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Las 5 vias de santo tomas de aquino, Apuntes de Filosofía

Las 5 vias de santo tomas de aquino son las vias del conocimiento de Dios a treves de la razon.

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 13/08/2020

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¡Descarga Las 5 vias de santo tomas de aquino y más Apuntes en PDF de Filosofía solo en Docsity! Las «cinco vías» tomistas Tal orden interno no se puede explicar por el azar; sería un insulto al sentido común; mi oído podría haber sido igualmente órgano del olfato, y, si fuera así, ¿no sería sorprendente que tantos animales tuvieran orejas? [...] Dejando a un lado el recurso al sentido común, que —cosa extraña— es tan sospechoso para ciertos filósofos modernos, explicar el orden del universo mediante el azar es filosóficamente absurdo. Ni que decir tiene que el azar existe. Es una pura casualidad que un hombre calvo se vea sorprendido por un aguacero tormentoso sin sombrero, pero es evidente que si no existiera razón alguna para que se encontrara en la calle, ni para que lloviera, las gruesas gotas no habrían caído nunca sobre su cabeza. Es decir, que la existencia del azar presupone la de lo esencial; el azar no es más que la colisión de dos causas que tratan de alcanzar su propia finalidad; un accidente que sobreviene a lo esencial, no algo que lo explica o lo suprime. Si todo sucediera por azar, toda la naturaleza quedaría reducida a un puro accidente; las cosas no serían esencialmente lo que son, sino un mero espejismo que se desvanecería antes de que pudiésemos captarlo. En el fondo de tal explicación —que no lo es en absoluto— late una contradicción: el absurdo —tan habitual actualmente— de querer explicar lo perfecto por lo imperfecto, lo mayor por lo menor, el orden por el desorden. O, para decirlo sin rodeos, la estupidez de identificar los opuestos: la potencia con el acto o la potencialidad con la carencia de ser. Con lo cual nos encontramos de nuevo ante el viejo dilema de negar las capacidades del estudiante de medicina y las perfecciones del doctor o bien identificar unas y otras; es decir, incidir en el intento imposible de negar los hechos... Los espíritus «modernos», en su inútil intento de prescindir del infinito, no parecen sentirse frustrados rechazando una explicación que terminarán utilizando confiadamente luego. De momento, resuelven el problema negándolo: el orden del universo —dicen— se explica por la necesidad de la misma naturaleza. Dios es innecesario, ya que el mundo es autosuficiente. Con lo cual admiten de plano que hay un orden en el mundo, que las ciencias pueden seguir investigando ese orden, que las cosas son lo que son. Ahora bien, para no recurrir a Dios, dirán también que las cosas están determinadas por leyes físicas necesarias que les marcan su manera de ser y de actuar, que la misma naturaleza les suministra esa necesaria determinación. La realidad es que esta pretendida «solución» no hace sino retrotraer el problema. Porque, ¿de dónde procede esa determinación, esa inclinación a actuar de una determinada manera? ¿Cuál es el origen de esa necesidad de la naturaleza, de esas leyes físicas? Es algo que no se explica por sí mismo; el azar tampoco lo puede explicar. La única explicación está en una causa superior a la naturaleza, en una inteligencia suprema. No basta con cualquier inteligencia, porque si no fuera suprema, no sería inteligenciada, sino una naturaleza dotada de inteligencia, es decir, una naturaleza determinada, inclinada, ordenada a conocer. Y el problema volvería a plantearse: ¿de dónde procedería esa determinación, esa Unidad 6 • La reflexión filosófica sobre la realidad inclinación, ese orden? Esa inteligencia, para poder explicarlo todo, tiene que ser la misma inteligencia, no estar dotada de ella; no puede estar ordenada a conocer, sino que necesita ser el mismo conocimiento. Tales son las cinco pruebas de la existencia de Dios. Están sólidamente asentadas en la tierra, pero se elevan majestuosamente hacia el cielo. No son abstracciones etéreas, vagas construcciones intelectuales hechas para sustituir, a la pálida luz de una argumentación, las realidades concretas. Son pruebas deductivas, a posteriori, basadas en hechos del mundo sensible y en principios fundamentales del raciocinio. Los hechos en que se basan no son dudosos ni ambiguos; si admitimos que un ojo parpadea, una piedra preciosa es hermosa o un suspiro es algo contingente, las premisas valen; si empleamos nuestro sentido común, no podemos negar el testimonio de los sentidos en estas pruebas. Por otra parte, los principios del raciocinio implicados en ellas no son menos indiscutibles. No se pueden negar sin renunciar a cualquier actividad intelectual, sin rechazar la realidad del mundo; de hecho, no se puede negar sin antes afirmarla, pues la razón nos dice que una cosa es lo que es, que no puede ser y no ser al mismo tiempo; con otras palabras: que lo que es diferente no es idéntico, que la potencia no es el acto, que el no- ser no se identifica con el ser. El filósofo que, por razones que solo él conoce, decide desafiar estas pruebas, entra en una guerra de proporciones cósmicas que, por fortuna para él, no puede ganar, ya que si triunfara quedaría aniquilado. Estas pruebas no tienen un efecto acumulativo, son ajenas por completo a esa masa de argumentos reunidos a favor de la teoría de la evolución. No se parecen en nada a los débiles hilos que entretejen las pruebas circunstanciales de un fiscal. De todas ellas, y de cualquiera de ellas, se puede deducir la existencia de Dios, pues demuestran claramente, desde el principio, que Dios es el ser perfecto por antonomasia, subsistente. [...] Tampoco hay fallo alguno en su desarrollo, ya que se adhieren rígidamente a una evidencia palpable y concluyen dentro de los límites propios de esa misma evidencia. El conocimiento que proporcionan no es dudoso, ni siquiera con una alta probabilidad de certeza; es un conocimiento metafísicamente cierto, que excluye cualquier otra posibilidad. Solo queda un primer motor, una primera causa; un ser necesario, etc., como única y última respuesta a los hechos del mundo real. El que estas pruebas se hayan considerado a veces como irrelevantes para los hombres y desprovistas de contenido cualitativo es algo que cualquiera que piense con la cabeza, nunca podrá comprender, ya que tal actitud es incomprensible. [...] El hecho de que exista un primer motor inmóvil, por ejemplo, quiere decir que no hay movimiento, por pequeño o grande que sea –el de un pecho que respira mientras duerme o el flujo y reflujo de las mareas–, que no dependa en todo de Dios; que no hay cambio, sea el del color de una hoja en otoño o el que produce una revolución social, en el que Dios no intervenga. La existencia de una primera causa «incausada» significa que en las oscilantes batallas de las vidas humanas, en los triunfos de sus logros y pensamientos más grandiosos, en sus obras maestras del arte y la literatura, en los trenos de un poeta o en las voces de mando de un militar, Dios está siempre presente. No hay muros suficientemente sólidos ni desiertos bastante solitarios, leyes tan eficaces ni odio tan amargo que Unidad 6 • La reflexión filosófica sobre la realidad
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