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La Realidad y el Deseo, Apuntes de Poesía

El 20 de ese mismo mes, para festejar la aparición del libro, los escritores le dedican un homenaje a Cernuda en un restaurante de Madrid. Lorca, a quien le ha ...

Tipo: Apuntes

2021/2022

Subido el 10/10/2022

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¡Descarga La Realidad y el Deseo y más Apuntes en PDF de Poesía solo en Docsity! Antología y estudios críticos La Realidad y el Deseo (1924 - 1962) Edición escolar del Departamento de Lengua Castellana y Literatura IES Maese Rodrigo, Carmona, 2019 Luis Cernuda IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 1 ~ ÍNDICE ADVERTENCIA PREVIA: PROPÓSITO DE ESTA EDICIÓN .............................................................................. 3 ESTUDIOS PREVIOS .................................................................................................................................................... 5 1. ITINERARIO BIOGRÁFICO ..................................................................................................................................... 5 2. PERFIL DE UN POETA ............................................................................................................................................ 9 3. EL TRASFONDO VIVENCIAL DE LA POESÍA EN LA OBRA DE LUIS CERNUDA ..................................................... 10 4. TRAYECTORIA POÉTICA ...................................................................................................................................... 12 5. LA POESÍA DE LUIS CERNUDA (SEGÚN JOSÉ Mª GONZÁLEZ SERNA) ................................................................ 13 5.1. Tradición y originalidad 13 5.2. La función del poeta 13 5.3. Temas principales 14 La realidad y el deseo (1924-1962) ANTOLOGÍA DE LUIS CERNUDA ................................................................ 15 Primeras poesías [1924-1927] .................................................................................................................................... 16 1 XV (“La noche a la ventana”) 16 Égloga, elegía, oda [1927-1928] ................................................................................................................................ 17 2 ELEGÍA 17 Un río, un amor [1929] ............................................................................................................................................... 17 3 NO INTENTEMOS EL AMOR NUNCA 18 4. TODO ESTO POR AMOR 18 5. LA CANCIÓN DEL OESTE 19 Los placeres prohibidos [1931] .................................................................................................................................. 19 6. TELARAÑAS CUELGAN DE LA RAZÓN 19 7. NO DECÍA PALABRAS 20 8. SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR 20 9. UNOS CUERPOS SON COMO FLORES 21 10. LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR 21 11. TE QUIERO 21 Donde habite el olvido [1932-1933] .......................................................................................................................... 22 12. I. (“Donde habite el olvido”) 22 13. II. (“Como una vela sobre el mar”) 23 14. III. (“Esperé un dios en mis días”) 23 15. IV. (“Yo fui”) 23 16. VII. (“Adolescente fui en días idénticos a nubes”) 24 17. XII. (“No es el amor quien muere”) 24 Invocaciones [1934-1935] .......................................................................................................................................... 25 18. SOLILOQUIO DEL FARERO 25 Las nubes. [1937-1940] .............................................................................................................................................. 26 19.a) ELEGÍA ESPAÑOLA (I). 26 19.b) ELEGÍA ESPAÑOLA (II) 28 20. IMPRESIÓN DE DESTIERRO. 29 Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 4 ~ IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 5 ~ ESTUDIOS PREVIOS 1. ITINERARIO BIOGRÁFICO3 1902 Luis Cernuda Bidón (su nombre completo en la partida de nacimiento es el de Luis Mateo Bernardo José Cernuda Bidón) nace en Sevilla el 21 de septiembre de 1902, en la calle Conde de Tójar, 6 (hoy Acetres). Es el menor de la familia, pues antes habían nacido sus hermanas Amparo y Ana. Su padre, Bernardo Cernuda Bousa, era natural de Puerto Rico, aunque los abuelos paternos procedían de España. Su madre, Amparo Bidón Cuéllar, era sevillana, con ascendencia francesa por la rama materna. El padre era militar, del cuerpo de ingenieros, y llegó a alcanzar el grado de coronel. Cernuda se cría en un ambiente pequeñoburgués, tranquilo y a la vez monótono, bajo la actitud castrense y autoritaria del padre, que mantiene en el hogar una rígida disciplina. En el poema La familia, Cernuda califica al padre de «taciturno» y a la madre de «melancólica»: Oh padre taciturno que no le conociste Oh madre melancólica que no le comprendiste. Destaca en el mismo poema la incomunicación, pues eran esos «Ojos que no miraban los ojos de los otros». Pero ése es un duro retrato familiar que Cernuda escribe al cabo de los años, cuando ya está él definitivamente endurecido, y quizá su infancia fue, si no feliz del todo, sí al menos segura y tranquila. De Ocnos, especie de autobiografía en prosa poética, y de otras fuentes, se desprende que Cernuda, desde niño, fue tímido e hipersensible, con pocos amigos y con una tendencia a la soledad contemplativa y a la meditación. 1911 El interés de sus primas y hermanas por la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer y el acontecimiento del traslado de los restos del poeta posromántico desde Madrid a Sevilla en 1911 supone para Cernuda, a la temprana edad de nueve años, su primer contacto importante con la poesía. Cernuda lee a hurtadillas, al parecer, tres tomos de Bécquer que sus primas Luisa y Brígida han prestado a sus hermanas. 1914 -1916 Hacia 1914 la familia se traslada al nuevo domicilio en el Cuartel de Ingenieros en el Prado, en las afueras de Sevilla. Estudia el bachillerato en el colegio de los escolapios y escribe sus primeros versos a instancias de su profesor de retórica, don Antonio López. Los elogios de este maestro le crean impopularidad entre sus compañeros, lo que acentúa su tendencia a la soledad y a encerrarse en sí mismo. Por las confesiones literarias de Cernuda en Historial de un libro y en Ocnos, sabemos que, por esa época de la pubertad, su despertar a la poesía coincide o es simultáneo con su despertar sexual, y, en concreto, homosexual. Se fragua ahí la base del futuro poeta adulto que se siente diferente y marginado, lo que tendrá, sin duda, su especial proyección tanto en el terreno de la creación poética como en el de sus relaciones con los demás y en su actitud frente a la sociedad. 1919 Empieza, con escaso interés, y pasando desapercibido entre sus compañeros y profesores, la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. En las aulas conoce, como profesor de Literatura en el primer curso, a Pedro Salinas. Salinas, que estrena cátedra en Sevilla y no descubrirá a Cernuda hasta un año más tarde, cuando lea los versos de este publicados en una revista universitaria. Entre los dos nace una amistad que 3 Extraído, tanto el texto literal como las imágenes, de la misma plataforma del Centro Virtual Cervantes. No hemos conseguido averiguar el nombre de su autor. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 6 ~ Cernuda declara muy beneficiosa para él, pues Salinas le recomienda leer tanto a los clásicos españoles como a los escritores franceses modernos. En este sentido, la lectura de André Gide significará mucho para Cernuda, tanto personal como literariamente: el ejemplo de Gide (cuya vida coincide, en cierto sentido, con la de Cernuda) le permitirá reconciliarse consigo mismo. 1920 -1924 A finales de 1920 fallece su padre y le es otorgada la emancipación legal, pero sigue con su madre y con sus dos hermanas. Vivirán en una casa de la calle del Aire. Continúa estudiando, con la misma desgana, la carrera de Derecho. En 1923 ingresa en el servicio militar, y es destinado al Regimiento de Caballería de Sevilla. Uno de esos días, cuando sale a caballo con otros reclutas por los alrededores de la ciudad, tiene una especie de visión o revelación («epifanía», la podríamos llamar nosotros) que lo empuja definitivamente a la creación poética. De ahí nacen unos poemas que, según el propio Cernuda confiesa en su Historial de un libro, «ninguno sobrevive». Pero su vocación como poeta ya está definitivamente encarrilada, siempre de la mano, en esos momentos, de Pedro Salinas, lo que le permitirá entrar en contacto con otros escritores. En 1924 termina su servicio en el ejército y es por esa época cuando empieza a escribir los poemas que empezará a publicar en revistas y que configurarán su primer libro, Perfil del aire. 1925 -1926 En septiembre de 1925 termina la carrera de Derecho, que no llegará a ejercer. Incertidumbres profesionales. En octubre, por mediación de Salinas, conoce a Juan Ramón Jiménez. Publica sus primeros versos en Revista de Occidente, en diciembre de ese mismo año. Son nueve de los veintitrés poemas que conformarán Perfil del aire. Ese mismo mes hace su primer viaje a Madrid, donde se produce su primer contacto directo con los ambientes intelectuales y literarios madrileños. Conoce a Ortega, Bergamín, d’Ors y Guillermo de Torre. De vuelta a Sevilla en enero de 1926, siguen sus indecisiones profesionales. Se habla de tres proyectos abortados: carrera diplomática, oposiciones a ayuntamientos y trabajo en el Centro de Estudios Históricos. 1927 Este año es la fecha emblemática para situar al grupo de poetas y escritores que después se conocerá como Generación del 27 y es también un año muy importante en la trayectoria literaria de Cernuda. En abril, la revista Litoral, de Málaga, dirigida por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, le publica, como cuarto suplemento de la revista, su libro de poemas Perfil del aire. Tras la emoción de ver impreso su primer libro, Cernuda tiene que encajar, dolorosamente, las críticas hostiles que el libro genera. Se lo acusa de imitar a Jorge Guillén y —lo que más le duele— de ser poco moderno. Cernuda reaccionará en sentido opuesto «aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú», dice en Historial, y escribe los poemas Égloga, Elegía y Oda, donde la huella de Garcilaso es más que evidente. El primero de estos poemas se publicará, ese mismo año, en la revista Carmen, de Gerardo Diego. También colabora en Verso y Prosa, la revista de Juan Guerrero Ruiz. En diciembre se celebran en Sevilla los actos de homenaje a Góngora, organizados por el ateneo de esta ciudad, con la presencia de los escritores —«la brillante pléyade»— recién llegados de Madrid. Cernuda participa en las veladas en un plano secundario, como espectador, pero, según algunas fuentes, en la segunda de las veladas, la del día 17, interviene indirectamente, junto a otros poetas locales, y da a leer algunos versos suyos. Pero lo más sobresaliente es que, aparte de la relación que se crea entre todos los escritores que IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 9 ~ convicción, sobre teatro español y francés del siglo XVII, en la Universidad Autónoma de México. Todavía regresa a Estados Unidos, en 1960; permanece allí casi tres años dando clases, lecturas poéticas y conferencias en universidades e instituciones de Los Ángeles, San Francisco, Berkeley, pero sin abandonar, entre medias, sus visitas a México. En noviembre de 1962 publica Desolación de la Quimera y en ese mismo mes la revista valenciana La Caña Gris le dedica un número-homenaje, lo que supone una revalorización de su poesía por parte de la juventud literaria. En junio de 1963 regresa a México con intención de volver a ejercer como profesor en una universidad californiana, pero los trámites previstos para el visado lo hacen desistir. Se halla, en uno de sus momentos más bajos, tanto física como espiritualmente. En el domicilio de Concha Méndez, en el amanecer del 5 de noviembre de 1963, fallece repentinamente de un ataque al corazón. Es enterrado en el Panteón Jardín de la ciudad de México. 2. PERFIL DE UN POETA4 ¿Cómo se forja y surge el genio? Sin duda tienen que darse una serie de circunstancias. Analizarlas no permite establecer conclusiones universales como si de leyes científicas se tratara. Pero pueden ayudar a comprender. Haber nacido en Sevilla, haberse movido por la magia de sus jardines, de sus patios y de sus calles estrechas, y haber recorrido sus alrededores, donde un día, de repente, es atravesado por la flecha de su destino como poeta. Pertenecer a una familia pequeñoburguesa donde se respira un ambiente de seriedad y rigidez afectiva, ser retraído y tímido, tener pocos amigos en la infancia, descubrir la poesía leyendo a Bécquer. Observar que, en el despertar sexual de la adolescencia, la atracción es hacia el propio sexo, sentirse distinto, sentirse señalado por los compañeros del instituto porque escribe versos. Cursar con desgana una carrera universitaria, empezar a conocer a grandes figuras de la literatura del momento, querer ser como ellos, leer a clásicos y modernos, publicar su primer libro de versos y encajar críticas negativas, huir de Sevilla... Todo ello sin duda crea un carácter hipersensible, especialmente receptivo con la belleza del mundo, sufriendo, pero también gozando con más intensidad que otros. Un carácter que busca más un aislamiento que le permita concentrarse en las pequeñas y grandes cosas que para otros pasan desapercibidas, pero no para los ojos del poeta, verdadero intérprete de las esencias del mundo. En Cernuda hay dos exilios: el suyo propio con respecto a todo lo que lo rodea y el provocado por la guerra civil, que se superpondrá al primero. Su existencia es la de un conflicto permanente entre sus deseos y la realidad, entre el placer y el dolor, entre el amor —historias no duraderas, y que terminan mal— y el deseo de amar. Entre la amistad y el afecto y la decepción, el recelo y la susceptibilidad. Entre las ideas de justicia social y el desencanto de la política. Entre su elitismo y un mundo de vulgaridad que nace de la ignorancia, de la necesidad y de la miseria. Entre el recuerdo, la nostalgia y el amor a España y el rencor hacia sus paisanos. Y, sobre todo, una gran soledad. De todo ello fluye su creación, para suerte nuestra. Su imagen, la que de él nos ha quedado en los testimonios de sus contemporáneos y en las fotografías, acusa esa expresión de seriedad, de ensimismamiento, a veces con una sonrisa melancólica, o con una sonrisa forzada, como quien se resigna a asumir las mezquindades y ofensas de la vida. En su rostro destacan unos rasgos andaluces inconfundibles, piel oscura, ojos oscuros, pómulos un tanto salientes, bigote recortado, todo ello bajo el negro pelo atezado y ceñido. Su atuendo habitual es el de un dandi, con el traje y la camisa bien planchados, buenas corbatas, botines, sombrero y guantes. Incluso alguien dijo de él que lo vio usar monóculo. Su atildamiento y elegancia se suelen interpretar como una forma de protegerse, de distanciarse. Como un escudo. Nos lo imaginamos caminando por aquella España llena de aristas, observando con estupor el desarrollo de los acontecimientos. 4 De la misma procedencia del portal del CVC (https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/perfil.htm), e igualmente desconocemos su autor. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 10 ~ 3. EL TRASFONDO VIVENCIAL DE LA POESÍA EN LA OBRA DE LUIS CERNUDA5 Por Milagros Salvador Cernuda es uno de los más significativos poetas que hace verdad el axioma de que la poesía es el significado de la vida personal, la interpretación sublime del espacio vivencial individualizado, y de la relación de expresión y existencia. En el ensayo El perfil del poeta en la historiografía literaria, Walter Muschg nos dice que «llamamos individualismo a toda consideración literaria en que prevalece el individuo creador como última instancia de la historiografía». En este sentido, la individualidad de Cernuda nos permite estudiar el desarrollo de su poética desde su más pura originalidad. «La lengua del poeta, no sólo es materia de trabajo, sino la condición misma de su existencia», nos dice Cernuda en Variaciones. La poesía es siempre una postura ante la realidad. De profunda raíz lírica, él mismo nos da una pista inequívoca de cómo conecta con el romanticismo, cuando el poeta, en Ocnos, escribe: Aún sería Albanio muy niño cuando leyó a Bécquer por vez primera [...] Mas al leer sin comprender, como el niño y como muchos hombres, se contagió de algo distinto y misterioso, algo que luego, al releer otras veces al poeta, despertó en él tal el recuerdo de una vida anterior, vago e insistente, ahogado en abandono y nostalgia. Así es como participará en el drama del hombre, igual que los románticos, en su vivir espiritual y trascendente, y, cómo no, en su desamparo. Esta orientación marcará el itinerario poético de nuestro autor, en quien, como en un espejo, se irán reflejando las emociones, las pasiones y los conflictos desde lo inalcanzable. En la adolescencia, edad en la que descubrimos el sentimiento de la intimidad, deslindando el yo del no- yo, unido precisamente por ello a la revelación amorosa, el poeta conoce la limitación del deseo, contrastando con el ideal que ha identificado con el amor y que le ocasionará la decepción y finalmente, la desilusión, un inevitable desencanto. En el poema No intentemos el amor nunca, y con tan expresivo título, nos dice: Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, Quiso vivir hacia lo lejos, Donde supiera alguien de su color amargo. [...] Adonde acaba el mundo. Y donde, precisamente, termina el mundo también para el poeta. En 1927 Luis Cernuda conoce a Juan Ramón Jiménez: esta es una fecha significativa. Con atención podemos reconocer el aroma juanramoniano que se sentirá en poemas que serán escritos durante estos años, años muy importantes en la trayectoria poética de nuestro autor, y en los que consolidará su irrenunciable vocación. Ese aroma lo vemos, por ejemplo, en la palabra sensible que el poeta escoge cuidadosamente y que, siempre por el camino de la belleza, parece que quiere llevarnos más allá de su propio significado. La confrontación entre la apariencia y la verdad dará como fruto el título en el que el mismo Cernuda enmarcará su obra poética y que, en definitiva, es la expresión de un conflicto: La Realidad y el Deseo. Elijamos, como muestra emblemática, estos versos: El deseo es una pregunta cuya respuesta no existe. Imposible deseo, este será uno de los hilos conductores de su poesía a lo largo de su vida, tan manifiestamente poetizado, contagiando este sentimiento a muchos de los títulos de sus poemas. Este deseo, tan presente en la obra cernudiana, como una espiral creciente, está unido a la expresión del eros y al placer 5 Extraído también de la plataforma del CVC (https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/textos/salvador.htm). IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 11 ~ de la posesión del cuerpo («Tu deseo es beber esas hojas lascivas»), en que, además de la dimensión personal- existencial, enlaza con la dimensión social de la prohibición expresa. Con esos «placeres prohibidos, planetas terrenales» hace alusión a los límites («Límites de metal o papel») impuestos desde fuera, sentidos desde su individualidad sexual personal: Extender entonces la mano es hallar una montaña que prohíbe. Podríamos rastrear su verdad más íntima, la verdad de sí mismo, que: [...] no se llama gloria, fortuna o ambición sino amor o deseo. Hasta llegar al sentimiento de la propia identidad, preocupación del poeta y tema que confluye en muchos de sus poemas: Como esta vida que no es la mía Y sin embargo es la mía como este afán sin nombre que no me pertenece y sin embargo soy yo. En el poema Dejadme solo tenemos una definición de la verdad y su vecindad con la mentira: Una verdad es color de ceniza otra verdad es color de planeta [...] Verdades o mentiras Son pájaros que emigran cuando los ojos mueren. El sentimiento cada vez más contrastado con la realidad, la apariencia y el desengaño resultante, le irá acentuando el concepto de soledad, una de las palabras que se repite con frecuencia a lo largo de sus versos. Poeta de la soledad incluso dentro de su generación, de su exilio personal. Lo podemos describir con sus mismas palabras: La soledad está en todo para ti, y todo para ti está en la soledad [...] Isla feliz adonde tantas veces te acogiste [...] Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad. Pero esta soledad, que podríamos llamar sustancial, no tiene siempre una implicación negativa, (como la tiene la ausencia). Él mismo la llama «luciente como el carbón que es el diamante», una soledad que incluso el poeta puede llegar a encontrar benéfica, hasta el punto de que un poema llega a titularse «Alegría de la soledad». Y el poeta avanza por los senderos de la vida y de la desilusión al mismo tiempo (Como quien espera el alba), y este sentimiento, con una intensidad que ya no abandonaría nunca, lo lleva al concepto de tiempo cada vez más unido a la muerte, última etapa del olvido, con una expresión de resignación por no haber alcanzado la culminación del deseo, de sus deseos: «Mas los días esbeltos ya se marcharon lejos». Cernuda poetiza el sentimiento con su himno a la tristeza, como una concienciación de vuelta atrás sentida a través de los días juveniles que se alejan, de vuelta atrás a su infancia, a su tierra, y, de una forma conceptual, a su patria, expresión de su destierro. Como en el poema Impresión de destierro (con ese «España ha muerto») o en el poema que se titula Es lástima que fuera mi tierra, en el que amor y dolor se enlazan de una manera inseparable. Así, cuando es tiempo de escribir el pasado, poemas como el dedicado a Federico García Lorca o a Larra con unas violetas no pueden ser más conmovedores. En un demoledor verso nos dice: «Caí en lo negro», en ese miedo insaciable donde se adivina el deslizamiento y abandono desde la cumbre del amor no realizado, esa línea invisible de su existencialismo, que no por casualidad conecta con el de los años 30. Cernuda logra con el tratamiento de sus temas un aspecto de intemporalidad, al universalizar sus propias vivencias como desgarro existencial ilimitado en el que el lector puede llegar a reconocerse. Es el drama del hombre de siempre. Acaso sea ésta una cualidad que ha hecho que su importancia dentro de su generación haya ido en aumento, a diferencia de otros poetas, coetáneos suyos, a los que empieza a rozarlos el olvido. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 14 ~ 5.3. Temas principales El núcleo temático de la obra de Cernuda es la antítesis entre la realidad y el deseo, hecho que explica que a partir de 1936 titulara el conjunto de su poesía con esta oposición. Esta antítesis nace, sin duda, de las peculiares circunstancias vitales del poeta sevillano, pero entronca perfectamente con lo que en los poetas románticos y simbolistas era la colisión entre la libertad individual y la sociedad burguesa, además de ser un tema característico de la poesía del siglo XX, como lo demuestra su aparición en poemas de autores muy variados, desde Antonio Machado, (…) a Federico García Lorca, (…) pasando por Rafael Alberti, (…) por citar solamente a algunos contemporáneos de Cernuda. El tema de la realidad frente al deseo podemos concretarlo en la obra de Cernuda en una serie de motivos temáticos recurrentes:  Soledad, aislamiento, marginación y sentimiento de la diferencia.  Deseo de encontrar un mundo habitable que no reprima ni ataque al individuo que se siente y se sabe diferente. En el intento por encontrar ese mundo habitable deseado, a veces el poeta se dirige al pasado, a la niñez, con lo que enlazamos con el tema de los “paraísos perdidos”, tan característico de la literatura contemporánea.  Deseo de encontrar la belleza perfecta, que no esté ensuciada por la realidad, por la materialidad.  El amor, como el gran tema cernudiano. Este motivo adopta distintos planteamientos a lo largo de su obra que podemos reducir a tres momentos: - Un amor no disfrutado, pero presentido. Entendido más como experiencia literaria, leída. Es lo que encontramos, principalmente, en el libro Los placeres prohibidos. - La experiencia amorosa marcada por la insatisfacción, por el dolor y el fracaso, por la incomprensión. Lo podemos encontrar, principalmente, en el libro Donde habite el olvido. - El amor como experiencia feliz, exaltada, pero marcada por la brevedad. Así lo leemos en los Poemas del cuerpo.  El tiempo y su discurrir es otro de los grandes temas del poeta sevillano. Vinculados a este motivo temático encontraremos - El deseo de juventud eterna, marcada por las experiencias amorosas, por la belleza y por la fuerza de espíritu que le permite mantener una actitud rebelde frente al mundo que le oprime. - La nostalgia de la infancia, asociada a la ingenuidad y, por ello, a la felicidad. - El deseo de eternidad, de llegar a fundirse con la Naturaleza en un universo perfectamente ordenado.  La naturaleza: Es clara la oposición que se produce en los poemas de Cernuda entre el mundo burgués, contra el que el poeta reacciona de maneras diversas, y el mundo natural, considerado como un paraíso en el que el artista puede vivir en perfecta armonía. Ese mundo social burgués viene marcado por el caos, es la realidad, y frente a él, el orden natural, el deseo. Esa naturaleza cernudiana viene dominada por la espontaneidad y por la proyección libre de los sentimientos y los instintos que en el ámbito burgués deben ser reprimidos. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 15 ~ La realidad y el deseo (1924-1962) ANTOLOGÍA DE LUIS CERNUDA Libro Poema(s) De Primeras poesías [1924-1927] “La noche a la ventana.”, XV De Égloga, elegía, oda [1927-1928] ELEGÍA: “Este lugar, hostil a los oscuros” De Un río, un amor [1929] NO INTENTEMOS EL AMOR NUNCA: “Aquella noche el mar no tuvo sueño” TODO ESTO POR AMOR: “Derribaban gigantes de los bosques para hacer un durmiente” LA CANCIÓN DEL OESTE: “Jinete sin cabeza” De Los placeres prohibidos [1931] TELARAÑAS CUELGAN DE LA RAZÓN NO DECÍA PALABRAS SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR UNOS CUERPOS SON COMO FLORES LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR TE QUIERO De Donde habite el olvido [1932-1933] “Donde habite el olvido”, I “Como una vela sobre el mar”, II “Esperé un dios en mis días”, III “Yo fui”, IV “Adolescente fui en días idénticos a nubes”, VII “No es el amor quien muere”, XII De Invocaciones [1934- 1935] SOLILOQUIO DEL FARERO: “Cómo llenarte, soledad” De Las nubes [1937- 1940] ELEGÍA ESPAÑOLA [I y II]: “Dime, háblame” IMPRESIÓN DE DESTIERRO: “Fue la pasada primavera” GAVIOTA EN LOS PARQUES: “Dueña de los talleres, las fábricas, los bares” UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA: “La playa, parameras” De Como quien espera el alba [1941-1944] TIERRA NATIVA: “Es la luz misma, la que abrió mis ojos” GÓNGORA: “El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo” EL INDOLENTE: “Con hombres como tú el comercio sería” AMANDO EN EL TIEMPO: “El tiempo, insinuándose en tu cuerpo” De Vivir sin estar viviendo [1944-1949] LA SOMBRA: “Al despertar de un sueño, buscas” SER DE SANSUEÑA: “Acaso allí estará, cuatro costados” VIENDO VOLVER: “Irías, y verías” Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 16 ~ De Con las horas contadas [1950-1956] NOCTURNO YANQUI: “La lámpara y la cortina” IN MEMORIAM A. G.: “Con él su vida entera coincidía” OTRA FECHA: “Aires claros, nopal y palma” SOMBRA DE MÍ: “Bien sé yo que esta imagen” PRECIO DE UN CUERPO: “Cuando algún cuerpo hermoso” De Desolación de la quimera [1956-1962] NIÑO TRAS UN CRISTAL: “Al caer la tarde, absorto” BIRDS IN THE NIGHT: “El gobierno francés, ¿o fue el inglés?, puso una lápida PREGUNTA VIEJA, VIEJA RESPUESTA: “¿Adónde va el amor cuando se olvida?” PEREGRINO: “¿Volver? Vuelva el que tenga” DESPEDIDA: “Muchachos / que nunca fuisteis compañeros de mi vida” ANTOLOGÍA Primeras poesías [1924-1927] En este primer libro de versos de Cernuda, publicado inicialmente con el título de Perfil del aire, se percibe ya la talla del poeta, la calidad artística que confirmará en su obra posterior. En sus versos se refleja un deje de melancolía, sin duda propio de la edad, por su carácter propenso a la reflexión íntima y por la cercana influencia de su lectura de la obra de Bécquer. Ya hay claves que permiten rastrear ese conflicto, ese desajuste entre la realidad y el deseo.9 1 XV (“La noche a la ventana”) La noche a la ventana. Ya la luz se ha dormido. Guardada está la dicha En el aire vacío. Levanta entre las hojas, Tú, mi aurora futura; No dejes que me anegue El sueño entre sus plumas. Pero escapa el deseo Por la noche entreabierta, Y en límpido reposo El cuerpo se contempla. Acreciente la noche Sus sombras y su calma, Que a su rosal la rosa Volverá la mañana. Y una vaga promesa Acunando va el cuerpo. En vano dichas busca Por el aire el deseo. 9 Como ya se indicó anteriormente, estos comentarios iniciales de cada libro de la antología han sido tomados de la sección “Antología (rota)” del portal del CVC, Donde habite el recuerdo: Memoria de Luis Cernuda. Desconocemos el nombre del autor de la selección y de los comentarios (https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/antologia/verso.htm). IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 19 ~ 5. LA CANCIÓN DEL OESTE Jinete sin cabeza, Jinete como un niño buscando entre rastrojos Llaves recién cortadas, Víboras seductoras, desastres suntuosos, Navíos para tierra lentamente de carne, De carne hasta morir igual que muere un hombre. A lo lejos Una hoguera transforma en ceniza recuerdos, Noches como una sola estrella, Sangre extraviada por las venas un día, Furia color de amor, Amor color de olvido, Aptos ya solamente para triste buhardilla. Lejos canta el oeste, Aquel oeste que las manos de antaño Creyeron apresar como el aire a la luna; Mas la luna es madera, las manos se liquidan Gota a gota idénticas a lágrimas. Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste; Olvidemos que un día las miradas de ahora Lucirán a la noche, como tantos amantes, Sobre el lejano oeste, Sobre amor más lejano. Los placeres prohibidos [1931] Estalla la rebeldía del poeta. Dentro de la biografía espiritual que es La Realidad y el Deseo, este libro, uno de los más emblemáticos de Cernuda, supone toda una decidida y desinhibida confesión de sus pulsiones eróticas. Aquí el amor, en abstracto, se hace carne y también violencia: es el deseo sexual. El resultado tampoco es risueño: un mundo hostil impide la realización de ese deseo, y aunque el placer es superior a las normas, los límites y las leyes, al final todo parece enturbiarse y corromperse. El placer es inútil y efímero (dice en otro poema: «Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman»). 6. TELARAÑAS CUELGAN DE LA RAZÓN Telarañas cuelgan de la razón En un paisaje de ceniza absorta; Ha pasado el huracán de amor, Ya ningún pájaro queda. Tampoco ninguna hoja, Todas van lejos, como gotas de agua De un mar cuando se seca, Cuando no hay ya lágrimas bastantes, Porque alguien, cruel como un día de sol en primavera, Con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo. Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia, Aunque siempre nos falte alguno; Recoger la vida vacía Y caminar esperando que lentamente se llene, Si es posible, otra vez, como antes, De sueños desconocidos y deseos invisibles. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 20 ~ Tú nada sabes de ello, Tú estás allá, cruel como el día; El día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro, Un muro, ¿no comprendes?, Un muro frente al cuál estoy sólo. 7. NO DECÍA PALABRAS No decía palabras, Acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, Porque ignoraba que el deseo es una pregunta Cuya respuesta no existe, Una hoja cuya rama no existe, Un mundo cuyo cielo no existe. La angustia se abre paso entre los huesos, Remonta por las venas Hasta abrirse en la piel, Surtidores de sueño Hechos carne en interrogación vuelta a las nubes. Un roce al paso, Una mirada fugaz entre las sombras, Bastan para que el cuerpo se abra en dos, Ávido de recibir en sí mismo Otro cuerpo que sueñe; Mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza Porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe. 8. SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR Si el hombre pudiera decir lo que ama, Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo Como una nube en la luz; Si como muros que se derrumban, Para saludar la verdad erguida en medio, Pudiera derrumbar su cuerpo, Dejando sólo la verdad de su amor, La verdad de sí mismo, Que no se llama gloria, fortuna o ambición, Sino amor o deseo, Yo sería aquel que imaginaba; Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos Proclama ante los hombres la verdad ignorada, La verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu Como leños perdidos que el mar anega o levanta Libremente, con la libertad del amor, La única libertad que me exalta, La única libertad por que muero. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 21 ~ Tú justificas mi existencia: Si no te conozco, no he vivido; Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido. 9. UNOS CUERPOS SON COMO FLORES Unos cuerpos son como flores, Otros como puñales, Otros como cintas de agua; Pero todos, temprano o tarde, Serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre. Pero el hombre se agita en todas direcciones, Sueña con libertades, compite con el viento, Hasta que un día la quemadura se borra, Volviendo a ser piedra en el camino de nadie. Yo, que no soy piedra, sino camino Que cruzan al pasar los pies desnudos, Muero de amor por todos ellos; Les doy mi cuerpo para que lo pisen, Aunque les lleve a una ambición o a una nube, Sin que ninguno comprenda Que ambiciones o nubes No valen un amor que se entrega. 10. LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR Los marineros son las alas del amor, Son los espejos del amor, El mar les acompaña, Y sus ojos son rubios lo mismo que el amor Rubio es también, igual que son sus ojos. La alegría vivaz que vierten en las venas Rubia es también, Idéntica a la piel que asoman; No les dejéis marchar porque sonríen Como la libertad sonríe, Luz cegadora erguida sobre el mar. Si un marinero es mar, Rubio mar amoroso cuya presencia es cántico, No quiero la ciudad hecha de sueños grises; Quiero sólo ir al mar donde me anegue, Barca sin norte, Cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia. 11. TE QUIERO Te quiero. Te lo he dicho con el viento, Jugueteando como animalillo en la arena O iracundo como órgano impetuoso; Te lo he dicho con el sol, Que dora desnudos cuerpos juveniles Y sonríe en todas las cosas inocentes; Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 24 ~ 16. VII. (“Adolescente fui en días idénticos a nubes”) Adolescente fui en días idénticos a nubes, Cosa grácil, visible por penumbra y reflejo, Y extraño es, si ese recuerdo busco, Que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy. Perder placer es triste Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; Aquél fui, aquél fui, aquél he sido; Era la ignorancia mi sombra. Ni gozo ni pena; fui niño Prisionero entre muros cambiantes; Historias como cuerpos, cristales como cielos, Sueño luego, un sueño más alto que la vida. Cuando la muerte quiera Una verdad quitar de entre mis manos, Las hallará vacías, como en la adolescencia Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire. 17. XII. (“No es el amor quien muere”) No es el amor quien muere, Somos nosotros mismos. Inocencia primera Abolida en deseo, Olvido de sí mismo en otro olvido, Ramas entrelazadas, ¿Por qué vivir si desaparecéis un día? Sólo vive quien mira Siempre ante sí los ojos de su aurora, Sólo vive quien besa Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara. Fantasmas de la pena, A lo lejos, los otros, Los que ese amor perdieron, Como un recuerdo en sueños, Recorriendo las tumbas Otro vacío estrechan. Por allá van y gimen, Muertos en pie, vidas tras de la piedra, Golpeando la impotencia, Arañando la sombra Con inútil ternura. No, no es el amor quien muere. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 25 ~ Invocaciones [1934-1935] Este libro es el último de la primera versión de La Realidad y el Deseo, tal y como apareció en la edición de 1936. Para los críticos, cierra el llamado primer período poético, y viene a ser como un resumen de todo lo manifestado anteriormente: el amor, la desilusión, la frustración, la belleza, la crítica del medio social. Sus poemas son apasionados y se percibe en ellos, sobre todo en la descripción de la belleza, una tendencia clasicista, que no es nueva en él. Incluye este libro el extenso y conocido poema «El joven marino», que apareció publicado aparte. 18. SOLILOQUIO DEL FARERO Cómo llenarte, soledad, Sino contigo misma. De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, Quieto en ángulo oscuro, Buscaba en ti, encendida guirnalda, Mis auroras futuras y furtivos nocturnos, Y en ti los vislumbraba, Naturales y exactos, también libres y fieles, A semejanza mía, A semejanza tuya, eterna soledad. Me perdí luego por la tierra injusta Como quien busca amigos o ignorados amantes; Diverso con el mundo, Fui luz serena y anhelo desbocado, Y en la lluvia sombría o en el sol evidente Quería una verdad que a ti te traicionase, Olvidando en mi afán Cómo las alas fugitivas su propia nube crean. Y al velarse a mis ojos Con nubes sobre nubes de otoño desbordado La luz de aquellos días en ti misma entrevistos, Te negué por bien poco, Por menudos amores ni ciertos ni fingidos, Por quietas amistades de sillón y de gesto, Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, Por los viejos placeres prohibidos, Como los permitidos nauseabundos, Útiles solamente para el elegante salón susurrado, En bocas de mentira y palabras de hielo. Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona Que yo fui, Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, Limpios de otro deseo, El sol, mi dios, la noche rumorosa, La lluvia, intimidad de siempre, El bosque y su alentar pagano, El mar, el mar como su nombre hermoso; Y sobre todos ellos, Cuerpo oscuro y esbelto, Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, Y tú me das fuerza y debilidad Como el ave cansada los brazos de piedra. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 26 ~ Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, Oigo sus oscuras imprecaciones, Contemplo sus blancas caricias; Y erguido desde cuna vigilante Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres. Por quienes vivo, aun cuando no los vea; Y así, lejos de ellos, Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, Roncas y violentas como el mar, mi morada, Puras ante la espera de una revolución ardiente O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. Tú, verdad solitaria, Transparente pasión, mi soledad de siempre, Eres inmenso abrazo; El sol, el mar, La oscuridad, la estepa, El hombre y el deseo, La airada muchedumbre, ¿Qué son sino tú misma? Por ti, mi soledad, los busqué un día; En ti, mi soledad, los amo ahora. Las nubes. [1937-1940] Por si no estuviera ya predispuesto el poeta a la manifestación de hondos y contradictorios sentimientos sobre el mundo que lo rodea, la guerra civil española, con todos sus desgarros, viene a interponerse en su vida, marcando con un sello indeleble su biografía poética. En este libro, que señala el comienzo de la llamada segunda época, el exilio real y físico se suma a su vivencial exilio interior de siempre. Cernuda, como muchos otros poetas, reacciona ante la muerte de Federico García Lorca con un poema, en el que no escatima duras expresiones contra la incomprensión y el odio hispánicos. 19.a) ELEGÍA ESPAÑOLA (I). Dime, háblame Tú, esencia misteriosa De nuestra raza Tras de tantos siglos, Hálito creador De los hombres hoy vivos, A quienes veo por el odio impulsados Hasta ofrecer sus almas A la muerte, la patria más profunda Cuando la primavera vieja Vuelva a tejer su encanto Sobre tu cuerpo inmenso, ¿Cuál ave hallará nido y qué savia una rama Donde brotar con verde impulso? ¿Qué rayo de la luz alegre, Qué nube sobre el campo solitario, Hallarán agua, cristal de hogar en calma Donde reflejen su irisado juego? IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 29 ~ Si nunca más pudieran estos ojos Enamorados reflejar tu imagen. Si nunca más pudiera por tus bosques, El alma en paz caída en tu regazo, Soñar el mundo aquel que yo pensaba Cuando la triste juventud lo quiso. Tú nada más, fuerte torre en ruinas, Puedes poblar mi soledad humana, Y esta ausencia de todo en ti se duerme. Deja tu aire ir sobre mi frente, Tu luz sobre mi pecho hasta la muerte, Única gloria cierta que aún deseo 20. IMPRESIÓN DE DESTIERRO. Fue la pasada primavera, Hace ahora casi un año, En un salón del viejo Temple, en Londres. Tras edificios viejos, a lo lejos, Entre la hierba el gris relámpago del río. Todo era gris y estaba fatigado Igual que el iris de una perla enferma. Eran señores viejos, viejas damas, En los sombreros plumas polvorientas; Un susurro de voces allá por los rincones, Junto a mesas con tulipanes amarillos, Retratos de familia y teteras vacías. La sombra que caía Con un olor a gato, Despertaba ruidos en cocinas. Un hombre silencioso estaba Cerca de mí. Veía La sombra de su largo perfil algunas veces Asomarse abstraído al borde de la taza, Con la misma fatiga Del muerto que volviera Desde la tumba a una fiesta mundana. En los labios de alguno, Allá por los rincones Donde los viejos juntos susurraban, Densa como una lágrima cayendo, Brotó de pronto una palabra: España. Un cansancio sin nombre Rodaba en mi cabeza. Encendieron las luces. Nos marchamos. Tras largas escaleras casi a oscuras Me hallé luego en la calle, Y a mi lado, al volverme, Vi otra vez a aquel hombre silencioso, Que habló indistinto algo Con acento extranjero, Un acento de niño en voz envejecida. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 30 ~ Andando me seguía Como si fuera solo bajo un peso invisible, Arrastrando la losa de su tumba; Mas luego se detuvo. «¿España?», dijo. «Un nombre. España ha muerto.» Había Una súbita esquina en la calleja. Le vi borrarse entre la sombra húmeda. 21. GAVIOTAS EN LOS PARQUES Dueña de los talleres, las fábricas, los bares, Todas piedras oscuras bajo un cielo sombrío, Silenciosa a la noche, los domingos devota, Es la ciudad levítica que niega sus pecados. El verde turbio de la hierba y los árboles Interrumpe con parques los edificios uniformes, Y en la naturaleza sin encanto, entre la lluvia, Mira de pronto, penacho de locura, las gaviotas. ¿Por qué, teniendo alas, son huéspedes del humo, El sucio arroyo, los puentes de madera de estos parques? Un viento de infortunio o una mano inconsciente, De los puertos nativos, tierra adentro las trajo. Lejos quedó su nido de los mares, mecido por tormentas De invierno, en calma luminosa los veranos. Ahora su queja va, como el grito de almas en destierro. Quien con alas las hizo, el espacio les niega. 22. UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA Las playas, parameras Al rubio sol durmiendo, Los oteros, las vegas En paz, a solas, lejos; Los castillos, ermitas, Cortijos y conventos, La vida con la historia, Tan dulces al recuerdo, Ellos, los vencedores Caínes sempiternos, De todo me arrancaron. Me dejan el destierro. Una mano divina Tu tierra alzó en mi cuerpo Y allí la voz dispuso Que hablase tu silencio. Contigo solo estaba, En ti sola creyendo; Pensar tu nombre ahora Envenena mis sueños. Amargos son los días De la vida, viviendo Sólo una larga espera A fuerza de recuerdos. Un día, tú ya libre De la mentira de ellos, Me buscarás. Entonces ¿Qué ha de decir un muerto? IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 31 ~ Como quien espera el alba [1941-1944] También en este libro se refleja su amargura, pero más serenamente. El título parece ser esperanzador (el libro se publicará dos años después del final de la segunda guerra mundial). Es un libro con frecuentes evocaciones, de mirada hacia atrás. Pero esa nostalgia, la rememoración de su infancia y adolescencia, no refleja, precisamente, un paraíso perdido. Ni su familia ni ese andaluz esencial que describe son piezas de ningún Edén, sino aspectos contradictorios de la realidad que debemos asumir. Se percibe esa tendencia al monólogo interior (ese tú al que se dirige), propio de los últimos libros y de los escritos en prosa poética. 23. TIERRA NATIVA. A Paquita G. de la Bárcena Es la luz misma, la que abrió mis ojos Toda ligera y tibia como un sueño, Sosegada en colores delicados Sobre las formas puras de las cosas. El encanto de aquella tierra llana, Extendida como una mano abierta, Adonde el limonero encima de la fuente Suspendía su fruto entre el ramaje. El muro viejo en cuya barda abría A la tarde su flor la enredadera, Y al cual la golondrina en el verano Tornaba siempre hacia su antiguo nido. El susurro del agua alimentando, Con su música insomne el silencio, Los sueños que la vida aún no corrompe, El futuro que espera como página blanca. Todo vuelve otra vez vivo a la mente, Irreparable ya con el andar del tiempo, Y su recuerdo ahora me traspasa El pecho tal puñal fino y seguro. Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? Aquel amor primero, ¿quién lo vence? Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, Tierra nativa, más mía cuanto más lejana? 24. GÓNGORA El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo, El poeta cuya palabra lúcida es como diamante, Harto de fatigar sus esperanzas por la corte, Harto de su pobreza noble que le obliga A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras, Más generosas que los hombres, disimulan En la común tiniebla parda de las calles La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje; Harto de pretender favores de magnates, Su altivez humillada por el ruego insistente, Harto de los años tan largos malgastados En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso, Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso. Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie Si no es de su conciencia, y menos todavía Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 34 ~ Sin voz le llamas, cuántas veces; Olvidado que de su mocedad se alimentaba Aquella pena aguda, la conciencia De tu vivir de ayer. Ahora, Ida también, es sólo Un vago malestar, una inconsciencia Acallando el pasado, dejando indiferente Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio. 28. SER DE SANSUEÑA Acaso allí estará, cuatro costados Bañados en los mares, al centro la meseta Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra Original de tantos, como tú, dolidos De ella y por ella dolientes. Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo Para de sí arrojarte. En ella el hombre Que otra cosa no pudo, por error naciendo, Sucumbe de verdad, y como en pago Ocasional de otros errores inmortales. Inalterable, en violento claroscuro, Mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil, Con nieves y resoles, riadas y sequías; Almendros y chumberas, espartos y naranjos Crecen en ella, ya desierto, ya oasis. Junto a la iglesia está la casa llana, Al lado del palacio está la timba, El alarido ronco junto a la voz serena, El amor junto al odio, y la caricia junto A la puñalada. Allí es extremo todo. La nobleza plebeya, el populacho noble, La pueblan; dando terratenientes y toreros, Curas y caballistas, vagos y visionarios, Guapos y guerrilleros. Tú compatriota, Bien que ello te repugne, de su fauna. Las cosas tienen precio. Lo es del poderío La corrupción, del amor la no correspondencia; Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo De ninguna: deambular, vacuo y nulo, Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce. Si en otro tiempo hubiera sido nuestra. Cuando gentes extrañas la temían y odiaban, Y mucho era ser de ella; cuando toda Su sinrazón congénita, ya locura hoy, Como admirable paradoja se imponía. Vivieron muerte, sí, pero con gloria Monstruosa. Hoy la vida morimos En ajeno rincón. Y mientras tanto Los gusanos, de ella y su ruina irreparable, Crecen, prosperan. Vivir para ver esto. Vivir para ver esto. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 35 ~ 29. VIENDO VOLVER Irías, y verías Todo igual, cambiado todo, Así como tú eres El mismo y el otro. ¿Un río A cada instante No es él y diferente? Irías, en apariencia Distraído y aburrido En secreto, mirando, Pues el mirar es sólo La forma en que persiste El antiguo deseo. Mirando, estimarías (La mirada acaricia Fijándose o desdeña Apartándose) irreparable todo Ya, y perdido, o ganado Acaso, quién lo sabe. Así, con paso indiferente, Como llevado de una mano, Llegarías al mundo Que fue tuyo otro tiempo, Y allí le encontrarías, Al tú de ayer, que es otro hoy. Impotente, extasiado Y solo, como un árbol, Le verías, el futuro Soñando, sin presente, A espera del amigo, Cuando el amigo es él y en él le espera. Al verle, tú querrías Irte, ajeno entonces, Sin nada que decirle, Pensando que la vida Era una burla delicada, Y que debe ignorarlo el mozo hoy. Con las horas contadas [1950-1956] ¿Premonición del final que se acerca? En este libro, de título tan explícito, el poeta sigue en la línea de los motivos recurrentes que aparecen en los libros anteriores, y el verso largo alterna con el poema de versos cortos. Uno de los poemas escogidos está dedicado, tras su desaparición, a André Gide, el escritor francés cuya lectura le sirvió a Cernuda para reconocerse y aceptarse a sí mismo. 30. NOCTURNO YANQUI. La lámpara y la cortina Al pueblo en su sombra excluyen. Sueña ahora, Si puedes, si te contentas Con sueños, cuando te faltan Realidades. Estás aquí, de regreso Del mundo, ayer vivo, hoy Cuerpo en pena, Esperando locamente, Alrededor tuyo, amigos Y sus voces. Callas y escuchas. No. Nada Oyes, excepto tu sangre, Su latido Incansable, temeroso; Y atención prestas a otra Cosa inquieta. Es la madera, que cruje; Es el radiador, que silba. Un bostezo Pausa. Y el reloj consultas: Todavía temprano para Acostarte. Tomas un libro. Mas piensas Que has leído demasiado Con los ojos, Y a tus años la lectura Mejor es recuerdo de unos Libros viejos. Pero con nuevo sentido. ¿Qué hacer? Porque tiempo hay. Es temprano. Todo el invierno te espera, Y la primavera entonces. Tiempo tienes. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 36 ~ ¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo El tiempo al hombre le dura? «No, que es tarde, Es tarde», repite alguno Dentro de ti, que no eres Y suspiras. La vida en tiempo se vive, Tu eternidad es ahora, Porque luego No habrá tiempo para nada Tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo? Alguien dijo: «El tiempo y yo para otros Dos»1. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores De mañana? Mas tus lectores, si nacen, Y tu tiempo, no coinciden. Estás solo. Frente al tiempo, con tu vida Sin vivir. Remordimiento. Fuiste joven, Pero nunca lo supiste Hasta hoy que el ave ha huido De tu mano. La mocedad dentro duele, Tú su presa vengadora, Conociendo Que, pues no le va esta cara Ni el pelo blanco, es inútil Por tardía. El trabajo alivia a otros De lo que no tiene cura, Según dicen. ¿Cuántos años ahora tienes De trabajo? ¿Veinte y pico Mal contados? Trabajo fue que no compra Para ti la independencia Relativa. A otro menester el mundo, Generoso como siempre, Te demanda. Y profesas pues, ganando Tu vida, no con esfuerzo, Con fastidio. Nadie enseña lo que importa, Que eso ha de aprenderlo el hombre Por sí solo. Lo mejor que has sido, diste, Lo mejor de tu existencia, A una sombra: Al afán de hacerte digno, Al deseo de excederte, Esperando. Siempre mañana otro día Que, aunque tarde, justifique Tu pretexto. Cierto que tú te esforzaste Por sino y amor de una Criatura, Mito moceril, buscando Desde siempre, y al servirla, Ser quien eres. Y al que eras le has hallado. ¿Mas es la verdad del hombre Para él solo, Como un inútil secreto? ¿Por qué no poner la vida A otra cosa? Quien eres, tu vida era; Uno sin otro no sois. Tú lo sabes. Y es fuerza seguir, entonces, Aun el miraje perdido, Hasta el día Que la historia se termine, Para ti al menos. Y piensas Que así vuelves Donde estabas al comienzo Del soliloquio: contigo Y sin nadie. Mata la luz, y a la cama. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 39 ~ Desolación de la quimera [1956-1962] El título del último libro de poemas de Luis Cernuda procede de un verso de T. S. Eliot. Todos los críticos coinciden en que éste es el más amargo y ácido, como bien se demuestra en el primer poema seleccionado, cuando habla de la hipocresía del poder y de la moral burguesa, o en los fragmentos escogidos de Díptico español, cuando rememora con rencor la incomprensión de sus paisanos. Pero, como en los anteriores, la amargura no impide el reflejo de la belleza del mundo. 35. NIÑO TRAS UN CRISTAL Al caer la tarde, absorto Tras el cristal, el niño mira Llover. La luz que se ha encendido En un farol contrasta La lluvia blanca con el aire oscuro. La habitación a solas Le envuelve tibiamente, Y el visillo, velando Sobre el cristal, como una nube, Le susurra lunar encantamiento. El colegio se aleja. Es ahora La tregua, con el libro De historias y de estampas Bajo la lámpara, la noche, El sueño, las horas sin medida. Vive en el seno de su fuerza tierna, Todavía sin deseo, sin memoria, El niño, y sin presagio Que afuera el tiempo aguarda Con la vida, al acecho. En su sombra ya se forma la perla. 36. BIRDS IN THE NIGHT. El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres, Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja, Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron, Durante algunas breves semanas tormentosas. Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde, Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían. Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre, No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu. Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos, Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo, Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna. Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente. Mas podemos pensar que acaso un buen instante Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 40 ~ Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa. Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos, En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto. Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro, Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura De la separación, el escándalo luego; y para éste El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas Errar desde un rincón a otro de la tierra, Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado. El silencio del uno y la locuacidad banal del otro Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo. Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos En entredicho siempre de las autoridades, de la gente Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa. Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarlos; Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo, Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos, Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras Para mayor gloria de Francia y su arte lógico. Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta. “¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro. Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre, Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado”. Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”. Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo; Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias. ¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela. Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla. 37. PREGUNTA VIEJA, VIEJA RESPUESTA ¿Adónde va el amor cuando se olvida? No aquel a quien hicieras la pregunta Es quien hoy te responde. Es otro, al que unos años más de vida Le dieron la ocasión, que no tuviste, De hallar una respuesta. Los juguetes del niño que ya es hombre, ¿Adónde fueron, di? Tú lo sabías, Bien pudiste saberlo. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 41 ~ Nada queda de ellos: sus ruinas Informes e incoloras, entre el polvo, El tiempo se ha llevado. El hombre que envejece, halla en su mente, En su deseo, vacíos, sin encanto, Dónde van los amores. Mas si muere el amor, no queda libre El hombre del amor: queda su sombra, Queda en pie la lujuria. ¿Adónde va el amor cuando se olvida? No aquel a quien hicieras la pregunta Es quien hoy te responde. 38. PEREGRINO ¿Volver? Vuelva el que tenga, Tras largos años, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia De su tierra, su casa, sus amigos, Del amor que al regreso fiel le espere. Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, Sino seguir libre adelante, Disponible por siempre, mozo o viejo, Sin hijo que te busque, como a Ulises, Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope. Sigue, sigue adelante y no regreses, Fiel hasta el fin del camino y tu vida, No eches de menos un destino más fácil, Tus pies sobre la tierra antes no hollada, Tus ojos frente a lo antes nunca visto. 39. DESPEDIDA. Muchachos Que nunca fuisteis compañeros de mi vida, Adiós. Muchachos Que no seréis nunca compañeros de mi vida, Adiós. El tiempo de una vida nos separa Infranqueable: A un lado la juventud libre y risueña; A otro la vejez humillante e inhóspita. De joven no sabía Ver la hermosura, codiciarla, poseerla; De viejo la he aprendido Y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente Mano de viejo mancha El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo. Con solitaria dignidad el viejo debe Pasar de largo junto a la tentación tardía. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 44 ~ Égloga, elegía, oda (1927-1928) Oda La tristeza sucumbe, nube impura, Alejando su vuelo con sombrío Resplandor indolente, languidece, Perdiéndose a lo lejos, leve, oscura. El furor implacable del estío Toda la vida espléndida estremece Y profunda la ofrece Con sus felices horas, Sus soles, sus auroras, Delirante, azulado torbellino. Desde la luz, el más puro camino, Con el fulgor que pisa compitiendo, Vivo, bello y divino, Un joven dios avanza sonriendo. A qué cielo natal ajeno, ausente Le niega esa inmortal presencia esquiva, Ese contorno tibiamente pleno? De mármol animado, quiere y siente; Inmóvil, pero trémulo, se aviva Al soplo de un purpúreo anhelar lleno. El dibujo sereno Del desnudo tan puro, En un reflejo duro, Con sombra y luz acusa su reposo. Y levantando el bulto prodigioso Desde el sueño remoto donde yace, Destino poderoso, A la fuerza suprema firme nace. [...] Un río, un amor (1929) Remordimiento en traje de noche Un hombre gris avanza por la calle de niebla; No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío; Vacío como pampa, como mar, como viento, Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable. Es el tiempo pasado, y sus alas ahora Entre la sombra encuentran una pálida fuerza; Es el remordimiento, que de noche, dudando, En secreto aproxima su sombra descuidada. No estrechéis esa mano. La yedra altivamente Ascenderá cubriendo los troncos del invierno. Invisible en la calma el hombre gris camina. ¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 45 ~ Quisiera estar solo en el sur Quizá mis lentos ojos no verán más el sur De ligeros paisajes dormidos en el aire, Con cuerpos a la sombra de ramas como flores O huyendo en un galope de caballos furiosos. El sur es un desierto que llora mientras canta, Y esa voz no se extingue como pájaro muerto; Hacia el mar encamina sus deseos amargos Abriendo un eco débil que vive lentamente. En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; Su niebla misma ríe, risa blanca en el viento. Su oscuridad, su luz son bellezas iguales. Los placeres prohibidos (1931) Diré cómo nacisteis Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puños, Ante todos, incluso el más rebelde, Apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puñales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino Levantó hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueño más que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un régimen caído. Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mármol con sabor de estío, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrándose a los pies de la tierra Para conseguir un trozo de vida. No sabía los límites impuestos, Límites de metal o de papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacías, Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 46 ~ Extender entonces la mano Es hallar una montaña que prohíbe, Un bosque impenetrable que niega, Un mar que traga adolescentes rebeldes. Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Ávidos dientes sin carne todavía, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronces de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendéis en una mano el misterio, Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo, estatuas anónimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo. Invocaciones [antes Invocaciones a las gracias del mundo] (1934-1935) El joven marino El mar, y nada más. Insaciable, insaciable. Con pie desnudo ibas sobre la olvidadiza arena, Dulcemente trastornado, como el hombre cuando un placer espera, Tu cabello seguía la invocación frenética del viento; Todo tú vuelto apasionado albatros, A quien su trágico desear brotaba en alas, Al único maestro respondías: El mar, única criatura Que pudiera asumir tu vida poseyéndote. [...] Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo? Es ésta solamente quien clava mi memoria, Porque en ella te vi cruzar, sombrío como una negra aurora, Arrastrando las alas de tu hermosura Sobre su dilatada curva, semejante a una pomposa rama Abierta bajo la luz, Con su armadura de altas rocas Caída hacia las dunas de adelfas y de palmas, En lánguido paraje del perezoso sur. [...] Cambiantes sentimientos nos enlazan con este o aquel cuerpo, Y todos ellos no son sino sombras que velan La forma suprema del amor, que por sí mismo late, Ciego ante la mudanza de los cuerpos, Iluminado por el ardor de su propia llama invencible. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 49 ~ Suya no fue la culpa si te hicieron En un rato de olvido indiferente, Repitiendo tan sólo un gesto transmitido Por otros y copiado sin una urgencia propia, Cuya intención y alcance no pensaban. Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste: Al menos has tenido la fuerza de ser franco Para con ellos y contigo mismo. [...] El tiempo que pasó, desvaneciéndolos Como burbuja sobre la haz del agua, Rompió la pobre tiranía que levantaron, Y libre al fin quedaste, a solas con tu vida, Entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente, Dueños en vida son del ancho olvido. Luego con embeleso probando cuanto era Costumbre suya prohibir en otros Y a cuyo trasgresor la excomunión seguía, Te acordaste de ellos, sonriendo apenado. Cómo se engaña el hombre y cuán en vano Da reglas que prohíben y condenan. ¿Es toda acción humana, como estimas ahora, Fruto de imitación y de inconsciencia? [...] Oh padre taciturno que no le conociste, Oh madre melancólica que no le comprendiste. Que a esas sombras remotas no perturbe En los limbos finales de la nada Tu memoria como un remordimiento. Este cónclave fantasmal que los evoca, Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia Para hacer a los idos visibles un momento, Perdón y paz os traiga a ti y a ellos. El andaluz Sombra hecha de luz, Que templado repele, Es fuego con nieve El andaluz. Enigma al trasluz, Pues va entre gente solo, Es amor con odio El andaluz. Oh hermano mío, tú. Dios que te crea, Será quien comprenda Al andaluz. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 50 ~ Vivir sin estar viviendo (1944-1949) El sino El alma en armonía, a solas Quiere vivir junto a lo amado, Con el silencio que una rosa Se entreabre en su ramo. El alma en desacuerdo, a solas Debe morir junto a lo extraño, Con el silencio que una rosa Se deshoja en su ramo. Las islas Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía, Y dejando el navío y el muelle, por callejas (Entre el polvo mezclados pétalos y escamas), Llegué a la plaza, donde estaban los bazares. Era grande el calor, la sombra poca. [...] Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban (Acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente. Una presencia ajena pareció despertarme, Porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía. Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta Ante demanda informulada, me miraba, insegura; Aunque yo nada dije, con gesto silencioso, Invitándome adentro, me tomó de la mano. La seguí, con recelo más débil que el deseo. La sala estaba oscura (ya caía la tarde). Sobre la estera había almohadas, un cestillo Anidando manojos de magnolias mojadas, De excesiva fragancia. Filtró la celosía Unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto». Las pensé referidas a un camarada, Quizá presagio de mi sino. Pero ella, Atrayéndome a sí, sobre la alfombra El ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina, Fría, dura, flexible, escurridiza. Mis manos en sus pechos, su cintura Quebrarse pareció al extenderme sobre ella, Y el silencio circundante, al ritmo De los cuerpos, oí su brazalete, Queja del ave fabulosa que escapaba. La oscuridad llenó la sala toda Cuando saciado y satisfecho quise irme. En la puerta (ella como mi sombra me seguía), Al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos Quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 51 ~ Mucho tiempo ha pasado. No aceptara Revivir otra vez esta existencia. Mas no sé qué daría por sólo aquel instante Revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente Al destino, ni el destino tentarse dejaría. [...] Con las horas contadas (1950-1956) III (“Para ti para nadie”) Para ti, para nadie Pues no basta el recuerdo, Cuando aún queda tiempo, Alguno que se aleja Vuelve atrás la cabeza, O aquel que ya se ha ido, En algo posesivo, Una carta, un retrato, Los materiales rasgos Busca, la fiel presencia Con realidad terrena, Y yo, este Luis Cernuda Incógnito, que dura Tan solo un breve espacio De amor esperanzado, Antes que el plazo acabe De vivir, a tu imagen Tan querida me vuelvo Aquí, en el pensamiento, Y aunque tú no has de verlas, Para hablar con tu ausencia Estas líneas escribo, Únicamente para estar contigo. Desolación de la Quimera (1956-1962) Díptico español A Carlos Otero I Es lástima que fuera mi tierra Cuando allá dicen unos Que mis versos nacieron De la separación y la nostalgia Por la que fue mi tierra, ¿Sólo la más remota oyen entre mis voces? Hablan en el poeta voces varias: Escuchemos su coro concertado, Adonde la creída dominante Es tan sólo una voz entre las otras. Lo que el espíritu del hombre Ganó para el espíritu del hombre A través de los siglos, Es patrimonio nuestro y es herencia De los hombres futuros. Al tolerar que nos lo nieguen y secuestren, el hombre entonces baja, ¿Y cuánto?, en esa dura escala Que desde el animal llega hasta el hombre. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 54 ~ en su tierra y afuera de su tierra, tantas quimeras desoladas con fe que a decepción nunca cedía. Y tras el mundo de los Episodios luego el de las Novelas conociste: Rosalía, Eloísa, Fortunata, Mauricia, Federico Viera, Martín Muriel, Moreno Isla, tantos que habría de revelarte el escondido drama de un vivir cotidiano: la plácida existencia real y, bajo ella, el humano tormento, la paradoja de estar vivo. Los bien amados libros, releyéndolos cuántas veces, de niño, mozo y hombre. Cada vez más en su secreto te adentrabas y los hallabas renovados como tu vida iba renovándose; con ojos nuevos los veías, como iban viendo el mundo. Qué pocos libros pueden nuevo alimento darnos a cada estación nueva en nuestra vida. En tu tierra y afuera de tu tierra siempre traían fielmente el encanto de España, en ellos no perdido, aunque en tu tierra misma no lo hallaras. El nombre allí leído de un lugar, de una calle (Portillo de Gilimón o Sal si Puedes), provocaba en ti la nostalgia de la patria imposible, que no es de este mundo. El nombre de ciudad, de barrio o pueblo, por todo el español espacio soleado (Puerta de Tierra, Plaza de Santa Cruz, los Arapiles, Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona), dicho por él, siempre traía, una doble visión: imaginada y contemplada conocido por ti el lugar o desconocido, ambas hermosas, ambas entrañables. Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas, aún en estos libros te es querida y necesaria, más real y entresoñada que la otra: no ésa, mas aquélla es hoy tu tierra, la que Galdós a conocer te diese, como él tolerante de lealtad contraria, según la tradición generosa de Cervantes, heroica viviendo, heroica luchando por el futuro que era el suyo, no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto. La real para ti no es esa España obscena y deprimente en la que regentea hoy la canalla, sino esta España viva y siempre noble que Galdós en sus libros ha creado. De aquélla nos consuela y cura ésta. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 55 ~ Luna llena en Semana Santa Denso, suave, el aire Orea tantas callejas, Plazuelas, cuya alma Es la flor del naranjo. Resuenan cerca, lejos, Clarines masculinos Aquí, allí la flauta Y oboe femeninos. Mágica por el cielo La luna fulge, llena Luna de parasceve. Azahar, luna, música, Entrelazados, bañan La ciudad toda. Y breve Tu mente la contiene En sí, como una mano Amorosa. ¿Nostalgias? No. Lo que así recreas Es el tiempo sin tiempo Del niño, los instintos Aprendiendo la vida Dichosamente, como La planta nueva aprende En suelo amigo. Eco Que, a la doble distancia, Generoso hoy te vuelve, En leyenda, a tu origen. Et in Arcadia ego. A sus paisanos No me queréis, lo sé, y que os molesta Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado Lengua alguna, caísteis sobre un libro Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro. Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea. ¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos Inventados de mí por cuatro amigos (¿Amigos?), que jamás quisisteis Ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban A la persona misma así traspuesta. Mas vuestra mala fe los ha aceptado. Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos, Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente, Sin otro escrúpulo, a vuestra vez la propaláis. Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria, Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme. Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre Aquí. Y entonces la ignorancia, La indiferencia y el olvido, vuestras armas De siempre, sobre mí caerán, como la piedra, Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra Precipitó en la nada, como al gran Aldana. De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria, Pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo, Criado estuve en ella y, por eso, es la mía, Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 56 ~ A mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis expresas excepciones, A vuestros escritores de hoy ya no los leo. De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente, Escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros Al viento del olvido que, cuando sopla, mata. Si vuestra lengua es la materia Que empleé en mi escribir y, si por eso, Habréis de ser vosotros los testigos De mi existencia y su trabajo, En hora mala fuera vuestra lengua La mía, la que hablo, la que escribo. Así podréis, con tiempo, como venís haciendo, A mi persona y mi trabajo echar afuera De la memoria, en vuestro corazón y vuestra mente. Grande es mi vanidad, diréis, Creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena Y acusándoos de no querer la vuestra darle. Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano Con amor hecho, merece la atención de los otros, Y poetas de ahí tácitos lo dicen Enviando sus versos a través del tiempo y la distancia Hasta mí, atención demandando. ¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido. Mas no todos igual trato me dais, Que amigos tengo aún entre vosotros, Doblemente queridos por esa desusada Simpatía y atención entre la indiferencia, Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo Me vuelvo y os acuso. Grande el número No es, mas basta para sentirse acompañado A la distancia en el camino. A ellos Vaya así mi afecto agradecido. Acaso encuentre aquí reproche nuevo: Que ya no hablo con aquella ternura Confiada, apacible de otros días. Es verdad, os lo debo, tanto como A la edad, al tiempo, a la experiencia. A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queréis Que ame todavía, devolvedme Al tiempo del amor. ¿Os es posible? Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 59 ~ a la de imitar a Guillén, yo mismo he respondido en un escrito (“El Crítico, el Amigo y el Poeta”) y no necesito repetir aquí mis argumentos. Inexperto, aislado en Sevilla, me sentí confundido. La experiencia me iría indicando luego las causas para aquellos ataques; pero entonces, conociendo cómo a todos los libritos de versos que por aquellos años aparecían en España se les había recibido, por lo menos, con benevolencia, la excepción hecha al mío me mortificó tanto más cuanto que ya comenzaba a entrever que el trabajo poético era razón principal, sino única, de mi existencia. Mas no conocemos los recursos vitales de que podemos disponer sino cuando la ocasión nos pone a prueba y, aun confundido como quedé, algo en el fondo de mí comenzó a decirme que aquellos ataques no eran justos, que mi libro era otra cosa de lo que aquella gente decía. A tal conclusión me ayudó al mismo tiempo la reacción de algunos frente al ataque. José Bergamín, a quien yo conocía y estimaba, respondió a una de las críticas más enconadas, defendiendo y elogiando el libro. Luego fueron apareciendo otros comentarios favorables; lo curioso es que éstos partieran de medios literarios distantes del madrileño. Entre ellos recuerdo y agradezco el que me dedicaba, en catalán, la gaceta barcelonesa L'Amic de les Arts. Cuando los versos de Perfil del Aire volvieron a publicarse, con algunas supresiones y correcciones, en la edición primera de La Realidad y el Deseo, el año 1936, les quité el título original, porque ya para entonces mi antipatía a lo ingenioso en poesía me lo había hecho poco agradable. Pero mi conclusión de diez años atrás acerca del libro apenas había cambiado; aunque ahora (1958) , al leer una opinión reciente sobre el mismo, como ésta: “En el año 1927 la poesía española asistió al nacimiento de un libro soberbio, titulado Perfil del Aire”, no deje de parecerme exagerada, como también me lo parecieron antes las opiniones adversas. Perfil del Aire es el libro de un adolescente, aún más adolescente de lo que lo era mi edad al componerlo, lleno de afanes no del todo conscientes, melancólico, precisamente por la impotencia en que me hallaba para satisfacer esos afanes (“la melancolía no es sino fervor caído”, leí yo entonces en alguna página de Gide); pero, al mismo tiempo, libro de un poeta que, desde el punto de vista de la expresión, sabía más o menos adónde iba. Instintivamente me orientaba ya hacia lo que hoy, reflexivamente, llamaría una expresión coloquial, sorteando, también por instinto, los dos escollos frecuentes en la poesía española durante la década del 20: lo folklórico y lo pedantesco. Mi disgusto ante los manerismos entonces habituales entre los escritores jóvenes me libró de caer en no pocos de sus riesgos consiguientes. Hoy sé que el seguir ciegamente las maneras literarias de la época, tanto como la complacencia para consigo mismo, dan pronto ocasión a las primeras arrugas, y que nada como ambas cosas hace vulnerable ante el tiempo a una obra literaria. “Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú.” No digo que esa máxima sea sabia, ni prudente, pero yo la puse en práctica poco después de publicar mi primer libro. Porque mis versos siguientes fueron, decididamente, aún menos “nuevos” que los anteriores. Mi amor y mi admiración hacia Garcilaso (el poeta español que más querido me es) me llevaron, con alguna adición de Mallarmé, a escribir la “Égloga”, cuya publicación, abriendo el número primero de Carmen, la marcó Salvador de Madariaga, en un folletón de El Sol, con un elogio subrayado que, lejos de favorecer mi causa en el ambiente literario madrileño, pudo perjudicarla aún más, pues aquel elogio, además de enfrentarle con la posibilidad de que acaso se equivocaba con respecto a mí (“sostenerla y no enmendarla”, como castizamente creo que dice Guillén de Castro), parecía favorecerme a exclusión de los otros poetas entonces jóvenes. Tras de la “Égloga” escribí la “Elegía” y luego la “Oda”. Tales ejercicios sobre formas poéticas clásicas fueron sin duda provechosos para mi adiestramiento técnico; pero no dejaba de darme cuenta cómo mucha parte viva y esencial de mí no hallaba expresión en dichos poemas. Unas palabras de Paul Éluard, “y sin embargo nunca he encontrado lo que escribo en lo que amo”, aunque al revés, “y sin embargo nunca he encontrado lo que amo en lo que escribo”, cifraban mi decepción frente a aquellas tres composiciones. Al menos, es verdad, me halagaba en ellas ver que comenzaba yo a concebir, y a realizar, que la materia poética era susceptible de amplitud mayor que la acostumbrada entonces entre nosotros. La mención de Éluard es sintomática de dicho momento mío, porque el superrealismo, con sus propósitos y técnica, había ganado mi simpatía. Leyendo aquellos libros primeros de Aragón, de Breton, de Éluard, de Crevel, percibía cómo eran míos también el malestar y osadía que en dichos libros hallaban voz. Un mozo solo, sin ninguno de los apoyos que, gracias a la fortuna y a las relaciones, dispensa la sociedad a tantos, no podía menos de sentir hostilidad hacia esa sociedad en medio de la cual vivía como extraño. Otro motivo de desacuerdo, aún más hondo, existía en mí; pero ahí prefiero no entrar ahora. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 60 ~ Quería yo hallar en poesía el “equivalente correlativo” para lo que experimentaba, por ejemplo, al ver a una criatura hermosa (la hermosura física juvenil ha sido siempre para mí cualidad decisiva, capital en mi estimación como resorte primero del mundo, cuyo poder y encanto a todo lo antepongo) o al oír un aire de jazz. Ambas experiencias, de la vista y del oído, se clavaban en mí dolorosamente a fuerza de intensidad, y ya comenzaba a entrever que una manera de satisfacerlas, exorcizándolas, sería la de darles expresión; mas, inhábil para conseguirlo, sus ecos me perseguían con una advertencia dramática: el tiempo aquel que yo vivía era el mío, el único de que dispondría, y yo no sabría gozarlo, ni tampoco decir en poesía esa urgencia de todo el ser. Al lector que estime inadecuado a mi experiencia su resultado emotivo, y frívolo éste además, al tratarse sólo, al menos en una de las instancias que mencioné, de una experiencia consistente en oír un aire de jazz, le recordaré aquellas palabras de Rimbaud, cuyo sentido creo posible comparar al de mi experiencia: “Un título de vaudeville erguía espasmos ante mí”. En julio de 1928 murió mi madre (mi padre había muerto en 1920) y a comienzos de septiembre dejé Sevilla. La sensación de libertad me embriagaba. Estaba harto de mi ciudad nativa, y aún hoy, pasados treinta años, no siento deseo de volver a ella. Las ciudades, como los países y las personas, si tienen algo que decirnos requieren un espacio de tiempo nada más; pasado éste, nos cansan. Sólo si el diálogo quedó interrumpido podemos desear volver a ellas. ¿Qué será ver siempre la misma faz junto a nosotros al despertar? ¿Las mismas cosas? ¿Las mismas calles? Keats lo dijo: “Better be imprudent moveables than prudent fixtures”. Desde niño me atrajeron los viajes, y el espacio comenzó pronto a obsesionarme; el tiempo, mi otra obsesión, sería, naturalmente, más tardía. Disponía de algún dinero, lo suficiente para vivir con modestia unos meses, un año. Tras de unos días en Málaga, adonde el mar, que no vi hasta tarde en mi vida, me atraía, además de la ocasión de charlar con Altolaguirre, Prados y José María Hinojosa, otro poeta malagueño cuya muerte terrible no se ha mencionado entre nosotros, me fui a Madrid. Aquellos años la ciudad grande era tema literario muy a la moda, y aunque Madrid no era una ciudad comparable a Berlín o Nueva York, en mi caso resultaba al menos aquella donde yo debía ganarme la vida. Mi grado universitario no podía servirme de mucho, porque era de licenciado en derecho y éste nunca me atrajo. Entrevía también que yo servía a algo que, en mi caso, no admitía se le diese devoción secundaria ni compartida; la poesía. Tenía además horror a lo que el mismo Rimbaud ha llamado “la mano”, el acomodamiento espiritual a un oficio o profesión, y comprendía, no sin terror, ya que la sociedad exige tal acomodamiento de los que deben ganarse la vida, que nunca tendría esa “mano”. Tras de volver por el Prado, que ya conocía de un viaje anterior a Madrid, una de mis visitas primeras fue a Vicente Aleixandre. Salinas, entre tanto, trataba de que la universidad de Toulouse me aceptara como lecteur d'espagnol durante el curso próximo. Económicamente resultaba bien poca cosa, pero era una primera salida al mundo y la ocasión de usar de una lengua que conocía en teoría, pero no en la práctica. Madrid me agradaba y, por otra parte, temía comenzar a rodar sin asidero, temor que mi destino ulterior ha justificado y confirmado. Recibido el nombramiento de lector, al despedirme de Salinas un atardecer, con el frío invernal ya cercano, la estufa y la luz encendidas en su casa, me atacó insidiosamente la sensación de algo que yo no tenía, un hogar, hacia el cual, y hacia lo que representa, siempre he experimentado menos atracción que repulsión. Cierto que el deseo de conocer a Francia, país que era el de mi abuelo materno, compensaba aquella nostalgia hogareña. Aún no había crecido lo bastante para darme cuenta clara de las diferencias entre lo francés y lo español. Toulouse era, como creo que es toda provincia francesa, una ciudad con cosas agradables y cosas sórdidas, y pronto encontré algunos rincones donde me hallaba a disgusto. El trabajo escolar me era difícil, porque no tenía práctica de él; lo que llevaba preparado para mis clases estaba dicho en pocos minutos y el resto de la hora se erguía amenazador frente a mí. Sólo años más tarde adquiriría facilidad para llenar con la explicación de un tema toda una clase. París, cómo no, me fascinó. Cuando el catedrático de literatura española en Toulouse, antes de salir yo para París, me preguntó qué era lo que más deseaba ver, y le respondí que el Louvre, creo que quedó extrañado. Los museos, aunque en aquellos años andaban en desgracia con algunos jóvenes iconoclastas, me atrajeron siempre. Al pasar por el boulevard Saint-Michel, las librerías, con mesas desbordando libros en mitad de la acera, me detenían largo rato. Pasé allá el tiempo dedicado a ver, a pasear, a leer. Qué deseo sentía de quedarme indefinidamente. De regreso en Toulouse, un día, al escribir el poema “Remordimiento en traje de noche”, encontré de pronto camino y forma para expresar en poesía cierta parte de aquello que no había dicho hasta entonces. Inactivo poéticamente desde el año anterior, uno tras otro, surgieron los tres primeros poemas de la serie que IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 61 ~ luego llamaría “Un Río, un Amor”, dictados por un impulso similar al que animaba a los superrealistas. Ya he aludido a mi disgusto ante los manerismos de la moda literaria, y acaso deba aclarar que el superrealismo no fue sólo, según creo, una moda literaria, sino además algo muy distinto: una corriente espiritual en la juventud de una época ante la cual yo no pude, ni quise, permanecer indiferente. Dado mi gusto por los aires de jazz, recorría catálogos de discos y, a veces, un título me sugería posibilidades poéticas, como éste de “I want to be alone in the South”, del cual salió el poema segundo de la colección susodicha, y que algunos, erróneamente, interpretaron como expresión nostálgica de Andalucía. En París había visto la primera película sonora, Sombras blancas en los mares del Sur, también me dio ocasión para el tercer poema de la colección, Aún recuerdo, cuando subía al piso segundo del cine, que creo era uno próximo a los Campos Elíseos, si no estaba en los mismos, cómo llegó hasta mí el rumor del mar, fondo de aquella cinta. Uno de los letreros de cierta película muda que vi en Toulouse me deparó esta frase para mí curiosa: En (no recuerdo el nombre de lugar que se mencionaba) los caminos de hierro tienen nombres de pájaro”, y lo usé, como en un collage, dentro del poemilla llamado “Nevada”. Ya en Madrid, durante el verano de 1929, continué escribiendo los poemas que forman la serie, terminándola. Antes había tenido cierta dificultad en usar del verso libre; con el impulso que entonces me animaba, la dificultad quedó vencida, llegando a veces, tanto en “Un Río, un Amor” como en la colección siguiente, “Los Placeres Prohibidos”, a utilizar versos de extensión considerable, en realidad versículos. Prescindí de la rima, consonante o asonante, y apenas si, desde entonces, he vuelto a usar la primera. Lo curioso es que, a pesar de ambas cosas, verso libre y ausencia de rima, en ocasiones sea visible en alguna de tales composiciones, (por ejemplo “Estoy cansado”) una intención análoga a la de la canción; creo que siempre ha sido constante en mis versos, aunque a intervalos, la aparición del poema-canción. Pero no quería repetir la forma y la manera de las canciones medievales, ni de las letrillas, sino, con impulso semejante, conseguir otra expresión. Inútil añadir que nadie se dio cuenta de mi propósito. Poco a poco fui siguiendo el camino que me llevaba hacia un tipo de poesía en la cual lo que yo quería decir me parecía más urgente que lo que resultara al seguir los laberintos de la rima. Es cierto que algunos poetas creyeron cómo sus hallazgos más felices fueron deparados por ese azar de la rima; respetando su parecer, no creí conveniente imitarles, prefiriendo seguir el hilo de mi pensamiento a dejarme conducir, lejos de él, por la rima. Lo maravilloso de la poesía es la posibilidad inagotable que hay en ella, por lo cual ningún poeta, aun siendo de los mayores, puede darnos, si no alguna o algunas de dichas posibilidades, un punto de vista limitado con respecto a la vasta poesía. La afición al cine hacía que me interesaran los Estados Unidos, ya que las películas norteamericanas eran las más cotizadas entonces, y la vida allá la que más cercana parecía al ideal juvenil, sonriente y atlético, que no pocos mozos se trazaban entonces. Nombre de ciudades o de Estados de aquel país dieron pretexto a algunos de mis versos. No se olvide, por otra parte, que los países “artísticos”, como Italia, habían caído en descrédito entre muchos de nosotros, descrédito en parte atribuible a los viejos desplantes esteticistas de d'Annunzio y a los otros políticos, más recientes en fecha, del Duce. Sin embargo, una de las cosas cuya falta hoy más lamento en mi vida es no haber conocido Italia en mi juventud. Mas eran las grandes ciudades modernas las que entonces nos atraían. Seguí leyendo las revistas y los libros del grupo superrealista; la protesta del mismo, su rebeldía contra la sociedad y contra las bases sobre las cuales se hallaba sustentada, hallaban mi asentimiento. España me aparecía como país decrépito y en descomposición; todo en él me mortificaba e irritaba. No sé si, de haber tenido la suerte d nacer en otra tierra, ésta me hubiera parecido tan desagradable. Hoy reconozco que entonces, al menos, nadie me hubiera impedido decir tal opinión y comprendo que me formé y eduqué en mi tierra cuando aún se respetaban en ella ciertas libertades humanas sin las cuales el hombre casi deja de serlo: el proceso de descomposición nacional estaba menos avanzado de lo que está hoy. Como consecuencia de tal descontento ciertas voces de rebeldía, a veces matizadas de violencia, comenzaron a surgir, aquí o allá, entre los versos que iba escribiendo. La caída de la dictadura de Primo de Rivera y el resentimiento nacional contra el rey, que había permitido su existencia, si no la había traído él mismo, suscitaban un estado de inquietud y de trastorno. Mi antipatía al conformismo me hacía difícil a veces el trato con aquellos pocos escritores a quienes conocía, repugnándome el fondo burgués que adivinaba en ellos. Unas palabras que, a petición de Gerardo Diego, escribí como introducción a la selección de algunos versos míos, destinados a publicarse, en 1931, en su antología Poesía española, expresaban, creo que fielmente, aquel descontento. A pesar de todo, en Aleixandre hallé entonces la amistad, la camaradería casi Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 64 ~ que su público nazca; el gusto hacia las primeras existe ya, el de las segundas debe formarse. Creo que mi trabajo corresponde al segundo tipo, y la lentitud del mismo en parecer estimable (la cual, por cierto, corresponde a la lentitud, a que antes aludí, de mi desarrollo espiritual) ayudó a que, al publicarse La Realidad y el Deseo en 1936, contara ya con la simpatía de algunos lectores. Desgraciadamente, la guerra civil, que empezó poco después de aparecer el libro, impidió que pudiese darme cuenta de aquella simpatía naciente. Antes de comenzar la guerra estaba yo para marchar a París, como secretario del embajador don Álvaro de Albornoz. Los acontecimientos precipitaron mi marcha y, no sin alguna posibilidad de que me ocurriera un lance que pudo poner término a mi viaje y a mi existencia, cosa entonces frecuente, llegué a París, donde estuve desde julio a septiembre. Entre los libros que compré entonces estaba la Antología griega, texto griego y traducción francesa, editada en la colección Guillaume Budé. Menciono su adquisición porque esos breves poemas, en su concisión maravillosa y penetrante, fueron siempre estímulo y ejemplo para mí. La estancia en París fue breve; al regresar el embajador a Madrid, regresé con él y con su familia. La nostalgia natural de dejar París se unía a lo incierto y difícil de la situación española. Al principio de la guerra, mi convicción antigua de que las injusticias sociales que había conocido en España pedían reparación, y de que ésta estaba próxima, me hizo ver en el conflicto no tanto sus horrores, que aún no conocía, como las esperanzas que parecía traer para lo futuro. Desnudas frente a frente vi, de una parte, la sempiterna, la inmortal reacción española, viviendo siempre, entre ignorancia, superstición e intolerancia, en una edad media suya propia; y, de otra (yo en pleno wishful thinking), las fuerzas de una España joven cuya oportunidad parecía llegada. Luego me sorprendería, no sólo la suerte de salir indemne de aquella matanza, sino la ignorancia completa de ella en que estuve, aunque ocurriera en torno mío. Ninguna otra vez en mi vida he sentido como entonces el deseo de ser útil, de servir; ya un cínico famoso (creo que era Talleyrand) advirtió a unos diplomáticos jóvenes: “Y sobre todo, nada de celo”. En efecto, el celo, paradójicamente, de poco sirve y siempre es observado por los otros, en la víctima del mismo, con desconfianza. Afortunadamente mi deseo de servir no sirvió para nada y para nada me utilizaron, La marcha de los sucesos me hizo ver poco a poco que no había allí posibilidad de vida para aquella España con que me había engañado. Al margen de todo, no pensé en salir de allí, que hubiera sido lógico, dada mi opinión sobre la situación española; todavía me parecía que, trabajando en lo que siempre fuera mi trabajo, la poesía, estaba al menos al lado de mi tierra y en mi tierra. Algo de eso quise expresar en los poemas escritos durante el año primero de la guerra civil, que luego formaron parte de Las Nubes. La muerte trágica de Lorca no se apartaba de mi mente. En las noches del invierno de 1936 a 1937, oyendo el cañoneo en la ciudad universitaria, en Madrid, leía a Leopardi. El tono de mis versos se hacía quizá menos ditirámbico y su extensión iba reduciéndose, usando de preferencia una combinación básica de versos endecasílabos y heptasílabos. Alguna ocasión se me ofreció para irme de España, pero no sé si, de haberla aprovechado, llegaran a permitírmelo. En febrero de 1938 un amigo inglés, el cual, sin saberlo yo, había gestionado desde Londres que el gobierno de Barcelona me otorgara pasaporte con destino a Inglaterra, para dar unas conferencias, me avisó de que podía emprender el viaje. No creía que mi ausencia durase más de uno o dos meses, creencia que sin duda me facilitó la aceptación del proyecto. Pero mi ausencia ha durado ya, a estas fechas, más de veinte años. A ese amigo, Stanley Richardson, que murió en Londres en 1940, durante un bombardeo, debo haberme salvado de los riesgos eventuales, después de terminada la guerra civil, si su final me alcanza en España. Al comienzo de aquélla estuve en ignorancia de la persecución y matanza de tantos compatriotas míos (los españoles no han podido deshacerse de una obsesión secular: que dentro del territorio nacional hay enemigos a los que deben exterminar o echar del mismo), mas luego adquirí una consciencia tal de esos sucesos, que enturbiaba mi vida diaria; hasta el punto de que, fuera de mi tierra, tuve durante años cierta pesadilla recurrente: me veía allá, buscado y perseguido. Sufrir de tal sueño es cosa que, simbólicamente, me enseñó bastante respecto a mi relación subconsciente con España. No conocía Inglaterra, aunque fuera país que desde mi niñez me interesó, sin duda por esa atracción de contrarios que tan necesaria es en la vida, ya que la tensión entre ellos resulta, al menos para mí, fructífera: mi sur nativo necesitaba del norte, para completarme. Londres me decepcionó al principio, esperaba ver otra ciudad de encanto exterior, como París. Para gustar de Londres, como de toda Inglaterra, para sentir su encanto íntimo, hecho de tradición filtrada a través de los años, matizada por la idiosincrasia nacional, hace falta tiempo. Y eso era, precisamente, lo que yo no quería tener entonces, tiempo; movido por la nostalgia de mi tierra, sólo pensaba en volver a ella, como si presintiera que, poco a poco, me iría distanciando hasta llegar a IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 65 ~ serme indiferente volver o no. De otra parte, pocos extranjeros, sobre todo de los países meridionales, dejan de experimentar en Inglaterra cierta humillación, nacida de la inferioridad inevitable ante el dominio del inglés sobre sí mismo y sobre el contorno, ante sus maneras, naturalmente tan delicadas, que muestran, por contraste, la tosquedad, la rudeza de las nuestras. Inglaterra es el país más civilizado que conozco, aquel donde la palabra civilización alcanzó su sentido pleno. Ante esa superioridad no hay sino someterse, y aprender de ella, o irse. Y eso fue lo que hice: sin dinero, como de costumbre, sin conocer todavía la lengua, mortificado ante la perfección de la convivencia humana inglesa, después de unos cuatro meses de estancia, en julio marché a París, camino de España. Mas las noticias que allá me dieron acerca de la guerra civil, y mi escaso deseo de volver a asistir impotente a la ruina de mi tierra, me detuvieron. Fue aquella una de las épocas más miserables de mi vida: sin recursos, como dije, sin trabajo, sólo la compañía y ayuda de otros amigos y conocidos cuya situación era semejante a la mía, me permitieron esperar y salir adelante. Cuando dejé España llevaba conmigo unos ocho poemas nuevos; en Londres, movido por las emociones encontradas a que ya me referí, escribí seis más. La mayor parte de unos y de otros estaba dictada por una conciencia española, por una preocupación patriótica que nunca he vuelto a sentir. Entre los pocos libros que tenía conmigo, estaba la antología Poesía española, de Diego, y en ella releí a Unamuno y Machado, hallando en sus versos respuesta y alimento para aquella preocupación a que acabo de aludir. A dicho tipo de composiciones añadí otro dictado por el contorno mío de entonces, unas veces francés (como “La Fuente” cuyo motivo y fondo lo deparó el jardín de Luxemburgo), otras inglés, aunque el número de éstas habría de acrecerse a mi regreso a Inglaterra. Porque Stanley Richardson me avisó en septiembre de que Cranleigh School, en Surrey, me aceptaba como ayudante del profesor de español. Regresé, pues, a Inglaterra y en enero de 1939 pasé, de Cranleigh School, a la universidad de Glasgow, y de allí a la Cambridge en 1943. Si no hubiese regresado, aprendiendo la lengua inglesa y, en lo posible, a conocer el país, me faltaría la experiencia más considerable de mis años maduros. La estancia en Inglaterra corrigió y completó algo de lo que en mí y en mis versos requería dicha corrección y compleción. Aprendí mucho de la poesía inglesa, sin cuya lectura y estudio mis versos serían hoy otra cosa, no sé si mejor o peor, pero sin duda otra cosa. Creo que fue Pascal quien escribió: “No me buscarías sino me hubieras encontrado”, y si yo busqué aquella experiencia y enseñanza de la poesía inglesa fue porque ya la había encontrado, porque para ella estaba predispuesto. Por otra parte, el trabajo de las clases me hizo comprender como necesario que mis explicaciones llevaran a los estudiantes a ver por sí mismos aquello de que yo iba a hablarles; que mi tarea consistía en encaminarles y situarles ante la realidad de una obra literaria española. De ahí sólo había un paso a comprender que también el trabajo poético creador exigía algo equivalente, no tratando de dar sólo al lector el efecto de mi experiencia, sino conduciéndole por el mismo camino que yo había recorrido, por los mismos estados que había experimentado y, al fin, dejarle solo frente al resultado. En Cranleigh, durante los meses de otoño que allí estuve, mientras Inglaterra y el mundo atravesaban la crisis que culminó en la visita de Chamberlain a Hitler, cierta calma melancólica fue invadiéndome, y apareciendo en los versos escritos entonces, después de la tormenta de la guerra civil. “Lázaro”, una de mis composiciones preferidas, quiso expresar aquella sorpresa desencantada, como si, tras de morir, volviese otra vez a la vida. Sin duda, no pocos de los estudiantes con quienes me cruzaba por los campos que rodeaban la escuela, morirían pocos años después, en la segunda guerra mundial, que la tregua de Munich sólo demoró, como aquellos otros cuyos nombres podían leerse allí, en un cenotafio, muertos en la primera. Para mi abatimiento, el campo aquel de Surrey era marco de la nostalgia aguda que sentía de mi tierra, mi ambiente, mis amistades españolas. Continué la lectura, ya comenzada la primavera anterior, de algunos poetas ingleses. Leía, simultáneamente, alguna comedia de Shakespeare, Blake, Keats; acostumbrado al ornato verbal, barroco en gran parte, de la poesía española, que de manera sutil me parecía repetirse en la francesa, me desconcertaba no hallarlo en la inglesa o, al menos, que ésta no hiciera del mismo, como los españoles y los franceses, razón de ser para la poesía. Pronto hallé en los poetas ingleses algunas características que me sedujeron: el efecto poético me pareció mucho más hondo si la voz no gritaba ni declamaba, ni se extendía reiterándose, si era menos gruesa y ampulosa. La expresión concisa daba al poema contorno exacto, donde nada faltaba ni sobraba, como en aquellos epigramas admirables de la antología griega. Aprendí a evitar, en lo posible, dos vicios literarios que en inglés se conocen, uno, como pathetic fallacy (creo que fue Ruskin quien le llamó así), lo que pudiera traducirse como engaño sentimental, tratando de que Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 66 ~ el proceso de mi experiencia se objetivara, y no deparase sólo al lector su resultado, o sea, una impresión subjetiva; otro, como purple patch o trozo de bravura, la bonitura y lo superfino de la expresión, no condescendiendo con frases que me gustaran por sí mismas y sacrificándolas a la línea del poema, al dibujo de la composición. Ya se recordará, cómo, en general, mi instinto literario tendía a prevenirme contra riesgos tales. Algo que también aprendí de la poesía inglesa, particularmente de Browning, fue el proyectar mi experiencia emotiva sobre una situación dramática, histórica o legendaria (como en “Lázaro”, “Quetzalcóatl”, “Silla del Rey”, “El César”), para que así se objetivara mejor, tanto dramática como poéticamente. La luz, los árboles, las flores del paisaje inglés comenzaron a aparecer en mis versos, para matizarlos con un colorido y claroscuro nuevos. Así fue el norte completando en mí, meridional, la gama de emociones sensoriales. Mas ese efecto de la lectura de los poetas ingleses acaso fuera más bien uno acumulativo o de conjunto que el aislado o particular de tal poeta determinado. Al decir eso debo añadir cómo Shakespeare me apareció entonces, y así me aparecería siempre, como poeta que no tiene igual en otra literatura moderna; acaso represente para mí lo que Dante representa para algunos poetas ingleses, completando en éstos, poetas nórdicos, lo que Shakespeare completa en mí, poeta meridional, aunque entre Dante y Shakespeare no hay otra correlación que la de su grandeza respectiva. Al mismo tiempo que a los poetas leía a los críticos de la poesía, que en Inglaterra son bastantes y de importancia excepcional: las Vidas de los poetas, del Dr. Johnson, la Biografía literaria, de Coleridge, las cartas de Keats, los ensayos de Arnold y Eliot. Me interesaba ya el camino que habían seguido los poetas ingleses para llegar a estos poemas que iba conociendo, así como lo que pensaron acerca de la poesía y las cuestiones concernientes a ella. En 1940, durante mi estancia en Glasgow, Bergamín publicó en México la edición segunda de La Realidad y el Deseo, aumentada con la sección VII, “Las Nubes”, la cual, comenzada en Madrid, como dije, y continuada en Londres, París y Cranleigh, terminé en Glasgow el año ya mencionado. Una edición separada de Las Nubes, edición pirata, por cierto, apareció en Buenos Aires en 1943. Había temido yo que la situación en España, después de terminada la guerra civil, no fuera favorable para nosotros, los poetas y escritores idos, y que mi trabajo, apenas comenzado a publicarse en 1936, quedaría olvidado y desconocido de los jóvenes. Que de mis versos se hiciera, no sólo una edición segunda, sino hasta una edición pirata, me permitió vislumbrar para el mismo posibilidades menos pesimistas. Ni Glasgow ni Escocia me resultaban agradables. A partir de 1941 comencé a pasar en Oxford los meses de vacaciones estivales. En sus librerías, aunque la guerra también repercutiese en ellas, tanto por lo que atañía a la edición de libros ingleses como por la dificultad o imposibilidad de obtener los extranjeros, hallé no pocos libros de poesía o sobre poesía, nuevos o de ocasión, que iba leyendo y estudiando. El regreso a Escocia me deprimía en extremo. Durante uno de esos períodos de vacaciones en Oxford, en el verano de 1941, comencé allá Como quien espera el Alba, lo continué en Glasgow y lo termine en Cambridge en 1944. El otoño, invierno y primavera de 1941 a 1942 fue uno de los períodos de mi vida cuando más requerido me vi por temas y experiencias que buscaban expresión en el verso; a veces, no terminado aún un poema, otro requería surgir. No pocas veces he oído que el poeta debe desconfiar de tales períodos de abundancia; no sé. El resultado de aquel mío está ahí y, a pesar de todo, Como quien espera el Alba es quizá una de las colecciones de mis versos donde más cosas hay que prefiero. El traslado a la universidad de Cambridge me alegró mucho. La tarde en que debía tomar el tren camino de Londres y Cambridge, dejando al fin Escocia, fui por última vez a la universidad y, deteniéndome en el quadrangle, miré bien a todos lados (a la antipatía, lo mismo que a la simpatía, también puede en alguna ocasión complacerle el demorar la mirada sobre el objeto de ella). Luego me fui. Rara vez me he ido tan a gusto de sitio alguno. Durante los dos años de estancia en Cambridge, de 1943 a 1945, viví en Emmanuel College, y quienes conozcan los colegios de Cambridge y Oxford saben el encanto que tienen. El trabajo escolar me permitía, lo mismo que me permitió en Glasgow, el uso de la biblioteca universitaria. Entre mis lecturas de esos años quisiera mencionar cómo, ya en Glasgow, había comenzado todas las noches a leer, por costumbre, una vez acostado, algunos versículos de la Biblia en traducción inglesa; de dicha lectura quizá debe quedar huella, entre otros versos, en algunos de los de Como quien espera el Alba. Lectura diferente fue la de las Conversaciones de Goethe con Eckermann y la de la correspondencia entre Goethe y Schiller. Ambos libros nos acercan tanto a Goethe que en ellos parece asistiéramos a su vida diaria y a la marcha de su pensamiento. Su correspondencia con Schiller, además, es lectura especialmente ejemplar y fecunda para un poeta. En Cambridge comencé a leer a Kierkegaard, que me atrajo profundamente, buscando, en traducción inglesa, no pocas de sus obras. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 69 ~ ambos casos. Se trata, simplemente, de un cambio en la velocidad. Lo dicho afecta en parte a la variedad necesaria en el poeta, si no quiere que su trabajo resulte monótono, aunque esa variedad depende de la mayor o menor amplitud en la escala temática y expresiva del poeta. El arribo a Nueva York lo he referido en poema en prosa. “La Llegada”. Viniendo de un país donde la guerra y la posguerra impusieron, y seguían imponiendo todavía al marcharme de allí, penitencia y ascetismo excepcionales, las tiendas de Nueva York, que son quizás uno de sus encantos mayores, me lo hicieron aparecer como país de Jauja. Mount Holyoke me agradó, así como la cordialidad de la gente y la abundancia de todo. Téngase en cuenta que, por vez primera en mi vida, mi trabajo iba a pagarse de manera decorosa y suficiente, lo cual, como es natural, acaso ayudaba a mi primera reacción optimista. En noviembre recibí desde Buenos Aires ejemplares de Como quien espera el Alba. La erratas, aunque no tan numerosas, tratándose de un libro más pequeño, como en la edición segunda de La Realidad y el Deseo, me mortificaron. Seguía imposibilitado por la distancia para conocer la reacción directa ante el libro; confusamente, de aquí y de allá, me llegaron indicaciones de que algunos acogían mis versos de manera diferente a como fueron acogidos en Madrid los primeros; el tiempo comenzaba quizá a hacer su obra. Lo curioso era que, aun cuando mis publicaciones anteriores no hubieran sido objeto de atención particular, no quedaban olvidadas, y mi nombre surgía, aquí o allá, al hablarse de poesía española. Era un reconocimiento más bien tácito que expreso y, aunque no dejara de sorprenderme, lo más sorprendente resultaba cómo había resistido yo, durante años, lleno de una fe absurda, trabajando, aunque sin facilidad para publicar mis escritos, en medio de un aislamiento continuo. La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos. Seguí experimentando en Mount Holyoke, durante el cuso de 1947 a 1948, agrado idéntico. Mas al llegar el fin de curso, una estudiante que había trabajado conmigo su tesis, al despedirse de mí me dijo de pronto: “No se quede aquí, no se quede aquí”. Tras de sus palabras vi el recelo que sentía de que aquel ambiente fuera perjudicial a mi trabajo como poeta; a pesar mío, no dejé de impresionarme. Es verdad que, contrario al vaticinio, “Vivir sin estar Viviendo” fue continuado y terminado en Mount Holyoke, y que allí empecé también “Con las Horas contadas”, aunque esta colección la terminaría ya abandonados los Estados Unidos, en México. Vine a México por vez primera en el verano de 1949 y, contra mis presunciones, el efecto resultó considerable; tanto, que la vida en Mount Holyoke se me hizo enojosa. En el librito en prosa Variaciones sobre un Tema Mexicano, que comencé a escribir durante el invierno de 1949 a 1950, puede entreverse el conflicto; también aparece en algunas composiciones de “Con las Horas contadas”. La estancia en Nueva York, durante las escapadas del pueblo, no me traía compensación, porque no conocía a nadie y, a veces, una sensación de miedo me sobrevenía al percibirme entre extraños en medio de aquel inmenso país. No pensaba sino en la vuelta a México. Hoy veo que era la mía una situación donde mis reacciones primeras, no controladas por mí, iban dominándome contra toda reflexión y todo sentido común. En marzo de 1947 recibí carta de mi amiga Concha de Albornoz, quien hacía unos años trabajaba en Mount Holyoke College, Estados Unidos, preguntándome si aceptaría un puesto allí. Aunque parezca increible, no había pensado en cómo y dónde habría de continuar mi existencia. Volver a mi tierra, ni pensaba en ello; poco a poco se consumaba la separación espiritual, después de la material, entre España y yo. Los Estados Unidos fueron, como ya dije, entusiasmo juvenil mío, que no llegó entonces a obtener satisfacción visitando el país, y puede suponerse si la propuesta me atraería. Comencé las gestiones, largas y complicadas, para obtener visado; además de esas dificultades estaban las del trasporte a Nueva York, ya que, apenas acabada la guerra, los viajes aéreos o marítimos aún no eran normales. Llegó el verano, el verano más sostenidamente soleado y luminoso que conociera durante mis nueve años de estancia allá, y aún continuaba yo, obtenido el visado, sin resolver la cuestión de transporte. Debía hallarme en Mount Holyoke a fines de septiembre, a comienzos del curso; cuando desesperaba ya de emprender la jornada, me enteraron en la agencia de viajes, donde solicitara pasaje, que una señora había cancelado el suyo y podía disponer de su cabina. Era un buque francés, que tocaba Southampton, de donde saldría para Nueva York el 10 de septiembre. No pocas veces me había preguntado cómo sería aquella tierra adonde me preparaba a marchar, y que no era sólo otra tierra más, otro país más, sino parte del continente americano, hacia el cual un español tiene que experimentar atracción e interés peculiares. Puesto que mi actitud entonces, como dije antes, era refractaria a la metrópoli y afecta al campo (Teócrito y Virgilio siempre fueron para mí poetas predilectos), mi pregunta acerca de la nueva tierra se cifró así: Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 70 ~ “¿Cómo serán los árboles aquellos?”, que daría el verso primero para un poema (“Otros Aires”) escrito luego en Mount Holyoke. No se extrañe que en los árboles cifrara, inconscientemente, la curiosidad hacia el país aún desconocido, porque ante mí tuve todos aquellos años los hermosos, los bellísimos árboles ingleses: robles, encinas, olmos. A un plátano viejo de dos siglos, en el jardín de los Fellows de Emmanuel College, había dedicado el poema “El Árbol”, en “Vivir sin estar Viviendo”. A medianoche partí de la estación de Waterloo, el diez de septiembre de 1947, camino del puerto, de donde saldría rumbo a Estados Unidos. Coexistían en mí dos emociones contrarias; una, la de la curiosidad y atracción hacia un país nuevo, y la otra, algo fúnebre, de abandonar lo que fue nuestro mundo. Retirada la escala del buque, sobre cubierta esperé la partida, pensando en aquellos nueve años que había vivido en tierra inglesa. No sé si el poeta experimenta sus emociones con intensidad mayor o igual a la de cualquier otro hombre; no puedo conocerlo, puesto que, como decía Hopkins, “bebo en un solo jarro, que es el de mi propio ser”. Aquellos momentos nocturnos en Southampton, antes de la partida, bastaron para que recorriese, en un trance agónico, como se dice que ocurre a los moribundos, toda una fase de mi vida. Más tarde traté de expresar en un poema, “La Partida”, aquella experiencia, pero no lo conseguí. Es necesario que el poeta explore todas las ramificaciones, las posibilidades del tema, y las siga, relacionándolas dentro de la composición, para que un poema adquiera existencia. Hay experiencias cuyo alcance se nos escapa, unas veces por pereza al explorarlas, ése creo que fue mi caso al componer “La Partida”; otras por incapacidad para explorarlas, y ésa fue mi situación al escribir el poema en prosa “El Acorde”. Es verdad que no siempre es necesaria, al escribir un poema, esa exploración de sus posibilidades; cuando se trata de un tema cuyas posibilidades las conoce de antemano el poeta como limitadas, en el cual, lo mismo que en el relámpago, basta un instante para su iluminación, sólo hay que trasladar lo esencial de la experiencia. Así creo que ocurrió en “Los Espinos”, uno de mis poemas preferidos. Entre una y otra situación, aquélla de posibilidades poéticas amplias y ésta de posibilidades poéticas breves, es necesario distinguir previamente, porque una requiere desarrollo y otra requiere concreción; esa diferencia nace con el germen mismo del poema. Siempre traté de comprender mis poemas a partir de un germen inicial de experiencia, enseñándome pronto la práctica que, sin aquel, el poema no parecería inevitable ni adquiriría contorno exacto y expresión precisa. La extensión mayor o menor de un poema la dicta de antemano, como es natural, el germen del cual nace. También la expresión, en una y otra de las dos situaciones antes indicadas, debe acomodarse a la naturaleza respectiva del poema a escribir, y ajustarse a un paso más lento o a un paso más breve, aunque eso no quiera decir que concentración o intensidad no sean requeridas en ambos casos. Se trata, simplemente, de un cambio en la velocidad. Lo dicho afecta en parte a la variedad necesaria en el poeta, si no quiere que su trabajo resulte monótono, aunque esa variedad depende de la mayor o menor amplitud en la escala temática y expresiva del poeta. El arribo a Nueva York lo he referido en poema en prosa. “La Llegada”. Viniendo de un país donde la guerra y la posguerra impusieron, y seguían imponiendo todavía al marcharme de allí, penitencia y ascetismo excepcionales, las tiendas de Nueva York, que son quizás uno de sus encantos mayores, me lo hicieron aparecer como país de Jauja. Mount Holyoke me agradó, así como la cordialidad de la gente y la abundancia de todo. Téngase en cuenta que, por vez primera en mi vida, mi trabajo iba a pagarse de manera decorosa y suficiente, lo cual, como es natural, acaso ayudaba a mi primera reacción optimista. En noviembre recibí desde Buenos Aires ejemplares de Como quien espera el Alba. La erratas, aunque no tan numerosas, tratándose de un libro más pequeño, como en la edición segunda de La Realidad y el Deseo, me mortificaron. Seguía imposibilitado por la distancia para conocer la reacción directa ante el libro; confusamente, de aquí y de allá, me llegaron indicaciones de que algunos acogían mis versos de manera diferente a como fueron acogidos en Madrid los primeros; el tiempo comenzaba quizá a hacer su obra. Lo curioso era que, aun cuando mis publicaciones anteriores no hubieran sido objeto de atención particular, no quedaban olvidadas, y mi nombre surgía, aquí o allá, al hablarse de poesía española. Era un reconocimiento más bien tácito que expreso y, aunque no dejara de sorprenderme, lo más sorprendente resultaba cómo había resistido yo, durante años, lleno de una fe absurda, trabajando, aunque sin facilidad para publicar mis escritos, en medio de un aislamiento continuo. La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos. Seguí experimentando en Mount Holyoke, durante el cuso de 1947 a 1948, agrado idéntico. Mas al llegar el fin de curso, una estudiante que había trabajado conmigo su tesis, al despedirse de mí me dijo de pronto: “No se quede aquí, no se quede aquí”. Tras de sus palabras vi el recelo que sentía de que aquel ambiente fuera IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 71 ~ perjudicial a mi trabajo como poeta; a pesar mío, no dejé de impresionarme. Es verdad que, contrario al vaticinio, “Vivir sin estar Viviendo” fue continuado y terminado en Mount Holyoke, y que allí empecé también “Con las Horas contadas”, aunque esta colección la terminaría ya abandonados los Estados Unidos, en México. Vine a México por vez primera en el verano de 1949 y, contra mis presunciones, el efecto resultó considerable; tanto, que la vida en Mount Holyoke se me hizo enojosa. En el librito en prosa Variaciones sobre un Tema Mexicano, que comencé a escribir durante el invierno de 1949 a 1950, puede entreverse el conflicto; también aparece en algunas composiciones de “Con las Horas contadas”. La estancia en Nueva York, durante las escapadas del pueblo, no me traía compensación, porque no conocía a nadie y, a veces, una sensación de miedo me sobrevenía al percibirme entre extraños en medio de aquel inmenso país. No pensaba sino en la vuelta a México. Hoy veo que era la mía una situación donde mis reacciones primeras, no controladas por mí, iban dominándome contra toda reflexión y todo sentido común. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 74 ~ conciencia es el elemento que da unidad a esta obra tan vasta y varia. Poeta fatal, está condenado a decir y a pensar en lo que dice. Por eso, al menos para mí, sus poemas mejores son los de esos años en que dicción espontánea y pensamiento se funden; o las de esos momentos de la madurez en que la pasión, la cólera o el amor, le devuelven el antiguo entusiasmo, ahora en un lenguaje más duro y lúcido. Biografía de un poeta moderno de España, La realidad y el deseo es también la biografía de una conciencia poética europea. Porque Cernuda es un poeta europeo, en el sentido en que no son europeos Lorca o Machado, Neruda o Borges. (El europeísmo de este último es muy americano: es una de las maneras que tenemos los hispanoamericanos de ser nosotros mismos o, más bien, de inventarnos. Nuestro europeísmo no es un desarraigo ni una vuelta al pasado: es una tentativa por crear un espacio temporal frente a un espacio sin tiempo y, así encarnar.) Por supuesto, los españoles son europeos pero el genio de España es polémico: pelea consigo mismo y cada vez que arremete contra una parte de sí, arremete contra una parte de Europa. Tal vez el único poeta español que se sienta europeo con naturalidad es Jorge Guillén; por eso, también con naturalidad, se siente bien plantado en España. En cambio, Cernuda escogió ser europeo con la misma furia con que otros de sus contemporáneos decidieron ser andaluces, madrileños o catalanes. Su europeísmo es polémico y está teñido de antiespañolismo. El asco por la tierra nativa no es exclusivo de los españoles; es algo constante en la poesía moderna de Europa y América. (Pienso en Pound y en Michaux, en Joyce y en Breton, en Cummings... La lista sería interminable.) Así, Cernuda es antiespañol por dos motivos: por españolismo polémico y por modernidad. Por lo primero, pertenece a la familia de los heterodoxos españoles; por lo segundo, su obra es una lenta reconquista de la herencia europea, una búsqueda de esa corriente central de la que España se ha apartado desde hace mucho. No se trata de influencias –aunque, como todo poeta, haya sufrido varias, casi todas benéficas– sino de una exploración de sí mismo, no ya en sentido psicológico sino de su historia. Cernuda descubre el espíritu moderno a través del surrealismo. El mismo Cernuda se ha referido varias veces a la seducción que ejerció sobre su sensibilidad la poesía de Reverdy, maestro de los surrealistas y también suyo. Admira en Reverdy el "ascetismo poético" –equivalente, dice, al de Braque– que lo hace construir un poema con el mínimo de materia verbal; pero más que la economía de medios admira su reticencia. Esa palabra es una de las claves del estilo de Cernuda. Pocas veces un pensamiento más osado y una pasión más violenta se han servido de expresiones más púdicas. No fue Reverdy el único de los franceses que lo conquistó. En una carta de 1929, escrita desde Madrid, pide a un amigo de Sevilla que le devuelva varios libros (Les pas perdus de André Breton, Le libertinage y Le paysan de Paris de Louis Aragon entre otros) y agrega: "Azorín, Valle–Inclán, Baraja: ¿qué me importa toda esa estúpida, inhumana, podrida literatura española?" No se escandalicen los casticistas. En esos mismos años Breton y Aragón encontraban, con las excepciones sabidas, que la literatura francesa era igualmente inhumana y estúpida. Hemos perdido esa hermosa desenvoltura; qué difícil ahora ser insolente, injustamente justo como en 1920. ¿Qué debe Cernuda a los surrealistas? El puente entre la vanguardia francesa y la poesía de nuestra lengua fue, como es sabido, Vicente Huidobro. Después del poeta chileno los contactos se multiplicaron y Cernuda no fue ni el primero ni el único que haya sentido la fascinación del surrealismo. No sería difícil señalar en su poesía y aún en su prosa las huellas de ciertos surrealistas, como Elouard, Rigaut y, aunque se trate de un escritor que es su antípoda, el deslumbrante Louis Aragon (primera manera). Pero a diferencia de Huidobro, Neruda, Lorca o Villaurrutia, para Cernuda el surrealismo fue algo más que una lección de estilo, más que una poética o una escuela de asociaciones e imágenes verbales: fue una tentativa de encarnación de la poesía en la vida, una subversión que abarcaba tanto al lenguaje como a las instituciones. Una moral y una pasión. Cernuda fue el primero, y casi el único, que comprendió e hizo suya la verdadera significación del surrealismo como movimiento de liberación –no del verso sino de la conciencia: el último gran sacudimiento espiritual de Occidente. A la conmoción psíquica del surrealismo hay que agregar la revelación de André Gide. Gracias al moralista francés, se acepta a sí mismo; desde entonces su homosexualismo no será ni enfermedad ni pecado sino destino libremente aceptado y vivido. Si Gide lo reconcilia consigo mismo, el surrealismo le servirá para insertar su rebelión psíquica y. vital en una subversión más vasta y total. Los "placeres prohibidos" abren un puente entre este mundo de "códigos y ratas" y el mundo subterráneo del sueño y la inspiración: son la vida terrestre en todo su taciturno esplendor ("miembros de mármol", "flores de hierro", "planetas terrenales',) y son también la vida espiritual más alta ("soledades altivas", "libertades memorables"). El fruto que nos ofrecen estas duras libertades es el del misterio, cuyo "sabor ninguna amargura corrompe". La poesía se vuelve activa; el sueño y la palabra echan abajo las "estatuas anónimas" y en la gran "hora vengativa, su fulgor puede destruir IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 75 ~ nuestro mundo". Más tarde Cernuda abandonó las maneras y tics surrealistas, pero su visión esencial, aunque fuese otra su estética, siguió siendo la de su juventud. El surrealismo es una tradición. Con ese instinto crítico que distingue a los grandes poetas, Cernuda remonta la corriente: Mallarmé, Baudelaire, Nerval. Aunque siempre fue fiel a estos tres poetas, no se detuvo en ellos. Fue a la fuente, al origen de la poesía moderna de Occidente: al romanticismo alemán. Uno de los temas de Cernuda es el del poeta frente al mundo hostil o indiferente de los hombres. Presente desde sus primeros poemas, a partir de invocaciones se despliega con intensidad cada vez más sombría. La figura de Hölderlin y las de sus criaturas son su modelo; pronto esas imágenes se transforman en otra, encantadora y terrible: la del demonio. No un demonio cristiano, repulsivo o aterrador, sino pagano, casi un muchacho. Es su doble. Su presencia será constante en su obra, aunque cambie con los años y sea cada vez más amarga y sin esperanzas su palabra. En la imagen del doble siempre reflejo intocable, Cernuda se busca a sí mismo pero también busca al mundo: quiere saber que existe y que los otros existen. Los otros: una raza de hombres distinta de los hombres. Al lado del diablo, la compañía de los poetas muertos. La lectura de Hölderlin y la de Jean–Paul y Novalis, la de Blake y Coleridge, son algo más que un descubrimiento: un reconocimiento. Cernuda vuelve a los suyos. Esos grandes nombres son para él personas vivas, invisibles pero seguros intercesores. Habla con ellos como si hablase consigo mismo. Son su verdadera familia y sus dioses secretos. Su obra está escrita pensando en ellos; son algo más que un modelo, un ejemplo o una inspiración: una mirada que lo juzga. Tiene que ser digno de ellos. Y la única manera de serlo es afirmar su verdad, ser él mismo. Reaparece de nuevo el tema moral. Pero no será Gide, con su moral psicológica, sino Goethe quien lo guiará en esta nueva etapa. No busca una justificación sino un equilibrio; lo que llamaba el joven Nietzsche "la salud", el perdido secreto del paganismo griego; el pesimismo heroico, creador de la tragedia y la comedia. Muchas veces habló de Grecia, de sus poetas y filósofos, de sus mitos y, sobre todo, de su visión de la hermosura: algo que no es ni físico ni corporal y que tal vez sólo sea un acorde, una medida. En Ocnos, al hablar del "conocimiento hermoso" –¿por qué conoce a la hermosura o por qué todo conocer es hermosura?– dice que la belleza es medida. Y así, por un camino que va de la rebelión surrealista al romanticismo alemán e inglés y de éstos a los grandes mitos de Occidente, Luis Cernuda recobra su doble herencia de poeta y español: la tradición europea, el saber y el sabor del mediodía mediterráneo. Lo que se inició como pasión polémica y desmesura terminó como reconocimiento de la medida. Una medida, es cierto, en la que no caben otras cosas que también son Occidente. Y entre ellas dos de las mayores: el cristianismo y la mujer. La "otredad" en sus manifestaciones más totales: el otro mundo y la otra mitad de este mundo. Y sin embargo, Cernuda hace fuerzas de flaqueza y crea un universo en el que no faltan dos elementos esenciales, uno del cristianismo y otro de la mujer: la introspección y el misterio amoroso. No he hablado de otra influencia que fue capital lo mismo en su poesía que en su crítica, especialmente desde Las nubes (1940): la poesía moderna de lengua inglesa. En su juventud amó a Keats y más tarde 'se sintió atraído por Blake, pero estos nombres, especialmente el segundo, pertenecen a lo que podría llamarse su mitad demoníaca o subversiva: alimentaron a su rebeldía moral. Su interés por Wordsworth, Browning, Keats y Eliot es de otra índole: no busca en ellos tanto una metafísica como una conciencia estética. El misterio de la creación literaria y el tema del significado último de la poesía –sus relaciones con la verdad, con la historia y con la sociedad– le preocuparon siempre. En las reflexiones de los poetas ingleses encontró, formuladas de manera distinta o semejante a la suya, respuestas a estas preguntas. Una muestra de este interés es el libro que dedicó al pensamiento poético de los líricos ingleses. No creo equivocarme al pensar que T. S. Eliot fue el escritor vivo que ejerció una influencia más profunda en el Cernuda de la madurez. Repito: influencia estética, no moral ni metafísica; la lectura de Eliot no tuvo las consecuencias liberadoras que tuvo su descubrimiento de Gide. El poeta inglés lo hace ver con nuevos ojos la tradición poética y muchos de sus estudios sobre poetas españoles están escritos con esa precisión y objetividad, no exenta de capricho, que es uno de los encantos y peligros del estilo crítico de Eliot. Pero el ejemplo de este poeta no sólo es visible en sus opiniones críticas sino en su creación. Su encuentro con Eliot coincide con un cambio en su estética; consumada la experiencia liberadora del surrealismo, no le preocupa buscar nuevas formas sino expresarse. No una norma sino una mesura, algo que no podían darle ni los modernos franceses ni los románticos alemanes. Eliot había sentido una necesidad parecida y después de The Waste Land su poesía se vierte en moldes cada vez más tradicionales. Yo no sabría decir si esta actitud de regreso, en Cernuda y en Eliot, benefició o dañó a su poesía; por una parte, los empobreció, ya que sorpresa e invención, alas del poema, desaparecen parcialmente de su obra de madurez; por la otra, tal vez sin ese cambio habrían enmudecido o se Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 76 ~ habrían perdido en una estéril búsqueda, como sucede aún con grandes creadores como Pound y Cummings. Y ya se sabe que no hay nada más monótono que el innovador de profesión. En suma, la poesía y la crítica de Elot le sirvieron para moderar al romántico que siempre fue. Cernuda sintió predilección, desde que empezó a escribir, por el poema largo, Para el gusto moderno la poesía es, ante todo, concentración verbal y por eso el poema largo se enfrenta a una dificultad casi insuperable: reunir extensión y concentración, desarrollo e intensidad, unidad y variedad, sin hacer de la obra una colección de fragmentos .Y sin incurrir tampoco en el grosero recurso de la amplificación. Un coup de dés12, concentración verbal máxima en un poco más de doscientas líneas, algunas de una sola palabra, es una muestra, para mí la más alta, de lo que quiero decir. No es el poema breve sino el extenso el que elige el uso de las tijeras: el poeta debe ejercer sin remordimiento su don de eliminación si quiere escribir algo que no sea prolijo, disperso o difuso. La reticencia, el arte de decir aquello que se calla, es el secreto del poema breve; en el largo los silencios no operan como sugestión, no dicen, sino que son como las divisiones y subdivisiones del espacio musical. Más que una escritura son una arquitectura. Ya Mallarmé había comparado Un coup de dés a una partitura musical y Eliot ha llamado a una de sus grandes composiciones: Four Quartets. A Cernuda ese poema le parecía lo mejor que había escrito Eliot y varias veces discutimos las razones de esta preferencia, pues yo me inclinaba por The Waste Land –que, por lo demás, también debe verse como una construcción musical. Aunque nuestro poeta no aprendió el arte del poema largo en Eliot –antes los había escrito y algunos de ellos se cuentan entre lo más perfecto que hizo– las ideas del escritor inglés aclararon las suyas y modificaron parcialmente sus concepciones. Pero una cosa son las ideas y otra el temperamento de cada uno. Sería inútil buscar en su obra los principios de armonía, contrapunto o polifonía que inspran a Eliot y Saint–John Perse; y nada más lejos del "simultaneísmo" de Pound o Apollinaire que el desarrollo linear, semejante al de la música vocal del poema de Cernuda. La armonía implica el reconocimiento de otras voces y acordes; la melodía es lírica y Cernuda sólo es, y es bastante, un poeta lírico. Así, la forma más afín a su naturaleza fue el monólogo. Los escribió siempre y aún podría decirse que su obra es un largo monólogo. La poesía inglesa le enseñó a ver cómo la monodia puede volverse sobre sí misma, desdoblarse e interrogarse: le enseñó que el monólogo es siempre un diálogo. En alguno de sus estudios, ha aludido a la lección de Robert Browning; yo añadiría la de Pound, que fue el primero en servirse del monólogo de Browning. (Compárese, por ejemplo, el uso de la interrogación en Near Perigord y en los poemas largos del último Cernuda.) Y aquí me parece que debo decir algo sobre un tema que le preocupó y sobre el que escribió páginas de gran penetración: las relaciones entre el lenguaje hablado y el poema. Cernuda señala que el primero que proclamó el derecho del poeta a emplear "the language really used by men" fue Wordsworth. Aunque este antecedente no constituye el origen del llamado "prosaísmo" de la poesía contemporánea, es bueno distinguir entre la idea de Wordsworth y la de Herder, que veía en la poesía "el canto del pueblo". El lenguaje popular, si es que existe realmente y no es una invención del romanticismo alemán, es una supervivencia de la era feudal. Su culto es una nostalgia. Muy significativamente Jiménez y Machado coincidieron en hacer del "pueblo" la "verdadera aristocracia" y de la "sencillez" del canto popular o folklórico el "verdadero refinamiento". Reacción contra la estética de lo exquisito y lo raro que habían puesto de moda los poetas hispanoamericanos, la simplicidad de la llamada poesía popular no es menos artificial que las complicaciones de los modernistas. La canción tradicional fue el género predilecto de la mayoría de los poetas de la generación de 1925 y de sus maestros, Jiménez y Machado13. Cernuda nunca cayó en la afectación de lo popular (afectación a la que debemos, de todos modos, algunos de los poemas más seductores de nuestra lírica moderna) y trató de escribir como se habla; o mejor dicho: se propuso como materia prima de la transmutación poética no el lenguaje de los libros sino el de la conversación. No acertó siempre. Con frecuencia su verso es prosaico, en el sentido en que la prosa escrita es prosaica, no el habla viva: algo más pensado y construido que dicho. Por las palabras que emplea, casi todas cultas, y por la sintaxis artificiosa, más que "escribir como 12 Coup de dés: tirada de dados, golpe de suerte. Referencia al poema, que se menciona más abajo, de Stephane Mallarmé “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” (una tirada de dados nunca abolirá el azar), impreso en forma de libro en el que las palabras del citado verso se distribuyen, aisladas y en grandes caracteres, a lo largo de bastantes páginas rodeadas de otros muchos versos. Puede consultarse en este enlace: http://coupdedes.com/images/coupdedes.pdf. 13 El verdadero maestro fue Jiménez. La influencia de Machado fue posterior y se ejerció sobre un grupo más joven. Por cierto, es lástima que los seguidores de este poeta no hayan distinguido aún entre el lenguaje hablado y el "lenguaje popular", confusión que en Machado es tan persistente como en Jiménez. A mi juicio no es la poesía sino la prosa de Machado lo que podría abrir un camino a los poetas nuevos. (nota de Octavio Paz) IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 79 ~ pensamiento moderno, especialmente el surrealismo, le muestra que todos somos diferentes. Homosexualismo se vuelve sinónimo de libertad; el instinto no es un impulso ciego: es la crítica hecha acto. Todo, el cuerpo mismo, adquiere una coloración moral. En esos años se adhiere al comunismo (1930). Adhesión fugaz porque en esta materia, como en tantas otras, los troyanos son tan obtusos como los tirios16. La afirmación de su propia verdad lo hace reconocer la de los demás: "por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren...", dirá años después. Aunque comparte nuestro común destino no nos propone una panacea. Es un poeta, no un reformador. Nos ofrece su "verdad verdadera", ese amor que es la única libertad que lo exalta, la única libertad por la que muere. La verdad verdadera, la suya y la de todos, se llama deseo. En una tradición que con poquísima excepciones –se pueden contar con los dedos, de La Celestina y La Lozana Andaluza a Rubén Darío, Valle–Inclán y García Lorca– identifica "placer" con “sensación agradable, contento del ánimo o diversión", la poesía de Cernuda afirma con violencia la primacía del erotismo. Esa violencia se calma con los años pero el placer ocupará siempre un lugar central en u obra, al lado de su contrario complementario: la soledad. Son la pareja que rige su mundo, ese "paisaje de ceniza absorta" que el deseo puebla de cuerpos radiantes, fieras hermosas y lucientes. El destino de la palabra deseo, desde Baudelaire hasta Breton, se confunde con el de la poesía. Su significado no es psicológico. Cambiante e idéntico, es la energía o la voluntad de encarnación del tiempo, el apetito vital o el ansia de morir: no tiene nombre y los tiene todos. ¿Qué o quién es el que desea lo que deseamos? Aunque asume la forma de la fatalidad, no se cumple sin nuestra libertad y en él se cifra todo nuestro albedrío. No sabemos nada del deseo excepto que cristaliza en imágenes y que esas imágenes no cesan de hostigarnos hasta que se vuelven realidades. Apenas las tocamos, se desvanecen. ¿O somos nosotros los que nos desvanecemos? La imaginación es el deseo en movimiento. Es lo inminente, aquello que suscita la Aparición; y es la lejanía, la sed de espacio. Con cierta pereza se tiende a considerar los poemas de Cernuda meras variaciones de un viejo lugar común: la realidad acaba por destruir al deseo y nuestra vida es una 16 El mismo impulso le llevó, en 1936, a alistarse como voluntario en las milicias populares. Se fue a la sierra de Guadarrama con un fusil y un tomo de Hölderlin en la chaqueta, según me ha contado Arturo Serrano Plaja, que compartió con él esos días exaltados. Repitió el gesto un año después, al regresar a Valencia de París (adonde había ido como secretario del embajador Álvaro de Albornoz) a sabiendas de que la guerra estaba perdida. Por cierto, en Valencia y Barcelona lo hostigó un personaje del Partido (nada menos que el traductor de Marx), alto funcionario del Ministerio de Educación en esos días, que encontró poco ortodoxos varios poemas de Cernuda, especialmente la elegía a García Lorca. En sus tratos con gente e instituciones de su lengua, Cernuda no tuvo suerte. En México, país al que amó, la Universidad sólo pudo ofrecerle, no sin largas gestiones, una mísera clase de literatura francesa (¡como profesor sustituto!) y alguna otra ayuda pequeña. El Colegio de México, o más bien Alfonso Reyes, le dio una beca que le permitió escribir sus estudios, sobre poesía española contemporánea; a la muerte de Reyes, el nuevo director lo despidió, sin mucha ceremonia. ¿Era un "hombre difícil", como se repite, o le hicimos nosotros difícil la vida? Aunque no sea éste el sitio oportuno, daré aquí mi testimonio. Desde 1938, año de nuestro casual encuentro en Valencia, en la imprenta de La hora de España, hasta el día de su muerte, nuestra relación no se empañó un instante. Separados por la distancia, nos escribimos desde 1939 hasta 1962. Lo vi en Londres, donde pasamos varios días juntos, en 1945. Lo volví a ver y tratar en México, de 1953 a 1958, otra vez, unos cuantos días, en 1962. Lo encontré siempre tolerante y cortés; amigo leal y buen consejero, tanto en la vida como en la literatura, Era tímido pero no cobarde; era reservado pero también franco. La moderación de su lenguaje daba firmeza a su rechazo de los valores de nuestro mundo. Respetaba los gustos y opiniones ajenos y pedía respeto para los suyos. Su intransigencia era de orden moral e intelectual: odiaba la inautenticidad (mentira e hipocresía) y no soportaba a los necios ni a los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los otros. Cierto, a veces sus reacciones eran exageradas y sus juicios no eran siempre justos ni piadosos, ¿En nuestro medio no es mejor pecar por intransigencia que por complicidad literaria, política o de camarilla? Tuvo (poquísimos) amigos, no compinches. Rompió con varios, a veces con razón, otras sin ella; en todo caso, exigía fidelidad a la amistad y la daba, (Fue conmovedor el cuidado con que preparó la edición de las Poesías de su amigo Manuel Altolaguirre). Nunca fue un cursi, ni en el vestir ni en el hablar, Si alguna afectación tuvo, fue por el lado de la sobriedad. Le repugnaba la familiaridad del trato de españoles e hispanoamericanos, que continuamente se entrometen en las vidas de sus semejantes. Su humor era seco. Sabía reírse (un poco) de sí mismo, Aborrecía la promiscuidad (café, club, party o fandango) pero amaba la conversación con sus amigos. Uno de sus gustos era cenar en algún restaurante pequeño y después caminar hasta bien avanzada la noche, en charla tranquila. En esas ocasiones era comunicativo y hablaba largamente (sin escucharse). Tenía una virtud rara: sabía oír. Otra: era puntual. Fue siempre un rebelde y solitario... Mi trato con su poesía se remonta a la Antología de Gerardo Diego y a las publicaciones de Héroe y La tentativa poética, aquellas colecciones que editaba Altolaguirre y que nos descubrieron, a los muchachos mexicanos de entonces, al grupo de poetas españoles. En 1936 leí La Realidad y el deseo, la primera edición, en un ejemplar de José Ferrel (el" traductor mexicano de Rimbaud y Lautréamont). Años después, en 1939, llegaron a México varios amigos de Cernuda, que pronto lo fueron míos: María Zambrano, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert. Concha de Albornoz, Aparte de este grupo de poetas y artistas españoles, Cernuda siempre tuvo entre nosotros un reducido círculo de lectores fervientes. Me gusta pensar que en sus años de destierro en Inglaterra, cuando su poesía era menospreciada en su patria y en el resto de Hispanoamérica, la amistad de uno o dos mexicanos le hizo sentir que no estaba enteramente solo. Ese largo periodo de indiferencia ante su obra le llevó a creer que nadie se interesaba en lo que escribía, Recuerdo su gesto de sorpresa e incredulidad ante el entusiasmo con que Joaquín Diez-Canedo y Alí Chumacero acogieron la idea de publicar en el Fondo de Cultura' Económica la tercera edición de La realidad y el deseo. Fue una ele sus pocas alegrías de escritor. (Nota de Octavio Paz) Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 80 ~ continua oscilación entre privación y saciedad. A mí me parece que, además, dicen otra cosa, más cierta y terrible: si el deseo es real, la realidad es irreal; el deseo vuelve real lo imaginario, irreal la realidad. El ser entero del hombre es el teatro de esta continua metamorfosis; en su cuerpo y su alma deseo y realidad se interpenetran y se cambian, se unen y separan. El deseo puebla al mundo de imágenes y. simultáneamente, deshabita a la realidad. Nada lo satisface porque vuelve fantasmas a los seres vivos. Se alimenta de sombras o más bien: nuestra realidad humana, nuestra sustancia, tiempo y sangre, alimenta a sus sombras. Entre deseo y realidad hay un punto de intersección: el amor. No hay amor sin deseo pero el único deseo verdadero es el del amor. Sólo en ese desear un ser entre todos los seres el deseo se despliega plenamente. Aquel que conoce el amor no desea ya otra cosa. El amor revela la realidad al deseo: esa imagen deseada es algo más que un cuerpo que se desvanece: es un alma, una conciencia. Tránsito del objeto erótico a la persona amada. Por el amor, el deseo toca al fin la realidad: el otro existe. Esta revelación casi siempre es dolorosa porque la existencia del otro se nos presenta simultáneamente como un cuerpo que se penetra y como una conciencia impenetrable. El amor es la revelación de la libertad ajena y nada es más difícil que reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se ama y desea. Y en esto radica la contradicción del amor: el deseo aspira a consumarse mediante la destrucción del objeto deseado; el amor descubre que ese objeto es indestructible... e insubstituible. Queda el deseo sin amor o el amor sin deseo. El primero nos condena a la soledad: esos cuerpos intercambiables son irreales; el segundo es inhumano: ¿puede amarse aquello que no se desea? Cernuda fue muy sensible a esta condición de veras trágica del amor, de todo amor. En sus poemas de juventud la violencia de su pasión choca ciegamente con la existencia inesperada de una conciencia irremediablemente ajena y ese descubrimiento lo llena de cólera y pena. (Más tarde, en un texto en prosa, alude al "egoísmo" de los amores juveniles.) En los libros de la madurez el tema de la poesía amorosa y mística de Occidente –"la amada en el amado transformada"– aparece con frecuencia. Pero la unión, fin último del amor, sólo puede lograrse si se reconoce que el otro es un ser diferente y libre. Si nuestro amor, en lugar de intentar abolir esa diferencia, se convierte en el espacio para que ella se despliegue. La unión amorosa no es identidad (si lo fuese seríamos más que hombres) sino un estado de perpetua movilidad como el juego o, como la música, de perpetuo acordarse. Cernuda siempre afirmó su verdad diferente: ¿vio y reconoció la de los otros? Su obra ofrece una respuesta doble. Como casi todos los seres humanos –al menos, como todos los que aman realmente, que no son tantos– en el momento de la pasión es alternativamente idólatra y adversario de su amor; después, en la hora de la reflexión, comprende con amargura que si no lo amaron como quería fue tal vez porque él mismo no supo querer con total desprendimiento. Para amar deberíamos vencernos a nosotros mismos, suprimir el conflicto entre deseo y amor –sin suprimir ni al uno ni al otro. Difícil unión entre amor contemplativo y amor activo. Cernuda aspiró a esa unión, la más alta; y esa aspiración señala el sentido de la evolución de su poesía: la violencia del deseo, sin dejar nunca de ser deseo, tiende a transformarse en contemplación de la persona amada. Al escribir esta frase me asalta una duda: ¿puede hablarse de persona amada en el caso de Cernuda? Pienso no sólo en la índole de la pasión homosexual –con su fondo de narcisismo y su dependencia del mundo infantil, que la hace caprichosa, tiránica y vulnerable a la enfermedad de los celos– sino en la turbadora insistencia del poeta en considerar el amor como una fatalidad casi impersonal. En un poema de Como quien espera el alba (1947) dice: "el amor es lo eterno y no lo amado". Quince o veinte años antes había dicho lo mismo, con mayor exasperación: "no es el amor quien muere, somos nosotros mismos". En uno y otro caso afirma la primacía del amor sobre los amantes pero en el poema de juventud hay una queja implícita: el acento está en el morir del hombre y no en la inmortalidad del amor. La diferencia de tono muestra el sentido de su evolución espiritual: en el segundo texto el amor ya no es inmortal sino eterno y el "nosotros" se convierte en "lo amado". El poeta no participa: ve. Paso del amor activo al contemplativo. Lo notable es que este cambio no altera la visión central: no son los hombres los que se realizan en el amor sino el –amor el que se sirve de los hombres para realizarse. La idea del ser humano como "juguete de la pasión" es un tema constante en su poesía. Exaltación del amor y abajamiento de los hombres. Nuestro poco valor procede de nuestra condición mortal: somos cambio pero no resistimos a los cambios de la pasión; aspiramos a la eternidad pero un instante de amor nos destruye. Privada de su sustento espiritual –el alma que le dieron platónicos y cristianos– la criatura no es una persona sino una momentánea condensación de los, poderes inhumanos: juventud, hermosura y otras formas magnéticas en que el tiempo o la energía se manifiestan. La criatura es una Aparición y no hay nada detrás de ella. Cernuda emplea pocas veces las palabras alma o conciencia para hablar de sus amores; tampoco alude siquiera a sus señas particulares, ni a IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 81 ~ esos atributos que, como se dice vulgarmente, dan personalidad a la gente. En su mundo no reina el rostro, espejo del alma, sino el cuerpo. No se entenderá lo que significa esta palabra para el poeta español si no se advierte que ve en el cuerpo humano la cifra del universo. Un cuerpo joven es un sistema solar, un núcleo de irradiaciones físicas y psíquicas. El cuerpo es surtidor de energía y aún más: es una fuente de "materia psíquica" o mana, substancia que no es ni espiritual ni física, fuerza que mueve al mundo según los primitivos. Al amar a los cuerpos, no adoramos a una persona sino a una encarnación de esa fuerza cósmica. La poesía amorosa de Cernuda va de la idolatría a la veneración; sufre y goza con esa voluntad de preservar y de destruir lo que amamos en que consiste el conflicto entre deseo y amor –pero ignora al otro. Es una contemplación de lo amado, no del amante. Así, en la conciencia ajena no ve sino su propio rostro interrogante. Ésa fue su "verdad verdadera, la verdad de sí mismo". Hay otra verdad; cada vez que amamos, nos perdemos: somos otros. El amor no realiza al yo mismo: abre una posibilidad al yo para que cambie y se convierta. En el amor no se cumple el yo sino la persona: el deseo de ser otro. El deseo del ser. Si el amor es deseo, ninguna ley que no sea la del deseo puede sujetarlo. Para Cernuda el amor es ruptura con el orden social y unión con el mundo natural. Y es ruptura no sólo porque su amor es diferente al de la mayoría sino porque todo amor quebranta las leyes humanas. El homosexualismo no es excepcional; la verdadera excepción es el amor. La pasión de Cernuda –y también su ira, sus blasfemias y sarcasmos– brotan de un tronco común; desde su nacimiento, la poesía de Occidente no ha cesado de proclamar que la pasión de amor, la experiencia más alta para nuestra civilización, es una trasgresión, un crimen social. Las palabras de Melibea, un instante antes de despeñarse de la torre, palabras de caída y perdición pero igualmente de acusación a su padre, pueden repetirlas todos los enamorados. Inclusive en una sociedad como la hindú, que no ha hecho del amor la pasión por excelencia, cuando el dios Krishna encarna y se hace hombre, se enamora; y sus amores son adúlteros. Hay que decirlo una y otra vez: el amor, todo amor, es inmoral. Al menos en el sentido social de la palabra. Imaginemos una sociedad distinta a la nuestra y a todas las que ha conocido la historia; una sociedad en la que reinase la más absoluta libertad erótica, el mundo infernal de Sade o el paradisíaco que nos proponen los sexólogos modernos: ahí el amor sería un escándalo mayor que entre nosotros. Pasión natural o revelación del ser en la persona amada o puente entre este mundo y el otro o contemplación de la vida o la muerte: el amor nos abre las puertas de un estado que escapa a las leyes de la razón común y de la moral corriente. No, Cernuda no defendió el derecho de los homosexuales a vivir su vida (ése es un problema de legislación social) sino que exaltó como la experiencia suprema del hombre la pasión de amor. Una pasión que asume esta o aquella forma, siempre diferente y, no obstante, siempre la misma. Amor único a una persona única –aunque esté sujeta al cambio, la enfermedad, la traición y la muerte. Ésta fue la única eternidad que deseó la única verdad que consideró cierta. No la verdad del hombre: la verdad del amor. En un mundo arrasado por la crítica de la razón y el viento de la pasión, los llamados valores se vuelven una dispersión de cenizas. ¿Qué sobrevive? Cernuda regresa a la antigua naturaleza y en ella descubre no a Dios sino a la divinidad misma, a la madre de dioses y mitos, El poder del amor no proviene de los hombres, seres débiles, sino de la energía que mueve a todas las cosas. La naturaleza no es ni materia ni espíritu para Cernuda: es movimiento y forma, es apariencia y es soplo invisible, palabra y silencio. Es un lenguaje y más: una música. Sus cambios no tienen finalidad alguna; ignora la moral, el progreso y la historia: como a Dios, le basta con ser. Y del mismo modo que Dios no puede ir más allá de sí porque no tiene límites y contemplarse y reflejarse interminablemente es toda su trascendencia, la naturaleza es un incesante cambio de apariencias y un siempre ser idéntica a sí misma. Un juego sin fin, que nada significa y en el que no podemos encontrar salvación o condenación alguna. Verla jugar con nosotros, jugar con ella, caer con ella y en ella – ése es nuestro destino, En esta visión del mundo hay más de una huella de La gaya ciencia y, sobre todo, del pesimismo de Leopardi. Mundo sin creador aunque recorrido por un soplo poético; algo que no sé si podría llamarse ateísmo religioso. Cierto, a veces aparece Dios: es el ser con el que habla Cernuda cuando no habla con nadie y que se desvanece silenciosamente como una nube momentánea. Se diría una encarnación de la nada –y a ella vuelve, En cambio, la veneración, en la acepción de respeto por lo santo y lo divino, que le inspiran cielos y montañas, un árbol, un pájaro o el mar, siempre el mar, son constantes desde su primer libro hasta el último. Es un poeta del amor pero también del mundo natural. Su misterio lo fascinó. Va de la fusión con los elementos a su contemplación, evolución paralela a la de su poesía amorosa. A veces sus paisajes son tiempo detenido y en ellos la luz piensa como en algunos cuadros de Turner; otros están construidos con la geometría de Poussin, pintor que fue uno de los primeros en redescubrir. Tampoco ante la naturaleza el hombre hace buena figura. Juventud y hermosura no lo salvan de su insignificancia. Cernuda no ve en nuestra poca Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 84 ~ IV. Francisco Brines: Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda17 Discurso leído el día 2 1 de mayo de 2006 en su recepción pública como miembro de la RAE (…) Fue en una antología nutridísima, con cerca de ochenta autores, donde recibí mi segunda gran conmoción lectora: la de Cernuda. Sabía con vaguedad del nombre, pero no de su poesía. A partir de la lectura de esa docena de poemas, le busqué en todas las antologías en que apareciera, ya que sus libros eran una absoluta ausencia en las librerías. Al final le hallé, a mediados de los cincuenta, y a ras de suelo, en un armarico de una pequeña librería madrileña, Abril, tendido junto a otros. El título, Como quien espera el alba, más bien parecía expresar todo ese tiempo de espera mía para conocerle con plenitud. De aquel ejemplar, que pasó en Valencia de mano en mano entre unos poquísimos poetas amigos, salió pocos años más tarde, ya conocida su obra entera, y desde el fervor de alguno de sus lectores, el número homenaje que le dedicara La caña gris, al gobierno de su jovencísimo timonel Jacobo Muñoz. A este le escribiría el autor: «Ha sido mi primera satisfacción entera como escritor [...] es cuestión [...] de verme comprendido al fin enteramente». Nadie como Cernuda, en mi experiencia lectora, había sabido incorporar con tanta verdad y completud al hombre que él era en las palabras escritas. Era una experiencia que me conmocionaba y una posible lección de proyección personal en el poema. Desde entonces pensé que sería por mi parte un acto obligado de lealtad y de agradecimiento hacerles llegar a ambos, aun sin conocerlos personalmente, los libros que yo pudiera escribir. Desgraciadamente sólo en el primero, Las brasas, pudieron cumplirse mis deseos, y tan sólo con uno de ellos dos. Pasados muchos años, y al incorporarse El otoño de las rosas a mi obra reunida, encabezó el libro una dedicatoria conjunta: a Juan Ramón Jiménez y a Luis Cernuda. Ninguno de ellos podía ya protestar ni retirarme su amistad, si la hubiese yo merecido anteriormente. Al fin y al cabo, también en vida tuvieron tiempos de bonanza y afecto, y cuando lo hice pensé en aquellos. Así Juan Ramón, en la última de las «caricaturas líricas» de Españoles de tres mundos, dice del sevillano: «Todo en su canto es pétalo si flor, pulpa si fruta». Y este, a la muerte del poeta mayor, y recordando que en su juventud lectora «fue mi delicia y mi guía», nos confiesa que en su poema «El poeta», y aunque no lo indicara bajo el sustantivo genérico, la figura encarnada es la del poeta de Moguer. Y dirigiéndose a sí mismo escribe: « ... Nadie sino tú puede decirle a aquel que te enseñara adónde y cómo crece: Gracias por la rosa del mundo». Por mi parte, en la lectura de tan hermoso texto, el agradecimiento vale para los dos, y ese mismo sentimiento lo pueden hacer suyo numerosos poetas, si atendemos a la presencia tutelar de sus obras en los que los han sucedido. En la poesía del siglo XX, el cauce mayor de las aguas poéticas es el que contuvo las de Juan Ramón Jiménez, que pronto mojarían, remansadas, las feraces orillas de la Generación del 27; a unos, las aguas dulcísimas del primer Juan Ramón; a otros, las más rigurosas y caudalosas del segundo. Es ahora cuando se advierte, en su tardía y entera entrega, con más fuerza la del tercero, el poeta residente en el exilio. El otro de los cauces mayores, y muy hondo al tiempo, es el de Antonio Machado, también omnipresente en su pluralidad. El tercero, con mayor intermitencia, lo representa Unamuno. Y a los tres, entre otros, los encontraremos en la poesía personalísima de nuestro poeta. También ejerció de Guadiana el otro Machado, Manuel. La historia de la poesía es una larga cadena formada por sucesivos eslabones y, al llegar a los poetas del 27, nos hallamos con una cantidad inusitada de excelencias distintas. Son poetas que continúan con gran altura la mejor tradición de nuestra poesía, y creo que contamos ya con suficiente perspectiva para poder 17 Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda. Discurso leído El día 21 de mayo de 2006 en su recepción pública por el Excmo. Sr. D. Francisco Brines y contestación del Excmo. Sr. D. Francisco Nieva. Real Academia Española, Madrid, 2006, pp. 16-33. IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 85 ~ afirmar que, de ellos, es Cernuda a quien hallamos con una mayor continuidad, diversidad e intensidad en las poesías que los han sucedido. Con la publicación de la primera edición de La realidad y el deseo, en 1936, acontece la irrupción de una obra tan importante y sorprendente que inicia de inmediato una marcha deslumbrante e insólita. La admiración se precipita entre los más jóvenes del momento, luz que sufriría el largo eclipse de la catástrofe de la Guerra Civil tan solo tres meses después. Podemos señalar a un poeta cronológicamente de la misma generación –se han sucedido con inmediatez sus centenarios–, aunque, por tardío, no incluido en ella, y de muy alta calidad, Juan Gil Albert, como el primero de sus seguidores. Y advierto que en la generación no hubiera desmerecido de los otros, además de haberle añadido la calidad y variedad de su prosa, a la altura de la mejor. Otra anécdota nos puede servir como indicio de lo que representó la aparición del libro. Sabido es que con ocasión de su salida se le ofreció al autor un homenaje, con la presencia de sus amigos poetas, y la presentación entusiasta la hizo García Lorca. Tan sincero y grande fue ese entusiasmo que Altolaguirre nos cuenta que una mañana llegó muy temprano a su casa Federico –que entonces tenía en prensa la edición, a la postre frustrada, de Poeta en Nueva York– llevando todos los manuscritos de sus poemas, y le dijo: «Voy a leer durante todo el día, traigo todos mis poemas. Quiero que tú y Luis (Cernuda vivía en el mismo edificio) os deis cuenta de que también yo soy un gran poeta». Y añade Altolaguirre que leyó «durante un día inolvidable, desde sus versos juveniles hasta sus últimos Sonetos del amor oscuro. Aquella lectura – añade– fue una sentimental despedida de sus versos. Al día siguiente se fue para Granada, su ciudad natal, de la que no regresó nunca». Su obra, por circunstancias del destino, estaba ya fatalmente acabada, y él era el más conocido y popular de los poetas de su generación. Cernuda, en esta edición, añadió cuatro libros inéditos a los únicos dos publicados con anterioridad. Prácticamente desconocido de los lectores españoles, iniciaba entonces, pudiéramos decir, su andadura poética pública. Pero la luz deslumbradora de su poesía la apagaron, como ya dijimos, los acontecimientos bélicos que se sucederían vertiginosos. De un ejemplar salvado de esta edición surgiría la conformación de la poesía hedonista y pagana del grupo cordobés que en su revista Cántico le haría un homenaje por vez primera. He dicho dos palabras, «hedonista» y «pagana», que en el contexto histórico del momento teñían esta poesía de una fuerte heterodoxia poética y, también, de unos valores éticos personales e independientes y, por ello, a contracorriente de los impulsados por las instituciones oficiales y eclesiásticas. Más tarde, y conocida prácticamente su entera obra, lo hizo la Generación del 50, que supo con firme resolución escoger al poeta que le convenía, al que se divisaba, aun desde tan lejos, con una mayor cercanía a lo que ellos, con voluntad múltiple, buscaban en la poesía. Hallaron un magisterio no forzado y milagroso tanto en la expresión como en la independencia de sus propios mundos. A partir de entonces, la presencia de Cernuda en las sucesivas tendencias poéticas es una constante tan firme como diversificada, pues a cada una de ellas interesa una faceta del poeta sevillano. Se comprueba en ello que la obra de Cernuda tiene, en la poesía española del siglo XX, el mismo alcance magisterial que las de Juan Ramón y Antonio Machado. La mayor o menor potencialidad de la influencia de los poetas en los otros no tiene por qué ser indicativa, en sí misma, de una mayor o menor calidad intrínseca. Quiero decir con esto que en su generación hay otros muy grandes poetas que también ejercieron su influjo, aunque ninguno con su continuidad y fluidez. Y es que hay poesías muy importantes por sí mismas que se permean con mayor dificultad en otras. Poetas con una cosmovisión muy individualizada, acompañada de una expresión muy marcada también por una personal retórica, que, cuando alcanza la poesía del joven, corre el riesgo, en el trasvase, de vampirizarla. Creo que esa es la explicación de la escasa presencia de Lorca, si tenemos en cuenta su extraordinario valor estético y pasional, y la alta y constante estimación que ha merecido de sus lectores. O la poesía de Guillén, Alberti, Aleixandre, que aparecen muy intermitentemente si las comparamos con la cernudiana, la cual conforma y, al tiempo, se invisibiliza. Es cierto que formulo lo dicho sabiendo que todas las reglas tienen su excepción, y hay una en la historia poética española, arbórea: la de Góngora en su siglo. A la altura de 1936 la poesía generacional del 27 había llegado a una primera y plena madurez, en la que se advertían una valoración y una incorporación sin precedentes de la propia y extensa tradición literaria, y la recepción y asunción de numerosos alientos vanguardistas ultrapirenaicos. El ensamblaje propició el resultado de unas obras tan ricas como diversas, y un ejemplo a seguir para los poetas venideros. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 86 ~ Cernuda puede ponerse a la par de aquellos que, en esa fecha, más registros poéticos sucesivos habían incorporado a su obra; piénsese de inmediato en Alberti, Lorca o Gerardo Diego. Hemos hablado de seis libros reunidos en la primera edición de La realidad y el deseo, y en ellos encontramos cinco estéticas diferentes. Es un itinerario poético y formativo tan rico y variado como el mayor, aunque siempre con unas características tan personales como independientes. Cuando tiende a las corrientes vivas de su tiempo y coincide en esta marcha con otros, nunca lo hace desde un espíritu gregario. Su primer libro, Perfil del aire, cuya cicatera recepción tantos quebraderos de espíritu le acarreara, es un libro juvenil que se escribe formalmente en la tendencia de la poesía «pura», cercana a la de otros poetas del momento –con ello me refiero a Guillén–. Es un movimiento incorporado del exterior, cuya tendencia había aparecido ya, más independiente y personal, en el segundo Juan Ramón. Sin embargo, los sentimientos y sentires intensos y apagados del Perfil aéreo alcanzan su mayor cercanía con el primer Juan Ramón. Se trata de vivencias adolescentes comunes: melancolía, ingenuidad, tristeza, inocencia, turbiedad, narcisismo. Y aquí se nos muestra cómo la poesía de radicación adolescente, y que canta desde sus propias circunstancias, requiere de una expresión consecuente con la transparencia sencilla de esa edad. También debemos indicar que no es lo mismo leer un primer libro formativo de un poeta aún no desarrollado que hacerlo con el conocimiento de las entregas posteriores, en el caso de que este sea un gran poeta. Muchos momentos escritos que pasarían desapercibidos se iluminan de inmediato y adquieren una relevancia antes desconocida y emocionante. El libro, en esta nueva impresión, sufre cambios, empezando por el título, en un rechazo perceptible de lo ingenioso y una tendencia a la sencillez, ahora quizá excesiva: Primeras poesías. La fecha de composición de Égloga, elegía, oda (1927–1928) está haciendo referencia, en esa vuelta mayoritaria de entonces a la tradición clásica española, a la independencia cernudiana, al sustituir a Góngora, omnipresente con ocasión de su centenario, por Garcilaso, en obediencia gustosa a una honda afinidad estética. Y cuando llegue el centenario de este en 1936, serán otros poetas (el más importante de ellos Rosales) los que protagonizarán la celebración, pero entonces Cernuda no secundará la acción por una mera coincidencia de fechas. Aunque sí ha incluido estos tres poemas en el nuevo libro. La irradiación de ese último momento garcilasista anterior a la guerra se corresponderá con su larga continuación en la posguerra, tan alejados ambos de lo que en el poeta clásico le importara al sevillano. La precisión y el aliento sostenido del joven Cernuda se habían templado en el poema largo. Aquí termina la etapa sevillana de Cernuda en poesía y vida, que no en recuerdo. Con la familia prácticamente desvanecida por la muerte de los progenitores, sin la ciudad nativa, abandonada, sin profesión en perspectiva, instalado, como siempre lo estuvo, en su soledad conscientemente construida y en una ansiosa, necesitada búsqueda de libertad interior y externa, en lo concerniente a la poesía surca los mares del Surrealismo. Escribe Un río, un amor. No fue aquel para Cernuda una moda, sino «una corriente espiritual en la juventud de una época, ante la cual yo no pude, ni quise, permanecer indiferente». Se abre el hombre al mundo y trata de desvelar por entero su persona interior. Escribe desde el impulso de las sensaciones (las del jazz, el cine, las grandes ciudades que ahora conoce: Madrid, París) y se sirve de la poesía para expresar los momentos mágicos y una rebeldía extrema que extravierte. El lenguaje ahora tiende, en correspondencia con lo que nos dice, a una mayor naturalidad de lo vivo. Por vez primera, en Los placeres prohibidos se expone en la poesía española, y con toda franqueza, la homosexualidad, entonces tan execrada. Una vez rota esta íntima y pudorosa barrera, la veracidad y la autenticidad de la obra cernudiana, en lo que concierne a su ética personal, serán siempre ejemplares. En este terreno ningún otro poeta español suena a sus lectores con tan afirmada verdad en lo que se comunica, y es que esta se expresa desde la más desnuda libertad conquistada. Enamorado profundamente, y dañado en su integridad ante la sobrevenida ruptura, escribe –y esta vez sí se publicará, en 1934– su libro Donde habite el olvido. La relectura de Bécquer, nos dirá, «me orientó hacia una nueva visión y expresión poética». Nos envuelve el aire de un nuevo Romanticismo, y el registro autobiográfico que se nos comunica es el más acusado del inmediato conjunto de La realidad y el deseo. Garcilaso en su momento, principio potentísimo de la poesía clásica española; Bécquer ahora, principio a su vez de la poesía moderna española, que Cernuda tan legítimamente representaba al publicarse este segundo libro. El último del volumen, Invocaciones, supone otro giro; esta vez se vuelve al poema extenso y libre, de gran esplendor verbal, en el que se exalta un mundo instalado en el cántico: a la belleza, a la soledad, a la tristeza, vistas como absolutos puros. Hay un subrayado clasicismo formal superpuesto a un espíritu IES Maese Rodrigo (Carmona) ~ 89 ~ lector y así ganarlo para sí mismo; queda con ello subrayada su independencia, su vivida verdad. Y como ese logro lo desearía perseguir todo hombre, la presencia visible de esa cualidad es asentida por el lector. De ahí que se comunique tan certeramente. La fidelidad con que se haya vivido la existencia personal es máximamente valorada: el desvelamiento de la propia verdad no sufre tregua, y la poesía tendrá como misión esclarecerla y fijarla. Nos lo dice: «Yo no me hice, y sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la mía, que no será mejor ni peor que la de los otros, sino sólo diferente». Este es el magisterio ético de su poesía, y se asienta o no a sus contenidos, lo que importa es la autenticidad de su conciencia: ahí radica su dignidad. Es una ética que valora los actos del espíritu sobre todos los demás, y no importará que fracasen. Entre las condiciones que lo favorecen está el ocio; este es fértil, pues procura conocimiento y nos da conciencia del deleite. El ocio no es holganza, y el trabajo es embrutecedor. (Advirtamos que el trabajo «gustoso», y esto se puede dar en los campos más diversos, no embrutece, dignifica; e incluso hace más intensa la vida. Tan verdad es que nunca Cernuda pudo estimar su ejercicio de la poesía como un trabajo). Todo lo que nutre el espíritu es valorado: la soledad, el dolor, la pobreza misma. Pero sólo se justificarán según cumplan con esa finalidad. El lugar ideal del ocio es la naturaleza, y por ello aborrece las tierras sin luz, en las que transcurrieron tantos años suyos. Rechaza la vulgaridad porque es incompatible con el espíritu; de ahí que la crítica a la sociedad sea tan dura, diversa y repetida. Sin embargo, lo que mueve con fuerza el deseo es valorado éticamente, ya que es manifestación de la pasión con que la vida nos hace alentar. El deseo se dirige a la hermosura, de ahí que valore tanto las altas manifestaciones artísticas, pero es la hermosura humana la que le incita con mayor fuerza. Cuando se acuerda el deseo con esa realidad se instala el hombre en la felicidad: se llega a experimentar entonces «la eternidad en el tiempo». Hay en él una cierta minusvaloración del amor heterosexual, al que se refiere en la unión de las carnes como «aguachirle conyugal». (Apostillemos una perogrullada: ahora que está legitimado el matrimonio homosexual aparecerá de inmediato la posibilidad del mismo «aguachirle conyugal», aunque siempre, tanto en uno como en otro, seguirá habiendo la posibilidad de la pasión más desenfrenada, o la de una relación armónica, continuada y bellamente feliz. Ambos amores, en lo tocante a los sentimientos que originan, son idénticos). Repito lo que ya dije en otra ocasión. Es Cernuda un poeta complejo, que concilia con sorprendente conformidad lo que podría parecer distante (pureza y amargura) y aun contrario (intimidad y distanciamiento): es clásico y romántico, poeta de un alto lirismo y acerbamente crítico, abierto con la misma intensa fruición a la tradición poética española y a las tradiciones poéticas de otras lenguas, metafísico y cotidiano, esteta y moralista. Un poeta en cuya unidad se advierte una múltiple y rica diversidad. Hay veces en que los poetas escribimos un verso que se nos impone por la significación que le otorgamos. Uno de ellos, largo, se me presentó como mi posible epitafio: «Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde». Con ocasión del centenario de Cernuda, en una mesa redonda moderada por Guillermo Carnero en la Residencia de Estudiantes, me preguntó este qué poema de Cernuda me había acompañado más en la vida. Mi respuesta se refirió solo a un verso, que me acompañó desde la primera vez que lo leyera. Es el que cierra «Primavera vieja»: «Cuán bella fue la vida, y cuán inútil». Me di cuenta entonces de que si me emocionó tanto es porque ya estaba en mí, y reparé por vez primera en que mi posible epitafio y el verso de Cernuda se superponían, con algún matiz distinto. Los poemas, y aun cuando en ocasiones hablen desde el tópico, y no es este el caso, inauguran verdades. Véase la superposición: «Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde (cuán bella fue la vida), y no existió la tarde (y cuán inútil)». En el alejandrino primero está la tarde del niño, concentrado en la fruición de aquella pequeña vida, agotando el aroma del jazmín, escena recordada desde el tiempo en que aún vivo; y el heptasílabo que señala su inexistencia está percibido desde la definitiva anulación de la vida. Le desearía a Cernuda, ya instalado en su eternidad, que le pudiera llegar por un resquicio de su vacío cúbico el tiempo desvanecido que más amara, y que lo mismo nos pudiera suceder a todos los que, ya sin el tiempo, hemos amado el de nuestra vida. Así sea. Luis Cernuda: La Realidad y el Deseo (selección y estudios críticos) ~ 90 ~ BIBLIOGRAFÍA Y ENLACES Bibliografía impresa • CERNUDA, Luis: La Realidad y el Deseo (1924-1962), seguido de “Historial de un libro”. Alianza Editorial, Madrid, 2018. Introducción de Antonio Rivero Taravillo. • CERNUDA, Luis: Antología poética. Plaza y Janés, Barcelona, 3ª edición, 1974. Introducción y selección de Rafael Santos Torroella. • CERNUDA, Luis: Antología poética. Alianza Editorial, Madrid, 7ª edición, 1984. Introducción y selección de Philip Silver. • BRINES, Francisco: Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda. Discurso leído El día 21 de mayo de 2006 en su recepción pública por el Excmo. Sr. D. Francisco Brines y contestación del Excmo. Sr. D. Francisco Nieva. Real Academia Española, Madrid, 2006, pp. 16-33. • PAZ, Octavio: La palabra edificante. Universidad de México, 1964. (http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/files/journals/1/articles/8354/public/835 4-13752-1-PB.pdf). • SALINAS, Pedro: “Luis Cernuda, poeta”, artículo de 1036 incluido en Literatura española siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 1985. • TUSÓN, V. y LÁZARO, F.: Literatura del siglo XX, COU. Anaya, Madrid, 1989. • VV.AA.: Lengua Castellana y Literatura, 2º Bach. McGraw Hill, Madrid, 2013. Portales de internet: • Centro Virtual Cervantes: Donde habite el recuerdo: Memoria de Luis Cernuda (1902-1963): https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/ • Aula de Letras (José Mª González Serna): La poesía de Luis Cernuda: http://www.auladeletras.net/cernuda/Luis_Cernuda/Inicio.html • Tomo Nota 2: Luis Cernuda: https://sites.google.com/site/tomonota2/home/literatura/siglo-xx/la- generacion-del-27/generacion-del-27/luis-cernuda. • Letras Libres: Luis Cernuda (1902-1963): https://www.letraslibres.com/mexico-espana/luis- cernuda-1902-1963. • Candela Vizcaíno: Biografía de Luis Cernuda e introducción a los poemas de La realidad y el deseo: https://www.candelavizcaino.es/literatura/biografia-de-luis-cernuda-e-introduccion-a- los-poemas-de-la-realidad-y-el-deseo.html. Recursos en vídeo: • RTVE, La memoria fértil: Luis Cernuda. El deseo existe, la realidad extingue: http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-memoria-fertil/memoria-fertil-luis-cernuda-deseo-existe- realidad-extingue/3269921/. • La Realidad y el Deseo. Centenario de Luis Cernuda: https://www.youtube.com/watch?v=zy5tc4YHJEU. • RTVE, Negro sobre Blanco: Luis Cernuda: Entre la realidad y el deseo: https://www.youtube.com/watch?v=YOjZCgteHfY. • RTVE, La aventura del saber: Luis Cernuda: https://www.youtube.com/watch?v=rFNV9PGKlYg. • La Realidad y… el Deseo (imágenes de la Generación del 27): https://www.youtube.com/watch?v=lZPLBGvFDuw.
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