abrumaban, de oprimirse las sienes con ambas manos, como si su cabeza se le pusiese demasiado ancha y quisiera comprimirla. - Siendo un niño de cuatro años, cupo a nuestro soñante ver cómo el disparo de una pistola accidentalmente cargada ponía negros los ojos del padre (Los ojos están tan claros). - En el lugar donde el sueño muestra la herida del padre, exhibía él en vida, cuando estaba pensativo o triste, una profunda arruga longitudinal. Y que esta arruga se sustituyera en el sueño por una herida apunta a la segunda ocasión del sueño. El soñante había tomado una fotografía a su hijita; la placa se le cayó de la mano y cuando la recogió exhibía una resquebrajadura sobre la frente de la pequeña, como una arruga vertical que corría hasta la ceja. Entonces no pudo evitar una premonición supersticiosa, pues un día antes de la muerte de su madre se le había rayado la placa fotográfica con su imagen. Por tanto, lo absurdo de este sueño no es sino el resultado de un descuido de la expresión lingüística, que no quiere distinguir de las personas los bustos y las fotografías. Todos nosotros solemos decir [ante una imagen tal]: «No se lo ve bien a papá, ¿no te parece?». Sin duda, habría sido fácil evitar la apariencia de absurdo en este sueño. Si hubiera derecho a juzgar por una experiencia única, se diría que esta apariencia de absurdo es consentida o deliberada. II Ahora un segundo ejemplo, en un todo semejante, tomado de mis propios sueños (he perdido a mi padre en 1896): Mi padre ha desempeñado después de su muerte un papel político entre los magiares, los ha avenido políticamente. En relación con esto veo una pequeña imagen, no nítida: Una multitud como en el Parlamento, una persona de pie sobre una o dos sillas, y otras le hacen rueda, Me acuerdo de que en su lecho de muerte se lo veía tan parecido a Garibaldi, v me regocija que este augurio se haya hecho verdadero. Es bastante absurdo. Lo soñé en la época en que los húngaros se quedaron sin legislación por obra de la obstrucción parlamentaria y atravesaron aquella crisis de que los libró Koloman Széll(123). La nimia circunstancia de que la escena vista en el sueño constase de imágenes tan pequeñas no deja de tener importancia para esclarecer este elemento. Nuestros pensamientos oníricos son figurados corrientemente en imágenes visuales que parecen tener, más o menos, el tamaño de las cosas vividas; pero mi imagen onírica es la reproducción de una xilografía, inserta en el texto de una historia ilustrada de Austria, que figura a María Teresa en el Parlamento de Presburgo; es la famosa escena del «Moriamur pro rege nostro(124)». Como allí María Teresa, así está mi padre en el sueño rodeado por la multitud; pero está de pie sobre una o dos sillas {Stuhl} y, por tanto, como juez que preside {Stuhlrichter; literalmente, «juez de la silla»}. (El los ha avenido; acude en relación con esto el giro {alemán}: «No necesitaremos de ningún juez».) Que en su lecho de muerte se lo veía tan parecido a Garibaldi, todos los que lo rodeábamos lo observamos en la realidad. Tuvo un aumento de temperatura posmortal, sus 27 esa crítica a no devenir concientes. IV Un nuevo sueño absurdo de padre muerto: Recibo una carta de la municipalidad de mi ciudad natal referente a las costas de una internación hospitalaria a que debió recurrirse en 1851 a causa de un ataque producido en mi casa. Ello me resulta cómico, pues en primer lugar en 1851 yo todavía no había nacido, y en segundo lugar mi padre, a quien el asunto podría referirse, ya está muerto. Voy a verlo a la habitación contigua, donde yace en la cama, y se lo cuento. Para mi asombro, se acuerda de que por 1851 se emborrachó una vez y debió ser encerrado o detenido. Era cuando trabajaba para la casa T. «¿Entonces tú has bebido también?», le pregunto. «¿Y poco después te casaste?». Hago la cuenta de que soy nacido en 1856, y me parece como si este año siguiera inmediatamente al otro. De acuerdo con nuestras anteriores elucidaciones, habremos de traducir la insistencia con que este sueño exhibe sus absurdos como mero signo de una polémica particularmente apasionada y amarga en el interior de los pensamientos oníricos. Pero con tanto mayor sorpresa comprobamos que en este sueño la polémica se plantea francamente y el padre es caracterizado como la persona a que se hace objeto de las burlas. Semejante franqueza parece contradecir nuestras premisas sobre la censura en el trabajo del sueño. Pero hay algo que ayuda a aclarar esto: aquí el padre no es sino un testaferro; la disputa se empeña con otra persona que en el sueño sale a la luz a través de una -única alusión. Mientras que lo corriente es que el sueño verse sobre la sublevación contra otras personas tras las cuales se encubre el padre, aquí sucede lo inverso: el padre se convierte en hombre de paja, en pantalla de otro, y por eso el sueño es autorizado a ocuparse tan sin disfraz de su persona, sacrosanta en cualquier otro caso; es que hay implícito un saber cierto de que él no es, en realidad, el aludido. De ese estado de cosas nos entera la ocasión del sueño. Sobrevino, en efecto, después que me dijeron que un colega más anciano, cuyo juicio se tiene por inapelable, manifestó su condena y su asombro por el hecho de que uno de mis pacientes continuara el trabajo psicoanalítico conmigo, que iba ya por el quinto año(135). Las frases iniciales del sueño apuntan, bajo un trasparente disfraz, al hecho de que este colega tomó por un tiempo sobre sí las obligaciones que mi padre ya no podía cumplir (costas, internación en el hospital); y cuando nuestros lazos de amistad empezaron a aflojarse, sufrí yo el mismo conflicto de sentimientos que, en el caso de una desavenencia entre padre e hijo, ha de prov ocar por fuerza el papel que antes cumplió el padre y su temprana asistencia. Ahora bien, los pensamientos oníricos se defienden amargamente contra el reproche de que yo no progrese más rápido, reproche que del tratamiento de ese paciente se extiende después a otras cosas. ¿Acaso él conoce a alguien que pueda hacerlo más rápido? ¿No sabe que estados de esta índole son incurables por otros medios y duran toda la vida? ¿Qué son cuatro o cinco años comparados con la duración de toda una vida, tanto más si durante el tratamiento se le alivió la existencia al enfermo en medida tan grande? El sesgo de lo absurdo se imprimió a este sueño en buena parte por el hecho de que frases provenientes de diversos ámbitos de los pensamientos oníricos se enhebraron una después de otra sin transición mediadora. Así, la frase voy a verlo a la habitación contigua, etc., abandona el tema recogido en las frases anteriores y reproduce con fidelidad las circunstancias en que comuniqué a mi padre mi compromiso matrimonial, que había contraído sin su autorización. Por tanto, esta frase quiere ponerme por delante el noble desinterés que en esa ocasión probó el anciano, para oponerlo al comportamiento de otra persona, de una nueva persona. Hago notar aquí que el sueño se permite hacer escarnio del padre porque en los pensamientos oníricos se lo presenta, con reconocimiento pleno, como modelo frente a otro. Va en la naturaleza de toda censura el autorizar que de las cosas no permitidas se digan falsedades, y no la verdad. La frase que sigue, a saber, que él se acuerda de que se emborrachó una vez y debió ser encerrado, no contiene tampoco nada que en la realidad se refiera a mi padre. La persona que él encubre es nada menos que la del gran Meynert(136) cuyas huellas he seguido con veneración tan alta y cuya conducta hacia mí, después de un breve período de predilección, se trocó en una hostilidad indisimulada. El sueño me recuerda algo que él mismo contó: que en su juventud se había entregado al hábito de embriagarse con cloroformo y por eso debió ingresar al sanatorio, y además otra vivencia que tuve con él poco antes de su muerte. Había mantenido con él por escrito una agria polémica sobre la histeria masculina, que él no admitía(137); cuando fui a visitarlo en su lecho de enfermo, y después que le pregunté por su estado, se demoró en la descripción de sus padecimientos y concluyó con estas palabras: «Sabe usted, siempre fui uno de los más bellos casos de histeria masculina». Así, para mi contento y para mi asombro, concedía aquello a lo cual se había opuesto obstinadamente tanto tiempo. Que en esta escena del sueño pueda yo encubrir a Meynert tras mi padre no tiene su fundamento en una analogía hallada entre ambas personas, sino que es la figuración escueta, pero suficiente en un todo, de una cláusula condicional contenida en los pensamientos oníricos. Hela aquí, explicitada: «¡Ah! Si yo fuera segunda generación, el hijo de un profesor o de un consejero áulico {Hofrat}, sin duda avanzaría más rápido». Por eso en el sueño convierto a mi padre en consejero áulico y en profesor. El absurdo más grosero y enojoso del sueño reside en el tratamiento de la fecha 1851, que me parece no diferente de 1856, como si la diferencia de cinco años no significara nada. Y precisamente eso es lo que debe expresarse desde los pensamientos oníricos. De cuatro a cinco años, ese es el lapso durante el cual gocé del apoyo del colega que cité al comienzo, pero también el tiempo que hice esperar a mi novia hasta nuestro casamiento, y por una coincidencia casual, bien aprovechada por los pensamientos oníricos, es la misma cantidad de años que ahora hago esperar a mi paciente más constante hasta su completa curación. «¿Qué son cinco años?», preguntan los pensamientos oníricos. «Eso para mí es un instante, ni merece que se lo tome en cuenta. Tengo por delante suficiente tiempo, y así como finalmente se cumplió todo aquello en que ustedes no querían creer, también llevaré esto a buen puerto». Pero, además, la cifra 51, desprendida de las que marcan el siglo, está determinada aún en otro sentido, y por cierto en un sentido opuesto; por eso aparece varias veces en el sueño. Esa, 51, es la edad en que el hombre estaría especialmente amenazado, la edad en que he visto morir de manera repentina a colegas, y entre ellos a uno que después de mucho penar había sido nombrado profesor pocos días antes {de su muerte}. (ver nota)(138) 30 V Otro sueño absurdo que juega con números: Uno de mis conocidos, el señor M., ha sido atacado en un ensayo nada menos que por Goethe y, según todos opinamos, con una saña injustificada. Desde luego, el señor M. quedó aniquilado por este ataque. Con amargura se lamenta de ello en un convite; empero, su veneración por Goethe no ha sufrido menoscabo por esta experiencia personal. Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo, que me parecen inverosímiles. Goethe murió en 1832; y puesto que su ataque a M. tuvo que ser naturalmente anterior, el señor M. sería por entonces un hombre joven en extremo. Se me antoja verosímil que tuviera dieciocho años. Pero no sé con certeza el año en que escribimos(139), y así toda la cuenta se hunde en la oscuridad. Por lo demás, ese ataque está contenido en el bien conocido ensayo de Goethe «Naturaleza». Muy pronto tendremos a nuestro alcance los medios para justificar la necedad de este sueño. El señor M., a quien conozco de un convite, me pidió no hace mucho que examinase a un hermano suyo que presentaba signos de parálisis general.La conjetura era acertada; durante la visita ocurrió algo penoso: el enfermo, sin que viniera al caso, puso a su hermano en situación desairada aludiendo a travesuras juveniles de este. Yo había preguntado al enfermo el año en que nació y repetidas veces lo moví a hacer pequeños cálculos a fin de comprobar el debilitamiento de su memoria; pruebas estas de las que, por lo demás, aún podía salir airoso. Ya advierto que en el sueño me comporto como un paralítico general (no sé con certeza el año en que escribimos). Hay otro material del sueño que brota de una fuente reciente diversa. El editor de una revista médica(140), con quien tenía yo amistad, había dado cabida en ella a una crítica en extremo inmisericorde, aniquiladora, al último libro de mi amigo FI. [Fliess], de Berlín; el autor de la crítica era un colaborador muy joven y de poco discernimiento. Yo creí tener derecho a inmiscuirme, y recibí del editor esta respuesta: lamentaba vivamente haber admitido la crítica, pero no quería prometer enmienda. Ante eso rompí mis relaciones con la revista y en mi carta de renuncia formulé la esperanza de que nuestras relaciones personales no sufrirían menoscabo por lo ocurrido. La tercera fuente de este sueño es el relato, que tenía fresco a la sazón, de una paciente acerca de su hermano, quien había caído en delirio frenético al grito de «¡Naturaleza, naturaleza!». Los médicos creyeron que el grito provenía de la lectura de aquel hermoso ensayo de Goethe y era indicio en el enfermo del surmenage provocado por sus estudios sobre filosofía de la naturaleza. Yo preferí atender al sentido sexual con que entre nosotros aun las personas de escasa cultura hablan de la «naturaleza», y el hecho de que más tarde el desdichado mutilase sus genitales pareció indicar que al menos yo no andaba descaminado. La edad de este enfermo, cuando sufrió el ataque de delirio frenético, era de 18 años. Si ahora añado que el libro tan duramente criticado de mi amigo («Uno se pregunta si el autor es un loco, o sí uno mismo lo es», había escrito otro crítico) se ocupa de las relaciones de tiempo de la vida, y también recondujo la duración de la vida de Goethe a un múltiplo de un número significativo para la biología, con facilidad se advierte que yo en el sueño me pongo en el lugar de mi amigo. (Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo). Pero yo me comporto como un paralítico y el sueño se disipa en lo absurdo. Esto implica también que los pensamientos oníricos dicen, irónicos: «Naturalmente, él [mi amigo Fliess el loco, el trastornado, y ustedes [los críticos] son los genios que todo lo saben mejor. Pero, ¿no será a la inversa?». Y esta inversión está extensamente subrogada en el contenido del sueño: Goethe ha atacado al joven, lo cual es absurdo, mientras que es fácil que todavía hoy un jovencito ataque al inmortal Goethe, y además yo cuento desde el año de la muerte de Goethe, cuando en la realidad hice contar al paralítico desde el año de su nacimiento. Pero yo había prometido también demostrar que ningún sueño es inspirado por otras mociones que las egoístas Tengo que justificarme entonces por el hecho de que en este sueño hago mías las cosas de mi amigo y me pongo en lugar de él. Pero la convicción crít ica que de ello tengo en la vigilia no alcanza. Ahora bien, la historia del enfermo de 18 años y la interpretación divergente de su grito «¡Naturaleza!» aluden a la oposición en que me he puesto con la mayoría de los médicos a causa de mi tesis sobre la etiología sexual de las psiconeurosis. Puedo decirme: «Así como le ha ido a tu amigo, así te irá a ti con la crítica, y en parte ya te ha sucedido eso»; y ahora tengo derecho a sustituir en el interior de los pensamientos oníricos el «él» por un «nosotros»: «Sí, tienen razón; nosotros dos somos los locos». Que «mea res agitur» me lo señala con vigor la mención del breve e incomparablemente bello ensayo de Goethe, pues su exposición en una conferencia popular fue lo que me impulsó, siendo yo un bachiller todavía vacilante, al estudio de la ciencia natural. (ver nota)(141) He contraído la deuda de mostrar el carácter egoísta de otro sueño en que mi yo no aparece. Ya cité un breve sueño. El profesor M. dice: «'Mi hijo, el miope ... ». En ese lugar consigné que este sueño no era sino el prólogo de otro, en el que yo juego un papel. He aquí el sueño principal que faltaba, y que nos propone él esclarecimiento de una formación léxica absurda e incomprensible: A causa de algunos sucesos ocurridos en la ciudad de Roma es necesario poner a salvo a los niños, y eso es lo que acontece. La escena se despliega después ante una puerta, puerta doble al estilo antiguo (la Porta Romana de Síena, según yo lo sé todavía en el sueño). Me siento sobre el borde de una fuente y estoy muy triste, casi lloro. Una persona del sexo femenino -cuidadora, monja- saca a los dos varoncitos y los entrega al padre, que no soy yo. El mayor de los dos es nítidamente el mayor de mis hijos, y no veo el rostro del otro; la mujer que lo trae le pide un beso como despedida. Ella se singulariza por una nariz roja. El niño le rehusa el beso, pero le dice, tendiéndole la mano a manera de despedida: «AUF GESERES»; y a nosotros dos (o a uno de nosotros): «AUF UNGESERES». Tengo la idea de que esto último significa una preferencia. (ver nota)(142) Este sueño se construye sobre una madeja de pensamientos despertados por una obra de teatro que vi, Das neue Ghetto {El nuevo gueto}. La cuestión judía, la inquietud por el futuro de los hijos a quienes no podemos dar una patria, el cuidado por educarlos de tal modo que puedan ser cosmopolitas, son fácilmente reconocibles en los pensamientos oníricos correspondientes. «Cabe las aguas de Babilonia estábamos sentados y llorábamos». Siena es, como Roma, 31 famosa por sus bellas fuentes: para Roma debo yo en el sueño buscarme algún sustituto a partir de lugares conocidos. Junto a la Porta Romana de Siena vimos un gran edificio, intensamente iluminado. Supimos que era el Manicomio. Poco antes de sobrevenirme el sueño me había enterado de que un hombre de mi mismo credo había debido abandonar la plaza que con tanto trabajo consiguiera en un manicomio estatal. Despierta nuestro interés el dicho «Auf Geseres», que aparece donde, por la situación creada en el sueño, deberíamos esperar «Auf Wiederseben» {«Hasta la vista»}; y es llamativo también su opuesto, que carece de todo sentido: «AufUngeseres(143)». De acuerdo con la información que recogí de los exégetas, «Geseres» es una palabra hebrea derivada de un verbo, «goiser», y su mejor traducción sería «sufrimiento impuesto, fatalidad». Por su uso en la jerga judía, se diría que significa «quejas y lamentaciones». «Ungeseres», una formación léxica creada por mí, es la que primero llama mí atención, pero al comienzo me deja perplejo. La breve observación del final del sueño, a saber, que Ungeseres significa una preferencia respecto de Geseres, abre las puertas a las ocurrencias y, por tanto, a la comprensión. Es que una relación así encontramos -en el caviar; el no salado {ung,-salzene} se aprecia más que el salado {gesalzene}. Caviar para el pueblo, «nobles pasiones»: ahí se esconde una alusión en broma a una de las personas de mi casa, y de quien espero, por ser más joven que yo, que velará por el futuro de mis hijos. Armoniza con eso el que otra persona de mi casa, nuestra honrada niñera, aparezca bien reconocible en la cuidadora (o monja) del sueño. Ahora bien, entre el par gesalzenunge-salzen y Geseres-Ungeseres falta una transición mediadora. Esta se encuentra en «gesäuert-ungesäuert» {«con levadura sin levadura»); en su huida de Egipto, los hijos de Israel no tuvieron tiempo de hacer fermentar su pan, y en memoria de ello todavía hoy comen pan ázimo para Pascuas. Puedo insertar aquí también la ocurrencia repentina que me sobrevino en este fragmento del análisis. Me acordé de que en la Pascua pasada nos paseábamos, mi amigo de Berlín y yo, por las calles de Breslau, ciudad para nosotros desconocida. Una niñita me preguntó cómo se llegaba a cierta calle; debí disculparme diciéndole que no lo sabía, y manifesté después a mi amigo: «Esperemos que la pequeña dé pruebas después, en su vida, de mayor agudeza para elegir las personas que habrán de guiarla». A los pocos pasos, mi vista dio con una placa: «Dr. Herodes, consultorio ... ». Yo pensé: «Esperemos que el colega no sea médico de niños». Entretanto mi amigo me había desarrollado sus opiniones sobre el significado biológico de la simetría bilateral, y había comenzado una de sus frases con este introito: «Si tuviéramos un ojo en mitad de la frente como el cíclope (Zyklop} . . . ». Ahora bien, esto me conduce al dicho del profesor en el sueño-prólogo: «Mi hijo, el miope {Myop} . . . ». Y me veo llevado a la fuente principal de Geseres. Hace muchos años, cuando este hijo del profesor M., que hoy es un pensador independiente, se sentaba todavía en el banco de la escuela, sufrió una afección a los ojos que el médico declaró de cuidado. Opinó que mientras se mantuviera en un solo lado {einseitig} no sería nada, pero que si se pasaba al otro ojo cobraría gravedad. La afección sanó sin complicaciones; pero poco después se presentaron realmente los signos de la enfermedad en el segundo ojo. La madre, desesperada, hizo que el médico viniese enseguida al solitario lugar en que se hallaba su residencia campestre. Pero él ahora se volcó al otro lado. «¿Por qué hace usted un Geseres?», dijo a la madre con tono imperioso. «Si de un lado todo anduvo bien, lo mismo ocurrirá del otro». Y así fue. Y ahora la relación conmigo y con los míos. El banco de escuela en que el hijo del profesor M. aprendió las primeras letras pasó, por obsequio de la madre, a ser propiedad de mi hijo mayor, en cuyos labios pongo en el sueño las palabras de despedida. Ahora bien, es fácil colegir uno de los deseos que pudieron anudarse a esa trasferencia. Es que ese banco de escuela, por su construcción, estaba destinado a proteger al niño de resultar corto de vista {kurzsichtig} o de tener un desarrollo unilateral (einseitig}. De ahí que aparezca en el sueño la palabra Myop {miope} (y tras ella Zyklop {cíclope}), y de ahí también las elucidaciones sobre bilateralidad. El cuidado por la unilateralidad es multívoco; además de la unilateralidad física puede aludir a la del desarrollo intelectual. ¿Y acaso no parece como si la escena onírica en su insensatez contradijera precisamente ese cuidado? Después que el niño pronuncia su palabra de despedida hacia un lado, profiere hacia el otro la contraria, cual si quisiera producir un equilibrio. ¡Actúa como si tomase en cuenta la simetría bilateral! Así, muchas veces el sueño es un dechado de profundidad cuando parece serlo de insensatez. En todos los tiempos, aquellos que tenían algo para decir y no podían decirlo sin peligro supieron disimularse bajo el capirote del loco. Aquel a quien estaba destinado el dicho prohibido, el que debía oírlo, lo sufría mejor si podía tomarlo a risa y sentirse lisonjeado con el juicio de que evidentemente eso desagradable era bastante insensato. El sueño hace en la realidad lo mismo que hace en el drama el príncipe que tiene que hacerse pasar por loco; y por eso puede enunciarse de los sueños lo que Hamlet, sustituyendo las condiciones verdaderas por un incomprensible juego de ingenio, afirmó de sí mismo: «Sólo estoy loco con el Nor-noroeste; cuando el viento sopla del Sur, puedo distinguir una garza de un halcón» (ver nota)(144) Es así, por tanto, como he resuelto el problema del absurdo del sueño: los pensamientos oníricos nunca son absurdos -al menos no lo son los de personas mentalmente sanas, y el trabajo onírico produce sueños absurdos y sueños con elementos singulares absurdos cuando en los pensamientos oníricos se le ofrecen la crítica, la ironía y el sarcasmo, y él debe figurarlos en su forma de expresión. (ver nota)(145) No me resta sino demostrar que todo el trabajo del sueño es agotado por la cooperación de los tres factores mencionados(146) y de un cuarto que todavía hemos de elucidar, que no opera otra cosa sino una traducción de los pensamientos oníricos con observancia de las cuatro condiciones que le están prescritas, y que el averiguar si el alma trabaja en el sueño con todas sus facultades o sólo con una parte de ellas es un problema mal planteado y nos desvía de los nexos efectivos. No obstante, puesto que hay abundancia de sueños en cuyo contenido se juzga, se critica y se reconoce, en los que emerge el asombro frente a un elemento singular del sueño, se hacen intentos de explicación y se lucubran argumentaciones, debo despejar mediante ejemplos escogidos las objeciones que de tales acaecimientos se derivan. Mi réplica [en síntesis] es esta: Nada de lo que se encuentra en el sueño como quehacer aparente de la función del juicio ha de aprehenderse como una operación intelectual del trabajo onírico, sino que pertenece al material de los pensamientos oníricos, y desde ellos, como producto ya terminado, alcanzó el contenido manifiesto del sueño. En principio, aun puedo llevar más lejos esta afirmación: También de los juicios que después de despertar se nos ocurren sobre el sueño recordado, y de los sentimientos que provoca en nosotros la reproducción {Reproduktion} de ese sueño, una buena parte pertenece al contenido onírico latente y debe insertarse en la interpretación del sueño. 32 están dispuestos a rastrear recuerdos del tiempo en que aún no habían nacido. Y temo con fundamento que parecida acogida ha de tener el descubrimiento del insospechado papel que desempeña el padre respecto de las más tempranas mociones sexuales en el caso de ciertas enfermas mujeres. Y, no obstante, según mí bien fundada convicción, ambas cosas son verdaderas. En refuerzo de lo dicho quiero aducir ejemplos en que un niño pierde a su padre a edad muy temprana, y después ciertos sucesos de otro modo inexplicables demuestran que conservó, inconcientes, recuerdos de la persona desaparecida tan pronto para él. Sé que mis dos aseveraciones descansan en conclusiones cuya validez se objetará. Es, por tanto, un logro del cumplimiento de deseo el que precisamente el material de estas conclusiones, cuyo rechazo me temo, sea usado por el trabajo del sueño para producir conclusiones irrefutables. VII En un sueño del que hasta ahora sólo me he ocupado tangencialmente se expresa con nitidez, al comienzo, el asombro por el tema emergente: El viejo Brücke ha de haberme encargado alguna tarea; COSA BASTANTE RARA, se refería a un preparado de la parte inferior de mi propio cuerpo, piernas y Pelvis, que yo veo frente a mí en la sala de disección, pero sin sentir su falta en mi cuerpo y también sin sombra de temor. Louise N. está ahí y hace el trabajo conmigo. La pelvis ha sido eviscerada, y se ve ora su lado superior, ora su lado inferior, ambos mezclados. Pueden verse espesas protuberancias de color carne (frente a las cuales pienso, todavía en el sueño, en hemorroides). También debió limpiársele cuidadosamente algo que había encima y que parecía papel de estaño arrugado(151). Después estaba de nuevo en posesión de mis piernas e iba de paseo por la ciudad, pero (porque estaba cansado) tomé un coche. El coche me llevó, para mi asombro, a través de los portales de una casa que se abrieron y lo dejaron pasar por un corredor que, desfondado al final, conducía otra vez al aire libre(152). Finalmente deambulaba yo con un guía alpino, que llevaba mis cosas, por cambiantes paisajes. Un trecho me cargó también a mi, por consideración a mis cansadas piernas. El suelo era cenagoso; marchábamos por el borde; había gente sentada en el suelo, entre ella una muchacha; eran como indios o como gitanos. Antes había yo avanzado por ese suelo resbaladizo, asombrándome siempre de que pudiera hacerlo tan bien después del preparado. Por fin llegamos a una pequeña cabaña de madera que remataba en una ventana abierta. Allí el guía me depositó, y puso sobre el alféizar dos tablones de madera ya dispuestos de manera de echar un puente sobre el abismo que debía salvarse desde la ventana. Entonces sentí real angustia por mis piernas. Pero en lugar del esperado pasaje vi a dos hombres adultos que yacían sobre bancos de madera adosados a l as paredes de la cabaña, y como a dos niños que dormían junto a ellos. Como si no fuesen los tablones, sino los niños, los destinados a posibilitar el pasaje. Desperté despavorido. A quien alguna vez se haya formado una impresión exacta de la vastedad de la condensación onírica le será fácil imaginar qué gran cantidad de páginas exigiría el análisis detallado de este sueño. Pero, para alivio de nuestra ilación, sólo lo tomo aquí como ejemplo del asombro experimentado en sueños, que en este caso se da a conocer por la intercalación «cosa bastante rara». Paso a considerar la ocasión del sueño. Fue la visita de esa dama Louise N. que también en el sueño asiste al trabajo. «Préstame algo para leer». Le ofrezco She {Ella}, de Rider Haggard. «Un libro raro, pero lleno de un sentido oculto -así empiezo a exponerle-; el eterno femenino, lo imperecedero de nuestros afectos». Entonces ella me interrumpió: «A eso ya lo conozco. ¿No tienes nada tuyo?». «No, mis obras imperecederas todavía no fueron escritas». «Y -entonces, ¿cuándo aparecen tus sedicentes "últimos esclarecimientos" que, como has prometido, serán legibles también por nosotros?», me pregunta, algo mordaz. Ahora reparo en que es otro el que habla por su boca, y callo. Pienso en el triunfo que me cuesta dar a publicidad aunque sólo sea el trabajo sobre el sueño, en el que tanto de mi intimidad debí revelar. «Lo mejor que alcanzas a saber no puedes decirlo a los muchachos». El preparado con mi propio cuerpo, que en el sueño me encargan, es por tanto el autoanálisis(153) ligado con la comunicación de los sueños. El viejo Brücke aparece aquí a justo título; ya en esos primeros años de trabajo científico ocurrió que yo dejé estar un descubrimiento hasta que una orden enérgica de él me forzó a publicarlo. Pero los otros pensamientos que se devanan desde el coloquio con Louise N. muerden demasiado en lo hondo para que puedan hacerse concientes;. experimentan un desvío por el material que se evocó colateralmente en mí merced a la mención de She,de Rider Haggard. Sobre este libro, y sobre otro del mismo autor, Heart of the World {Corazón del mundo}, recae el juicio «bastante raro», y numerosos elementos del sueño están tomados de ambas novelas fantásticas. El suelo cenagoso por el cual uno es cargado, el abismo que debe salvarse mediante los tablones allí tendidos, provienen de She; los indios, la muchacha y la cabaña de madera, de Heart ol the World. En las dos novelas una mujer es la guía, y en ambas se trata de expediciones peligrosas; en She, de un atrevido viaje a lo no descubierto, a lo jamás hollado. Las cansadas piernas han sido, según caigo en la cuenta a raíz del sueño, una sensación real de aquellos días. Probablemente respondía a ellas mi fatigado talante y la pregunta dubitativa: «¿Por cuánto tiempo más habrán de sostenerme mis piernas?». En She, la aventura termina así: la guía, en lugar de conquistar la inmortalidad para sí y para los otros, halla la muerte en el misterioso fuego central. Es innegable que una angustia de esa índole ha estado activa en los pensamientos oníricos. La cabaña de madera es con seguridad el sarcófago, la tumba. Pero en la figuración de este, el menos deseado de todos los pensamientos, el trabajo del sueño consumó su obra maestra mediante un cumplimiento de deseo. En efecto, ya una vez había estado en una tumba, pero fue en Orvicto, en una tumba etrusca exhumada, una cámara estrecha con dos bancos de piedra adosados a las paredes, sobre los cuales yacían los esqueletos de dos adultos. Y el interior de la cabaña de madera muestra en el sueño ese mismo aspecto, sólo que la piedra fue sustituida por madera, El sueño parece decir: «Si es que ya has de descender a la tumba, que sea a una tumba etrusca», y con esta voltereta muda la más triste de las expectativas en una expectativa deseada(154). Por desgracia él puede, como pronto sabremos, trastornar hacia lo contrario(155) solamente la representación que acompaña al afecto, pero no siempre al afecto mismo. Por eso me despierto despavorido después que se conquistó una figuración la idea de que quizá los niños alcanzarán lo que al padre le fue denegado, una nueva 35 alusión a la rara novela en que la identidad de una persona es conservada a través de un sucederse de generaciones que abarca dos milenios. VIII En la trama de otro sueño se encuentra también una expresión de asombro por lo vivenciado en él, pero anudada a un intento de explicación tan llamativo, tan rebuscado y casi brillante, que ya por eso solo me vería obligado a someter todo el sueño al análisis, aunque no poseyera además otros dos polos para nuestro interés. La noche del 18 al 19 de julio viajo por la línea ferroviaria del Sur, y oigo, dormido, que anuncian: «Hollthurn(156), diez minutos». Enseguida pienso en las holoturias -un museo de historia natural-, y que es este un lugar donde hombres valerosos han combatido sin éxito contra las fuerzas superiores de su señor feudal. ¡Ah, la Contrarreforma en Austria! Como si fuera un lugar de Estiria o del Tirol. Ahora veo de manera desdibujada un pequeño museo donde se conservan los restos o reliquias de esos hombres. Querría apearme, pero lo aplazo. Sobre el andén hay mujeres que venden fruta, están acuclilladas sobre el piso 17 ofrecen las cestas tan tentadoras. He vacilado, en la duda de que no tuviéramos ya tiempo, y todavía ahora seguimos aquí. De pronto estoy en otro compartimiento en que los cueros y los asientos son tan estrechos que se choca con la espalda directamente en el respaldo. (ver nota)(157) Eso me provoca asombro, PERO PUEDE SER QUE DORMIDO YO HAYA TRASBORDADO. Hay mucha gente, y entre ella una pareja de hermanos; son ingleses; veo con nitidez una serie de libros sobre un estante adosado a la pared. Veo «Wealth ol Nations», «Matier and Motion» (de Maxwell), libro grueso y forrado en tela marrón. El hombre pregunta a su hermana por un libro de Schiller, si ella lo ha olvidado. Los libros son por momentos como míos, por momentos como de ellos dos. Quisiera mezclarme en la conversación para corroborar o para ir en respaldo de lo que dicen. . . Me despierto con todo el cuerpo sudado; es que todas las ventanas están cerradas. El tren se detiene en Maribor(158). Mientras lo ponía por escrito, se me ocurrió un fragmento del sueño que el recuerdo quiso omitir. Digo a la pareja de hermanos, a propósito de cierta obra: «lt is from ... » {«Es de... »}, pero me corrijo: «It is by. . . » {«Es por... »). El hombre observa a su hermana: «El lo ha.dicho correctamente». El sueño empieza con el nombre de la estación, que debe de haberme despertado apenas. Sustituyo ese nombre, que era Maribor, por Hollthurn. Que yo oí Maribor al primer anuncio, o quizás a uno posterior, lo prueba la mención de Schiller en el sueño, puesto que él nació en Marburgo, aunque no en el de Estiria. (ver nota)(159) Ahora bien, por más que esa vez viajaba yo en primera clase, lo hacía en condiciones muy incómodas. El tren iba atestado, y en el compartimiento me encontré con un caballero y una dama que parecían muy distinguidos y no tuvieron la urbanidad o no creyeron que valiese la pena tomarse el trabajo de disimular de algún modo su fastidio frente al intruso. Mi cortés saludo no obtuvo respuesta; aunque el caballero y la dama estaban sentados juntos (en sentido contrario a la marcha del tren), ella se apresuró a ocupar con un paraguas, ante mis propias narices, el lugar que tenía enfrente junto a la ventanilla; al punto se cerró la puerta y ellos cruzaron dichos amenazadores acerca de la apertura de las ventanillas. Probablemente notaron enseguida que yo estaba ansioso de aire fresco. Era una noche tórrida, y, en ese compartimiento cerrado por todas partes, la atmósfera pronto se hizo asfixiante. Según mi experiencia de viajero, una conducta tan abusiva y desconsiderada es característica de personas que no han pagado su boleto o han pagado sólo la mitad. Cuando vino el guarda y yo le enseñé mi boleto, adquirido a alto precio, tronó la dama con dureza y a modo como de amenaza: «Mi marido tiene pase». Era ella una matrona frondosa, de rasgos desagradables, y cuya edad ya frisaba el tiempo en que se marchita la lozanía femenina; el hombre no dijo esta boca es mía, y se quedó ahí sentado sin venirle conato alguno. Yo intenté dormir. En el sueño me tomé una terrible venganza de mis nada amables compañeros de viaje; ni sospechará el lector los insultos y escarnios que se ocultan en los desgarrados jirones de la primera mitad del sueño. Después que esta necesidad quedó satisfecha, se hizo valer el segundo deseo, el de cambiar de compartimiento. Es tan frecuente que el sueño cambie de escena, y sin que esa alteración le repugne en nada, que habría sido totalmente natural que yo sustituyese a mis compañeros de viaje por otros más agradables tomados de mí recuerdo. Pero aquí interviene alguna cosa que pone objeción al cambio de escena y hace necesario que se lo explique {en el sueño}. ¿Cómo fui a dar de repente a otro compartimiento? No podía acordarme de que hubiera trasbordado. Entonces quedaba una sola explicación: Debí de haber abandonado dormido el vagón, raro suceso, del cual empero la experiencia de los neuropatólogos ofrece ejemplos. Sabemos de personas que emprenden viajes por ferrocarril en un estado crepuscular sin que signo alguno delate esa anormalidad; al fin, en alguna de las estaciones del viaje recobran por completo el sentido, y entonces les asombran las lagunas de su recuerdo. Por tanto, todavía en el sueño declaro que mi caso es de «automatisme ambulatoire». El análisis permite alcanzar otra resolución. El intento de explicación, que tanto me sorprende si es que debo atribuirlo al trabajo onírico, no es original; está copiado de la neurosis de uno de mis pacientes. Ya en otro lugar conté acerca de un hombre muy culto y que en su vida daba muestras de poseer un tierno corazón; poco después que murieron sus padres empezó a acusarse de inclinaciones homicidas, y padeció a causa de las medidas precautorias que se vio obligado a adoptar para asegurarse contra ellas. Era un caso de graves ideas obsesivas con plena conservación de la inteligencia. Primero se le fueron las ganas de andar por la calle, debido a su necesidad obsesiva de ver por dónde desaparecían todos aquellos con quienes se topaba; y si alguno se sustraía repentinamente de su mirada inquisidora, le quedaba la penosa sensación, y la posibilidad pensada, de que tal vez él lo hubiera liquidado. Tras ello había, entre otras cosas, una fantasía de fratricidio, pues «todos los hombres son hermanos». Por la imposibilidad de llevar a cabo su tarea, dejó de dar paseos y vivió encerrado entre sus cuatro paredes. Pero a su cuarto llegaban de continuo, por los periódicos, noticias de homicidios que habían ocurrido ahí afuera, y su conciencia moral quiso insinuarle, bajo la forma de la duda, que él era el asesino buscado. La certidumbre de que durante semanas no había salido de su casa lo protegió un tiempo contra esas acusaciones, hasta que un día se le pasó por la cabeza la posibilidad de que él pudo abandonar su casa en estado de inconciencia y así perpetrar el asesinato sin sospecharlo siquiera. Desde entonces clausuró las puertas de su casa, entregó la llave a la vieja gobernanta y le prohibió terminantemente que la dejase en sus manos por más que él se la pidiese. 36 De ahí proviene entonces el intento de explic ación, a saber, que yo en estado de inconciencia he trasbordado; se la tomó ya terminada del material de los pensamientos oníricos, y así ingresó en el sueño; evidentemente, está destinada a permitir que yo me identifique en este último con la persona de aquel paciente. El recuerdo de él se evocó en mí por una asociación fácil. Unas semanas antes había hecho con -ese hombre mi anterior viaje nocturno. Estaba curado, y me acompañaba a provincias, a casa de unos parientes suyos que me llamaban; teníamos un compartimiento para nosotros, dejamos las ventanillas abiertas toda la noche y, mientras estuve despierto, mantuvimos una exquisita plática. Yo sabía que impulsos hostiles hacia su padre, nacidos en su infancia en un contexto sexual, fueron la raíz de su enfermedad. Por tanto, si me identifiqué con él quise confesarme algo análogo. La segunda escena del sueño se resuelve realmente en una atrevida fantasía, a saber, que mis dos maduros compañeros de viaje se habían conducido tan desconsideradamente conmigo porque yo les estorbé, con mi entrada, el nocturno intercambio de ternezas que tenían en mientes. Pero esta fantasía retrocede hasta una temprana escena infantil en que el niño, probablemente movido por una curiosidad sexual, irrumpe en el dormitorio de los padres y es expulsado de ahí por la palabra autoritativa del padre. Juzgo superfluo acumular más ejemplos. No harían sino corroborar lo que nos enseñaron los ya considerados, a saber, que toda vez que en el sueño aparece un acto de juicio no es sino la repetición de un modelo procedente de los pensamientos oníricos. Y las más de las veces es una repetición traída de los cabellos, injertada en un contexto impropio; pero también, en ocasiones, como en nuestros últimos ejemplos, está usada con tanta habilidad que al principio puede recibirse la impresión de que hay en el sueño una actividad autónoma de pensamiento. Desde este punto podríamos volver nuestro interés a aquella actividad psíquica qué no parece por cierto cooperar regularmente en la formación del sueño, pero que, donde lo hace, se empeña en combinar en una trabazón plena de sentido y exenta de contradicciones los elementos, dispares por su origen, que concurren al sueño. Pero antes nos sentimos obligados a ocuparnos de las exteriorizaciones de afecto que emergen en el sueño, y a compararlas con los afectos que el análisis descubre en los pensamientos oníricos. Los afectos en el sueño. Una aguda observación de Stricker nos hizo notar que las exteriorizaciones de afecto del sueño no admiten el despreciativo encogimiento de hombros con que, despiertos, solemos alejar de nosotros el contenido de él: «Si yo en el sueño siento miedo de unos ladrones, los ladrones son por cierto imaginarios, pero el miedo es real», y lo mismo ocurre cuando me regocijo en sueños. De acuerdo con el testimonio de nuestra sensación, el afecto vivenciado en el sueño en modo alguno es inferior al de igual intensidad vivenciado en la vigilia; y es por su contenido afectivo que el sueño sustenta, más enérgicamente que por su contenido de representación, el reclamo de que se lo cuente entre las vivencias reales de nuestra alma. Si en la vigilia no lo clasificamos así es porque no atinamos a apreciar psíquicamente un afecto si no es en su enlace con un contenido de representación. Cuando afecto y representación no se compadecen por su índole y por su intensidad, nuestro juicio despierto se extravía. Ha maravillado siempre que ciertos contenidos de representación no provoquen en los sueños los afectos que en el pensamiento de vigilia esperaríamos como los obligados. Strümpell manifestó [1877] que en ellos las representaciones están destituidas de sus valores psíquícos. Pero tampoco falta el caso contrario, a saber, que una intensa exteriorización de afecto sobrevenga a raíz de un contenido que no parece ofrecer ocasión alguna al desprendimiento de afecto. Estoy en sueños en una situación temerosa. peligrosa o repugnante, pero no siento nada de miedo ni de repulsión; en cambio, otras veces me espantan cosas inofensivas o me provocan júbilo cosas pueriles. Este enigma se nos esfuma quizá más repentina y completamente que cualquier otro de los del sueño si nos trasladamos de su contenido manifiesto a su contenido latente. La aclaración del enigma ya no habrá de ocuparnos, pues él desaparecerá. El análisis nos enseña que los contenidos de representación han experimentado desplazamientos y sustituciones, mientras que los afectos se mantuvieron incólumes. No puede maravillar entonces que el contenido de representación alterado por la desfiguración onírica ya no se compadezca con el afecto, que se conservó intacto; pero todo asombro cesa cuando el análisis ha situado el contenido correcto en su lugar primero. (ver nota)(160) En un complejo psíquico sometido a la censura de la resistencia los afectos son la parte más resistente(161) a la acción de esta última, y por eso la única que puede darnos indicios para una reconstrucción correcta. Es lo que se revela en las psiconeurosis con mayor nitidez todavía que en el caso del sueño. En ellas el afecto siempre da en lo justo, al menos en cuanto a su cualidad; su intensidad, desde luego, es susceptible de incrementarse por desplazamientos de la atención neurótica. Cuando el histérico se asombra de que una pequeñez le haya provocado tanto miedo, y lo mismo hace el que padece de ideas obsesivas por la nadería que engendró en él reproches tan penosos, ambos se equivocan, pues toman el contenido de representación -la pequeñez o la nadería por lo esencial, y es en vano que quieran defenderse haciendo de ese contenido el punto de partida de su trabajo de pensamiento. Entonces, el psicoanálisis les muestra el camino correcto; al contrario de ellos, reconoce justificado al afecto y pesquisa la representación que le corresponde, reprimida mediante una sustitución. La premisa es que el desprendimiento de afecto y el contenido de representación no formen esa unidad orgánica inescindible que estamos habituados a atribuirles, sino que ambas piezas puedan estar corridas una respecto de la otra, de manera que después el análisis tenga la posibilidad de separarlas. La interpretación de los sueños muestra que este es efectivamente el caso. Traigo primero un ejemplo en que el análisis esclarece la aparente ausencia del afecto frente a un contenido de representación que obligadamente debía provocar su desprendimiento. 37 alguno sería resultado del trabajo del sueño, sino una consecuencia del estado del dormir. Puede que así sea, pero es imposible que eso sea todo. Debemos reparar en que todos los sueños más complejos se revelaron como el compromiso resultante de un conflicto entre poderes psíquicos. Por un lado, los pensamientos que formaron el deseo tuvieron que librar combate contra la objeción de una instancia censuradora, y, por otro lado, hemos visto a menudo que en el pensar inconciente cada itinerario de pensamiento era uncido con su contraparte contradictoria. Puesto que todos estos itinerarios de pensamiento son susceptibles de afecto {affektfühig}, difícilmente dejaremos de acertar, a bulto, si concebimos la sofocación del afecto como una consecuencia de la inhibición que los opuestos se provocan unos a otros y que la censura ejerce contra las aspiraciones sofocadas por ella. La inhibición del afecto sería entonces el segundo resultado de la censura onírica, así como la desfiguración onírica era el primero. Quiero insertar un ejemplo en que el tono afectivo indiferente del contenido del sueño puede ser explicado por la presencia de opuestos en el interior de los pensamientos oníricos. Tengo para contar el siguiente sueño breve, ante el cual todos los lectores sentirán asco: IV Una colina, y sobre esta algo como un escusado al aire libre; un banco muy largo, a cuyo extremo hay un gran agujero de escusado. Todo el borde de atrás está cubierto por montoncitos de mierda de todos los tamaños y grados de frescura. Tras el banco, un matorral. Yo orino sobre el banco: un largo chorro de orina lo limpia todo, los pegotes de mierda se desprenden con facilidad y caen dentro de la abertura. Como si al final todavía quedara algo. ¿Por qué motivo no experimenté asco alguno durante este sueño? Como lo muestra el análisis, ello se debe a que en la emergencia de este sueño cooperaron pensamientos gratísimos que producían enorme satisfacción. En el análisis se me ocurren enseguida los establos de Augias, que Hércules limpió. Y ese Hércules soy yo. La colina y el matorral pertenecen a Aussee, donde ahora están mis hijos. Yo he descubierto la etiología infantil de las neurosis, y así he preservado de la enfermedad a mis propios hijos. El banco es la fiel reproducción (exceptuado, claro está, el agujero de escusado) de un mueble que me obsequió una agradecida paciente. Me recuerda cuánto me respetan mis pacientes. Y aun el museo de excrementos humanos es susceptible de una interpretación deleitosa. Por más asco que deba sentir frente a él, en el sueño es una reminiscencia de las bellas comarcas de Italia, en cuyas pequeñas ciudades, como es sabido, los W.C. no están dispuestos de otro modo. El chorro de orina que todo lo limpia es una inequívoca alusión a la grandeza. Así extinguió Gulliver el gran incendio en el país de los liliputienses; es verdad que ello le atrajo la animadversión de la pequeñísima reina. Pero también Gargantúa, el superhombre de Rabelais, se venga de igual modo de los parisienses: encaramándose sobre Notre-Dame y dirigiendo el chorro de su orina sobre la ciudad. Justamente ayer, antes de dormirme, estuve hojeando las ilustraciones de Garnier a las obras de Rabelais. Y curiosamente, hay de nuevo aquí una prueba de que soy yo el superhombre. La plataforma de Notre-Dame era mi lugar preferido en París; todas las siestas que tenía libres solía trepar a las torres de la iglesia, entre los monstruos y vestigios que allí hay. Que toda la mierda desaparezca tan rápido con el chorro alude al dicho «Aiffavit et dissipati sunt», que una vez pensé poner como epígrafe a un capítulo sobre la terapia de la histeria. (ver nota)(166) Y ahora el ocasionamiento eficaz de] sueño. Había sido una tórrida siesta de verano; por la tarde había dictado mi conferencia sobre el vínculo entre la histeria y las perversiones, y todo lo que atiné a decir me dejó una profunda desazón, se me antojó falto de valor. Yo estaba fatigado, sin un atisbo de contento por mi difícil trabajo; dejé la exhumación de toda esta sordidez del linaje humano y en mi añoranza me remonté a mis hijos y después a las bellezas de Italia. Con este talante me dirigí desde la sala de conferencias hasta un café, para tomar allí, al aire libre, una colación modesta, pues se me habían ido las ganas de comer. Pero uno de mis oyentes se vino conmigo; me pidió permiso para sentarse a mi lado mientras yo bebía mi café y me atragantaba con mi media luna, y empezó a lisonjearme. Me encarecía lo que había aprendido de mí, y que ahora lo veía todo con otros ojos; yo había limpiado los establos de Augias de los errores y prejuicios en la doctrina de las neurosis; en suma, era yo un muy grande hombre. Mi talante soportaba mal su cántico de alabanzas; tuve que luchar con el asco, me fui más temprano a casa para sacármelo de encima, y antes de dormir hojeé a Rabelais y leí un cuento de C. F. Meyer, «Die Leiden cines Knaben». De este material surgió el sueño. El cuento de Meyer trajo el recuerdo de escenas de la niñez(167). El talante de asco y de fastidio que había tenido durante el día se enseñoreó del sueño a punto tal que se habilitó para aportar casi todo el material del contenido. Pero a la noche se despertó el talante opuesto, de fuerte y hasta desmedida afirmación de mí mismo, y eliminó al primero. El contenido del sueño debió conformarse de tal modo que posibilitase la expresión tanto del delirio de insignificancia cuanto de la excesiva autoestima. De esta formación de compromiso resultó para el sueño un contenido ambiguo, pero también, por inhibición recíproca de los opuestos, un tono afectivo indiferente. De acuerdo con la teoría del cumplimiento de deseo, este sueño no se habría posibilitado de no sumarse al itinerario de pensamiento del asco su opuesto, el del delirio de grandeza, sofocado por cierto, pero teñido de placer. En efecto, lo penoso no está destinado a figurarse en el sueño; es que lo penoso de nuestros pensamientos diurnos sólo puede ingresar en aquel cuando al mismo tiempo presta su disfraz a un cumplimiento de deseo. El trabajo del sueño, además de acoger los afectos de los pensamientos oníricos o de reducirlos a cero, puede todavía hacer otra cosa con ellos. Puede trastornarlos hacia lo contrario. Ya tomamos conocimiento de la regla según la cual, para la interpretación, todo elemento del sueño puede figurar a su contrario tanto como a sí mismo. Nunca se sabe de antemano sí debe suponerse lo uno o lo otro; sólo el contexto decide sobre ello. Es evidente que una vislumbre de ese estado de cosas se impuso a la conciencia popular: muchas veces los libros de sueños proceden en su interpretación siguiendo el principio del contraste. Esa mudanza en lo contrario es posibilitada por el íntimo encadenamiento asociativo que en nuestro pensamiento liga la representación de una cos a (Ding} a la de su opuesto. Como cualquier otro 40 desplazamiento, sirve este a los fines de la censura, pero es también frecuente que sea obra del cumplimiento de deseo, que no consiste sino en la sustitución de una cosa desagradable por su contraria. Lo mismo que las representaciones-cosa {Dingvorstellungen}, también los afectos pertenecientes a los pensamientos oníricos pueden aparecer en el sueño trastornados hacia lo contrario, y es probable que este trastorno del afecto sea llevado a cabo las más de las veces por la censura del sueño. Tanto la sofocación del afecto cuanto el trastorno del afecto sirven asimismo en la vida social, que nos ha proporcionado una analogía familiar para la censura del sueño, particularmente con miras a la disimulación. Si yo tengo trato verbal con una persona frente a la cual debo mostrarme respetuoso, cuando en verdad me gustaría decirle frases hostiles, es casi más importante que le oculte las exteriorizaciones de mi afecto, y no que suavice la formulación verbal de mis pensamientos. Si le hablo con palabras no descorteses, pero las acompaño con una mirada o un ademán de odio o de desprecio, el efecto que produzco en esa persona no difiere mucho del que le provocaría arrojándole al rostro sin ambages mi desprecio. Entonces, la censura me manda sobre todo que sofoque mis afectos, y si soy un maestro de la disimulación fingiré el afecto contrario: sonreiré cuando montaría en cólera y me pondré tierno cuando querría aniquilar. Ya conocemos un notable ejemplo de ese trastorno del afecto que se produce en el sueño al servicio de la censura. En el sueño «de la barba de mi tío» sentía yo gran ternura por mi amigo R., en tanto que -y por lo mismo que -los pensamientos oníricos lo motejaban de idiota. Este ejemplo de trastorno de los afectos nos ofreció el primer indicio de la existencia de una censura del sueño. Tampoco aquí es necesario suponer que el trabajo del sueño crea enteramente de la nada ese afecto contrarío; por lo común lo encuentra ya preparado en el material de los pensamientos oníricos, y no hace sino acrecentarlo con la fuerza psíquica de los motivos de la defensa hasta que pueda prevalecer en la formación del sueño. En el sueño sobre mi tío, que acabo de mencionar, el afecto contrario de ternura brotó probablemente de fuentes infantiles (como lo sugiere la continuación del sueño), pues el vínculo entre tío y sobrino ha pasado a ser en mí, dada la particular naturaleza de mis vivencias infantiles más tempranas, la fuente de toda amistad y de todo odio. Un notable ejemplo de ese trastorno del afecto (168)nos lo da un sueño del que nos informa Ferenczi (1916): «Un señor mayor fue despertado a la noche por su mujer, angustiada porque él reía con voz tan alta y tan desenfrenadamente. El hombre contó después que había tenido el siguiente sueño: Yo estaba acostado en mi cama, entró un señor conocido y yo quise encender la luz, pero no pude; lo intenté una y otra vez... pero en vano. En eso se levantó de la cama mi mujer para ayudarme, y tampoco ella pudo conseguir nada; pero como ella se sintió molesta frente al señor a causa de su "négligé", terminó por desistir y por meterse de nuevo en la cama; todo esto era tan cómico que me dio una risa terrible. Mi mujer dijo: "¿Por qué te ríes, por qué te ríes?", pero yo me reía cada vez más, hasta que desperté. Al día siguiente este señor estuvo en extremo deprimido, tenía dolores de cabeza: "Del mucho reír, que me ha descalabrado", opinó él. »Considerado analíticamente, el sueño aparece menos placentero. El "señor conocido" que entró es en los pensamientos oníricos latentes la imagen, evocada la víspera, de la muerte como el "gran desconocido(169)". El viejo señor, que sufre de arterioesclerosis, tuvo en la víspera razones para pensar en su muerte. La risa desenfrenada sustituye al llorar y gimotear frente a la idea de que debe morir. Es la luz de la vida esa que él ya no puede encender. Ese triste pensamiento quizá se haya anudado al intento de coito que hizo hace poco, pero no logró consumar, y en el cual de nada le valió tampoco la ayuda de su mujer en "négligé"; notó que eso ya se le iba decayendo. El trabajo del sueño se las arregló para trasmudar las tristes ideas de la impotencia y de la muerte a una escena cómica, y el gimoteo, a risa». Existe una clase de sueños(170) que merecen particularmente el calificativo de «hipócritas» y someten a una dura prueba la teoría del cumplimiento de deseo. Hube de reparar en ellos cuando la doctora M. Hilferdíng presentó para debatir en la Sociedad Psicoanalítica de Viena el informe de un sueño, de Rosegger, que a continuación trascribo. En su historia titulada Fremd gemacht! {¡Despedido(171)!}, Rosegger relata lo siguiente: «Por lo común gozo de un dormir sano, pero he perdido el descanso de muchísimas noches; es que junto a mi discreta existencia de estudioso y de literato he arrastrado por largos años la sombra de una verdadera vida de sastre como un fantasma del que no podía liberarme. »No era que durante el día ocupase mi mente con mi pasado con tanta frecuencia y vividez. Un conquistador del cielo y del mundo como soy yo, salido de la piel de un filisteo, tiene otras cosas que hacer. Siendo aún planta tierna tampoco presté casi atención a mis sueños nocturnos. Más tarde, cuando me habitué a reflexionar sobre todas las cosas, o quizá cuando volvió a despertarse un poco en mí el filisteo, se me ocurrió preguntarme por qué cada vez que soñaba era siempre, todas las noches, aprendiz de sastre, y como tal hacía larguísimo tiempo que trabajaba en casa de mi maestro, en el taller, sin paga ninguna. Cuando así estaba sentado junto a él, y cosía y planchaba, tenía muy clara conciencia de que ese ya no era mi lugar, y de que como ciudadano tenía otras cosas en qué ocuparme; pero siempre había para mí ferias, siempre vacaciones de verano, y así era que me pasaba sentado junto a mi maestro como su auxiliar. A menudo eso me resultaba desagradable, lamentaba la pérdida de un tiempo del que habría sabido sacar mejor provecho. De tanto en tanto, cuando algo no quería salirme bien en la medida 5, el corte, debía soportar una reprimenda del maestro; pero de salarios nunca se hablaba. Hartas veces, cuando así estaba sentado en el oscuro taller, la espalda agobiada, me formé el propósito de abandonar el trabajo y despedirme. Y una vez lo hice, pero el maestro ni se percató de ello, y al poco tiempo ya estaba de nuevo sentado junto a él, cosiendo. »¡Cuán dichoso me sentía despertando después de unas Jornadas tan tediosas! Y entonces me proponía, para el caso de que ese sueño insistente me asediase de nuevo, apartarlo con energía y exclamar: "¡Es sólo una fantasmagoría, yo estoy en cama y quiero dormir ... ! ". Pero a la noche siguiente estaba de nuevo sentado en el taller del sastre. »Y así fue, por años, con una siniestra regularidad. Cierta vez sucedió que nosotros, el maestro y yo, trabajábamos en lo de Alpelhofer, el campesino en cuya casa me había iniciado en el oficio, y ese día el maestro se mostró particularmente insatisfecho c on mis trabajos. "¡Quisiera saber dónde tienes la cabeza!", me dijo, arrojándome una torva mirada. Yo pensé que lo más racional era ponerme ahora de pie y señala al maestro que sólo estaba con él de favor, y marcharme enseguida. Pero no lo hice. Admití que el maestro tomara un aprendiz y me ordenara hacerle sitio en mi banco. Me encogí en un rincón y cosí. Y ese mismo día se tomó además a un aprendiz, un santurrón, era de Bohemia; diecinueve años antes había trabajado 41 con nosotros, y en ese tiempo se cayó al arroyo viniendo de la taberna. Cuando quiso sentarse, no había lugar. Miré inquisitivamente al maestro, y él me dijo: "No tienes ninguna habilidad para la sastrería, puedes irte, quedas despedido". Y ante eso mi espanto fue tan enorme que me desperté. »Las primeras luces del alba entraban por las ventanas y ponían en claroscuro mi hogar, mi hogar familiar. Objetos de arte me rodeaban; en la primorosa biblioteca me esperaban el eterno Homero, el gigantesco Dante, el incomparable Shakespeare, el glorioso Goethe ... los empíreos, los inmortales todos. En la habitación vecina resonaban las claras vocecitas de los niños que se despertaban y traveseaban con su madre. Para mí fue como si reencontrase de nuevo esa vida idílicamente dulce, esa vida que trascurría en las mieles de la paz, la riqueza de la poesía y la diafanidad del espíritu, en la que tantas veces y con tanta hondura me inundó la dicha serena de la humanidad. Y entonces me dio rabia no haberme adelantado al maestro, y haber dejado que él me echara. »Y, cosa extraña, desde aquella noche en que el maestro me "despidió" gozo de paz, ya no sueño con mis tiempos de sastre, que se hunden en el pasado remoto, esos tiempos tan alegres por la falta de exigencias y que pese a eso proyectaron una sombra tan vasta sobre mis años posteriores». En esta serie onírica del escritor que en su juventud había sido sastre resulta difícil reconocer el imperio del cumplimiento de deseo. Todo lo gozoso se contiene en la vida diurna, mientras que el sueño parece arrastrar las sombras fantasmales de una existencia desdichada, que por fin se superó. Otros sueños de índole parecida me han dado la posibilidad de echar alguna luz sobre ellos. Recién recibido de médico, trabajé mucho tiempo en un instituto de química sin poder aportar nada a las artes allí empleadas, y por eso en la vigilia nunca pienso de buena gana en ese episodio infecundo, y en verdad bochornoso, de mi aprendizaje. En cambio, sueño recurrentemente con que trabajo en el laboratorio, hago análisis, tengo diversas vivencias, etc.; estos sueños provocan el mismo desasosiego que los sueños de examen, y nunca son muy nítidos. En la interpretación de uno de ellos, reparé por fin en la palabra «análisis», que me dio la clave para entenderlo. Es que desde entonces me he hecho «analista», hago análisis que son muy alabados; en verdad, son psicoanálisis. Ahora entiendo: si en la vida diurna me enorgullezco de este tipo de análisis y querría alabarme por haber llegado tan lejos, por la noche el sueño me hace presentes esos otros análisis malaventurados de los que no tengo razón alguna para estar orgulloso; son los sueños punitorios de un advenedizo, como los de ese aprendiz de sastre que llegó a ser un festejado autor. Ahora bien, ¿cómo le es posible al sueño, en el conflicto entre el orgullo del parvenu y la autocrítica, ponerse al servicio de esta última y tomar por contenido una advertencia racional en vez de un cumplimiento de deseo no permitido? Ya dije que la respuesta a esta pregunta tropieza con dificultades. Podemos inferir que primero una fantasía de ambición desmedida formó la base del sueño; pero en vez de ella, fueron su chasco y el consecuente bochorno los que alcanzaron el contenido del sueño. Cabe recordar que existen en la vida anímica tendencias masoquistas a las que puede atribuirse una inversión así. Nada tendría yo que objetar si se quisiese separar a esta clase de sueños, como sueños punitorios, de los sueños de cumplimiento de deseo. No vería en esto una restricción de la teoría sobre el sueño que he sostenido hasta aquí, sino una mera concesión lingüística al modo de pensar que juzga extraña la coincidencia de opuestos. (ver nota)(172) No obstante, un examen más precis o de algunos de estos sueños nos permite reconocer algo adicional. En el armazón no nítido de uno de mis sueños de laboratorio tenía yo precisamente la edad que me traslada al año más sombrío e infructuoso de mi carrera médica; carecía de posición y no sabía cómo habría de ganarme la vida, pero de pronto era el caso que yo podía escoger entre varias mujeres para casarme. Entonces, yo era de nuevo joven, y sobre todo era de nuevo joven la mujer que compartió conmigo esos años difíciles. Y con ello,. uno de los deseos que ahora, al envejecer, yo rumiaba sin cesar se revelaba como el excitador inconciente del sueño. Esa lucha entre la vanidad y la autocrítica, que hervía en otros estratos psíquicos, había determinado por cierto el contenido del sueño; pero sólo el deseo de ser joven, de raíz más profunda, la había hecho posible como sueño. Aun en la vigilia nos decimos muchas veces: «Ahora * todo está muy bien, y antaño fueron épocas duras; pero eso era hermoso, todavía eras joven» (ver nota)(173) Otro grupo de sueños(174), que he registrado en mí con frecuencia, reconociéndolos como sueños hipócritas, tienen por contenido la reconciliación con personas con quienes hace mucho hemos roto las relaciones de amistad. El análisis me descubrió después, por regla general, una ocasión que pudo invitarme a dejar de lado el último resto de consideración por estos ex amigos, y a tratarlos como extraños o enemigos. Pero el sueño se complace en pintar la relación opuesta. Cuando apreciamos los sueños que un literato nos cuenta, casi siempre acertaremos en suponer que excluyó de su comunicación aquellos detalles de su contenido que sintió embarazosos y juzgó inesenciales. Así, sus sueños nos plantean enigmas que con una reproducción más exacta de su contenido se solucionarían enseguida. O. Rank me hizo notar que en el cuento del sastrecillo valiente, o «Siete de un golpe», de Grimm, tenemos un sueño de advenedizo enteramente parecido. El sastre, convertido en héroe y en yerno del rey, sueña con su oficio una noche estando junto a la princesa, su esposa; ella, picada por la desconfianza, dispone para la noche siguiente que unos hombres armados escuchen lo dicho en el sueño y pongan a buen recaudo la persona del soñante. Pero el sastrecillo está sobre aviso, y ahora sabe corregir el sueño. Los complicados procesos de cancelación, sustracción y trastorno, por medio de los cuales los afectos pertenecientes a los pensamientos oníricos se truecan á la postre en los del sueño, pueden llegar a dominarse muy bien merced a una síntesis apropiada de sueños sometidos a un análisis completo. He de tratar ahora algunos ejemplos de la moción de afecto en sueños que muestren realizados algunos de los casos a que se ha hecho referencia. V Sobre el sueño de la extraña tarea que me encargó el viejo Brücke, la de hacer un preparado con mi pelvis, en el sueño mismo yo echo de menos el horror correspondiente. Ahora bien, este 42 terreno». Semejante pensamiento, en momentos en que temía que mi amigo [Fliess] ya no se contase entre los vivos cuando yo llegara adonde él estaba, sólo admite este desarrollo: que me alegra sobrevivir de nuevo a alguien, que yo no esté muerto sino él, que yo quedo dueño del terreno como entonces, en la escena infantil fantaseada. Esta satisfacción, proveniente de lo infantil, por haber quedado yo dueño del terreno cubre la parte principal del afecto recogido en el sueño. Me regocijo por sobrevivir yo, y lo exteriorizo con el egoísmo ingenuo de la anécdota de aquellos cónyuges: «Si uno de nosotros muere, yo me mudo a París». Tan obvio como eso es, para mí expectativa, que no habré de ser yo. (ver nota)(182) No puede disimularse que es preciso vencer en sí mismo serios reparos para interpretar y comunicar los sueños propios. Es que así uno se descubre como el -único malvado entre todos los nobles seres con quienes comparte la vida. Hallo, entonces, del todo comprensible que los resucitados sólo subsistan el tiempo que uno quiera y puedan ser eliminados por el deseo. Es también por eso que mi amigo Josef fue castigado. Ahora bien, los resucitados son las sucesivas encarnaciones de mi amigo de la infancia; así pues, también -estoy satisfecho por haber podido -encontrar siempre sustitutos para esa persona, y aun para ese que ahora estoy en trance de perder hallaré enseguida el sustituto. Nadie es irremplazable. ¿Dónde queda aquí la censura del sueño? ¿Por qué no levanta la contradicción más enérgica contra esta ilación de pensamientos del egoísmo más craso, y muda la satisfacción adherida a ella en el displacer más intenso? Opino que se debe a que otros itinerarios de pensamiento, exentos de veto y sobre las mismas personas, culminan en una satisfacción y cubren con su afecto el de la fuente infantil prohibida. En otro estrato de pensamientos me he dicho, a raíz de la ceremonia en que se descubrió aquel monumento: «He perdido tantos amigos queridos, unos por la muerte, otros por la ruptura de los lazos de amistad; y es suerte que los haya remplazado, que haya ganado otro que para mí significa más de lo que pudieron significar aquellos, y que ahora, a la edad en que no es fácil ya trabar nuevas amistades, conserve la suya para siempre». Me es permitido retomar intacta en el sueño la satisfacción por haber encontrado este sustituto para los amigos que perdí, pero tras ella se cuela la satisfacción inamistosa que procede de la fuente infantil. La ternura infantil con seguridad contribuye a reforzar la ternura hoy justificada; pero también el odio infantil se facilitó su camino en la figuración. Pero el sueño contiene, además, otra referencia nítida a una ilación de pensamientos que lícitamente provoca satisfacción. Mi amigo [Fliess] acaba de tener, después de mucho esperarla, una hijita. Yo sé cuánto lamentó a su hermana, la que él perdió temprano, y le escribo que sobre esa niña habrá de trasferir el amor que él sentía por su hermana; esta niñita le hará olvidar por fin esa pérdida irreparable. Así, también esta serie se anuda a los pensamientos intermediarios del contenido onírico latente, desde donde los caminos se bifurcan en direcciones opuestas: «Nadie es irremplazable. Vean, son sólo resucitados; todo lo que uno haperdido, regresa». Y ahora los lazos asociativos entre los contradictorios componentes de los pensamientos oníricos se atraen mejor por una circunstancia accidental: la hijita de mi amigo lleva el mismo nombre que mi compañerita de juegos, la hermana, de mi misma edad, de mi más antiguo amigo y oponente. Con satisfacción he oído [que le pusieron] el nombre de «Pauline», y para aludir a esta coincidencia he sustituido en el sueño a un Josef por otro Josef, y me resultó imposible sofocar la similitud del sonido inicial en los nombres de Fleischl y de FI. Y desde ahí, después, un hilo de pensamientos corre hasta los nombres que he puesto a mis propios hijos. Tuve en mucho que sus nombres no se escogiesen siguiendo la moda del día, sino por el recuerdo de personas queridas. Sus nombres hacen de los niños unos «resucitados». Y en definitiva, ¿no es el tener hijos, para todos nosotros, el único acceso a la inmortalidad? Acerca de los afectos del sueño sólo agregaré unas pocas observaciones desde otro punto de vista. Una inclinación afectiva -lo que llamamos talante- puede estar contenida en el alma del que duerme como elemento dominante y comandar después el sueño. Ese talante puede proceder de las vivencias e ilaciones de pensamiento del día, o tener fuentes somáticas; en ambos casos irá acompañado por las ilaciones de pensamiento que le corresponden. Pero que este contenido de representación de los pensamientos oníricos en un caso condicione primariamente a la inclinación afectiva, y en cambio en el otro sea evocado secundariamente por una disposición de sentimientos que ha de explicarse en términos somáticos, es indiferente para la formación del sueño. En cualquier caso esta se encuentra bajo la restricción de que sólo puede figurar lo que es un cumplimiento de deseo, y sólo del deseo puede tomar prestada su fuerza psíquica impulsora. El talante que se tiene actualmente recibirá el mismo tratamiento que la sensación que emerge actualmente mientras se duerme, la cual es desdeñada o bien es reinterpretada en el sentido de un cumplimiento de deseo. Talantes apenados mientras se duerme se convertirán en fuerzas impulsoras del sueño si despiertan deseos enérgicos que este último está llamado a cumplir. El material a que adhieren será retrabajado hasta que pueda usárselo para expresar el cumplimiento de deseo. Cuanto más intenso y dominante sea el elemento del talante apenado en el interior de los pensamientos Oníricos, con tanto mayor seguridad las mociones de deseo más sofocadas aprovecharán esa oportunidad para llegar a figurarse, puesto que por la existencia actual del displacer, que de lo contrario ellas producirían por sí mismas, tienen ya finiquitada la parte más gravosa del trabajo que les implicaría irrumpir hasta su figuración. Y con estas elucidaciones rozamos de nuevo el problema de los sueños de angustia, que mostrarán ser el caso límite en cuanto a la operación onírica. La elaboración secundaria. Pasamos ahora, por fin, a poner de relieve el cuarto de los factores que participan en la formación del sueño. 45 Cuando la indagación del contenido del sueño se prosigue de la manera que tenemos indicada, examinando de qué modo provienen de los pensamientos oníricos sus llamativos sucesos, se tropieza también con elementos para cuyo esclarecimiento se requiere un supuesto enteramente nuevo. Me vienen aquí a la memoria los casos en que en el sueño nos asombramos, nos enfadamos o nos mostramos renuentes, y por cierto respecto de un fragmento del contenido del sueño mismo. Las más de esas mociones de crítica dentro del sueño no se dirigen a su contenido, sino que se revelan como partes del material onírico, retomadas y usadas convenientemente, según lo expuse con los ejemplos adecuados [en la última sección]. Pero de ellas, hay una parte que no admite una derivación así; no es posible descubrir su correlato en el material onírico. Por ejemplo, ¿qué significa la crítica, no rara en el sueño, «Esto no es más que un sueño»? Es una verdadera crítica al sueño, tal como yo podría ejercerla en la vigilia. No pocas veces es la anunciadora del despertar; pero no sólo eso: con mayor frecuencia todavía, es precedida por un sentimiento penoso que se calma luego de esa comprobación, a saber, que se estaba sonando. El pensamiento «Esto no es más que un sueño», concebido mientras se sueña, se propone empero lo mismo que pretende decir, en la escena de Offenbach, la bella Helena(183); quiere restar importancia a lo que acaba de vivenciarse, y posibilitar que se tolere lo que viene. Sirve para adormecer cierta instancia que en ese momento tendría todos los motivos para despertarse y para prohibir la continuación del sueño -o de la escena-. Pero es más cómodo volver a dormirse y tolerar el sueño «porque es sólo un sueño». Conjeturo que la crítica despreciativa «Esto es sólo un sueño» emerge entonces en el sueño mismo cuando la censura, que nunca se duerme del todo, se ve sorprendida por el sueño que ya dejó pasar. Es demasiado tarde para sofocarlo, y por eso ella sale al paso, con aquella observación, a la angustia o el pesar que dimana del sueño. Es una exteriorización de esprit d'escalier(184) por parte de la censura psíquica. Pues bien, en este ejemplo tenemos una prueba inobjetable de que no todo lo contenido en el sueño proviene de los pensamientos oníricos, sino que una función psíquica indiferenciable de nuestro pensamiento de vigilia puede brindar aportes al contenido onírico. Ahora cabe preguntarse si esto ocurre sólo por excepción, o si a esa instancia psíquica -que en lo demás actúa sólo como censura- le corresponde una participación regular en la formación del sueño. Sin vacilar tenemos que decidirnos por lo segundo. Es indudable que la instancia censuradora, cuya influencia sólo hemos reconocido hasta aquí en restricciones y omisiones en el interior del contenido onírico, es responsable también de intercalaciones y acrecentamientos de este. Tales intercalaciones son a menudo fácilmente reconocibles; esas partes se relatan con titubeos, se las introduce con un «como si», carecen en sí y por sí de una vivacidad particularmente alta, y siempre se acomodan en lugares donde pueden servir al enlace de dos fragmentos del contenido onírico, a la facilitación de un nexo entre dos partes del sueño. Su capacidad de permanencia en la memoria es menor que la de los genuinos retoños del material onírico; cuando el sueño sucumbe al olvido, son ellas las que caen primero, y yo tengo la fuerte presunción de que nuestra frecuente queja -que hemos soñado tanto pero olvidamos la mayor parte y no conservamos sino jirones- se debe justamente a la rápida disipación de estos pensamientos-argarnasa. Ante un análisis más exhaustivo, estas intercalaciones se delatan muchas veces porque no hay en el material de los pensamientos oníricos nada que les corresponda. No obstante, después de un cuidadoso examen, debo caracterizar a este caso como el más raro; las más de las veces los pensamientos aglutinantes se dejan reconducir de todos modos a un material de los pensamientos oníricos, que, empero, ni por su valencia propia ni por sobredeterminación podría pretender que se lo acogiese en el sueño. Esta función psíquica que ahora consideramos, operante en la formación del sueño, sólo en los casos más extremos parece elevarse hasta producir creaciones nuevas; mientras le es posible, usa lo que puede convenirle dentro del material onírico. Lo que singulariza y delata a este fragmento del trabajo del sueño(185) es su tendencia. Esta función procede de manera parecida a los filósofos, según la maligna afirmación del poeta: con retazos y harapos tapa las lagunas en el edificio del sueño(186). Resultado de su empeño es que el sueño pierde su aspecto de absurdo y de incoherencia y se aproxima al modelo de una vivencia inteligible. Pero ese empeño no siempre se ve coronado por el éxito. Así surgen sueños que a la consideración superficial pueden parecer inobjetablemente lógicos y correctos; parten de una situación posible, la prosiguen a lo largo de trasformaciones exentas de contradicción y la llevan, si bien es lo más raro, a una conclusión no paradójica. Ellos han experimentado la más profunda elaboración por parte de esa función psíquica similar al pensamiento de vigilia; parecen tener un sentido, pero en verdad ese sentido está alejadísimo del real significado del sueño. Si los analizamos, nos convencemos de que aquí la elaboración secundaria del sueño ha espigado de la manera más libre en el material, conservando las menos de sus relaciones. Son sueños que, por así decir, ya fueron interpretados antes que los sometiésemos a interpretación en la vigilia. En otros sueños, esta elaboración tendenciosa avanzó apenas; hasta ahí parece dominar la coherencia, y en lo que sigue el sueño se vuelve disparatado o confuso, quizá para empinarse luego por segunda vez en su decurso hasta la apariencia de lo inteligible. En otros sueños la elaboración fracasa por completo; quedamos como inermes frente a un montón de jirones de contenido sin sentido alguno. A este cuarto poder plasmador del sueño, que enseguida discerniremos como ya conocido -es en realidad el único de los cuatro formadores del sueño que nos es familiar; a este cuarto factor, digo, no le negaría yo de manera terminante la capacidad de contribuir al sueño con creaciones nuevas. No obstante, es indudable que su influencia, como la de los otros tres, se exterioriza predominantemente en la selección que aplica a un material psíquico ya formado, incluido en los pensamientos oníricos, así como en el privilegiar ciertas partes de él. Ahora bien, hay un caso en que el trabajo de construirle al sueño una fachada, digamos, le es ahorrado en buena medida por el hecho de que dentro del material de los pensamientos oníricos se encuentra, ya listo, un producto así, que no espera sino que se lo use. A ese elemento de los pensamientos oníricos a que aludo suelo designarlo como «fantasía»; quizá despeje posibles malentendidos si enseguida lo llamo sueño diurno (Tagtraum}, por ser lo análogo al sueño que encontramos en la vida de vigilia(187). El papel que cumple este elemento dentro de nuestra vida anímica no ha sido aún reconocido ni develado exhaustivamente por los psiquiatras; M. Benedíkt ha iniciado en su apreciación un abordaje que creo promisorio. (ver nota)(188) La importancia del sueño diurno no ha escapado a la penetrante y certera mirada del literato; es de todos conocida la descripción que hace Daudet, en Le Nabab, de los sueños diurnos de uno de los personajes secundarios de ese cuento. El estudio de las psiconeurosis nos depara un sorprendente hallazgo: estas fantasías o sueños diurnos son las etapas previas más inmediatas de los síntomas histéricos -al menos de toda una serie de ellos-; no de los recuerdos mismos, sino de las fantasías construidas sobre la base de ellos, dependen sobre todo los síntomas histéricos. (ver nota)(189) La frecuente emergencia de fantasías diurnas concientes nos pone en conocimiento de estas formaciones; pero así como las hay concientes, son abundantísimas las 46 fantasías inconcientes que tienen que permanecer tales a causa de su contenido y por provenir de material reprimido. Una mayor profundización en los caracteres de estas fantasías diurnas nos enseña que con todo derecho conviene a estas formaciones el mismo nombre que llenan nuestras producciones mentales nocturnas: el nombre de sueños. Tienen en común con los sueños -nocturnos una parte esencial de sus propiedades; su estudio habría podido abrirnos, en verdad, el más directo y mejor acceso para la inteligencia de estos. Como los sueños, ellas son cumplimientos de deseo; como los sueños, se basan en buena parte en las impresiones de vivencias infantiles; y como ellos, gozan de cierto relajamiento de la censura respecto de sus creaciones. Si pesquisamos su construcción, advertimos cómo el motivo de deseo que se afirma en su producción ha descompaginado, reordenado y compuesto en una totalidad nueva el material de que están construidas. Mantienen con las reminiscencias infantiles, a las que se remontan, la misma relación que muchos palacios barrocos de Roma con las ruinas antiguas, cuyos sillares y columnas han proporcionado el material para un edificio de formas modernas. En la «elaboración secundaria», que hemos computado como el cuarto de los factores formativos en relación con el contenido del sueño, reencontramos la misma actividad que en la creación de los sueños diurnos puede exteriorizarse sin la inhibición de otras influencias. Podríamos decir sin vacilaciones que este cuarto factor busca configurar, con el material que se le ofrece, algo semejante a un sueño diurno. Ahora bien, en los casos en que un tal sueño diurno ya se encuentra formado dentro de la trama de los pensamientos oníricos, este factor del trabajo del sueño se apropiará de él con preferencia y hará que llegue al contenido. Hay sueños así, que no consisten sino en la repetición de una fantasía diurna, de una fantasía que quizá permaneció inconciente.(ver nota)(190) Por ejemplo, el del niño que viaja en el carro de combate con los héroes de la guerra de Troya. En mi sueño «Autodidasker» al menos el segundo fragmento es la repetición fiel de una fantasía diurna, en sí inofensiva, sobre mi trato con el profesor N. A la complejidad de las condiciones que el sueño debe satisfacer en su génesis se debe -el que con harta frecuencia la fantasía preexistente constituya sólo un fragmento del sueño, o sólo un fragmento de ella irrumpa en el contenido onírico. En total, la fantasía será tratada después como cualquier otro de los componentes del material latente; pero a menudo es todavía reconocible como un todo en el sueño. En mis sueños suelen presentarse partes que se destacan de las otras por Ja diferente impresión que hacen. Me parecen como fluidas, mejor compaginadas y al mismo tiempo más fugitivas que otros fragmentos del mismo sueño; yo sé que esas son fantasías inconcientes que han llegado al sueño dentro de su trama, pero nunca he logrado fijar una de ellas. Por lo demás, estas fantasías, como todos los otros componentes de los pensamientos oníricos, son comprimidas, condensadas, superpuestas unas con otras, etc.; pero existen gradaciones desde el caso en que se les permite constituir, casi intactas, el contenido del sueño, o al menos su fachada, hasta el caso opuesto en que sólo uno de sus elementos o una alusión remota a uno de ellos están subrogados en el contenido. Evidentemente, también para el destino de las fantasías incluidas en los pensamientos oníricos lo decisivo son las ventajas que puedan ofrecer respecto de las exigencias de la censura y de la compulsión a la condensación. En mi selección de ejemplos para la interpretación de sueños esquivé en lo posible aquellos en que fantasías inconcientes desempeñaban un papel destacado, pues la introducción de este elemento psíquico habría exigido extensas elucidaciones sobre la psicología del pensamiento inconciente. Pero en el presente contexto no puedo omitir del todo a la «fantasía», pues ella con frecuencia llega íntegra al sueño, y con mayor frecuencia todavía este la deja traslucir con nitidez. Por eso quiero citar un sueño que parece compuesto por dos fantasías diferentes, contrapuestas, y que en determinados lugares se cubren una a la otra; de ellas, una es la superficial, y la otra se convierte, por así decir, en la interpretación de la primera. (ver nota)(191) El sueño (es el único del que no poseo anotaciones cuidadosas) reza más o menos así: El soñante -un joven soltero- está sentado en su cervecería, mejor dicho, en aquella donde hace tertulia; entonces aparecen muchas personas que vienen a buscarlo, y entre ellas una que quiere arrestarlo. Dice él a sus camaradas de mesa: «Después pago, enseguida vuelvo». Pero ellos se le mofan: «A esa canción la conocemos, todos dicen lo mismo». Y cuando ya sale, uno de los parroquianos lo despide todavía: «¡Ahí se vuela otro!». Después lo conducen a un local estrecho donde encuentra a una mujer con un niño en los brazos. Uno de sus acompañantes dice: «Es el señor Müller». Un comisario, o algún otro funcionario, revisa un fajo de fichas o de papeles y al hacerlo repite: «Müller, Müller, Müller». Por fin le hace una pregunta, que él responde con un «Sí». Después se vuelve para mirar a la mujer y observa que a ella le ha salido una gran barba. Aquí es fácil separar los dos componentes. El superficial es una fantasía de arresto, y nos parece creación nueva del trabajo onírico. Tras él, empero, es visible un material que ha sufrido una ligera remodelación por el trabajo onírico, la fantasía del casamiento, y los rasgos que pueden ser comunes a ambas se destacan con particular nitidez como en una de esas fotografías mixtas de Galton. La promesa del mozo hasta entonces soltero de que volvería a ocupar su lugar en la tertulia; la incredulidad de sus camaradas, chasqueados ya por muchas experiencias; la despedida: «¡Ahí se vuela (se casa) otro!», son rasgos que con facilidad se entienden en el sentido de la otra interpretación. Lo mismo la palabra «Sí» dada al funcionario. El revisar en una pila de papeles repitiendo el mismo nombre corresponde a un detalle menor, pero bien conocido, de la celebración de los esponsales: la lectura en alta voz de los telegramas de felicitación apilados en montón, y en todos los cuales se dicen los mismos nombres. Con la aparición de la novia en persona en el sueño, la fantasía de casamiento prevaleció sobre la fantasía de arresto que la encubría. Y al hecho de que esta novia, al final, deje ver una barba pude explicarlo por una información -no se llegó a hacer un análisis-: El día anterior el soñante iba caminando por la calle con un amigo, tan reacio al matrimonio como él; en eso llamó su atención sobre una beldad morena que venía hacía ellos, pero el amigo observó: «¡Bah! ¡Si no fuera porque a estas mujeres les salen con los años unas barbas como las de su padre! ». Desde luego, tampoco en este sueño faltan elementos en que la desfiguración onírica ha ejecutado un trabajo más profundo. Así, el dicho «Después pago» puede apuntar a un comportamiento que el soñante teme que adopte su suegro con relación a la dote. Es manifiesto que toda suerte de reparos le impiden entregarse con todo gusto a la fantasía de casamiento. Uno de ellos, que con el casamiento se pierde la libertad, se encarnó en la trasmudación en una escena de arresto. Si ahora atendemos de nuevo al hecho de que el trabajo del sueño se sirve de buen grado de una fantasía que encuentra ya lista, en lugar de componerla a partir del material de los pensamientos oníricos, quizá podamos resolver con esta intelección uno de los enigmas más interesantes del sueño. En [4] relaté el sueño de Maury, quien, alcanzado en la nuca por una 47 Luego de esta apreciación de la elaboración secundaria, pasaré a considerar un nuevo elemento que contribuye al trabajo del sueño, señalado por las finas observaciones de H. Silberer. Como ya mencioné en otro lugar, Silberer ha sorprendido por así decir en flagrante la trasposición de los pensamientos en imágenes, forzándose a desarrollar una actividad mental en estados de fatiga y somnolencia. En tales circunstancias ese pensamiento así elaborado se le escapaba, y en su lugar se instalaba una visión que resultaba ser el sustituto de ese pensamiento las más de las veces abstracto. (Véanse los ejemplos de las páginas citadas.) Ahora bien, en estos experimentos sucedía que la imagen emergente, equiparable a un elemento onírico, figuraba algo diverso del pensamiento en espera de elaboración, a saber: la fatiga misma, la dificultad o el displacer frente a ese trabajo; por tanto, el estado subjetivo y el modo de funcionamiento de la persona que se afana, en lugar del objeto de su empeño. Silberer llamó a este caso, que a él le sobrevenía con mucha frecuencia, el «fenómeno funcional», por contraste con el «fenómeno material» que sería de esperar. Por ejemplo: «Después de almorzar estoy echado, en extremo somnoliento, en mi sofá, pero me fuerzo a reflexionar sobre un problema filosófico. Procuro comparar las opiniones de Kant acerca del tiempo con las de Schopenhauer. No logro, por mi estado de somnolencia, retener una junto a la otra las dos líneas de pensamiento, lo cual es indispensable para la comparación. Después de muchos intentos vanos, me grabo otra vez con toda la fuerza de mi voluntad la deducción de Kant, a fin de aplicarla después al planteo de Schopenhauer. Acto seguido dirijo toda mi atención a este último; y ahora, cuando quiero volver a Kant, encuentro que se me ha escapado de nuevo, y en vano me empeño por recobrarlo. Este vano empeño por reencontrar ahora los legajos de Kant, traspapelados en algún lugar de mi mente, me es figurado de pronto, teniendo yo cerrados los ojos, como símbolo plástico- intuible, semejante a una imagen onírica: Pido una información a un secretario gruñón que, inclinado sobre un escritorio, hace oídos sordos a mi insistencia. Incorporándose a medias, me mira enfadado y me la rehúsa». (Silberer, 1909, págs. 513-4. [Las bastardillas son de Freud. 1 ) Otros ejemplos referidos a la oscilación entre el dormir y el estar despierto: «"Ejemplo nº 2. Condiciones: Es de mañana, a la hora de despertar. En un cierto estado de adormecimiento (estado crepuscular), reflexionando sobre un sueño anterior, y por así decir resoñándolo o retornándolo, siento que ya se me acerca la conciencia de vigilia, pero yo quiero permanecer todavía en el estado crepuscular. »"Escena: Doy un paso metiendo un pie en un arroyo, pero lo retiro enseguida, y me propongo quedarme de este lado"». (Silberer, 1912, pág. 625.) «"Ejemplo nº 6. Condiciones similares a las del ejemplo nº 4. (Quiero permanecer acostado otro poco, sin dormirme hasta tarde.) Quiero entregarme todavía otro poco al sueño. »"Escena: Me despido de alguien y concierto con él (o con ella) volver a encontrarnos enseguida"». El «fenómeno funcional», la «figuración del mundo de los estados en vez del mundo de las cosas», fue observado por Silberer en lo esencial bajo las dos condiciones del adormecerse y del recobrar el sentido. Es fácil comprender que respecto de la interpretación de los sueños sólo interesa el segundo caso. Silberer ha mostrado con buenos ejemplos que los fragmentos finales del contenido manifiesto de muchos sueños a los que sigue inmediatamente el despertar no figuran sino el designio o el proceso del despertar mismo. Sirven a este propósito: atravesar un umbral («simbolismo del umbral»), abandonar una habitación para entrar en otra, partir, volver a casa, separarse de un acompañante, zambullirse en el agua, etc. En todo caso, no puedo dejar de observar que en mis propios sueños y en los de las personas analizadas por mí he hallado elementos referibles al simbolismo del umbral con frecuencia muchísimo menor que la esperable según las comunicaciones de Silberer. En modo alguno es inconcebible o inverosímil que este simbolismo del umbral pueda tener valor esclarecedor respecto de muchos elementos en medio de la trama de un sueño, por ejemplo en lugares en que están en juego oscilaciones en la profundidad del dormir y la tendencia a interrumpir el sueño. Empero, todavía no se han aportado ejemplos ciertos de este hecho. Con mayor frecuencia parece presentarse el caso de la sobredeterminación, a saber, que un pasaje del sueño que recibe su contenido material de la ensambladura de los pensamientos oníricos sea usado además para figurar algo atinente al estado de la actividad anímica. El muy interesante fenómeno funcional de Silberer ha dado lugar a muchos abusos (aunque de esto no tiene la culpa su descubridor), pues la vieja tendencia a la interpretación simbólica y abstracta de los sueños halló apuntalamiento en él. La primacía otorgada a la «categoría funcional» llega en muchos tan lejos, que hablan de fenómeno funcional dondequiera que en el contenido de los pensamientos oníricos aparezcan actividades intelectuales o procesos afectivos, cuando en verdad este material no tiene ni más ni menos derecho que otros a entrar en el sueño en calidad de resto diurno. Admitimos que los fenómenos de Silberer configuran una segunda contribución a la formación del sueño de parte del pensamiento de vigilia, si bien menos constante y menos importante que la primera, introducida bajo el nombre de «elaboración secundaria». Había quedado demostrado que una parte de la atención activa durante el día permanece volcada también al sueño en el estado del dormir, lo controla, lo critica y se reserva el poder de interrumpirlo. Ello nos sugirió reconocer en esa instancia anímica que se mantiene despierta desde la vigilia al censor(202) que ejerce una influencia restrictiva tan fuerte sobre la plasmación del sueño. Lo que agregan las observaciones de Silberer es el hecho de que en ciertas circunstancias está activa también una suerte de observación de sí que brinda su contribución al contenido del sueño. Acerca de las relaciones probables entre esta instancia de observación de sí, quizá particularmente activa en mentes filosóficas, y la percepción endopsíquica, el delirio de ser notado(203), la conc iencia moral y el censor del sueño convendrá ocuparse en otro Sitio. (ver nota)(204) Me propongo ahora resumir estas extensas elucidaciones acerca del trabajo del sueño. Nos habíamos encontrado con este problema: en la formación del sueño, ¿usa el alma todas sus capacidades en un despliegue no inhibido, o sólo una parte de ellas inhibida en su operación? Nuestras investigaciones nos llevan a desestimar totalmente ese problema por inadecuado en su planteo. Si en la respuesta hubiéramos de mantenernos en el mismo terreno desde el cual se nos hace la pregunta, deberíamos afirmar ambas concepciones, que al parecer se excluyen entre sí por ser opuestas. El trabajo del alma en la formación del sueño se descompone en dos operaciones: la producción de los pensamientos oníricos y su trasmudación en el contenido del sueño. Los pensamientos oníricos se forman de modo enteramente correcto y con todo el gasto 50 :psíquico de que somos capaces; pertenecen a nuestro pensar no devenido conciente, del cual por una cierta trasposición surgen también los pensamientos concientes. Muy interesantes y enigmáticos pueden ser los problemas que ellos plantean, pero tales enigmas no tienen relación particular con el sueño y no merecen ser tratados entre los problemas de este. (ver nota)(205) En cambio, el otro trabajo, el que muda los pensamientos inconcientes en el contenido del sueño, es propio de la vida onírica y característico de ella. Ahora bien, este trabajo específico del sueño se aleja del modelo del pensamiento despierto mucho más de lo que sospecharon aun los más decididos denostadores del rendimiento psíquico en la formación del sueño. No se trata de que sea más descuidado, incorrecto, olvidadizo o incompleto que el pensamiento de vigilia; es algo que cualitativamente difiere por entero de él y, por tanto, en principio no puede comparársele. No piensa ni calcula ni en general juzga, sino que se limita a remodelar pensamientos, cálculos y juicios. Se lo puede describir exhaustivamente si se tienen presentes las condiciones que su producto ha de satisfacer. Este producto, el sueño, debe sustraerse ante todo a la censura, y para este fin el trabajo del sueño se sirve del desplazamiento de las intensidades psíquicas hasta llegar a la subversión de todos los valores psíquicos; los pensamientos deben reflejarse exclusiva o predominantemente dentro del material de huellas mnémicas visuales o acústicas, y este requisito engendra para el trabajo del sueño el miramiento por la figurabilidad, al que él responde mediante nuevos desplazamientos. Deben (probablemente) producirse intensidades mayores que aquellas de que. por la noche se dispone dentro de los pensamientos oníricos, y a este fin sirve la vasta condensación emprendida con los componentes de los pensamientos oníricos. Por las relaciones lógicas del material de pensamientos se tiene poco miramiento; ellas finalmente hallan una figuración escondida en ciertas propiedades formales de los sueños. Los afectos de los pensamientos oníricos sufren alteraciones menores que su contenido de representaciones. Por regla general son sofocados; donde se conservan, son desasidos de las representaciones [a que en propiedad pertenecen] y compuestos según su homogeneidad. Sólo un fragmento del trabajo del sueño, de magnitud inconstante, el retrabajo realizado por el pensamiento de vigilia parcialmente despierto, se ajusta a la concepción que los autores querrían válida para toda la actividad de la formación del sueño. (ver nota)(206) Sobre la psicología de los procesos oníricos (ver nota)(207) Entre los sueños de que he tomado conocimiento por comunicación de otras personas, hay uno que tiene un mérito particular para que lo consideremos ahora. Me fue contado por una paciente que a su vez lo escuchó en una conferencia sobre el sueño; su verdadera fuente sigue siendo desconocida para mí. Pero a esa dama le impresionó su contenido, pues no tardó en «resoñarlo», vale decir, en repetir elementos del sueño en un sueño propio a fin de expresar, mediante esa trasferencia, una concordancia en un punto determinado. Las condiciones previas de este sueño paradigmático son las siguientes: Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar, pero dejó la puerta abierta a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano a quien se le encargó montar vigilancia se sentó próximo al cadáver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama, te toma el brazo y le susurra este reproche: «Padre, ¿entonces no ves que me abraso?». Despierta, observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián adormecido, y la mortaja y un brazo del cadáver querido quemados por una vela que le había caído encima encendida. La explicación de este tocante sueño es bien simple y, según me cuenta mi paciente, la proporcionó correctamente quien le informó acerca de él. El fuerte resplandor dio sobre los ojos del durmiente a través de la puerta que él había dejado abierta, y le sugirió la misma conclusión que habría extraído en la vigilia: una vela volcada había provocado un incendio cerca del cadáver. Y aun quizás el padre se fue a dormir con la preocupación de que el viejo guardián no fuera capaz de desempeñar bien su cometido. Nada que modificar encontramos en esta interpretación, excepto que agregaríamos este requisito: el contenido del sueño debió estar sobredeterminado, y el dicho del niño hubo de componerse de dichos realmente pronunciados en la vida y enlazados con sucesos importantes para el padre. Quizá la queja «Me abraso» fue expresada por el niño en medio de la fiebre que lo llevó a la muerte, y las palabras «Padre, ¿entonces no ves?» proceden de otra oportunidad que no conocemos pero que fue rica en afectos. Ahora bien, después que hemos reconocido al sueño como un producto provisto de sentido que puede insertarse en la trama del acontecer psíquico, nos maravillará naturalmente que en tales circunstancias sobreviniese un sueño, cuando lo indicado era el más brusco despertar. Pero debemos reparar en que este sueño tampoco escapa a un cumplimiento de deseo. En él, el niño se comporta como si estuviera vivo, él mismo da aviso al padre, se llega hasta su cama y le toma de un brazo, como probablemente lo hizo en aquel recuerdo del cual el sueño recogió el primer fragmento del dicho del niño. Y en virtud de ese cumplimiento de deseo, precisamente, prolongó el padre por un momento su dormir. El sueño prevaleció sobre la reflexión de vigilia porque pudo mostrar al niño otra vez con vida. Si el padre se hubiera despertado enseguida, extrayendo la conclusión que lo llevó a la cámara mortuoria, habría abreviado la vida del niño, digámoslo así, por ese breve lapso. Es bien patente la peculiaridad por la cual este breve sueño cautiva nuestro interés. Hasta ahora nos empeñamos sobre todo en averiguar aquello en que consiste el sentido secreto de los 51 sueños, el camino por el cual lo hallaríamos y los medios de que se ha servido el trabajo del sueño para ocultarlo. En el centro de nuestro campo visual estuvieron hasta este momento las tareas de la interpretación de los sueños. Y ahora tropezamos con este sueño que no plantea tarea alguna a la interpretación, cuyo sentido está dado sin disfraz, y paramos mientes en que, sin embargo, conserva los caracteres esenciales por los cuales los sueños se apartan llamativamente de nuestro pensamiento de vigilia y engendran en nosotros la necesidad de explicarlos. Sólo después de despachado todo lo que atañe al trabajo de la interpretación podemos advertir cuán incompleta ha quedado nuestra psicología del sueño. Pero antes de encaminar nuestros pensamientos por este nuevo sendero querernos hacer un alto y repasar el trayecto recorrido, para ver s: en nuestro viaje hasta aquí no hemos omitido nada importante. Es que debemos tener bien en claro que el tramo cómodo y agradable queda atrás. Si no estoy muy equivocado, por todos los caminos que hasta ahora emprendimos llegamos a la luz, al esclarecimiento y a la comprensión plena; a partir de este momento, en que pretendemos penetrar más a fondo en los procesos anímicos envueltos en los sueños, todas las sendas desembocan en la oscuridad. Tropezamos con la imposibilidad de esclarecer al sueño como hecho psíquico, pues explicar significa reconducir a lo conocido, y por ahora no existe ningún conocimiento psicológico al que pudiéramos subordinar lo que cabe discernir en calidad de principio explicativo a partir del examen psicológico de los sueños. Por lo contrario, nos veremos precisados a estatuir una serie de nuevos supuestos que rocen mediante conjeturas el edificio del aparato psíquico y el juego de las fuerzas que en él actúan; y deberemos tener el cuidado de no devanarlos mucho más allá de su primera articulación lógica, pues de lo contrario su valor se perdería en lo indeterminable. Aun cuando no cometiésemos error alguno en el razonamiento y tomásemos en cuenta todas las posibilidades que se siguen lógicamente, la probable imperfección en el planteo de los elementos amenaza hacernos equivocar por completo los cálculos. No puede obtenerse, o al menos no puede fundamentarse, una inferencia acerca de la construcción y del modo de trabajo del instrumento anímico por medio de la indagación del sueño o de cualquier otra operación tomada aisladamente, por cuidadosa que ella sea; para este fin deberá conjugarse lo que el estudio comparativo de toda una serie de operaciones psíquicas arroje como elementos de constancia necesaria. Entonces, los supuestos psicológicos que extraemos del análisis de los procesos oníricos deberán aguardar en una estación de empalme, por así decir, hasta que puedan acoplarse a los resultados de otras investigaciones que se empeñan en atacar el núcleo del mismo problema desde otros puntos de abordaje. El olvido de los sueños. Opino, por tanto, que antes hemos de volvernos a un tema del que se desprende una objeción que hasta aquí no consideramos, pero capaz de dar por tierra con nuestros esfuerzos en torno de la interpretación de los sueños. Más de un autor nos ha hecho presente que en verdad no conocemos al sueño que pretendemos interpretar; más correctamente: que no tenemos certidumbre alguna de conocerlo tal como en realidad fue. Lo que recordamos del sueño y sobre lo cual ejercemos nuestras artes interpretativas está, en primer lugar, mutilado por la infidelidad de nuestra memoria, que parece sumamente incapaz de conservar al sueño y quizás ha perdido justamente el fragmento más significativo de su contenido. Y en efecto, hartas veces, cuando queremos prestar atención a nuestros sueños, tenemos motivo para quejarnos de que soñamos mucho más y por desgracia no sabemos sino este único jirón, y aun su recuerdo se nos antoja verdaderamente inseguro. En segundo lugar, empero, todo nos dice que nuestro recuerdo del sueño no es sólo lagunoso, sino que lo refleja de manera infiel y falseada. Así como, por una parte, puede ponerse en duda que lo soñado fuera en realidad tan incoherente y nebuloso como lo conservamos en la memoria, puede dudarse también, por la otra, de que un sueño haya sido tan coherente como lo contamos, y de que en el intento de reproducirlo no hayamos llenado con material nuevo, escogido al acaso, lagunas inexistentes o creadas por el olvido; en fin, de que no embellezcamos, redondeemos o rectifiquemos el sueño de modo tal que se vuelva imposible todo juicio sobre su contenido efectivo. Y hasta hemos encontrado, en un autor (Spitta [1882, pág. 338])(208), la conjetura de que todo lo que es en el sueño orden y trabazón sólo se introdujo en él a raíz del intento de evocarlo. Así corremos el riesgo de que se nos escape de las manos el objeto mismo cuyo valor nos hemos empeñado en determinar. Hemos desoído estas advertencias en las interpretaciones de sueños que nos ocuparon hasta aquí. Por lo contrario, aun los elementos más ínfimos e inciertos y menos destacados del contenido del sueño nos dieron un acicate tanto o más perceptible para interpretarlos que los elementos conservados con mayor nitidez y certidumbre. En el sueño de la inyección de Irma se dice: «Aprisa llamo al doctor M.», y entonces supusimos que ese agregado no habría llegado al sueño sí no admitiese una derivación particular. Así dimos con la historia de aquella desdichada paciente a cuyo lecho de enferma llamé aprisa, para una consulta, a mi colega mayor que yo. En el sueño en apariencia absurdo que trata como quantité négligeable la diferencia entre cincuenta y uno y cincuenta y seis, la cifra de cincuenta y uno se mencionaba varias veces. L En vez de considerar esto trivial o indiferente, inferimos desde allí la existencia de una segunda ilación de pensamientos en el contenido latente del sueño, que llevaría a la cifra de cincuenta y uno; y ese rastro, que seguimos persiguiendo, nos llevó a aprehensiones que veían en la edad de cincuenta y un años un límite de la vida, en total oposición a un itinerario de pensamiento, dominante, que alardeaba presuntuoso de una larga vida. En el sueño «Non vixit» había una intercalación poco destacada, que yo al comienzo descuidé; era el pasaje: «Como P. no le entiende, Fl. se vuelve, etc.». Cuando después la interpretación quedó atascada, retomé esas palabras y desde ellas reencontré el camino hacia la fantasía infantil que en los pensamientos del sueño se presentaba como punto nodal intermediario. Esto aconteció por medio de los versos del poeta: «Rara vez me comprendieron 52 obtenido entonces con 'los actuales, casi siempre de mayor riqueza, y reencontré lo antiguo incólume en lo actual. A su tiempo salí del asombro que ello me produjo parando mientes en que desde. hacía mucho yo solía, con mis pacientes, interpretar sueños de años anteriores, que me contaban incidentalmente como si fueran de la noche pasada, y lo hacía con el mismo procedimiento e idéntico éxito. A propósito de los sueños de angustia comunicaré después dos ejemplos de esa interpretación pospuesta de los sueños. Cuando emprendí ese intento por primera vez me guiaba la justificada expectativa de que el sueño también en esto habría de comportarse sólo como un síntoma neurótico. En efecto, si yo trato por medio del psicoanálisis a un psiconeurótico, por ejemplo un caso de histeria, debo esclarecer tanto los primeros síntomas de su sufrimiento, hace tiempo superados, cuanto los que todavía hoy subsisten y que le hicieron acudir a mí, y encuentro esa primera tarea más fácil de solucionar que la apremiante hoy. Ya en los Estudios sobre la histeria, publicados en 1895, pude comunicar el esclarecimiento de un primer ataque histérico que la paciente(227) una mujer que había superado la cuarentena, tuvo a los quince años. (ver nota)(228) Quiero presentar aquí todavía algo, desprendido en parte del contexto, que debo señalar acerca de la interpretación de los sueños y que quizás oriente al lector que desee controlarme mediante un retrabajo sobre sus propios sueños. Nadie tiene derecho a esperar que la interpretación de sus sueños le caiga del cielo. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y otras sensaciones que por lo común escapan a la atención es preciso ejercitarse, por más que ningún motivo psíquico se revuelva contra este grupo de percepciones. Harto más difícil es entrar en posesión de las « representaciones involuntarias». Quien lo pretenda deberá hacer suyas las expectativas que se suscitaron en este tratado y, obedeciendo a las reglas que se han dado aquí, empeñarse en sofrenar durante el trabajo toda crítica, todo preconcepto, todo compromiso afectivo o intelectual. Deberá seguir la norma que Claude Bernard estableció para el experimentador en el laboratorio de fisiología: «Travailler comme une bête» {«Trabajar como una bestia»}, es decir, con esa tenacidad, pero también con esa despreocupación por el resultado. El que siga ese consejo ya no encontrará difícil la tarea. Además, la interpretación de un sueño no siempre se consuma de un golpe; no es raro que uno sienta exhausta su capacidad para lograrlo cuando ha seguido un encadenamiento de ocurrencias y el sueño no le dice nada más por ese día; en tal caso hará bien en interrumpir y volver sobre el trabajo un día próximo. Entonces otro fragmento del contenido del sueño atrae la atención y se encuentra el acceso a un nuevo estrato de los pensamientos oníricos. Podemos llamar a esto «interpretación fraccionada del sueño». Lo más difícil es mover al que se inicia en la interpretación de los sueños a que reconozca que su labor no termina cuando tiene en sus manos una interpretación completa, una interpretación plena de sentido, coherente y que dé razón de todos los elementos del contenido del sueño. Es que para el mismo sueño es posible que haya otra, una sobreinterpretación, que se le escapó. En verdad no es fácil concebir toda la riqueza de ilaciones de pensamiento inconcientes que pugnan por expresarse, ni dar crédito a la habilidad con que el trabajo del sueño se vale en cada caso de expresiones multívocas para matar siete moscas de un solo golpe, como el sastrecillo del cuento. El lector se inclinará siempre a reprochar al autor que malgaste sin motivo su ingenio; pero quien haya hecho la experiencia en sí mismo tomará mejor consejo. Por otra parte(229) no puedo refrendar la tesis que H. Silberer(230) fue el primero en sostener, según la cual todo sueño -o al menos muchos sueños y ciertos grupos de ellos- reclama dos interpretaciones diferentes, que incluso mantendrían entre sí una relación fija. Una de estas interpretaciones, la que Silberer llama psicoanalítica, atribuye al sueño un sentido cualquiera, la mayoría de las veces infantil sexual; la otra, más importante y que él llama anagógica, enseña los pensamientos más serios, a menudo profundos, que el trabajo del sueño tomó como material. Silberer no demostró esta tesis comunicando una serie de sueños que él hubiera analizado en esas dos direcciones. Debo replicar que no hay tal hecho. Es que la mayoría de los sueños no demandan sobreinterpretación y, en particular, son insusceptibles de interpretación anagógica. En la teoría de Silberer, no menos que en otros empeños teóricos de años recientes, hay una inequívoca tendencia a velar las condiciones básicas de la formación del sueño y a desviar el interés de sus raíces pulsionales. Para una cantidad de casos pude corroborar las indicaciones de Silberer; el análisis me mostró entonces que el trabajo del sueño había emprendido la tarea de mudar en un sueño, tomándolos de la vida de vigilia, una serie de pensamientos muy abstractos e insusceptibles de figuración directa, y procuró solucionar esa tarea apoderándose de algún otro material de pensamiento que mantenía una relación laxa (que a menudo ha de llamarse alegórica) con aquel pensamiento abstracto, y que ofrecía menores dificultades a la figuración. La interpretación abstracta de un sueño así nacido es dada directamente por el soñante; la interpretación correcta del material deslizado debajo tiene que buscarse con los medios técnicos que nos son conocidos. (ver nota)(231) Si se nos pregunta sí de todo sueño puede obtenerse interpretación, hemos de responder por la negativa(232). No debe olvidarse que en el trabajo de interpretación se tiene en contra a los poderes psíquicos responsables de la desfiguración del sueño. Será asunto de la relación de fuerzas el que alguien pueda, merced a su interés intelectual, su capacidad para vencerse a sí mismo, sus conocimientos psicológicos y su ejercitación en la interpretación de sueños, doblegar las resistencias internas. Siempre es posible dar un paso más, al menos hasta el punto de convencerse de que el sueño es una formación plena de sentido y aun, las más de las veces, hasta entrever este sentido. Es harto frecuente que un sueño sobrevenido a continuación de otro permita asegurar y proseguir la interpretación adoptada tentativamente para el primero. Una serie de sueños que se arrastra por semanas o meses suele brotar de un terreno común y debe entonces someterse a la interpretación como una urdimbre. En sueños que se siguen el uno al otro, puede observarse a menudo que uno toma como centro lo que en el siguiente es indicado sólo en la periferia, y a la inversa, de suerte que los dos se complementan entre sí también respecto de la interpretación. Ya he demostrado con ejemplos que los diversos sueños de una misma noche deben ser tratados en general como un todo por el trabajo interpretativo. Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco, han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna y desbordar en todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño como el hongo de su micelio. 55 Volvamos a los hechos del olvido del sueño. Es que aún no alcanzamos a extraer de ellos una importante conclusión. Si la vida de vigilia muestra el inequívoco propósito de olvidar el sueño que se formó por la noche, sea como un todo inmediatamente tras el despertar o fragmento por fragmento en el curso del día, y si hemos reconocido en la resistencia que el alma opone al sueño la principal responsable de ese olvido (resistencia que ya en la noche ha hecho lo suyo en contra de aquel), se nos plantea esta pregunta: ¿Qué fue lo que en general posibilitó que el sueño se formara en contra de esa resistencia? Tomemos el caso más flagrante, aquel en que la vida de vigilia vuelve a eliminar al sueño como si no hubiera ocurrido; si entonces consideramos el juego de las fuerzas psíquicas, tendremos que afirmar que el sueño en general no habría sobrevenido de haber reinado la resistencia durante la noche como lo hace durante el día. Nuestra conclusión es que ella, por la noche, perdió una parte de su poder; sabemos que no fue cancelada, pues en la desfiguración onírica pudimos señalar su aporte a la formación del sueño. Pero se nos impone la posibilidad de que estuviera aminorada de noche, y por esta disminución de la resistencia se hizo posible la formación del sueño; así comprendemos con facilidad que ella, repuesta en la plenitud de su fuerza tras el despertar, enseguida vuelva a eliminar lo que se vio forzada a admitir mientras estaba disminuida. Y en efecto, la psicología descriptiva nos enseña que la condición principal para que se forme el sueño es que el alma se encuentre en el estado del dormir; ahora podríamos agregar esta explicación: El estado del dormir posibilita la formación del sueño por cuanto rebaja la censura endopsíquica. Estamos por cierto tentados de ver esta conclusión como la única posible a partir de los hechos del olvido del sueño, y de extraer desde ella ulteriores inferencias acerca de las proporciones de energía en el dormir y en la vigilia. Pero provisionalmente nos detendremos aquí. Cuando hayamos profundizado un poco más en la psicología del sueño nos enteraremos de que hay aún otro modo de concebir la vía por la cual se hace posible su formación. Quizá la resistencia a que los pensamientos oníricos devengan concientes pueda evitarse aunque ella en sí no haya experimentado rebaja. Y es verosímil, además,. que esos dos factores favorables a la formación del sueño, la rebaja de la resistencia o su evitación, sean posibilitados al mismo tiempo por el estado del dormir. Interrumpimos aquí, para retomar esto poco más adelante. Hay otra serie de objeciones al procedimiento que proponemos para la interpretación de los sueños; de ellas debemos ocuparnos ahora. Lo primero que hacemos es desechar todas las representaciones-meta que normalmente presidirían la reflexión; dirigimos nuestra atención a un único elemento del sueño y entonces anotamos todos los pensamientos involuntarios que sobre él se nos ocurren. Después tomamos el siguiente elemento del contenido del sueño, repetimos con él idéntico trabajo y, sin hacer caso de la dirección a que los pensamientos nos empujan {treiben}, nos dejamos guiar por ellos, con lo cual, como suele decirse, marchamos a la deriva. Y al hacerlo tenemos la firme esperanza de que al final, sin proponérnoslo, daremos con los pensamientos oníricos de los cuales nació el sueño. Ahora bien, la crítica podría objetar lo siguiente: Nada tiene de asombroso que desde un elemento singular del sueño lleguemos a alguna parte. A cada representación es posible anudar algo por vía asociativa; lo único asombroso es que con este discurrir de los pensamientos al acaso y sin meta alguna haya de darse justamente con los pensamientos oníricos. Es probable que eso sea un autoengaño; se sigue la cadena de asociaciones partiendo de un elemento hasta notar que por alguna razón ella se interrumpe; y entonces, cuando se toma un segundo elemento, es muy natural que ahora experimente un cercenamiento la libertad originaria de la asociación. Todavía se conserva en la memoria la primera cadena de pensamientos, y por eso en el análisis de la segunda representación onírica se tropieza más fácilmente con ocurrencias singulares que tienen algo en común con las ocurrencias de la primera cadena. Entonces nos figuramos haber hallado un pensamiento que constituye un punto nodal entre dos elementos del sueño. Y como se admitió total libertad en el enlace de los pensamientos, y en verdad las únicas transiciones de una representación a otra que se excluyen son las que rigen en el pensamiento normal, no es en definitiva difícil, a partir de una serie de «pensamientos intermedios», componer algo a que se da el nombre de «pensamientos oníricos» y, sin verificación alguna (dado que no tenemos conocimiento de ellos por ninguna otra vía), presentarlo como el sustituto psíquico del sueño. Pero todo eso no es más que arbitrariedad y un aprovechamiento en apariencia ingenioso del azar, y todo el que se someta a ese inútil empeño puede excogitar por este camino, para un sueño cualquiera, la interpretación que más le guste. Si en la realidad se nos hiciesen estas objeciones, podríamos aducir a modo de defensa la impresión que hacen nuestras interpretaciones de sueños, las sorprendentes conexiones con otros elementos oníricos que se establecen mientras se persigue a las representaciones singulares, y lo improbable de que algo que se ajusta al sueño y lo esclarece de manera tan exhaustiva como nuestras interpretaciones de sueños pueda alcanzarse si no es a remolque de conexiones psíquicas ya existentes. Podríamos alegar también, para justificarnos, que el procedimiento para la interpretación de los sueños es idéntico al que se sigue en la resolución de los síntomas histéricos, en cuyo caso su corrección es certificada por la emergencia y la desaparición de los síntomas en su localización, y, por tanto, la explicitación del texto encuentra un asidero en las ilustraciones intercaladas. Pero a este problema, a saber, cómo es posible alcanzar una meta preexistente siguiendo una cadena de pensamientos que se devanan al acaso y sin meta fija, no tenemos motivo alguno para eludirlo; en efecto, si bien no podemos solucionarlo, sí podemos desecharlo. Según puede demostrarse, no es cierto que nos entreguemos a un decurso de representaciones sin meta alguna cuando en el trabajo de la interpretación de los sueños resignamos nuestra reflexión y dejamos emerger las representaciones involuntarias. Es comprobable que no podemos renunciar sino a las representaciones-meta que nos son conocidas, y cuando -ellas cesan cobran valimiento representaciones-meta ignoradas -o como decimos de manera imprecisa: inconcientes- que pasan a gobernar el determinismo del decurso de las representaciones involuntarias. Por más influencia que ejerzamos sobre nuestra vida anímica es imposible establecer un pensar sin representaciones-meta; e ignoro los estados de desorden psíquico en que semejante pensar podría establecerse. (ver nota)(233) Los psiquiatras han renunciado demasiado pronto a la solidez de la ensambladura psíquica. Yo sé que un discurrir sin reglas, carente de representaciones-meta, de los pensamientos no se presenta ni en el marco de la histeria o de la paranoia ni en la formación o en la resolución de los sueños. Quizá no se instale en ninguna de las afecciones psíquicas endógenas; según una aguda conjetura de Leuret [1834, pág. 131], aun los delirios de los que sufren estados confusionales están provistos de sentido y sólo por sus omisiones se vuelven incomprensibles para nosotros. He podido convencerme de esto cada vez que se me ofreció la oportunidad de observarlos. Los delirios son la obra de una censura que ya no se toma el trabajo de encubrir su reinado, y que en vez de cooperar en una remodelación que ya no sea chocante elimina sin miramientos todo aquello que suscita su veto, con lo cual lo que resta se vuelve incoherente. 56 Esta censura procede de manera en un todo análoga a la censura rusa de los periódicos en la frontera: velando por los lectores, sólo deja llegar a sus manos los periódicos extranjeros cruzados por tachaduras en negro. Quizás en los procesos orgánicos de destrucción cerebral se presente el juego libre de las representaciones de acuerdo con un encadenamiento caprichoso de la asociación; lo que en las psiconeurosis se considera tal puede esclarecerse siempre por la acción de la censura sobre una serie de pensamientos que han sido empujados al primer plano por unas representaciones-meta que permanec en ocultas(234). Como signo inequívoco de asociación exenta de cualquier representación-meta se ha considerado al caso en que las representaciones (o imágenes) emergentes aparecen unidas por los lazos de la llamada «asociación superficial», es decir, por consonancia, ambigüedad de las palabras, coincidencia en el tiempo sin relación interna de sentido, todas las asociaciones que nos permitimos usar en el chiste y en el juego de palabras. Esta caracterización conviene a los enlaces de pensamiento que nos llevan desde los elementos del contenido del sueño hasta los pensamientos intermedios, y desde estos hasta los genuinos pensamientos oníricos; en numerosos análisis de sueños hemos encontrado ejemplos de ello, que no pudieron menos que provocarnos extrañeza. Ningún enlace era demasiado laxo y ningún chiste demasiado desdeñable como para que no estuviesen autorizados a constituir los puentes entre un pensamiento y otro. Pero la comprensión correcta de semejante tolerancia no tarda en alcanzarse. Toda vez que un elemento psíquico se enlaza con otro por una asociación chocante y superficial, existe también entre ambos un enlace correcto y que cala más hondo, sometido a la resistencia de la censura. (ver nota)(235) Presión de la censura, no cancelación de las representaciones-meta: he ahí el verdadero fundamento del predominio de las asociaciones superficiales. Estas sustituyen en la figuración a las profundas cuando la censura hace intransitables tales vías normales de conexión. Es como cuando un impedimento general, por ejemplo el desborde de los ríos, vuelve impracticables los caminos principales de una zona montañosa, los caminos amplios, y entonces el tránsito se mantiene por sendas incómodas y empinadas que de otro modo sólo hollarían los cazadores. Aquí pueden distinguirse dos casos que en lo esencial son uno. En el primero, la censura se dirige sólo a la trabazón de dos pensamientos, cada uno de los cuales, por separado, no suscita su veto. Entonces los dos entran en la conciencia sucesivamente; su trabazón permanece oculta, pero a trueque de ello se nos ocurre un enlace superficial entre ambos, en el cual de otro modo no habríamos pensado y que, por regla general, aborda el complejo de las representaciones {Vorstellungskomplex} desde un ángulo diverso del que parte la conexión sofocada, pero esencial. En el segundo caso, los dos pensamientos atraen por sí mismos a la censura a causa de su contenido; entonces ninguno de los dos aparece en su forma correcta, sino en una modificada, sustitutiva, y los dos pensamientos sustitutivos se escogen de tal suerte que reflejan, merced a una asociación superficial, la conexión esencial en que están aquellos a los que sustituyen. Bajo la presión de la censura se ha producido aquí, en los dos casos, un desplazamiento {descentramiento} desde una asociación normal y seria a otra superficial y que parece absurda. Y puesto que nosotros sabemos de tales desplazamientos, en la interpretación de los sueños nos confiamos, sin reparo alguno, también en las asociaciones superficiales.(ver nota)(236) De estos dos enunciados (que con el abandono de las representaciones-meta concientes se entrega a unas representaciones-meta ocultas el gobierno sobre el decurso de las representaciones, y que las asociaciones superficiales son un sustituto, por desplazamiento, de otras sofocadas que calan más hondo) hace el psicoanálisis amplísimo uso en las neurosis; aún más: los eleva a ambos a la condición de pilares de su técnica. Cuando pido a un paciente que deponga toda reflexión y me cuente todo lo que se le pase por la cabeza, me atengo a la premisa de que no puede deponer las representaciones-meta relativas al tratamiento, y me considero con fundamento para inferir que eso que él me cuenta, en apariencia lo más inofensivo y arbitrario, tiene relación con su estado patológico. Otra representación-meta de la que el paciente no tiene sospecha es la de mi persona. La apreciación plena y la demostración en profundidad de esos dos esclarecimientos pertenece a la exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico. Hemos alcanzado aquí uno de los puntos de empalme en los que tenemos decidido abandonar el tema de la interpretación de los sueños. (ver nota)(237) Una cosa es cierta y queda en pie de estas objeciones: no todas las ocurrencias del trabajo de interpretación precisan ser atribuidas al trabajo nocturno del sueño. Es que en la interpretación de la vigilia recorremos un camino que retrocede desde los elementos del sueño hasta los pensamientos oníricos. El trabajo del sueño emprendió el camino inverso, y no es probable que tales caminos sean transitables en dirección opuesta. Es el caso, más bien, que de día nos internamos por nuevas conexiones de pensamientos que aciertan con los pensamientos intermedios y los pensamientos oníricos ora en este, ora en estotro lugar. Asistimos al modo en que el fresco material de pensamientos del día se inmiscuye en las series interpretativas, y probablemente también el aumento de la resistencia sobrevenido des la noche constriñe a emprender nuevos y más largos rodeos. Ahora bien, el número o la índole de los hilos colaterales que así se devanan de día carece de toda importancia psicológica con tal que nos abra el camino hasta los pensamientos oníricos que buscamos. La regresión Ahora bien, ya puestos a salvo de las objeciones, o al menos habiendo señalado el lugar donde 57 importante. El sistema P, que no tiene capacidad ninguna para conservar alteraciones, y por tanto memoria ninguna, brinda a nuestra conciencia toda la diversidad de las cualidades sensoriales. A la inversa, nuestros recuerdos, sin excluir los que se han impreso más hondo en nosotros, son en sí inconcientes. Es posible hacerlos concientes; pero no cabe duda de que en el estado inconciente despliegan todos sus efectos. Lo que llamamos nuestro carácter se basa en las huellas mnémicas de nuestras impresiones; y por cierto las que nos produjeron un efecto más fuerte, las de nuestra primera juventud, son las que casi nunca devienen concientes. Pero cuando los recuerdos se hacen de nuevo concientes, no muestran cualidad sensorial alguna o muestran una muy ínfima en comparación con las percepciones. Si pudiéramos confirmar que en los sistemas ú memoria y cualidad para la conciencia se excluyen entre sí, se nos abriría una promisoria perspectiva sobre las condiciones de la excitación de las neuronas. (ver nota)(245) Lo que hasta aquí hemos supuesto acerca de la composición del aparato psíquico en el extremo sensorial se obtuvo sin referencia al sueño ni a los esclarecimientos psicológicos que de él pueden derivarse. Ahora, para el conocimiento de otra pieza del aparato, el sueño nos servirá como fuente de prueba. Hemos visto que nos resultaba imposible explicar la formación del sueño si no osábamos suponer la existencia de dos instancias psíquicas, una de las cuales sometía la actividad de la otra a una crítica cuya consecuencia era la exclusión de su devenir-conciente. La instancia criticadora, según inferimos, mantiene con la conciencia relaciones más estrechas que la criticada. Se sitúa entre esta última y la conciencia como una pantalla. Además, encontramos asideros para identificar la instancia criticadora con lo que guía nuestra vida de vigilia y decide sobre nuestro obrar conciente, voluntario. Ahora, conforme a nuestras hipótesis, sustituyamos estas instancias por sistemas; si tal hacemos, en virtud del conocimiento citado en último término el sistema criticador se situará en el extremo motor. Incluimos los dos sistemas en nuestro esquema, y en los nombres que les damos expresamos su relación con la conciencia: Figura 3. Al último de los sistemas situados en el extremo motor lo llamamos preconciente para indicar que los procesos de excitación habidos en él pueden alcanzar sin más demora la conciencia, siempre que se satisfagan ciertas condiciones; por ejemplo, que se alcance cierta intensidad, cierta distribución de aquella función que recibe el nombre de «atención», etc. Es al mismo tiempo el sistema que posee las llaves de la motilidad voluntaria. Al sistema que está detrás lo llamamos inconciente(246) porque no tiene acceso alguno a la conciencia si no es por vía del preconciente, al pasar por el cual su proceso de excitación tiene que sufrir modificaciones.(ver nota)(247) Ahora bien, ¿en cuál de estos sistemas situamos el envión para la formación del sueño? Para simplificar, lo hacemos en el sistema Icc. Claro que en ulteriores elucidaciones llegaremos a saber que esto no es del todo correcto y que la formación del sueño se ve precisada a anudarse con pensamientos oníricos que pertenecen al sistema del preconciente. Pero en otro lugar, cuando tratemos del deseo onírico, nos enteraremos de que la fuerza impulsora del sueño es aportada por el Icc; y a causa de este último factor adoptamos ahora el supuesto de que el sistema inconciente es el punto de partida para la formación del sueño. Como todas las otras formaciones de pensamiento, esta excitación onírica exteriorizará el afán de proseguirse dentro del Prcc y alcanzar desde ahí el acceso a la conciencia. La experiencia nos enseña que durante el día la censura de la resistencia les ataja a los pensamientos oníricos este camino que lleva a la conciencia pasando por el preconciente. En la noche se abren el acceso a la conciencia, pero debemos averiguar por qué camino y merced a qué alteración. Si ello les fuese posibilitado por el hecho de que a la noche disminuye la resistencia que monta guardia en la frontera entre inconciente y preconciente, recibiríamos en el material de nuestras representaciones unos sueños que no mostrarían el carácter alucinatorio que ahora nos interesa. Por eso la disminución de la censura entre los dos sistemas Icc y Prcc sólo puede explicar formaciones oníricas del tipo de «Autodidasker», pero no sueños como el del niño que se abrasa, que nos propusimos como problema al comienzo de estas indagaciones. Lo que ocurre en el sueño alucinatorio no podemos describirlo de otro modo que diciendo lo siguiente: La excitación toma un camino de reflujo {rückläufig}. En lugar de propagarse hacia el extremo motor del aparato, lo hace hacia el extremo sensorial, y por último alcanza el sistema de las percepciones. Si a la dirección según la cual el proceso psíquico se continúa en la vigilia desde el inconciente la llamamos progrediente {progredient}, estamos autorizados a decir que el sueño tiene carácter regrediente {regredient}. (ver nota)(248) Esta regresión {Regression} es entonces, con seguridad, una de las peculiaridades psicológicas del proceso onírico; pero no tenemos derecho a olvidar que no es propia exclusivamente de los sueños. También el recordar deliberado y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal corresponden a una marcha hacia atrás {Rückschreiten} dentro del aparato psíquico desde algún acto complejo de representación hasta el material en bruto de las huellas mnémicas que está en su base. Pero en la vigilia esta retrogresión {Zurückgreifen} no va más allá de las imágenes mnémicas; no puede producir la animación alucinatoria de las imágenes perceptivas. ¿Por qué ocurre de otro modo en el sueño? Cuando hablamos del trabajo de condensación no pudimos evitar el supuesto de que las intensidades adheridas a las 60 representaciones son trasferidas íntegramente de una a otra por obra del trabajo del sueño. Probablemente sea esta modificación del proceso psíquico corriente la que posibilita que el sistema de las P se invista hasta la plena vivacidad sensorial en la dirección inversa, partiendo de los pensamientos. Espero que estemos muy lejos de engañarnos acerca del alcance de estas elucidaciones. Nos hemos limitado a dar un nombre a un fenómeno cuya explicación no alcanzamos. Así, llamamos «regresión» al hecho de que en el sueño la representación vuelve a mudarse en la imagen sensorial de la que alguna vez partió. Pero este paso exige justificación. ¿Para qué poner un nombre si ello no nos enseña nada nuevo? Es que a mi juicio el nombre de «regresión» nos sirve en la medida en que anuda ese hecho por nosotros conocido al esquema del aparato anímico provisto de una dirección. Ahora bien, en este punto obtenemos la primera recompensa por haber establecido ese esquema. En efecto, otra peculiaridad de la formación del sueño se nos hará inteligible sin nueva meditación y únicamente con el auxilio del esquema. Si consideramos al proceso del sueño como una regresión en el interior de ese aparato anímico que hemos supuesto, se nos explica sin más el hecho, comprobado empíricamente, de que a raíz del trabajo del sueño todas las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos se pierden o sólo hallan expresión trabajosa. De acuerdo con nuestro esquema, esas relaciones entre pensamientos no están contenidas en los primeros sistemas Mn, :sino en otros, situados mucho más adelante, y por eso en la regresión tienen que quedar despojados de todo medio de expresarse, excepto el de las imágenes perceptivas. La ensambladura de los pensamientos oníricos es resuelta, por la regresión, en su material en bruto. Pero, ¿qué alteración posibilita esa regresión imposible durante el día? Aquí nos daremos por satisfechos con conjeturas. Muy bien puede tratarse de alteraciones en las investiduras energéticas de los sistemas singulares, en virtud de las cuales ellos se vuelven más o menos transitables para el decurso de la excitación; no obstante, en un aparato de esta índole, idéntico efecto para el camino de la excitación podrían tener otras clases de modificaciones. Enseguida se piensa, desde luego, en el estado del dormir y en las alteraciones de investidura que provoca en el extremo sensorial del aparato. Durante el día hay una corriente continua desde el sistema 1, de las P hasta la motilidad; ella cesa durante la noche y ya no podría oponer impedimento alguno a una contracorriente de la excitación. Esta sería la «clausura del mundo exterior» que en la teoría de algunos autores pretende aclarar los caracteres psicológicos del sueño.» Entretanto será preciso atender, para explicar la regresión del sueño, a aquellas otras regresiones que se producen en estados patológicos de la vigilia. En el caso de estas formas, desde luego, la perspectiva que acabamos de dar no nos sirve. La regresión se produce a pesar de una corriente sensorial ininterrumpida en la dirección progrediente. Respecto de las alucinaciones de la histeria y de la paranoia, y de las visiones de personas normales, puedo dar este esclarecimiento: de hecho corresponden a regresiones, es decir, son pensamientos mudados en imágenes, y sólo experimentan esa mudanza los pensamientos que mantienen íntima vinculación con recuerdos sofocados o que han permanecido inconcientes. Por ejemplo, a uno de mis histéricos más jóvenes, un muchacho de doce años, no le dejan dormirse unos «rostros verdes de ojos rojos», que lo espantan. Fuente de este fenómeno es el recuerdo sofocado, pero una vez conciente, de un chico a quien veía a menudo cuatro años antes y que le ofrecía un cuadro atemorizador de muchos vicios infantiles, entre ellos el del onanismo, que él mismo se reprocha ahora con posterioridad {nachträglich}. La mamá había apuntado entonces que ese chico malcriado tenía la tez de color verde y ojos rojos (vale decir, enrojecidos). De ahí el espectro aterrador que, por lo demás, sólo está destinado a recordarle otra profecía de la mamá, a saber, que tales niños se vuelven cretinos, no pueden aprender nada en la escuela y mueren pronto. Nuestro pequeño paciente hace que una parte de esa profecía se cumpla; no avanza en la escuela y, como lo muestra la escucha de sus ocurrencias involuntarias, la segunda parte lo aterroriza. Puedo agregar que, al cabo de poco tiempo, el tratamiento dio por resultado que él pudiese dormir, perdiese su estado de angustia y terminara el año escolar con mención de honor. Aquí puedo traer a cuento cómo se resolvió una visión que me contó una histérica de cuarenta años, del tiempo en que estaba sana. Una mañana abrí los ojos y vio en la habitación a su hermano, a pesar de que, como bien sabía, él se encontraba en el manicomio. Su hijito dormía en la cama junto a ella. Para que el niño no se espantase ni le viniesen convulsiones viendo a su tío, lo cubrió con la sábana, y entonces se esfumó el aparecido. Esta visión es la refundición de un recuerdo infantil de la dama, que por cierto fue conciente, pero en su interioridad mantenía la más íntima relación con todo un material inconciente. Su niñera le había contado que su madre, fallecida muy prematuramente (ella tenía apenas un año y medio en el momento de la muerte), había sufrido convulsiones epilépticas o histéricas a consecuencia de un susto que le provocó su hermano (el tío de mi paciente) apareciéndosele como un fantasma con una sábana sobre la cabeza. La visión contiene los mismos elementos que el recuerdo: la aparición del hermano, la sábana, el susto y su efecto. Pero estos elementos se han ordenado en una nueva trama y se han trasferido a otras personas. El motivo manifiesto de la visión, el pensamiento al que esta sustituye, es la preocupación de que su hijito, físicamente tan parecido a su tío, hubiese de sufrir el mismo destino que él. Los dos ejemplos que acabo de mencionar no están libres de relación con el estado del dormir, y por eso quizá sean inapropiados para probar lo que busco. Por eso remito a mi análisis de una paranoica con alucinaciones(249) y a los resultados de mis estudios, todavía inéditos, sobre la psicología de las psiconeurosis(250) a fin de ratificar que en estos casos de mudanza regrediente del pensamiento no es posible descuidar el influjo de un recuerdo sofocado o que ha permanecido inconciente, las más de las veces infantil. A los pensamientos que están en conexión con él, impedidos de expresarse a causa de la censura, este recuerdo por así decir los arrastra consigo a la regresión, en cuanto es aquella forma de figuración en que él mismo tiene existencia psíquica. Puedo aducir aquí, como un resultado de los Estudios sobre la histeria(251), que las escenas infantiles (sean ellas recuerdos o fantasías), cuando se logra hacerlas concientes, son vistas de manera alucinatoria y sólo al comunicarlas se borra este carácter. Es también sabido que aun en personas que no suelen tener memoria visual los recuerdos más tempranos de la infancia conservan, hasta edad avanzada, el carácter de la vivacidad sensorial. Ahora bien, si tenemos presente el papel que en los pensamientos oníricos desempeñan las vivencias infantiles o las fantasías fundadas en ellas, la frecuencia con que sus fragmentos reaparecen en el contenido del sueño, y el hecho de que los deseos oníricos mismos hartas veces derivan de ahí no podremos rechazar, respecto del sueño, la posibilidad de que la mudanza de pensamientos en imágenes visuales sea en parte consecuencia de la atracción que sobre el pensamiento desconectado de la conciencia y que lucha por expresarse ejerce el recuerdo, figurado visualmente, que pugna por ser reanimado. Según esta concepción, el sueño 61 puede describirse también como el sustituto de la escena infantil, alterado por trasferencia a lo reciente. La escena infantil no puede imponer su renovación; debe conformarse con regresar como sueño. La referencia al significado {valor} por así decir paradigmático de las escenas infantiles (o de sus repeticiones fantaseadas) para el contenido del sueño vuelve superfluo uno de los supuestos que Scherner y sus discípulos hicieron acerca de las fuentes internas de estímulo. Scherner [1861] supone un estado de «estímulo visual», de excitación interna en el órgano de la visión, toda vez que los sueños muestran una vivacidad particular o una abundancia notable en sus elementos visuales. No hace falta que nos revolvamos contra esa hipótesis; bastaría con que postulásemos un estado de excitación tal meramente para el sistema perceptivo psíquico del órgano de la visión, pero sosteniendo que ese estado de excitación es producido por el recuerdo, es el refrescamiento de una excitación visual que en :su momento fue actual. En mi experiencia propia no dispongo de ningún ejemplo bueno sobre semejante influencia de un recuerdo infantil; en general, mis sueños poseen menor riqueza de elementos sensoriales que la que me veo llevado a apreciar en los de otras personas; pero en el sueño más hermoso y vívido que he tenido estos últimos años me resulta fácil reconducir la nitidez alucinatoria del contenido a cualidades sensoriales de impresiones recientes o habidas no mucho ha. En páginas anteriores mencioné un sueño en que el azul profundo del agua, el color pardo del humo que despedían las chimeneas de los barcos y el marrón oscuro y el rojo de las construcciones que yo vi me dejaron una profunda impresión. Este sueño debería atribuirse a un estímulo visual, si es que alguno ha de serlo. ¿Y qué había puesto a mi órgano visual en ese estado de estimulación? Una impresión reciente que se sumó a una serie de impresiones anteriores. Los colores que vi eran, en primer lugar, los del juego de ladrillos con que el día anterior al sueño mis hijos habían realizado una grandiosa construcción que me hicieron admirar. Ahí se veía el mismo rojo oscuro en los ladrillos grandes, y el azul y el marrón en los pequeños. Y a ello se sumaron las impresiones cromáticas de mis últimos viajes a Italia: el hermoso azul del Isonzo y de la laguna, y el marrón del Carso(252). La belleza cromática del sueño no era sino una repetición de lo visto en el recuerdo. Resumamos lo que llevamos averiguado acerca de esta peculiaridad del sueño que consiste en trasvasar su contenido de representaciones a imágenes sensoriales. A este carácter del trabajo del sueño no lo hemos explicado, por ejemplo reconduciéndolo a leyes conocidas de la psicología, sino que lo destacamos como algo que apunta a constelaciones desconocidas y lo distinguimos mediante el nombre de «carácter regrediente». Hemos dicho que esta regresión es, dondequiera que aparece, un efecto de la resistencia que se opone a la penetración del pensamiento en la conciencia por la vía normal, así como de la simultánea atracción que sobre él ejercen recuerdos que subsisten con vivacidad sensorial. (ver nota)(253) En los sueños quizá contribuye a hacer más fácil la regresión el cese de la corriente progrediente que durante el día parte de los órganos sensoriales, factor auxiliar este que en las otras formas de regresión tiene que ser compensado por el fortalecimiento de los otros motivos para ella. No queremos dejar de apuntar que en estos casos patológicos de regresión, así como en el sueño, el proceso de la trasferencia de energía podría ser diverso que en las regresiones de la vida anímica normal, pues en virtud de él se posibilita [en los casos patológicos y en el sueño] una total investidura alucinatoria de los sistemas perceptivos. Lo que en el análisis del trabajo del sueño hemos descrito como el «miramiento por la figurabilidad» podría ser referido a la atracción selectiva de las escenas visualmente recordadas y con las cuales los pensamientos oníricos entran en contacto. Acerca de la regresión(254) queremos observar aún que en la teoría de la formación del síntoma neurótico desempeña un papel no menos importante que en la del sueño. Distinguimos entonces tres modos de regresión: a) una regresión tópica, en el sentido del esquema aquí desarrollado de los sistemas ψ; b) una regresión temporal,en la medida en que se trata de una retrogresión a formaciones psíquicas más antiguas, y c) una regresión formal, cuando modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los habituales. Pero en el fondo los tres tipos de regresión son uno solo y en la mayoría de los casos coinciden, pues lo más antiguo en el tiempo es a la vez lo primitivo en sentido formal y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica psíquica. (ver nota)(255) Tampoco podemos abandonar el tema de la regresión en el sueño(256) sin formular una impresión que ya se nos había impuesto repetidas veces y que habrá de retornar con más fuerza luego de profundizar en el estudio de las psiconeurosis: El soñar en su conjunto es una regresión a la condición más temprana del soñante, una reanimación de su infancia, de las mociones pulsionales que lo gobernaron entonces y de los modos de expresión de que disponía. Tras esta infancia individual, se nos promete también alcanzar una perspectiva sobre la infancia filogenética, sobre el desarrollo del género humano, del cual el del individuo es de hecho una repetición abreviada, influida por las circunstancias contingentes de su vida. Entrevemos cuán acertadas son las palabras de Nietzsche: en el sueño «sigue actuándose una antiquísima veta de lo humano que ya no puede alcanzarse por un camino directo»; ello nos mueve a esperar que mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma. Parece que sueño y neurosis han conservado para nosotros de la antigüedad del alma más de lo que podríamos suponer, de suerte que el psicoanálisis puede reclamar para sí un alto rango entre las ciencias que se esfuerzan por reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos de la humanidad. Es bien posible que esta primera parte de nuestra apreciación psicológica del sueño no nos haya dejado demasiado satisfechos. Consolémonos reparando en que nos vemos precisados a edificar desde las tinieblas. Si no andamos por completo descaminados, otros puntos de abordaje nos llevarán aproximadamente a la misma región, en la cual quizá podremos luego orientarnos mejor. Acerca del cumplimiento de deseo. 62 El análisis demuestra que también estos sueños de displacer son cumplimientos de deseo. Un deseo inconciente y reprimido cuyo cumplimiento no podía ser sentido por el yo del soñante sino como penoso se valió de la oportunidad que le ofrecían los restos diurnos penosos que seguían investidos, les prestó :su apoyo y así los hizo soñables. Pero mientras que en el caso a el deseo inconciente coincidía con el deseo conciente, en el caso b se hace patente la divergencia entre lo inconciente y lo conciente -lo reprimido y el yo- y se realiza la situación del cuento de los tres deseos que el hada concedió a la pareja. La satisfacción por el cumplimiento del deseo reprimido puede resultar tan grande que equilibre los afectos penosos adheridos a los restos diurnos; el sueño presenta entonces un tono afectivo indiferente, aunque por una parte es el cumplimiento de un deseo y, por otra, el de una aprensión. O puede suceder que el yo durmiente participe con mayor amplitud en la formación del sueño, reaccione con violenta indignación frente a la :satisfacción procurada del deseo reprimido y aun ponga fin al sueño mediante la angustia. No es difícil entonces reconocer que los sueños de displacer y los de angustia son cumplimientos de deseo, en el sentido de nuestra teoría, con igual título que los sueños de satisfacción lisa y llana. Los sueños de displacer pueden ser también «sueños punitorios». Ha de concederse que admitiéndolos se agrega en cierto sentido algo nuevo a la teoría del sueño. Lo que con ellos se cumple es igualmente un deseo inconciente, el de un castigo del soñante a causa de una moción de deseo no permitida, reprimida. En esa medida tales sueños se adecuan al requisito que nosotros sustentamos, a saber, que la fuerza impulsora para la formación del sueño tiene que ser proporcionada por un deseo oriundo de lo inconciente. Empero, una descomposición {análisis} psicológica más fina permite reconocer su diferencia con los otros sueños de deseo. En los casos del grupo b, el deseo inconciente, formador del sueño, pertenecía a lo reprimido; en los sueños punitorios también se trata de un deseo inconciente, pero no debe imputárselo a lo reprimido, sino al «yo». Los sueños punitorios indican, por tanto, la posibilidad de una participación todavía más extensa del yo en la formación del sueño. El mecanismo de la formación del sueño se vuelve en general más trasparente si la oposición entre «conciente» e «inconciente» es remplazada por la oposición entre «yo» y «reprimido». Pero esto no puede hacerse sin referencia a los procesos que ocurren en la psiconeurosis, y por eso no se lo llevó a cabo en este libro. Me limito a hacer notar que los sueños punitorios no están ligados en general a la condición de que los restos diurnos sean penosos. Más bien se engendran con la mayor facilidad bajo la premisa opuesta, a saber, cuando los restos diurnos son pensamientos de naturaleza satisfactoria, pero expresan satisfacciones no permitidas. Entonces, de estos pensamientos no llega al sueño manifiesto más que su opuesto directo, a semejanza de lo que ocurría en los sueños del grupo a. El carácter esencial de los sueños punitorios reside, por tanto, en que en ellos el formador del sueño no es el deseo inconciente que procede de lo reprimido (el sistema Icc), sino el deseo punitorio que reacciona contra aquel; este último pertenece al yo, aunque es también inconciente (es decir, preconciente). (ver nota)(261) Quiero ilustrar con un sueño propio(262) algo de lo presentado aquí, sobre todo la manera en que el trabajo del sueño procede con un resto diurno de expectativas penosas: Comienzo no nítido. Digo a mi mujer que tengo una noticia para ella, algo muy particular. Ella se asusta y no quiere oír nada. Yo le aseguro que, por lo contrario, es algo que la pondrá muy contenta, y empiezo a contar que el cuerpo de oficiales ha enviado a nuestro hijo una suma de dinero (¿5.000 coronas?), ... algo como por reconocimiento ... distribución ... En eso entro yo con ella en una pequeña habitación, como una despensa, para buscar algo. De pronto veo aparecer a mi hijo; no está de uniforme, sino más bien enfundado en un estrecho traje deportivo (¿como una loca?), con capucha pequeña. Se trepa sobre una cesta que se encuentra de costado junto a un armario, como para poner algo en él. Yo lo llamo; no hay respuesta. Me parece que tiene vendados el rostro o la frente, se acomoda algo en la boca, se introduce algo. También sus cabellos tienen un destello gris. Yo pienso: «¿Es posible que esté tan desmedrado? ¿Y tiene dientes postizos?». Antes que pueda llamarlo de nuevo, me despierto sin angustia, pero con palpitaciones. Mi reloj de noche marca las dos y media. Tampoco en este caso puedo comunicar un análisis completo. Me limito a destacar algunos de los puntos más decisivos. La ocasión del sueño la proporcionaron expectativas penosas del día; otra vez, había trascurrido *más de una semana sin que tuviéramos noticias del que combatía en el frente. Fácil es advertir que en el contenido del sueño se expresa la convicción de que él está herido o ha caído en combate. Al comienzo del sueño se observa el enérgico esfuerzo para sustituir los pensamientos penosos por su contrario. Tengo para comunicar algo en extremo grato, algo sobre un envío de dinero, reconocimiento, distribución. (La suma de dinero proviene de un suceso alentador de mi práctica médica, y por tanto a toda costa quiere desviar del tema.) Pero este esfuerzo fracasa. La madre sospecha algo terrible y no quiere oír nada. Además, las vestiduras son demasiado delgadas. . . dondequiera se trasluce la alusión a lo que debe ser sofocado. Si nuestro hijo ha caído, sus camaradas nos devolverán sus pertenencias; lo que él deja, tendré que distribuirlo entre los hermanos y otros; reconocimientos se otorgan a menudo al oficial después de su «muerte heroica». El sueño pasa entonces a dar expresión directa a lo que primero quiso desmentir, aunque la tendencia al cumplimiento de deseo se hace notable aun a través de las desfiguraciones. (El cambio de lugar en este sueño ha de entenderse sin duda como «simbolismo del umbral» en el sentido de Silberer [1912]) Todavía no vislumbramos lo que presta al sueño la fuerza impulsora requerida para ello. Ahora bien, el hijo no aparece como alguien que «cae», sino como alguien que «trepa». Es que ha sido un osado montañista. No está de uniforme, sino en traje deportivo, vale decir, el accidente ahora temido es remplazado por uno anterior que sufrió haciendo deportes, cuando se cayó en una pista de esquí y se quebró la cadera. Pero la manera en que está vestido, tal que parece una foca, recuerda enseguida a alguien más joven, a nuestro travieso nietecito; los cabellos grises remiten al padre de este, nuestro yerno, duramente castigado por la guerra. ¿Qué significa esto? Pero basta; la localización en una despensa, el armario del que quiere sacar algo (poner algo, en el sueño), son alusiones inequívocas a un accidente que yo mismo me provoqué cuando tenía más de dos años y todavía no había cumplido los tres. En la despensa me trepé a un taburete a fin de sacar algo bueno que estaba sobre un armario o sobre una mesa. El taburete se volteó y su borde me golpeó tras la mandíbula inferior. Habría podido romperme todos los dientes. Una admonición se insinúa en esto: «Te está bien empleado», como una moción hostil al gallardo guerrero. La profundización del análisis me permite hallar la moción escondida que pudo satisfacerse con el temido accidente de mí hijo. Es la envidia a la juventud, que los mayores creen haber extirpado de raíz; y es innegable que precisamente la fuerza de la emoción penosa en caso de que ese accidente realmente ocurriera hace salir a luz, como su sedante, ese cumplimiento de deseo reprimido. (ver nota)(263) Ahora puedo definir con exactitud la significación que tiene el deseo inconciente respecto del sueño. Concedo que existe toda una clase de sueños cuya incitación proviene de manera predominante, y hasta exclusiva, de los restos de la vida diurna, y opino que aun mi deseo de 65 llegar a ser por fin professor extraordinarius habría podido dejarme dormir en paz aquella noche si el cuidado por la salud de mi amigo no se hubiera conservado activo desde el día. Pero ese cuidado no habría producido ningún sueño; la fuerza impulsora que le hacía falta a este tenía que ser aportada por un deseo; incumbía a la preocupación el procurarse tal deseo como fuerza impulsora. Para decirlo con un símil: Es muy posible que un pensamiento onírico desempeñe para el sueño el papel del empresario; pero el empresario que, como suele decirse, tiene la idea y el empuje para ponerla en práctica, nada puede hacer sin capital; necesita de un capitalista que le costee el gasto, y este capitalista, que aporta el gasto psíquico para el sueño, es en todos los casos e inevitablemente, cualquiera que sea el pensamiento diurno, un deseo que procede del inconcíente. (ver nota)(264) Otras veces el capitalista mismo es el empresario; para el sueño este caso es incluso el más usual. La actividad diurna ha incitado un deseo inconciente, que crea entonces al sueño. Y los procesos oníricos presentan analogías también con respecto a todas las otras posibilidades de la relación económica que aquí usamos como ejemplo: el empresario mismo puede aportar una cuota pequeña de capital; varios empresarios pueden acudir al mismo capitalista; varios capitalistas pueden reunir en conjunto lo que el empresario necesita. Así existen sueños sostenidos por más de un deseo onírico, y todas las otras variaciones semejantes que se disciernen con facilidad y ya no tienen ningún interés para nosotros. Lo que ha quedado incompleto en esta elucidación del deseo onírico sólo después podrá completarse. El tertium comparationis {tercer elemento de comparación} de los símiles que hemos usado, la cantidad(265) puesta libremente a disposición en el volumen adecuado, admite todavía una aplicación más fina para ilustrar la estructura del sueño. En la mayoría de los sueños puede reconocerse un centro provisto de una particular intensidad sensible, como se consignó en. Este es por lo general la figuración directa del cumplimiento de deseo, pues si enderezamos los desplazamientos producidos por el trabajo del sueño, hallamos que la intensidad psíquica de los elementos incluidos en los pensamientos oníricos fue sustituida por la intensidad sensorial de los elementos del contenido del sueño. Los elementos que están en las cercanías del cumplimiento de deseo a menudo nada tienen que ver con el sentido de este, sino que resultan ser retoños de pensamientos penosos, contrarios al deseo; pero por su nexo con el elemento central, establecido hartas veces de manera artificiosa, recibieron una intensidad tan grande que se volvieron capaces de figuración. Así, la fuerza figurante del cumplimiento de deseo se difunde por una cierta esfera de nexos, dentro de la cual todos los elementos, aun los en sí faltos de medios, son elevados a la figuración. En sueños con varios deseos pulsionantes es fácil deslindar entre sí las esferas de los diversos cumplimientos de deseo, y a menudo aun las lagunas del sueño pueden comprenderse como zonas de frontera. (ver nota)(266) Si bien mediante las observaciones precedentes hemos restringido la importancia que los restos diurnos tienen para el sueño, vale la pena prestarles todavía otro poco de atención. Es que, no obstante, tienen que ser un ingrediente necesario de la formación del sueño; de otro modo no se explicaría que la experiencia pueda depararnos la sorpresa de que en el contenido de todo sueño se identifique un anudamiento con una impresión diurna reciente, a menudo del tipo más indiferente. Ahora bien, aún no pudimos discernir aquello que hace necesario este agregado a la mezcla constitutiva del sueño. Lo lograremos si, reteniendo el papel del deseo inconciente, acudimos a la psicología de las neurosis en busca de esclarecimiento. Esta nos enseña que la representación inconciente como tal es del todo incapaz de ingresar en el preconciente, y que sólo puede exteriorizar ahí un efecto si entra en conexión con una representación inofensiva que ya pertenezca al preconciente, trasfiriéndole su intensidad y dejándose encubrir por ella. Este es el hecho de la trasferencia(267), que explica tantos sucesos llamativos de la vida anímica de los neuróticos. La trasferencia puede dejar intacta esa representación oriunda del preconciente, la cual alcanza así una intensidad inmerecidamente grande, o imponerle una modificación por obra del contenido de la representación que se le trasfiere. Perdónese mi inclinación por los símiles tomados de la vida cotidiana, pero estoy tentado de decir que para la representación reprimida la situación se parece a aquella en que se encuentran en nuestra patria los odontólogos norteamericanos, quienes no pueden ejercer su profesión si no se valen como subterfugio y como cobertura frente a la ley, de un doctor en medicina promovido en debida forma. Y así como no son precisamente los médicos de mayor clientela los que pactan esas alianzas con los dentistas, tampoco en lo psíquico se escogen para encubrir una representación reprimida aquellas representaciones concientes o preconcientes que han atraído sobre sí en me dida considerable la atención que actúa dentro del preconciente, Lo inconciente urde sus conexiones, de preferencia, en torno de aquellas impresiones y representaciones de lo preconciente a las que se descuidó por indiferentes o que, desestimadas, se sustrajeron enseguida de la consideración. Una conocida tesis de la doctrina de las asociaciones, corroborada por toda la experiencia, dice que representaciones que han anudado una conexión muy íntima en cierta dirección se comportan como refractarias frente a grupos enteros de nuevas conexiones; una vez hice el intento de fundar sobre esta tesis una teoría de las parálisis histéricas. (ver nota)(268) Si suponemos que también en el sueño tiene valimiento esa misma necesidad de trasferencia por parte de las representaciones reprimidas que nos ha enseñado el análisis de las neurosis, se explican también de un golpe dos de los enigmas del sueño, a saber, que todo análisis de sueños pone de manifiesto algún entrelazamiento de una impresión reciente, y que este elemento reciente es a menudo del tipo más indiferente. Y agregamos lo que ya tenemos aprendido en otro lugar: que si estos elementos recientes e indiferentes pueden llegar con tanta frecuencia al contenido del sueño, en calidad de sustitutos de los más antiguos entre los pensamientos oníricos, ello se debe a que son, al mismo tiempo, los que menos tienen que temer de la censura de la resistencia. Ahora bien, mientras que su carácter de exentos de censura nos esclarece sólo la preferencia por los elementos triviales, la constancia de los elementos recientes nos deja entrever el constreñimiento a la trasferencia. Lo reprimido exige un material todavía libre de asociaciones; y ambos grupos de impresiones satisfacen ese reclamo: las indiferentes, porque no han ofrecido ocasión alguna a extensas conexiones, y las recientes, porque les faltó tiempo para ello. Vemos así que los restos diurnos, a los cuales tenemos el derecho de asimilar ahora las impresiones indiferentes, no sólo toman algo prestado del Icc cuando logran participar en la formación del sueño -vale decir: la fuerza pulsionante de que dispone el deseo reprimido-, sino que también ofrecen a lo inconciente algo indispensable, el apoyo necesario para adherir la trasferencia. Si quisiésemos penetrar aquí con mayor profundidad en los procesos anímicos, tendríamos que dilucidar mejor el juego de las excitaciones entre preconciente e inconciente; el estudio de las psiconeurosis nos impulsa a hacerlo, pero precisamente el sueño no ofrece asidero alguno para ello. Todavía una observación sobre los restos diurnos. No hay duda de que los verdaderos 66 perturbadores del dormir son ellos, y no el sueño, que más bien se esfuerza por protegerlo. Sobre esto volveremos luego Hasta ahora hemos estudiado el deseo onírico; lo derivamos del ámbito del inconciente y descompusimos su vínculo con los restos diurnos, que a su vez pueden ser deseos o mociones psíquicas de cualquier otra índole, o simplemente impresiones recientes. Asíhemos hecho lugar a los eventuales reclamos en favor de la importancia que tiene, para la formación del sueño, el trabajo del pensamiento de vigilia (en toda su diversidad). Tampoco sería imposible que sobre la base de nuestra argumentación lográsemos explicar aun aquellos casos extremos en que el sueño, como continuador del trabajo diurno, lleva a feliz término una tarea irresuelta de la vigilia. (ver nota)(269) No nos hace falta sino un ejemplo de esa clase para descubrir mediante su análisis la fuente de deseo infantil o reprimida cuya convocación vino a reforzar tan exitosamente el empeño de la actividad preconciente. Pero no hemos dado un solo paso hacia la solución de este enigma: ¿Por qué durante el sueño lo inconciente no puede ofrecer nada más que la fuerza pulsionante para un cumplimiento de deseo? La respuesta a esta pregunta está destinada a arrojar luz sobre la naturaleza psíquica del desear; debe procurársela con el auxilio del esquema del aparato psíquico. No tenemos dudas de que este aparato ha alcanzado su perfección actual sólo por el camino de un largo desarrollo. Intentemos trasladarnos retrospectivamente a una etapa más temprana de su capacidad de operación. Supuestos que han de fundamentarse de alguna otra manera nos dicen que el aparato obedeció primero al afán de mantenerse en lo posible exento de estímulos(270), y por eso en su primera construcción adoptó el esquema del aparato reflejo que le permitía descargar enseguida, por vías motrices, una excitación sensible que le llegaba desde fuera. Pero el apremio de la vida perturba esta simple función; a él debe el aparato también el envión para su constitución ulterior. El apremio de la vida lo asedia primero en la forma de las grandes necesidades corporales. La excitación impuesta {setzen} por la necesidad interior buscará un drenaje en la motilidad que puede designarse «alteración interna» o «expresión emocional». El niño hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, pues la excitación que parte de la necesidad interna no corresponde a una fuerza que golpea de manera momentánea, sino a una que actúa continuadamente. Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno, Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la :satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más corto para este es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena de la percepción. Nada nos impide suponer un estado primitivo del aparato psíquico en que ese camino se transitaba realmente de esa manera, y por tanto el desear terminaba en un alucinar. Esta primera actividad psíquica apuntaba entonces a una identidad perceptiva(271) o sea, a repetir aquella percepción que está enlazada con la satisfacción de la necesidad. Una amarga experiencia vital tiene que haber modificado esta primitiva actividad de pensamiento en otra, secundaria, más acorde al fin {más adecuada}. Es que el establecimiento de la identidad perceptiva por la corta vía regrediente en el interior del aparato no tiene, en otro lugar, la misma consecuencia que se asocia con la investidura de esa percepción desde afuera. La satisfacción no sobreviene, la necesidad perdura. Para que la investidura interior tuviera el mismo valor que la exterior, debería ser mantenida permanentemente, como en la realidad sucede en las psicosis alucinatorias y en las fantasías de hambre, cuya operación psíquica se agota en la retención del objeto deseado. Para conseguir un empleo de la fuerza psíquica más acorde a fines, se hace necesario detener la regresión completa de suerte que no vaya más allá de la imagen mnérnica y desde esta pueda buscar otro camino que lleve, en definitiva, a establecer desde el mundo exterior la identidad [perceptiva] deseada. (ver nota)(272) Esta inhibición [de la regresión], así como el desvío de la excitación que es su consecuencia, pasan a ser el cometido de un segundo sistema que gobierna la motilidad voluntaria, vale decir, que tiene a su exclusivo cargo el empleo de la motilidad para fines recordados de antemano. Ahora bien, toda la compleja actividad de pensamiento que se urde desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva por obra del mundo exterior no es otra cosa que un rodeo para el cumplimiento de deseo, rodeo que la experiencia ha hecho necesario. (ver nota)(273) Por tanto, el pensar no es sino el sustituto del deseo alucinatorio, y en el acto se vuelve evidente que el sueño es un cumplimiento de deseo, puesto que solamente un deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato anímico. El sueño, que cumple sus deseos por el corto camino regrediente, no ha hecho sino conservarnos un testimonio del modo de trabajo primario de nuestro aparato psíquico, que se abandonó por inadecuado. Parece confinado a la vida nocturna lo que una vez, cuando la vida psíquica era todavía joven y defectuosa, dominó en la vigilia; de igual modo reencontramos en el cuarto de los niños el arco y las flechas, esas armas de la humanidad incipiente ahora desechadas. El soñar es un rebrote de la vida infantil del alma, ya superada. En las psicosis vuelven a imponerse estos modos de trabajo del aparato psíquico que en la vigilia están sofocados en cualquier otro caso, y entonces muestran a la luz del día su incapacidad para satisfacer nuestras necesidades frente al mundo exterior. (ver nota)(274) Es evidente que las mociones de deseo inconcientes aspiran a regir también durante el día, y tanto el hecho de la trasferencia como las psicosis nos enseñan que querrían irrumpir por el camino que a través del sistema del preconciente lleva hasta la conciencia y hasta el gobierno de la motilidad, En la censura entre Icc y Prcc, que precisamente el sueño nos obligó a suponer, hemos reconocido y honrado entonces al guardián de nuestra salud mental. Pero, ¿no es un descuido del guardián el que reduzca su actividad durante la noche, dejando así que lleguen a expresarse las mociones sofocadas del Icc y haciendo de nuevo posible la regresión alucinatoria? Creo que no; en efecto, cuando el guardián crítico se entrega al reposo -y tenemos pruebas de que no se adormece muy profundamente-, cierra también la puerta a la motilidad. Pueden ser permitidas cuantas mociones de lo Icc (inhibido en todo otro caso) quieran pulular en el escenario; ellas resultan inofensivas porque no son capaces de poner en movimiento al aparato motor, el único que puede actuar sobre el mundo exterior trasformándolo. El estado del dormir garantiza la seguridad de la fortaleza en custodia. Menos inofensiva es la situación cuando el desplazamiento de fuerzas no es producido por la relajación nocturna del gasto de fuerzas de la censura crítica, sino por un debilitamiento patológico de esta o por un refuerzo patológico de las excitaciones inconcientes, mientras el preconciente está investido y las puertas a la motilidad están abiertas. En tales casos, el guardián es yugulado, las excitaciones 67 todos los casos despierta, pone en actividad una parte de la fuerza en reposo del Prcc. De esta fuerza experimenta el influjo que designamos «elaboración secundaria»: el miramiento por la coherencia y la inteligibilidad. Esto significa que ella trata al sueño como a cualquier otro contenido perceptivo; lo somete a las mismas representaciones-expectativa, hasta donde su material lo admita, Si en este tercer tramo del proceso onírico se considera la dirección de su marcha, ha de afirmarse que es de nuevo la progrediente. Para evitar malentendidos, será oportuno decir algo acerca de las propiedades temporales de estos procesos oníricos. Un argumento muy atractivo de Goblot, evidentemente suscitado por el enigma del sueño de Maury sobre la guillotina, procura demostrar que el sueño no puede reclamar para sí otro tiempo que el período de transición entre el dormir y el despertar. Este requiere tiempo; en ese lapso ocurre el sueño. Creemos que la última imagen del sueño fue tan fuerte que nos compelió a despertar. En realidad fue tan fuerte solamente porque ya estábamos próximos a despertar. «Un rêve c'est un réveil qui commence(283)». Ya Dugas [1897b] ha destacado que Goblot tiene que omitir muchos hechos para mantener su tesis en términos generales. Hay también sueños tras los cuales no despertamos; por ejemplo, muchos en los que soñamos que soñamos. Con el conocimiento que ya tenemos sobre el trabajo del sueño nos es imposible conceder que él se extienda por el solo período del despertar. Al contrario, tiene que parecernos verosímil que el primer tramo del trabajo del sueño empieza ya durante el día, aún bajo el imperio del preconciente. El segundo tramo, la alteración por la censura, la atracción ejercida por las escenas inconcientes, el irrumpir en la percepción, sin duda se recorre a lo largo de toda la noche, y, en consecuencia, quizás estemos siempre en lo cierto cuando expresarnos la sensación de que hemos soñado toda la noche, aunque no sabernos decir con qué. Pero yo no creo que sea necesario suponer que de hecho los procesos oníricos sigan, hasta llegar a la conciencia, la secuencia temporal que hemos descrito; no es que primero haya existido el deseo onírico trasferido, después ocurra la desfiguración por la censura, a eso siga el cambio de dirección (la regresión), etc. Nos vimos obligados a establecer una sucesión así con fines descriptivos; en la realidad se trata más bien del ensayo simultáneo de este o estotro camino, de un fluctuar la excitación de un lado al otro, hasta que al final permanece un determinado agrupamiento por ser la acumulación más adecuada de aquella. De acuerdo con ciertas experiencias personales, yo tendería a creer que al trabajo del sueño le hacen falta a menudo más de un día y una noche para brindar su resultado; y si esto es así, el arte extraordinario desplegado en la construcción del sueño perdería todo su carácter asombroso. Aun el miramiento por la inteligibilidad como evento perceptivo puede, a mi juicio, operar antes que el sueño atraiga sobre sí a la conciencia. Desde ahí el proceso experimenta en todo caso una aceleración, pues el sueño recibe ahora el mismo tratamiento que cualquier otra cosa percibida. Es como un fuego de artificio cuya preparación lleva muchas horas pero se enciende en un momento. Ahora bien, por el trabajo del sueño el proceso onírico puede ganar la intensidad suficiente para atraer sobre sí a la conciencia y despertar al preconciente, sin que interesen para nada el tiempo que dura el dormir ni su profundidad; o, en cambio, puede ocurrir que su intensidad no baste y tenga que mantenerse al acecho hasta que, inmediatamente antes del despertar, establezca una transacción con él la atención que ahora se ha vuelto más móvil. La mayoría de los sueños parecen trabajar con intensidades psíquicas comparativamente pequeñas, pues aguardan el despertar. Y ello explica también que por regla general percibimos algo soñado cuando repentinamente nos arrancan de un dormir profundo. La primera mirada, como en el caso del despertar espontáneo, cae sobre el contenido perceptivo creado por el trabajo del sueño; la siguiente, sobre lo dado desde afuera. Pero el mayor interés teórico recae sobre los sueños que tienen la capacidad de despertarnos en mitad del dormir. Estamos autorizados a tomar en consideración el carácter acorde a fines, registrable dondequiera, y a preguntarnos entonces por qué se le conf iere al sueño, y por tanto al deseo inconciente, el poder de perturbar el dormir, que es el cumplimiento del deseo preconciente. La respuesta debe de encontrarse en relaciones de energía cuya intelección nos falta. Si la tuviéramos, quizás hallaríamos que tolerar al sueño y gastar en él una cierta atención separada representa un ahorro de energía respecto del caso en que fuera menester poner al inconciente por la noche las mismas barreras que durante el día. Como muestra la experiencia, el soñar, aunque interrumpa varias veces el dormir en una misma noche, es compatible con este último. Nos despertamos un instante y volvemos a dormirnos enseguida. Es como cuando, dormidos, espantamos una mosca; nos despertamos ad hoc. Cuando nos dormimos de nuevo, hemos eliminado la perturbación. El cumplimiento del deseo de dormir es, según lo muestran conocidos ejemplos de sueños de nodrizas, etc., del todo compatible con el mantenimiento de cierto gasto de atención en un sentido determinado. Pero aquí pide ser oída una objeción que se basa en un mejor conocimiento de los procesos inconcientes. Es que hemos definido los deseos inconcientes como siempre alertas. Y a pesar de ello, durante el día no son lo bastante fuertes para hacerse sentir. Pero si el estado del dormir perdura y el deseo inconciente ha mostrado fuerza para formar un sueño y despertar con él al preconciente, ¿por qué se agota esta fuerza después que se tomó conocimiento del sueño? ¿No debería el sueño renovarse de continuo, precisamente como la mosca perturbadora gusta de regresar de nuevo cada vez que se la espanta? ¿Con qué derecho hemos aseverado que el sueño elimina lo que perturba al dormir? Es del todo correcto que los deseos inconcientes permanecen siempre alertas. Constituyen caminos siempre transitables tan pronto como una cantidad de excitación se sirve de ellos. Y aun es una particularidad destacada de los procesos inconcientes el permanecer indestructibles. En el inconciente, a nada puede ponerse fin, nada es pasado ni está olvidado. Es lo que nos impresiona sobremanera en el estudio de las neurosis, en especial de la histeria. Ese camino inconciente de pensamiento que en el ataque conduce al aligeramiento (de energía} vuelve a ser transitable no bien se ha reunido la energía suficiente. Una afrenta ocurrida treinta años antes produce sus efectos ahora como si fuera reciente, después que se procuró el acceso a las fuentes de afecto inconcientes. Tan pronto como su recuerdo es rozado, ella revive y se muestra investida con una excitación que se procura una descarga motriz en un ataque. Precisamente aquí tiene que hincar el diente la psicoterapia. Su tarea consiste en procurar a los procesos inconcientes una tramitación y un olvido. Es que eso mismo que nos inclinamos a juzgar trivial y que explicamos por una influencia primaria del tiempo sobre los restos mnémicos del alma, a saber, el empalidecimiento de los recuerdos y el debilitamiento afectivo de las impresiones que ya no son recientes, es en realidad producto de alteraciones secundarias que se consiguen tras arduo trabajo. El preconciente es el que consuma ese trabajo, y la psicoterapia no puede emprender otro camino que el de someter el Icc al imperio del Prcc. (ver nota)(284) 70 Para cada proceso de excitación inconciente hay, pues, dos salidas. O bien queda librado a sí mismo, y entonces termina irrumpiendo por alguna parte y se procura para su excitación una descarga en la motilidad, o se somete a la influencia del preconciente, y su excitación, en vez de descargarse, es ligada por este. Pues bien, esto segundo es lo que ocurre en el proceso onírico. La investidura que, desde el Prcc, establece una transacción con el sueño devenido percepción, porque fue guiada hasta él por la excitación de la conciencia, liga la excitación inconciente del sueño y lo vuelve inocuo como perturbación. Si por un momento despierta al soñante, es que por un momento este se ha espantado la mosca que amenazaba perturbarle su dormir. Ahora podemos vislumbrar que fue realmente más adecuado al fin y más económico tolerar al deseo inconciente, despejarle el camino de la regresión, a fin de que formase un sueño, y después, con un pequeño gasto de trabajo preconciente, ligar este sueño y darle trámite, que no mantener enfrenado al inconciente durante todo el tiempo que se dormía. Puede conjeturarse entonces que el sueño, aunque en su origen no fuese un proceso adecuado a un fin, dentro del juego de fuerzas de la vida anímica se adueñó de una función. Y vemos la función de que se trata. Ha tomado sobre sí la tarea de traer de nuevo bajo el imperio del preconciente la excitación del Icc que había quedado libre; así descarga la excitación del Icc, le sirve como válvula y al mismo tiempo preserva, a cambio de un mínimo gasto de actividad de vigilia, el dormir del preconciente. Así se perfila como un compromiso, lo mismo que las otras formaciones psíquicas de la serie a que pertenece: sirve simultáneamente a los dos sistemas cumpliendo ambos deseos en tanto sean compatibles entre sí. Un vistazo a la «teoría de la eliminación» de Robert [1886], nos mostrará que debemos darle la razón a este autor en lo principal, en cuanto a definir la función del sueño, mientras que nos apartamos de él en las premisas que establece y en su apreciación del proceso onírico. (ver nota)(285) La restricción «en tanto ambos deseos sean compatibles entre sí» alude a los casos posibles en que la función del sueño termina en un fracaso. El proceso onírico es permitido primero como cumplimiento de un deseo del inconciente; pero si. ese intentado cumplimiento de deseo se agita en el preconciente con tanta intensidad que este ya no puede mantener su reposo, el sueño ha roto el compromiso, ha dejado de cumplir la otra parte de su cometido. Al punto es interrumpido y sustituido por el despertar pleno. Pero tampoco aquí es culpa del sueño que él, de ordinario el guardián del dormir, tenga que aparecer como su perturbador; y no necesitamos impugnarle su carácter de adecuado a un fin. No es este el único caso en el organismo en que un dispositivo adecuado de ordinario pierde este carácter y se vuelve perturbador tan pronto como algo se altera en las condiciones de su producción, y entonces la perturbación sirve por lo menos al nuevo fin de indicar la alteración y convocar en contra de esta a los medios de regulación del organismo. Como es natural, tengo in mente el caso del sueño de angustia, y para que no parezca que rehuyo a este testigo contrario a la teoría del cumplimiento de deseo cada vez que tropiezo con él, quiero aproximarme a la explicación del sueño de angustia siquiera con algunas indicaciones. Que un proceso psíquico que desarrolla angustia pueda ser a pesar de ello un cumplimiento de deseo, ha mucho que no contiene ya contradicción alguna para nosotros. Ya sabemos explicarnos así lo que sucede: El deseo pertenece a un sistema, el Ice, mientras que el sistema del Prcc lo ha desestimado y sofocado. (ver nota)(286) Aun mediando la plena salud psíquica, el sometimiento del Icc por el Prcc no es total; la medida de esa sofocación indica el grado de nuestra normalidad psíquica. La existencia de unos síntomas neuróticos nos muestra que los dos sistemas se encuentran en conflicto recíproco; ellos son los productos de compromiso de ese conflicto, que le ponen término provisionalmente. Por una parte procuran al Icc una salida para la descarga de su excitación, le sirven como puerta de escape, y por otra parte dan al Prcc la posibilidad de gobernar al Icc de algún modo. Es instructivo, por ejemplo, considerar la intencionalidad de una fobia histérica o de la agorafobia. Pongamos que un neurótico sea incapaz de marchar solo por la calle, lo que con derecho rotularíamos de «síntoma». Ahora bien, suprimamos ese síntoma obligándolo a realizar esa acción para la cual se cree incapaz. Subseguirá entonces un ataque de angustia, tal como a menudo un ataque de angustia sobrevenido en la calle es la ocasión para que se produzca la agorafobia. Averiguamos así que el síntoma se constituyó para prevenir el estallido de la angustia; la fobia se antepuso a la angustia como si fuera un fortín. No podemos proseguir nuestra elucidación si no entrarnos a considerar el papel de los afectos en estos procesos, lo cual, empero, sólo es posible aquí de manera incompleta. Formulemos entonces este enunciado: La sofocación de lo Icc se vuelve necesaria, sobre todo, porque el decurso de las representaciones en el interior del Icc, librado a :sí mismo, desarrollaría un afecto que en su origen tuvo el carácter del placer, pero desde que se produjo el proceso de la represión lleva el carácter del displacer. La sofocación tiene el fin, pero también el resultado, de prevenir ese desarrollo de displacer. La sofocación se extiende al contenido de representación de lo Icc porque desde ese contenido, podría producirse el desprendimiento del displacer. En la base de lo dicho hay un supuesto muy determinado sobre la naturaleza del desarrollo de afecto. Este es visto como una operación motriz o secretoria, la clave de cuya inervación se sitúa en las representaciones del Icc. En virtud del gobierno que ejerce el Prcc, estas representaciones son por así decir ocluidas, inhibidas en cuanto al envío de los impulsos que desarrollarían afecto. El peligro, si cesa la investidura de parte del Prcc, consiste entonces en que las excitaciones inconcientes desprendan ese afecto, el cual -a consecuencia de la represión ocurrida antes- sólo puede ser sentido como displacer, como angustia. Este peligro se desencadena cuando el proceso onírico es tolerado. Las condiciones para que se efectivice son: que hayan sobrevenido represiones y que las mociones de deseo sofocadas puedan cobrar fuerza suficiente, Tales condiciones, en consecuencia, desbordan enteramente el marco psicológico de la formación del sueño. Si no fuera porque nuestro tema entró en conexión por uno solo de sus aspectos a saber, la liberación del Icc mientras se duerme con el tema del desarrollo de angustia, yo podría. renunciar a la mención del sueño de angustia y ahorrarme aquí todas las oscuridades que de ahí se siguen. La doctrina del sueño de angustia pertenece, como ya lo he dicho repetidas veces, a la psicología de las neurosis. (ver nota)(287) Nada más tenernos que ver con ella después que pesquisamos sus puntos de contacto con el tema del proceso onírico. Sólo puedo agregar una cosa. Puesto que aseveré que la angustia neurótica proviene de fuentes sexuales, puedo someter al análisis sueños de angustia a fin de poner de manifiesto el material sexual incluido en sus pensamientos oníricos. (ver nota)(288) Buenas razones me llevan a renunciar a todos los ejemplos que con gran riqueza me ofrecen muchos pacientes neuróticos, y prefiero considerar sueños de angustia de personas jóvenes. Yo mismo no he tenido ningún genuino sueño de angustia desde hace décadas. De cuando tenía siete u ocho años recuerdo uno, que sometí a la interpretación treinta años después. Fue 71 muy vívido y me mostró a la madre querida con una expresión durmiente, de extraña calma en su rostro, que era llevada a su habitación y depositada sobre el lecho por dos (o tres) personajes con pico de pájaro. Desperté llorando y gritando, y turbé el sueño de mis padres. A las figuras con pico de pájaro, muy alargadas y curiosamente vestidas, las había tomado de las ilustraciones de la Biblia de Philippson(289); creo que eran dioses con cabeza de gavilán, del bajorrelieve de una tumba egipcia. Pero, en otra dirección, el análisis me brinda el recuerdo del malcriado hijo de un conserje, que solía jugar con nosotros en el prado lindero a la casa; y yo diría que se llamaba Philipp. Después me parece como si de ese muchacho hubiera oído yo por primera vez la palabra vulgar que designa al comercio sexual y que las personas cultas sustituyen siempre {en alemán} por una palabra de origen latino, «coitieren», y a la cual la elección de las cabezas de gavilán alude con suficiente nitidez. (ver nota)(290) Debo de haber colegido el :significado sexual de la palabra por el gesto de ese maestro tan experimentado. La expresión del rostro de la madre en el sueño estaba copiada del semblante del abuelo, a quien unos días antes de su muerte yo había visto roncando en coma. La interpretación llevada a cabo en el sueño mismo por la elaboración secundaria ha de haber sido, pues, que la madre moría, con lo cual armoniza también el bajorrelieve de la tumba. En esta angustia desperté, y no cejé hasta despertar a mis padres. Recuerdo que me tranquilicé de repente cuando tuve a la vista a la madre, como si hubiera necesitado de esta tranquilización: ella no ha muerto entonces. Pero esa interpretación secundaria del sueño se produjo ya bajo la influencia de la angustia desarrollada. No era que yo estuviese angustiado por haber soñado que la madre moría, sino que interpreté así al sueño dentro de la elaboración preconciente porque ya estaba bajo el imperio de la angustia. Ahora bien, mediando la represión, la angustia admite ser reconducida a una apetencia oscura, manifiestamente sexual, que en el contenido visual del sueño encontró buena expresión. Un hombre de veintisiete años, que desde hace un año sufre una enfermedad grave, entre los once y los trece años soñó repetidas veces, con gran angustia, que un hombre con un azadón lo perseguía; él quería correr, pero quedaba como paralizado y no se movía del sitio. Es este un buen modelo de un sueño de angustia muy común e insospechable de tener raíz sexual. En el análisis, el soñante dio primero con un relato que en un tiempo posterior le había hecho su tío: este había sido atacado de noche en la calle por un individuo sospechoso; y el propio soñante infirió, de esta ocurrencia, que en la época del sueño podía él haber oído de una vivencia parecida. Sobre el azadón recuerda que por esa época de su vida, una vez, astillando leña, se hirió en la mano con el azadón. Después, sin transición, dio con su relación con un hermano menor al que solía maltratar y revolcar, y especialmente se acuerda de una vez en que lo golpeó con el zapato en la cabeza, de lo cual su hermano sangró y la madre dijo: «Tengo miedo de que alguna vez lo mate». Mientras él parece así centrado en el tema de la violencia, de pronto emerge un recuerdo de cuando tenía nueve años. Los padres habían regresado tarde a casa y, mientras él se fingía dormido, se fueron a la cama y oyó un jadeo y otros ruidos que se le antojaron siniestros; también pudo entrever la posición de los dos en el lecho. Sus pensamientos ulteriores muestran que había establecido una analogía entre lo que pasaba entre sus padres y su relación con el hermano menor. Subsumió lo que ocurría entre los padres bajo este concepto: violencia y riña. Una prueba en favor de esta concepción fue, para él, que a menudo había observado sangre en el lecho de la madre. Que el intercambio sexual de los adultos se les antoja ominoso a los niños que lo observan y les despierta angustia, yo diría que la experiencia cotidiana lo atestigua. Para esa angustia he dado una explicación, a saber, que se trata de una excitación sexual que su comprensión no puede dominar, pero que de todos modos tropieza con una repulsa porque en ella están envueltos los padres, y así se muda en angustia. En un período todavía anterior de la vida, la moción sexual hacia el miembro de sexo contrario de la pareja parental no choca todavía con la represión y se exterioriza libremente, como ya dijimos. Sin vacilar asigno esta misma explicación a los ataques nocturnos de angustia con alucinaciones (el pavor nocturnus), tan frecuentes en los niños. También en este caso no puede tratarse sino de mociones sexuales no comprendidas y repelidas, en cuyo registro probablemente podría establecerse una periodicidad temporal, pues un incremento de la libido sexual puede producirse tanto por impresiones excitantes de índole contingente como por los procesos espontáneos de desarrollo, que sobrevienen por oleadas. Me falta el material de observación indispensable para verificar esta tesis. (ver nota)(291) Los pediatras, en cambio, parecen ajenos a ese punto de vista, el único que permite comprender toda la serie de fenómenos tanto en el aspecto somático cuanto en el psíquico. Como un ejemplo cómico de lo cerca que se puede estar de la comprensión de esos casos sin verla, cegado por las anteojeras de la mitología médica, me permitiré citar uno que hallé en la tesis de Debacker (1881)sobre el pavor nocturnus: Un muchacho de trece años, de salud delicada, empezó a mostrarse angustiado y ensoñador, su dormir era intranquilo y casi todas las semanas se lo interrumpía un grave ataque de angustia con alucinaciones. El recuerdo de estos sueños era siempre muy nítido. Pudo así contar que el diablo le había gritado: «¡Ahora te tenemos, ahora te tenemos!», y después había olor a azufre y alquitrán, y el fuego abrasaba su piel. Más tarde, ese sueño lo hacía despertarse aterrorizado; primero no podía gritar, después recuperaba la voz y se le oía decir nítidamente: «¡No, no, a mí no; yo no hice nada!», o también: «¡Por favor, ...no, nunca más lo haré! ». Algunas veces decía también: «Albert nunca ha hecho eso». Después evitó desvestirse «porque el fuego sólo lo sorprendía estando él desnudo». En medio de estos sueños demoníacos que hacían peligrar su salud fue enviado al campo, allí se recuperó en el curso de un año y medio, y una vez confesó, teniendo ya quince años: «Je n'osais pas l'avouer, mais j'éprouvais continuellement des picotentents et des surexcitations aux parties;» (ver nota)(292) à la fin, cela m'énervait tant que plusieurs fois ¡'ai pensé me jeter par la fenêtre du dortoir». (ver nota)(293) En verdad, no es difícil adivinar que: 1) el muchacho en años anteriores se masturbaba, probablemente lo había negado, y lo amenazaron con serios castigos por su mal hábito (su confesión: «Je ne le ferai plus» {«Nunca más lo haré»}; su negativa: «Albert n'a jamais fait ça» {«Albert nunca ha hecho eso»}); 2) bajo la presión de la pubertad, con el cosquilleo en los genitales, se le despertó de nuevo la tentación de masturbarse; pero ahora: 3) se desató en él una lucha represiva que sofocó la libido y la mudó en angustia, la cual retomó, con posterioridad, los castigos con que antaño lo habían amenazado. Oigamos ahora las conclusiones de nuestro autor: «De esta observación se desprende: 72 adormecimiento. Resumamos: a una ilación de pensamiento de esa índole la llamamos preconciente, la juzgamos por entero correcta y creemos que puede haber sido meramente descuidada, o bien interrumpida, sofocada. Expongamos con claridad el modo en que nos imaginamos el decurso de las representaciones. Nuestra opinión es que, desde una representación-meta, una cierta magnitud de excitación que llamamos «energía de investidura» se desplaza a lo largo de las vías asociativas seleccionadas por aquella. Una ilación de pensamiento «descuidada» no ha recibido esa investidura; si ella ha sido «sofocada» o «desestimada», es que se le volvió a retirar la investidura; en cualquiera de los dos casos queda librada a su excitación propia. En ciertas condiciones, la ilación de pensamiento investida con una meta {zielbesetu} es capaz de atraer sobre sí la atención de la conciencia, y por intermedio de esta recibe una «sobreinvestidura». Un poco más adelante tendremos que aclarar nuestros supuestos sobre la naturaleza y el funcionamiento de la conciencia. Una ilación de pensamiento incitada en el preconciente puede extinguirse espontáneamente o conservarse. Al primer desenlace nos lo imaginamos así: su energía se difunde siguiendo todas las direcciones asociativas que parten de ella, toda la cadena de pensamientos es puesta en un estado de excitación que dura un momento, pero después decae en la medida en que la excitación que pugnaba por descargarse se trasmuda en investidura quiescente. Si es este primer desenlace el que sobreviene, el proceso que sigue ya no importa nada para la formación del sueño. Pero dentro de nuestro preconciente acechan otras representaciones-meta que provienen de las fuentes de nuestros deseos inconcientes y siempre alertas. Ellas pueden apropiarse de la excitación dentro del círculo de pensamientos librados a sí mismos; establecen la conexión entre este y el deseo inconciente, le trasfieren la energía que pertenece al deseo inconciente y desde ese instante la ilación de pensamiento descuidada o sofocada está en condiciones de conservarse, aunque c312 refuerzo no le otorgue ningún título para su acceso a la conciencia. Podemos decir que la ilación de pensamiento hasta entonces preconciente ha sido arrastrada al inconciente. Otras constelaciones para la formación del sueño serían estas: que la ilación de pensamiento preconciente estuviera conectada de antemano con el deseo inconciente y por eso chocara con un rechazo de parte de la investidura-meta dominante; o que un deseo inconciente fuera alertado {puesto en movimiento} por otras razones (somáticas, quizás) y buscara trasferirse sin transacción alguna(299) a los restos psíquicos no investidos por el Prcc. Los tres casos en definitiva coinciden en un mismo resultado, a saber, que dentro del preconciente se lleva a cabo un itinerario de pensamientos que, abandonado por la investidura preconciente, ~a encontrado investidura desde el deseo inconciente. A partir de ahí el itinerario de pensamientos sufre una serie de trasmudaciones que ya no reconocemos como procesos psíquicos normales y que arrojan un resultado que nos extraña: una formación psicopatológica. Pongamos de relieve esos procesos y sinteticémoslos: 1. Las intensidades de las representaciones singulares se vuelven susceptibles de descargarse en su monto íntegro y traspasan de una representación a la otra, de suerte que se forman representaciones singulares provistas de gran intensidad. Cuando este proceso se repite varias veces, la intensidad de un itinerario íntegro de pensamientos puede reunirse en definitiva en un único elemento de representación. Es el hecho de la compresión o condensación que vimos operar en el trabajo onírico. Ella es la principal responsable de la impresión de extrañeza que provoca el sueño, pues nada análogo conocemos en la vida anímica normal y asequible a la conciencia. También en esta tenemos representaciones que en calidad de puntos nodales o de resultados finales de cadenas íntegras de pensamientos poseen una gran significatividad {Bedeutung} psíquica, pero esta valencia suya no se exterioriza en ningún carácter sensorialmente patente para la percepción interna; lo representado de ninguna manera se vuelve más intenso. En el proceso de la condensación todo nexo psíquico se traspone a la intensidad del contenido de representación. Es el mismo caso que si en un libro hago imprimir espaciada, o en caracteres gruesos, una palabra a la que atribuyo valor sobresaliente para comprender el texto. O si al leerla, la pronunciara con voz más alta y más lentamente, y cargara el acento sobre ella. El primer símil nos lleva directamente a un ejemplo tomado del trabajo onírico (trimetilamina, en el sueño de la inyección de Irma). Los historiadores de la cultura nos hacen notar que las esculturas más antiguas obedecían a un principio parecido, pues expresaban el rango de las personas figuradas mediante el tamaño de las figuras. La figura del rey era dos o tres veces mayor que la de sus súbditos o la del enemigo vencido. Un grupo escultórico de la época romana se servirá para el mismo fin de recursos más finos. La figura del emperador se situará en el medio, se lo mostrará erguido, poniénd9se particular cuidado en el modelado de su rostro; sus enemigos yacerán a sus pies, pero él ya no parecerá un gigante entre enanos. Entretanto, la reverencia del subordinado ante su jefe es, todavía hoy, una resonancia de aquel viejo principio figurativo. La dirección siguiendo la cual avanzan las condensaciones del sueño es prescrita en parte por las relaciones preconcientes correctas entre los pensamientos oníricos y, en parte, por la atracción que ejercen los recuerdos visuales en el interior del inconciente. Como resultado, el trabajo de condensación alcanza aquellas intensidades que se requieren para irrumpir a través de los sistemas perceptivos. 2. Mediante la libre trasferibilidad de las intensidades y al servicio de la condensación se forman también representaciones intermedias, compromisos, por así decir (véanse los numerosos ejemplos que hemos dado). Es de nuevo algo inaudito en el decurso normal de las representaciones, donde lo que interesa, sobre todo, es la elección y retención del elemento de representación «correcto». En cambio, con extraordinaria frecuencia sobrevienen formaciones mixtas y de compromiso cuando buscamos la expresión lingüística para los pensamientos preconcientes, las que se citan como ejemplos del desliz en el habla {Versprechen}. 3. Las representaciones que se trasfieren sus intensidades unas a otras mantienen entre sí las relaciones más laxas y se enlazan mediante variedades de la asociación que nuestro pensamiento desprecia y cuyo aprovechamiento sólo se admite para producir el efecto del chiste. En particular, a las asociaciones por homofonía y por paronimia se les asigna el mismo valor que a las otras. 4. Pensamientos que se contradicen entre sí no tienden a cancelarse mutuamente, sino que subsisten unos junto a los otros, y a menudo se componen en calidad de productos de condensación como si no mediara contradicción alguna, o forman compromisos que no admitiríamos en nuestro pensar [conciente], pero que muchas veces autorizaríamos en nuestra acción. 75 Esos serían algunos de los procesos anormales más llamativos a que los pensamientos oníricos, formados hasta ese momento según la ratio, son sometidos en el curso del trabajo del sueño. He aquí el rasgo principal que discernimos en esos procesos: todo el acento se pone en hacer que la energía invistiente se vuelva móvil y susceptible de descarga; el contenido y la significatividad intrínseca de los elementos psíquicos a que adhieren las investiduras pasan a ser cosas accesorias. Podría creerse también, por los casos en que es cuestión de mudar pensamientos en imágenes, que la condensación y la formación de compromiso acontecen sólo al servicio de la regresión. Empero, el análisis -y todavía con mayor claridad la síntesis- de aquellos sueños en los que falta la regresión a imágenes, por ejemplo el sueño «Autodidasker. Conversación con el profesor N.», presentan los mismos procesos de desplazamiento y de condensación que los otros. No podemos entonces hacer caso omiso de esta intelección: en la formación del sueño participan dos procesos psíquicos de naturaleza diferente; uno crea pensamientos oníricos de perfecta corrección, de igual valor que el pensamiento normal; el otro procede con estos de una manera extraña en grado sumo, incorrecta. Ya en el capítulo VI hemos distinguido a este último como el genuino trabajo del sueño. ¿Qué podemos aportar para la deducción de este proceso psíquico? No podríamos dar aquí una respuesta si no hubiéramos penetrado un poco en la psicología de las neurosis, en especial de la histeria. Ahora bien, de ella hemos aprendido que estos mismos procesos psíquicos incorrectos -y aun otros, no enumerados aquí- presiden la producción de los síntomas histéricos. También en la histeria hallarnos primero una serie de pensamientos absolutamente correctos, en un todo equiparables a nuestros pensamientos concientes. Pero no podemos averiguar nada de su existencia en esa forma, que reconstruimos sólo con posterioridad. Dondequiera que hayan irrumpido hasta nuestra percepción advertimos, por el análisis del síntoma formado, que esos pensamientos normales han sufrido un tratamiento anormal y han sido trasportados al síntoma por medio de condensación, formación de compromiso, a través de asociaciones superficiales, por encubrimiento de las contradicciones y eventualmente por vía de la regresión. Dada la plena identidad entre las peculiaridades del trabajo del sueño y las de la actividad psíquica que desemboca en los síntomas psiconeuróticos, nos juzgamos autorizados a trasferir al sueño las conclusiones que la histeria nos fuerza a extraer. De la doctrina de la histeria tomamos este enunciado: Esa elaboración psíquica anormal de un itinerario normal de pensamientos sólo ocurre cuando este último ha devenido la trasferencia de un deseo inconciente que proviene de lo infantil y se encuentra en la represión. Con arreglo a este enunciado, construimos la teoría del sueño sobre el supuesto de que el deseo onírico pulsionante proviene en todos los casos del inconciente; esto, como nosotros mismos hemos confesado, no puede demostrarse en general, aunque tampoco es posible refutarlo. Pero para que podamos decir lo que es la «represión», con cuyo nombre hemos jugado ya muchas veces, tenemos que avanzar otro poco en la construcción de nuestro andamiaje psicológico. Habíamos profundizado en la ficción de un aparato psíquico primitivo, cuyo trabajo era regulado por el afán de evitar la acumulación de excitación y de mantenerse en lo posible carente de excitación. Por eso lo construirnos siguiendo el esquema de un aparato reflejo; la motilidad, al comienzo como camino a la alteración interna del cuerpo, era la vía de descarga que se le ofrecía. Elucidamos después las consecuencias psíquicas de una vivencia de satisfacción, y entonces ya pudimos introducir un segundo supuesto, a saber, que la acumulación de la excitación -según ciertas modalidades de que no nos ocupamos- es percibida como displacer, y pone en actividad al aparato a fin de producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el aminoramiento de la excitación es sentido como placer. A una corriente (Strömung} de esa índole producida dentro del aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho que sólo un deseo, y ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el decurso de la excitación dentro de este es regulado automáticamente por las percepciones de placer y de displacer. El primer desear pudo haber consistido en investir alucinatoriamente el recuerdo de la satisfacción. Pero esta alucinación, cuando no podía ser mantenida hasta el agotamiento, hubo de resultar inapropiada para producir el cese de la necesidad y, por tanto, el placer ligado con la satisfacción. Así se hizo necesaria una segunda actividad -en nuestra terminología, la actividad de un segundo sistema-, que no permitiese que la investidura mnémica avanzara hasta la percepción y desde allí ligara las fuerzas psíquicas, sino que condujese a la excitación que partía del estímulo de la necesidad por un rodeo que finalmente, por vía de la motilidad voluntaria, modificara el mundo exterior de modo tal que pudiera sobrevenir la percepción real del objeto de satisfacción. Hasta aquí habíamos desarrollado el esquema del aparato psíquico; los dos sistemas son el germen de lo que insertamos como Icc y Prcc en el aparato plenamente constituido. Para poder trasformar con arreglo a fines el mundo exterior mediante la motilidad, se requiere la acumulación de una gran suma de experiencias dentro de los sistemas mnémicos y una múltiple fijación {Fixierung} de las referencias que diversas representaciones-meta pueden evocar en este material mnémico. Ahora proseguimos con nuestros supuestos. La actividad del segundo sistema, que procede por múltiples ensayos, que envía investiduras y vuelve a recogerlas, por una parte necesita disponer libremente de todo el material mnémico; por la otra, sería un gasto superfluo si enviara por cada una de las vías de pensamiento grandes cantidades de investidura que después se dispersarían sin finalidad, reduciendo así la cantidad necesaria para la trasformación del mundo exterior. Por tanto, teniendo en cuenta {el principio de} la adecuación a fines, postulo que al segundo sistema le es dado conservar en estado quiescente {in Ruhe} la mayoría de las investiduras energéticas y emplear en el desplazamiento tan sólo una pequeña parte. La mecánica de estos procesos me es por entero desconocida; el que quisiera tomar en serio estas ideas debería investigar las analogías fisicistas y abrirse camino hacia la ilustración del proceso de movimiento en el caso de la excitación neuronal. Yo me atengo con exclusividad a esta idea: La actividad del primer sistema ψ está dirigida al libre desagote {Abströmen} de las cantidades de excitación, y el segundo sistema produce, por las investiduras que de él parten, una inhibición de este desagote, su mudanza en investidura quiescente, mediando sin duda una elevación del nivel. (ver nota)(300) Supongo entonces que bajo el imperio del segundo sistema el decurso de la excitación se anuda a condiciones mecánicas por entero diversas que bajo el imperio del primero. Una vez que el segundo sistema ha acabado su actividad tentativa de pensamiento, cancela también la inhibición y la estasis de las excitaciones y permite que ellas se drenen {abIliessen} hacia la motilidad 76 Ahora obtenemos una argumentación interesante atendiendo a los vínculos entre esta inhibición del drenaje por parte del segundo sistema y la regulación ejercida por el principio de displacer. (ver nota)(301) Investiguemos la contraparte de la vivencia primaria de satisfacción, la vivencia de terror frente a algo exterior. Supongamos que sobre el aparato primitivo actúa un estímulo perceptivo que es la fuente de una excitación dolorosa. Entonces sobrevendrán prolongadas y desordenadas exteriorizaciones motrices hasta que por una de ellas el aparato se sustraiga de la percepción y, al mismo tiempo, del dolor; y cada vez que reaparezca la percepción, ese movimiento se repetirá enseguida (algo así como un movimiento de huida), hasta que la percepción vuelva a desaparecer. Pero en este caso no quedará inclinación alguna a reinvestir por vía alucinatoria o de otra manera la percepción de la fuente de dolor. Más bien subsistirá en el aparato primario la inclinación a abandonar de nuevo la imagen mnémica penosa tan pronto como se evoque de algún modo, y ello porque el desborde de su excitación hacia la percepción provocaría displacer (más precisamente: empezaría a provocarlo). El extrañamiento respecto del recuerdo, que no hace sino repetir {Wiederholung} el primitivo intento de huida frente a la percepción, es facilitado también por el hecho de que el recuerdo, a diferencia de la percepción, no posee cualidad suficiente para excitar a la conciencia y atraer de ese modo sobre sí una investidura nueva. Este extrañamiento que el aparato psíquico realiza fácilmente y de manera regular respecto del recuerdo de lo que una vez fue penoso nos proporciona el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica {esfuerzo de desalojo psíquico}. Es de todos conocido cuánto de ese extrañamiento respecto de lo penoso, de la táctica del avestruz, puede rastrearse todavía en la vida anímica normal del adulto. A consecuencia del principio de displacer, entonces, el primer sistema ψ es incapaz de incluir algo desagradable en el interior de la trama de pensamiento. El sistema no puede hacer otra cosa que desear. Si todo quedara tal cual, se vería impedido el trabajo de pensamiento del segundo sistema, al que le hace falta disponer de todos los recuerdos decantados en la experiencia. Así, se abren dos caminos: o bien el trabajo del segundo sistema se independiza por completo del principio de displacer y sigue su camino sin hacer caso del displacer del recuerdo, o bien se las arregla para investir de tal suerte ese recuerdo displacentero que se evite el desprendimiento de displacer. Podemos desechar la primera posibilidad, pues el principio de displacer se muestra también como regulador para el discurrir de la. excitación del segundo sistema; nos vemos remitidos a la otra posibilidad: que ese sistema inviste un recuerdo de tal modo que inhibe el drenaje desde él, y por tanto también el drenaje hacia el desarrollo de displacer, comparable este último a una inervación motriz. A esta hipótesis que la investidura por el segundo sistema constituye al mismo tiempo una inhibición al drenaje de la excitación nos vemos llevados entonces desde dos puntos de abordaje: por referenc ia al principio de displacer y [como se expuso dos párrafos antes] por el principio del gasto mínimo de inervación. Retengamos, pues (y es la clave de la doctrina de la represión), que el segundo sistema sólo puede investir una representación si está en condiciones de inhibir el desarrollo de displacer que parta de ella. Lo que se sustrajera de esta inhibición permanecería inasequible también para el segundo sistema; a consecuencia del principio de displacer, se lo abandonaría enseguida. Empero, la inhibición del displacer no tiene que ser completa; un comienzo de este debe admitirse, pues índica al segundo sistema la naturaleza del recuerdo y, llegado el caso, su falta de aptitud para el fin que el pensar busca. Al proceso psíquico que conviene exclusivamente al primer sistema lo llamaré ahora proceso primario, y proceso secundario al que resulta de la inhibición impuesta por el segundo. (ver nota)(302) Puedo mostrar, todavía en otro aspecto, los fines para los cuales el segundo sistema tiene que corregir al proceso primario. Este último aspira a la descarga de la excitación a fin de producir, con la magnitud de excitación así reunida, una identidad perceptiva [con la vivencia de satisfacción; el proceso secundario ha abandonado ese propósito y en su lugar adoptó este otro: el de apuntar a una identidad de pensamiento [con esa experiencia]. El pensar como un todo no es más que un rodeo desde el recuerdo de satisfacción, que se toma como representación-meta, hasta la investidura idéntica de ese mismo recuerdo, que debe ser alcanzada de nuevo por la vía de las experiencias motrices. El pensar tiene que interesarse entonces por las vías que conectan entre sí a las representaciones, sin dejarse extraviar por las intensidades de estas. Pero es claro que las condensaciones de representaciones, las formaciones intermedias y de compromiso, son impedimentos para alcanzar esa meta de la identidad; en la medida en que remplazan a una representación por otra, desvían del camino que habría podido conducir hacia adelante desde la primera. Por -eso tales procesos se -evitan cuidadosamente en el pensar secundario. Tampoco es difícil advertir que el principio de displacer, que en otros terrenos ofrece al proceso de pensamiento los más importantes puntos de apoyo, le depara aquí también dificultades en la persecución de la identidad de pensamiento. El pensar tiene que tender, pues, a emanciparse cada vez más de su regulación exclusiva por el principio de displacer, y a restringir el desarrollo del afecto por el trabajo de pensamiento a un mínimo que aún sea utilizable como señal. (ver nota)(303) El agregado de una sobreinvestidura, que es procurada por la conciencia, está destinado a lograr ese refinamiento de operación. Pero sabemos que aun en la vida anímica normal esto rara vez se alcanza por completo, y que nuestro pensar siempre está expuesto a falsearse debido a la injerencia del principio de displacer. Pero no es esta la laguna en la eficacia funcional de nuestro aparato anímico por la cual se posibilitaría que pensamientos que se constituyen como resultado del trabajo de pensamiento secundario caigan bajo el proceso psíquico primario, fórmula esta con la que ahora podemos describir el trabajo que lleva a los sueños y a los síntomas histéricos. La tacha de insuficiencia es producto de la conjunción de dos factores que proceden de nuestra historia evolutiva, de los que uno es imputable por entero al aparato anímico y ha ejercido una influencia decisiva sobre el vínculo entre los dos sistemas, y el otro rige en dimensión variable e introduce en la vida anímica fuerzas pulsionales de origen orgánico. Ambos provienen de la vida infantil y son un sedimento de la alteración que nuestro organismo anímico y somático ha experimentado desde las épocas infantiles. Cuando llamé primario a uno de los procesos psíquicos que ocurren en el aparato anímico, no lo hice sólo por referencia a su posición en un ordenamiento jerárquico ni a su capacidad de operación, sino que al darle ese nombre me refería también a lo cronológico. Un aparato psíquico que posea únicamente el proceso primario no existe, que nosotros sepamos, y en esa medida es una ficción teórica; pero esto es un hecho: los procesos primarios están dados en aquel desde el comienzo, mientras que los secundarios sólo se constituyen poco a poco en el curso de la vida, inhiben a los primarios, se les superponen, y quizás únicamente en la plena madurez logran someterlos a su total imperio. A consecuencia de este advenimiento tardío de los procesos secundarios, el núcleo de nuestro ser, que consiste en mociones de deseos inconcientes, permanece inaprehensible y no inhibible para el preconciente, cuyo papel quedó limitado de una vez y para siempre a señalarles a las mociones de deseo que provienen del 77 comunicación o de observación. Pero este efecto de conciencia puede mostrar un carácter psíquico por entero divergente del proceso inconciente, de suerte que la percepción interna no discierna en uno el sustituto del otro. El médico tiene que reservarse el derecho de avanzar, mediante un proceso de inferencia, desde el efecto conciente hasta el proceso psíquico inconciente; por este camino se entera de que el efecto conciente no es sino una repercusión psíquica remota del proceso inconciente, que, como tal, no ha devenido conciente; sabrá, no obstante, que ha existido y ha operado, aunque sin traslucirse de ningún modo para la conciencia. Es preciso revertir la sobrestimación por la propiedad «conciencia»; es este un requisito indispensable para cualquier intelección correcta del origen de lo psíquico. Lo inconciente, según la expresión de Lipps [1897, págs. 146-7], tiene que suponerse como una base universal de la vida psíquica. Lo inconciente es el círculo más vasto, que incluye en sí al círculo más pequeño de lo conciente; todo lo conciente tiene una etapa previa inconciente, mientras que lo inconciente puede persistir en esa etapa y, no obstante, reclamar para sí el valor íntegro de una operación psíquica. Lo inconciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales. Ahora que la vieja oposición entre vida conciente y vida onírica quedó desvalorizada con la intercalación de lo psíquico inconciente en el lugar que le corresponde, se eliminan una serie de problemas del sueño que hubieron de ocupar todavía en profundidad a autores anteriores. Así, muchas operaciones de cuyo cumplimiento en el sueño cabía admirarse ya no son más imputables al sueño, sino al pensamiento inconciente que también trabaja durante el día. Si, según Scherner [1861, págs. 114-51], el sueño parece jugar con una figuración simbolizante del cuerpo, ahora sabemos que esta es la operación de fantasías inconcientes que probablemente responden a mociones sexuales y que no se expresan sólo en el sueño, sino también en las fobias histéricas y en otros síntomas. Cuando el sueño prosigue y finiquita los trabajos del día y aun trae a la luz ocurrencias valiosas, no tenemos más que quitarle la vestidura onírica que es el producto del trabajo del sueño y la marca de la operación auxiliar de poderes oscuros provenientes de lo profundo del alma (cf. el diablo en el sueño de la sonata, de Tartini(313)). Pero esa operación intelectual se debe a las mismas fuerzas del alma que cumplen durante el día todas las operaciones de esa índole. Incluso es probable que nos inclinemos en exceso a sobrestimar el carácter conciente de la producción intelectual y artística. Por las comunicaciones de hombres en extremo productivos, como Goethe y Helmholtz, llegamos a saber más bien que lo esencial y lo nuevo de sus creaciones les fue dado a la manera de ocurrencias y advino a su percepción casi listo. La cooperación de la actividad conciente nada tiene de sorprendente en otros casos en que todas las fuerzas del espíritu se convocaron en el empeño. Pero es privilegio de la actividad conciente, del que mucho se abusa, el poder ocultarnos todo lo demás siempre que ella participa. No merece la pena exponer como un tema particular la importancia histórica de los sueños, Si un caudillo se resolvió tal vez, a causa de un sueño, a una osada empresa cuyo éxito provocó un cambio de alcances históricos, ello nos depara un nuevo problema sólo sí seguimos contraponiendo el sueño, como un poder ajeno, a otras fuerzas del alma que nos resultan más familiares, pero no si lo consideramos una forma de expresión de mociones sobre las cuales durante el día pesó una resistencia y que por la noche pudieron obtener un refuerzo de parte de fuentes de excitación situadas en lo profundo. (ver nota)(314) Ahora bien, el respeto de que el sueño gozó en los pueblos antiguos es un homenaje, fundado en una intuición psicológica correcta, a lo indomeñado y a lo indestructible contenido en el alma del hombre, a lo demoníaco, eso que engendra el deseo onírico y eso que nosotros reencontramos en nuestro inconciente. No sin deliberación digo en nuestro inconciente, pues lo que así llamamos no coincide con lo inconciente de los filósofos ni con lo inconciente según Lipps. En ellos está destinado a designar sólo lo opuesto a lo conciente; el conocimiento de que, además de los procesos concientes, hay otros procesos psíquicos que son inconcientes se impugna con ardor y se defiende con energía. En Lipps hallamos un enunciado que da un paso más, a saber, que todo lo psíquico ha existido como inconciente y, de eso, algo, después, lo ha hecho también como conciente. Pero no fue para probar este enunciado que adujimos los fenómenos del sueño y de la formación de síntomas histéricos; la sola observación de la vida diurna normal basta para establecerlo fuera de toda duda. Lo nuevo que nos enseña el análisis de las formaciones psicopatológicas y ya ;su primer eslabón, el sueño, consiste en que lo inconciente -por ende, lo psíquico- ocurre como función de dos sistemas separados y eso ya sucede dentro de la vida normal del alma. Lo inconciente existe por tanto de dos modos, que no hallamos todavía separados por los psicólogos. Uno y otro son inconcientes en el sentido de la psicología; pero en nuestra concepción, uno que llamamos Icc, es también insusceptible de conciencia, mientras que el otro, Prcc, recibió de nosotros ese nombre porque sus excitaciones -por cierto que obedeciendo también a ciertas reglas y quizá sólo después de superar una nueva censura, pero sin miramiento por el sistema Icc- pueden alcanzar la conciencia. El hecho de que las excitaciones, para poder llegar a la conciencia, tengan que recorrer una secuencia inmutable, un itinerario de instancias que pudimos vislumbrar a través de las alteraciones que les impone la censura, nos sirvió para proponer un símil tomado de lo espacial. Describimos las relaciones de los dos sistemas entre sí y con la conciencia diciendo que el sistema Prcc se sitúa como una pantalla {Schirm} entre el sistema Icc y la conciencia. El sistema Prcc no sólo bloquea el acceso a la conciencia, sino que preside el acceso a la motilidad voluntaria y dispone acerca del envío de una energía de investidura móvil, una parte de la cual nos es familiar como atención. (ver nota)(315) También de la distinción entre supraconciencia y subconciencia, predilecta de la bibliografía más reciente sobre las psiconeurosis, tenemos nosotros que mantenernos alejados, pues precisamente parece destacar la equiparación entre lo psíquico y lo conciente. ¿Qué papel resta en nuestro esquema a esa conciencia antaño todopoderosa y que todo lo recubría? Ningún otro que el de un órgano sensorial para la percepción de cualidades psíquicas. (ver nota)(316) De acuerdo con las ideas básicas de nuestro ensayo esquemático, sólo podemos concebir esa percepción-conciencia {Bewusstseinswahrnebmung} como la operación propia de un sistema particular para el cual es recomendable la designación abreviada Cc. A este sistema lo imaginamos, en sus caracteres mecánicos, de manera parecida a los sistemas de percepción P; o sea, excitable por cualidades e incapaz de conservar la huella de las alteraciones, vale decir, carente de memoria. El aparato psíquico, que con el órgano sensorial de los sistemas P está vuelto hacia el mundo exterior, es él mismo mundo exterior para el órgano sensorial de la Cc, cuya justificación teleológica descansa en esta circunstancia. El principio del itinerario de instancias, que parece presidir el armazón del aparato, nos sale aquí al 80 paso otra vez. El material de excitaciones afluye desde dos lados al órgano sensorial Cc: desde el sistema P, cuya excitación condicionada por cualidades probablemente atraviese por un nuevo procesamiento antes de convertirse en sensación conciente, y desde el interior del propio aparato, cuyos procesos cuantitativos son sentidos, toda vez que los alcanzan ciertas alteraciones, como serie de cualidades de placer y displacer. Los filósofos que se percataron de que son posibles, sin colaboración de la conciencia, formaciones de pensamiento correctas y en extremo complejas se vieron en dificultades para asignar a esta una función; ella les pareció un reflejo superfluo del proceso psíquico consumado, La analogía de nuestro sistema Cc con los sistemas de la percepción nos saca de esta perplejidad. Vemos que la percepción por nuestros órganos sensoriales tiene la consecuencia de guiar una investidura de atención por los caminos a través de los cuales se propaga la excitación sensorial adviniente; la excitación cualitativa del sistema P sirve a la cantidad móvil dentro del aparato psíquico como regulador de su decurso. La misma función podemos pretender para el órgano sensorial, superpuesto, del sistema Cc. Cuando percibe cualidades nuevas presta una nueva contribución a la guía y a la distribución acorde a fines de las cantidades móviles de investidura. Por medio de la percepción de placer y displacer influye sobre la circulación de las investiduras en el interior del aparato psíquico, que por lo demás trabaja de manera inconciente y por desplazamientos de cantidad. Es probable que al comienzo el principio de displacer regule automáticamente los desplazamientos de la investidura; pero es muy posible que la conciencia de estas cualidades agregue una segunda regulación, más fina, que hasta puede contrariar a la primera y que perfecciona la capacidad de operación del aparato, por cuanto, en contra de su disposición originaria, lo habilita para someter a la investidura y a la elaboración también aquello que se enlaza con un desprendimiento de displacer. La psicología de las neurosis nos enseña que a estas regulaciones operadas por la excitación-cualidad de los órganos sensoriales les está reservado un importante papel en la actividad funcional del aparato. El imperio automático del principio primario de displacer (con la consecuente restricción de la capacidad de operación) es quebrantado por las regulaciones sensibles, a su vez otros tantos automatismos. Nos enteramos de que la represión, que, aunque originariamente adecuada a fines, desemboca en una renuncia dañina a la inhibición y al gobierno del alma, se consuma con facilidad mucho mayor en recuerdos que en percepciones, porque en los primeros necesariamente falta el aumento de investidura que es consecuencia de la excitación de los órganos sensoriales psíquicos. Si por una parte un pensamiento del que hay que defenderse no deviene conciente porque fue sometido a la represión, en otros casos puede ser reprimido sólo por el hecho de que en virtud de otras razones fue sustraído de la percepción-conciencia. De estas indicaciones se sirve la terapia para remover represiones consumadas. Dentro de una concatenación teleológica, nada prueba mejor el valor de la sobreinvestidura producida por la influencia reguladora del órgano sensorial Cc sobre la cantidad móvil que la creación de una nueva serie de cualidades y, con ella, de una regulación nueva, que constituye el privilegio del ser humano frente a los animales. En efecto, los procesos de pensamiento carecen de cualidad, salvo las excitaciones de placer y displacer que los acompañan, que deben mantenerse refrenadas como perturbación posible del pensar. Para prestarles una cualidad son asociados, en el ser humano, con recuerdos de palabra, cuyos restos de cualidad bastan para atraer sobre sí la atención de la conciencia y para volcar sobre el pensar, desde esta, una nueva investidura móvil. La multiplicidad de los problemas que suscita la conciencia no puede abarcarse sino descomponiendo los procesos de pensamiento de la histeria. Se tiene entonces la impresión de que también el paso del preconciente a la investidura conciente se conecta con una censura parecida a la situada entre Icc y Prcc. (ver nota)(317) También esta censura sólo entra en funciones por encima de cierto límite cuantitativo, de suerte que se le escapan pensamientos de poca intensidad. Todos los casos posibles de apartamiento de la conciencia, así como de irrupción en ella bajo ciertas restricciones, se hallan reunidos en el marco de los fenómenos psiconeuróticos; todos ellos apuntan a la íntima y bilateral concatenación entre censura y conciencia. Quiero cerrar estas elucidaciones psicológicas comunicando dos de esos casos. El año pasado fui llamado a consulta, y me vi frente a una muchacha que lucía inteligente y desprejuiciada. Su compostura es extraña; la mujer suele cuidar de sus vestidos hasta la última arruga, mientras que ella lleva una media colgando y dos botones de la blusa desprendidos. Se queja de dolores en una pierna y sin que se lo pidan descubre una pantorrilla. Pero :su principal queja es esta, textualmente: tiene una sensación en el cuerpo como si hubiera algo metido ahí que se mueve para acá y para allá y la hace estremecerse toda. Muchas veces eso le pone tieso todo el cuerpo. Mí colega, allí presente, me mira entonces; no halla dificultad alguna en comprender el significado de su queja. A los dos nos parece asombroso que la madre de la enferma no lo advierta; ya repetidas veces tiene que haberse encontrado en la situación que su hija describe. La muchacha misma ni sospecha el alcance de sus dichos, pues de lo contrario no los hubiera pronunciado. Aquí se ha logrado cegar a la censura de tal suerte que una fantasía que en otro caso permanecería en el preconciente es admitida en la conciencia como algo inocente, bajo la máscara de una queja. Otro ejemplo: Inicio un tratamiento psicoanalítico con un muchacho de catorce años que sufre de un tic convulsif, vómitos histéricos, dolores de cabeza, etc., y le aseguro que cerrando los ojos verá imágenes o tendrá ocurrencias que él debe comunicarme. Responde en imágenes. Revive visualmente en su recuerdo la última impresión que tuvo antes de acudir a mi consultorio. Había jugado a las damas con su tío y ahora ve el tablero frente a sí. Considera diversas posiciones favorables o desfavorables, movidas que no están permitidas. Después ve sobre el tablero una navaja, objeto que su padre posee pero que su fantasía sitúa en el tablero. Luego hay puesta una hoz sobre el tablero, más adelante se agrega una guadaña, y ahora viene la imagen de un viejo campesino que corta con la guadaña el pasto que crece frente a la casa, frente al hogar distante. Pasados unos días pude comprender esta sucesión de imágenes. Relaciones familiares desdichadas han irritado al muchacho. Un padre duro, de mal genio, que vivía en querella con la madre y cuyo recurso pedagógico eran las amenazas; la separación del padre respecto de esa madre blanda y tierna; el nuevo matrimonio de él, quien un día trajo a la casa a una mujer joven presentándola como la nueva mamá. A poco de ello estalló la enfermedad de este muchacho de catorce años. Es la sofocada furia contra el padre la que compuso aquellas imágenes en alusiones inteligibles. Una reminiscencia de la mitología proporcionó el material. La hoz es aquella con que Zeus castró al padre; la guadaña y la imagen del campesino pintan a Cronos, el viejo violento que devoraba a sus hijos y del que Zeus se vengó de manera tan poco filial. El casamiento del padre era una ocasión para devolverle los reproches y amenazas que el niño antes tuvo que oír de él por jugar con sus genitales (el juego de damas, los movimientos prohibidos, la navaja con la que se puede matar). Aquí son recuerdos largo tiempo reprimidos y sus retoños que han permanecido inconcientes los que se 81 cuelan en la conciencia como imágenes sin sentido aparente por el rodeo que se les ha abierto. Yo buscaría, por eso, el valor teórico del estudio del sueño en las contribuciones que puede hacer al conocimiento psicológico y en la preparación que puede darnos para comprender las psiconeurosis. ¿Quién es capaz de vislumbrar la altura a que puede elevarse todavía un conocimiento a fondo de la construcción y de las operaciones del aparato anímico, si ya el estado actual de nuestro saber permite una feliz corrección terapéutica de las formas de psiconeurosis en sí curables? ¿Cuál es el valor práctico de ese estudio, se me dirá, para el conocimiento del alma, el descubrimiento de las propiedades ocultas del carácter de los individuos? ¿Acaso las mociones inconcientes que el sueño pone de manifiesto no poseen el valor de reales poderes dentro de la vida anímica? ¿Y es de tenerse en poco el significado ético de los deseos sofocados, que, así como crean sueños, pueden engendrar mañana otra cosa? No me siento autorizado para responder a estas preguntas. Mis pensamientos no han perseguido este aspecto de los problemas del sueño. Opino, simplemente, que se equivocaba el emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos porque este había soñado que le daba muerte. Primero habría debido preocuparse por buscar el significado de este sueño; muy probablemente, no era el que parecía. Y aun si un sueño de texto diferente tuviera ese significado {esa intencionalidad} de lesa majestad, cabría atender todavía al dicho de Platón, a saber, que el virtuoso se contenta con soñar lo que el malvado hace realmente. Opino, pues, que lo mejor es dejar en libertad a los sueños. Yo no sé si a los deseos inconcientes hay que reconocerles realidad; a todos los pensamientos intermedios y de transición, desde luego, hay que negársela. Y si ya estamos frente a los deseos inconcientes en su expresión última y más verdadera, es preciso aclarar que la realidad psíquicaes una forma particular de existencia que no debe confundirse con la realidad material(318). No parece entonces justificado que los hombres se muestren renuentes a tomar sobre sí la responsabilidad por el carácter inmoral de sus sueños. La apreciación del modo de funcionamiento del aparato anímico y la intelección del vínculo entre conciente e inconciente disipa, las más de las veces, lo que nos choca, en el aspecto ético, de nuestra vida onírica y de la fantasía. «Eso que el sueño nos ha hecho notorio en materia de relaciones con el presente (realidad) queremos después rebuscarlo también en la conciencia, y no tenemos derecho a asombrarnos si lo enorme que vimos bajo la lente de aumento del análisis lo reencontramos después como un infusorio microscópico» (H. Sachs [1912, pág. 569]). Para la necesidad práctica de juzgar el carácter del hombre, casi siempre bastan las obras y el credo expresado concientemente. Las obras, sobre todo, merecen ser situadas en la primera línea, pues muchos impulsos que han irrumpido hasta la conciencia son cancelados aún por poderes reales de la vida anímica antes de desembocar en las obras; e incluso muchas veces no tropiezan en su camino con ningún obstáculo psíquico porque el inconciente está seguro de que serán detenidos en otro lugar. Y en todo caso será instructivo tomar conocimiento del tan hozado suelo sobre el que se levantan, orgullosas, nuestras virtudes. La complicación de un carácter humano, dinámicamente movida en todas las direcciones, rarísima vez admite despacharse con una simple alternativa, como querría nuestra añeja doctrina moral. (ver nota)(319) ¿Y el valor del sueño para el conocimiento del futuro? Ni pensar en ello, naturalmente. (ver nota)(320) Podríamos remplazarlo por esto otro: para el conocimiento del pasado. Pues del pasado brota el sueño en todo sentido. Aunque tampoco la vieja creencia de que el sueño nos enseña el futuro deja de tener algún contenido de verdad. En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido; nos traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible. Apéndice A. Una premonición onírica cumplida. (ver nota)(321) La señora B., persona inteligente y aun provista de sentido crítico, cuenta a raíz de otra cosa, y en un contexto en modo alguno tendencioso, que una vez, hace muchos años, soñó que se encontraba con su viejo médico de cabecera y amigo, el doctor K., en la Kärntnerstrasse(322), frente a la tienda de Hiess. A media mañana del día siguiente iba ella por esa calle y se encontró realmente con la persona nombrada, en el lugar donde lo tenía soñado. Hasta ahí el argumento. Hago notar que este asombroso encuentro no reveló su significación por ningún acontecimiento subsiguiente, vale decir, no se justifica por lo venidero. Del examen hecho con miras al análisis resultó que ella no podía probar inequívocamente que hubiera recordado ese sueño por la mañana, tras la noche del sueño, antes de aquel paseo. Una prueba de esa índole habría sido poner el sueño por escrito o comunicarlo con anterioridad a su cumplimiento. La dama, más bien, hubo de convenir sin reparos en la siguiente descripción del estado de cosas, que me parece el más probable: Un día a medía mañana fue de paseo por la Kárntnerstrasse, y frente a la tienda de Hiess se encontró con su viejo médico de cabecera. Cuando lo vio, le entró la convicción de que la noche última había soñado justamente con ese encuentro en ese mismo lugar. De acuerdo con la regla aplicable a la interpretación de síntomas neuróticos, ese convencimiento tiene que tener sus razones. Su contenido admite una reinterpretación. El pasado de la señora B. contiene la siguiente historia, en la que está implicado el doctor K. De joven, y sin su plena aquiescencia, la casaron con un hombre mayor, pero acaudalado; pocos años después, él perdió su fortuna, enfermó de tuberculosis y murió. La joven señora se 82 No es este el lugar para tratar por extenso las premisas en que ese experimento se basa, ni las conclusiones que pueden inferirse de su habitual buen éxito. Baste entonces con este enunciado: a raíz de cualquier idea enfermiza alcanzamos un material suficiente para su solución si dirigimos nuestra atención, precisamente, a las asociaciones «involuntarias» que «perturban nuestra reflexión» y que por lo común la crítica eliminaría como desechos sin valor. Cuando uno practica sobre sí mismo este procedimiento, el mejor modo de procurarse un apoyo para la indagación es poner enseguida por escrito las ocurrencias, incomprensibles al principio, que a uno le vienen. Ahora quiero mostrar adónde llego si aplico este método de indagación al sueño. Para ello serviría de igual manera cualquier ejemplo de sueño; no obstante, por ciertos motivos escojo un sueño propio que en el recuerdo se me aparece falto de nitidez y de sentido, y que es recomendable por su brevedad. Quizá precisamente el sueño de la noche pasada satisfaría esos requisitos. Su contenido, fijado inmediatamente después del despertar, rezaba de la siguiente manera: Una reunión de personas, banquete o «table d'ôhte(325)» ... Se come espinaca ... La señora E. L. está sentada a mi lado, se me consagra por entero y pone confianzudamente su mano en mi rodilla. Yo le aparto la mano poniéndome a la defensiva. Ella dice entonces: «Pero ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos ... ». Yo veo entonces de manera no nítida algo como dos ojos a guisa de dibujo o como el contorno de unas galas ... Este es el sueño íntegro, o al menos todo lo que yo recuerdo de él Me parece oscuro y sin sentido, pero sobre todo extraño. La señora E. L. es una persona con quien apenas alguna vez cultivé relaciones de amistad, y que yo sepa nunca la he deseado más entrañablemente. Hace mucho tiempo que no la veo, y no creo que en los últimos días se hubiese hablado de ella. Ninguna clase de afectos acompañaron al proceso onírico. El reflexionar sobre este sueño no lo acerca a mi comprensión. Pero ahora anotaré sin propósito deliberado y sin crítica las ocurrencias que la observación de mí mismo me brinden. De inmediato caigo en la cuenta de que para ello es conveniente descomponer al sueño en sus elementos y pesquisar para cada uno de estos fragmentos las ocurrencias que se les anuden. Reunión de personas, banquete o «table d'hôte». A esto se anuda enseguida el recuerdo de una vivencia nimia que puso término a la velada de ayer. Yo partía de una pequeña reunión acompañado por un amigo que se ofreció a tomar un coche y llevarme a casa. «Prefiero un coche con taxímetro -dijo-; eso lo ocupa a uno tan agradablemente, uno siempre tiene algo a lo cual mirar». Cuando hubimos tomado asiento en el coche y el cochero acomodó el disco de suerte que pudieron verse los primeros sesenta céntimos, yo continué la broma: «Apenas hemos subido y ya le debemos sesenta céntimos. El coche con taxímetro me recuerda siempre a la table d'hôte. Me pone mezquino y egoísta, sin cesar me recuerda mi deuda. Se me antoja que esta crece demasiado rápido, y yo temo salir chasqueado, justo como en la table d'hôte no puedo defenderme de una cómica aprensión, la de que me dan demasiado poco, que tendría que afanarme por sacar provecho». En un contexto más alejado a lo dicho, yo cito: «Ihr führt ins Leben uns hinein, Ihr lasst den Armen schuldig werden». (ver nota)(326) Una segunda ocurrencia sobre la table d'hôte: Unas semanas antes, en la mesa de restaurante de un paraje de las montañas del Tirol, me fastidié muchísimo con mi querida esposa porque ella no fue bastante reservada respecto de unos vecinos con quienes yo no quería trabar relación en absoluto. (ver nota)(327) Le rogué que se ocupara más de mí que del extraño. Por cierto, es como si yo en la «table d'hôte» hubiera salido chasqueado. Ahora se me ocurre la oposición entre el comportamiento de mi esposa en aquella mesa y el de la señora E. L. en el sueño, que se me consagra por entero. Y más: ahora reparo en que el proceso onírico es la reproducción de una pequeña escena, semejante punto por punto, que tuvo lugar entre mi esposa y yo en la época en que yo la pretendía secretamente. La caricia bajo el mantel fue la respuesta a una carta mía de serio requerimiento. En el sueño, empero, mi esposa está sustituida por la extraña E. L. ¡La señora E. L. es la hija de un hombre a quien yo he debido dinero! No puedo menos que reparar en que ahí se descubre un insospechado nexo entre los fragmentos del contenido del sueño y mis ocurrencias. Si avanzo por la cadena de asociaciones que parte de un elemento del contenido del sueño, pronto me veo reconducido a otro elemento de él. Mis ocurrencias sobre el sueño establecen conexiones que en el sueño mismo no son visibles. Cuando alguien espera que otro se afane por procurarle provecho sin extraer de ello un provecho propio, ¿acaso no suele preguntársele irónicamente a ese cándido: «Cree usted que esto o aquello le será dado por sus lindos ojos»? Hete aquí, entonces, que el dicho de la señora E. L. en el sueño, «Es que ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos», no significa sino esto: «A usted la gente siempre le ha dado todo por amor; usted lo ha tenido todo gratis». Lo contrario es, desde luego, lo cierto: Todo lo más o menos bueno que otros me concedieron, yo lo he pagado caro. Por eso, buena impresión tiene que haberme causado el que ayer yo tuviera gratis el coche en que mi amigo me llevó a casa. Además, el amigo en cuya casa fuimos ayer los huéspedes me ha hecho muchas veces su deudor. No hace mucho dejé pasar, sin aprovecharla, una oportunidad de retribuirle. De mí tiene un único obsequio, un plato antiguo sobre el que se han pintado por doquier unos ojos; es uno de los llamados occhiale para defenderse del malocchio. Además, él es médico oculista. En esa misma velada le pregunté por una paciente que le había enviado para que le recetase gafas. Según observo, casi todos los fragmentos del contenido del sueño se han acomodado dentro de la nueva trama. No obstante, para ser consecuente podría preguntar todavía: ¿Por qué en el sueño se come justamente espinaca? Porque espinaca me recuerda una pequeña escena que ocurrió hace poco en nuestra mesa familiar cuando uno de mis hijos -precisamente aquel de quien con derecho pueden alabarse los lindos ojos- se negó a comer espinaca. Yo mismo, de niño, hacía lo propio; la espinaca fue para mí, durante largo tiempo, un horror, hasta que más tarde mi gusto cambió y esta legumbre se alzó a la condición de plato predilecto. La mención de este plato establece, pues, un acercamiento entre mi juventud y la de mí hijo. «Date por contento de tener espinaca», reconvino la madre al pequeño gourmet. «Hay niños que se darían por bien satisfechos con espinaca». Así me son recordados los deberes de los padres hacia sus hijos. Las palabras de Goethe: 85 «Ihr führt ins Leben uns hineín, Ihr lasst den Armen schuldig werden» cobran en este contexto un nuevo sentido. (Ver nota)(328) Haré un alto aquí para echar una ojeada panorámica sobre los resultados obtenidos en el análisis del sueño. Siguiendo las asociaciones que se anudaron a los elementos singulares del sueño, desprendidos de su trama, he llegado a una serie de pensamientos y de recuerdos en que me vi forzado a reconocer importantes exteriorizaciones de mi vida anímica. Este material, hallado mediante el análisis del sueño, está en relación estrecha con su contenido; no obstante, esa relación es de tal índole que lo nuevo que hallé nunca habría podido discernirlo a partir del contenido del sueño. Este era falto de afectos, inconexo e incomprensible; en cambio, mientras yo iba desenvolviendo los pensamientos que había tras el sueño, sentí mociones afectivas intensas y bien fundadas; los pensamientos mismos se compaginan destacadamente en cadenas de conexión lógica en las que ciertas representaciones aparecen repetidas veces como centrales. Así, los opues tos interés-desinterés, los elementos ser deudor y tener gratis, son representaciones centrales de este tipo, no subrogadas como tales en el sueño. Dentro del tejido que el análisis descubrió, yo podría estirar más los hilos y mostrar entonces que ellos convergen a un único punto nodal; pero miramientos de naturaleza no científica, sino privada, me impiden exhibir en público este trabajo. Tendría que dejar traslucir demasiadas cosas que mejor me guardo en secreto, pues se me pusieron en claro, por el camino hacia esta solución, toda suerte de cuestiones que de mal grado me confieso a mí mismo. Ahora bien, ¿por qué no escogí de preferencia otro sueño cuyo análisis se prestase mejor a ser comunicado, y así despertara mayor convencimiento sobre el sentido y la trama del material descubierto por análisis? He aquí la respuesta: porque todo sueño del que quisiera ocuparme me llevaría a esas mismas cosas de difícil comunicación y me pondría en idéntico caso de forzarme a guardar discreción. Y tampoco evitaría esta dificultad trayendo para el análisis el sueño de otro, a menos que las circunstancias permitiesen, sin perjuicio para quien se ha confiado a mí, dejar caer todos los velos. La concepción que ahora se me impone desemboca en esto: el sueño es una suerte de sustituto de aquellas ilaciones de pensamiento rebosantes de afecto y ricas de sentido que yo he alcanzado tras un análisis completo. Todavía no conozco el proceso que de estos pensamientos ha hecho nacer al sueño, pero bien veo que es equivocado tildarlo como un proceso puramente corporal, falto de significado psíquico, que nacería por la actividad aislada de grupos singulares de células del cerebro despertadas del dormir. Dos cosas he de apuntar todavía: que el contenido del sueño es mucho más breve que los pensamientos de los cuales lo considero el sustituto, y que el análisis ha revelado que el suscitador del sueño fue un acontecimiento nimio de la velada anterior al soñar. Desde luego, no extraeré una conclusión de tan vasto alcance teniendo ante mí un único análisis de sueño. Pero si la experiencia me ha mostrado que, persiguiendo las asociaciones con abandono de toda crítica, desde cualquier sueño puedo llegar a una cadena tal de pensamientos, entre cuyos elementos retornan los ingredientes del sueño, y que están interconectados de manera correcta y plena de sentido, debería resignarse sin dilación la mínima sospecha de que las tramas observadas la primera vez pudieran ser fruto del azar. Me juzgo autorizado, entonces, a fijar la nueva intelección mediante un nombre. Al sueño, tal como se me aparece en el recuerdo, lo contrapongo al material correspondiente hallado por análisis; llamo al primero contenido manifiesto del sueño, y al segundo -para empezar, sin más distingos-, contenido latente del sueño. Me encuentro entonces frente a dos nuevos problemas, no formulados hasta ahora: 1) ¿Cuál es el proceso psíquico que ha trasportado el contenido latente del sueño a su contenido manifiesto, que me es conocido por el recuerdo?, y 2) ¿Cuál es el motivo o los motivos que han requerido esa trasposición? Al proceso de mudanza del contenido latente del sueño en su contenido manifiesto lo llamaré trabajo del sueño. Al correspondiente de ese trabajo, que realiza la trasmudación opuesta, lo conozco ya como trabajo de análisis. En cuanto a los otros problemas relativos al sueño, los interrogantes por sus suscitadores, por el origen del material onírico, por el eventual sentido del sueño y la función del soñar, y por las razones que provocan el olvido del sueño, no los elucidaré en el contenido manifiesto del sueño sino en este nuevo que hemos adquirido, el latente. Puesto que yo atribuyo a la ignorancia del contenido latente del sueño, que sólo puede revelarse mediante análisis, todas las indicaciones contradictorias y todas las equivocaciones que sobre la vida onírica hallamos en la bibliografía, en lo que sigue pondré el máximo cuidado para no confundir el sueño manifiesto con los pensamientos oníricos latentes. III La mudanza de los pensamientos oníricos latentes en el contenido manifiesto del sueño merece nuestra atención plena como el primer ejemplo llegado a nuestro conocimiento de trasposición de un material psíquico de una manera de expresión a otra, de una que nos resulta comprensible sin más a otra en cuya comprensión sólo podemos penetrar con guía y esfuerzo, aunque tiene que admitírsela, también a ella, como operación de nuestra actividad anímica. Atendiendo a las relaciones entre su contenido manifiesto y el latente, los sueños admiten ser clasificados en tres categorías. Podemos distinguir, en primer lugar, los sueños que poseen pleno sentido y son al mismo tiempo comprensibles, vale decir, se dejan insertar sin mayor objeción dentro de nuestra vida anímica. De esos sueños hay muchos; las más de las veces son breves y en general nos parecen poco dignos de nota, pues les falta todo lo que mueva a asombro o a extrañeza. Su ocurrencia es, además, un fuerte argumento en contra de la doctrina que atribuye el origen del sueño a una actividad aislada de unos grupos singulares de células del cerebro; faltan en esos sueños todos los rasgos de una actividad psíquica disminuida o fragmentada y, no obstante, no se da el caso de que les objetemos su carácter de sueños ni los confundamos con los productos de la vigilia. Forman un segundo grupo aquellos sueños que son, por cierto, coherentes en sí mismos y poseen un sentido claro, pero producen un efecto extraño, porque no sabemos colocar este sentido dentro de nuestra vida anímica. Tal es el caso si soñamos, por ejemplo, que un pariente amado ha muerto de peste, cuando en 86 verdad no tenemos razón alguna para una expectativa, una preocupación o una conjetura así, y nos preguntamos maravillados: ¿Cómo he dado con esta idea? Al tercer grupo, por último, pertenecen aquellos sueños a los que ya les falta sentido y comprensibilidad, que parecen incoherentes, confusos y disparatados. La abrumadora mayoría de los productos de nuestro soñar exhiben estos caracteres, que han dado pie al menosprecio por los sueños y a la teoría médica que los considera el producto de la actividad anímica restringida. Sobre todo en las composiciones oníricas más largas y complicadas, rara vez están ausentes las notas más evidentes de la incoherencia. La oposición entre contenido latente y contenido manifiesto sólo tiene importancia, desde luego, para los sueños de la segunda categoría y, con mayor propiedad todavía, para los de la tercera. Aquí se presentan los enigmas que únicamente se desvanecen cuando se ha sustituido el sueño manifiesto por el contenido de pensamientos latentes, y en un ejemplo de esta clase, en un sueño confuso e incomprensible, ejercitamos también el análisis que precedió. Ahora bien, muy a pesar nuestro, tropezamos con motivos que nos movieron a defendernos, a no tomar un conocimiento cabal de los pensamientos oníricos latentes, y por la repetición de idénticas experiencias estaríamos autorizados a formular la conjetura de que entre el carácter incomprensible y confuso del sueño y las dificultades que ofrece la comunicación de los pensamientos oníricos media un nexo íntimo y ajustado a ley. Antes de que exploremos la naturaleza de ese nexo, convendrá dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, los que se comprenden con facilidad, en los cuales contenido manifiesto y latente coinciden, y por ende el trabajo del sueño parece no haber intervenido. La indagación de estos sueños es recomendable también desde otro punto de vista. En efecto, los sueños de los niños son de tal índole -plenos de sentido y no extraños- que, digámoslo de pasada, aportan una nueva refutación al intento de reconducir el sueño a una actividad cerebral disociada mientras se está dormido, pues, ¿por qué ese rebajamiento de las funciones psíquicas se contaría entre los caracteres del estado del dormir en el adulto, mas no en el niño? Ahora bien, nos es lícito, con pleno derecho, confiar en que el esclarecimiento de procesos psíquicos en el niño, donde quizás estén simplificados a lo esencial, demostrará ser un indispensable trabajo preparatorio para la indagación de la psicología del adulto. Por tanto, comunicaré algunos ejemplos de sueños que he recopilado de niños. Una niña de diecinueve meses debió guardar ayuno todo un día porque había vomitado por la mañana y, según lo dicho por la niñera, se había indigestado con fresas. La noche que siguió a ese día de hambre se la oyó decir en sueños su nombre y agregar: «Er(d)beer, Hochbeer, Eier(s)peis, Papp». (ver nota)(329) Sueña, entonces, que come, y de su menú destaca precisamente aquello que en los días inmediatos, según supone, le será mezquinado. De parecida manera sueña c on un goce frustrado un varoncito de veintidós meses que, el día antes, se había visto forzado a ofrendar a su tío una cesta rebosante de frescas cerezas, de las que, desde luego, le dejaron probar sólo algunas. Despierta con esta gozosa comunicación: «He(r)mann alle Kirschen aufgessen!(330)». Una niñita de tres años y tres meses había dado durante el día un paseo por el lago que seguramente le pareció corto, pues se echó a llorar cuando debió desembarcar. A la mañana siguiente contó que durante la noche había viajado por el lago; prosiguió, pues, el interrumpido paseo. - Un varón de cinco años y tres meses pareció quedar poco satisfecho de una excursión por la comarca del Dachstein(331); quería :saber, cada vez que se divisaba un nuevo monte, si ese era el Dachstein, y después se negó a sumarse a una caminata hasta una caída de agua. Su comportamiento se atribuyó a fatiga, pero se explicó mejor cuando, a la mañana siguiente, contó su sueño: Había escalado el Dachstein. Es evidente, había esperado que el escalamiento del Dachstein sería la meta de la excursión y se contrarió al no ver el anhelado monte. En el sueño recuperó lo que el día no quiso brindarle. - Idénticamente procedió el sueño de una niña de seis años(332) cuyo padre, por lo avanzado de la hora, hubo de interrumpir un paseo antes de alcanzada la meta. De regreso le saltó a la vista un cartel indicador que nombraba otro lugar de excursión, y el padre le había prometido que otro día la llevaría también ahí. A la mañana siguiente recibió a su padre con la comunicación de que por la noche soñó que el padre había estado con ella en un lugar y también en el otro. Lo común a estos sueños infantiles salta a la vista. Cumplen cabalmente deseos que se avivaron durante el día y quedaron incumplidos. Son simples, y no disfrazados, cumplimientos de deseo. No otra cosa que un cumplimiento de deseo es, asimismo, el siguiente sueño infantil, a primera vista no del todo comprensible. Una niña que todavía no tenía cuatro años fue llevada desde el campo a la ciudad a causa de una afección poliomielítica y pernoctó en casa de una tía sin hijos, en una cama grande -en extremo grande, desde luego, para ella-. A la mañana siguiente informó que había soñado que la cama le quedaba tan chica que no cabía en ella. La solución de este sueño como sueño de deseo se obtiene con facilidad si se recuerda que «ser grande» es un deseo, a menudo también expreso, de los niños. El grandor de la cama le hacía presente a la agrandada niña su pequeñez, remarcándosela en demasía; por eso corrigió en el sueño esa proporción que le disgustaba, y se hizo tan grande que aun esa gran cama le quedaba demasiado chica. Por más que el contenido de los sueños infantiles se complique y sutilice, es en todos los casos evidente que ha de concebírselos como cumplimientos de deseo. Un muchacho de ocho años soñó que viajaba con Aquiles en el carro de guerra, y Diomedes era el auriga. Pudo demostrarse que días antes se había absorbido en la lectura de unas sagas de héroes griegos; fácil es comprobar que tomó a esos héroes por modelo y lamentaba no vivir en aquella época. (ver nota)(333) De esta pequeña recopilación resalta, de inmediato, un segundo carácter de los sueños infantiles: su nexo con la vida diurna. Los deseos que en ellos se cumplen quedaron pendientes del día, por regla general de la víspera, y en el pensamiento de vigilia estuvieron provistos de una intensa tonalidad de sentimiento. Lo inesencial e indiferente, o lo que al niño tiene que parecerle tal, no ha hallado acogida ninguna en el contenido del sueño. También en adultos pueden recopilarse numerosos ejemplos de tales sueños de tipo infantil, que, empero, como dijimos, las más de las veces son de sucinto contenido. Una serie de personas responden regularmente al estímulo nocturno de sed con el sueño de que beben, que así aspira a quitar del medio el estímulo y a proseguir el dormir. En muchos hombres hallamos tales sueños de comodidad a menudo antes del despertar, cuando se ven requeridos a levantarse. Sueñan entonces que ya están levantados, frente al lavabo, 0 ya se encuentran en la escuela, en la oficina, etc., dondequiera que deban estar a una hora fija. La noche anterior a un viaje proyectado no rara vez se sueña que se ha llegado al lugar de destino; antes de una representación teatral, de una reunión social, no pocas veces el sueño anticipa -impaciente, por 87 ahora acerca de algún motivo que habría forzado a semejante compresión del contenido. V En el caso de los sueños complicados y confusos, de los que ahora pasamos a ocuparnos, la impresión de desemejanza entre contenido del sueño y pensamientos oníricos no se deja reconducir por completo a condensación y dramatización. Se nos ofrecen testimonios de la operación de un tercer factor, merecedores de que se los recopile con cuidado. En primer lugar, noto, cuando por el análisis he llegado al conocimiento de los pensamientos oníricos, que el contenido manifiesto del sueño maneja un material totalmente diverso del manejado por los pensamientos latentes. Por cierto, esta es sólo una apariencia que se disipa con una indagación más precisa, pues al final reencuentro a todo el contenido del sueño declarado en los pensamientos oníricos, y a casi todos estos, subrogados por aquel. No obstante, algo de esa diferencia persiste. Lo que en el sueño debía tildarse decidida y claramente de contenido esencial tiene que contentarse, tras el análisis, con un papel en extremo subordinado entre los pensamientos oníricos; y en cuanto a aquello que, después de que lo declararon mis sentimientos, tiene entre los pensamientos oníricos el derecho a la máxima atención, o bien nada de su material de representaciones se encuentra en el contenido del sueño, o bien está subrogado por una alusión remota en una región no nítida del sueño. Puedo describir así este hecho: Durante el trabajo del sueño la intensidad psíquica se traspasa, de unos pensamientos y representaciones a los que justificadamente les corresponde, a otros que, a mi juicio, no tienen derecho alguno a ser destacados así. Ningún otro proceso contribuye tanto a esconder el sentido del sueño y a volverme irreconocible la trabazón entre contenido del sueño y pensamientos oníricos. En este proceso, que llamo desplazamiento onírico, veo también trasponerse la intensidad, importancia o afectividad psíquicas de los pensamientos en cuanto a su vivacidad sensorial. Lo más nítido en el contenido del sueño me parece sin duda lo más importante; pero [por el desplazamiento ocurrido] en un elemento no nítido del sueño a menudo puedo reconocer el retoño más directo del pensamiento onírico esencial. Lo que he llamado «desplazamiento onírico» pude designarlo también subversión de las valencias psíquicas. (ver nota)(340) Pero no habré apreciado el fenómeno de manera exhaustiva si no agrego que este trabajo de desplazamiento o de subversión participa muy variablemente en los diversos sueños. Los hay que se han producido casi sin desplazamiento. Estos son al mismo tiempo los plenos de sentido y comprensibles, según tomamos conocimiento de ello, por ejemplo, en los sueños de deseo no disfrazados. En otros sueños, ni un fragmento siquiera de los pensamientos oníricos ha conservado el valor psíquico que le es propio, o bien todo lo esencial de los pensamientos oníricos aparece sustituido por algo accesorio; entre esos dos extremos puede reconocerse la serie más completa de transiciones. Cuanto más oscuro y confuso es un sueño, tanto mayor es la parte que lícitamente puede adscribirse, en su formación, al factor del desplazamiento. El ejemplo que escogimos para analizar exhibe por lo menos un grado de desplazamiento tal que su contenido aparece centrado diversamente que los pensamientos oníricos. Esfuerza hasta el primer plano del contenido del sueño una situación en la que una mujer parecería hacerme unos avances(341); en los pensamientos oníricos, el centro de gravedad descansa en el deseo de gozar alguna vez de un amor desinteresado, que «nada cuesta», y esta idea se esconde tras el giro idiomático de los lindos ojos y tras la remota alusión a «espinaca». Si por el análisis deshacemos el desplazamiento onírico, alcanzamos plena certeza sobre dos problemas del sueño, muy discutidos: el de los excitadores del sueño y el del vínculo de este con la vida de vigilia. Hay sueños que dejan traslucir directamente su anudamiento a las vivencias del día; en otros no se descubre huella alguna de un vínculo tal. Sí después se demanda el auxilio del análisis, puede mostrarse que todo sueño, sin excepción posible, se anuda a una impresión de los últimos días -probablemente sea más correcto decir: del día anterior al sueño (el día del sueño)-. La impresión sobre la que recae el papel de excitador del sueño puede ser tan importante que el ocuparnos de ella en la vigilia no nos mueva a asombro, y en este caso decimos del sueño, con derecho, que prosigue los intereses importantes de la vida de vigilia. Pero toda vez que en el contenido del sueño aparece un vínculo con una impresión diurna, lo común es que esta sea tan ínfima, tan irrelevante y merecedora de olvido, que nosotros mismos no podemos sin algún trabajo recobrar el recuerdo de ella. El contenido del sueño parece entonces, aun donde es coherente y comprensible, ocuparse de las fruslerías más indiferentes, que si estuviéramos despiertos serían indignas de nuestro interés. Buena parte del menosprecio en que se tiene al sueño deriva de esta preferencia suya por lo indiferente y por introducir unas naderías en su contenido. El análisis destruye la apariencia en que se funda ese juicio menospreciador. Donde el contenido del sueño pone en primer plano, como excitadora, una impresión indiferente, ahí el análisis pesquisa por lo general la vivencia importante, la que emociona con derecho, que se sustituye por la indiferente, con la cual ha entrado en vastas conexiones asociativas. Donde el contenido del sueño trata un material de representaciones falto de importancia y de interés, ahí el análisis descubre las numerosas vías de conexión por cuyo intermedio eso sin valor se entrama con lo más valioso en la estimación psíquica del individuo. Que en lugar de la impresión justificadamente excitadora se recoja en el contenido del sueño la indiferente, y en vez del material que con derecho interesa llegue a él uno desdeñable, no son sino obras del trabajo de desplazamiento. Si atendiendo a las intelecciones ganadas a raíz de la sustitución del contenido manifiesto del sueño por su contenido latente se busca dar respuesta a las preguntas acerca de los excitadores del sueño y de lo que entrama al soñar con los afanes cotidiano!, es preciso decir: El sueño jamás se ocupa de cosas que tampoco durante el día serían dignas de ocuparnos, y pequeñeces que de día no nos acosan tampoco tienen poder para perseguirnos cuando dormimos. ¿Cuál es el excitador del sueño en el ejemplo que hemos escogido? La vivencia, en verdad trivial, de que un amigo me procuró un viaje en coche gratis. La situación de la table d'hôte en el sueño contiene una alusión a esta ocasión indiferente, pues durante el diálogo yo había parangonado al coche de taxímetro con la table d'hóte. Pero también puedo indicar la vivencia importante que se deja subrogar por esta, mezquina. Pocos días antes había hecho yo un fuerte desembolso en beneficio de una persona de mi familia que me es querida. «Vaya maravilla», se dice en los pensamientos oníricos, «que esta persona haya de estarme agradecida por eso; ese amor no sería "gratis"». Ahora bien, un amor gratis se sitúa en el primer plano entre los 90 pensamientos oníricos. Que no hace mucho tiempo yo hice varios viajes en coche con el pariente en cuestión habilita a este otro viaje en coche con mi amigo para hacerme acordar de los vínculos con aquella otra persona. La impresión indiferente que por esos enlaces se convierte en el excitador del sueño está sometida todavía a una condición que no rige para la fuente real del sueño: en todos los casos tiene que ser una impresión reciente, que provenga del día del sueño. No puedo abandonar el tema del desplazamiento onírico sin traer a colación un extraordinario proceso que ocurre en la formación del sueño, y a cuyo efecto cooperan condensación y desplazamiento. Ya a raíz de la condensación hemos tomado conocimiento de este caso: dos representaciones incluidas en los pensamientos oníricos, que poseen algo común, un punto de contacto, son sustituidas en el contenido del sueño por una representación mixta en la que un núcleo más nítido corresponde a lo común, y unas determinaciones colaterales no nítidas, a las particularidades de ambas. Si a esta condensación se suma un desplazamiento, no se arriba a la formación de una representación mixta, sino de algo común intermedio, que se relaciona con los elementos singulares parecidamente a como lo hace, en el paralelogramo de fuerzas, la resultante respecto de sus componentes. Dentro del contenido de uno de mis sueños, por ejemplo, se habla de una inyección con propilo. En el análisis alcanzo al principio sólo una vivencia indiferente, eficaz como excitador del sueño, en la que «amilo» desempeña un papel. Pero todavía no puedo justificar la permutación de amilo por propilo. Ahora bien, al círculo de pensamientos de este mismo sueño pertenece también el recuerdo de una visita a Munich, donde los propileos(342) me llamaron la atención. Las circunstancias inmediatas del análisis inducen a conjeturar que fue la influencia de este segundo círculo de representaciones sobre el primero la responsable del desplazamiento desde amilo hasta propilo. Propilo es, por así decir, una representación intermedia entre amilo y propileos, y por eso ha alcanzado el contenido del sueño a la manera de un compromiso, mediante una condensación y un desplazamiento simultáneos. (ver nota)(343) Más acuciantemente aún que en el caso de la condensación sale a relucir aquí, en el trabajo de desplazamiento, la necesidad de descubrirles un motivo a estos enigmáticos empeños del trabajo del sueño. VI Si ha de cargarse principalmente a la cuenta del trabajo de desplazamiento el que a veces no se reencuentren o no se reconozcan en el contenido del sueño los pensamientos oníricos -sin que lleguemos a colegir el motivo de semejante desfiguración-, hay otro modo de trasmudación, mitigado, que se emprende con los pensamientos oníricos y lleva a descubrir una operación nueva, pero fácilmente comprensible, del trabajo del sueño, a saber: los pensamientos oníricos más inmediatos que uno llega a desplegar por medio del análisis resultan con frecuencia llamativos por su insólita vestidura; no parecen vertidos en las sobrias formas idiomáticas de que nuestro pensamiento se sirve preferentemente, sino que están figurados más bien de una manera simbólica, mediante símiles y metáforas, cual sucede en el lenguaje de la poesía, pletórico de imágenes. No es difícil descubrir la motivación de ese grado de constreñimiento en la expresión de los pensamientos oníricos. El contenido [manifiesto] del sueño consiste las más de las veces en situaciones visuales; los pensamientos oníricos, por eso, tienen que soportar primero todo un acomodamiento que los haga aptos para ese modo de figuración. Imagínese, por ejemplo, la tarea que significaría sustituir las frases de un artículo editorial sobre un tema político, o de un alegato presentado a tribunales, mediante una serie de trazos figurales; con facilidad se comprenderán las alteraciones a que fuerza al trabajo del sueño el miramiento por la figurabilidad en el contenido del sueño. Entre el material psíquico de los pensamientos oníricos se encuentran, en general, recuerdos de vivencias impresionantes -no es raro que de la primera infancia-, que, por tanto, en sí mismas han sido aprehendidas como situaciones de contenido casi siempre visual. Toda vez que ello es posible, este ingrediente de los pensamientos oníricos ejerce un influjo determinante sobre la conformación del contenido del sueño, operando, por así decir, como un punto de cristalización, con efectos de atracción y distribución sobre el material de los pensamientos oníricos. La situación del sueño no es a menudo más que una repetición modificada, y complicada por intercalaciones, de una de esas vivencias impresionantes; en cambio, sólo muy rara vez brinda el sueño una reproducción fiel e incontaminada de escenas reales. Ahora bien, el contenido del sueño no consiste con exclusividad en situaciones sino que incluye también jirones desunidos de imágenes visuales, dichos y aun fragmentos de pensamientos inmodificados. Quizá sea interesante, por eso, que pasemos revista de la manera más sucinta a los medios de figuración de que dispone el trabajo del sueño para reproducir los pensamientos oníricos en el peculiar modo de expresión del sueño. Los pensamientos oníricos que llegamos a averiguar por medio del análisis se nos muestran como un complejo psíquico de una construcción enredada al máximo. Sus fragmentos mantienen entre sí las más diversas relaciones lógicas; forman primeros planos y trasfondo, condiciones, digresiones, elucidaciones, argumentaciones y objeciones. Por lo regular, junto a una ilación de pensamiento se sitúa su réplica contradictoria. A este material no le falta ninguno de los caracteres que nos son familiares por nuestro pensamiento despierto. Pero sí a toda costa ha de convertirse en un sueño, ese material psíquico es sometido a una compresión que lo condensa enormemente, a un desgarramiento interno y a un desplazamiento que, por así decir, crean superficies nuevas, y a una influencia selectiva ejercida por los ingredientes más idóneos para formar una situación. Si se atiende a la génesis de este material, un proceso así merece el nombre de «regresión». Los lazos lógicos que hasta ese momento unían al material psíquico se pierden ahora a raíz de su trasmudación en el contenido del sueño. El trabajo del sueño sólo recoge para elaborarlo el contenido concreto, digámoslo así, de los pensamientos oníricos. Queda para el trabajo del análisis establecer los nexos que el trabajo del sueño aniquiló. Los medios de expresión del sueño han de tildarse, pues, de mezquinos por comparación con los de nuestro lenguaje conceptual, a pesar de lo cual el sueño no necesita renunciar del todo a reproducir las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos; más bien logra con bastante frecuencia sustituirlos por caracteres formales de su propia ensambladura. 91 El sueño, en primer término, da razón del vínculo innegable entre todos los fragmentos de los pensamientos oníricos por el hecho de que unifica este material en una situación. Refleja un nexo lógico como aproximación en el tiempo y en el espacio, a semejanza del pintor qué reúne en el cuadro del Parnaso a unos poetas que jamás estuvieron juntos en la cima de un monte, pero que conceptualmente forman una comunidad. (ver nota)(344) Prosigue este modo de figuración hasta el detalle, y a menudo, si en su contenido muestra a dos elementos próximos el uno al otro, es garantía de que hay un nexo particularmente estrecho entre sus correspondientes de los pensamientos oníricos. Cabe apuntar aquí, por lo demás, que todos los sueños producidos en una misma noche dejan conocer, en el análisis, que proceden de idéntico círculo de pensamientos. El vínculo causal entre dos pensamientos es o bien abandonado sin figuración o bien sustituido por la sucesión de dos fragmentos de sueño de diferente longitud. Con frecuencia esta figuración es invertida, brindando el comienzo del sueño la conclusión, y su final, la premisa. La mudanza directa de una cosa en otra parece figurar en el sueño la relación de causa y efecto. El sueño nunca expresa la alternativa «o bien ... o bien», sino que recoge dentro de idéntica trama a sus dos miembros como igualmente justificados. He mencionado ya que un «o bien. . . o bien» usado en la reproducción del sueño ha de traducirse por «y». Representaciones que están en oposición unas con otras son expresadas de preferencia en el sueño mediante idéntico elemento. (ver nota)(345) El «no» parece no existir para el sueño. La oposición entre dos pensamientos, la relación de inversión, halla en él una figuración en extremo notable. Es expresada por el hecho de que otro fragmento del contenido del sueño -como si fuera con posterioridad- es trastornado hacia su contrario. De otra manera de expresar contradicción tomaremos conocimiento más adelante. También la sensación del movimiento inhibido, tan común en el sueño, sirve para figurar una contradicción entre impulsos: un conflicto de la voluntad. Entre las relaciones lógicas hay una sola, la de la semejanza, la comunidad, la concordancia, que favorece en altísimo grado al mecanismo de la formación del sueño. El trabajo del sueño se sirve de estos casos como puntos de apoyo para la condensación onír ica, en la medida en que a todo cuanto exhibe una tal concordancia lo comprime en una nueva unidad. Esta breve serie de apuntamientos groseros no basta, desde luego, para estimar en su integridad la multitud de medios formales de figuración de que el sueño dispone para las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos. Los diversos sueños están trabajados en este aspecto con mayor fineza o descuido, se han atenido con exactitud mayor o menor al texto que les fue presentado, han recurrido con mayor o menor amplitud a los medios auxiliares del trabajo del sueño. En la segunda de estas alternativas, se muestran oscuros, confusos, incoherentes. Ahora bien, toda vez que el sueño aparece palmariamente absurdo, que incluye en su contenido un contrasentido evidente, es así con un propósito y expresa, por su aparente descuido de todos los requerimientos lógicos, una porción del contenido intelectual de los pensamientos oníricos. Lo absurdo en el sueño significa contradicción, escarnio o burla en los pensamientos oníricos. Puesto que este esclarecimiento que acabamos de dar ofrece la más fuerte objeción contra la concepción según la cual el sueño nace en virtud de una actividad mental disociada y falta de crítica, pondré énfasis en esto mediante un ejemplo. Uno de mis conocidos, el señor M., ha sido atacado en un ensayo nada menos que por Goethe y, según todos opinamos, con una saña injustificada. Desde luego, el señor M. quedó aniquilado por este ataque. Con amargura se lamenta de ello en un convite; empero, su veneración por Goethe no ha sufrido menoscabo por esta experiencia personal. Ahora yo procuro aclarar un poco las relaciones de tiempo, que me parecen inverosímiles. Goethe murió en 1832; y puesto que su ataque a M. tuvo que ser naturalmente anterior, el señor M. sería por entonces un hombre joven en extremo. Se me antoja verosímil que tuviera dieciocho años. Pero no sé con certeza el año en que escribimos(346), y así toda la cuenta se hunde en la oscuridad. Por lo demás, ese ataque está contenido en el bien conocido ensayo de Goethe «Naturaleza». Lo disparatado de este sueño se hace más fulgurante si comunico que el señor M. es un joven hombre de negocios a quien le son ajenos cualesquiera intereses poéticos y literarios. Pero si me interno en el análisis de este sueño me será bien posible mostrar cuánto «método» hay tras este disparate. El sueño extrae su material de tres fuentes: 1. El señor M., con quien yo trabé conocimiento a raíz de un convite, me rogó un día que examinase a su hermano mayor, que presentaba síntomas de una actividad mental perturbada. (ver nota)(347) En la conversación con el enfermo aconteció algo penoso: sin que viniera al caso, puso a su hermano en situación desairada aludiendo a las travesuras juveniles de este. Yo había preguntado al enfermo por su año de nacimiento (año de la muerte en el sueño) y lo moví a hacer diversos cálculos destinados a comprobar el debilitamiento de su memoria. 2. Una revista médica, que ostentaba también mi nombre en la portada, había recogido en sus páginas una crítica «aniquiladora» de un recencionista joven sobre un libro de mi amigo FI. {Fliess} de Berlín. Pedí explicaciones por ello al editor, quien me expresó, sí, su pesar, pero no quiso prometer una enmienda. Rompí entonces mis relaciones con la revista y, en mi carta de renuncia, puse de resalto mi esperanza de que nuestras relaciones personales no sufrirían menoscabo por lo ocurrido. Esta es la genuina fuente del sueño. La recepción negativa del libro de mi amigo me había hecho una profunda impresión. El libro contenía, a mi entender, un descubrimiento biológico fundamental que sólo ahora -después de muchos años- ha empezado a tener buena acogida entre los especialistas. 3. Una paciente me había contado, poco antes, la historia clínica de su hermano, que al grito de «¡Naturaleza, naturaleza!» cayó en delirio frenético. Los médicos supusieron que el grito procedía de la lectura de aquel hermoso ensayo de Goethe y era indicador del exceso de trabajo con que se había sobrecargado el enfermo en sus estudios. Yo había manifestado que se me antojaba más verosímil que ese grito «¡Naturaleza!» tuviera el sentido sexual que entre nosotros conocen aun las personas de escasa cultura. El hecho de que el desventurado mutilara después sus genitales, pensé, por lo menos no me quitaba razón. La edad de este enfermo cuando le sobrevino el ataque era de 18 años. En el contenido del sueño, tras mí propio yo se oculta ante todo mi amigo, tan maltratado por la crítica. «Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo». Y en efecto, el libro de mi 92 conseguido un marido, y por cierto uno cien veces mejor (hombre, tesoro), con sólo haber esperado. Tres hombres así me habría podido comprar a cambio del dinero (la dote)». (ver nota)(355) VIII Después de haber aprendido, en las exposiciones precedentes, a conocer el trabajo del sueño, nos inclinaremos a declararlo un proceso psíquico sumamente particular, que, por lo que sabemos, no tiene igual en ninguna otra parte. Se ha trasladado al trabajo del sueño, por así decir, esa extrañeza que en otras ocasiones solía despertar en nosotros su producto, el sueño. En realidad, el trabajo del sueño es sólo el primero que hemos individualizado entre toda una serie de procesos psíquicos a los cuales ha de reconducirse la génesis de los síntomas histéricos, de las ideas angustiosas, de las obsesivas y de las delirantes. Condensación y, sobre todo, desplazamiento son caracteres que nunca les faltan, tampoco, a estos otros procesos. La refundición en lo sensorialmente intuible, en cambio, es peculiar del trabajo del sueño. Si este esclarecimiento sitúa al sueño dentro de una misma serie con los productos de ciertas enfermedades psíquicas, tanto más importante será para nosotros averiguar las condiciones esenciales de procesos como los que sobrevienen en la formación del sueño. Probablemente quedemos maravillados si nos dicen que ni el estado del dormir ni la enfermedad se cuentan entre estas condiciones indispensables. Toda una serie de fenómenos de la vida cotidiana de las personas sanas, los olvidos, los deslices en el habla, el trastrocar las cosas confundido, y una cierta clase de errores, deben su génesis a un mecanismo psíquico análogo al del sueño y los otros miembros de la serie. (ver nota)(356) El núcleo del problema reside en el desplazamiento, con mucho la más llamativa entre las operaciones singulares del trabajo del sueño. Si penetramos a fondo en eso que se nos enfrenta, aprendemos que la condición esencial del desplazamiento es puramente psicológica; pertenece a la clase de una motivación. Damos con su huella examinando unas experiencias de que no podemos sustraernos en el análisis de sueños. A raíz de un ejemplo de sueño, he debido interrumpir la comunicación de los pensamientos oníricos porque entre ellos, según confesé, los había tales que de buena gana yo los guardaba en secreto frente a extraños y no podía comunicarlos sin grave menoscabo de importantes reparos personales. Agregué que de nada valía si en vez de este sueño escogía otro para comunicar su análisis; en todo sueño cuyo contenido fuera oscuro o confuso tropezaría con pensamientos oníricos que pedirían guardarse en secreto. Ahora bien, sí prosigo para mí mismo el análisis, sin preocuparme por los otros (a quienes, en verdad, una vivencia tan personal como mi sueño en modo alguno puede estarles destinada), llego a pensamientos que me sorprenden, que yo no había advertido en el interior de mí mismo, que no me son sólo ajenos, sino también desagradables, y que por eso yo querría impugnar enérgicamente, mientras que la cadena de pensamientos que discurre por el análisis se me impone de manera inexorable. De ese estado de cosas totalmente universal no puedo dar razón si no es mediante un supuesto: esos pensamientos estuvieron realmente presentes en mi vida anímica y en posesión de una cierta intensidad o energía psíquicas, pero se encontraban en una peculiar situación psicológica a consecuencia de la cual no pudieron devenírseme concientes. A este particular estado lo llamo el de la represión. No puedo menos que suponer un vínculo causal entre la oscuridad del contenido del sueño y el estado de la represión, el de la insusceptibilidad de conciencia, de algunos de los pensamientos oníricos, e inferir que el sueño se vería forzado a ser oscuro para no traicionar los pensamientos oníricos prohibidos. Así arribo al concepto de la desfiguración onírica, que es la obra del trabajo del sueño y que sirve a la disimulación, al propósito de ocultar. Quiero hacer la prueba con el ejemplo de sueño escogido para analizar y preguntarme cuál es, entonces, el pensamiento que se hace valer, desfigurado, en este sueño, mientras que de no estarlo provocaría mi más acerba oposición. Me acuerdo de que ese viaje en coche, gratis, me ha evocado los últimos viajes en coche, costosos, con una persona de mi familia; también de que había obtenido esta interpretación del sueño: «Yo querría saber alguna vez de un amor que no me costara nada», y que poco tiempo antes del sueño tuve que hacer un considerable desembolso de dinero justamente para esa persona. Dentro de esta trabazón, no puedo defenderme del pensamiento de que ese desembolso me pesa. Sólo si yo reconozco esta moción cobra un sentido que en el sueño desee para mí un amor que no me cause ningún desembolso. Y no obstante, puedo decirme honradamente que no vacilé un instante en consentir en el gasto de aquella suma. El pesar provocado por ello, esa corriente contraria, no me devino conciente; por qué razón, esa es otra cuestión muy distinta, que nos llevaría muy lejos, y la respuesta que conozco para ella pertenece a un contexto diverso. Si yo no someto al análisis un sueño propio, sino el de una persona extraña, el resultado es el mismo; pero los motivos para el convencimiento varían. Si se trata del sueño de una persona sana, para compelerla a admitir las ideas reprimidas que se hallaron no me queda otro recurso que la trabazón de los pensamientos oníricos, y esa persona siempre puede rehusarse a reconocerla. Pero sí se trata de un enfermo neurótico, por ejemplo de un histérico, la aceptación del pensamiento reprimido se vuelve obligatoria para él por la trabazón de este último con sus síntomas patológicos y por la mejoría que experimenta con el trueque de síntomas por ideas reprimidas. En el caso, verbigracia, de la paciente de quien proviene el último sueño mencionado, el de las tres localidades a cambio de 1 florín y 50 kreuzer, el análisis tiene que suponer que ella menosprecia a su marido, que lamenta haberse casado con él, que bien querría permutarlo por otro. Claro está que sostiene amar a su marido, que su mundo de sentimientos nada sabe de ese menosprecio (¡uno cien veces mejor!) pero todos sus síntomas llevan a idéntica resolución que este sueño, y después que se hubieron evocado recuerdos, reprimidos por ella, de una cierta época en que tampoco concientemente había amado a su marido, esos síntomas se solucionaron y desapareció su existencia a la interpretación del sueño. IX 95 Una vez fijado el concepto de la represión, y puesta la desfiguración onírica en relación con un material psíquico reprimido, podemos enunciar en términos bien universales el principal resultado que brinda el análisis de los sueños. Con respecto a los sueños comprensibles y provistos de sentido, averiguamos que son cumplimientos de deseo no disfrazados, vale decir, que la situación onírica figura en ellos como cumplido un deseo sabido por la conciencia, que ha quedado pendiente de la vida diurna y es merecedor de interés. Ahora bien, sobre los sueños oscuros y confusos el análisis enseña algo enteramente análogo: la situación onírica figura también un deseo como cumplido, el que por regla general surge de los pensamientos oníricos; pero la figuración es aquí irreconocible, sólo se la puede esclarecer por reconducción dentro del análisis, y el deseo o bien es él mismo un deseo reprimido, ajeno a la conciencia, o bien está en la más estrecha unión con pensamientos reprimidos, que son sus portadores. La fórmula para estos sueños reza, entonces: Son cumplimientos encubiertos de deseos reprimidos. Al respecto es interesante hacer notar que la opinión popular acierta cuando sostiene que el sueño lisa y llanamente anuncia el futuro. En verdad es el futuro el que el s ueño nos muestra, no el que acaecerá, sino el que querríamos que sobreviniera. El alma popular procede aquí como suele hacerlo en cualquier otra circunstancia: cree lo que desea. Según su manera de comportarse hacia el cumplimiento de deseo, los sueños se dividen en tres clases. En primer lugar, los que figuran no disfrazadamente un deseo no reprimido; estos son los sueños de tipo infantil, que en el adulto se van haciendo cada vez más raros. En segundo lugar, los sueños que expresan disfrazadamente un deseo reprimido; sin duda, la abrumadora mayoría de todos nuestros sueños, que para ser comprendidos requieren, después, del análisis. En tercer lugar, los sueños que por cierto figuran un deseo reprimido, pero sin disfraz o con uno insuficiente. Estos últimos sueños van acompañados en general de angustia, que los interrumpe. La angustia es aquí el sustituto de la desfiguración onírica; en los sueños de la segunda clase, el que la ahorra es el trabajo del sueño. Puede demostrarse, sin demasiada dificultad, que el contenido de representación que ahora nos depara en el sueño una angustia fue otrora un deseo, desde entonces sometido a la represión. Hay también claros sueños de contenido penoso, pero que dentro del sueño no se siente como penoso. Por eso no se los puede contar entre los sueños de angustia, pero siempre se los ha usado para demostrar la carencia de significado y de valor psíquico de los sueños. El análisis de un ejemplo de ellos mostrará que se trata de cumplimientos bien disfrazados de deseos reprimidos (por tanto, de sueños de la segunda clase), y al mismo tiempo evidenciará la descollante aptitud que posee el trabajo de desplazamiento para disfrazar al deseo. Una muchacha sueña que ve frente a sí, muerto, al único hijo que le queda a su hermana, y en circunstancias idénticas a las que años antes vio el cadáver del primer hijo. No siente frente a eso dolor alguno, pero naturalmente se revuelve contra la idea de que esa situación respondería a un deseo suyo. Tampoco es forzoso que así sea; pero ante el ataúd de aquel niño había visto años antes por última vez a su hombre amado, y le había hablado; si el segundo niño muriera, sin duda se encontraría de nuevo con ese hombre en casa de la hermana. Ahora anhela ese encuentro, pero se rebela contra este sentimiento. El mismo día del sueño había comprado una entrada para una conferencia anunciada por ese hombre, que seguía siendo el amado. Su sueño es un simple sueño de impaciencia, como son corrientes antes de viajes, idas al teatro y otros disfrutes esperados de pareja índole. Pero, para ocultarle esta añoranza, la situación se desplazó a una circunstancia que es la menos adecuada para un sentimiento jubiloso, que se había presentado una vez en la realidad. Repárese además en que la conducta afectiva dentro del sueño no es adecuada al contenido empujado al primer plano, sino al real, pero refrenado. La situación del sueño anticipa la visión del amado, largamente añorada; no ofrece base alguna para una sensación dolorosa. (ver nota)(357) X Los filósofos no han tenido hasta hoy ocasión alguna de ocuparse de una psicología de la represión. Es lícito, por eso, que en una primera aproximación a ese estado de cosas todavía desconocido nos procuremos una representación sensorialmente intuible de la marcha de la formación del sueño. El esquema a que arribamos, y no sólo a partir del estudio del sueño, es por cierto ya bastante complicado; pero no podemos contentarnos con uno más simple. Suponemos que en nuestro aparato anímico existen dos instancias formadoras de pensamiento; de ellas, la segunda posee el privilegio de que sus productos tienen franco acceso a la conciencia, mientras que la actividad de la primera instancia es en sí inconciente y sólo puede alcanzar la conciencia pasando por la segunda. En la frontera entre ambas instancias, en el pasaje de la primera a la segunda, se encuentra una censura que sólo deja pasar lo que le es agradable, y a lo otro lo refrena. Entonces, eso expulsado por la censura se encuentra, según nuestra definición, en el estado de la represión. En ciertas condiciones, una de las cuales es el estado del dormir, la relación de fuerzas entre ambas instancias se altera de tal modo que lo reprimido ya no puede ser refrenado del todo. En el estado del dormir esto acontece, acaso, por el relajamiento de la censura; así, lo hasta entonces reprimido consigue facilitarse el camino hasta la conciencia. Empero, puesto que la censura nunca es cancelada, sino meramente rebajada, a lo reprimido se le hace preciso condescender en unas alteraciones para suavizar sus aspectos escandalosos. Lo que en tal caso deviene conciente es un compromiso entre aquello que se propone una instancia y lo exigido por la otra. Represión, relajamiento de la censura, formación de compromiso: he ahí el esquema básico para la génesis de muchísimas otras formaciones psicopáticas(358) de igual modo que para la del sueño, y en la formación de compromiso se observan aquí y allí los procesos de la condensación y el desplazamiento, así como el recurso a asociaciones superficiales de que hemos tomado conocimiento a raíz del trabajo del sueño. No tenemos razón alguna para encubrir el elemento de demonismo que ha intervenido en el planteo de nuestra explicación del trabajo del sueño. Hemos recibido la impresión de que la formación de los sueños oscuros se produce como si una persona, que es dependiente de una segunda, tuviera que exteriorizar algo, oír lo cual tiene que resultarle desagradable a esta última; y partiendo de este símil formulamos los conceptos de la desfiguración oníricay de la censura; y nos empeñamos en traducir nuestra impresión a una teoría psicológica sin duda grosera, pero por lo menos gráfica. No importa con qué habrán de identificarse nuestras instancias primera y segunda cuando avancemos en la aclaración del objeto; podemos confiar en que se confirmará un correlato de nuestro supuesto, a saber, que la segunda instancia gobierna el acceso a la conciencia y puede bloqueárselo a la primera. 96 Superado el estado del dormir, la censura vuelve a erguirse de súbito en toda su alteza y ahora puede aniquilar de nuevo lo que le fue impuesto mientras duraba su debilidad. Que el olvido del sueño pide esta explicación al menos en parte, he ahí lo que surge de una experiencia corroborada incontables veces. Durante el relato de un sueño o durante su análisis no es raro que de pronto vuelva a emerger un fragmento de su contenido que se creía olvidado. Este fragmento rescatado del olvido contiene por lo general el mejor y más directo acceso al significado del sueño. Y probablemente sólo por eso estuvo destinado a perderse en el olvido, es decir, a caer bajo una nueva sofocación. XI Si concebimos el contenido del sueño como figuración de un deseo cumplido y reconducimos su oscuridad a la alteración impuesta por la censura al material reprimido, ya no nos resulta difícil discernir la función del sueño. En extraña oposición a frases hec has según las cuales el dormir es turbado por los sueños, tenemos que reconocer al sueño como el guardián del dormir. Para el sueño infantil, no es difícil hacer creíble nuestra aseveración. El estado del dormir, o la alteración psíquica que él trae aparejada, no importa en qué consista, es producido por la decisión de dormir que le es impuesta al niño o que él adopta por sentirse fatigado; sólo se vuelve posible mediante el alejamiento de estímulos que podrían plantear al aparato psíquico otras metas que la de dormir. Conocidos son los medios que se usan para mantener lejos los estímulos exteriores; pero, ¿cuáles son los medios de que disponemos para apartar los estímulos internos que estorban el dormirse? Obsérvese a una madre que hace dormir a su hijo. El manifiesta sin cesar deseos y necesidades, quiere otro beso, querría seguir jugando, y le son en parte satisfechos, pero en parte se le difieren autoritativamente para mañana. Resulta claro que los deseos y necesidades que se avivan son los obstáculos para dormirse. Quién no conoce la risueña historia de Balduin Groller(359) sobre el niñito malcriado que despertándose a la noche berrea desde el dormitorio: « ¡Quiero el rinoceronte!». Un niño más formal, en vez de berrear, soñaría que juega con el rinoceronte. Puesto que el sueño que muestra cumplido al deseo es creído durante el dormir, cancela al deseo y posibilita el dormir. No puede dejar de pensarse que la imagen onírica suscita esa creencia porque se reviste con la apariencia psíquica de la percepción, y al niño le falta todavía la capacidad, que se adquiere más tarde, de distinguir la alucinación o fantasía de la realidad. El adulto ha aprendido esta diferencia; también ha comprendido la inutilidad del desear, y mediante un continuado ejercicio ha logrado aplazar sus aspiraciones hasta el momento en que, tras largos rodeos, puedan realizarse por la modificación del mundo exterior. En consonancia, también mientras duerme es raro que se le cumplan deseos por ese corto camino psíquico; y aun es bien posible que ello ni siquiera le suceda, y todo lo que nos parece formado a la manera de un sueño infantil requiera de una resolución muy complicada. Es que en el adulto -y en toda persona cuerda sin excepción- se ha constituido una diferenciación del material psíquico, que falta en el niño. Ha advenido una instancia psíquica que, aleccionada por la experiencia de la vida, ejerce con celoso rigor una influencia regidora e inhibitoria sobre las mociones anímicas, y que, por la posición que ocupa respecto de la conciencia y de la motilidad voluntaria, está provista de los máximos recursos de poder psíquico. Ahora bien, una parte de las mociones infantiles ha sido sofocada, como inútil para la vida, por obra de esa instancia, y todo el material de pensamientos que reconoce ese linaje se encuentra en el estado de la represión. Todo el tiempo en que se acomoda al deseo de dormir, la instancia en que reconocemos a nuestro yo normal parece verse precisada, por las condiciones psicofisiológicas de ese estado, a relajar la energía con la cual contenía a lo reprimido durante el día. Este relajamiento es, por cierto, inofensivo; las excitaciones del alma infantil sofocada pueden agitarse todo lo que quieran: por el estado del dormir hallan dificultado el acceso a la conciencia y bloqueado el de la motilidad. Pero hay que defenderse del peligro de que perturben el dormir. En este punto tendríamos que admitir, sin más, el supuesto de que aun en el dormir profundo un monto de atención libre es movilizado como guardián ante estímulos sensoriales que acaso hagan aparecer más indicado el despertar que la prosecución del dormir. De lo contrario no se explicaría que seamos despertados en cualquier momento por estímulos sensoriales de cierta cualidad, como ya lo destacó el viejo fisiólogo Burdach [1838, pág. 486]: la madre, verbigracia, por el lloriqueo de su hijo, el molinero por la detención de su molino, y la mayoría de las personas cuando se las llama quedamente por su nombre. Ahora bien, esta atención que se mantiene alerta se dirige asimismo a los estímulos internos de deseo que vienen de lo reprimido, y forma con ellos el sueño, que en calidad de compromiso satisface al mismo tiempo a ambas instancias. El sueño procura una suerte de finiquitación psíquica al deseo sofocado o formado con el auxilio de lo reprimido, presentándolo como cumplido; pero también contenta a la otra instancia, puesto que permite la prosecución del dormir. Nuestro yo se comporta en esto como un niño; presta creencia a las imágenes del sueño, como si quisiera decir: «Sí, sí, tú tienes razón, pero déjame dormir». El menosprecio que nosotros, despiertos, oponemos al sueño, y que se prevale de su carácter confuso y en apariencia ¡lógico, no es con probabilidad otra cosa que el juicio de nuestro yo durmiente sobre las mociones que vienen de lo reprimido, juicio que se apoya con mejor derecho en la impotencia motriz de estos perturbadores del dormir. Ese juicio menospreciador nos deviene conciente a veces aun dormidos; cuando el contenido del sueño excede en demasía a la censura, pensamos: «Es sólo un sueño», y seguimos durmiendo. El hecho de que también haya casos fronterizos en los que el sueño ya no puede mantener su función de precaver de interrupciones al dormir -es lo que sucede en el sueño de angustia-, y la permute por la otra, la de cancelarlo a tiempo, no es objeción alguna contra esta concepción. En eso no procede sino como el concienzudo vigilante nocturno, quien primero cumple con su deber aquietando las perturbaciones para que no despierten a los ciudadanos, pero después lo continúa, despertándolos, cuando las causas de la perturbación le parecen graves y no puede habérselas con ellas por sí solo. Particularmente nítida se vuelve esta función del sueño cuando los sentidos del durmiente son estimulados. Es de todos conocido que unos estímulos sensoriales advenidos durante el estado 97
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