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La Aporofobia contra Personas Sin Hogar: Delitos de Odio o No? - Prof. Pérez Alfaro, Esquemas y mapas conceptuales de Psicología

Derechos HumanosSociología SocialDiscriminaciónDerecho Penal

Este documento analiza la aporofobia contra personas sin hogar y el debate sobre si deben considerarse víctimas de delitos de odio y discriminación. El texto presenta estadísticas y argumentos a favor de esta consideración, así como la situación actual en España y otras partes del mundo. La investigación busca apoyar una posible modificación de la legislación actual.

Qué aprenderás

  • ¿Cómo se ha documentado la victimización de personas sin hogar en estudios internacionales?
  • ¿Qué es el debate actual sobre la aporofobia y los delitos de odio contra personas sin hogar?
  • ¿Deberían considerarse los ataques a personas sin hogar delitos de odio y discriminación?
  • ¿Qué es la aporofobia y cómo afecta a personas sin hogar?
  • ¿Qué argumentos se han presentado a favor de considerar los ataques a personas sin hogar como delitos de odio?

Tipo: Esquemas y mapas conceptuales

2020/2021

Subido el 07/11/2021

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¡Descarga La Aporofobia contra Personas Sin Hogar: Delitos de Odio o No? - Prof. Pérez Alfaro y más Esquemas y mapas conceptuales en PDF de Psicología solo en Docsity! LA APOROFOBIA como delito de odio y discriminación Autora: Virginia Ávila Vázquez Tutora: Dra. Elena Garrido Gaitán Trabajo de Fin de Grado 4? Curso, Criminología 26/05/2017 Palabras: 9826 UNB Universitat Autonoma de Barcelona Introducir la aporofobia en el catálogo de los delitos de odio y discriminación es un debate que aún está abierto. Los autores que están en contra se refieren a las discrepancias entre las victimizaciones, pero aquellos que están a favor, han dedicado sus investigaciones a ofrecer datos que argumentan que existen similitudes entre estos ataques: son numéricamente relevantes, están motivados por prejuicios y envían un mensaje a todo el colectivo. Estos tres aspectos pueden sustentarse con los datos obtenidos en este trabajo, aunque no pueden extrapolarse por la limitación de la muestra. La mayoría de personas sin hogar encuestadas han sufrido o presenciado algún ataque verbal, físico o sexual por parte de personas que no se encontraban en esta situación, y consideran que ha sido motivado por la aporofobia. Además, y aunque no hayan sido víctimas directas, los ataques que sufren estas personas sirven como llamada de alerta a toda la gente que vive en la calle, la cual toma precauciones para no ser victimizadas. Por esta razón, podríamos concluir que los incidentes que ha sufrido la mayoría de la muestra pueden calificarse de delitos de odio y discriminación. Palabras clave: aporofobia, violencia, delitos de odio y discriminación, victimización, personas sin hogar. Introducing aporophobia in the catalog of hate crimes is a debate that is still open. The authors who oppose consider that there are differences among the victimization, but those who are in favor, have dedicated their research to provide data that support that there are similarities between these attacks: they are numerically relevant, they are motivated by prejudices and send a message to all the collective. The data in this paper support these characteristics, although it cannot be extrapolated by the limitation of the sample. Most homeless people surveyed have experienced or witnessed some form of verbal, physical or sexual attack by people who were not in this situation, and consider that it has been motivated by aporophobia. In addition, and although they do not experience the direct victimization, the attacks suffered by these people serve as a wake-up call to all the people living on the street, who take precautions not to be victimized. For this reason, we could conclude that the incidents that have suffered the majority of the sample can be described as hate crimes. Key words: aporophobia, violence, hate crimes, victimization, homeless 2. MARCO TEÓRICO 2.1 ¿Qué es la aporofobia? Posiblemente, lo más sencillo para definir este concepto sería acudir a la Real Academia Española y leer qué significa “aporofobia”. Sin embargo, eso es algo que, de momento, no podemos hacer porque no está recogido. De hecho, al realizar la búsqueda de bibliografía anglosajona, no he podido encontrar una traducción del término exacta. Afortunadamente, existen autores que han dado definición a este concepto. Por ejemplo, Adela Cortina (1996), refiere que la aporofobia responde a la “repugnancia ante el pobre”, al miedo, al odio y al asco hacia los que consideramos pobres. En palabras de esta autora, “no marginamos al inmigrante si es rico, ni al negro que es jugador de baloncesto, ni al jubilado con patrimonio: a los que marginamos es a los pobres” (Cortina, 1996, p. 70). Pero, si estamos hablando de una definición dada por una autora en 1996, ¿por qué aún no se ha introducido en los diccionarios españoles, así como de otras lenguas latinas? Quizá, y como comenta la misma autora, es que no queremos ver esta realidad. Dar un nombre a una realidad, que siempre ha existido, que no es nueva, significaría reconocerla. Y, posiblemente, no estemos preparados para ello. Esto está muy relacionado con el odio a los pobres. ¿Por qué se odia a los pobres? En mi opinión, y leyendo a esta autora, como a Martínez (2002), este odio nace del autodesprecio por el “fracaso moral” que supone a la humanidad el hecho de que haya personas viviendo en esas condiciones. El proceso de los prejuicios, la discriminación y la hostilidad serían consecuencia de un juego de responsabilidades. Este “juego” consiste en responsabilizar, y casi culpabilizar diría yo, a los pobres por su pobreza. Nosotros no vamos a hacernos responsables de ello, pero alguien tiene que serlo. Podríamos hablar de responsabilidad social, pero es demasiado [5] inquietante involucrarnos en algo tan horrible como es la pobreza, así que es mejor culpar a la víctima de esta violencia estructural. Así, no sería extraño oír afirmaciones como las que propone Andrade (2008): “los pobres son unos vagos, están así porque quieren, no buscan trabajo” y un largo y peyorativo etcétera. Como consecuencia de esta distorsión, las personas que pernoctarían en la calle serían vistas como peligrosas, como potencialmente violentas (Sánchez Morales, 2012), lo cual podríamos ver reflejado en cualquier ordenanza municipal. Pero, sin embargo, profundizando un poco en el tema, estas personas tienen muchas más posibilidades de ser víctimas que la población general (National Coalition for the Homeless, 2014). Los aporofóbicos consideran a estas personas como insignificantes en una sociedad tan productiva como la nuestra, seres inútiles de los que no se puede sacar provecho, y que, además, ocupan un espacio público que no les pertenece (Andrade, 2008). Los “indigentes” son sucios y no “quedan bien” en la calle, por ello interesa apartarlos. Crean desconfianza y su presencia no deja de recordarnos lo mal que lo estamos haciendo como sociedad. Estos prejuicios, y justificaciones, son las que explicarían por qué, no sólo no se les considera colectivo vulnerable, sino que se les criminaliza y se les expulsa de la vía pública. Puestos a reflexionar, podríamos ver una gran similitud con lo que llamamos el Derecho del enemigo, pero eso sería entrar en otro debate que, por ahora, no nos interesa. [6] 2.2 Debate sobre la aporofobia y los delitos de odio y discriminación Entorno a los delitos de odio contra personas sin hogar existe todo un debate muy complejo. En el Código Penal Español, los motivos de perjuicio agravantes son la ideología, la religión y las creencias; el origen étnico, racial o nacional; el sexo, la orientación sexual o la identidad sexual; y, la enfermedad o discapacidad. Además, y como expone Giierri (2015), se hace especial hincapié en los motivos racistas y antisemitas. En este trabajo, entraremos en el debate y la crítica de la marginación de la aporofobia como agravante en los delitos de odio y discriminación, así como la edad. Curiosamente, en Cataluña, El Mossos d'Esquadra sí contemplan la aporofobia como motivo de discriminación y así lo catalogan en su recogida de datos!, Lamentablemente, en la memoria de 20132, no hubo ninguna denuncia por aporofobia. Esto podría explicar por qué en mi búsqueda de sentencias sobre el asunto no tuviese mucho éxito, como después explicaré en más detalle. Cuando hablamos de denuncia, deberíamos ser conscientes de que, en España y en otros muchos países europeos y en Estados Unidos (en la mayoría de estados), la aporofobia no se contempla como agravante ni como delito de odio y discriminación. Así que, esto me hace preguntarme, si se denunciara, ¿en cuántos casos se ha obviado que se está denunciando una victimización de una persona sin hogar? De todas formas, algo que me pareció muy positivo de Els Mossos d'Esquadra y de su recopilación de delitos de odio y discriminación fueron los criterios e indicadores que tomaban para determinar si era un delito de este tipo o no. Por ejemplo, las descripciones de testigos sobre el atuendo del agresor, los insultos, los gestos o los comentarios que se hicieron. Y Debido a la entrada en vigor del “Procedimiento de hechos delictivos motivados por el odio o la discriminación” en 2010, por parte de Els Mossos d'Esquadra. ? Disponible en: http://gestionpolicialdiversidad .org/PDFnoticias/memoria%202013%_20servicio%20de%20delitos Z20de%20odio%20y%20discriminaci%C3%B3n%20m%C3%A15%?0propuestas%?20de%20refo rmas%20legislativas.pdf mm cabo como parte de su vida en la calle. Esto sólo hace que se les considere como “ciudadanos de segunda”, pasando a deshumanizarlos y a ejercer una violencia muchísimo más brutal sobre estas personas que sobre el resto. Puede que no haya un lobby formado por personas sin hogar que luche por sus derechos (o que lo haya y que este sea invisibilizado una vez más), pero esto no significa que no sufran la violencia aprofóbica y que no la entiendan como un “mensaje”, o más bien una advertencia: no molestes, no te dejes ver o te pasará esto. Sin embargo, no se les considera un grupo cohesionado ni una comunidad que comparta una historia y una cultura. En opinión de Garland y Chakraborti (2006), si podríamos hablar de una “comunidad de riesgo compartido”, ya que son personas que, por el simple hecho de compartir una misma situación, se exponen a un riesgo y a una violencia similar. Esto debería ser suficiente como para considerar que forman parte de un colectivo, aunque no se haya hecho de forma explícita. De todas formas, es cierto que debido a que no disponen de un grupo organizado que haga presión política, se les deja de lado en asuntos como el debate aquí tratado (O”Keefe, 2010). Los datos que se han ido obteniendo ponen de relevancia que, aunque se crea que las personas sin hogar son autoras de numerosos delitos o incidentes, esto no sucede. Más bien sería al contrario: tienen 13 veces más probabilidades de ser victimizadas que el resto de la sociedad (Newburn and Rock, 2005). Incluso, como muestra Levin (2015), si comparamos el número de personas sin hogar que han sido asesinadas con el número de las víctimas de delitos de odio, la primera cifra doblaría y, casi triplicaría, a la segunda. Esto es alarmante, sobre todo sabiendo que la población de personas sin hogar no superaría el 1%. Entre 1999 y 2013, según los datos del FBI, 375 personas sin hogar habrían sido asesinadas, mientras que, si contamos las víctimas asesinadas por razones de raza, religión, orientación sexual, origen y discapacidad, el resultado es de 137. [10] Tabla 1: Comparación número de homicidios entre personas sin hogar y demás categorías Fatal attacks on homeless Year Homicides classified as hate crimes (FBI data) individuals (NCH data) 1999 17 (9 racially, 2 religiously, 3 sexual orientation, 3 49 ethnically motivated) 2000 19 (10 racially, 1 religiously, 2 sexual orientation, 6 43 ethnically motivated) 2001 1O (4 racially, | sexual orientation, 5 ethically motivated) 18 2002 13 (4 racially, 3 religious, 4 sexual orientation, 2 14 ethnically motivated) 2003 — 14(5 racially, 6 sexual orientation, 2 ethnically, | 8 antidisability motivated) 2004 5 (3 racially, | religiously, | sexual orientation 25 motivated) 2005 6 (3 racially, 3 ethnically motivated) 13 2006 3 (3 racially motivated) 20 2007 9 (5 sexual orientation, 2 racially, 2 ethnicity motivated) 28 2008 7 (5 sexual orientation, | racially, | ethnically motivated) 2 2009 8(6racially, | sexual orientation, | ethnically motivated) 43 2010 7 (I racially, 3 religiously, | ethnically, 2 sexual 24 orientation motivated) 2011 4(l racially, 3 sexual orientation) 32 2012 10 (I racially, 8 religiously, | sexual orientation) 18 2013 — 5 (2 racially, 2 sexual orientation, | ethnically motivated) 18 Total 137 375 Note. FBI = Federal Bureau of Investigation; NCH = National Coalition for the Homeless. Source. Chart compiled with data from the Center for the Study of Hate £ Extremism (California State University, San Bernardino): Analysis of data from the FBI and the National Coalition for the Homeless. Fuente: Extraído de Levin (2015). En estos ataques, como menciona el mismo autor, podríamos observar un patrón similar, lo cual hace que no sean agresiones fortuitas y puntuales. Encontraríamos a grupos de jóvenes que consideran atacar a personas sin hogar como una actividad lúdica que hacer con sus amigos, incluso jactándose y colgando esas agresiones en internet. Todo esto se ha convertido ya en un fenómeno viral en las redes bajo el concepto “Bumfights”, donde aparecen personas durmiendo en la calle siendo agredidas brutalmente como mero entretenimiento o como una simple “limpieza de las calles”. Por esta razón, considerar que no existe una motivación estereotipada y basada en prejuicios sería invisibilizar el maltrato que estas personas están 111] sufriendo por el único hecho de ser catalogadas como “indigentes”. Y, digo “catalogadas”, porque, como muy bien expone Garland (2011), no son agredidas por quiénes son, sino por lo que representan. A los ojos de los atacantes son intercambiables, no atacan a esa persona, atacan a un “indigente”, no importa quién sea. Así, si seguimos los tres criterios utilizados por la Association of Chief Police Officers (ACPO, 2010) para calificar un delito de odio y discriminación, que serían la significancia numérica en la victimización, la motivación basada en prejuicios contra las personas sin hogar, y el impacto que estos ataques tienen en el colectivo (entendido como comunidad), los delitos contra estas personas deberían ser considerados delitos de odio y discriminación. En otro estudio a nivel internacional, el realizado por la National Coalition for the Homeless de Estados Unidos en 2014, se documentó que desde 1999 hasta 2013, 1437 personas sin hogar habían sido victimizadas por personas que no estaban en esta situación, 375 resultando en el fallecimiento de la víctima. A simple vista, podría parecer una cifra relativamente pequeña, lo cual podría servir de argumento para no incluir estos ataques en el catálogo de los delitos de odio, pero como apuntó la OSCE (Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos, 2009), debemos tener en cuenta que la cifra negra en este tipo de violencia es muy elevada y que son muy pocas las personas que denuncian. Esto puede deberse a varios motivos: la poca legitimidad que tiene la policía para este colectivo, que estas personas se encuentren en situaciones irregulares o con antecedentes, que tengan problemas de adicción a substancias tóxicas y no quieran ser detenidas o que por su propia condición de persona sin hogar que, durmiendo en la calle incumple con las ordenanzas municipales, le asuste denunciar por esta misma razón. En España, contamos con un Informe realizado por la Fundación Mambré (Ruiz Farrona, 2008) que, a raíz del asesinato que se realizó en 2005 a una mujer sin hogar que fue quemada en un cajero, realizó un seguimiento de las noticias que aparecían en los medios de comunicación. Se recopilaron 137 noticias de actos violentos distintos, 47 de los cuales eran directos. Sin embargo, no se investigó si estos [12] más han afirmado sufrir las mujeres, sino que la tendencia entre hombres y mujeres es similar, diferenciándose en la violencia sexual. Este tipo de violencia no es solamente habitual en mujeres sin hogar, sino que encontramos en la población general de mujeres datos muy similares. Así, es muy habitual que las agresiones sexuales vengan por parte de conocidos, más que de desconocidos (Breton y Bunston, 1992; Fisher, Hovell, Hofstetter y Hough, 1995). Esto significa que, normalmente, las mujeres sin hogar son atacadas sexualmente por compañeros masculinos también en situación de calle, con los que se suelen unir para tener más protección, dejando atrás el prejuicio aporofóbico. Como sucede en el caso de los jóvenes, que veremos a continuación, las mujeres buscan sus propias estrategias de supervivencia cuando viven en la calle. Se ha observado, al igual que las estrategias que las mujeres utilizan para evitar la entrada a prisión (Juliano, 2009), hay cierta tendencia por involucrarse en trabajos sexuales, como la prostitución. Estas actividades, como comentan Wenzel, Koegel y Gelberg (2000), exponen a las mujeres a un mayor riesgo de experimentar violencia física o sexual. Así, estaríamos frente a una cadena victimizadora: por el hecho de vivir en la calle, la s mujeres se involucran en es ctividades, las cuales se caracterizan por un ambiente de violencia. Por lo tanto, la causa de las agresiones no sería tanto la aporofobia como el machismo y el propio riesgo de la prostitución. Sin embargo, este tipo de actividades, como el aceptar trabajos precarios y en muy malas condiciones (Juliano, 2009), también permite a las mujeres no dormir en la calle y tener dinero suficiente para alquilar alguna habitación, comer y subsistir. Esto favorece a la invisibilización de es s mujeres, que, aunque tienen pocos recursos, no se las consideraría “indigentes”. Si están involucradas en la prostitución, es posible que asociaciones dedicadas a este colectivo les brinden ayuda, pero si no, no reciben ayuda por parte de nadie porque no son “visibles”. Por esta razón, es importante, sabiendo que las mujeres con pocos recursos, o ninguno, recurren a este nivel de precariedad, poner a su alcance medios legítimos de subsistir. [15] 2.4 Victimización de los jóvenes sin hogar A pesar de que los datos obtenidos por el Observatorio (2015) mostraron que la edad no representaba diferencias significativas en cuanto a la victimización, he incluido un apartado dedicado brevemente a este asunto ya que, en la búsqueda de bibliografía, encontré varios artículos concretos? que tratan sobre los jóvenes sin hogar y su victimización. La totalidad de la bibliografía que he encontrado que trate este tema en específico, al igual que en el caso de las mujeres, es anglosajona. Sin embargo, estos estudios agregan tanto a jóvenes que viven en casas de amigos, como en albergues, como en la calle y en cualquier otro sitio que no sea su casa “familiar”. Es decir, la muestra está formada por jóvenes (menores o adultos jóvenes) que hayan sido expulsados o se hayan marchado de sus casas por diversas razones. Por esta razón, los datos numéricos que he encontrado no me son útiles para ilustrar la victimización de los jóvenes que viven en la calle y los prejuicios detrás de estos ataques. Aun así, la información que he podido encontrar, como explican Benjamins, Beyda, Grubb y Risser (2012), pone de relevancia que los jóvenes perpetran y sufren la violencia a partes iguales. Esto es debido a que, como sucede en el caso de las mujeres, sus estrategias de supervivencia, tanto si viven en la calle como si no, pero sus recurs son limitados, incluyen conductas de riesgo. Estas conductas no se deben tanto a su condición de sinhogarismo, entendida en estos artículos, como a su condición de joven. No se encuentran diferencias significativas entre estos y aquellos que sí disponen de un hogar. El hecho de que vivan o pasen más tiempo en la calle, actúa como facilitador para involucrarse en este tipo de actividades, como son las drogas, tanto el tráfico como el consumo, y las bandas. Es decir, no presentan más riesgo de participar en estas, simplemente es más probable que suceda por pasar más tiempo en la calle y porque las elijan como estrategias de supervivencia. * Benjamins, Beyda, Grubb y Risser (2012); y Crawford, Whitbeck y Hoyt (2011). [16] Al involucrarse en estas conductas, que ya de por sí se caracterizan por un ambiente violento, es cuando sí presentan más riesgo para ser tanto perpetradores como víctimas. Pero esto no se debe a su condición de sinhogarismo, ya que no existen diferencias significativas con aquellos que sí tienen hogar, sino que se debe más a las características de serie que presentan estos ambientes. 117] fueron fruto de los prejuicios que los autores tenían hacia ellos como personas sin hogar. Es importante hacer explícitas estas preguntas, porque así se descartan todos aquellos altercados que no responderían a la aporofobia y no serían calificados como delitos de odio y discriminación. Como última pregunta, se pedía a las personas encuestadas, de forma optativa, si podían detallar alguno de los ataques que habían sufrido. Esta parte no constituiría como cualitativa, ya que esa no fue la metodología seguida, sino como información extra, con la finalidad de complementar los datos obtenidos en las encuestas. Los datos extraídos fueron registrados en una base de datos y analizados con el programa estadístico Deducer de la plataforma R. Principalmente se utilizaron dos pruebas estadísticas: la frecuencia de los datos, para obtener los porcentajes de respuesta, y tablas de contingencia (chi-cuadrado), para analizar la significatividad de las distintas variables. Esto último se determinó mediante la prueba de p-value. Paralelamente a la encuesta, realicé una búsqueda de sentencias que trataran sobre ituación. ataques a personas sin hogar por parte de personas que no estaban en es Para ello, utilicé el buscador Aranzadi! escribiendo el término “indigente”, ya que es el único concepto que aparece en las sentencias cuando se habla de una persona sin hogar. Esto lo comprobé utilizando otros términos antes, como “mendicidad”, “sin hogar” y “cajero”. La palabra “cajero”, en una de las sentencias, aparecía junto a “indigente”, la cual utilicé en adelante para realizar la que sería una segunda ronda de búsqueda. Así, me aparecieron unas 4000* sentencias, de las cuales 11 hacen referencia al tema que aquí me interesa. * Hay que tener en cuenta que en este base de datos las sentencias son de segunda instancia. 7 Utilicé este concepto debido a que en el Centre Obert Heura me comentaron que uno de sus usuarios había denunciado y se había fallado una sentencia a su favor. Los hechos sucedieron en un cajero y, cuando le expliqué que no había encontrado ninguna sentencia, pensamos en utilizar ese término. 5 Todas las demás hacen referencia a la capacidad económica de las personas condenadas a pagar una multa o indemnización. 120] 5. RESULTADOS Y DISCUSIÓN Como ya he dicho, la muestra está formada por 57 cuestionarios, el 90% de la cual son hombres. La mayoría de las personas encuestadas han nacido en España, siendo lo siguiente más común pertenecer a algún país de Sudamérica. No hay ningún menor de edad en la muestra y el rango de edad más habitual de los participantes entre los 36 y los 60 años. Sin embargo, la edad no ha resultado ser significativa a la hora de explicar ninguna de las variables de esta encuesta. El 74% de la muestra ha reportado haber sufrido alguna vez de su vida en la calle algún ataque de los que aparecen en la encuesta: insultos, acoso e intimidación, discriminación, agresión física, agresión sexual y comentarios ofensivos. Y la mayoría ha considerado que estos se debieron a su condición de persona sin hogar. Sin embargo, la mayoría de la muestra no cambió su rutina a raíz de estos ataques y únicamente el 30% ha reportado sentir miedo de vivir en la calle debido a lo sufrido. Encontramos diferencias significativas en cuanto a género, siendo las mujeres las que más tienden a sentir miedo por haber sido victimizadas con anterioridad. Pero a raíz de las breves conversaciones mantenidas con las personas encuestadas, se ha manifestado que no es miedo el sentimiento por excelencia, sino alerta y precaución por saber a qué se exponen al vivir en la calle, tanto por lo que les puede suceder a ellos mismos como lo que han visto y oído que les ha pasado a otras personas que vivían en la calle. 211 Gráfico 1: Frecuencia de los ataques reportados en la encuesta Agresión sexual Más común: 1 vez Agresión física Más común: 2-5 veces Discriminación Más común: +10 veces Acoso/Intimidación Más común: +10 veces Insultos Más común: +10 veces Comentarios ofensivos ] Más común: +10 veces 0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% Fuente: Elaboración propia Lo más común que he observado es que las personas encuestadas hayan recibido comentarios ofensivos por parte de alguien que no se encuentra en su situación de sinhogarismo, y de forma habitual (más de 10 veces). Estos suelen girar en torno a los estereotipos que hemos visto anteriormente. Palabras como “vago, inútil” están muy presentes en el día a día de las personas encuestadas. Reciben, también, recriminaciones por estar ocupando el espacio público con frases como “no deberías estar ahi”. Existen diferencias significativas en cuanto al país de origen de las personas encuestadas, siendo las personas de fuera de España las que sufren en mayor medida estos comentarios. Cuando estas son extranjeras, estos se centran más en su condición de persona inmigrante que en la de persona sin hogar. Sin embargo, esto sólo sucede cuando los rasgos físicos evidencian o hacen pensar que su país de origen no es España, según lo que han observado las propias personas encuestadas. Algo muy curioso, y que también ha aparecido recurrentemente, es el concepto “prototipo de indigente”. Muchas de las personas encuestadas han manifestado que no han sufrido ni violencia verbal ni física porque no aparentan ser personas sin hogar. Consideran que, al no oler mal, no vestir mal ni tener problemas de drogas y p2 anterior o provocación. Me ha sorprendido, en los discursos de algunas personas, que lleguen a justificar que alguien que está durmiendo en la calle y es desordenado, sucio, escandaloso o tiene problemas con el alcohol, sea comprensible que reciba insultos y comentarios ofensivos. Delante de estos hechos, casi el 90% de las personas encuestadas no han denunciado, sin diferencias significativas en cuanto a género, país de origen y edad, porque consideran que no es “importante”, como si lo sería la violencia física. Sin embargo, de las personas que sí han sufrido alguna agresión física, sólo el 28% denunciaron. El resto consideró que no serviría para nada denunciar o que, otra vez, no era suficientemente importante. De los encuestados que fueron agredidos físicamente, uno de ellos detalló la agresión y explicó que él estaba durmiendo en un cajero. Era de madrugada y dos chicos jóvenes, de unos 25-30 años entraron y lo despertaron. Después de insultarle y decirle que él no debía estar allí, lo sacaron amenazándolo con un martillo. Cuando estaban fuera, uno de los chicos entró al cajero a sacar dinero y el otro se quedó con él amenazándolo con el martillo y poniéndolo contra su espalda. El chico sacó dinero y, cuando se disponían a irse, le dieron un martillazo en la cabeza y lo dejaron sangrando y tumbado en el suelo. Recuerda que algún testigo se le acercó para llamar a la ambulancia, pero luego entró en coma, en el cual estuvo durante 22 días. No llegó a denunciar porque le pusieron muchas trabas y, al final, desistió de continuar con el proceso legal. Como este testimonio, me he encontrado con otros que se asemejan en cuanto a la brutalidad y la gratuidad de los ataques. Aunque la mayoría de personas no han sido agredidas, según sus respuestas, las pocas personas que han explicado sus agresiones, me hacen recordar las detalladas en las sentencias encontradas. La mitad de las sentencias? reportan brutales ataques que han acabado con resultado de muerte, y en la otra mitad!? aparecen relatadas agresiones graves, hasta el punto 2 AP Barcelona de 5 noviembre 2008; AP Alicante 29/2004; STSJ 4/2016; AP Madrid 189/2005; AP Córdoba 182/2008; STS 1160/2006. 10 Juzgado de lo Penal, 9 febrero 2016; AP Cuenca 148/2003; AP Madrid 20/2005; STSJ 626/1999; AP Madrid 34/2013. [25] de tentativa de homicidio. De las once sentencias, una de ellas, de 2016 (Juzgado de lo Penal, Barcelona), considera aplicar un delito contra la integridad moral por tratarse de una persona sin hogar; otra de ellas (STS 1160/2006), al contrario, no considera, explícitamente, que exista ningún agravante al no ser un ataque discriminatorio. En todas las demás, tampoco se añade reproche alguno, además del delito principal, porque no se considera una agresión motivada por prejuicios, aunque las declaraciones de los acusados muestran lo contrario. Estos suelen ser hombres jóvenes, normalmente ya mayores de edad, aunque podemos encontrar a dos mujeres juzgadas: una en papel de instigadora, y la otra por un delito de omisión de socorro. Suelen llevar a cabo sus ataques en lugares apartados o con poca concurrencia y por la noche, cuando estas personas están preparándose para ir a dormir o, incluso, ya están dormidas. Lo leído en ellas es similar a lo explicado por varias personas encuestadas, por lo que podríamos encontrar un patrón, que como ya hemos visto, es uno de los argumentos a favor de introducir la aporofobia dentro del catálogo de los delitos de odio y discriminación. Aquí vemos que no son ataques puntuales ni fortuitos, la mayor parte de las veces son intencionados: agresores que se dirigen expresamente al lugar donde saben que se encuentra o encontrarán a una persona sin hogar para agredirle, llegando a planear, incluso, prenderles fuego, sabiendo lo que ello conlleva (AP Córdoba 182/2008). Como ejemplo, podemos utilizar el ataque anteriormente descrito. Los agresores llevaron un martillo, elemento extraño porque no es un arma ni cómoda ni habitual que alguien llevaría por la calle. Además, la mayoría de estos casos no suelen darse sin más, sino que existe una historia previa de vejaciones, insultos y humillaciones, por lo que se ha podido extraer de los testimonios de los agresores y testigos en las sentencias. Así, podríamos ver incluso que estos hechos entran dentro de las actividades lúdicas de los agresores, que se reúnen para ello. Esto se asemeja con otras persecuciones que se han llevado a cabo por motivos racistas, antisemitas, religiosos y orientación sexual. Por esta razón, el argumento que considera estos fenómenos como distintos y lo utiliza para dejar fuera la aporofobia del catálogo de delitos de odio y discriminación no se sustentaría. [26] 6. CONCLUSIONES Como hemos visto en el apartado anterior, podríamos decir que las hipótesis planteadas en este trabajo concuerdan con los datos obtenidos. Vemos que la mayoría de personas de la muestra ha sufrido o presenciado algún tipo de ataque y que estos han sido, desde su punto de vista, motivados por la aporofobia, lo que podría complementarse con el discurso de la importancia del aspecto. Las personas que aparentan ser “indigentes”, son las que suelen ser más victimizadas. Además, encontramos que los incidentes no fueron denunciados a la policía en casi el 90% de los casos. El género ha resultado ser significativo en cuanto a las agresiones sexuales, como era de esperar, aunque también lo ha sido para la discriminación y el acoso y la intimidación. Sin embargo, la edad no ha aparecido como una variable significativa, ni tampoco el país de origen, excepto en los insultos. Las personas extranjeras suelen recibir más insultos que los nacionales. Los ataques verbales, como hemos visto, han aparecido como los más comunes entre las personas de la muestra. Todos estos datos apoyan los argumentos de los autores a favor de la introducción de la aporofobia en el catálogo de delitos de odio y discriminación: relevancia numérica, ataques motivados por prejuicios e impacto sobre el colectivo. Aunque este último aspecto, en la encuesta, estaba operacionalizado como la sensación de miedo y cambio de rutina y estas dos variables no han resultado ser llamativas. Sin embargo, como ya he explicado, estos ataques sí tienen un impacto sobre las personas sin hogar, los hayan sufrido o no. No es tanto miedo lo que se produce o un cambio de rutina, sino un estado de alerta y precaución que les hace escoger sitios apartados y más “protegidos”. Así que, con estos matices, podríamos afirmar que los participantes del estudio han sido víctimas de delitos aporofóbicos, que deberían considerarse de odio y discriminación porque encajan en los criterios de estos. A pesar de todo, los ataques a personas sin hogar siguen sin agravarse, dando la idea de que esta situación no merece de una mayor protección por parte de la ley. 27 Debido a todo esto, la muestra con la que cuento no permite extrapolar los datos obtenidos. Esto no quiere decir que no sea interesante y que los resultados no puedan resultar importantes. Por ejemplo, aunque la muestra esté formada únicamente por cinco mujeres, es alarmante que todas ellas hayan sido atacadas y que la mitad haya sido víctima de agresiones sexuales. Por esta razón, lo ideal sería continuar con la investigación y conseguir una mayor muestra. Sería muy interesante poder extrapolar la información. También resultaría interesante profundizar en la búsqueda de sentencias y obtener aquellas en las que se juzga un delito catalogado como de odio y discriminación. Podría hacerse un recuento y comparar los datos que Levin (2015) obtuvo en cuanto alos asesinatos de personas sin hogar y de víctimas de los demás delitos de odio y discriminación. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las sentencias accesibles en las bases de datos son aquellas en las que se ha presentado recurso, por lo que se pierden las de primera instancia, que podrían resultar interesantes. En definitiva, debería seguirse investigando al respecto para conseguir una base científica potente que apoye a los autores que están a favor de introducir la aporofobia en los delitos de odio y discriminación. No deberían dejarse a las víctimas desprotegidas únicamente porque no es un tema que atraiga la atención de los académicos y los legisladores. Hay que seguir trabajando y proporcionando argumentos para conseguir que el debate se decante a favor de las personas sin hogar, víctimas de la aporofobia que se intenta invisibilizar en nuestra sociedad. [30] 8. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Andrade, M. (2008). ¿Qué es la “aporofobia”? Un análisis conceptual sobre prejuicios, estereotipos y discriminación hacia los pobres. Agenda Social, 2(3), 117-139. Association of Chief Police Officers. (2010). Total of Recorded Hate Crime from Regional Forces in England, Wales and Northern Ireland During the Calendar Year 2009. Benjamins, L. J., Beyda, R., Grubb, L., y Risser, W. (2012). 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