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La Revolución Industrial en España en el siglo XIX, Apuntes de Historia de España

La transición de España de una economía agraria a una economía capitalista e industrializada en el siglo XIX. Se detalla el estancamiento de la economía española hasta finales del siglo XIX y los factores que explican el retraso industrial. También se mencionan los sectores que iniciaron la industrialización en España, como la industria textil catalana y la siderurgia vasca. Además, se habla de la importancia del sistema de comunicaciones, especialmente del ferrocarril, para el desarrollo económico.

Tipo: Apuntes

2021/2022

A la venta desde 15/03/2023

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¡Descarga La Revolución Industrial en España en el siglo XIX y más Apuntes en PDF de Historia de España solo en Docsity! 8.2. La revolución industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril. Proteccionismo y liberalismo. La aparición de la baca. España inicia en el siglo XIX, la transición entre una economía agraria y una economía capitalista e industrializada. La economía del siglo XIX se caracterizó por un crecimiento lento pues se vio estancada hasta 1840 y no evoluciona hasta fin de siglo. La Revolución industrial requirió una revolución agrícola, que en España no se produjo: no hubo una modernización tecnológica, los rendimientos eran muy bajos, el campesinado no aumentó su nivel de vida, no se pudo crear un mercado interno capaz de demandar ampliamente productos industriales y la emigración a las limitadas zonas industriales fue insuficiente. Otros factores que explican el retraso industrial son: el impulso de la burguesía latifundista en detrimento de la burguesía industrial y emprendedora, la dependencia técnica y financiera del exterior, la falta de una política decidida a invertir en la industria nacional y, por último, la gran inestabilidad política. Hacia 1839 la industria textil catalana era el único sector que había iniciado la industrialización. Entre 1840 y 1862, se produjo el boom causado por la mecanización de las fibras y el abaratamiento de los costos gracias a la sustitución de obreros por una mano de obra más barata. Estas circunstancias nos permiten entender por qué es en Barcelona donde nacen las primeras asociaciones y movimientos obreros españoles. La política proteccionista explica el estancamiento tecnológico, ya que la producción se mantuvo gracias a la concesión del mercado cubano en forma de monopolio. La pérdida de Cuba en 1898 supuso un retroceso de la industria textil catalana que persistirá hasta la Primera Guerra Mundial. La industria siderúrgica. Hasta 1865, la siderurgia española va a tener muy poca demanda y los esfuerzos que el logroñés, Agustín Heredia, realizó en Marbella y Málaga en las fábricas de La Concepción y La Constancia concluyeron en fracaso. Entre 1865 y 1880, en la llamada etapa asturiana, la producción de hierro siguió siendo insuficiente en comparación con los países de Europa Occidental, aunque aumentó la demanda interna de los productos ferroviarios. La localización de las minas de carbón en Asturias y la sustitución del carbón vegetal por el mineral decidieron a los hermanos Pedro y Julián Duro a instalar sus industrias en La Felguera (Langreo). En la década de 1880 se impone sobre las demás la siderurgia vasca. Una serie de factores hicieron posible la instalación y el éxito de fábricas modernas en Vizcaya: la extraordinaria calidad de sus minas de hierro, el capital acumulado con las exportaciones de mineral a Inglaterra, la legislación liberal española de 1868-1870, la construcción del ferrocarril (líneas que enlazaban los yacimientos de mineral con los embarcaderos), la decisión de los Chávarri e Ibarra de fundar las empresas La Vizcaya y Altos Hornos de Vizcaya, respectivamente en 1882, la decisión del gobierno de hacer los pedidos para la marina a empresas españolas desde 1887, la difusión del convertidor Bessemer y la sustitución del hierro por el acero en la década de 1890. A su triunfo contribuyó igualmente la tendencia a la concentración industrial en grandes empresas, lo que culminó en 1902 al fusionarse las empresas de Ibarra, Chávarri y Echevarría en la empresa Altos Hornos de Vizcaya. Durante el período de la Restauración la industria siderúrgica estuvo estrechamente unida a la construcción naval y a la industria metalúrgica de construcción de material ferroviario. En Sestao y Bilbao se establecen las principales compañías navieras: Astilleros del Nervión (1888), Euskalduna de Construcción y Reparación de Buques (1900) y la Sociedad Española de Construcción Naval (1909). Dos industrias nuevas que tendrán gran importancia a partir de las últimas décadas del siglo XIX, fueron la química y la eléctrica. La industria química en un principio estuvo ligada a la textil y su principal producto eran los colorantes obtenidos de forma natural a principios de siglo (España exportaba sosa y barrilla). En la década de 1820, Francisco Cros introdujo en Sants la primera fábrica de ácido sulfúrico que abrió nuevos campos a esta industria (vidrio, papel...). La primera central eléctrica española es obra de Tomás Dalmau y Narcís Xifra en 1875 y el alumbrado público aparecerá por primera vez en Madrid en 1881 y en Barcelona al año siguiente. Junto a estas nuevas industria se desarrollarán las industrias alimenticias de elaboración harinera (Valladolid o Santander), vinícola (Rioja, Jerez, Cataluña...), pasera (Alicante o Málaga) y aceitera (Andalucía). Unidas a éstas, surgen algunas nuevas como la elaboración del azúcar (Granada) y la conservación del pescado (Vigo); otras conocen una expansión como la industria corchera catalana. La explotación minera. En la segunda mitad del siglo XIX, España era considerada por los europeos como un país de gran riqueza minera, y durante las tres últimas décadas del siglo, múltiples empresas extranjeras se establecieron para extraer y exportar nuestros minerales. Fue muy importante la producción de mercurio y plomo en Andalucía (Sierra de Gador, Peñarroya), sobre todo entre 1869 y 1881, años en los que España ocupó el primer lugar en la producción mundial. El cobre y el hierro españoles fueron muy solicitados por la demanda internacional con el desarrollo de la electricidad (cobre) y con la aparición del convertidor Bessemer para fabricar acero (hierro vasco de gran calidad). La Ley de Minas de 1868, liberalizó el sector, concediendo o vendiendo las mejores minas a empresas extranjeras francesas e inglesas principalmente. Las minas de cobre de la provincia de Huelva van a ser adquiridas por empresas extranjeras, y lo mismo sucedió con las minas de hierro malagueñas, y las minas granadinas y almerienses. En conjunto, debemos concluir diciendo que a principios del siglo XX hay unas zonas industrializadas (País Vasco, Cataluña y zonas localizadas de la periferia) frente a la mayor parte de España que continúa siendo rural. Era necesario modernizar los transportes y las comunicaciones si se quería hacer avanzar la economía. Hasta finales del XVIII el transporte era caro y lento. La primera línea ferroviaria se construyó en 1848 entre Barcelona y Mataró, pero la fiebre constructora se inicia durante el Bienio progresista cuando se impulsa definitivamente el ferrocarril con la Ley General de Ferrocarriles de 1855, financiada con la Desamortización de Madoz y apoyada con la Ley de Bancos y Sociedades de Crédito. Se facilitó la entrada de capital extranjero (sobre todo francés) desgravando la importación de materiales y dando subvenciones. La aplicación de la Ley de Ferrocarriles tuvo una serie de consecuencias: se hicieron concesiones a compañías extranjeras; el escaso capital privado se invirtió sobre todo en el ferrocarril y no en la industria; se construyeron km de ferrocarril (en 1868 se habían construido 4803 kilómetros y fijado el trazado de las grandes líneas nacionales) pero había pocos productos que transportar (ya que no se invirtió suficientemente en el desarrollo industrial) acarreando una grave crisis que paralizó el avance hasta 1876. A pesar de todo eso, hay que destacar que el ferrocarril abrió el camino a la integración real del mercado español, permitiendo un intenso tráfico de ideas, viajeros y mercancías. El ferrocarril actuó como una poderosa palanca de desarrollo económico. Como efectos negativos del ferrocarril, se pueden señalar el diferente ancho de vía y el trazado centrado en Madrid. Otros avances en el sector fueron la extensión de la navegación a vapor y la modernización de correos y telégrafos. El comercio interior, hasta mediados de siglo, hacía frente a obstáculos geográficos y a trabas legales (gremios, portazgos, pontazgos y peajes); su abolición y la mejora de los transportes, facilitó la unificación del mercado nacional. El comercio exterior, a pesar de la pérdida de la América continental, aumentó, pero la balanza comercial fue deficitaria (se
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